Esclavo por contrato: Parte V

Es lunes y Amanda llega para limpiar la casa, pero se encuentra con que Andrés es quien debe limpiar y Amanda se convierte en su supervisora.

Dos días después de sucumbir a la autoridad de mi madre, me desperté con la angustia de quedarme encerrado en mi casa, para ayudar a Amanda en su trabajo, y eso que no me permitían ni sentarme en los muebles ni nada, querían que me quedara de pie, y lo cierto es que ni me atrevía a cuestionar la autoridad de mi familia, en cualquier momento podrían aparecer y…

Tener que humillarme ante Amanda; era lunes, y ella vendría a mi casa para limpiarla, lo que no sabía es que ahora yo sería su ayudante, sería su subordinado; pero esto sólo era el principio; una semana después ya sería un subordinado en toda regla.

La semana pasó rápido desde que Irene me tendiera esa trampa; bueno, rápido en comparación con la que me esperaba a partir de ese momento. Me levanté a las siete de la mañana; había pasado la noche encerrado en mi cuarto sin nada con que taparme, excepto mi pijama cursi de Hello Kitty; no es que tuviera frio, pero era impensable que me hicieran dormir en esas condiciones. Me duché con los productos que me proporcionaron mis prepotentes Amas, me puse una falda corta de vaqueros con unas medias negras y una blusa de gasa, me sentía ridículo, entonces me pinté un poco y me eché perfume. Les preparé el desayuno a mi madre y mis hermanas; una taza de café, un zumo de naranja y algo de bollería. Ellas desayunaban en la cocina, y yo debía permanecer delante de ellas, con las rodillas clavadas en el suelo. La ropa interior me apretaba mucho, intentaba aguantarme, pero era muy molesto.

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¡Oye, no te toques delante de nosotras! – ordenó Alba – al menos hasta que nos vayamos.

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Sí señorita, lo siento mucho.

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Y dale con lo siento; agáchate; te dije que quería ver tu cabeza por debajo de mis muslos.

Estaba seguro de que hiciera lo que hiciera me iban a llamar la atención, hasta por estornudar.

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¿Helena, cómo has dormido esta noche? ¿has pasado frio? – preguntó mi madre.

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No mi señora, era muy confortable.

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¿De verdad? Quizás debería cambiarla por otra más pequeña, o instalar otras cosas. Tú no te mereces ni dormir bajo un techo.

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Claro mi señora – respondí anonadado. Creía que mi situación no podría ir peor, pero estaba claro que siempre encontrarían el modo de degradarme más y más.

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Mamá, sí no encontramos nada mejor podría pasar la noche en el balcón – añadió Sara. Vale que sea la primera en humillarme, pero no esperaba que me tátara precisamente peor que a un perro.

Terminaron de desayunar, se levantaron y yo me coloqué detrás de mi madre para seguirla por toda la casa. Me llevó a su cuarto de baño. Las baldosas eran de color rosa, un tono suave, al fondo tenía una bañera bastante amplia, a la izquierda el lavabo con un espejo amplio, y a la derecha un tocador, ahí es donde quería llevarme.

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Coge la barra de labios y píntame – ordenó imperativa –. El marrón.

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Sí mi señora.

Pinté a mi madre con mucho cuidado, temiendo cometer un error, la miraba con vergüenza, sin saber que pensar, ni que decir.

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Ahora pinta a Sara, está esperando en su habitación; recuerda que tienes que pintarla con tanto cariño y cuidado con el que me has pintado a mí – advirtió.

-

Sí mi señora.

Acudí al cuarto de mi hermana; la puerta estaba cerrada, di unos toques y ella me dio permiso para pasar. Cuando entré ella estaba sentada en su silla, cruzadas de piernas.

-

¿Quería verme Señorita? Su madre decía que la tengo que pintar.

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Sí, coge la barra de labios, el rojo carmesí.

-

¿Cual?

Eché una mirada en su tocador, pero tenía una docena, entre ellas, tres eran de color rojo, con distintas tonalidades, no sabía cuál era el que quería.

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Venga, ¿a qué esperas?

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¿Cuál es el carmesí? – pregunté con la mirada baja –. Si no le importa que lo pregunté.

