Esclavo por contrato: Parte VII
Andrés despierta nuevamente en su casa mostrando su cariño a su familia, pese a que obedece incondicionalmente son cada vez mas crueles con él. Ha perdido completamente la identidad humana, pero sufre emocionalmente porque en realidad es consciente de su situación.
De repente me encontré sentado en el sillón de mi casa, no pensé que volverían a permitir que me sentara en el mobiliario. “ Oh Dios mío, ahora increíblemente tengo a la prepotente de mi madre sentada encima de mí, yo le hacía un masaje en los hombros y… ¡le besaba por detrás!“¡Socorro!” Pensaba, estaba asustado. Cuando me di cuenta ya le había dado por lo menos tres besos. Y el masaje… N
o sé cuánto tiempo llevábamos cuando me di cuenta, pero debió ser bastante, porque tenía las piernas entumecidas, no las sentía.
-
¿Ocurre algo, Helena? – preguntó Alba observando mi asombro.
-
¿Qué ha pasado?
-
Has vuelto de la consulta y te has ofrecido a hacerle un masaje a mi madre – respondió complacida.
-
¿Cuánto tiempo llevo así?
-
Bastante, veinte minutos.
-
¿De verdad llevo veinte minutos bajo el peso de mi madre haciéndole un masaje? Quería parar, quería irme, pero no sabía que excusa buscarme.
-
Es muy confortable que un hijo renuncie a su libertad, para entregarse a su madre y obedecerla plenamente como un esclavo – Afirmó mi madre, sonriendo mientras se relajaba al tiempo que deslizaba mis manos sobre sus hombros.
-
Es verdad, hace una semana nadie diría que serías así – Añadió Alba.
-
Y el cariño que muestras a Sara… siempre os llevabais muy mal, pero ahora le obedeces con mucha devoción, le sigues como un perro faldero y estás atenta a sus deseos, igual que con Alba y conmigo.
-
¿Qué hora es? ¿Si quieren puedo empezar a cocinar para la cena? – cualquier excusa era buena para quitarme a mi madre de encima.
-
Silencio – respondió altiva mi madre – cocinarás cuando te digamos.
-
Sí mi señora, lo siento mucho, no quería…
-
Que te calles – insistió mi madre –. Lo que pasa es que te estás cansando de estar aquí, pero te tienes que aguantar.
-
Sí mi señora.
Esto si era una tortura. Estuvimos así unos minutos más, pero a mí me parecieron horas y horas y horas…
-
A partir de ahora, Cuando te quiera agredir, tú permanecerás inmóvil – mi madre hablaba lentamente, como si estuviera saboreando cada palabra que decía – dejarás que te golpee hasta que quiera, y si mis hijas quieren hacer lo mismo también.
-
Sí mi señora, como usted ordene – respondí aterrado; si Cristina hizo que me quedara quieto mirándola fijamente posiblemente también estaría así cuando me quieran golpear.
-
Va siendo hora de que hagas la cena…
Mi madre me explicó lo que quería para cenar, pero sin levantarse, seguía amortizándome, con la presión que sentía en las piernas; quería suplicar que se levantara, pero no tendría sentido.
-
Sí mi señora.
Finalmente me permitió levantarme, para cocinar claro. Me dirigí a la cocina con las piernas adormiladas. Mientras estaba en la cocina Sara entró y empezó a darme la vara, que voy aprendiendo, que están muy contentas, que mi sumisión es mayor, cosas así, pero yo trataba de ignorarla.
-
¿Me estás escuchando?
-
Lo siento señorita, pero intento centrarme en la cena – respondí sintiendo que la cabeza me dolía.
-
Esa no es excusa, por eso preferimos que seas mujer – El mensaje estaba claro, “o espabilas, o espabilas” no paraba de menospreciarme –. Debes aprender a hacer dos cosas a la vez, y tres, y cuatro…
-
Sí señorita.
-
Vale, ¿qué opinas?
