Escuela de obediencia 2

Siguen las aventuras de Madeleine en la escuela de sexo.

Al día siguiente me encontraba más descansada, el cuerpo ya no me ardía como el día anterior y solo estaba allí presente como un cosquilleo, incluso aunque me molestaba el roce de la ropa interior.

Había tomado una ducha y me estaba vistiendo cuando llegó un mensaje de que debía presentarme en la oficina del director. No tardé ni cinco minutos en terminar de vestirme y partí a la oficina del señor Anderson.

Entré a su oficina luego de que me lo permitiera y me paré frente a él con las manos por detrás de mi cuerpo.

—Buen día, señorita Brown. ¿Cómo se encuentra hoy?

—Bastante bien, la verdad.

—Me alegro, eso significa que podemos seguir avanzando. Sus clases comenzarán hoy mismo, así que las instrucciones estarán ya en su habitación para cuando vuelva. Si tiene alguna duda, no dude en venir a mi oficina o hablar con sus profesores.

Cuando entré nuevamente en mi habitación, había una hoja de papel con una lista de instrucciones: ir a la sala del segundo piso del edificio C, esperar a mi profesor de matemáticas sentada en el pupitre, no llevar nada porque todo ya estaría en el aula, no hablar si no me lo pedían, no levantarme si no me habían dado autorización, llegar justo a las once de la mañana y, finalmente, llevar puesto el uniforme que estaba ya colgado en mi closet.

Lo hice, abrí el closet y allí estaba junto a otros conjuntos idénticos. Mi ropa guardada justo del otro lado. Una blusa blanca, una falda que me llegaba a la mitad de los muslos y zapatos negros con un pequeño tacón.

Llegué a la sala que me dijeron cinco minutos antes, entré con el corazón latiéndome muy rápido, mi respiración un poco ahogada. No sabía lo que me esperaba y tenía un poco de nervios. La sala era pequeña y había otras tres salas en el segundo piso, lo fácil de hallarla fue que tenía un letrero en la puerta que decía matemáticas.

Me senté en uno de los diez pupitres que había en el interior. Era como cualquier otra sala de clases, con un mueble al final de la sala, ventanas hacia el exterior con cortinas blancas delgadas, una pizarra blanca con dos borradores y un escritorio para el profesor o profesora a un costado. Incluso había un bote de basura junto a la puerta.

Me ponía nerviosa ser la única allí, pero supuse que se debía a que había llegado en una fecha diferente a la de las demás.

La puerta se abrió unos instantes después y entró un hombre no tan alto como el director, pero alto de todos modos. Cabello oscuro, ojos oscuros y piel bronceada. Tenía entre cuarenta y cincuenta años, y el ceño fruncido en su rostro me hizo encogerme en la silla.

—Buen día, señorita Brown. Un placer conocerla al fin. Como sabe, soy su maestro de matemáticas; sin embargo, eso es solo un título. Yo seré el responsable de usted durante este tiempo, eso significa que tendrá que seguir mis órdenes y cualquier desobediencia será una mancha negra en mi currículo, así que le pido no desobedecer. ¿Está eso claro?

—Sí, señor.

—Mi nombre es Ethan Melrose. Usted podrá solo llamarme señor, no se le permite llamarme por mi nombre. Jamás. ¿Queda claro?

—Sí, señor.

—Así me gusta, señorita. – Él hizo una pausa para sentarse en el borde del escritorio. Él me miró fijamente unos segundos y solo pude pensar en lo que estaba mirando.

Yo no era muy alta, quizás poquito menos del metro setenta, tenía ojos verdes, piel clara, no era muy delgada tampoco y mi cabello era tan normal como el castaño claro casi rubio.

—Supongo que ayer pasó por la oficina del doctor. – Él alzó las cejas. Yo asentí con la cabeza rápidamente. – ¿Qué método anticonceptivo fue el elegido?

—El DIU, señor. – Él asintió, complacido.

—Eso está muy bien. – Mi profesor tomó el bolso que había dejado en el suelo junto al escritorio y lo puso sobre él. – Bien, he de suponer que el director me ha dejado el trabajo de la explicación de lo que hacemos aquí, ¿no?

—No entiendo.

—Está bien. – Él sonrió cuando miró el interior de su bolso. – Esta es una escuela de chicas, aquí nos aseguramos de que todas aprendan a obedecer como es debido. No hay violencia, por supuesto. Pero ocupamos otros métodos para lograr nuestro fin, ¿entiende lo que le digo, señorita?

—¿Qué otros métodos? – Comencé a sentirme un poco ansiosa, su sonrisa amable se transformó en una conocedora y desafiante. Tuve miedo de la respuesta.

—Esta escuela enseña a base de sexo, señorita Brown. Todas sus lecciones están ligadas al sexo y la obediencia será parte de ello.

Abrí la boca, incrédula, sin poder creer que mi madre me trajera a un lugar como este, a su hija que recién había cumplido dieciocho años la semana pasada. Ella sabía que solo había tenido sexo una vez en mi vida, con el único novio que había tenido y me había dejado una vez que me quitó la virginidad.

No podía creer que estaba en este tipo de escuela ahora mismo. No podía creer que ella había estado en esta misma escuela, soportando exactamente lo mismo que yo tendría que vivir a partir de ahora.

—¿Es esto una broma?

