Escondidos (3)
La historia vista desde el otro punto de vista: Victor. (demasiado mediocre para vuestors ojos xD).
¡Dios, como le odiaba! Y sin embargo, no podía evitar sentirme obsesionado con él, no podía evitar pensar en abrazarle, en besarle y por que no, en follármelo. Pero no era eso lo que más me pedía mi interior que hiciese.
Amaba a Jonatan, era mi primer amor, el que me hizo darme cuenta de que se puede seguir adelante sin hundirse, el que me hizo entender que el amor no tenía fronteras, mi primera vez pero era todo tan confuso.
Guille no dejaba hueco en mi cabeza. Había empezado como odio, o eso creía. Me repugnaba un ser así, una persona tan sumamente arrogante, tan perfecta. Pero no, me había traicionado en mis más bajos instintos. Me había jugado una mala pasada.
Ahora me encontraba en mi cama, entrelazado con las sabanas, pensando en él, en su cuerpo, en su miembro mientras me masturbaba. Era una obsesión. Había perdido toda gana de hacerlo con Jonatan. Había perdido interés en todo. Simplemente, estaba él. Pero no podía. Era imposible.
Entre sueño, el timbre de mi casa sonó. Y sin poder remediarlo, salté de la cama de golpe, corrí por el pasillo y esperé unos segundos delante de la puerta. Respiré hondo, me miré una vez más en el espejo (encantador, como siempre) y abrí la puerta, aparentando normalidad.
Guille estaba allí. Con sus pequeñas greñas casi doradas. Sus ojos azules. Su camiseta de tiras blanca, dejando poco a la imaginación. Su vaquero. Su olor. Su esencia.
-Ei- me saludó sonriente.
-Hola- dije tímidamente, abriéndome para dejarle paso.
-Dios, que gusto entrar a una casa vacía si no hay cincuenta personas en la mía
-Los tíos, primos - dije divertido.
-He traído cuatro cosas que he encontrado por internet sobre el arte renacentista y barroco- dijo, pasándome un manojo de unos treinta papelazos imprimidos.
-Bien vamos a mi habitación- le dije. Me sentía intimidado, estando tan junto de él.
En mi habitación, nos subimos a la cama para yo poder hojear lo que había traído. Autores, obras
Se sentó a mi lado, esperando, observándome.
Pasaron horas, pasaron minutos, y ya hablábamos con cierta comodidad. No nos alejábamos del tema. Sólo era trabajo. Sólo era una amistad de conveniencia. No pensaba suspender por él.
Mi cuarto apestaba a humo, y aunque no solía fumar, Guille me había ofrecido maría, y había aceptado. Y ahora me encontraba en mi cama, estirado, mientras mi cabeza daba vueltas y cada vez tenía más ganas de llorar, pues el ansía de no saber que hacer, me abrumaba. Y Guille estaba a mi lado, intentando hacerme sentir mejor, petándose de risa.
-¡Pero capullo! ¿Cuánto hace que no te fumas un porro para que te hayas quedado así?
-Medio año o por allí -titubeé con los ojos entrecerrados. Guille se levantó de la cama, tropezándose, para coger una lata de coca-cola, cayéndosele por el pecho. Al perecer, le semejó divertido, pues no paró de reírse.
-¡Está fría, está fría!- empezó a gritar, saltando como un bobalicón.
Verle así dios, me superaba, en mi estado. No pude contener la risa, mientras tosía rudamente.
-Sí, ahora el gilipollas se ríe- chilló, acercándose a mí para hacerme cosquillas en la barriga.
-No, no, no, no- grité mareado.
Optó por tirarse encima de mí, para poder contraatacar a las patadas que daba al aire, una de ellas, llegándole en la boca de estomago.
-Te lo tienes merecido- sentencié, intentando incorporarme, sin más resultado que encontrarme en el suelo.
Me dio la mano para ayudarme. Por venganza estúpida, le empujé al suelo, sin darme cuenta que iba a caer encima de mí. Y asi ocurrió, mientras me chafaba.
