Esclavo por contrato: Parte VIII

Andrés trabaja en una tienda de ropa y es humillado tanto por las empleadas como por la clientela.

Pasado un mes de esclavitud mi hermana decidió que tenía que trabajar en una tienda ayudando Marta, una amiga del colegio; estaría el sábado por la mañana; el día anterior me llevó a un sitio para que me agujerearan las orejas; empecé a llevar pendientes; además el pelo me había crecido y querían que me peinara como una mujer.

Me vestí con un conjunto bastante afeminado, una blusa rosa con encajes sobre una camiseta de tirantes, y un pantalón rosa muy ajustado, me hacía daño en la zona genital, pues me apretaba bastante, pero aprendí a controlarme; por desgracia ya llevaba ropa así desde hacía tiempo.

Cuando serví el desayuno a mi familia, me ordenaron que permaneciera de pie, no querían que manchara la ropa con la que me mandarían a trabajar. Permanecí con la espalda erguida, estaba tan rígido que me dolía el dorso, pero no me moví.

-     Píntate antes de salir, tendrás que arreglarte bien – comentó Sara, mientras desayunaba – luego te dejo mi maquillaje, pintarte las uñas y los labios.

-     Sí señorita.

Cuando terminó se fue a su cuarto y yo la seguí como… como siempre.

-     Oye, ¿qué piensas de mí? – preguntó mientras la seguía.

-     Creo que es una persona maravillosa, muy bella e imponente, estoy encantado de estar a sus pies, cumplir las órdenes que me dé y dejarme humillar como quiera.

-     ¿De verdad? – respondió sonriendo – nunca hubiera creído que dirías eso de mí, ni siquiera cuando te hicimos esto.

Yo estaba muerto de vergüenza, no comprendía como pude decirle eso, esas palabras de amabilidad, intenté resistirme, pero sonó de forma totalmente natural.

Llegamos a su cuarto y me hizo pintarme los labios y las uñas de color salmón.

-     Es un tono discreto – dijo – pero quiero que acabes luciendo todos los colores, uno a uno.

Finalmente fui a la tienda, por mi propio pie, ya no trataba de escapar, ni me acordaba del chantaje al que estaba sometido, pero seguía dándome mucha vergüenza humillarme del modo que ellas me decían. No sé porque, pero cada vez que me lo planteaba, sentía algo dentro de mí que me reprimía.

Llegué a las nueve y media, a la misma hora que todas las empleadas, todas me miraban con ilusión de tenerme entre ellas. Eran tres en total, una de ellas Marta. Iban más o menos igual vestidas, unos pantalones ajustados blancos y una camisa turquesa de seda; una tenía el pelo moreno y rizado, otra castaño y liso, otra…

-     Hola, ¿tú eres Helena?

-     Sí soy yo, estoy encantada de trabajar para ustedes, señoritas – respondí al tiempo que me agachaba, no me lo explicaba, fue algo espontáneo. Cuando me agaché la que me saludó me dio una colleja.

-     Yo soy Marta – dijo sonriendo – y vas a hacer lo que te ordenemos sin rechistar.

-     Sí señorita, lo que usted diga.

Ella tenía el pelo rubio, le llegaba por debajo de los hombros y medía 1 77, cuatro cm más que yo, y eso que también llevaba tacones de cuatro cm. Subió la persiana metálica del local y les dijo a las empleadas que entraran. Yo hice el amago de entrar también, pero Marta me ordenó que entrara el último para que las otras dos me golpearan justo antes de entrar.

-     Bien, tienes mucho trabajo, quiero que compruebes que toda la ropa está en oren.

-     Sí señorita.

-     ¡Pero hazlo rápido! – exigió la del pelo rizado, mientras me empujaba – dentro de media hora empezará a venir la gente.

A base de gritos y empujones me llevaron por todo el comercio, y yo no podía ni protestar. A duras penas lo comprobé todo; así que me dirigí a una de ellas, era la del pelo castaño.

