Esclavo (9: Destino de esclavo)

Dado que muchos aquí consideran que las relaciones gay son un cuento de hadas donde el chico gay conquista a su amor platónico, un chico hetero y, por la fuerza del amor, el hetero se convierte en gay y ambos terminan felices y comiendo perdices, he decidido que este último capítulo de la serie esclavo será también lo último que publique en la categoría gay. En adelante, a los seguidores y los detractores de mis relatos les tocará buscarlos en la categoría de dominanción….

Esclavo: Destino de Esclavo

Luego de aquella maravillosa experiencia con el Amo desconocido, no volví a saber de mí. No fue hasta bien entrada la tarde del Domingo cuando recobré la conciencia, al sentir cómo alguien me empujaba y oía risas a mi alrededor. Abrí los ojos y me encontré tirado en la acera de alguna calle que no conocía. Dos endemoniados chiquillos me estaban empujando con sus pies y riéndose de mí; pero al verme despierto se apartaron un poco, como expectantes.

No tenía ningún recuerdo. Ni siquiera podía recordar cuál era mi nombre y mucho menos sabía dónde estaba y porqué estaba allí. Mi expresión de desorientación debió animar a los dos pequeños demonios, que volvieron a acercárseme con cara risueña. Uno de ellos me lanzó un puntapié y me atinó justo en el ano. Sentí un dolor intensísimo recorriéndome toda la piel y grité con desesperación. Me levanté de un salto y emprendí a correr sin tener idea de hacia dónde me dirigía. A lo lejos pude escuchar las risotadas de aquellos condenados mocosos.

Corría como si me estuviera persiguiendo el mismo demonio; estaba terriblemente asustado; aunque no sabía porqué. No podía detenerme; algo en mí me obligaba a seguir, me impulsaba a correr sin parar, como un frenético. No fue hasta que el cansancio y la debilidad me vencieron, dejándome sin fuerza, cuando me detuve. Me hallaba en un sitio que no recordaba haber visitado antes. Estaba perdido, solo y sin tener idea de mi propia identidad.

Me acurruqué recostado contra una pared y traté de encogerme sobre mí mismo lo más que pude, como protegiéndome de algún peligro; aunque no supiera de qué. Entonces me acometieron unas ganas insufribles de llorar y no pude contenerme. Al principio sólo era el fluir de las lágrimas desde mis ojos; pero poco a poco empecé a sollozar convulsivamente; hasta que el agotamiento se me hizo extremo y me dejé caer de nuevo al suelo, y seguí llorando ahí por algunas horas. Creo que me quedé dormido y cuando se precipitaba el ocaso, desperté nuevamente, pero ya estaba más tranquilo.

Anduve vagabundeando por ahí, con mi mente vacía, sin saber a dónde ir. Pero poco a poco me llegaban como pantallazos y recordé casi en su totalidad mi vida. Sin embargo; no lograba tener ningún recuerdo sobre lo que me había pasado en los últimos días. Empecé a reconocer los lugares por los que iba pasando y me percaté que estaba demasiado lejos de casa. Me fijé en mi apariencia y reconocí mis gastados pantalones de mezclilla, mis zapatillas mil veces remendadas y mi camisa pasada de moda. Llevaba en la mano una bolsa plástica en la que encontré una muda de ropa que también reconocí como mía y que además estaba tan gastada como la que traía puesta.

Esculqué entre mis bolsillos buscando algo de dinero para tomar un transporte público que me acercara al menos un poco a casa; pero como era habitual no tenía ni una moneda. Tuve que caminar casi atravesando la ciudad de lado a lado; pero lo peor era que me sentía terriblemente débil; tenía un hambre que me cortaba el estómago y para completar, mi culo me dolía como un demonio.

Sin recordar nada de lo que me había pasado y por aquel terrible dolor en mi ano, supuse que tal vez alguno o algunos chicos habían decidido irse de juerga y usarme para su diversión. Ya antes me había sucedido, cuando Eduardo y su primo me obligaron a ingerir licor hasta que perdí la conciencia. Al despertar no recordaba absolutamente nada; pero los desgarramientos en mi culo me indicaron que aquel par de cabrones me habían violado sin miramientos y hasta saciar su excitación y su sadismo.

