Esclavo de mi secretario

Un joven secretario toma el control de su jefe y sus clientes convirtiendolos en sus putitos personales.

ESCLAVO DE MI SECRETARIO

Todo comenzó un día en que me encontraba reunido con dos empresarios. Eran proveedores nuestros y teníamos problemas para pagarles, así que existía el riesgo de que ejecutaran nuestras obligaciones y nuestra empresa quebrara. Descolgué el interfono y ordené a mi secretario que nos trajera tres cafés.

Mi secretario había ingresado a la empresa hacía poco, se llamaba William, era un chico de 21 años, del tipo mulato claro, de cara y cuerpo espectaculares, y vestía de una manera que hacía todavía más notorias esas cualidades. En la oficina se rumoreaba que no hacía cuestión de género con sus eventuales compañeros sexuales y era un ejemplar excepcional en la intimidad. Yo me había sentido atraído hacia él desde el primer momento, y esa atracción había sido decisiva para contratarlo, pero todavía no me había atrevido a insinuarme. Pero era evidente que al muchacho le gustaba seducir y calentar a quien tuviera enfrente.

Ese día llevaba un pantalón negro bastante ceñido, que volvía ostensible su paquete y le marcaba un culo de campeonato. Su camisa blanca también se ajustaba a su cuerpo, marcando sus pectorales y hasta traslucía sus tetillas erectas. Usaba botas negras, y su forma de caminar era bien varonil pero del tipo gimnástico o, mejor dicho, felino. Era imposible para cualquiera no admirar semejante animal sexual.

Cuando entró con los cafés los dos proveedores no salían de su asombro. A pesar de que los tres éramos casados, yo sabía que a ellos, como a mí, les gustaban mucho los muchachos jóvenes, incluso habíamos tenido cenas de negocios que habían terminado en fiestitas con prostitutos. Así que teníamos suficiente confianza como para que me preguntaran directamente: "¿Dónde conseguiste a ese chico, estás teniendo sexo con él, te lo estás cogiendo?..." Tuve que admitir que no, aunque agregué que era mi mayor fantasía desde que lo había conocido. Ellos no dudaron en plantearme una proposición: "Si nos permitís cogernos a tu secretario, te cancelaremos el 20% de la deuda y por el resto te daremos un plazo de pago de dos años". Una propuesta que significaba mucho más que un buen negocio: era la salvación de nuestra empresa.

Volví a llamar al chico y lo llevé aparte para hablarle: "Verás, William, estos dos señores han venido a cobrar unas facturas pero la empresa no tiene liquidez y me han dicho que podríamos solucionar la cuestión si tú… bueno, ya sabes…". No fue necesaria cualquier aclaración. El muchacho hizo un gesto de entender perfectamente, mientras su rostro no expresaba ninguna sorpresa, como si lo que acababa de escuchar fuera natural y hasta previsible.

"O sea, queda todo solucionado si cogemos, ¿es así, señor?" -me contestó con voz firme y fuerte como para que escucharan los proveedores-. "Está bien" –agregó- "pero tengo condiciones: la cogida tiene que ser aquí y ahora, y harán lo que yo quiera". Y ya directamente dirigiéndose a ellos, preguntó con voz dura: "¿Aceptan, cabrones?".

Yo estaba sorprendido con su decisión y su lenguaje. Sin esperar respuesta, él se acercó y se colocó entre los clientes, se agachó y empezó a masajearles las vergas por encima del pantalón.

"Parece que tienen buenas vergas, hijos de puta". Se sentó en la mesa mientras los clientes no salían de su asombro. "Laman mis botas, cabrones. Me encanta humillar a gente mayor que yo con unas vergas tan grandes".

Como subyugados por esa actitud de mando, los clientes empezaron a lamerle las botas mientras yo, que me había situado en frente, observaba que William se bajaba los pantalones y no vestía slip. Como adivinando mis pensamientos me dijo: "Tú, maricón, de qué te sorprendes. Tu mujer ya conoce lo que tengo ahí abajo, porque lo ha saboreado muy bien".

"Dios mío eres un autentico hijo de puta" dije yo mientras él no paraba de reírse. Acto seguido hizo que uno de los clientes se pusiera de rodillas mientras al otro le quitaba los pantalones y lo tumbaba sobre la mesa con la verga de cara a él.

