Esclavo por contrato: Parte XI

Andrés sale de compras con Alba y una amiga suya. acude a la última consulta de Cristina, que resulta particularmente cruel.

  • Ve a la puerta y recíbela con la misma sumisión con la que nos recibes a nosotras - ordenó mi hermana pequeña.

  • Sí Ama, con mucho gusto.

Me dirigí a la puerta de la entrada para recibir a Ana. Cuando llegó me arrodillé para besar sus pies.

  • Buenas tardes señorita, espero que este bien – comenté avergonzado por la sensación de humillarme ante esa joven casi diez años menor que yo.

Ella se quedó maravillada, mostrando una amplia sonrisa, al verme tan sumiso, tan aplicado y sin posibilidad de escaparme.

  • ¡Es verdad, esto es para siempre!

  • Sí señorita, no tengo intención de dimitir, y aunque la tuviera mis Amas no me lo permitirían bajo ningún concepto.

  • ¡Qué guay!

  • Mi Ama está en su cuarto, con permiso le indico donde está.

  • De eso nada Helena, huy sumi, vas detrás de mí como un perro faldero – corrigió sonriendo.

- Qué rápido ha corrido mi cambio de nombre.

Le acompañé a la habitación detrás de ella como me había indicado; pero no me dejó entrar, yo prefería estar fuera, cuanto menos las viera mejor para mí; pero Alba le dijo que me dejara pasar, y cuando entré me exigieron que le hiciera un moño a Ana; después les hice un a mis hermanas.

Después de peinarlas, Sara empezó a hacerme unas preguntas.

  • ¿No te gustaría saber qué te hace Cristina cuando te hipnotiza, o por qué has dejado de actuar por iniciativa propia, por qué te comportas como una marioneta a nuestra merced…

  • Sólo si ustedes desean que lo sepa, Ama.

  • Entonces dime que te gustaría saberlo.

  • Ama, si no es mucha molestia, me gustaría conocer todas esas respuestas.

  • Bueno, si tanto te interesa saberlo te lo enseñaremos.

Me indicaron que me colocara delante del monitor del ordenador y empezaron a reproducir el vídeo que grabó Cristina en la primera consulta; pasó rápido la parte en la que comentábamos como me iba, cuando llegó a la parte en que estaba hipnotizado, volvió a ponerlo a velocidad normal. En el vídeo sale Cristina ofreciéndome una cebolla, pero no la llamó cebolla, sino manzana, me ordenó que me comiera la cebolla, haciéndome creer que era una manzana, decía que ya estaba pelada y que debía comérmela con normalidad. Me preguntó si estaba buena, y yo le dije que sí a la muy guarra, así que me dio dos cebollas más para comérmelas también. Después de acabarme las dos cebollas se sentó encima de mí y empezó a besarme, con lengua incluida.

- Pero que guarra es – pensé asqueado – encima me dice que le acaricie con ternura, y yo obedezco.

Estábamos veinte minutos así, acariciándonos y besándonos; entonces me ordenó que me levantara y la acompañara a un cuarto, yo la seguía como un zombi. Me llevó a un cuarto con un ataúd colocado verticalmente; ella lo abrió, en si interior estaba lleno de clavos, me dijo que permaneciera inmóvil mientras estuviera dentro, yo entré me colocó unos auriculares y me encerró un buen rato.

- Lo que se va a oír a continuación es lo que tengo grabado en el ordenador - decía Cristina – lo he preparado para que lo oiga desde los auriculares, cuando oigas esto ya no habrá vuelta atrás, habrás venido tantas veces a mi consulta que estarás condenado a ser nuestra marioneta.

- ¿pero cómo es tan guarra? – pensé horrorizado al ver lo que me habían hecho.

  • ¿Te está gustando lo que ves? – preguntó Alba.

  • Sí Ama, me alegro de ver como se divierten tanto a mi costa, me consuela ver que tengo una utilidad.

  • Pues escucha lo que dice ahora, entenderás muchas cosas – ordenó Sara.

Cristina decía que no valía nada, que mi vida era miserable, que mi obligación era obedecer a las chicas de mi familia y a quienes ellas me indicaran, que debía hacer y decir exactamente lo que quieren que diga, que debía mostrar todo mi cariño hacia ellas, que las tratara con sumo respeto, que debía conservar la consciencia para comprender mi situación, pero que no tendría control de mi cuerpo, que soportaría las agresiones y humillaciones de las féminas, pero que debía seguir mostrando todo mi respeto y sumisión hacia ellas y hacia quienes ellas me indicaran, y si trataba de desobedecer tendría un fuerte dolor de cabeza, y el mensaje se repetía. Sara me dijo que estuve así una hora escuchando la voz de Cristina. En los siguientes vídeos se veía lo mismo, además de que Cristina empezaba a agredirme como una loca, también decía que debía vestirme con la ropa de mis Amas, aunque se enfadaran por ello.