Seguí caminando casi sin fuerzas, arrastrando mis pies y sintiendo que me desvanecía a cada momento. Hasta que por fin llegué a mi destino. Ya eran como las diez de la noche e imaginé lo que me esperaba. Papá seguramente estaba iracundo, pues a mí me estaba prohibido salir de casa y cuando me daban permiso para ello, debía llegar antes de las siete. Sin embargo, me tranquilizó el imaginarme que tal vez el viejo ya se hubiese acostado; así podría dormirme en el jardín y esperar un descuido para escabullirme dentro durante la madrugada, sin que nadie me viera y evitándome de esa forma una cruel paliza.

Pero a penas había puesto un pie en el jardín cuando el viejo se me echó encima. Me agarró por los pelos y empezó a sacudirme con brutalidad, al tiempo que me golpeaba salvajemente. No sé cómo, pero la cruel paliza que me estaba propinando el viejo me hizo recordar todo lo que me había sucedido en los últimos días en la villa. Mi extrema debilidad y sobre todo aquellos recuerdos, casi me paralizaron. No moví ni un dedo para tratar de parar los golpes; tampoco expresé ni siquiera un gemido. Simplemente me dejaba zarandear como un muñeco y recibía el castigo como si no fuera mi cuerpo al que estaban golpeando.

Lloré en silencio, sin proferir la más mínima queja, mientras el viejo seguía golpeándome de manera brutal. Pero de un momento a otro cesó el castigo. No creo que el viejo se conmoviera con mi llanto; seguro fue más bien que se aburrió de zurrarme sin que yo le suplicara clemencia o tratara de defenderme. Entonces me arrastró por los pelos hasta llevarme al patio de la casa y allí me tiró sobre un montón de ropa sucia; me propinó una patada salvaje en el culo que esta vez sí que me arrancó un aullido de dolor, y me ordenó que lavara todo aquello.

Sobreponiéndome al dolor y a mi extrema debilidad, me levanté de ahí haciendo un enorme esfuerzo y me puse a lavar. Todas las prendas eran del canalla de Julián y ello empezó a indignarme. No era posible que en el estado en que me encontraba y a esas horas de la noche, yo tuviera que estar ahí lavando los calcetines y los calzoncillos de mi odiado hermano, mientras que de seguro él estaría durmiendo plácidamente en su mullida cama. Pero no tenía oportunidad de abandonar aquella humillante tarea; papá venía a cada rato para cerciorarse que estuviera haciendo mi trabajo y para incentivarme con algún golpe.

En mi interior ardía otra vez esa débil llamita de rebeldía que parecía haberse apagado durante mi estancia en la villa. Y volvía a arder porque a pesar de haber reconocido y hasta disfrutado de mi condición de sumiso, mi odio hacia Julián seguía incólume. Yo tenía alma de esclavo; eso no me lo podía negar. Sin embargo, era el esclavo de un Amo al que no conocía pero al que adoraba; nunca iba a ser el esclavo del canalla de Julián, que antes que mi hermano menor era mi peor enemigo y también el causante de todas mis desgracias.

No obstante, como había ocurrido siempre, bajo la atenta vigilancia de papá, no me era posible sustraerme a la humillante tarea de estarme ahí, muerto de cansancio, del hambre y dolorido, pero esforzándome por hacer bien un trabajo que me indignaba y que no podía abandonar, so pena de ser castigado con brutalidad por el viejo. De todas formas, volvía a mi vida de sirviente, pues a esas alturas no tenía ni idea de lo que había pasado en la villa para que me sacaran de allí sin ninguna explicación.

Me di a recordar lo que me había sucedido en aquel extraño lugar y ello me sirvió para no pensar en lo humillante que me resultaba estarme ahí lavándole la ropa al canalla de Julián. Me vino a la memoria Martín al cual no había vuelto a ver desde el viernes, cuando estuvimos filmando las escenas de la película. No tenía ni idea de lo que hubiera pasado con él y ello empezó a causarme cierta desazón; ahora sentía que me hacía falta y que a pesar de todo lo que había vivido, aún lo amaba con demasiada ternura aunque me sentía abandonado también por él.

Caí en la cuenta que aquellos muchachos no me habían dicho nada del dinero que se me prometió por la película. Sin embargo me esperancé con que en el momento en que apareciera Martín, él traería mi paga y de esta forma podría por fin largarme de casa para buscar una vida nueva, lejos de la maldita crueldad de mi familia. Lo del Amo desconocido seguramente sólo había sido parte del filme. Tal vez nunca volvería a saber de ese chico y ni tan siquiera podría tener la oportunidad de saber quién era.

