Esclavo por contrato: Parte VI
Andrés recibe a su familia con extrema sumisión y después de ser una tarde llena de hummillaciónes a manos de su familia vuelve a la consulta de Cristina.
Se abrió la puerta, era Sara, ni odiosa hermana, me moría de ganas por darle una p… y salir
corriendo, pero no tenía elección.
- Buenas tardes señorita – mientras le saludaba me agaché para besar sus delicados zapatos y le cogí el abrigo para después guardarlo en el armario del recibidor, un armario que nunca compartieron conmigo. No le tenía ganas a Sara, y obviamente no me divertía humillarme de ese modo, para nada, pero era mi obligación, al menos me lo exigían y desairarla sería el peor error que podría cometer después de dejarme engañar por mi prima – ¿Cómo ha ido el día?
- Veo que te has acordado besar mis pies, pero no es de tu incumbencia lo que ocurra fuera – contestó mientras me daba un pellizco bajo las costillas y clavándome las uñas – y recuerda como quiero que esté tu cabeza.
- Sí señorita, lo siento mucho – respondí mientras me colocaba a la altura requerida, pues ella quería que mi cabeza estuviera a la altura de sus hombros.
- Hola Amanda, ¿Has visto como tenemos adiestrado a este sujeto?
- Sí, ya lo veo, me he quedado impresionada cuando le he visto, y más aún cuando me lo has contado, aunque le ha costado reconocer que yo estaba informada.
- Siempre nos hemos llevado bastante mal, pero ahora se esfuerza en expiar sus faltas y satisfacerme, le pone mucho interés – añadió Sara sonriendo.
- Eso es cierto, hasta se ha esmerado por ordenar él mismo vuestras habitaciones. Me he quedado impresionada.
- Ella – corrigió Sara – ahora es una chica.
- Ya me lo ha dicho, pero no esperaba que os tomarais tan en serio su nuevo rol.
Sara se dirigió a su habitación, acompañada de Amanda, y yo las seguía, pero a un metro y medio por detrás de ellas, y con la cabeza…
- Si te fijas hasta nos sigue como un perro faldero; supongo que tiene mucho que aprender y tarda mucho en obedecer, pero irá mejorando.
Yo estaba… no puedo decir nada que no haya dicho antes, obligado a dejarme arrastrar.
- Venga, dame un abrazo, que Amanda vea cuanto me quieres – ordenó ella abriéndose de brazos; pero no hablaba como una orden, la alegría de su voz sonaba como puro cariño, nunca me había hablado de ese modo; pero yo sabía muy bien que debía tomarlo como una orden incuestionable.
- Sí señorita, yo la quiero mucho, más que nada en este mundo y quiero pasarme toda la vida cumpliendo sus órdenes – pensé sintiendo náuseas diciendo estas palabras de amabilidad.
Mientras hablaban alguien llamó al telefonillo.
- Quédate en el aseo, voy a ver quién es.
- Sí señorita – respondí mientras me dirigía al baño. Naturalmente debía tener las luz apagada; mi señora quiere que esté a oscuras en lugar de gastar luz.
Esperé unos minutos y la muy repelente de mi hermana me dijo que ya podía salir, que tenía una sorpresa para mí y debía entrar en mi habitación.
- ¿Esto qué es? – pregunté aterrorizado.
- Es evidente, paleta – añadió Sara – es una camilla para ti.
Pero una camilla articulada, y con correas.
- Así sabremos que no te puedes escapar, por las noches, no es tan cómoda como la cama de antes, pero… ya sabes, es para inmovilizarte. ¿Lo ves Amanda? No importa cuánto le humillemos, o le maltratemos, siempre estará decidida a obedecernos y mostrarnos todo su cariño.
Yo estaba de piedra, esto era inhumano.
- Venga, prepárame algo para almorzar.
- Sí señorita.
Mientras le preparaba el almuerzo a Sara, Amanda se despidió de nosotros.
- Hasta mañana señorita, que tenga un buen día.
Le entregué el almuerzo a Sara.
- Aquí tiene señorita.
Permanecí firme frente, a ella.
- ¿Cómo ha ido el día? ¿Ha sido duro? – preguntó Sara.
- De eso quería hablarle, he cometido muchos errores y mi supervisora se ha disgustado mucho, quiere que sea más eficiente. Quería que les informara a ustedes para actuar castigarme como consideren.
- ¿Qué has hecho?
Se lo expliqué todo, el engorro de la lavadora, que me detuve varias veces, todo; hasta la humillación que sentí cuando me advirtió que estaba enterada de su autoridad sobre mí.