-     ¿Podría decirme su apellido, por favor? Es para saber cómo debo dirigirme a usted.

-     ¿Y a ti qué más te da cual sea mi apellido?

-     ¿Entonces cómo quiere que me dirija a usted?

-     A todas nos llamas señorita.

-     Sí señorita, como quiera; ¿hay algo más que deba hacer de momento?

Ella se acercó a uno de los muebles.

-     ¿Has comprobado que todo está en orden?

-     Sí señorita, ya lo he hecho.

Entonces ella, arrastró todos los pantalones que veía en uno de los muebles.

-     ¿Entonces qué todo esto en el suelo?

Yo no sabía cómo reaccionar, parte de mí quería recriminarla por ello, pero algo me reprimía.

-     Enseguida lo arreglo – respondí mientras me agachaba para coger la ropa.

Ella me atrapó una mano con el pie y levanté la vista para mirarla; sonreía plácidamente, era una sonrisa maléfica.

-     Hazlo rápido, la gente vendrá enseguida y quiero que todo esté listo – advirtió entonando cada palabra que decía.

-     Sí señorita.

Entonces me dejó continuar, pero primero me dio otra colleja y me tiró al suelo, tirándome del pelo.

-     Me das asco – añadió entonando de nuevo, con una sonrisa. entonces se dio la vuelta y se fue.

Cuando empecé a recoger la ropa levanté la mirada y me di cuenta de que la chica del pelo rizado nos estaba mirando maravillada y además nos gravaba, estaba disfrutando mientras me humillaba su compañera.

Finalmente recogí todo y me dirigí a la que se estaba riendo; quería preguntarle que más podía hacer. Pero su primera reacción fue darme una fuerte bofetada.

-     Vamos a disfrutar mucho contigo, estoy segura – dijo sonriendo de nuevo, justo después me besó en la cara – por favor, no te enfades con mi compañera, en el fondo es un cielo.

-     Sí señorita, lo entiendo.

-     Por favor, habla de forma afeminada – ordenó Marta, la única de las tres de las que sabía cómo se llamaba – gesticula de forma afeminada y camina de forma afeminada; aquí solo trabajan mujeres, si no te comportas como tal, te encerraremos toda la mañana en el almacén, y si viene una adolescente dile que te humille.

-     Sí señorita – respondí mientras pensaba “¿Que me humille, como voy a decirle a alguien que humille?”

-     Y cuando empiece a venir la gente, agacha la cabeza, como si les dieras permiso para darte una colleja, es más, pueden agredirte de ese modo si quieren y tú tendrás que invitarlas a ello.

-     Sí señorita.

Pasados unos minutos empezó a llegar gente; yo me sentía morir, de hecho, lo deseaba.

-     A ver, acércate a ella y compórtate como te he dicho.

Me acerqué a la mujer que me indicó, era la primera en entrar; una persona joven de unos 25 años, cuando estuve justo delante agaché la mirada.

-     Buenos días, señorita, ¿le puedo ayudar en algo? – pregunté con un tono de voz afeminado.

-     ¿Qué haces? – preguntó ella, creo que se estaba riendo de mí, y no sería de extrañar, ella se convirtió en la primera cliente que vio el ridículo que hacía.

-     Si tiene alguna duda me gustaría ayudarla, señorita.

-     Gracias, pero prefiero que me atienda alguien normal – respondió, por su forma de hablar, me pareció que me estaba infravalorando, cómo si no valorara mi interés por ayudarla.

-     Lo entiendo, pero me han encargado que la ayude.

-     No necesito que me atiendas tú – añadió antes de seguir, adentrándose, para dirigirse a Marta u otra.

Marta se acercó a mí y me partió la cara.

-     ¿Ya te has olvidado de que tenías que invitarlas a agredirte? – preguntó seria, con un tono autoritario.

-     Lo siento.