-
¿De qué?
-
¿De qué va a ser, idiota? De tu cambio.
-
Tiene razón señorita, me complace verlas felices gracias a mi sumisión – obviamente no era cierto, pero tampoco quería contrariarla –. Pero no me siento satisfecha, y quiero esforzarme más, para complacerlas.
-
Aún tienes mucho que aprender, eso es cierto, pero vas mejorando.
Estuvimos hablando media hora; todo el tiempo que estuve controlando la comida.
-
Con su permiso, voy a preparar… la mesa – me estaba poniendo nervioso.
-
A ver si me deja en paz –
pensé.
-
Sí, claro, adelante – respondió ella.
Suponía que me autorizaría.
-
¿Sabes que Amanda se ha alegrado mucho de tener una subordinada? Está encantada de tener a alguien como tú para que limpie por ella y que la responsabilidad caiga sobre ti.
-
Lo suponía señorita – empezaba tener ganas de llorar, oír impotente el sonido de su voz debió ser lo que me producía dolor de cabeza –. Me esfuerzo por aprender.
-
Y mi madre, es decir, tu señora – esta última palabra la entono especialmente, sabiendo la humillación y dolor que sentía – está encantada de que seas tú la que haya asumido el trabajo de limpiadora.
-
Me alegro.
-
¿Su amiga se queda a cenar?
-
Tenías que haber contado con ello, cuando has empezado a cocinar.
-
No volverá a pasar; lo que pasa es que…
-
Sí que se queda – no podía ni mirar a mi hermana, bien por vergüenza, bien por resignación, o bien por falta de fuerzas, pero a juzgar por el tono de su voz ella disfrutaba profundamente, viéndome tan avergonzado con la mirada tan baja; no sólo miraba al suelo por mi humildad y sumisión, también porque no me veía ni con fuerzas para levantar la mirada, tampoco tenía ganas de mirarla.
-
Si le parece puedo cocinar para ella – sugerí cuando terminé de poner los cubiertos y demás utensilios. La cabeza me dolía profundamente.
-
Es lo que debes hacer.
-
Muy bien, voy a…
-
Ya sé que vas. Te ordeno que vayas.
Entonces me dispuse a hacer más comida. Pero ella me seguía.
-
¿Es que no se cansaba nunca de agobiarme? Me estaba agobiando mucho, me causaba jaqueca, causaba…
-
Oye, ¿Estás tratando de evitarme?
-
No señorita, pero… – al parecer se dio cuenta.
-
¿Entonces por qué siempre tienes una excusa nueva para alejarte de mí? Contesta…
-
No intento evitarla, es que…
-
¡Hay dos cosas que me irritan, que me interrumpan y me mientan! – advirtió ella enojada –. Especialmente si eres tú, ¿Te enteras?
-
Tiene razón, no tenía derecho a comportarme de ese modo.
-
Discúlpate como es debido.
-
Señorita le estoy pidiendo p…
Guapa es y mucho, y tiene una voz agradable; pero sus correcciones, sus aires de superioridad y especialmente el sonido de su voz siguiéndome me torturaban profundamente, tenía ganas de llorar, de gritar, de salir corriendo, pero por alguna razón no fui capaz. Puede que sea porque se enfadaría más de lo que me atrevía a imaginar, o porque no tenía ningún sitio donde esconderme, pero lo cierto es que no hice el menor esfuerzo para huir. Es más, permanecí delante de ella aguantando su repugnante desprecio hacia mi persona.
-
¡Como es debido! Y que sea la última vez me contradices; que seas inútil no significa que no oigas.
-
¿Cuándo la he contradecido?
-
¡Contradicho, subnormal, encima no tienes vocabulario!
-
Bueno ¿Cuándo la…
-
Si quiero que te disculpes con más empeño no me vale que me digas nada que no sea la disculpa en sí, ¿Te queda claro? – mientras me hizo esta advertencia, me dio una dura bofetada.