- Si es que los hombres no podéis hacer más de dos cosas a la vez – dijo riéndose – por eso queremos que seas una mujer.
- Sí señorita.
- ¡Huy, tenemos que probar la camilla! – añadió emocionada al acabarse el almuerzo – venga vamos.
- Sí señorita.
Yo iba detrás de ella con la cabeza por debajo de la suya. No quería que me tuviera todo el día atado como castigo, pero no podía resistirme. Me tumbé en la camilla bocarriba y dejé que mi hermana me inmovilizara atándome con las correas, estaba totalmente inmovilizado, atado de pies, piernas, cintura e incluso del cuello y la frente; todo. Luego dobló la articulación para retorcer la espalda hacia detrás, me dolía mucho, pero como no dejaba de quejarme me selló la boca con precinto, Sara me dejó diez minutos así. Pasado ese tiempo volvió y me soltó.
- Ya está bien, tienes que preparar la comida y esperar en la entrada para recibir a mi madre y mi hermana.
- Sí señorita. ¿Le importa que vaya al aseo? No he ido en toda la mañana.
- Vale, por esta vez sí, pero acuérdate de que tienes que empezar a controlarte. ¿no querrás llevar pañales también, ¿verdad?
Mientras hacía la comida entró mi hermana menor.
- Hola.
En el momento que oí la voz de mí también repelente hermana Alba, acudí de inmediato al lugar donde estaba ella para besarle también los pies y ocuparme de su abrigo.
- ¿Estás haciendo la comida?
- Sí señorita, estoy en ello.
- Pues deberías haberlo hecho antes, para estar lista a mi llegada.
- Tiene razón, señorita no su hermana me ha castigado y…
- No quiero que te justifiques por nada, y menos culpando a alguien – advirtió ella partiéndome la cara –. ¿Ya te han traído la camilla?
- Sí señorita.
- Vale, pues cuando hayamos comido te quedarás ahí atada un buen rato.
- Señorita, le he dicho que no volverá a pasar.
- ¡No protestes! – espetó con autoridad partiéndome la cara. Casi le doblaba la edad, pero me trataba con sumo desprecio.
Terminé de cocinar y de preparar la mesa.
- ¿Señoritas, quieren que me quede delante de ustedes, o que espere a la señora en la entrada?
- Quédate con nosotras – dijo Sara.
- Tráenos un refresco, inútil – ordenó Alba.
- Sí señoritas.
Pasaron unos minutos y me ordenaron que esperara a mi señora, es decir a mi madre en la puerta de entrada. También me ordenaron que le informara de que ya habían traído la camilla para mí.
Después de permanecer inmóvil llegó mi madre, y me agaché de inmediato para besar sus pies.
- Buenas tardes mi señora, ya han traído la camilla – informé mientras le sujetaba el abrigo para guardarlo en un armario que por cierto nunca me dejaron usar.
- Me alegro, por la tarde te quedarás un rato atada y nos dirás que tal es.
- Ya la he probado mi señora, sus hijas me han atado antes; me han tenido un buen rato.
- ¿Cuánto?
- Creo que diez minutos, mi señora.
- No es suficiente, quiero que estés una hora. Venga sírvenos la comida.
Yo las acomodaba en el salón para servirlas, les serví el primer plato, el segundo, el vino que solicitaba mi repugnante madre…
- ¿Y Amanda, cómo se ha tomado que debías ayudarla? – preguntó mi madre.
- Se ha alegrado mucho de verme sometido a su autoridad, pero me llamaba mucho la atención, y ha sido bastante dura castigándome.
- ¿Castigándote? No te he dicho que podía castigarte, solo que te ofrecieras a ayudarla.
- Su hija se lo ha contado, mi señora – respondí avergonzado, no sabía cómo discutírselo a mi madre.
- Es verdad mamá – añadió Sara – no me parecía bien que este elemento estuviera en casa sin hacer nada, mientras Amanda se esforzaba.
- Quería explicárselo yo, en persona, pero ya no importa. Vale, esto es lo que vais a hacer, tú obedeces a Amanda en todo lo que te mande, no quiero que cuestiones sus criterios, o el motivo por el que te castigue, no quiero que la desobedezcas ni le faltes el respeto, a la menor insolencia te quedarás en la camilla un día entero excepto cuando tengas que servirnos.
- Sí mi señora, trataré de esforzarme por hacerlo bien.
- Pues creo que no te has esforzado lo suficiente. ¿no decías qué te ha castigado? A ver, ¿qué has hecho?
