Esclavo por contrato: Parte IV
Andrés se queda atónito con el cariño que muestra a su familia, pero ellas le corresponden de forma muy desagradecida.
No recuerdo cuanto tiempo estuve en la consulta, ni como me despedí de Cristina. Lo siguiente que recuerdo es que ya estaba en mi casa, me quedé de piedra cuando desperté; le estaba haciendo un masaje a… ¡Sara! mi odiosa hermana, yo la contemplaba atónito, estaba tumbada en el sofá del salón, sonriendo plácidamente, y yo a su lado.
- ¿Cuánto tiempo llevaba así? – me preguntaba a mí mismo, debía ser mucho rato, porque me dolían las manos – ¿Cómo he empezado a hacerle un masaje sin que me diera cuenta?
- ¿Quiere que siga señorita? – pregunté instintivamente.
- Sí, sigue hasta que te diga, inútil.
- Sí señorita.
No podía creerlo, ahora les obedecía sin darme cuenta, me insultaban sin atreverme a protestar. Pero no quería vivir bajo esa condena, obedeciendo a Sara y compañía. Había sido Cristina estaba seguro, cuando me había hipnotizado debió decirme que viniera aquí y le hiciera un masaje a mi hermana sin darme cuenta.
- Ya está bien, Helena, ahora quiero que saques tu ropa del armario y la dejes en bolsas, listas para tirarla, tienes que dejar sitio para la que has comprado; date prisa, tienes mucho trabajo.
- ¿Qué ropa, señorita?
- La que has comprado, inútil. Por cierto, me gusta mucho el conjunto que has traído; veo que empiezas bien.
- ¿Pero de qué ropa habla? Es que no sé a qué se refiere.
- No te hagas el tonto. La ropa que tienes en aquellas bolsas, detrás de ti – insistió ella, señalando tras de mí –. Las has dejado en el suelo para hacerme el masaje.
En efecto, me di la vuelta y vi tres bolsas con ropa, la saqué y…
- ¿De verdad me he comprado todo esto?
- ¿No te acuerdas? – respondió mi madre sonriendo, estaba distinta, tenía unos pendientes nuevos, unos herretes que colgaban de las orejas – has vuelto con ropa nueva para ti y un regalo que nos has hecho. ¿No irás a decirnos que tampoco te acuerdas del detalle que has tenido con nosotras?
- ¡Qué regalos! – pregunté desconcertado.
- ¡No vuelvas a levantarnos la voz, estúpida! – advirtió mi madre, mientras me daba una serie de bofetones –. No pienses que por este detalle vamos a ser mas blandas.
Yo no me movía, dejaba que me abofeteara tantas veces como quisiera, tenía miedo de enfadarla aún más. Me dio tres bofetones.
- Lo siento, lo siento, lo siento, mi señora – respondí arrodillado ante ella, besando sus pies –, es que no recuerdo nada desde la consulta con Cristina.
- Vaya, aprendes rápido, ahora me besas los pies, para disculparte – añadió ella, con una sonrisa soberbia, mirándome tan humillado.
- ¡Y no la llames Cristina, llámala señorita, Señorita Navarro o Doña Cristina, que al menos tiene una carrera, y tú ni eso! – intervino ella mi odiosa hermana mientras me agredía sin piedad, me dio otros tres golpes.
- Lo siento señorita, no volverá a pasar.
- Bien, ahora vacía tu armario y mete toda tu asquerosa ropa varonil en bolsas de basura, incluyendo la que llevas puesta y luego guarda la que te has comprado. Cuando hayas acabado vuelve aquí, ponte de rodillas y dime que ya está, entonces podrás decirme que te gustaría que te recordara el regalo que nos has hecho.
- Sí señorita, enseguida.
Cuando llegué a mi habitación, estaba casi vacío, no tenía muebles; solo el somier de la cama y el colchón, el resto había desaparecido.
