Esclavo por contrato: Parte III

Andrés y Sara pasan la tarde de compras y finalmente Sara lleva a su hermano a una consulta de psicología.

Eran las dos del mediodía. Había estado cocinando para mis hermanas.

Cuando empezaron a comer estuve en pie observándolas comiendo, mientras yo retiraba los platos, les entregaba el postre, rellenaba los vasos...

Después se tumbaron un rato y tuve que hacerles un masaje a las dos. Se hicieron las cuatro de la tarde y Sara se preparó para salir, y yo tenía que acompañarla.

Tuve el impulso de preceder a Sara para abrir la puerta del ascensor.

-

Muy bien, vas aprendiendo – “Premió” ella con una sonrisa.

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Justo antes de salir a la calle me dijo que debía permanecer a 80 cm por detrás de ella y con la mirada al suelo.

Entramos en un comerció donde al parecer hacían depilaciones.

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Buenas tardes – Dijo mi hermana- queremos una sesión de estaticen.

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Hola, ¿para ti? – Respondió la recepcionista. Era una persona joven, un tanto atractiva, yo me ruborizaba mirándola.

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No, yo sólo soy la acompañante, es para ella – Respondió señalándome a mí – quiere depilarse desde el cuello hacia abajo; a cera, por favor.

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Tardará un buen rato y dolerá bastante.

-

De eso se trata, y tenemos tiempo, no te preocupes.

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Ah, ya veo – Respondió la joven, sorprendida.

-

Es una larga historia, ya te la contaré.

Me indicó donde estaba la sala de depilación, me quité toda la ropa tal y como me había indicado y me tumbé en la camilla. La depilación era a cera, al empezó por las piernas, luego los brazos, el dorso, el pecho...

Al principio dolía poco. Pero más adelante...

-

¿Seguro que quieres que sea a cera? – Preguntó la joven, padeciendo.

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No, pero Sara lo ha dispuesto así, y pretende que yo me resigne.

-

¿Hicisteis una apuesta?

-

Lo cierto es que sí, la perdí yo y ahora tengo que hacer lo que me diga.

-

Y también te ha hecho perfumarte.

-

Me gusta mucho esa pulsera que llevas.

-

Es un regalo de mi señora. – Respondí con mucha vergüenza, sabía que debía hacerlo, sería mucho peor tratar de ocultárselo.

-

¿Quién?

-

La madre de Sara, antes éramos hermanos, pero para mi madre yo ya estoy muerto, ahora soy su esclavo, y esta pulsera significa que soy de su propiedad.

-

¿Me tomas el pelo?

-

No me depilaría de esta forma si fuera un farol; y eso no es todo, también puedo obedecerla a usted si lo desea.

Pasó una hora y yo salí totalmente dolorido. Mi hermana pagó y nos despedimos.

-

Así que tu esclavo, dice que también tendría que obedecerme a mi si quiero.

-

Sí claro, le encantaría servirte a ti también.

-

Vale, si volvéis lo hablamos.

Mi hermana cogió el teléfono móvil y empezó a llamar a alguien, le dijo que íbamos de camino. Pero, ¿de camino a dónde? No me atreví a preguntar.

Entramos en una tienda que estaba a dos minutos de la esteticista. Era una tienda de ropa femenina.

Nos dirigimos a una joven que estaba mirando faldas. Cuando estábamos a un metro levantó la mirada...

-

Hola Sara – Saludó una amiga de mi hermana. – ¿Cómo estás, Helena?

Yo no sabía que responder, estaba muerto de vergüenza y miedo.

-

Estás muy roja, ¿te ocurre algo? – Preguntó con burla.

-

Tengo calor – No era cierto, pero era la única excusa que se me ocurría, aunque estaba claro que ella ya sabía todo.

Sara siguió su marcha, y yo iba tras ella; fuimos a otras dos tiendas, pero yo debía esperar en la calle con las cosas de la compra. Alguien me saludó, Era un poco más baja que yo, pero con zapatos de tacón me superaba en altura, tenía el pelo castaño muy oscuro, liso y le llegaba a los codos; era Natalia, una compañera de la carrera; iba muy arreglada, llevaba un conjunto muy pijo, el vestido, los zaparos, el abrigo, todo.