Estaba claro que sabía cómo pillarme los dedos, y disfrutaba con ello.

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¿Voy a tener que instruirte para que aprendas a distinguir las diversas tonalidades? Puedo ocuparme si hace falta.

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Pues de no me importaría Señorita, porque no sé a cuál se refiere.

Me dijo que me los explicaría cuando tuviera tiempo, pero ese no era el momento, así que se limitó a señalar el que le apetecía llevar. Lo cogí y le pinté.

Tuve que permanecer agachado pintar a Sara, pues ni me permitió sentarme en el mobiliario. La miraba ruborizado, sintiendo el perfume que se había puesto, y el ambientador de su cuarto.

-

Cómo ya no tendrás que estudiar, podrás abrir a Amanda cuando llegue. Así no tendré que esperarla yo para ir a trabajar.

-

Sí mi señora.

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Espérala aquí, y aquí es a un metro de la puerta – ordenó imponente cuando me dio esta última orden.

-

Sí mi señora – respondí mientras les colocaba el abrigo a mis Amas.

Aunque en principio debía informar a Amanda el lunes siguien sobre mi situación, más tarde me dijeron que aún no era el momento, que la semana pasada debía ser ella quien limpiara. De hecho, cada mañana tenía que esconder la perrera para que no la viera. Pero tenía que quedarme en mi cuarto toda la mañana; tenía que estar ahí encerrado excepto para ir al baño, pero ahora era distinto; ahora tenía que informar a Amanda de su autoridad sobre mí.

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Acuérdate de informarle de tu situación.

-

Sí mi señora.

-

¡Y agacha la cabeza! – ordenó dándome una torta en la crisma – debe estar por debajo de la mía, a la altura de mis hombros, ya no sé ni cómo decírtelo.

-

Sí mi señora, no volverá a pasar.

-

Siempre dices lo mismo, esa excusa ya no me vale. Cuando oigas el teléfono dile que responda ella, no quiero que te distraigas. Aunque aún no lo sepa está tan por encima de ti como nosotras, y recuerda que debes ayudarla, si te pregunta dile has decidido quedarte para ayudarla, di que ha sido decisión tuya. De momento no le digas que eres nuestro esclavo ¿Té queda claro?

-

Sí mi señora.

-

Oye – añadió Sara – cuando vuelva quiero que me recibas de forma… degradante, me tienes que besar los pies .

-

Sí señorita .

-

Otra cosa más, quiero que me sigas por detrás a un metro y medio.

-

Sí señorita; si me permite una pregunta, ¿Qué pasará si nos ve mi supervisora?

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Nada, se quedará impresionada y posiblemente dirá que no esperaba tanta devoción por tu parte.

-

Sí señorita.

He dormido muy mal, si es que he llegado a dormir, me duele todo el cuerpo, de buena mañana me están chillando, me están pegando, y aún tiene que venir Amanda para que me deje humillar y me ordene como debo limpiar la casa tal y como hacía ella o mejor aún; posiblemente sea tan cruel como todas las chicas que he visto últimamente.

Amanda llevaba trabajando en mi casa cinco años; aun iba al instituto, cuando la conocí; entonces ni se me pasó por la cabeza que llegaría a trabajar a sus órdenes; bueno, en realidad no era un trabajo porque lo haría gratis.

-

¡Trabajar gratis en mi propia casa, sin considerar mi opinión!

Es cierto que en aquella época no mostraba mucha empatía, tal vez mereciera un escarmiento por mi actitud, pero degradarme de este modo…

A las ocho y media llamó Amanda; yo respondí de inmediato, pues esperaba junto al telefonillo, para no hacer esperar a Amanda.

-

¿Sí?

-

Soy Amanda.

Le abrí tan rápido como pude, y en unos minutos ella salió del ascensor. Yo esperaba con la puerta abierta.

-

Buenos días señorita, antes que nada, debo decirle que las cosas han cambiado en esta casa – yo me moría de la vergüenza hablándole así, con la mirada al suelo, la cara ligeramente maquillado y… vestido de mujer – he renunciado a mis estudios era para ayudarla. Dada la situación mi madre querría que dejáramos la casa impecable. Lo digo en serio, quiero facilitarle el trabajo.

-

¿Es una broma? – preguntó Amanda boquiabierta.