Yo levanté la mirada, me estaba poniendo rojo de la vergüenza; ellas por su parte se estaban riendo. Cuando la chica estaba junto a ellas la oí preguntar por mí, pero no sé muy bien que decían. Marta me indicó con la mano que me acercara a ellas, y yo obedecí.

-     Originalmente era el hermano de una amiga mía, pero ahora no es nada. Ven acércate y agacha la cabeza – en el momento que me agaché la del pelo rizado me dio otra colleja; ya iban cinco en toda la mañana.

-     Puedes considerarlo nuestra mascota, está aquí para trabajar por nosotras y para entretenernos.

-     ¿y cómo se humilla tanto?

-     Su prima le tendió una trampa, y él que no es muy listo, se dejó engañar. Si necesitas algo pídeselo a él, si tienes una queja dínosla y le castigaremos o le castigas tú misma, y si no… bueno, te la puedes inventar de todos modos.

Yo escuchaba lo que decía sin poder negarlo. Ella empezó a pedirme ropa de todo tipo, pantalones, blusas, faldas…

Mientras la atendía llegó otra, ahora me ocuparía de dos a la vez; y la segunda era adolescente, éstas son las peores, son casi tan bordes y burlonas cómo Sara.

-     ¿Desea algo, señorita?

-     Eh, no estoy segura… de que tú seas la persona adecuada para atenderme – respondió ella, indecisa.

-     Bueno, estoy para ayudarla – añadí agachando la cabeza.

-     ¿Cómo puedes ayudarme? – preguntó con cara de sentir curiosidad.

-     Si necesita ropa puede pedírmela, y si quiere me puede humillar o agredir, sin miramientos – respondí entregándome a sus burlas, además me sentía forzado a decirle eso, me resultaba imposible callarme, sin decir lo que quisiera, era prisionero en un cuerpo, del que no tenía control.

-     Vale, tráeme faldas.

-     Sí señorita.

Ella aprendió rápidamente su superioridad sobre mí, porque no tardó en empujarme contra uno de los muebles.

-     Esto me está gustando – dijo ella, mirándome con desprecio – ¿y a ti te gusta?

-     No señorita, no me gusta nada.

Llevé faldas al probador, se las entregué con mucho pudor, temiendo cualquier otra humillación.

-     ¿Te gustan las chicas bordes, cómo yo?

-     Usted no me gusta.

-     ¿Entonces por qué me miras tanto? ¿Por qué me no te alejas de mí? ¿No te importa que me meta contigo?

No sabía que responder, ni que hacer, finalmente me cogió de la barbilla y me dio una última orden.

-     Vete de aquí, antes de que te enteres de lo que soy capaz – dijo sonriendo con cara de maldad.

Así estuve un buen rato, me entregaba a las chicas que entraban en la tienda, no podía parar ni por un segundo, la gente a menudo me daba empujones, se reían de mí, me chillaban, me decían que el conjunto de ropa que les proponía no pegaba. Algunas eran bastante altas, sólo por eso yo me retraía frente a ellas, algunas eran verdaderos dinosaurios, pero no por ello dejaban de ser atractivas; yo me sonrojaba igualmente.

-     ¡Tú eres el hermano de Alba! – exclamó una voz femenina y sonriente, alguien joven, una compañera de su clase, empezaba a venir gente que me conocía.

-     Usted es Ana – respondí avergonzado, después de levantar la mirada.

-     ¿Qué haces aquí? ¿y por qué te has maquillado, eres marica? – preguntó exclamando, con cara de sorpresa.

-     Estoy ayudando en esta tienda.

-     Pero ésta es de chicas, no es posible que te hayan contratado.

-     Lo cierto es que estoy gratis, mi Ama lo ha dispuesto así, quería que les echara una mano – respondí aterrado, no sabía que excusa inventarme, y aunque la supiera no sería capaz de usarla.

-     ¿Quién es tu Ama?

-     Sara; aunque a su madre y su hermana también debo obedecerlas como a tal; de hecho, ya no me tratan como a un hermano.