Volví a sentirme solo y finqué mis esperanzas en el retorno de Martín. Sentí nuevamente todo lo que él significaba para mí; su ternura, su bondad, su pureza se me convirtieron en una necesidad inaplazable en esos momentos en los que parecía que nada me había quedado; sólo la esperanza de volver a estar a su lado, consintiéndolo y viendo en sus ojos negros aquella ternura infinita que me estremecía de felicidad.

Aunque lo que sentía por el Amo desconocido era mucho más profundo que mi amor por Martín. El recordar la forma en como ese chico me había tratado, el uso que hizo de mí, la arrogancia que se adivinaba en cada acto suyo; todo ello me provocaba estremecimientos de excitación, miedo, pasión, esperanza, dolor y felicidad. Pero sobre todo estaba el hecho que el haber estado a sus pies, sirviéndole y complaciéndolo, me había provocado una sensación de seguridad que nunca antes tuve, y que sin embargo ahora llegaba a serme necesaria para seguir viviendo. Y a pesar de ello pensaba que debía renunciar a volver a estar con ese chico. El Amo desconocido seguramente ni se acordaría ya de mí.

Terminé de lavar la ropa del canalla de Julián como a eso de las tres de la mañana. Estaba completamente agotado y débil en extremo; así que aún arriesgándome a que papá siguiera apaleándome, le supliqué que me dejara ir a comer algo. El viejo no me hizo caso; simplemente volteó la espalda y se fue a su habitación; materialmente me arrastré hasta la cocina y revolví entre las cacerolas hasta que encontré algunas sobras con las cuales pude saciar a medias el hambre canina que había empezado a sentir desde las horas de la tarde.

Me fui a mi cuartucho; el cansancio y los dolores en mi cuerpo me hacían desear como nada en el mundo poder tenderme en mi duro jergón para dormir por muchas horas. Pero recordé aquella escena del marcaje y la curiosidad me ganó. Busqué un pequeño espejo que guardaba entre mis corotos y haciendo verdaderos malabares, pude verme el culo. En la nalga izquierda tenía impreso un símbolo que no pude entender. Era como una especie de báculo invertido, como de cinco centímetros de largo y coronado por un círculo. Me pasé el dedo por aquella marca y sentí un terrible dolor que me hizo saltar. No existía duda: el Amo desconocido me había marcado como a un animal. Me acosté pensando en ello y evocando todas las sensaciones que me produjeron los acontecimientos de la villa, me excité y traté de hacerme una paja; pero el cansancio me venció y me quedé dormido sin llegar a correrme.

Creo que no pude dormir más que un par de horas, pues antes que saliera el sol, papá estaba casi derribando a patadas la puerta de mi cuartucho y amenazándome con una severa paliza si no me levantaba de una vez para continuar con mis labores de sirviente de mi cruel familia. El viejo se volvió a su habitación y yo, somnoliento como estaba y aún sintiendo todos los efectos del castigo de la noche anterior, me dediqué a asear, ordenar, lavar y cocinar, mientras seguía evocando en mi memoria todo lo que el Amo desconocido me había hecho vivir, sentir, gozar y sufrir.

A media mañana oí los gritos de papá que me llamaba desde su habitación; adiviné que quería su desayuno y me apresuré a llevárselo. Y cuando le serví a él y a mamá, el viejo me ordenó que fuera también a la habitación de Julián para despertarlo y llevarle su desayuno. De nuevo me fui a la cocina a prepararle el alimento al canalla, lo puse sobre una bandeja y me fui a cumplir con la orden de papá.

Pero a medida que iba acercándome a la habitación de Julián, me empezó a invadir una sensación de miedo que me hacía temblar y que se me intensificaba a cada paso. El jugo y el café se derramaron sobre los huevos con tocino y yo a duras penas tuve el valor de abrir la puerta, dejar la bandeja sobre la mesa de noche, para de inmediato salir de allí casi corriendo y dando trompicones, como si alguien me estuviera persiguiendo. Aquel miedo era terrible y al mismo tiempo irracional, pues no tenía idea de qué me lo provocaba. El caso es que no me atreví a despertar al canalla de Julián y más bien me fui a la cocina; como tratando de alejarme lo que más podía de su habitación.