-

No, no lo es, señorita, ¿cree me hubiera vestido de este modo sólo para gastarle una broma? – pregunté lamentándome, se suponía que lo decidí yo por iniciativa propia, pero con mi estado de ánimo no sé si resultó muy convincente – lo digo en serio, si tiene una duda puede preguntar a mi madre, para comprobar mi predisposición, o puede ver como tengo mi habitación.

-

Estoy flipando, ¿Cómo has llegado a esto? – preguntó sonriendo. Evidentemente no tardó e encajar parte de su superioridad sobre mí.

-

Eso ahora no tiene importancia, señorita. Lo que importa es ¿Por dónde quiere que empiece? – mientras le hablaba ella se dirigió a mi cuarto.

-

¿Esto qué es? – preguntó Amanda; se quedó pasmada al ver mi habitación, sólo con una ¿cama sin sábanas ni colcha, ni almohadón?

-

Me han degradado señorita, mi madre vio que estaba inspirado y pensó que no me importaría prescindir de mis cosas ¿Por dónde empezamos? Por favor es imprescindible que me lo diga.

-

Vale, así tendremos menos trabajo, y si tantas ganas tienes de empezar cambia las sábanas de tu madre y tus hermanas; yo me ocuparé de poner la lavadora y el lavaplatos.

-

Oh, no, no hace falta, también puedo hacerlo yo.

-

Vale, pues voy a ver la tele; avísame cuando acabes con lo que te he dicho.

-

Sí señorita.

-

¿y porque me llamas señorita?

-

Nunca viene mal hablar con respeto a la gente.

-

Vale, como quieras – respondió con una sonrisa, estaría encantada de tener un subordinado –. Cuando termines avísame para que te diga más cosas.

-

Sí señorita.

Mientras ordenaba la habitación de mis hermanas alguien llamó por teléfono, posiblemente mi madre para hablar con Amanda.

-

¿Señorita, puede contestar usted? Tengo las manos ocupadas.

Ella contestó, dijo cosas como, “Sí, me ha extrañado mucho, y me parece genial” o “Voy en seguida”, ella permaneció en el despacho de mi madre, hablando el resto de la conversación,

Después de ordenar las habitaciones no sabía por dónde seguir, así que le pregunté a Amanda. Llamé a la puerta, abrí y vi a Amanda sentada tras el escritorio, entonces…

-

Estoy hablando, ¿qué quieres? – respondió altiva e inflexible, supuse que hablaba con mi madre, ahora sí que era consciente de toda su superioridad.

-

Quería preguntarle que más podía hacer, ya he ordenado las habitaciones.

-

¿Has puesto el lavavajillas?

-

No señorita.

-

Pues venga.

Empecé a temer que posiblemente le estaba explicando lo ocurrido, no vi que tuviera el contrato, pero tampoco me fijé mucho.

Acudí a la cocina a colocar el lavavajillas. Cuando llegó Amanda había colocado la mitad de los cubiertos y demás.

-

¿Hay algo que deba saber? ¿De verdad estás aquí para ayudarme? Quiero saber tu opinión personal.

-

Ya se lo he dicho antes, he decidido quedarme para ayudarla.

-

¿Y qué pasa con tu habitación? Nadie que conozca se desharía de todo lo que tiene y quedarse sólo con un somier y un colchón.

-

Señorita, ¿A dónde quiere llegar?

-

Quiero que me digas la verdad, cómo has llegado a esta situación.

-

Le digo que me he quedado porque quiero echarle una mano.

-

No es eso lo que me han dicho, he oído que te tienes que ocupar de las labores de la casa y que yo sería tu supervisora. ¿es verdad?

-

No es posible

– pensé; esa contestación me sentó como un chorro de agua fría, se suponía que se lo diría una semana después.

-

Ah, ¿también eres un marica?

-

No lo soy señorita, pero mis hermanas han decidido que debía vestirme así, según dicen, es más apropiada para mí.

-

Eres un marica porque lo han decidido tus hermanas – corrigió sonriendo.

-

Por favor no se burle, esto ya es bastante humillante para mí – supliqué avergonzado, hundido, arrastrado…

-

¿Y qué? ¿Qué vas a hacer decirle a tu propietaria qué me he burlado? – preguntó con más burla –. Le va dar igual, es más, me ha dicho que no tienes derecho ni a protestar.

