Esclavo por contrato. Parte II

Andrés le cuenta la situación a su madre y ella no duda en imponer su autoridad sin miramientos.

Una semana después de permanecer a las órdenes de mis hermanas, me despertó Alba.

-        Levanta perro, quiero que me prepares el desayuno. Ya sabes cómo me gusta, así que arreando.

-        Me estaba exigiendo que me comportara como un criado en mi propia casa. Quedé atónito, pero no tuve más remedio que obedecerla al instante. No sin antes preguntarle por nuestra madre.

-        ¿Qué pasa si me ve mamá? Sospechará algo.

-        No pienses en eso, sólo obedece – Ordenó mirándome por encima del hombro.

Cuando me levanté y vi el reloj vi que eran las nueve. De camino a la cocina me miré al espejo del baño y vi que los ojos recuperaron su color natural. Me crucé con mi madre en el pasillo.

Mientras estaba en la cocina mi madre me preguntó porque le preparaba el desayuno a Alba.

-        Me hace ilusión tener un detalle.

-        ¿A sí? Pues de paso puedes preparárselo también a Sara, ¿no?

-        ¿Por qué dices eso?

-        Siempre os habéis llevado mal, y creo que podrías empezar a compensarlo, digo yo.

-        Mamá, ¿A dónde quieres llegar?

-        Lo que digo es que todo sería más fácil si pusieras de tu parte – Mi madre insistía mientras sonreía, es como si disfrutara – ¿Andrés, ¿qué te pasa? ¿Estás rojo?

No contesté. Salí de la cocina y mi madre no insistió.

Llevé el desayuno al salón, donde me esperaba Alba y al llegar, Sara también estaba ahí.

-        ¿Por qué no me traes el desayuno a mí también, inútil? – Me preguntó ella.

Salí del salón y al poco rato volví con su desayuno y les di la espalda.

-        ¿A dónde vas? -me preguntaron Espera aquí para que te lleves las cosas, ¿no?

-        Claro; lo siento mucho – Respondí mientras me sentaba.

-        ¿Qué haces? No te hemos dicho que te sientes.

Me levanté de inmediato.

Unos minutos después terminaron de desayunar.

-        Friégalo a mano y luego dúchate.

-        ¿Qué os pasa, por qué discutís? – Preguntó mi madre, pero no dije nada – ¿Que qué os pasa? – Ella insistió – ¿Y por qué friegas... a mano?

-        ¡Déjame mamá, por favor!

-        Vale, como nos ponemos.

-        ¡Que sea la última vez que le gritas! – Advirtió Alba de un grito.

-        Lo siento mamá, de verdad – automáticamente me disculpé.

-        Vale dime qué os pasa y te perdonaré – Propuso mi madre.

-        Llevo toda la semana obedeciendo a Sara y Alba; y me estoy cansando.

-        ¿Y eso es un problema? No es tan graves – Preguntó mi madre sorprendida viendo que me tenían domado.

Terminé de fregar y me preparaba para ducharme; cogí la toalla y la ropa.

Cuando acababa de meterme en la ducha alguien entró en el baño; puse el pestillo, estaba ocupado, pero eso no pareció importarle, tampoco quise mirar; estaba desnudo y no quería que me vieran.

-        ¿Quién ha entrado?

-        Soy yo – Era Sara, mi odiosa hermana – sólo quiero coger tus cosas, enjabónate con el bote que te hemos dejado en la esquina y luego te devolveré las cosas.

-        Pero huele a mujer. La gente pensará que me he vuelto afeminado.

-        Es que te has vuelto afeminado – contestó con tono despectivo.

Pretendía que me duchará con un jabón de mujer, y con el aroma no sé cómo podré ocultárselo a la gente, ¿y mi madre? ¿qué pensará?

Salí de la ducha, abrí la puerta y le dije que me devolviera mis cosas.

-        Usa esta toalla – Comentó metiendo la mano con una toalla... ¿rosa? – cuando estés listo ve al salón con nosotras.

Me sequé, vi que habían perfumado la toalla con un olor más fuerte que el del gel, me la enrollé y me dirigí a mi cuarto para vestirme.

-        ¿Hay algo más que deba hacer?

Pero ellas no respondieron, estaban viendo la televisión, yo tenía miedo de enfadarlas si insistía, así que no dije nada, pero tampoco me fui. Ellas pretendían que yo estuviera ahí plantado hasta que quisieran.

-        Ve a hacernos las camas y arregla nuestro cuarto - Ordenó Sara - y si por casualidad ves a mamá pregúntale si quiere que le eches una mano. Quiero que le hables con respeto y humildad.