- Cristina es la persona más macabra, más psicópata y más cruel que he conocido – pensé con ganas de llorar. Sin embargo, permanecí inmóvil, firme ante la pantalla

  • Ahora vámonos de compras, sumi – dijo Alba susurrándome al oído.

  • Sí Ama, como usted diga.

Me preparé para salir de su habitación, pero me cogió del pelo y me tiro hacia el suelo.

  • ¡Espera insolente, te tienes que peinar! – advirtió Ana. Yo estaba flipando, me movía como una marioneta sin ningún control de mi cuerpo, era como si una fuerza oculta me estuviera dominando a su antojo; y aun así las chicas me torturaban, sabiendo que yo no tenía la culpa.

  • Claro señorita, ¿Cómo quieren que me peine?

  • Hazte un moño – ordenó Alba – como llevas tiempo usando un champú especial, el pelo te ha crecido bastante rápido.

  • Sí Ama.

  • Si no sabes yo te enseño – añadió Ana.

  • Gracias señorita, usted es muy amable al ofrecerse.

En efecto, la amiga de mi hermana se hizo un moño, para que yo siguiera sus movimientos. Me costó mucho menos de lo que esperaba, tal vez, porque desgraciadamente esté asumiendo demasiado rápido este asqueroso rol.

Entonces sí que nos dirigimos a la salida de mi casa; una vez allí abrí el armario, cogí el abrigo de Alba y le ayudé a colocárselo.

  • ¿Señorita, usted ha traído un abrigo?

  • Pues claro que sí, sumi, ¿Qué pasa, tantos golpes has recibido en la cabeza que ya no riges bien, o siempre has sido así de corta?

  • Siempre he sido muy corta, señorita; y el poco cerebro que tengo nunca lo he usado muy...

  • ¡No, nunca lo has usado y punto! – interrumpió Alba.

  • ¿Es éste? - pregunté indicando el único que no recordaba haber visto, de los que estaban en el armario.

  • Sí, es ése.

Le ayudé a colocarlo con mucho cuidado; bueno, con cuidado no, porque mi cuerpo actuaba por sí solo, pero temía algo que pudiera enfadarla.

Nos fuimos a la misma tienda donde coincidí con Natalia. Por el camino debía mostrarme humilde y sumiso, caminando por detrás de ellas, y con la cabeza agachada para que estuviera por debajo de sus hombros. La gente nos miraba raro, yo me moría de la vergüenza; si sólo había féminas delante, niñas, adolescentes o adultas, se lo explicaba.

  • Es que debo obedecer a cualquier mujer en el mundo, y en este caso se me ha prohibido que camine como una persona normal – comentaba viendo cómo se maravillaban al verme tan sumiso, avergonzado y humillado. Yo permanecía bastante agachado, para que mi cabeza no superara la altura de sus hombros, y ellas parecían estar disfrutando del espectáculo.

Finalmente llegamos a la tienda. Mi hermana y su amiga me hicieron probarme todo tipo de prendas de ropa casual y de discoteca, tales como faldas largas y cortas, con flecos o sin ellos, blusas de gasa, de seda, con encaje, con lentejuelas… a continuación pasamos por una sección de perfumería y otra de joyería; entonces pasamos por una sección de vestidos de gala, me hicieron probarme un vestido rosa con tul, con un chal y guantes de seda que me llegaban hasta el codo. Era cursi, muy cursi, era idéntico al típico vestido de un cuento de hadas. Además, me hicieron comprar un broche a juego con el vestido. Querían asegurarse de que me viera bien con toda esa ropa, querían que fuera perfectamente consciente de lo que me llevaría. Únicamente el vestido me costó unos 600 €, el resto, joyas, perfumes y otras prendas, todo eso junto me costó unos 400 €. Volvimos a mi casa, y me hicieron cargar obviamente, con las cosas que compré.

  • Espero que te guste esta ropa, sumi – comentó Alba.

  • La hemos seleccionado con todo nuestro cariño – añadió Ana dándome un beso en el pómulo.

  • Me encanta señoritas, espero que pronto tenga la ocasión de usarla.

  • Vale sumi, ve a la consulta de Cristina que llegas tarde – ordenó Sara.

  • Sí Ama, en seguida – respondí agachándome para besar sus pies. A continuación, besé los de Alba y Ana.

  • ¡Qué te vayas, perro! – insistió Sara.

Me levanté de inmediato, y me dirigí a la salida, convencido de que hiciera lo que hiciera, me hubieran reñido de todas formas por algo. Nunca más volví a ver mi habitación como lo recordaba.