Ella se quedó de piedra, tardó unos segundos en reaccionar, cogió el móvil y llamó a Alba. Poco después se mofó en mi cara; volvió de nuevo, pero esta vez vino embalada hacia mí y me empujó, cuando me tenía tirado en el suelo, me prohibió expresamente que me levantara, entonces me dio unas patadas, me dijo que me lo había buscado por subnormal; tenía 13 o 14 años, casi le doblaba la edad, y sin embargó me exigió que me dejara humillar y agredir delante del público, habían unas cinco personas presentes, más las empleadas, todas vieron como me dejé humillar por una colegiala, ninguna dio la más mínima muestra de compasión, de pena o empatía; es más, se rieron como si fuera un espectáculo. Yo deseaba esconderme, desaparecer, pero, no podía hacer nada más que aguantar las burlas, y encima Ana, la amiga de Alba, me ordenó que la atendiera con normalidad; lo cual hice con mucho pesar.

Una hora después de aquel espectáculo, entró otra persona que también me conocía.

-     ¿Andrés, qué haces aquí? – era una voz suave y joven. Levanté la mirada con mucho pesar y la vi a ella.

- Oh, no – pensé; era Laura, mi profesora, vestía de forma pija y se mostraba coqueta, como siempre; medía 1 76 cm, y cuando tenía unos tacones cuatro cm más, automáticamente recordé su fuerte carácter, me encogí frente a ella y me ruboricé.

-     ¿Qué te ha pasado? – no sabía que decirle –. ¿Me vas a responder?

-     He cambiado de vida – respondí despavorido.

-     Había oído que has dejado tus estudios, que te has convertido en esclavo de tus hermanas y que te habías vuelto afeminado – añadió asombrada – pero me negaba a creerlo, nunca pensé que caerías tan bajo, esperaba que tuvieras un mínimo de dignidad y amor propio.

-     Por favor, no siga – supliqué incapaz de mirarla a la cara, no me atreví a ello, tenía un atractivo imponente.

-     Y sinceramente me parece bien.

-     No siga, por favor – yo estaba a punto de llorar.

-     Siempre he pensado que cualquier cosa sería más productiva para ti que tratar de estudiar.

-     Pare, por favor.

-     No te suspendía por capricho, los estudios nunca han sido tu fuerte, no vales para eso, me alegro de que hayas encontrado tu vocación – ella seguía echándome en cara que era un inútil, y no le importaba la vergüenza que sentía en ese momento.

-     No es mi vocación, mi familia me ha traicionado, me ha arruinado la vida y me hacen trabajar aquí gratis – respondí llorando, no aguantaba más – hace un rato una amiga de mi hermana Alba, me ha humillado delante de todo el mundo; tiene casi diez años menos que yo, pero no tenía el menor reparo en dejarme en evidencia, no es la única que me ha golpeado aquí y la gente se mofa constantemente de mí, como si fuera un espectáculo.

-     ¿Y qué, quieres que hable con tu familia, para que te dejen volver con tu vida, que sigas con tus estudios? – preguntó con burla – los dos sabemos que eso no pasará, no quiero volver a verte como alumno.

-     Lo que quiero es que deje de fastidiarme.

-     ¿Por qué? No he hecho nada, y lo que ha pasado antes, ha debido ser muy divertido, es una pena que me lo haya perdido.

Ya no tenía argumentos con los que defenderme, o explicar cómo me sentía, de todos módos a ella le daba lo mismo.

-     Natalia me dijo que debías obedecer a todas las chicas del mundo, ¿eso me incluye a mí?

-     Sí señorita, y si lo desea también puede humillarme cómo ha hecho la joven – respondí con la cabeza baja, mirando al suelo.

-     Vale, arrodíllate y abrázame, pon tus brazos sobre mi dorso, y desliza tus dedos en mi espalda – ordenó curiosa.