-
Sí señorita, me esforzaré en complacerla más – respondí llevándome la mano a la cara, quejándome del dolor. No sabía qué hacer, el dolor que tenía no me dejaban concentrarme.
-
Y pensar que hace un rato te felicitaba por lo contentas que estábamos todas…
-
¿Qué pasa? – lo que faltaba, ahora mi madre entraba en escena, cada vez me trataban peor. ¿Pero por qué sigo aquí, aguantando esto? No tengo porque convivir con estas feministas tan repugnantes…
-
Díselo tú, inútil – exigió Sara –. Vamos, tu señora ha hecho una pregunta. ¿O piensas dejarla en ascuas?
-
Me estaba elogiando por mi…
-
¡Espera, de rodillas! – añadió mi madre.
-
Me elogiaba por mi cambio de actitud – mientras respondía me arrodillé delante de mi dudosa progenitora –. Decía que ustedes están satisfechas gracias a mi entrega – estaba claro; dijera lo que dijera siempre encontrarían el modo y/o la excusa para avergonzarme, reñirme, torturarme…
-
¿Qué más? – añadió Sara.
-
Sólo he hecho comida para… en fin, no he cocinado para su… perdón, hacer la cena para su amiga, mi S…
-
Vale, que piensas dejar a Vanesa sin cena.
-
No es eso, es que no me he acordado, mi…
-
¿Qué más? – añadió Sara de nuevo, pero con un tono de voz ligeramente más elevado.
-
Iba de la cocina al… trataba de evitar a su hija, yendo del salón al… perdón quiero decir… – no me salían las palabras, era incapaz de pensar, el pánico no me dejaba hablar con claridad.
-
Explícate de una vez, que pareces subnormal; ¿O es que lo eres?
-
Trataba de evitar a su hija porque…
-
No soportas a Sara, ¿es eso?
-
No mi señora, pero me estaba agobiando y…
-
Me da igual lo que te diga o haga, no quiero que trates de evitarla.
-
Sí mi señora – respondí totalmente humillado y con la dignidad por los suelos y la mirada totalmente baja, ¿qué digo de dignidad? La perdí en el momento que Irene me condenó.
¿Y qué pasa con el desprecio que me muestran? ¿Eso no cuenta? Obviamente no, no les importa, para nada.
-
¿Qué más? – Sara repetía esas palabras cada vez más alterada.
-
La he interrumpido una o dos veces, me refiero a su hija, a…
-
¿Qué más?
-
¿Cómo que “Qué más”? He dicho todo lo que pienso que la ha ofendido; no sé qué más se supone que debo decir o quieren que diga.
-
¿Qué más has hecho? – preguntó mi madre imperativa.
-
No recuerdo nada más, mi señora – por más que trataba de recordar no sabía que esperaban que dijera.
-
¿Dices que mi hija se lo está inventando?
-
Lo que digo es que no sé qué más desea que confiese.
Mi madre perdió la paciencia.
-
Vale, esta noche dormirás en tu nuevo regalo, para que pienses en lo que te queda por decir; ahora quiero que cocines para Vanesa.
-
Sí mi señora. Por cierto, me gustaría decirle algo.
-
¿El qué?
-
Desde hace rato me duele la cabeza.
-
¿Y qué, qué quieres una aspirina?
-
Sí mi señora, se lo agradecería.
-
A ti no te vamos a dar una aspirina, deberías saber que es impensable – respondió mi madre dándome una bofetada.
-
Tiene razón, ha sido una indiscreción por mi parte.
-
Olvidas una cosa – añadió Sara.
-
¿Sí, señorita?
-
Aun tienes que disculparte por la falta de respeto.
-
Me avergüenzo de faltarle el respeto – confesé de rodillas, besando las medias, con mucho pesar, pues humillarme de ese modo… las besaba por donde tenía los pies.
-
Mírala a la cara – exigió mi madre –. Que vea tus ojos de arrepentimiento.
