Esclavo familiar

El amor inalcanzable lleva a la esclavitud.

ESCLAVO FAMILIAR

El amor, o mejor dicho, la obsesión por una persona te puede llevar a situaciones insospechadas, tanto como llegar a perder totalmente tu dignidad; llega un día en el que te encuentras en un callejón sin salida, es el que te ves abocado a realizar actos contrarios a tu moral, en el que el poder que puede ejercer una mujer sobre ti te vuelven loco.

Alberto era amigo mío desde la infancia, habíamos recorrido un largo camino juntos, habíamos compartido muchas experiencias y vivido situaciones de toda índole; éramos como hermanos y crecimos juntos hasta llegar a la Universidad. Fue aquí donde comenzó a cambiar todo para mí, a nacer mi nueva identidad y mi actual situación.

Mi amigo había conocido a una chica, Carmen, una mujer de los pies a la cabeza de quien yo quedé prendado desde el primer día; y no podía hacer gran cosa ya que era la chica de mi amigo. Pero ella me conquistó, jugó conmigo, al igual que había jugado con Alberto, nos hizo suyos; pero se casó con él, y tras un par de tardes de sexo conjunto, algo que le costó a él admitir más que a mí, dejamos claro la receta de aquella extraña relación.

Un día cualquiera en mi vida se desarrolla de la siguiente manera:

Me levanto normalmente, cuando duermo en mi casa, a las cinco y media para lavarme y arreglarme, paso por la panadería que abre a las seis y a las seis y media estoy en su casa, preparando el desayuno y dejándolo todo listo antes de que mis amos se vayan a trabajar. A las siete en punto me encuentro en su habitación, desnudo por completo, arrodillado en el suelo, con el ojo puesto en el despertador para que, a las siete en punto, me deslice por debajo de las sábanas, con cuidado, y lentamente, sin sobresaltos. Descubro los dos cuerpos totalmente desnudos y tibios, pero es el momento de despertar a mi amo; cojo su miembro viril de mi amo y me lo meto en la boca, lamiéndolo delicadamente mientras él se va despertando. Noto como se va endureciendo, palpitando en mi paladar, subiendo su temperatura cual termómetro; lo lamo despacio, lo acaricio mientras repaso mi lengua por su ano, beso sus testículos y comienzo de nuevo la succión final que me llevara inexorablemente, como cada mañana, a recibir el esperma caliente y espeso que deberé tragar sin dejar gota.

Como todas las mañanas ha tenido un despertar placentero, pero es el momento del aseo personal; se levanta y a cuatro patas lo sigo hasta el baño, donde, como cada día, se mete en la bañera y espera unos breves instantes hasta que yo hago lo mismo y me arrodillo ante él, esperando a que me coja por la nuca y me vuelva a meter el polla en la boca para descargar su orina, y como cada mañana se repite la operación, como a él le gusta. Cierro mis labios entorno a su miembro y él va empujando lentamente hasta que mi nariz golpea contra su bajo vientre; la tengo clavada en la garganta, en ese estado semi-flácido que tiene tras el orgasmo y una vez allí alojada, en lo más recóndito de mi cavidad bucal, comienza a regarme el estómago con el espumoso y caliente néctar de su vejiga. La orina me quema la garganta, me arde el estómago, pero ya estoy acostumbrado y trago sin rechistar, sin atragantarme y sin verter una sola gota.

Entonces lo aseo; le lavo el pelo, lo enjabono de arriba abajo, froto su espalda, lo aclaro todo y lo seco aún dentro de la bañera. Invariablemente como cada mañana, una vez terminado este trabajo él me solicita para seguir con mi desayuno; me tumbo en el suelo de la bañera boca arriba y él se coloca sobre mi, se acuclilla y con mis manos lo sujeto apoyando las palmas en sus nalgas. Su ano queda a escasos centímetros de mi boca, lo veo abrirse, una ventosidad me pega de lleno en el rostro, abro la boca y espero para recibir el trofeo. La verdad es que él lo hace rápido, dos o tres grandes trozos que salen seguidos y que me obligan a engullir deprisa y ya está. Trago velozmente, me relamo los labios y la boca y procedo a la limpieza de su año hasta dejarlo limpio del todo.