Yo acaté su orden, con aparente devoción, con una devoción asombrosa, pero esa devoción no era real, en realidad sentía náuseas, pero como he dicho muchas veces, no podía resistirme a obedecer como me habían dicho. Posiblemente Cristina tenía razón, me estoy comportando cómo ellas quieren, no me está lavando el cerebro, porque soy consciente de lo vejatoria que es mi situación, intento resistirme, pero mi cuerpo se deja llevar cómo una marioneta que obedece las órdenes de cualquier mujer, y yo sufro, encerrado en este cuerpo que no puedo controlar. En realidad, ella era atractiva, tenía un atractivo físico que sabía potenciar con su ropa, llevaba un conjunto pijo, unos zapatos de tacón, que solía combinar con la ropa casual; en más de una ocasión me ruborizaba en clase, sólo con mirarla automáticamente me retraía, cuando me preguntaba algo, a menudo pensaba en el carácter que mostraba y me quedaba en blanco, entonces ella solía echarme en cara con una sonrisa que no estudiaba bastante; se reía en mi cara, y ahora me encontraba abrazándola con “todo mi cariño”. Mientras tanto ella me acariciaba el pelo; sus caricias eran suaves y agradables y sus manos cálidas, pero ante la imposibilidad de poder moverme, hacía que me sintiera impotente.

-     ¿Qué os pasa? – preguntó una, la del pelo rizado.

-     Se me ha ordenado…

-     ¡No te he dicho que puedas hablar, céntrate en lo que te dicho, no te vayas a desbordar de información! – interrumpió Laura, y empezaron a hablar entre ellas – resulta que este sujeto, era alumno mío, no sé qué le ha pasado para acabar así, pero me parece perfecto, porque no veas como era en clase, cómo alumno era insoportable, era un inútil, no importaba cuantas veces le explicara las cosas, nunca lo entendía. Pero estoy encantada de que la servidumbre sea su vocación.

-     Sí bueno, pues para trabajar cara al público tampoco es que sirva de mucho, porque he decidido encerrarle, pero si quieres que esté contigo por mí no hay problema. Pero avísame cuando termines – añadió con una sonrisa.

-     Vale, no te preocupes.

-     Vamos a ver, ahora quiero que arrastres tu patética cabeza hueca por el suelo, mientras me sigas, más que nada porque no creo que seas digno de mantenerla más alta que mis tobillos.

-     Sí señorita, como usted ordene – automáticamente me agaché para arrastrarme a la altura que me había indicado.

Laura se movió por toda la tienda, poniéndome a prueba; eso sí, cuando entraba en el probador, me hacía esperar en la puerta; finalmente escogió el conjunto que quería, los pagó y me entregó a Marta.

-     ¿Señorita, quiere que siga en esta postura mientras esté en el probador, o me puedo levantar?

-     No había pensado en eso, pero ya que lo dices, sí, sigue así, no sea que te vea levantado cuando salga. Seguro que no te han dicho que estás aquí para relajarte.

-     Tiene razón, no estoy aquí para esto.

seguí con Laura todo el tiempo que estuvo en la tienda, y cuando se fue habló con una empleada.

-     Todo vuestro, yo ya no le necesito.

Finalmente se fue dejándome en manos de las empleadas; la del pelo rizado, quien me dijo que no debía saber su nombre me cogió del pelo y me llevó a rastras.

-     Venga, ven conmigo, elemento.

- ¿Cómo qué elemento? – pensé abatido, me llamó elemento.

Me llevó a un cuarto, tenía varias taquillas, me empotró contra una pared, me ató las manos por detrás, abrió una de las taquillas, y me ordenó que me metiera en ella. Por dentro estaba perfumado.

- Anda, si tiene un respiradero – pensé; lo extraño es que no me hayan metido en un sitio sin ventilación, posiblemente para no asfixiarme, no sea que me muera y se queden sin juguete o esclavo; eso sí, tenía que permanecer en pie e inmóvil.

-     Tienes que estar en la tienda hasta que acabe el turno, por eso no te puedes ir aún, Sara nos dijo que debías quedarte toda la mañana.

Entonces apagó la luz, se fue y cerró la puerta.