Levanté la vista, tenía una sonrisa macabra, diabólica…
-
No, no, así me gusta más, quiero que me bese mientras me pida perdón – corrigió Sara.
-
¡Vamos, que es para hoy!
-
Lo siento mucho, señorita, le p…
-
Eres patética.
-
Le pido perdón por mi falta de respeto, haré lo posible para compensarlo – mientras me disculpaba observaba condenado sus pies y sus zapatos; el panorama era humillante para mí, pero para ella era bastante divertido. Disculparme a alguien besando sus pies era tan humillante y doloroso que hasta me costaba describirlo.
-
Vale, ya está bien – comentó Sara.
-
Lo siento señorita – insistía por inercia más que otra cosa –. Le prometo que no volveré a tratar de evitarla, cuando usted quiera contarme algo la escucharé atentamente.
-
Te he dicho que ya está bien – insistió mi hermana, riéndose –. Al final voy a pensar que lo haces porque empiezas a disfrutar humillándote y escuchar mi voz – confesó complacida de verme tan increíblemente sumiso.
-
Es que tiene razón señorita, trataba de evitarla – quería parar, pero no paraba.
-
¿Qué no hace falta que sigas! – intervino mi madre; en ese momento me di cuenta de que ya no me disculpaba por obligación, lo que hacía que sintiera más vergüenza. No sabía qué me pasaba, puede que empezara a volverme loco.
-
¿Qué me estaba pasando?
– pensé.
Cuando dejé de disculparme, en fin, cuando recuperé el control, hice la ración que faltaba de Vanesa, puse cubiertos para ella y avisé de que la cena estaba lista.
-
Espera Helena.
-
¿Qué ocurre, mi señora? – pregunté desconcertado, mientras me llevaba por la casa cogiéndome de la mano.
-
¿Qué me he dejado? –
pensaba asustado.
Me llevó a su habitación; entonces comprendí lo que pretendía.
-
Ponte esto – ordenó mostrándome su barra de labios. En cierto modo me calmé, era humillante ir maquillado, pero visto lo visto, no era tan duro como el resto de vejaciones que era capaz de imponerme –. Píntate frente al espejo.
-
Sí mi señora, con mucho gusto – ¿Cómo que con mucho gusto? Muchas cosas que había dicho se me habían escapado. Es que ya no tenía ni control de lo que decía.
Después de la barra de labios me ordenó que me hiciera una raya de rímel y que me pusiera otras cosas que no sabía ni como se llamaban.
-
Son polvos bronceadores – comentó mi madre observándome mientras me maquillaba.
-
Como si me importara algo.
-
Mi señora, le agradezco que quiera compartir su maquillaje conmigo.
-
Si tanto te interesa, puedes comprarte tu propio maquillaje.
-
¿De verdad? – no es que disfrutara en esta situación, al contrario, escucharme hablar por la fuerza era tremendamente humillante –. Pues me gustaría mucho, mi señora.
-
¿Sabes? Me estoy dando cuenta de que te estás maquillando muy bien, se nota que tienes buena mano.
Finalmente me puse el maquillaje y me presenté resignado y listo para servir a mis “Amas”.
Cuando ya estaba todo listo empecé a servirles, permanecí atento a las necesidades y servicios que pudieran requerir o solicitar. Me dirigía a ellas con frases como “¿Desea más agua, señorita?” o “¿Ha terminado, mi señora?”
Mientras les servía la cena escuchaba la conversación.
Entre ellas hablaban con un trato familiar; y no es de extrañar, son madre e hijas, y una amiga íntima.
-
Es divertido verle sometido a nuestra autoridad – afirmó Alba.
-
Aún no ha aprendido suficiente, quiero que sea más cariñoso y sumiso – añadió mi madre –. Pero va por buen camino.
-
¿Más aun? ¿Hasta dónde quería arrastrarme? Si aún no había empezado a volverme loco empezaría a partir de ese momento, salvo que me largara, pero no veía el momento, no sabía qué hacer.