En ese momento él sale y se dedica a vestirse y acicalarse mientras yo dispongo el desayuno, caliento su café y le preparo las tostadas, para que cuando salga se lo encuentre todo preparado; yo me siento en el suelo, delante de su silla y coloco la cabeza en el asiento de la misma. Él casi no me presta atención, se sienta y desayuna rápido, tanto que no he necesitado reponer una bocanada de aire, ya que en dos minutos ha devorado el desayuno y se marcha a trabajar. Me levanto del suelo y lo recojo todo. Si todo ha ido como debe, son las ocho menos cuarto, momento en que debo despertar a mi ama.

Penetro en su habitación, ella aún dormita plácidamente bajo las sábanas; como he hecho antes, con su marido, me deslizo por debajo de ellas, entre sus piernas, delicadamente, separándolas con cautela. Beso sus muslos, soplo suave en su vientre y comienzo a lamer aquel coño por el que tanto he suspirado, me deleito en el aroma que emana poco a poco un placer que la va despertando agradablemente. Ella abre las piernas, me facilita el acceso a sus partes íntimas, se derrite en un goce que la despierta cada mañana; noto sus manos en mi cabeza, guiándola para que mi lengua pueda alcanzar esas zonas más sensibles que le llevarán inevitablemente al orgasmo. Carmen se ha convertido en una mujer de envergadura, con unos muslos generosos que atrapan mi cabeza en esos momentos cercanos a su éxtasis, aplastándola, asfixiándome; es un momento delicado, su placer animal podría quedarse con mi último halito. Sus piernas retuercen mi cuello pero los músculos de su coño no me permiten sacar la lengua de la húmeda caverna hasta que un estallido de calor, fluido y penetrante aroma me envuelve por completo.

Las piernas aflojan, una vez más he salido airoso de este peligroso envite de placer que se ha convertido en mi motivo para vivir; se despereza, me sonríe, y como hace poco tiempo atrás, me pongo a cuatro patas y la sigo hasta el baño. Ella es más pausada en la mañana, se lo toma todo con más calma; primero hay que evacuar, pero no del modo imperioso y acelerado de Alberto, no, ella se toma su tiempo. Ella prefiere las cosas por partes; me siento en el suelo, con la espalda apoyada en la taza del retrete y descuelgo mi cabeza hacia atrás, suspendiéndola en el espacio interior de la porcelana y así espero el momento en que ella se coloca entre mis piernas abiertas, me mira de nuevo y sonríe, y se sienta en la taza, justo por encima de mi cara, a escasos centímetros.

La luz cegadora del halógeno del baño cede a la penumbra del interior de la taza; ella, pacientemente, espera a que yo acomode la boca en la zona debida, pego mis labios suplicantes a su sexo, prácticamente queda un vacío, solamente una posible vía para la orina que ella me regalará. Su fluido me llena la boca, corre alegre por mi garganta, se desliza hacia mi estómago mientras la primera ventosidad penetra de lleno por mis fosas nasales; espera, recolocó mis labios hasta abarcar el diámetro de su ano y recibo la segunda ventosidad que me llena los pulmones. Su producto es distinto al de Alberto, sale en pequeñas porciones, menos duro, me da tiempo a tragar sin problemas, mientras noto cómo la punta de sus pies, sus deditos, juegan con mi miembro duro y erecto.

Tras la limpieza de sus zonas íntimas, nos metemos en la ducha, la lavo y enjabono; a ella le encanta que le lama las axilas, que las deje limpias de sudor con mi lengua, los deditos de los pies, que lamo uno a uno, hasta que relucen, las orejas, las manos, todo es ensalivado a conciencia y después aclarado con agua tibia. Tras secarla ella se viste y maquilla mientras yo preparo el desayuno, todo está dispuesto.