-

Como quiera señorita, si insiste no quiero discutir con usted – respondí derrotado, con la mirada baja. Ni siquiera fui capaz de mirarla a la cara, cuando le suplicaba –. Respecto al trabajo, por favor, si ve algo que he hecho mal no dude en corregirme, quiero que todo este perfecto cuando llegue mi familia.

Estaba claro, ahora sabía la verdad, mi madre se lo había contado todo. Le había dicho que debía obedecerla como un esclavo, pero me dijo que eso sería dentro de una semana, que sólo me limitara a ayudar.

-

Sí señorita. Eso es.

-

He visto que estás sometido a unas normas muy rigurosas. ¿me vas a explicar qué significa?

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Es un contrato – respondí con la soga al cuello.

-

¿Tanto te cuesta acabar la frase? Es un contrato de esclavo y dice que aceptarías sin rechistar cualquier orden o castigo de cualquier mujer, ¿Eso me incluye a mí?

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Sí señorita – respondí resignado. En el fondo sabía que mi madre se lo estaba explicando cuando hablaban por teléfono, pero no tenía valor para reconocerlo.

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Dice que debes ser versátil y que debes tener capacidad de organización para realizar los trabajos domésticos, que no puedes insinuar tu cansancio para justificar tu bajo rendimiento y que cualquier mujer tiene derecho a castigarte sin un motivo justificado.

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Sí señorita, esa es una de las razones por las que me ordenaron que adoptara una personalidad femenina.

-

Pues decían que eras un desastre y Sara me ha dicho que te esmeres tanto en su cuarto, como en el resto de la casa.

-

Sí señorita – no es posible, Sara me ha expuesto a la autoridad de Amanda una semana antes de lo previsto.

Ella se fue de la cocina, y yo no sabía a donde iría, ni que estaría haciendo. Por mi parte yo tiré las sábanas a lavar y las cambié por un juego limpio, hice las camas, con cuidado para dejar las colchas perfectamente lisas.

-

Ya he hecho las camas, señorita; ¿qué más debo hacer? – Pregunté con mi orgullo por los suelos, obligado a limpiar la casa.

Yo tenía mis estudios, mis amigos, mi vida social… ahora no tengo nada, estoy encerrado en mi propia casa a merced de una mujer para hacer lo que en realidad era su trabajo.

-

¿Has ordenado las habitaciones?

-

La verdad es que no.

-

Pues ya sabes.

-

¿Has puesto la lavadora?

-

No señorita.

-

Entonces ocúpate de ello después – Ordenó con un tono de voz elevado.

-

Por supuesto – respondí abatido.

Mientras terminaba de colocaba los platos y demás elementos ella entró en la cocina para hablar conmigo mientras trabajaba.

-

Dime una cosa ¿Cómo has acabado así? – preguntó intrigada con una sonrisa y llena de curiosidad – en fin, ¿cómo dejas que tu propia familia te trate como a un esclavo, un perro, una empleada del hogar?

No me atreví a mirarla a los ojos.

-

Hice una apuesta con mi prima, la perdí y me engañó para someterme a las órdenes de mi madre y hermanas…

-

¡Sigue llenando el lavavajillas! – exclamó al ver que me había detenido.

Yo se lo expliqué todo, mientras tanto paraba ocasionalmente para mirarla a la cara.

-

¡Que no pares hasta que hayas acabado con el lavavajillas!

-

Perdón – si sólo había parado un segundo.

-

Eso te pasa por desgraciado; además, me ha dicho que no ha sido un engaño, más bien te ha puesto en tu sitio – contestó riéndose a carcajada limpia –. Venga, sigue inútil, termina de hacer lo que queda, y no interrumpas lo que estés haciendo, aunque te hable.

-

Por supuesto, lo siento mucho, no volverá a…

-

No digas que no lo harás de nuevo – interrumpió Amanda – con lo torpe que eres no me lo creo.

Estaba desesperado por salir de esta situación, tenía que aguantar sus risas e insultos, pero no veía el modo, estaba condenado, estaba acabado, estaba sin esperanza.