-
Gracias mi señora, agradezco mucho su cumplido, significa mucho para mí.
-
Me alegro, pero quiero que te esfuerces más, y te recuerdo que sólo puedes hablar cuando te digamos.
Yo estaba atónito, ahora les hablaba espontáneamente de forma educada. Pese a ello me llamaban la atención. Y me dolía más la cabeza.
-
Dime Helena, ¿te está costando adaptarte a tu nueva situación? – preguntó Vanesa.
-
Sí señorita, pero hago lo posible por satisfacerlas.
-
¿Y me obedecerías a mí también?
-
Sí, si mis Amas… si su amiga lo dispone sí – respondí al tiempo que las miraba para saber su opinión.
Sara, con una mirada inexpresiva y seria, me intimidaba profundamente.
– ¿Qué he hecho mal? ¿En qué he metido la pata? – pensé.
Ella se levantó de la silla, en ese momento temiendo haberla enojado bajé la mirada, la observé por debajo de la cadera, hasta donde me permitía el estado de ánimo. bordeó la mesa y cuando estaba justo a mi lado…
-
¡Por supuesto que lo disponemos! – gritó con fuerza, al tiempo que me cogió de la barbilla, me hizo retroceder unos pasos y mientras seguía gritándome, me empujó hacia atrás –. ¡inútil, tienes que obedecer a cualquier amiga mía como si me obedecieras a mí!
Caí al suelo, pero antes de que pudiera levantarme se arrodilló colocando una de sus piernas sobre mi pecho, y me daba una serie de bofetadas; hice el amago de taparme la cara con las manos, de evitar que siguiera agrediéndome…
-
¡Y no se te ocurra resistirte a lo que te haga! – entonces aparté las manos –. ¡No te resistas, que publicamos las cosas que tenemos sobre ti!
No tuve más remedio que someterme a estar bajo su pierna, y aquella ráfaga de gritos y bofetadas.
-
¡Dime! ¿Vas a obedecer a mis amigas? – ella mantenía sus gritos y sus agresiones, sin miramientos, sin remordimientos… aun así me exigía que respondiera –. ¡Responde! ¡responde! ¡quiero que respondas!
-
Sí señorita – respondí a duras penas –, le obedeceré con la misma pasión con la que debo obedecer a usted o a mi señora.
No sé cómo, pero respondí.
-
¡A ver si es verdad! – entonces me soltó –. ¡Ahora levanta, y sigue sirviéndonos, desgraciado!
-
Sí señorita.
Cuando me levanté me di cuenta de que Alba me estaba grabando con el móvil, posiblemente cuando Sara empezó a humillarme a gritos delante de su amiga.
-
Pero ven rápido – ordenó mi madre; no estaba tan histérica como mi hermana, pero también fue muy prepotente. Cuando ella me llamó la atención me di cuenta de que no había avanzado del sitio, donde Sara me estaba agrediendo, la conmoción no me dejaba pensar con claridad; no, ni con claridad ni sin ella.
Cuando regresé permanecí en pie, listo para seguir sirviéndolas, debía esperar por lo menos a que terminaran ellas.
-
Si me permite una pregunta señorita – comenté a Alba –, he visto que…
-
No, no te lo permito porque no has pedido permiso ni para hablar – interrumpió ella, mostrándose indiferente.
-
Lo siento, señorita, no quería ser indiscreto, pero…
-
Pues lo has sido; a ver, empieza de nuevo.
-
Pensándolo bien tal vez no sea el momento – decidí no hablar más, me estaban poniendo nervioso, y si reventaba… delante de mi familia no era nada conveniente.
-
No mujer, no, ya que has empezado termina – estaba claro que jugaba conmigo, divirtiéndose a mi costa.
-
Señorita, ¿le puedo hacer una pregunta?
-
Venga habla.