-        Sí, señorita- respondí aterrorizado.

Fui a su cuarto, plegué la ropa en el armario, hice las camas, limpié las estanterías.

-        ¿Ahora les ordenas la habitación? – Volvió mi madre – ¿te has aseado con productos de… mujer?

-        Sí, Señora, huele bien, y me han dejado usarlo – Me estaba poniendo nervioso, ya no sabía que decirle, excepto...

-        Por cierto, por lo de ordenar la habitación, estoy inspirado, ¿Quiere que le haga algo también a usted?

-        ¿Y ahora por qué me hablas de ese modo?

-        Nunca viene mal hablar con respeto a una madre, Señora.

-        Pues mira, ya que eres tan servicial, puedes asear mi habitación, los baños, poner la lavadora, pasar la fregona... – Respondió mi madre motivada, viendo que yo estaba por la labor de ayudar – Pero de momento asea por lo menos mi cuarto.

-        Sí señora, como ordene.

-        ¿Cómo que como ordene? Eres mi hijo, no mi criado.

-        Le he dicho que no viene mal hablar con respeto a una madre.

-        Venga, sigue ordenando el cuarto de tus hermanas y luego el mío; y no me mires así eres tú el que se ha ofrecido.

-        Está bien Señora, no quería desairarla.

Yo estaba molesto. No sabía hasta donde tendría que obedecer a mi madre.

Cuando terminé de asear la habitación de mis hermanas, me ocupé de la de mi madre; luego volví a preguntarle si deseaba que hiciera algo más.

-        Andrés, ¿A dónde quieres llegar? ¿hasta dónde estás dispuesto a obedecer? – Preguntó mi madre con una amplia sonrisa.

-        Hasta donde usted quiera, Señora.

-        Bueno, Puedes poner la lavadora.

-        Sí Señora.

Cuando terminé de poner la ropa a lavar volví a dirigirme a mi madre, le pregunté nuevamente si quería que hiciera algo más, pero esta vez me dijo que ya era bastante; así que volví a dirigirme a mis hermanas.

-        Ya estoy aquí, ¿Desean algo más?

-        Tráenos la pinta uñas – Respondió Alba – el de color granate.

-        Empecé a pintárselas y apareció de nuevo mi madre, mi madre.

-        ¿También les pintas las uñas? – Preguntó mi madre.

-        Sí Señora.

-        ¿También me las pintarías a mí?

-        Por su puesto Señora.

-        ¿No te gustaría contarle nuestro secreto a mamá? – Preguntó Sara.

-        No, por favor, os he obedecido en todo, no podéis hacerme esto.

-        ¿Por qué no? Es tu madre y se merece que es lo mejor de ti – Añadió Alba – Le vas a explicar tú mismo y delante de nosotras tu nueva situación, como has llegado a esto, le dirás que tienes mucho interés en obedecerla como nos obedeces a nosotras y cuál es tu nuevo nombre; y más te vale ser convincente – Alba me dijo todo esto con firmeza, y sonriendo; yo no tuve más remedio que obedecerla.

-        ¿De qué habláis? – Preguntó mi madre intrigada mientras sonreía.

Entonces me dirigí a ella, desde el principio sabía que no tenía elección.

-        ¿Señora, si le dijera que quiero ser su esclavo, usted que diría?

-        Huy, ¿Y eso? – Mi madre estaba extrañada.

-        Hace una semana estuvimos con Irene, hice una apuesta con ella – Yo estaba rojo de vergüenza, no sabía cómo reaccionaría, y no estaba seguro de querer saberlo – El perdedor sería el esclavo del otro, Irene me dijo que debía obedecer a mis hermanas y ahora ellas quieren que le obedezca también a usted, y lo cierto es que también me haría ilusión ser su sumiso, hasta tenemos un contrato firmado, además antes ha dicho que todo sería más fácil si yo pusiera de mi parte, ¿no?

-        Ya, ¿Por eso esta semana has estado tan… sumiso? – Preguntó sonriendo.

-        Sí Señora.

-        ¿Entonces cuando te he dicho todo lo que podrías hacer por qué te has limitado sólo a asear mi cuarto y a lavar la ropa? – Preguntó mi madre extrañada y con curiosidad.

-        Ha dicho que de momento me ocupara sólo de su cuarto y de la lavadora.

-        Un momento, ¿mamá te ha dicho varias cosas que podrías hacer, y tú sólo has hecho dos? – Interrumpió Sara, molesta.

-        Está bien, ¿Podéis darme una prueba de que realmente está dispuesto a obedecernos?

-        Sí, claro – Respondió Sara mientras se levantaba sonriendo – Ven aquí y dame la mano.