-

Ya está señorita, ¿quiere que limpie el suelo?

-

Túmbate, me han dicho que tengo que echar un líquido en los ojos.

-

¡No, otra vez no! –

pensé horrorizado, desde el sábado por la noche no han parado de meter ese líquido.

-

Me ha contado que no piensa tratarte como una hermana, ¿eso es verdad?

-

Sí señorita, para mi desgracia…

-

Vale, ¿entonces por qué les sigues llamando hermanas y madre?

Ella parecía intolerante, decidida a prohibirme que mencionara a mi familia de ese modo; pero era demasiado, unos días antes era completamente libre, pero ahora tengo que dejarme humillar por cualquier chica del mundo, no parece que esto acabe aquí y ahora hasta Amanda, que acababa de enterarse me hablaba totalmente autoritaria; pero no podía oponerme, esto era un mal menor, en comparación con la difusión de aquellas imágenes sobre mí.

-

Tiene razón, no tengo derecho a…

-

No te enrolles y sigue trabajando.

-

He echado una ojeada al contrato, pero voy a seguir leyéndolo, cuando termine quiero que el lavavajillas esté en funcionamiento.

-

Sí señorita, me esforzaré.

Terminé de colocar la cubertería y demás elementos, y empecé a preparar la ropa para lavarla. Cuando la lavadora estaba llena caí en había cosas que no entendía de este electrodoméstico, así que decidí preguntarle a Amanda. Obviamente se enfadaría por no saberlo, pero sería peor si no lo pongo en marcha.

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Señorita – le llamé con la mirada baja, con toda la inferioridad y respeto que pude – también he preparado la lavadora, pero no sé cómo ponerlo en marcha.

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¡Bueno, eso tenías que averiguarlo antes de que llegara! – respondió molesta, levantándose rápidamente para dirigirse a la lavadora. Por el camino me agarró del pelo y me llevó como si fuera un maletín –. A ver inútil…

Me explicó dónde iba el jabón y el suavizante.

-

¿Has puesto ropa blanca, o de color?

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De color – respondí llorando. Parte de mi quería irse de casa, ya no aguantaba más esta situación, pero no sabía a donde ir; además desde que mis hermanas hablaron a mis contactos haciéndose pasar por mí para insultarles dudo que alguien me diera un voto de confianza.

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Bien, no debes poner legía. Mientras se lava la ropa y la vajilla pasa la aspiradora.

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Sí señorita.

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Una cosa más, en el tema de castigos he visto que las personas autorizadas pueden amordazarte, encerrarte en un cuarto sin luz, pisotearte y golpearte con un zapato.

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Sí señorita. Usted está autorizada a castigarme de ese modo si cree que no trabajo bien respondí llorando del dolor y del miedo, mientras sacaba la aspiradora.

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Entonces ponte más te vale que te pongas las pilas, porque de momento ya te has ganado un buen castigo.

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Sí señorita – no quería ni pensar en el castigo que tenía pensado.

Después de llenar la lavadora y pasar la aspiradora llené el cubo de la fregona y me puse a fregar.

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Date prisa, aún tienes que tender la ropa, plancharla y repasar los muebles.

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Sí señorita – estaba totalmente agotado, dolorido, muerto de sueño, pero nada de eso le serviría de excusa para pedirle que tuviera paciencia conmigo.

Después de una dura mañana limpiando el suelo, la ropa y los muebles me tocó coger la ropa tendida de mis Amas y plancharla; la que limpié el día anterior, digo.

-

Saca la tabla y la plancha empezarás por la ropa de tu Señora.

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Sí señorita.

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Cuando hayas acabado tendrás que doblarla y guardarla en el armario; con cuidado, no quiero que se arrugue.

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Claro señorita.

Plegué la ropa con mucho cuidado, no quería que se enfadara más de lo que ya estaba. Finalmente la guardé en el armario.

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Ahora quiero que saques la ropa que se estaba lavando y la tiendas.

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Si señorita.

Cuando llegué al lugar de la lavadora me asusté, estaba todo el suelo lleno de espuma; al parecer puse demasiado jabón. Comprobé la ropa y al menos estaba seca, la saqué de inmediato y cogí la fregona para recoger la espuma; no quería que Amanda lo viera; pero salió antes de que pudiera recogerlo.