El cliente que estaba de rodillas dijo: "Quiero que me la chupes, quiero acabar en tu boca". William se acercó a él y le dio una fuerte bofetada, luego lo agarró del pelo y le dijo: "Lo haré cuando yo quiera y como yo quiera, ¿entendido, hijo de puta?".

Yo ya tenia la verga afuera, me la estaba meneando porque me excitaba un montón mi pequeño secretario. Él me miraba y se reía. William se dirigió hacia el culo del proveedor que había colocado sobre la mesa y con una cinta de embalar ató sus dos manos en su espalda. Empezó a azotarle el culo con la mano mientras le decía: "Da gracias, cabrón, que no tengo mi látigo aquí". Los golpes eran violentísimos, parecía que lo odiara. De vez en cuando paraba, recostaba todo su cuerpo sobre él y mientras le lamía con su lengua la cara le decía: "No pararé hasta que me digas que te gusta y que serás mi esclavo, cabrón".

"Sí, sí, sí, me gusta, seré tu esclavo, me gusta, dame más". "Te has ganado un premio perro" -contestó William- y acto seguido comenzó a lamerle el culo mientras con sus manos masajeaba la verga y los huevos del proveedor. Su lengua no paraba de recorrer la raja del culo y también de meterse en el agujero. De vez en cuando también metía los dedos y los sacaba para lamerlos mientras me miraba y se reía.

William lo dio vuelta. Ahora estaba frente a él tumbado en la mesa y con las manos atadas a la espalda. William metió sus dedos en el culo y los sacaba untándolos por toda la cara del cliente mientras le decía: "¿Quieres probar mi culo, esclavo de mierda?".

"Tú, ven aquí, de rodillas, cabrón" le dijo William al otro cliente que estaba separado de él unos cuatro metros. Cuando se acercó, quedó de pie frente a el, lo aferró del pelo y tirando lo obligo a mirarlo.

Le ordenó que abriera la boca y comenzó a escupirle y dejarle caer saliva dentro, mientras le decía: "Quiero que me mames la verga y quiero que lo hagas bien, si no lo haces bien te castigaré".

Se apoyó en una biblioteca y le puso su verga en la boca. El proveedor empezó a chuparle la verga, mientras él no paraba de jadear y decía: "Así me gusta, cabrón, sííí… sigue sííí… vamos, por fin he encontrado un hijo de puta mamador de vergas eficiente".

Entre jadeo y jadeo, el muchacho se había colocado a cuatro patas en el suelo. El que le mamaba la verga se le colocó detrás y comenzó a lamerle el culo. William hizo que se acercara el otro que estaba tumbado en la mesa, diciéndole: "Ahora sí quiero una verga en mi boca, ven aquí maricón".

Cuando lo tuvo delante, empezó a pasar su lengua por el tronco de la verga del hombre, mientras no dejaba de mirarle a la cara mientras lo hacia, a veces embadurnaba el capullo de la verga con saliva y su lengua daba vueltas sobre el extendiéndola.

Yo estaba tan excitado que no soporté más el estar allí parado viéndolos y decidí intervenir. Aparté al cliente que le estaba lamiendo el culo, coloqué algo de mi saliva en mi verga como lubricante y se la comencé a colocar en el agujero. Cuando sentí que la cabeza de mi verga había entrado en el agujero caliente del culo espectacular de William, lo ensarté hasta el final, violentamente.

Él dejo de lamer la verga que tenía delante, dio la vuelta a su cara y me dijo: "Ya era hora de que me cogieras, cabrón".

Luego se metió las vergas de los dos proveedores en la boca mientras no paraba de jadear por mis embestidas en su culo. "Voy a vaciarme" decía William "pero antes quiero la leche de estos dos hijos de puta en mi boca, quiero tragármela toda".

Al cabo de poco tiempo los dos clientes acabaron en la boca de William. Era increíble, tenía toda la cara llena de leche y obligó a los clientes a lamerle la cara y que se tragaran su propia leche. Yo me excité tanto con esa escena que acabé sobre la espalda del chico.

Desde aquel día no he vuelto a ver a William. La ultima noticia que tuve es que vive en un piso que le compraron esos dos empresarios. Ellos trabajan para él como esclavos y él coge con quien quiere.