-

¿Andrés, qué haces aquí?

-

Hola, le estoy aguantando las cosas a mi hermana – Yo me ruboricé, tenía miedo de que se enterara de lo que me estaba haciendo.

-

¿A Alba?

-

En realidad, ayudo a Sara.

-

¿A Sara? Decías que te llevabas mal con Sara, ¿o habéis hecho las paces?

-

Hicimos una apuesta, perdí yo y ahora tengo que seguirla.

-

Pensaba que no teníais confianza ni para hacer apuestas – Respondió Natalia incrédula, ciñendo el entrecejo.

-

Bueno, en realidad fue con mi prima, y me ordenó que obedeciera a mis hermanas.

-

Pues por lo mal que me hablabas de ella, me imagino que esto es humillante para ti, no sé cómo te dejas arrastrar de esta forma; a ver, ¿hasta cuándo la vas a seguir como un criado? – Preguntó sin mucha compasión.

-

No te burles por favor – Supliqué lleno de humillación.

-

Es que no sé cómo has caído tan bajo. Pero dime, ¿Cuánto tiempo vas a estar así?

-

Creo que para siempre – Respondí suplicando con la mirada que parara – Por cierto, fueron mis hermanas las que enviaron esos mensajes a mis contactos, no fui yo.

-

No te preocupes, suponía que sería una broma; y qué broma, te la han jugado – Siguió burlándose.

-

Natalia por favor, ya es bastante duro para mí – No sabía que más decirle para que dejara de atormentándome.

Entonces me miró la pulsera.

-

¿Y esa pulsera? No esperaba que llevaras algo así – Dijo sonriendo – claro que tu nuevo cambio de rol tampoco me lo esperaba.

-

Me lo ha regalado mi Señora, también tengo que obedecerla, en realidad es mi madre, pero me hace llamarla “mi Señora”, para ella yo ya no soy su hijo, sino su esclavo – Yo estaba totalmente avergonzado, pero ella seguía atormentándome, disfrutaba viéndome humillado.

-

¿Y me obedecerías a mí también?

-

Natalia, por favor, no me puedes hacer esto tú también.

-

Te he hecho una pregunta – contestó sonriendo –

¿Qué pasaría si tu “hermanita” se enterara de que me estás contradiciendo?

-

Se enfadaría mucho y me castigaría – No, esto no puede estar pasando. ¿De verdad no hay nadie en este mundo que quiera ayudarme, no hay ninguna mujer que mueva un dedo para ayudarme?

-

¿Entonces…

No dije nada, parte de mí esperaba que entrara en razón, parte de mí abandonó la esperanza, pues mostraba más satisfacción que clemencia. Salió Sara con su amiga e interrumpieron la conversación.

-

Helena, coge esto – Ordenó mi hermana indicándome una bolsa más, con esta ya eran tres.

-

Si, Señorita – Ahora ya no sé cómo ocultárselo a Natalia.

-

¿Señorita? así que es cierto que tienes que obedecerla – Añadió Natalia, interesada.

-

Sí, eso es – Respondí con la cabeza baja.

-

Sí – Respondió mi hermana – y no sólo eso, a partir de ahora estará tan ocupada que no podrá ni estudiar.

-

¿Helena? ¿ocupada? – Comentó la traicionera amiga – ¿También te hacen adoptar una personalidad femenina?

-

Exacto, respondió Sara – No somos muy machistas.

-

Laura se alegrará, ¿recuerdas que decía que no valías para estudiar y que era una pérdida de tiempo tratar de enseñarte? – Preguntaba Natalia sorprendida – Decía que no eras más que una carga.

-

Tiene que comprender que no vale la pena que estudie – Añadió mi hermana – que será más productiva si vive a nuestras órdenes.

-

Tú eres Sara, ¿verdad? Helena, es decir Andrés no me hablaba muy bien de ti, decía que os llevabais muy mal.