Pero hoy he tenido una suerte inmensa, mi Señora está contenta, satisfecha con mi trabajo y me va a premiar con un inmenso regalo; me encuentra en el suelo, con mi cabeza en la silla como cada mañana, pero esta vez me pide algo distinto. Me levanto y a una indicación suya invierto mi posición, es decir hago lo que comúnmente se denomina "el pino", con mis manos apoyadas en el suelo y la parte trasera de mi cuerpo contra la pared; ella se acerca, presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona contra la pared. Toma mi miembro erecto con sus labios, se lo mete en su boca de seda y tras tres o cuatro succiones consigue mi orgasmo; mis brazos tiemblan de placer, hago esfuerzos por no caer, pero ella me mantiene así y se relame; me deja recomponer mi verticalidad, acerca su boca a la mía, me besa y traspasa el producto de mi placer en el beso más húmedo jamás vivido.

Todo vuelve a la normalidad, ocupo mi sitio y ella se sienta sobre mi cara para degustar el desayuno; hoy lleva una amplia falda, la cual hace volar para que caiga sobre mi cuerpo. Sus preciosas y voluminosas nalgas cubren mi faz por completo, la tela de sus braguitas roza mi nariz, mis labios, el peso de su cuerpo aplasta mi cabeza contra la silla pero yo soy feliz. Se toma su tiempo, desayuna con tranquilidad mientras yo trato de encontrar un resquicio por el que tomar aire; ella es consciente de ello y siempre me permite encontrarlo.

Son las nueve menos cuarto, se despide y se va a trabajar; yo lo recojo todo deprisa, me visto y me arreglo un poco, y tras revisar que todo está en su sitio, salgo hacia mi trabajo con el regusto dulce del desayuno que mis amos me regalan cada mañana.

Vuelvo a ser una persona "normal", con mi vida, mi trabajo, mis compañeros; sin embargo la rutina laboral no consigue hacerme apartar de la mente la inmensa suerte que he tenido al poder servir a mis amos. Por mi puesto en la empresa estoy acostumbrado a mandar, a dirigir a la gente, pero es un espejismo que se muestra solamente en el trabajo, mi verdadera identidad, la sé, es la de servir.

En esos pensamientos se me consume la mañana, van a dar las dos, termina mi jornada, he de ir a comprar y preparar la comida; paso por el supermercado, elijo cuidadosamente los productos y ya en casa preparo la comida, desnudo, como ha de ser. Las dos y media, estarán a punto de llegar por lo que apuro los preparativos; la mesa está dispuesta, la ensalada en el centro, las copas, el pan...... Suena la llave, uno de ellos viene, me arrodillo y espero.

Es Carmen, me arrastro hasta sus pies, los beso, desnudo como estoy, como un perro, ella es consciente de mi condición, me acaricia el cabello como a los perros se suele hacer; una porción de ceniza del cigarrillo que fuma cae al suelo y yo me apresto a recogerla con la lengua. La miró agradecido, ella me hace abrir la boca y lanza la colilla dentro, sin más preocupación que si la hubiese tirado a un cenicero; aún con la quemazón en la lengua me acerco al frigorífico y le sirvo una cerveza fría mientras ella revisa el correo que yo mismo subí hace un rato.

Se aparta la falda, se retira la braguita de su entrepierna y me acerca su sexo a la boca; al estar arrodillado queda mi boca a la altura adecuada; me toma por la nuca, me aplasta la cara y mi boca queda pegada a los labios de su sexo. Es la tercera meada que recibo este día, y se que no será la última; la trago agradecido mientras suena de nuevo la puerta. Entra Alberto, besa a su mujer mientras ésta aún se está secando el sexo con mi cabello; la mesa está servida así que cada uno ocupa su lugar. Desde el principio llegaron al acuerdo de que a la hora de comer yo serviría de cojín a Alberto y durante la cena sería el de Carmen.

Mientras Alberto se baja el pantalón y se queda desnudo de cintura hacia abajo, yo me colocó en mi posición, esta vez metiendo la cabeza por la parte de atrás de la silla, por el respaldo. Se sienta, su ano presiona mis labios, sus testículos se posan con gracia sobre mis ojos y su pene flácido resbala por mi frente; sus huesos se clavan en mis mejillas, a diferencia de su mujer, que es mas mullida, y el peso de su cuerpo aplasta mi cara, pero yo ya estoy acostumbrado. Durante la comida no desea nada, ni lamidas ni caricias ni nada, solo quiere comer tranquilo sentado en mi cara.