Papá seguramente terminó su desayuno y quiso ir a darle los buenos días a su adorado hijo y lo encontró aún dormido y su desayuno esparcido sobre la bandeja. Ahí fue Troya. Llegó como una fiera a donde yo estaba, me agarró por los pelos y me dio un par de bofetadas que de milagro no me hicieron saltar los dientes, pero que sí me arrancaron lágrimas; me ordenó que volviera a prepararle el desayuno al canalla de Julián y esperó a que terminará para él mismo llevárselo, no sin antes amenazarme con que ya pronto me ajustaría las cuentas.

Al cabo de un rato sentí que papá, mamá y Julián estaban en la puerta y los viejos despedían al canalla con mimos y alabanzas. Pero al oír la voz de mi odiado hermano menor sentí de nuevo aquel terror inexplicable e irracional y me puse a gemir como si me estuvieran apaleando. Me acurruqué en un rincón, encogiéndome sobre mí mismo todo lo que podía y sin siquiera intentar explicarme qué era lo que me estaba pasando.

Allí me encontró papá cuando vino para ajustarme cuentas. Empezó por increparme por mi falta de voluntad para servir a Julián, pero no tardó en sacarse el cinturón para zurrarme a su gusto, hasta dejarme molido a golpes. Y no se conformó con eso; antes de salir de la cocina me propinó una patada en culo que me hizo aullar de dolor, y sin conmoverse por mi estado me ordenó que me apresurara con el almuerzo porque él y mamá iban a salir aquella tarde.

Y luego de almorzar, los viejos se fueron. No pregunté a dónde porque la respuesta hubiese sido un golpe, además tampoco me importaba. Antes por el contrario, el estar solo me hizo sentir un tanto aliviado. Me dirigía a mi cuartucho para descansar un rato y dormir, cuando recordé aquel inexplicable miedo que me había invadido en la habitación de Julián, así que más bien me fui para allá a tratar de indagar qué fue lo que me generó tan extraña sensación.

No encontré nada que me aterrara y tampoco volví a sentir ese miedo acuciante e irracional. Entonces recordé que en el momento en que salía mi odiado hermano oí su voz y luego me eché a temblar de terror. Concluí que lo que me causaba esa sensación era el propio Julián. Este descubrimiento me aterró aún más, aunque no podía explicarme porqué me sucedía aquello.

Estaba empezando a desesperarme y ahora más que nunca necesitaba que viniera Martín, que trajera mi paga o que al menos me trajera noticias de lo que había pasado con el filme y de cuándo me pagarían. Necesitaba irme de casa de una vez por todas. No podría aguantar aquel terrible miedo hacia el canalla de Julián. Ahora no sólo era el odio que le tenía, era también aquella insufrible sensación de terror que me provocaba su presencia.

En esas estaba cuando oí que alguien tocaba en la puerta. Fui a ver quién era. Puse mi ojo en la mirilla y por poco me caigo para atrás. Ahí estaba nadie menos que Juba. Mi conmoción fue tal que me quedé estático. Pero con un nuevo toque del negro reaccioné. Corrí hacia la ventana y lo llamé; el negro me vio y dio unos pasos hasta quedar cerca de mí. Venía vestido como un chico normal; ya no estaba disfrazado como un esclavo. Hasta se veía apuesto el cabrón.

Ábreme la puerta – me ordenó el negro.

No puedo… – le respondí con un hilo de voz –…todos salieron y me dejaron encerrado bajo llave.

No estás encerrado – me respondió el negro con seguridad –. Ábreme de una vez.

Maquinalmente fui hasta la puerta, corrí el pasador; tomé el picaporte y lo giré. Para mi sorpresa, pude abrir sin ninguna dificultad. Seguramente por la premura, al viejo se le había olvidado cerrar con llave; pero eso no me preocupaba en ese instante. Más bien tenía la cabeza hecha un lío, llena de infinidad de preguntas que se me ocurrían para formularle a Juba; pero él no me dio tiempo a nada.

Vamos a tu habitación – me ordenó mientras tomaba camino por su cuenta, como si ya conociera la casa –. Esta noche vas a conocer al Amo y debo prepararte.

Me quedé mudo ante aquella revelación; pero al mismo tiempo retomé la docilidad que había caracterizado mi comportamiento durante el tiempo que estuve en la villa. Seguí al negro mansamente, casi con la mente en blanco; únicamente pensando en que ya se aproximaba el momento en el que por fin podría conocer al Amo. Sentía ahora que toda mi vida no tenía más que ese propósito.