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¡Maldita sea! ¿Qué has hecho? ¿No ves que si pones demasiado jabón se sale?

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Sí señorita, lo siento mucho.

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Si cae al piso de abajo puedes crear un engorro para el vecino.

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Sí señora.

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¡No vales ni para mantener tu propia casa! – afirmó mientras me daba unas bofetadas en la cara; puede que dos, o tres, no lo sé.

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Me esforzaré en hacerlo mejor, de verdad.

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Más te vale, inútil, y piensa en cómo le vas a explicar a tu propietaria todos los fallos que has tenido.

Después de recoger el jabón y de tender la ropa nos dirigimos a los tres cuartos de baño. Me advirtió que los dejara bien, pues me encerraría en uno de ellos como castigo.

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Creía que no acabarías nunca. Venga ahora átate los pies con esto – ordenó tirando una cuerda a mis pies.

Después de atarme los pies ordenó que me tumbara en el suelo, boca abajo, me ató las manos y se fue dejándome a oscuras.

Dios mío, no sabía ni qué hora era, ni lo que quería hacerme esta bruja; creía que Sara me trataría peor que nadie, pero esta mujer la superaba con creces.

No fue mucho rato, el que estuve ahí tragándome la comida, pero se me hizo eterno.

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Ya está, aún queda media hora hasta que llegue Sara, a ver cómo le explicas lo mal que has trabajado, te sacaré de aquí diez minutos antes de su llegada, para que reflexiones sobre como podrías ser más eficiente y cómo vas a explicar la jornada de hoy. Cuando te libere quiero que te cambies de ropa para estar impecable cuando llegue – añadió ella mostrándose inflexible –. Por cierto, no te lo he dicho antes, pero ese color de ojos te favorece mucho.

Entonces se fue encerrándome finalmente a oscuras e inmovilizado. Yo quedé inmóvil e indefenso, estaba lamentándome por cometer el error que me llevó a humillarme de esa manera; además, no sé de donde lo sacan ni cuánto tiempo me lo seguirán echando ahora me echaban el líquido tres veces al día, cada vez que me miraba al espejo, siempre me veía con los ojos rosas. mientras esperaba a que Amanda me liberara las articulaciones empezaron a dolerme, me dolían, me dolían mucho, pero ¿qué podía hacer? Nada, no podía hacer nada más que lamentarme por aguantar tales vejaciones, además mientras permanecía ahí la idea de que me sometieran a vejaciones cada vez más duras me atormentaba considerablemente, pero no tenía elección.

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Ya es la hora, ahora quédate en la entrada hasta que venga Sara – Advirtió mientras me deshacía los nudos.

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Si señorita.

Tan pronto como me había desatado me levanté totalmente dolorido y me cambié la blusa de gasa por una de encaje color rosa. De inmediato me dirigí a la entrada para dar la bienvenida a una de mis Amas.

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¿Tienes que esperar así, en esa postura? – preguntó Amanda, observándome detenidamente. Estaba impresionada con mi sumisión.

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Sí señorita – respondí sin ningún orgullo, con la mirada al suelo y las manos en las piernas. Estaba agotado, pero no podía ni apoyar el cuerpo para nada.

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¿Así que es cierto? – comentó mi supervisora, maravillada – no puedes usar el mobiliario ni para descansar, aunque no tengas trabajo.

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Así es señorita, debo estar atento para cualquier servicio que se me requiera.

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Tengo curiosidad por ver como las vas a recibir – comento ella, sonriendo.

Yo permanecía firme, junto a la puerta, el cuerpo me dolía bastante, sobre todo por el modo en que Amanda me tenía inmovilizado recientemente, pensar en que tenía que humillarme para recibir a mi asquerosa hermana, y delante de la que siempre había sido la empleada del hogar me producía un pudor tremendo, pero Amanda parecía bastante intrigada e ilusionada por ver el espectáculo; sin embargo, debía permanecer inmóvil pese a la presión, no debía moverme, y menos delante de Amanda, ella podría decir que no he cumplido rigurosamente las normas, en tal caso…

La espera se me hizo larga; la tensión, la idea de recibir a Sara; la presencia de esta empleada… Yo esperaba, esperaba, esperaba…