Yo estaba asustado, habían arruinado mi vida, pero si se enteraba mi madre también me castigaría y con más crueldad que mis dos hermanas. Pero debía decírselo porque si Sara o Alba se lo contaban sería peor. Le expliqué todo lo que había hecho mal y el castigo que me impuso Amanda.
- Pues sí que te mereces quedarte atada en la camilla, y un buen rato.
- Por favor mi señora, le ruego que me perdone.
Cuando terminaron de comer masticaron los restos de comida que se habían dejado y lo acumularon en uno de sus platos.
- Venga ahora te toca a ti – informó mi madre echando varias fresas para mezclarlas con los restos, ahora come tú.
- Sí mi señora.
Metí la cara en el plato comiendo como si fuera un perro
- ¡Date prisa estúpida, quiero que dejes el plato limpio! – exigió Sara tirándome del pelo y restregándome la cara en la comida – y no voy a consentir que seas tan descuidada cuando limpies la casa! Dime que lo has entendido, dime que lo has entendido, dime que lo has entendido…
- Sí, sí, lo entiendo y le prometo que me esforzaré por limpiar la casa, por complacerlas a ustedes y a Amanda – respondí a horcajadas.
Terminé de comerme los restos y me dirigí a mi cuarto, preparado para ser inmovilizado. Me dejaron totalmente atado; por los pies, las manos, la cintura, el cuello y la frente. Mi madre se quedó delante de mí, nos miramos mutuamente, y después de un rato empezó a golpearme con un zapato. Me dio tres golpes.
- ¡Tendrás que ser más obediente, más espabilada, más cariñosa, mas…
- ¡Para! – Sara entró en mi cuarto y me detuvo. No podía creerlo, por una vez mi odiosa hermana me defendió, pero no me fiaba, le detuvo susurrándole algo que no me dejaron oír, algo tendría planeado, pero no sabía de qué se trataba. En cualquier caso, sólo de pensar en ello me daba pánico.
Mi madre se relajó y salió.
- No te preocupes Helena, te prometo que de momento no volverá a pegarte – comentó Sara sonriendo –. Ahora quiero que abras la boca un momento.
Yo la abrí desconfiando de ella. A saber, qué quería meterme. ella aprovechó para escupirme dentro de la boca obligándome a tragarme su saliva.
Ahora fue mi madre la que echó ese líquido en los ojos; mientras tanto mis hermanas instalaron un equipo de música. No sé si fue para que los vecinos no oyeran mis quejidos, o para perturbar más mi tortura. Después doblaron la camilla, dejaron el cuarto a oscuras y se despidieron.
- Hasta luego, cielo – Sara se despidió con una burla dándome un tierno besó, pero sin duda, lleno de hipocresía.
Después de una interminable y tortuosa hora Alba entró en el cuarto y me desató.
- Prepárate, Sara te va a acompañar a la consulta de Cristina.
- Sí señorita – respondí.
En menos de media hora ya estábamos en la consulta. Sara me llevó en coche, subió conmigo, habló unos minutos con Cristina y se fue; entonces empezamos la consulta. Yo por supuesto me quedé de pie. ¿Qué clase de psicóloga atiende a sus pacientes haciéndoles estar de pie?
Cristina me hizo esperar en su despacho, poco después volvió con una tila doble y me dijo que me la tomara, también colocó una cámara de vídeo, finalmente se sentó junto al ordenador y escribió lo que le contaba.
- A ver, Helena, ¿cómo ha ido la semana?
- ¿A usted que le parece?
- Explícate.
- La semana pasada me hicieron deshacerme de toda mi ropa anterior, me dejaron sin sábanas ni almohada para la cama, hoy han traído una camilla y me dejan atado a ella varias veces al día. ¿Qué madre le hace a su hijo algo así? Me he pasado toda la semana encerrado en mi casa, excepto para venir a esta consulta, no puedo usar la tarjeta del banco sin el consentimiento de mi familia…
- No son tu familia, son tus Amas – corrigió con su típica cara de indiferencia,
- Perdón, sin consentimiento de mis Amas; no tengo privacidad…
- Di que no volverás a decir que son de tu familia – Cristina volvió a interrumpirme.
- ¿A dónde quiere llegar, Cristina?
- Tú dilo.
- Está bien, no volveré a referirme a ellas como mi familia, lo prometo.
- Bien, pero quiero que me llames doña Cristina; ahora continúa.
- Verá, desde que empezó todo esto no tengo vida social y mis Amas ya no me ven ni mucho menos como a un familiar.