Me planté delante de ella y le tendí la mano como me había indicado; ella me la cogió y se metió el dedo corazón en la boca. Luego me dijo que me quitara la camiseta, y que desfilara como una modelo. Y así lo hice.

-        ¿Lo ves mamá? Ningún hijo se dejaría humillar de esta forma. Y él nos pertenece.

-        Vale, de momento haz el resto de cosas que te quedaban, mientras hablo con tus hermanas sobre tu futuro - Añadió mi madre - ¿Hay algo más que quieras contarme?

Miré a mis hermanas y vi que Alba me decía algo en silencio con una sonrisa. Yo lo entendí enseguida.

-        Ya no tiene porque verme como a un hijo, Señora, ahora soy su esclavo; y no me llamo Andrés, de hecho, soy una chica, mi nuevo nombre es Helena.

-        Muy bien, ve a hacer tus cosas – Me dijo mi madre; pensaría que era un farol, porque no parecía demasiado extrañada, es más, seguía hablándome con naturalidad.

Me puse manos a la obra, tenía que hacer las tareas propias del hogar, tal y como me indicó mi madre. Mientras trabajaba les oía reírse ocasionalmente, estaba muerto de miedo, aterrorizado, no sabía cuánto tardaría mi madre en tratarme como si fuera su criado.

-        Helena, date prisa, quiero ver cómo estás dejando las cosas y hablar contigo – Ahora sí que parecía comprenderlo; su tono de voz, su mirada penetrante por encima del hombro, y su forma de reírse mientras hablaba con Sara y Alba lo dejaban claro.

-        Tardé dos horas y media desde que me puse manos a la obra y acudí al salón donde me esperaba mi madre y mis hermanas.

-        Ósea que es verdad que ya no tengo porque verte como a un hijo - Comentó mi madre con una sonrisa llena de malicia y curiosidad – Quédate aquí, voy a ver cómo has dejado todo.

-        Sí Señora.

Unos minutos después Alba y Sara insinuaron que tenían sed.

-        Enseguida les traigo agua, Señoritas.

Al salir del salón casualmente me crucé con mi madre.

-        ¡Te he dicho que esperaras con tus hermanas, inútil! - Reprochó dándome una torta.

-        Lo siento Señora, pero sus hijas tenían sed y querían que les trajera algo.

-        Vale, en ese caso tráeme algo también a mí – No parecía ni arrepentida de la torta que acababa de darme; efectivamente, yo ya no era su hijo, Andrés ya estaba muerto, yo soy Helena.

Cuando regresé con las bebidas mi madre empezó a explicarme las normas.

-        Dices que querías ser mi esclavo, ¿verdad?

-        Sí Señora – No es cierto, me hacían chantaje, pero no sabía cómo explicárselo, y tampoco parecía que quisiera liberarme como esclavo.

-        Está bien, ponte de rodillas mientras te explico las normas – Añadió mi madre mirándome con aires de superioridad – me gusta que me llames Señora, pero a partir de ahora, cada vez que diga algo responderás diciendo “mi Señora” ¿Te queda claro? Hace que me sienta más… digna de respeto, un respeto que tú nunca tendrás.

-        Sí, mi Señora.

Empezó a explicarme sus normas mientras me observaba arrodillado a su voluntad.

-        Cada vez que estés delante de una mujer permanecerás firme o de rodillas y con la mirada baja, desde ¡ahora!

-        Sí, mi Señora - Respondí lleno de pánico agachando la mirada de inmediato.

-        Te dirigirás a mí y me mencionarás como tal, a mis hijas ya no las mencionarás como tus hermanas.

-        Sí, mi Señora.

-        A partir de ahora no irás a ningún sitio que no te ordenemos. Permanecerás en esta casa. Ya no tendrás por qué salir.

-        Bueno, esto ya ha ido muy lejos, ¿no?

-        Pues sólo es el principio – Respondió mi madre tremendamente enojada – y no vuelvas a discutir mis instrucciones.

-        Mamá por favor…

-        ¿Qué te he dicho?

-        Sí, mi Señora.

-        Dejarás de ir a clase, no necesitas seguir estudiando, te quedarás aquí para hacer lo que te digamos; y dentro de una semana limpiarás la casa; ya no tendrás tiempo ni necesidad de hacer nada más.

-        Sí, mi Señora.

-        Te levantarás por las mañanas y nos prepararás el desayuno para cuando nos levantemos.

-        Sí, mi Señora.

-        El lunes esperarás a Amanda en la entrada, y le dirás que puedes echarle una mano para lo que quiera. Dentro de una semana Amanda empezará a tener verdadera autoridad sobre ti, le explicarás que ya no tendrá por qué limpiar la casa, ya que tú eres la nueva empleada del hogar, sólo te dirá como debes trabajar y supervisará tu trabajo.