Llegué a la consulta de Cristina con…

- ¡Regalos! ¿Pero cuando he comprado estas cosas, y además para esta bruja psicópata? y ni siquiera recuerdo que me lo ordenaran.

La macabra amiga de mi hermana abrió la puerta, tan pronto como la vi empecé a hablar con ella.

  • Buenas tardes doña Cristina, ¿Cómo está usted? – pegunté agachándome para besar sus zapatos

  • Vaya, veo que vas aprendiendo, Helena – respondió complacida al verme tan sometido. Mientras tanto yo sentía un gran ardor a cada beso que le daba, sobre todo sabiendo cómo me trata cuando estoy hipnotizado, y que es la responsable de que me haya convertido en una marioneta.

  • Gracias por el cumplido, eso se lo debo a las mujeres de mi vida; me están enseñando bien – respondí levantándome.

  • Traigo unos regalos para usted doña Cristina.

  • Pues muchas gracias, pero no tenías que haberte molestado – respondió sonriendo.

  • Por favor doña Cristina, es una muestra de agradecimiento, por lo que está haciendo por mí, he comprendido cual es mi lugar en este mundo y que debo obedecer a las féminas, especialmente su amiga Sara, con quien siempre me he llevado muy mal, y ahora sé que debo pasarme la vida compensándolo; me hubiera gustado tener este tipo de vida desde que mi Ama me trajo al mundo, pero he estado muy ciego, porque no he tenido a nadie que me indicara el camino, pero lo he encontrado gracias a usted, y quiero que acepte esto, por favor.

- ¿Pero cómo puedo decir todo esto? ¡No tiene pies ni cabeza, estas tonterías no tienen ninguna lógica, y yo me esmero para convencer a esta mujer tan macabra con estas palabras de que le agradezco que sea una de las personas que más ha contribuido en arruinarme la vida! – yo pensaba en todo esto mientras le explicaba que quería que aceptara los regalos. Yo tenía ganas de llorar, pero me fue imposible, lo único que pude hacer era ver a esta mujer tan repugnante sonriendo y maravillada de lo que le había dicho.

  • Bueno, si tanto interés tienes lo aceptaré – respondió.

Entramos en su despacho y como abría los regalos sentada; en el fondo estaba ilusionada, mientras los abría yo permanecía por su puesto en pie e inmóvil.

  • ¡Una caja de bombones! – exclamó ella complacida. A continuación, abrió los siguientes regalos. Un perfume y un juego de maquillaje.

Mientras observaba yo me sonrojaba, condenado a seguir mirando.

  • Gracias Helena, tienes buen ojo para complacer a las mujeres – respondió complacida.

  • Le agradezco el cumplido doña Cristina, pero debe saber que mi nombre ya no es Helena, sino sumi, todo en minúsculas, dado que se me considera un simple objeto.

  • ¿sumi, y como es que te han cambiado el nombre otra vez?

  • Según dice mi Ama Raquel sumi es más apropiado dado que viene de “sumiso”

  • Vale pues… sumi, ¿cómo ha ido la semana?

  • Bastante dura, pero me acostumbro, mi supervisora me golpea constantemente, pese a que no cometo tantos errores como antes, además mi Ama Raquel ha querido que estuviera dos horas besando sus pies y sus hijas me han enseñado lo que usted me hace cuando me hipnotiza – tenía unas ganas de estrangularla…

  • ¿Te has enfadado por lo que te he estado haciendo? – preguntó sonriendo.

  • Si con ello aprendo a ser más obediente y a servir a Sara, a Alba, a Raquel y a quienes ellas quieran que obedezca, no, no me he enfadado, es más, le agradezco profundamente que me haga este tratamiento; y si usted disfruta con ello, mi enfado no tiene importancia.

  • ¿Te gustaría pintarme las uñas?

  • Por supuesto que sí, doña Cristina, sería un placer – respondí contemplándola, tan sonriente, sabiendo que yo haría todo el trabajo por ella.

  • Quítame los zapatos sumi, y las medias.

  • Sí doña Cristina.

  • Permanece de rodillas mientras me las pintas.

  • Sí doña Cristina.

  • ¿Por qué has llegado tarde?

Le expliqué todo lo que hice con Alba y su amiga.

  • Eso no es excusa. ¿Sabes que puedo castigarte si quiero?

- Incluso estando de rodillas, a sus pies, mientras le pinto las uñas me dice que puede castigarme.

  • Sí doña Cristina, de todos modos, ni usted ni nadie necesita un motivo para castigarme.

Seguimos la consulta mientras le seguía pintando.