- Es que no son tu familia – Dios, ahora sí que es repelente, siempre me interrumpe, me corrige con indiferencia.
- Además, mire lo que me han hecho – añadí señalando uno de mis ojos – me echan un líquido, para cambiarlos de color.
- ¿Cuál es el problema? El rosa te favorece mucho.
- Esto no puede estar pasando.
- Coge una silla de la sala de al lado y tráela para sentarte, creo que te están fallando las fuerzas – Al parecer se dio cuenta de mi situación.
- Sí doña Cristina – traje la silla y proseguimos con la consulta.
- ¿Dices que no te ven como a un familiar y que ya no tienes vida social para nada? ¿Cuál es el problema?
- ¿El problema? Todas las mujeres me hablan de forma despreciable, se pasan el día menoscabándome.
- Es que tú no vales nada – no sabía ni cómo responder a ese comentario, es que hasta ella me insulta hasta la saciedad y más aún.
- Ya, pero después de comer me han atado un buen rato y mi señora me ha golpeado con el calzado varias veces, y ya era la segunda vez que me hace esto; lo extraño es que en las dos ocasiones ha sido Sara la que le ha detenido,
- Sí, ya me lo ha dicho – mientras Cristina afirmó que lo sabía, sonreía de forma totalmente ilógica, como si fuera una simple anécdota, pero no era una anécdota, era una tragedia, su sonrisa no tenía sentido, teniendo en cuenta el tema de conversación –. Y tenía derecho a seguir agrediéndote si hubiera querido, puede hacer lo que le plazca a alguien tan insignificante como tú. ¿Le has agradecido a Sara que la detuviera?
- No quiero seguir con esto – me desesperé, no aguantaba más, ni a mi familia ni a Cristina, era más repelente que la última vez – no sé a dónde, pero me voy, ya veré a quien le pido que me acoja; pero a una mujer no, desde luego.
- Tú de aquí no te vas, maleducado, esta consulta no ha terminado – tenía razón, no sé por qué, pero no podía moverme.
- ¿Qué me has hecho?
- No te he hecho nada, no te mueves porque no quieres.
- ¿Qué me has hecho, maldita bruja?
- No vuelvas a llamarme bruja, cuanto más me insultes más sufrirás.
No podía creerlo, estaba inmóvil, sentado en la silla, sin ataduras, pero no podía moverme.
- ¿Ha sido la tila? ¿le has echado algo más?
- Vamos a hacer una cosa, ¿recuerdas cómo terminamos la última sesión? – al parecer pretendía hipnotizarme de nuevo –. Quiero que me mires al espacio que tengo entre las cejas, igual que hace una semana, ¿de acuerdo?
- No quiero mitrarte, la última vez desperté haciéndole un masaje a mi odiosa hermana – pero no podía moverme, tenía la mirada clavada en la cara de esta bruja.
- Di lo que quieras ahora, pero no volverás a llamarla hermana, y menos odiosa. Y te aseguró que te arrepentirás de cada grosería que has dicho – irónicamente no perdió la calma ni la sonrisa en ningún momento; siempre mantuvo la voz suave y dulce, y esa actitud repelente y despectiva hacia mí.
- No, por favor – supliqué llorando, tal vez tenía razón, incluso cuando estaba solo sin que nadie me vigilara no intentaba huir, y por alguna razón, aunque ahora estaba más decidido que nunca a escaparme, no me movía de la silla.
- No te preocupes, a partir de ahora, tus Amas van a estar más contentas que nunca, vas a ser más sumisa; Sara me ha dicho que su madre quiere que seas más obediente y cariñosa; pero quiere que ese cariño y obediencia salga de ti, quiere que sea espontáneo, las vas a complacer absolutamente para toda la vida, te vas a esmerar limpiando la casa y no querrás ni defenderte cuando empiecen a agredirte al parecer te tienen muchas ganas; todo va a ser maravilloso para todas a partir de ahora – yo no entendía nada, ella hablaba cómo si se tratara de un cuento de hadas, y puede que lo sea para ellas, pero para mí era una pesadilla de la que nunca despertaba.
Ella empezó a hipnotizarme otra vez, yo oía sus indicaciones, hacía el esfuerzo de no prestar atención, pero me fue inútil.
- Deja que tu cuerpo se deje llevar por mi voluntad. Empiezas a notar que tus ojos y tus párpados se hacen cada vez más pesados y dejas que se relajen – a medida que ella hablaba mi cuerpo era consecuente, le obedecía a ella, no a mí. Me hipnotizaba de nuevo y yo estaba condenado a seguirla impotente, igual que la semana anterior…