Entramos en mi cuartucho y el negro me ordenó que me desnudara; al mismo tiempo que él también iba despojándose de su ropa. Ya desnudos, me agarró por el brazo y me condujo hacia el patio y allí tomó una manguera y se dedicó a lavarme como tantas veces lo habían hecho él y Jano mientras estuve en la villa. Entre tanto, me explicaba cómo debía prepararme por mi propia cuenta para ser usado por el Amo; pues según sus palabras, de ahí en adelante estaría a disposición del Amo y mi obligación era mantenerme en las condiciones adecuadas para servir y dar placer a mi Dueño.

Yo no voy a estar siempre a tu lado para mantenerte aseado y apto para que el Amo te use. Tienes que aprender a hacerlo solo, pues si el Amo te encuentra sucio te apaleará y no tendrá misericordia de ti.

Las palabras del negro me estremecían; pero al mismo tiempo me obligaban a poner la mayor atención en todos los cuidados que prodigaba al asearme; pues ahora era natural para mí que el Amo me usara. Y aunque no podía expresarlo en esos momentos, estaba sintiéndome plenamente feliz, al tener la certeza que de nuevo estaría a los pies de mi Dueño y sería usado por él.

Juba me lavaba a conciencia, con su habitual parcimonia; pero cuando empezó a meterme los dedos en la raja del culo para asearme, no pude evitar dar un salto y gritar. Me quejé del horrible dolor que me provocó en el ano y le supliqué que tuviera un poco más de cuidado. El negro entendió mi sufrimiento y se comportó de una forma un poco más delicada, aunque ello no mermó mucho mi dolor. Entonces me aventuré a pedirle que me untara con un poco de aquella sustancia mágica con la que me había curado las heridas en la villa, luego de cada tortura.

Eso ya no se puede hacer…– me dijo el negro –…al Amo le gusta que a los esclavos les duela el culo. Así se mueven mejor cuando él se los está cogiendo.

El negro me explicó que cuando me aplicó esa sustancia durante mi estancia en la villa, sólo fue para que yo pudiera resistir hasta más allá de cualquier límite; por que así lo había ordenado mi Dueño, que no quería dejarme ir de allí sin haberme usado a plenitud. Aquello me estremeció de miedo; pero a esas alturas ya no podía sustraerme a nada de lo que el Amo quisiera hacerme. Antes por el contrario, pensaba que si al Amo le satisfacía mi sufrimiento, pues entonces yo sufriría con paciencia y hasta con alegría.

El negro terminó de lavarme y se fue a mi cuartucho, ordenándome que lo esperara en el patio. Al momento regresó trayendo en su mano un pequeño maletín de cuero negro en el que no me había fijado cuando entró. Me ordenó que me inclinara sobre el lavadero y lo oí sacando algunos instrumentos. Yo estaba con mi culo en pompa y supuse que enseguida me sometería a una lavativa. Empecé a temblar de miedo imaginándome el dolor que me causaría en el ano con la cánula y no tuve remilgos en suplicarle que me tratara con cuidado.

Pareció algo contrariado por mis gemidos y mis súplicas; entonces de no sé dónde sacó un calcetín de Julián y me ordenó que me lo metiera en la boca y lo mordiera para que pudiera contener los gritos cuando me ensartara con aquella manguerilla con que se disponía a bombear agua para lavarme también las tripas. Rechacé el ofrecimiento que me hacía Juba e iba a ir a mi cuarto para buscar alguna otra cosa que me sirviera de mordaza, pero el negro insistió.

Muerde esto… – me ordenó –…al fin de cuentas ya le has lamido los pies…entonces qué mas da que chupes sus calcetines.

El gesto de impaciencia del negro me convenció de obedecer y muy a mi pesar, tuve que meter en mi boca el calcetín impregnado con el sudor de los pies de mi odiado hermano menor. Eso me hizo sentir muy humillado, aunque no tuve tiempo de preguntarme cómo era que el negro sabía que yo había tenido que lamerle los pies al canalla de Julián, porque en ese momento empezó a introducirme la cánula por el ano y me hizo ver los demonios por tanto dolor, aún a pesar que de verdad lo hacía con extremo cuidado. No sé que me habrían hecho durante las últimas horas de mi estancia en la villa; pero de lo que sí podía estar seguro era que me habían destrozado el culo.