Volví al salón para preguntar por los muebles, y la cama.
- Mi señora, ¿Puedo saber por qué lo único que hay en mi habitación es mi cama, pero sin sábanas?
- ¿Eres subnormal? Evidentemente vas a dormir así – respondió mi madre.
Yo no sabía qué hacer, parte de mí quería salir y acabar con esto, estaba desesperado, estaba…
- ¡Y vuelve a tu habitación, te hemos dicho que coloques tu ropa!
- Sí mi señora, voy en seguida.
- ¡Eso ya lo has dicho antes, pero no has obedecido!
Me dirigí a mi cuarto y empecé a vaciar el armario, mis pantalones, camisas, ropa interior… lo metí todo en bolsas de basura. Cuando no quedaba nada empecé a guardar la ropa que acababa de comprar en no sé qué tienda; faldas largas y cortas, medias blancas, moradas, granates y otros colores, blusas de varios tipos. No sabía qué hacer y además tenía que dormir sin nada para taparme, excepto un pijama… rosa, con un dibujo de Hello Kitty.
Cuando terminé, me puse la ropa un conjunto que acababa de comprar, unos pantalones vaqueros cortos y muy ajustados, unas medias grises, una blusa de gasa… mientras renovaba el vestuario, oí un taconeo del cuarto de Sara y Alba y como se reían de mi humillación. Cuando acabé volví al salón, me coloqué de rodillas tal y como me habían ordenado.
- Ya estoy aquí, mi señora ¿Desea algo más?
- Eso ya lo veo, no estoy ciega – respondió con tono sobradamente despectivo –. Ve al cuarto de mis hijas y pregúntales qué opinan del conjunto que llevas.
- Sí mi señora.
Acudí a su cuarto, di unos toques a la puerta y cuando me dieron permiso entré.
Dormían en una litera, en una esquina del lado izquierdo de la habitación, junto a la litera la ventana que daba al exterior con una cortina gruesa; en el lado opuesto a la litera estaba el escritorio de las dos, con una silla para cada una, de ruedas, tenían un reposabrazos; sobre el escritorio una lámpara y unas estanterías con libros entre otras cosas; el tocador estaba en la esquina, entre la ventana y el escritorio; el armario estaba a la izquierda de la puerta, justo en frente de la litera, había un espejo en frente de cada puerta; por lo general la decoración era de color violeta y blanco, bastante femenina. A mí en cambio me lo quitaron todo, me dejaron sin nada, y además tenía que obedecerlas, acompañarles y humillarme ante ellas.
- Señoritas, ¿qué les parece el conjunto que me he puesto? – pregunté con la mirada al suelo.
- Te queda bastante bien – respondió Sara emocionada – ¿a qué estás más cómoda con este conjunto?
- ¡Qué guapa estás, por favor! – añadió Alba, sonriendo; las dos hablaban como si me estuvieran elogiando, pero dadas las circunstancias, obviamente se burlaban.
Yo estaba ruborizado delante de ellas, tuve que quedarme inmóvil mientras comentaban mi nueva ropa.
- ¿No vas a responder? Contesta, dime si estás más cómoda con esta ropa.
- Si señorita, ahora me siento mejor.
- ¿Quieres preguntarnos algo? – propuso Sara.
- Sí señorita, me siento más cómoda; si no es mucha molestia me gustaría que me dijeran qué regalos les he hecho, por favor.
- Bueno, si de verdad no te acuerdas te lo digo; a mí esta pulsera. – respondió mi hermana enseñándome la muñeca, brillaba mucho, estaba compuesto por una cadena de diamantes, posiblemente habrá costado una fortuna. No es posible que me haya dejado mi dinero comprando algo así para Sara – a mi madre los pendientes que lleva puestos.