-
Me preguntaba desde cuando… me estaba grabando y con qué motivo…
-
Te estás ruborizando – interrumpió Vanesa –. ¿Te encuentras bien? – preguntó sonriente.
-
Sí señorita, es qué…
-
Te has puesto nervioso por mí, ¿no es eso?
No sabía que responder; en unos segundos empezaba a sentir un calor inmenso, y ya no sabía si seguir con la pregunta que quería hacerle a Alba…
-
¿Te gusto, o no? – insistió sonriendo – Vamos, en el fondo sé que eres un hombre, y yo una mujer atractiva, además te has ruborizado.
-
Responde – ordenó Sara – ¿O quieres que montemos otro numerito?
No quería menospreciarla, así que…
-
Sí – los nervios hicieron que respondiera lo primero que se me pasaba por la cabeza, fuera cierto o no.
Cuando terminaron de cenar tiraron los restos al suelo, escupieron encima y echaron, dos plátanos y Sara pisoteó la mezcla; yo observaba impotente el espectáculo, me hicieron mirar, temiendo que...
-
Vale, te tienes que tomar esto – ordenó mi madre – después empezarás con la ración que te corresponde.
-
¡Venga que es para hoy! – gritó Sara mientras me daba pisotones en la cabeza.
Me hicieron comerme el potingue que habían hecho.
Después me hicieron ver como cogían cada una un trozo de la hamburguesa que sería mi cena. Una a una se metían un trozo de la carne en la boca, me hicieron ver como la masticaban; mientras tanto, me decían que me tumbara en el suelo, pensaban escupirla directamente dentro de mi boca. Esta situación fue realmente abominable. Primero mi madre, lego Alba, y finalmente Sara y Vanesa.
Cuando le tocó el turno a Vanesa, dijo que tenía sangre en el labio.
-
Oh vaya, ¿Sarita ha sido muy dura contigo? – preguntó tocándome la herida con el dedo índice. A continuación, se metió dicho dedo en la boca –. Ahora tu sangre me pertenece, no lo olvides; ahora abre la boca.
-
Sí señorita, lo que usted diga.
La abrí impotente, entonces ella escupió en mi boca. Me hizo tragarme su saliva.
Y además grabándome; me habían hecho más grabaciones y fotos de las que podía contar; y eso sin mencionar las que me hizo Irene.
-
Hoy vas a pasar la noche con saliva de Vanesa – comentó Sara.
-
Sí señorita.
-
Ahora quiero que te quedes quieta mientras te echo este líquido en los ojos; dentro de poco los tendrás así para siempre.
Me echó ese líquido de nuevo, me condenó a tener los ojos de color rosa toda la vida.
-
Venga, prepárate que te tienes que meter en la perrera, ya es tarde.
-
Sí mi señora, pero ¿qué perrera?
-
Huy, es verdad, no la has visto – añadió Alba –, está en tu cuarto, lista para meterte en ella.
Yo me quedé de piedra – ¿de verdad habían comprado en una perrera para mí? En efecto, entré en mi cuarto, y ya no tenía ni cama, en su lugar sólo había una perrera.
Yo estaba mareado. Empezaba a encontrarme mal, no podía creer que mi propia madre me hiciera pasar la noche en una habitación casi vacía. Hasta los perros se conformarían sólo con un colchón; claro que después de lo que ya había visto, podía esperar cualquier humillación o vejación. tenía que pasarme la noche encogido en una perrera. La posibilidad de que ya no vuelva a usar una cama, nunca más, era bastante real, y recuperar mi vida de persona civilizada con su dignidad, ya era impensable.
Finalmente me metí y me dejé encerrar por mi madre. Me di cuenta de que tenía un candado con una especie de temporizador, para abrirme a una hora determinada. Posiblemente para hacerles el desayuno a tiempo.
-
Y hazte a la idea de que tenemos más sorpresas para ti – añadió mi madre, justo antes de salir de mi habitación.