Cerca de cuarenta y cinco minutos es lo que dedican a comer, y ese es el tiempo que debo soportar los 83 kilos de mi amo sobre mi cara; cuando se levanta veo estrellas que pueblan todo mi campo de visión, el aire me falta, noto mis mejillas hundidas y los ojos pegados. Logro incorporarme, sirvo el café en la mesita frente a la tele, siempre tres tazas; una para mi Señora, una para mi Señor y una tercera para mí. No, no es que me permitan compartir con ellos ese tiempo.

Mis amos son muy activos sexualmente y no hay muchos momentos en el día que no estén ideando cosas nuevas; esta tarde, antes de que ellos se fueran a trabajar, sirvo el café. Me arrodillo entre las piernas de Alberto y comienzo a mamarle la polla con brío pero con suavidad, mientras Carmen coge la taza de café que me corresponde y la pone bajo mis piernas; presiona de mi cadera, haciendo que la baje en dirección al suelo hasta que mi propio pene queda dentro de la taza, con el café ardiendo, y me obliga a permanecer así mientras con un consolador juguetea en mi culo y escupe en la base de mi polla para que la saliva resbale hasta el café-

Esta vez mi amo no eyaculará en mi boca, no, justo en el momento en el que le sobreviene el placer me aparta a un lado, cojo mi taza de café y la pongo en el sitio adecuado para que se derrame dentro. De esta manera, mientras ellos toman un rico y humeante café yo lo tomo aún más rico, con el semen de mi amo y los escupitajos de mi ama... y soy feliz.

Se van, ellos trabajan por la tarde y yo no,... bueno, yo me quedo en su casa, he de fregar, recoger, limpiar, las tareas propias del hogar; si hay que comprar algo lo compro y me dedico toda la tarde a mis tareas de amita de casa, hasta las siete y cuarto, que es cuando llega Carmen.

A esa hora yo ya lo tengo todo recogido y limpio, así que soy el blanco de sus juegos; ella se desnuda y me regala la segunda cagada. Me lleva al aseo y me coloco en mi posición, se sienta, esta vez con una revista, se ve que tiene para un buen rato; yo, paciente, voy recogiendo con los labios y tragando todo con lo que ella me obsequia, me deleito en su sabor, su aroma, no dejo que nada manche la loza del retrete. Tras limpiarla a fondo, toca la hora de gimnasia.

Esta obcecada en que se ve gorda, y yo, la verdad, la veo perfecta, pero cada día, hasta las ocho, quiere hacer ejercicio; los abdominales son bastante exclusivos, ya que me pone la cabeza en el sofá y ella se sienta de golpe, dejando caer su cuerpo desde lo alto. El ejercicio consiste en levantarse y volver a repetir la operación, así hasta veinte veces; la verdad, sus 78 kilos cayendo de golpe sobre mi cara no es nada fácil de soportar, pero yo lo hago por el amor que le tengo, por mi amor hacia los dos. Los quince minutos de bicicleta estática son mas normales, solamente que usa mi cara de sillín, pues el de la bici lo baja al mínimo y yo pongo mi cara sobre él. El movimiento de sus glúteos sobre mi cara en esa forzada posición es como un masaje en mis mejillas, aunque sus huesos se clavan en mi cara alentados por el peso de su propio cuerpo. El ejercicio final consiste en azotarme con una zapatilla en el culo; para ello yo apoyo mi pecho en el sofá y mantengo el culo en pompa, ella se sienta en mi espalda y comienza a descargar los golpes. Lo hace con furia y ritmo, lo que provoca que sude lo suficiente como para ir perdiendo esos kilos que ella desea.