- Y a Alba dos pares de zapatos de tacón, ahora parecerá casi tan alta como tú – dijo riéndose a carcajadas. Me los describió con todo detalle –. Los que lleva puestos llevan unos cm de plataforma – como si me importara algo, con saber que eran de color rojo, y que tenían un lazo ya tenía más que suficiente. Tenía la mirada en el suelo, pensando en lo que ha podido pasar, mientras tanto ellas seguían –, están elaborados en piel, con la puntera afilada y los tacones son de tipo aguja, me darán 9 cm de altura, la puntera y los tacones son plateados.
- Los otros son parecidos, pero con – añadió Alba –. ¿Nos estás escuchando?
- Eh, si señorita.
- ¿De qué material están elaborados?
- De piel, señorita.
- ¿De qué tipo de piel? – insistió ella, aparentemente enojada.
- Piel ovina, eres una maleducada y una mentirosa – respondió por mí, al darse cuenta de que estaba perdido –. La próxima vez que salgas de compras te voy a acompañar yo, para que aprendas los tipos de calzado, y demás artilugios de moda.
- Si señorita…
- Siempre estás igual – interrumpió dándome una bofetada, ahora no había nadie en mi casa que no me hubiera golpeado, al menos una vez –. Lo cierto es que gustaría incrementar la imagen de altura, quiero que mantengas tu cara por debajo de mis mulos cuando estés en presencia mía. Excepto cuando nos sirvas la comida.
- Sí señorita.
- ¡Pues agáchate, perro!
Yo obedecí de inmediato.
- Sí señorita.
Ella se acercó a mí y me aplastó la mano derecha con un pisotón, clavándome sin piedad su afilado tacón.
- ¿Tú que eres para mí?
- No soy nada, señorita, no tengo ningún…
- Eres mi perro – corrigió con frialdad tirándome del pelo, mientras colocaba mi cara en su estómago.
- Una vez más, ¿Qué eres para mí?
- Soy su perro, señorita.
- ¿Por qué?
- Es lo que usted ha decidido.
- ¿Te gusta tu nuevo rol?
- Sí señorita, es el que me corresponde.
- Haznos la cena – ordenó mi madre, estaba detrás de mí desde no sé cuánto rato –. Pon la mesa, que nos sirvas sobre la marcha; haz comida para cuatro, tenemos una invitada.
- Sí mi señora.
- Espera un momento – añadió Alba –, túmbate.
Mientras estaba tumbado ella vertió un líquido rosa sobre mis ojos, me escocían mucho, intenté frotarme los ojos, pero me lo habían prohibido. Al momento fui al baño y observé que mis ojos estaban rosas, otra vez.
Mientras les preparaba la cena, la mesa y todo lo que me habían ordenado, llegó Irene. Mi prima Irene. Cuando estaba listo para servirlas las llamé y les dije que se sentaran.
- Dime Irene, ¿fue difícil engañarle para someterlo a la esclavitud? – preguntó mi madre.
- Que va, fue más fácil de lo que pensé – respondió mi prima riéndose – de hecho, parecía que se dejó chantajear deliberadamente. Sabiendo que le grabaría y le haría fotos no protestó más que un poco. Y eso sabiendo que podría chantajearle.
Yo la miraba casi llorando, suplicaba con la mirada que me liberaran.
- No me mires así, lo que pasa, es qué si no te hubieras dejado chantajear, tú no estarías en esta situación.
Yo estaba avergonzado, sintiendo una profunda impotencia. Quería irme, estaba desesperado, pero no me moví excepto para retirar los platos, servir la bebida…
- Mi madre no se lo cree, y eso que ha visto los vídeos y fotos, es una pena que se perdiera el espectáculo; tienes que volver a mi casa para que lo vea mi madre.
- Sí mi princesa – respondí sin ninguna posibilidad de negarme –, estaré encantada de mostrar mi sumisión ante ella.