-

¿Tan mal hablaba de mí? bueno las cosas van a cambiar, estoy segura de que Helena y yo vamos a ser íntimas amigas.

-

¿También tendría que obedecerme a mí?

-

Por supuesto.

-

Entonces cuando le he preguntado no me ha respondido, de hecho, ha suplicado.

-

Aún no se hace a la idea; pero antes o después será completamente dócil, y pagará por ello.

Dame tu número y nos pondremos en contacto para que vaya a tu casa y haga lo que le mandes.

Después de una tarde muy larga, volvimos a mi casa.

-

¿Dónde dejo sus cosas señorita? – Pregunté resignado.

-

En mi cuarto, sobre mi cama, y no te demores, vamos a salir de nuevo. Cuando volvamos guardarás las cosas.

-

Sí Señorita, como ordene.

-

Hola Helena, ¿Cómo ha ido el día? – Era la voz de Alba –, espero que te queden fuerzas, mi hermana quiere volver a salir de nuevo, aún tenéis que hacer más compras – Alba entró detrás de mí mientras hablaba. Yo no sabía que responder, no podía ni mirarla a la cara, sencillamente estaba en la habitación de Sara, ordenando su ropa.

-

Contesta.

-

Sí, señorita, me quedan fuerzas para hacer cualquier cosa que usted desee – No pude mirarla cuando le hablaba, sencillamente me limité a responder mientras ordenaba las cosas de mi odiosa hermana.

-

Así me gusta, pero quiero que me mires cuando te esté hablando, y que mantengas tu cabeza por debajo de mis hombros cuando estés en mi presencia, ¿Te queda claro? No voy a dejar pasar ni una – preguntó cogiéndome del pelo.

-

Sí mi princesa, no volverá a pasar.

-

Helena, date prisa, tenemos que hacer más compras. – ordenó Sara.

-

Sí Señorita, ya casi estoy.

Unos minutos después ya había colocado toda su nueva ropa sobre la cama. A las cinco y media de la tarde volvimos a salir; esta vez nos acompañaba mi prima.

-

Vamos al salón de belleza para, tenemos que cambiarte un poco la imagen – dijo Sara, mi odiosa hermana.

Yo me quedé de piedra, no comprendía cómo pretendía que me sometiera a una sesión de belleza.

-

Vamos, no es para tanto, te ayudará a relajarte.

Fuimos a un comercio que estaba a dos manzanas. Cuando entramos una empleada nos dio la bienvenida.

-

Hola Sara – dijo la empleada mientras me miraba un momento y siguió hablando con mi hermana –, veo que esta vez os acompaña tu hermano. ¿no decías que os llevabais mal?

-

Sí Vanesa, en realidad, pero en realidad somos nosotras la que le acompañamos a él, lo que pasa es que se ha vuelto más cariñoso, más servicial y afeminado; ahora vamos a estar muy unidos, y le he recomendado este sitio.

-

¿Cómo dices?

-

Hablo enserio. Ha cambiado hace poco, y aunque le cuesta acostumbrase, he pensado que podrías ayudarle un poco en el cambio.

-

¿Eso es cierto, Andrés? – preguntó Vanesa sorprendida.

-

Sí, es cierto, señorita.

-

Fíjate si ha cambiado que me ha acompañado cuando he salido de compras para llevar mis cosas; pero eso no es todo, ya te contaré.

-

Vaya, que suerte – Añadió mirándome a mí –, ojalá mi novio fuera tan cariñoso.

-

Bueno, él vale por muchos, cuando te cuente podemos hacer algo.

-

Bien Andrés, ¿qué quieres que te haga?

-

Antes que nada, ya no me llamo Andrés, ahora soy Helena.

-

Vale, como quieras, Helena – respondió anonadada.

-

Hazle las cejas, la manicura y tíñele el pelo de rojo – sugirió Sara –. Por cierto, vas progresando.

Te odio…

Estuvimos más de media hora en el salón, me perfiló las cejas, pintó un poco, me hizo la manicura – dios mío –… Luego fuimos a ver a una amiga suya, una psicóloga.

-

Vamos a ver a Cristina, es psicóloga

-

¿ No será más bien psicópata? es que visto lo visto… – pensé.