—Claro que no. Yo seré su tutor las primeras semanas y deberá seguir mir órdenes. El negarse a cualquier cosa que yo le diga, tendrá serias consecuencias.

No me quedó más opción que asentir con la cabeza. No podía huir de aquí, no podía llamar a mi madre tampoco. Mi madre sabía perfectamente lo que pasaba aquí, así que era bastante claro que ella no vendría por mí, incluso aunque la llamara.

—Con eso claro, empezaremos con las preguntas. – Él se cruzó de brazos y comenzó con sus preguntas. ¿Era virgen? No. ¿Cuántas veces había tenido sexo? Una. ¿Novios? Uno. ¿Sexo anal? Nunca. ¿Sexo oral? Una vez. ¿Masturbación? Solo si estaba muy caliente, lo que era una o dos veces al mes. – Eso quiere decir que usted es una total inexperta, señorita Brown. Esto será una maravilla.

Me quedé en silencio una vez más, asintiendo cuando se refirió a mí como una inexperta.

—Bien, ahora procederemos a conocernos más íntimamente. – Él sonrió. – Desnúdese.

Me quedé helada. ¿Desnudarme frente a un hombre mayor que solo había visto una vez? Ni loca. Mi tutor alzó sus cejas, esperando.

—Recuerde lo que le dije. Habrá consecuencias y no le gustarán.

Con las manos temblorosas por su amenaza, comencé a quitarme la ropa, exceptuando los zapatos. Ni siquiera intenté taparme con las manos, porque sabía que eso era algo que no le gustaría a mi profesor.

—Lindo cuerpo, tienes más carne de la que acostumbro a elegir, pero me gusta. Tienes unas tetas del porte de unos melones y unos pezones delicados. – Él asintió mientras se acercaba a mí, girando a mi alrededor para mirarme completamente, como si fuera un animal en exhibición. – Tienes un buen culo también. Caderas anchas para aceptar bien mi pene.

Me estremecí una vez más.

—Ve a mi escritorio e inclínate hacia adelante, quiero ver tu ano. – Con las mejillas ardiendo y temblando ligeramente, caminé hasta su escritorio e hice lo que me dijo. – Sepárate las nalgas para mirar mejor, Madeleine.

Hice lo que me dijo de nuevo y, totalmente avergonzada, me separé las nalgas. Él chasqueó la lengua y me tocó el ano con su dedo, tratando de meterlo un poco.

—Está bien cerrado aún, no te preocupes, yo te lo abriré bien más adelante. – Me estremecí y él soltó una risita divertida. – Tranquila, lo haremos con tiempo para que te acostumbres a mí en tu interior. Tengo un pene grande, así que tendremos paciencia, no quiero hacerte daño cuando sé que estás tan apretada.

—Yo…

—No dije que hablaras. Es la primera y única advertencia, ¿está claro?

—Sí, señor.

—Muy bien. Ahora, vamos a comenzar a dilatarte antes del próximo paso. Enderézate.

Hice lo que me dijo y él sacó un dildo de su bolso, sonriendo triunfante cuando me lo mostró. Era de un color fucsia y tenía forma cónica, no era muy grande, pero supuse que sería igual de doloroso meterlo en cualquiera de mis agujeros.

—Esto irá en tu ano. Lo meteremos allí y luego me bajarás los pantalones y aprenderás a hacer una mamada. – Mi tutor quitó su bolso y lo puso sobre un pupitre vacío. – Súbete al escritorio a cuatro patas.

Hice lo que me dijo sin dudarlo.

Él mismo separó mis piernas para que mi ano quedara expuesto y bajó un poco mi cuerpo de tal forma que mi parte trasera quedaba al borde del escritorio, casi como si estuviera arrodillada allí. Mi tutor se inclinó por detrás de mí y, sin tapujos, comenzó a lamerme el ano como si no hubiera un mañana. Me removí incómoda al principio, ya que nunca nadie me había lamido de forma tan íntima.

—Relájate un poco. – Él pidió mientras que llevaba una mano por entremedio de mis piernas para buscar mi clítoris y comenzar a estimularlo.

Sentí cómo me humedecía al cabo de unos minutos en que él solo tocaba mi clítoris y me lamía el culo con ganas. Incluso comencé a gemir de la manera más silenciosa que podía.

—Gime alto. No tengas vergüenza, después de todo, esto será algo normal entre nosotros desde ahora. Gime y déjame saber qué tanto lo estás disfrutando.

Gemí cuando él presionó mi clítoris con su pulgar y metió su dedo índice en el interior de mi ano.

A medida que sacaba y metía el dedo de mi ano, él lamía y dejaba caer saliva para lubricarme el culo. Estuvo cerca de diez minutos metiendo y sacando su dedo, incluso me advirtió que metería un segundo y que estuviera tranquila, que al principio era incómodo y podría sentirse extraño.

—Bien, meteré el dildo ahora que ya estás dilatada. Aguanta.

Él presionó el borde del dildo en mi ano y gemí cuando entró un poco.

—Relájate. – Mi tutor siguió tratando de meter el dildo en mi ano mientras que, con su otra mano, me estimulaba el clítoris. – Eso es, vamos muy bien.

Gemí audiblemente cuando sentí el dildo en mi interior y mi tutor me acarició el culo de forma cariñosa.

—Esa es mi chica. Tienes el dildo mediano metido en tu jugoso ano.

Apoyé la cabeza en el escritorio y suspiré.

Continuará...