Justo está descargando los últimos zapatillazos cuando Alberto hace acto de aparición; y cada día lo mismo, mi amo que contempla mis nalgas recién azotadas, mi ano ensanchado por el entrenamiento, no puede resistirlo, se quita la ropa mientras besa a su esposa, queda desnudo completamente, se arrodilla entre mis piernas y tras rozar su polla en mis nalgas hasta que se le pone dura, apunta y me la mete hasta el fondo, de un solo golpe. Recibo en mis entrañas ese cetro de poder, lo noto golpear en las paredes de mi culo, presionar hasta más allá de donde se puede; clava sus dedos en mis nalgas, en mis caderas, bombea sin parar hollando mi trasero, destrozándolo un día más. Para entonces Carmen ya ha dejado la zapatilla en el suelo, se ha desplazado a lo largo de mi espalda hasta quedar sentada en el sofá, con mi cara entre sus muslos; los envites que su marido da a mi culo repercuten de manera satisfactoria en la penetración de mi lengua en su coño.

La potencia y el aguante de mi amo no tiene comparación; seguro que podría estar tres días seguidos follando sin tener que correrse, y aún cuando lo hace no pierde del todo la erección, que recupera sin problemas; se que voy a estar follado hasta la hora de la cena. Mi culo echa chispas, me quema por los azotes recibidos, aguanto sin problemas lamiendo sin parar hasta que los muslos de Carmen cerrándose entorno a mis mejillas me indican que su placer esta cercano; una explosión de aromas y humedades me llena la boca, las fosas nasales mientras su mano en mi nuca me aprieta contra su vulva para no perder un solo instante. Lamo y relamo hasta dejarla casi seca.

Se incorpora, sudando, jadeando; aun queda un rato para la cena, así que se acomodan ambos, yo me arrodillo encima del sofá, sin haber sacado la polla de mi amo del culo y pongo mi cabeza sobre el asiento. El culo de mi Ama es grande, suave y mullido, mi cara queda mirando al cojín y le ofrezco mi nuca para sentarse; lo hace, aplastando mi cara, dejándome sin aire mientras ella contemplará la tele un rato

Mi Amo no se corre en mis entrañas; un rato antes de la cena se sale, se acerca a su esposa, la besa en la boca mientras desliza su polla entre los muslos de ella para que yo la atrape entre mis labios y la limpie. Es el momento en el que yo preparo la cena y ellos se relajan sobre el sofá, acariciándose, besándose y finalmente follando; él la rellena con su cálido y espeso semen que por supuesto yo lameré a modo de aperitivo.

Cuando todo está dispuesto se sientan a la mesa, le toca a Carmen usarme de cojín, así que me coloco en el suelo, pongo la cabeza en el asiento de la silla y recibo de nuevo el cuerpo de mi Ama; la cena se me pasa muy rápido, ya que es un placer servir de cómodo cojín a mi Dueña. Sus nalgas rebosan mi cara, caen a ambos lados de mis mejillas, mi nariz queda presionada por su ano rosado y mis labios quedan pegados a su sexo; ella se mueve poco lo que facilita mi aguante. Mis manos quedan atrapadas bajo sus pies, a modo de alfombra, ya que no es lógico que los pies de una Diosa estén en contacto con el frío suelo, y mis piernas quedan totalmente abiertas. Como cada noche, durante la cena, uno de los pies de mi Amo se desliza suavemente por debajo de la mesa y entre mis piernas; le gusta sopesar lo cargados que están mis testículos, ya que una vez a la semana me ordeñan. Juguetea con ellos, con mi miembro, deslizándolo entre sus dedos.

Carmen no ha de tener ningún perjuicio conmigo, por ello cuando una ventosidad me llena la cara actúa como si no hubiese pasado nada; no es un aroma poderoso o desagradable, pero me llena el espíritu, entra en mis fosas nasales y resbala por mis mejillas hasta que encuentra la vía de escape, y siempre que pasa eso desliza entre sus muslos un pedazo de pan o algo de su plato hasta mi boca.

Finalmente terminan de cenar, muy a mi pesar ya que debajo del culo de Carmen es donde mejor puedo estar; pero es lo que hay así que me dedico a recoger y fregar mientras ellos se muestran cariñosos el uno con el otro mientras ven un rato el televisor, besándose y acariciándose; termino mis labores, me ven y apagan la tele, se levantan y me indican que les acompañe al dormitorio, les sigo a corta distancia observando embobado las nalgas de mi Ama que me derriten. Se tumba en su lecho matrimonial y siguen besándose, repasando con sus manos sus cuerpos desnudos, haciendo hervir sus labios con besos apasionados, mientras yo, lentamente, suavemente, comienzo a lamer su sexos; alternativamente meto en mi boca el miembro viril de Alberto o succiono entre mis labios el clítoris de Carmen, preparándolos para el asalto final a su placer.