-

Te ayudará a aceptar tu nueva vida. Te atenderá los lunes por la tarde, pero es mejor que empieces hoy.

Fuimos en coche y tardamos unos quince minutos. Llamamos a la perta y nos recibió enseguida con una sonrisa de oreja a oreja.

-

Hola Sara, ¿Cómo estás? – saludó ella hablaba muy alegre con mi hermana –. Oye, me alegro mucho por lo de tu hermano, felicidades.

-

Gracias, Ahora es muy distinto, es más servicial, sumiso, está completamente a mi merced – respondió mi hermana.

-

No se cansará nunca de decirlo –

pensé desesperado.

-

Para mí era horrible estar delante de ellas, mientras hablaban de mí, pero no sabía qué hacer para ignorarlas. Las hubiera…

-

¿Cómo estás, Helena? – Preguntó Cristina acercándose para saludarme con dos besos. Pero yo no sabía que responder, obviamente disfrutaban a mi costa.

-

Bien, gracias – respondí ruborizado, era una persona joven, atractiva, de pelo moreno, medianamente largo, moreno y rizado, tenía unos 25 años, a juzgar por sus rasgos.

-

Pues estás muy rojo, como ruborizado – añadió con burla, obviamente le encantaba dejarme en evidencia.

-

Es el calor, señorita.

-

¿Empezamos la consulta, Helena?

-

Como quiera.

-

Vale, yo me voy. Pórtate bien Helena y anima esa cara – ordenó mi hermana pellizcándome bajo las costillas y clavándome las uñas con fuerza.

-

Sí señorita, por su puesto.

-

Y no trates de ponernos una denuncia, se van a reír de ti.

-

Eso ni me lo había planteado.

Cristina también iba arreglada, parecía bastante coqueta y pija, a juzgar por sus rasgos; parecía una persona inocente, pero a saber. llevaba un traje negro, como de oficina, debía medir alrededor de 1 60, tenía el pelo moreno y liso que le llegaba por debajo de los hombros.

Nos dirigimos a su despacho y empezamos a hablar. Ella se sentó frente a su ordenador, para escribir. Yo en cambio tuve que estar de pie, frente a ella con una cámara de vídeo grabándome.

-

Bien Helena, ¿Cómo has llegado a esta situación?

-

Ayer hice una apuesta con mi prima, la perdí y me convertí en su esclavo, pensaba que sería por un día, pero me hizo fotos y vídeos con ropa femenina; entonces empezó a chantajearme con hacer públicas las fotos y grabaciones si no le obedecía en todo lo que quisiera. Y no sólo a ella, también a mis hermanas y mi madre.

-

¿Y cuál es el problema? Los perros pasan la mayor parte de su vida en casa y no se acaba el mundo.

-

¿El problema? Pues que no soy un perro, ya no tengo vida. ¡Hasta quieren que deje mis estudios para ocuparme de la limpieza de la casa!

-

No me levantes la voz.

-

Lo siento Cristina.

-

Señorita, señorita Navarro – Corrigió ella entonando especialmente la primera palabra.

-

Sí Señorita Navarro, no volverá a pasar.

-

Estás un poco tensa, ¿Quieres una tila?

-

No sé si quiero.

-

¿Sabes? Cuando alguien te ofrece algo causa mala impresión rechazarlo.

-

Disculpe Señorita Navarro; Sí que quiero, gracias – Respondí desconfiando un poco, pero una tila no me iba a hacer nada.

La joven salió del despacho, esperé un rato y volvió pasados unos minutos.

-

Aquí tienes.

-

Gracias.

Mientras me lo bebía seguíamos hablando.

-

¿Cómo te llevas con tu Ama?

-

Pues antes no me llevaba tan mal, solía insinuarme que debería obedecer más, no obstante, no le hacía mucho caso. pero es que ahora no me trata ni como a un animal; esta mañana sin ir más lejos me ha dado una serie de bofetadas por todas las cosas que no he hecho, y que debería hacer a lo largo de mi vida, además ahora tengo que dirigirme a ella como “Mi Señora”.