-        Sí, mi Señora.

-        Podrá hablarte sin miramientos cuando considere oportuno, y tú aceptarás agradecido sus correcciones por muy severa que sea; le entregarás tu contrato para que lo mire por si tiene dudas.

-        Sí, mi Señora.

-        Le explicarás que mi hijo murió y tú eres nuestro esclavo, un simple elemento sin voluntad; le llamaré para asegurarme de que se lo has explicado todo.

-        Sí, mi Señora.

-        Prescindirás de tus cosas, tu ropa, todo; no necesitarás nada que no te entreguemos.

-        Sí, mi Señora.

-        Cuando termines tus quehaceres permanecerás en la entrada para recibirnos como un... sumiso; te arrodillarás y nos besarás los pies o los zapatos.

-        Sí, mi Señora.

Me entregó una pulsera.

-        Éste será el único regalo que te entregue, será la prueba de que me perteneces y si una mujer te pregunta por ella se lo explicarás todo y que si lo desea también le obedecerás a ella.

-        Sí, mi Señora.

Tenía que salir de inmediato, por lo menos antes de que se enterara Amanda o…

A continuación, se preparó para salir, había quedado con unas amigas. Me hizo mirarla mientras se pintaba los labios frente al espejo.

-        ¿Por qué me hace ver esto, si no es indiscreción?

-        Esto es algo que tendrás que aprender a hacer tú.

-        ¿A la gente que debo obedecer, o a mí?

-        A quien haga falta, estúpida.

-        Sí, mi Señora; ¿Significa esto que también tendré pintarme?

-        A quien haga falta, no voy a repetírtelo.

-        Sí, mi Señora; discúlpeme, no quería importunarla.

-        Pues lo has hecho sobradamente.

Terminó de pintarse y se dirigió al salón.

-        Sígueme, eres mi perro faldero, ¿no? – Mi madre sonreía mientras me observaba por detrás.

-        Sí, mi Señora – Yo la seguí, vi como llenó un vaso de whisky, se lo llevó a la boca, pero no bebió, sólo quiso dejar la marca de carmín y me lo entregó a mí.

-        Bebe.

-        ¿Por qué? – Pregunté desconcertado.

-        No preguntes – Insistió mi madre; Estaba totalmente cambiada, ya no me veía como a un hijo – Te he dicho que bebas, inútil. Obedece.

-        Sí, mi Señora.

-        Cogí el vaso, me lo llevé a la boca y...

-        Por donde he dejado la marca, estúpida, y da gracias a que quiera compartir este carmín contigo; sólo la marca vale más de lo que podrías ganar en un mes.

Entonces giré el vaso para llevarme la marca de carmín a la boca.

-        Muy bien – Dijo mi madre con una sonrisa maléfica – ¿Ves como no cuesta tanto?

-        Finalmente, me lo bebí todo, pero a arcadas; tanto whisky de un trago...

-        Limpia el vaso y ven enseguida.

-        Sí, mi Señora.

-        Volví ante ella y...

Plas. Me partió la cara con una buena torta.

-        ¡Esto por no limpiar toda la casa a la primera!

Plas, y otra.

-        Por discutir con Sara todos estos años.

Y otra torta y otra, y otra más...

-        Por no responderme cuando te he preguntado por qué discutíais, por no decirme desde el principio que debías ser mi esclavo, por hablar sin pedir permiso cuando me estaba pintando, por no seguirme de inmediato como un perro faldero...

-        Y espero no tener que recordarte que no vales nada, ya no eres mi hijo – Me advirtió cogiéndome de la barbilla clavándome las uñas recién pintadas y me besó en... ¿los labios? ¿qué madre cuerda le besa a su hijo en los labios? – Y si tanto interés tienes en el carmín ven para que te pinte.

Yo estaba rojo de vergüenza y de las bofetadas; tenía que dejar que mi propia madre me pintara.

-        No estés triste, tú eres una chica, y a las chicas les gusta pintarse; y por lo que sé no es la primera vez, además hiciste una apuesta y perdiste y te recuerdo que eres tú la que ha dicho que quería servirme y obedecerme; pero hubiera preferido que me lo dijeras desde el principio.

Finalmente me recordó que debía obedecer a sus dos hijas, y que si no era su hijo tampoco sería el hermano de sus hijas y salió.

-        Bueno Helena, va siendo hora de que prepares la comida, ¿no? – Insinuó Sara – y date prisa, esta tarde tenemos que hacer cosas...