Mi Ama es la que toma la iniciativa, se abalanza sobre su esposo, lo monta y me abre su flor para que yo guíe la polla en su interior; la fusión de ambos sexos es apoteósica, lubricados y cadentes como están, y yo soy un espectador privilegiado, recibiendo en mi cara el calor que emana de ambos cuerpos. Alberto toma a Carmen por las caderas y comienza a bombear sin piedad, mientras yo me dedico a lamer ambos anos; parece que la postura es la que más les gusta, pues hasta el final no cambiarán. Me maravillo de la fuerza y el aguante de mi Amo, que consigue hacer que Carmen eyacule en unos pocos minutos, y sin perder el vigor, volver a llevar a su esposa al clímax de la carne, proporcionándole un segundo orgasmo; yo contemplo todo a tan poca distancia que el fuego que emana de la unión me hace sudar mientras él, sabiendo que no pueden acostarse muy tarde, fuerza el ritmo para derrarmarse en las entrañas de Carmen. Yo estoy presto a recoger ese manguerazo mientras el semen sale presionado entre los labios de mi Ama y lamo a la vez el fluido y los sexos candentes de mi Amos.

Cuando se separan quedan unos instantes tendidos sobre la cama mientras yo relamo los últimos restos de semen que aún resbalan por la comisura de mi boca; se miran y asienten. Hoy es el día de mi ordeño y deciden que será Alberto el que lo haga, asistido por ella. Me pongo en posición, tumbado en la cama boca arriba y mi Amo se coloca sobre mi cabeza, sentado en mi cara, acomodando sus nalgas alrededor de mi rostro, descansando sus testículos sobre mi barbilla; yo debo elevar mi cuerpo, levantar las piernas todo lo que pueda y mantener ese ángulo con mis manos haciendo de soporte en mis caderas para que prácticamente solo apoye en el colchón mis codos y mi cabeza. De esta manera mi torso está enfrentado al de Alberto pero invertido y paso mis piernas por debajo de sus brazos para mantener mejor la postura.

Así es como él comienza a masturbarme con una mano, cayendo algunas últimas gotas de su semen por mi cuello, y Carmen se coloca detrás de mí, consolador en mano, para excitar mi esfínter; no suele durar la operación más de un minuto, dos a lo sumo, pero son unos momentos muy intensos. Alberto bombea mi polla con su mano derecha mientras masajea mis testículos con la izquierda mientras ella remueve con furia el consolador en mi ano a la vez que golpea mis nalgas con la mano libre; el placer me llega como un mazazo, de golpe, potente, asciende desde la misma raíz de mi médula espinal y recorre presto el trayecto hasta la base de mi miembro, casi provocado por el hecho de que Carmen haya clavado con crueldad el consolador hasta el fondo.

Alberto se separa un poco de mi cabeza, pero mi cara queda enmarcada entre sus muslos, Carmen toma el relevo, dejando el consolador enterrado en mi culo, y exprime mi polla con fuerza, apuntándola hacia mi propia cara; recibo mi placer en el rostro, caliente y espeso, salpicando con unas pocas gotas los muslos de mi Amo que se que luego tendré que lamer, pero en ese momento todo es mágico, me entrego al regalo de mis Dueños y lo disfruto sin más.

Ya casi es hora de irse a dormir, lo recojo todo rápidamente, pero antes he de recibir la última meada de mis Amos, ambos a la vez, les gusta así; Carmen se acuclilla sobre mi rostro por un lado y Alberto por el otro y ambos me regalan su licor en la cara, me resbala por las mejillas, las orejas, se me mete en la nariz y trago casi todo, pero lo que resbaló al suelo he de lamerlo ante su atenta mirada. Se meten a la cama, los arropo y me despido hasta el día siguiente, en el que volveré a comenzar mi tarea.