Y otra más a la que debía obedecer. Si no me voy pronto me condenarán a ser esclavo de todas las mujeres del mundo. Lo peor de todo fue que dije cosas sin querer, se me escaparon. En parte fue espontáneo, en parte sentía algo dentro de mí que me impulsaba a ello,
Cuando habían acabado tiraron los restos al suelo, escupieron encima y echaron, dos plátanos y Sara pisoteó la mezcla; yo observaba impotente, temiendo que...
- Ya sabes ¿no? – dijo Alba; yo la miraba suplicando piedad con los ojos, pero fue inútil; es más, ellas parecían disfrutar.
- ¿Desean que me coma eso directamente del suelo, Señorita?
- Exacto – respondió la menor de mis hermanas.
Me agaché y empecé a tragar como si fuera un perro.
- ¡Vamos, date prisa, que tienes que irte a dormir! – exigió Irene, al tiempo que daba pisotones en la cabeza.
Me hicieron comerme todo; hasta dejar el suelo limpio; entonces Sara me exigió que lamiera sus zapatos para tragarme los restos que le quedaban; después me puse a fregarlo todo.
- Venga, túmbate que aún queda el postre – advirtió Sara.
Cuando me tumbé me dijo que abriera la boca y…
- Toma, toma, otra más, y otra…
Me estaba dando fresas, masivamente, no daba abasto con ellas. Me daban náuseas, me estaba atragantando, me estaba…
Dejó de atiborrarme, pero empecé a creer que me ahogaría de verdad.
- ¿Están buenas? Venga responde, ¡Quiero que respondas! – mientras me hablaba me daba cachetes en la cara, no tenían nada que ver con otras agresiones, pero con la boca llena era bastante molesto. Finalmente tragué todas y respondí.
- Sí señorita, están deliciosas.
- Ya está bien, Helena, cámbiate, ve al aseo si necesitas hacer algo y avísanos cuando salgas. Antes de dormir quiero que recapitules.
- Sí mi señora.
Al poco raro me presenté ante mi Señora y sus hijas; mis hermanas, vamos.
- Espero que hayas dicho enserio el cumplido de las fresas, a partir de ahora ésta será una de las formas en que comerás, tanto las fresas como otras cosas – advirtió Sara dándome palmadas.
- Venga ponte el pijama y lávate, perro, esclavo, o lo que seas, me da igual – ordenó mi madre, mi feminista y repugnante madre –. Va siendo hora de que te duermas.
- Sí mi señora.
Cuando estaba listo me tumbé en la cama.
- Te lo mereces ¿No? – acusó Sara con una sonrisa, apoyando una de sus piernas sobre mi pecho.
- He sido muy insolente con usted y su familia, lo reconozco, y comprendo que debo ser severamente castigado…
- Castigada – corrigió con una bofetada en la cara – ¿cuántas veces te tenemos que decir que eres una chica? Venga, sigue disculpándote.
- No debería comportarme de este modo, no tengo por qué…
- Y yo no tengo por qué escucharte hablar, ni siquiera lo dices de corazón – respondió sellándome la boca con un precinto que apareció como si se lo sacara de la manga. Finalmente me dio un beso en la mejilla.
Cuando se levantó Sara, mi madre se quitó el zapato, con una mamo me cogió de los brazos y empezó a golpearme masivamente, mientras me gritaba.
- ¡No voy a tolerar que le faltes el respeto a nadie, entérate, a nadie, a nadie…
Yo me retorcía del dolor después de la ráfaga de zapatillazos que me dio; cuando me decidí, Sara intervino, irónicamente para detener a mi cruel y macabra madre; le susurró algo al oído, pero no supe de que se trataba.
- Está bien, toda tuya, hija.
Sara se acercó con una sonrisa llena de malicia, yo me asusté, me asusté mucho, era capaz de hacerme cualquier cosa.
- No tengas miedo, sólo quiero darte un beso de buenas noches – dijo, dándome un último beso, en el pómulo derecho, finalmente colocaron un despertador en el suelo, para levantarme y prepararle el desayuno.