Escribiendo...

Porque no existe nada más delicioso que una historia de amor y pasión, aún si sólo son cavilaciones de una tarde abrumadora.

Cada vez que una mujer atractiva se cruzaba tras ella, se preguntaba cómo sería la vida en esos pantalones, la verdad es que nada se podría parecer a la realidad que le había tocado vivir casi por herencia intransferible. Estaba dolorosamente inmersa en una vida cínica y altamente puritana. Hija de uno de los hombres más poderosos del Estado ¿Podría soportar esto para siempre? Era lo que a menudo afligía sus entrañas.

Carol, gustaba de la lectura y veía en ella una escapatoria a “su” aburrida meta en la vida o por lo menos, aquella que le habían impuesto desde antes que naciera. Amante de las novelas, tenía una colección oculta en su escondite favorito. Como buena persona acomodada su casa disponía de un hermoso lago, frente a él una arboleda misteriosa que la acogía cada vez que se hacía pasar por algún personaje alucinante de sus historias.

Se hacía tarde, ya casi el sol desaparecía y cada vez era más difícil poder distinguir los pasajes del manuscrito. Entre un paisaje abrumador y un cielo totalmente expresionista caminó a lo que se hacía llamar su hogar. La verdad es que no quería aparecer por ahí, hoy la esperaba su muerte… o por lo menos era lo que creía.

Los Roberts, son una pareja muy feliz, no tienen problemas entre ellos, su único delito es querer decidir “por el bien de su hija” hasta con quién debía relacionarse. Hoy por tanto, le presentarían a su prometido.

Rubén, hombre de negocios y un joven altamente deseado por muchas mujeres, no sólo por su dinero, además de ello era propietario de un cuerpo escultural. Nada mal para una señorita como Carol. Era negocio redondo. Cuán poderosa podría ser esa alianza tras el matrimonio. Algo que a Carol la tenía sin cuidado.

  • ¡Corre jovencita! Llamaba Eduvigis tras la gigantesca puerta de la residencia, dama de unos acumulados años. ¡Tu madre está que se muere de nervios! El señor Rubén ha llegado y la esperan en la sala.

Carol hizo un gesto desanimado, subió las escaleras cuan si no hubiese escuchado palabra alguna de la ansiosa mujer. Dejó el libro en un lugar seguro y bajó, casi como si estuviese a punto de ir a la guillotina.

  • Buenas tardes señorita Roberts, mi nombre es Rubén, decía el muchacho sin notar la seria expresión de la dama que acogía su saludo.

  • Buenas tardes, mencionó con una voz apagada, aprovechando el impulso para descansar su delicado cuerpo en el sitial.

Susana, la madre de Carol no podía entender por qué su hija estaba actuando de esa forma. Se disculpó rápidamente con el invitado y les hizo quedar a solas un momento en el salón.

-¿Qué te hace pensar que me quiero casar contigo? Dijo repentinamente Carol una vez que quedaron solos.

  • ¿Por qué no querrías hacerlo si todas se mueren por ello? Respondió el engreído que antes parecía un santo. Con una sonrisa burlona dibujada en el rostro.

Carol no entendía por qué su respuesta la había descolocado tanto, no lo esperaba, mucho menos sentir la reacción de su cuerpo tras esas palabras. Todo en él destilaba sexualidad, hombría, y le había hecho pasar de ser una joven desinteresada a la más atenta con tal de bajar los humos del aparecido.

Sólo se escuchó un gran golpe tras cerrar la puerta de la habitación y se contempló el lugar apagado con la sombra de Rubén en uno de sus rincones. Carol había salido disparada una vez que él había intentado detenerla.

Rubén había tenido en su vida a muchas mujeres, hermosas damiselas que se peleaban por él como si fuese la fuente de la eterna juventud. Sin embargo, él sólo pensaba en una. Aquella que se escondía entre árboles para disfrutar de la lectura desde que era una simple muchachita loca. La verdad es que éste don Juan tenía el corazón apartado para una sola mujer y no dejaría pasar oportunidad alguna para tenerla firme entre sus brazos y hacerla parte de él más de lo que lo era hasta entonces.

Sin embargo, el muchacho encerrado en el cuarto donde se suponía debería haber tenido la mejor conversación de su vida. Pensaba y no lograba identificar la razón para haber respondido de esa forma a la mujer que tanto lo apasionaba. ¿Sería que la necesitaba demasiado para aceptar que no quisiera ella ser parte de su vida? ¿Estaba sintiendo frustración? ¿Por qué justamente ella debía ser quien no lo quisiera? Se moría de deseos de contenerla, de besarla, y lo único que consiguió fue que huyera de él.