-

Bueno, entonces haz lo que te manden y todo irá mejor. – Ella hablaba como si quisiera decirme que es de sentido común.

No sabía cuánto más iba a aguantar en esta situación hasta darme a la fuga, aunque estuviéramos en plena sesión.

-

¿Qué remedio?

-

Sara me dijo que antes de venir aquí pasaríais por un salón de belleza. ¿Cómo te ha ido, no te sientes mejor?

-

¡Por supuesto que no! – respondí molesto por la actitud de Cristina.

-

No me levantes la voz, estoy segura de que tus Amas se enfadarán si les digo que me has chillado. ¿O es que no eres una persona civilizada? Ah, claro, eres un perro.

-

Tiene razón Señorita Navarro, lo siento mucho, pero no se lo cuente a mi hermana, por favor se lo suplico – Supliqué atemorizado, no quería ni pensar en el castigo que me pondrían, aunque tal vez sea capaz de decírselo de todas formas.

-

Tú no puedes ni decirme que le debo ocultar a mi amiga, ni como vamos en las consultas, ni nada. – Ella me miraba con cara de pensar “Me das igual” o “No es mi problema” que es lo mismo.

-

Un psicólogo no se supone que debe tener en secreto lo que le cuenta su paciente.

-

No tienes por qué hablarme del secreto profesional, además yo nunca he dicho que seas mi paciente.

-

¿Si no soy su paciente que soy?

-

El esclavo de una amiga mía, sólo eso; ¿te queda claro?

-

Sí señorita, lo siento mucho – dijera lo que dijera ella siempre me corregía con una prepotencia pasmosa.

-

Tienes mucho que aprender, ¿qué pasa, que porque no soy de la familia piensas que no tienes que mostrarme respeto?

-

No es eso, es que…

-

¿O quieres que tu Señora te castigue?

-

Sería humillante, no quiero ni pensar…

-

Es que tú no piensas; acepta la realidad y todo será más llevadero.

-

Sí señorita – ¿por qué tengo que aguantar a esta borde?

-

Por cierto, te he preguntado si eres una persona civilizada, o no ¿Lo eres?

-

Sí señorita.

-

¿Por qué no te creo?

-

Explíquese si no es mucha molestia – sugerí desconcertado, esta bruja, aunque es de apariencia inocente es, es…

-

Los esclavos no son personas y tú eres un esclavo; eso dice tu propietaria. ¿Por qué?

-

Tiene razón señorita – yo estaba atónito escuchándola.

-

¿En qué?

-

No soy una persona civilizada, sino el esclavo de una amiga…

-

¿Entonces porque me has

chillado? ¿Te crees que puedes tratarme así? ¿o quieres que te castiguen?

-

Esto es difícil para mí – respondí intentando contener mis lágrimas.

-

Pues ponte las pilas y aplícate

¿Por qué no te comportas como una persona civilizada? Por qué…  – ella seguía y seguía haciéndome preguntas y yo no sabía cómo responder.

-

Sí, sí, verá, lo de levantarle la voz ha sido un acto reflejo, trataré de controlarme…

-

Que no se vuelva a repetir, ¿Estamos? Y no vuelvas a interrumpirme.

-

Sí Señorita Navarro.

-

Coge una silla del cuarto de al lado y ven de inmediato. ¿o quieres pasarte toda la consulta de pie?

-

No señorita, pero mi Ama me ha prohibido usar el mobiliario...

-

Bueno pues yo te ordeno que traigas una silla y que te sientes.

-

Sí señorita. Por cierto, ¿no quiere que le diga por qué no me comportaba de forma civilizada? – Estaba comiéndome la cabeza, empezaba a volverme loco.

-

¿Para qué? Me aburren tus explicaciones.

-

¡Y se queda tan fresca! ¿Pero, esta tía de qué puñetas va? Es irritante, es asquerosa, es…

-

Venga, te he dicho que cojas una silla.

-

Sobran las palabras.

-

¿No quieres sentarte?