Con su cara a puros centímetros de distancia, las risas cesaron lentamente. Intenté no fijarme en él. Me preguntaba porque cojones no se apartaba. Pero supongo que él estaba tan bien como lo estaba yo, entre la alfombra y su cuerpo.
Y sin saber muy bien quien dio el primer paso, sin saber realmente un porque, y aturdido como estaba, nuestras bocas se unieron simultanea y repentinamente. Rápido. Fugaz. Pero era el comienzo de todo.
Sin atreverme mucho, y miedoso, recorrí su espalda con mis manos, mientras nuestras miradas se unían en pura pasión. Y Guille, dejando de apoyar sus manos contra el suelo, y dejando todo su peso sobre mí, fue desabrochando mi pantalón como pudo, bajándolo hasta las rodillas para luego ya zafarme yo de ellos por los tobillos.
Con una mirada de miedo y furia, bajó el suyo hasta el fin de sus glúteos mientras me besaba nuevamente, con violencia y picardía. Y violentamente también, y con un movimiento seco, levantó mis piernas por debajo de las rodillas, abriéndolas, dejando hueco libre a su acto.
Notaba su miembro crecido y erecto hurgar. Había recuperado un grosor y una largada abismal. Y yo, allí, abierto de patas, con las manos en forma de cruz y él, encima de mí, de un simple movimiento de cadera, me folló.
Embestía su culo contra mí, apoyando su cabeza en mi hombro izquierdo. Casi ni me había dolido, y había aceptado fácilmente el rol de pasivo, contrario a lo que me consideraba con Jonatan. Pero, simplemente, no me parecía real. No podía ser que Guille estuviese sudando encima de mí, clavándome feroz y expertamente su mástil, apretando su cadera contra la mía, mientras besaba mi cuello instintivamente, respirando irregularmente, empapándome de su aliento.
Dios que placer. Hacía tiempo que no sentía algo así, ese poder de dejarte inmóvil, de hacerte sentir sublimemente como un dios. Deseado por el que más, follado por el mismo. En ese momento no había tiempo de remordimientos. Simplemente bastaba notarle como para comprender que las consecuencias serían secundarías, que el placer había sido merecido.
Y con movimientos más mortales y espasmódicos, sentí como vaciaba su carga dentro de mí, inundando, mientras ambos rugíamos como animales, como acto que debía cometerse.
Después de unos segundos, bajé mis piernas, y directamente, él salió de mí. Ahora su peso estaba doblemente recargado en mí. Nuestra respiración era acelerada. Mi cuello estaba chorreando de su saliva, y sentía su leche en mi interior. Y le sentía a él más cerca que nunca, más de lo que jamás hubiese pensado. Juraría que sus latidos eran tan fuertes como los míos.
Con mis manos, cogí su cabeza, fuera de romanticismos, de una manera ruda, y busqué sus labios a tientas, para jugar con su lengua y juntar nuestra saliva, besándonos salvajemente.
Lentamente, se fue escurriendo de lado, hasta caer a mi lado, ambos con los brazos abiertos, extasiados. Y lentamente, me fui girando a él, para apoyarme en su pecho. Él pasó su brazo alrededor de mi cuello. Y nuestras respiraciones volvieron, también lentamente, a reponerse. En esa habitación, el tiempo se había parado, y no había prisa de nada. O eso a mi parecer.
Se levantó intempestivamente, de repente, se abrochó el pantalón. Y se quedó quieto, dándome la espalda (que ya me había levantado). Se giró, confuso, para pronunciar sus últimas palabras.
-Nunca más chaval.
Continuará
[Bueno, a algunos le gustaban esta historia, otros creían que era mediocre y que profundizar en el sentimiento humano era inútil -, pero yo la hago, para quien le guste y para que no. Jodeos esos que sólo hacen que criticar con fundamentos nimios. Y comentad xD]
MurderHopes
Por siempre joven. Por siempre hermoso. Por siempre gay.