Después de pintarle las uñas de los pies empecé, le di un beso en ambos empeines; a continuación, le pinté las uñas de las manos.

  • ¿De verdad te gusta pintarme las uñas, sumi?

  • Por su puesto doña Cristina, es un placer para mí – mientras respondía se levantó de su silla; era la primera vez que hacía eso después de sentarse.

  • Bien ahora siéntate aquí, sumi.

  • Pero esa silla es…

  • ¡Te ordeno que te sientes!

Lo siento si la he ofendido doña Cristina – respondí mientras me sentaba de inmediato, pero con cuidado para no rozarla.

Ella se sentó encima de mí, presionando mis piernas con el peso de su cuerpo y me ordenó que la acariciara con mucho cariño, tal y como se veía en el vídeo que me habían mostrado; mientras le daba caricias, también besé sus labios.

  • ¿Te he dicho que me beses, perro?

  • No doña Cristina, pero tenía muchas ganas de saborear sus labios y el carmín que lleva.

  • Bien, pues dado que tienes tantas ganas, mete tu lengua en mi boca.

  • Coge un bombón que me has regalado y mételo en mi boca.

  • Sí doña Cristina, como ordene.

Cogí la caja de bombones, la abrí, cogí uno al azar y se lo metí en la boca; ella me cogió de la mano, para aprovechar y meterme el dedo índice en la boca; yo observaba sus ojos negros, su mirada profunda y su sonrisa cautivadora y penetrante; aunque parece una persona dulce e inocente, es macabra hasta la saciedad, físicamente no es menos atractiva que Sara, pero a diferencia de mi hermana, ésta parece inocente, y su atractivo ruboriza a cualquiera.

Finalmente se levantó y mientras si quitaba uno de sus zapatos, me ordenó que me levantara también.

  • También yo tengo derecho a divertirme, ¿no?

  • Sí doña Cristina, por supuesto – respondí viendo como caminaba para ponerse detrás de mí.

Me golpeó varias veces en las nalgas con el zapato.

- ¿Pero qué he hecho yo, para merecer esto? - pensé aterrorizado.

  • ¡Túmbate, perro, con tu morro besando el suelo!

  • Sí Ama.

Entonces ella empezó a retorcerme un brazo sin remordimientos; creo que estuvo a punto de rompérmelo; de hecho creo que le hubiera gustad

  • No te muevas – ordenó muy seria.

Al momento cogió un cojín que tenía detrás del escritorio, lo colocó entre mi cara y el suelo, colocó una de sus rodillas sobre mis cervicales y apretó con fuerza, casi hasta asfixiarme; con la otra mano, aguantando el zapato me golpeó en la espalda, en el hueco entre su pierna y mi cabeza; dorso y cogote; mientras tanto yo me asfixiaba. Esa escena se me hizo eterna y tremendamente doloroso.

  • Date la vuelta perro.

Cogió el almohadón con el que me había asfixiado y volvió a taparme la cara; no sin antes mirarse las uñas.

  • Parece ya se han secado.

Sentí una gran presión sobre mi cara, posiblemente porque puso una rodilla encima del almohadón. Por otra parte me clavó sus uñas en las costillas. Después de un rato así, por un momento fugaz, me permitió tener un respiro, pero en seguida colocó una pierna sobre mi cuello para asfixiarme de nuevo y me golpeó en la cara con el zapato; tenía las manos totalmente libres, pero no fui capaz de defenderme.

Finalmente me sirvió una infusión con a saber qué más cosas. Cuando me lo bebí me ordenó que trasladara una silla a su despacho.

- Ya ha llegado el momento de que me hipnotice otra vez – pensé mientras trasladaba la silla irritado y lleno de pánico pensando en que estaría haciendo cuando despierte.

Coloqué la silla frente a ella

  • Espero que hayas disfrutado en estas consultas, porque no volverás aquí.

  • Sí doña Cristina, he disfrutado mucho a lo largo de estos días – respondí pensando… “miedo me da esto”.

  • Deja que mis palabras te invadan y sigue las indicaciones que te dé. Escucha mi voz a medida que empiezas a sentirte calmado. Respira de manera profunda y regular. Permite que el aire salga lentamente de tu pecho, vaciando completamente los pulmones…

- Estoy tranquilo, tengo una sensación agradable; siento que algo se mueve en mi cara, no sé qué es, pero me gusta; siento algo que toca mis labios, tiene un sabor extraño, pero confortable; abro mis ojos, veo una imagen borrosa, parece una persona, pero no sé quién es; el brazo derecho lo tengo alrededor de su dorso, con la mano izquierda acaricio su rostro, es suave, cálida; mientras tanto sigo sintiendo esa sensación en mis labios.

- ¡Aaaaahhh!