-

Sí Señorita Navarro – respondí convencido que me sometían a esta consulta sólo para tocarme las narices; obviamente es peos convivir con mi familia, pero aún así…

En unos segundos ya estaba en su despacho sentado por fin, estaba tremendamente cansado.

-

¿No vas a darme las gracias? Eres muy antipático.

-

Gracias señorita Navarro, por permitirme el lujo de sentarme, lo necesitaba – Respondí con más sarcasmo que otra cosa, mientras me sentaba en la silla.

-

¿Por qué me da la impresión de que no lo dices de corazón?

-

¿No le gustan los sarcasmos?

-

No me vengas con esas, aquí las preguntas las hago yo; ¿te enteras?

-

Señorita, estoy cansado, estoy muerto de sueño, estoy…

-

¿Te enteras sí, o no?

-

Sí señorita.

-

Cuando te haga una pregunta responde de forma sincera e inmediata, ¿te enteras?

-

Oye, ¿todas las amigas de Sara son iguales, es decir tan repelentes como tú? Más que nada para hacerme a la idea.

-

Esa es una grosería muy grande – afirmó mientras su rostro cambiaba radicalmente, desapareció su sonrisa y su expresión de indiferencia.

-

Lo siento señorita – me disculpé a observar que toqué un punto sensible con ese comentario; estaba totalmente seria, tanto que hasta intimidaba, ahora…

-

No vuelvas a decir algo parecido, te aseguro que de ésta te vas a arrepentir ¿estamos?

-

Lo único de lo que me arrepiento en esta vida es de hacer aquella apuesta con mi prima.

-

Ahora tal vez, pero dentro de unos días hacer esa apuesta y entregarte a la familia de Sara como su esclavo será la primera cosa de la que te enorgullezcas. Y te recuerdo que Irene ya no es tu prima – sus palabras daban miedo, oírla hablar con esa seguridad me dejaban desconcertado – de esta grosería te vas a arrepentir, recuérdalo.

-

Ya veremos – respondí pensando que ya lo pillaba, esta consulta es sólo para tocarme las narices.

-

Lo digo en serio, aprenderás a morderte la lengua, contenerte, a decir lo que queramos oír, a comportarte como nos guste a nosotras, a ser cariñoso y detallista, y a sacrificarte por nosotras. Pero te lamentarás toda la vida por faltarnos el respeto a Sara y a mí, aunque no lo demuestres, porque como he dicho aprenderás a morderte la lengua – afirmó ella con una sonrisa llena de malicia.

Yo me ruboricé, empecé a sudar, ¿y si tenía razón?

-

De momento no pensemos en eso, pero quiero que te disculpes – ordenó mientras bajaba la persiana y la luminosidad de la lámpara.

-

Lo siento, le ruego que me disculpe.

-

Podría estar mejor. Vamos a hacer una cosa, quiero que centres tu mirada en mi frente y respires lenta y profundamente – añadió cambiando el tono de su voz, ahora era suave, bajo, lento y dulce; ya no era como cuando se había ofendido.

-

¿Va a hipnotizarme?

-

Haz lo que te diga.

Centré los ojos en su frente y respiré como ella me había indicado.

-

Deja que mis palabras te invadan y sigue las indicaciones que te dé. Escucha mi voz a medida que empiezas a sentirte calmado. Respira de manera profunda y regular. Permite que el aire salga lentamente de tu pecho, vaciando completamente los pulmones.

Yo trataba de seguir sus indicaciones, pero no podía mantener la mirada fija me costaba, inconscientemente apartaba la vista.

-

Trata de concentrarte en el espacio justo entre tus cejas. Deja que tus ojos y tus párpados se relajen y se hagan pesados. Relaja tus pies y tobillos. Siente como los músculos se hacen ligeros y se aflojan en tus pies, como si no necesitaran hacer esfuerzo para mantenerse.

Ahora puedes sentir cómo te relajas. Puedes sentir una sensación pesada y relajada que cae sobre ti y, a medida que sigo hablando, esa sensación pesada y relajada se hace cada vez más fuerte hasta que te hace caer en un estado de relajación profundo y pacífico.

Se hace más fuerte, más fuerte más fuerte…