No pude evitar llorar mientras el negro llevaba a cabo aquella maldita lavativa; lo único que me mantenía en mi puesto era el saber que todo aquello era por orden del Amo; para que yo pudiera servirlo bien y para que él me diera la oportunidad de ser usado para su placer y su diversión. Afortunadamente el negro no tardó demasiado y pronto dio fin a aquel suplicio; aunque el dolor que sentía en el culo era muy fuerte y no parecía disminuir.

Ahora vas a buscar uno de tus uniformes de mucamo… – me ordenó Juba –…y te vas a vestir así. El Amo desea verte de esa forma cuando estés a sus pies.

No dudé en obedecer al negro. Busqué el más nuevo de los uniformes de sirviente que me había comprado papá y me vestí con él. Aunque siempre me había sentido muy humillado por tener que usar esas prendas, la verdad es que eran de mucha mejor calidad y estaban infinitamente más nuevas que mi propia ropa. Así que viéndolo bien no me quedaban tan mal y esta vez me sentí cómodo con ellas, más aún por cuanto era el Amo el que había ordenado que fuera de esa forma.

Al parecer Juba quedó satisfecho con mi aspecto. Entonces me entregó el pequeño maletín de cuero diciéndome que lo conservara y dándome algunas instrucciones para que yo solo pudiera efectuarme las lavativas y me mantuviera limpio para el uso que me daría el Amo, pues según el negro, de ahí en adelante estaría todo el tiempo junto a mi Dueño y a su entera y completa disposición.

Eso me alegró tanto que hasta quise manifestarle mi alegría a Juba dándole un abrazo; pero el condenado negro me rechazó con cortesía y en vez de prolongar aquella sesión, me comunicó que debía irse enseguida. Me entregó una pequeña tarjeta que tenía impresa una dirección y me ordenó que me presentara allí a las ocho en punto de la noche. Traté de acompañarlo hasta la puerta pero me dijo que no había necesidad; conocía perfectamente el camino. Salió de mi cuartucho, pero al instante regresó sobre sus pasos y me entregó un billete, indicándome que usara el dinero para pagarme un taxi hasta la dirección que me había dado. Luego sí se marchó.

No me es posible narrar ni describir todo el cúmulo de emociones y sentimientos que me embargaban en ese momento. Aquel era el sueño de mi vida. Por fin iba a largarme de casa; no volvería a ver a mi cruel familia. Lejos quedaría el canalla de mi hermano menor y su arrogancia; lejos quedarían mis sufrimientos; lejos quedaría además aquel terrible miedo que había empezado a inspirarme Julián. Ese era el día de mi liberación. Me convertiría en un esclavo para siempre; pero sería un esclavo feliz, pues adoraba a mi Dueño y nada más podría resultarme más placentero y más dichoso que ser usado por él, educado por él para su servicio; nada me llenaría tanto de gozo como estar a sus pies, demostrándole toda mi obediencia y mi amor.

El tiempo parecía detenido; yo no haría nada más en aquella puta casa en la que tanto había sufrido. Mi cruel familia se quedaría sin su sirviente desde aquel mismo instante. Estaba realmente ansioso y no podía contener el torrente de pensamientos contradictorios que me avasallaban; así que por ello y también previendo que los viejos regresaran y se me imposibilitara irme, decidí salir de una vez por todas para caminar por ahí, hasta que llegara la hora en que debía presentarme ante el Amo.

Temiendo alguna dificultad inesperada, tomé un taxi mucho antes de lo previsto y le indiqué al chofer la dirección que me había dado Juba. No hubo ninguna dificultad y casi una hora antes de la cita que me había puesto el negro llegué a mi destino. No pude decidirme a tocar antes de tiempo; así que me fui a vagabundear observando los alrededores, mientras a cada momento me sentía más nervioso, tratando de adivinar lo que pasaría esa noche pero sin lograrlo.

El sector era una zona exclusiva de la ciudad en donde habitaba gente muy adinerada. A cada paso que daba me encontraba con cosas bellas, que sin embargo no podían apartarme del pensamiento las preguntas que me estaba haciendo sobre lo que me esperaba a partir del instante en que por fin pudiera conocer al Amo, a ese chico que sin haberme dejado que lo viera, ya había conquistado mi alma y mi cuerpo y podría disponer de mí de la forma en como le resultara más conveniente, más placentero o más divertido.

Por fortuna al fin llegaron las ocho. Estaba temblado de miedo; pero era mucho más fuerte mi ansiedad e infinitamente más poderosa mi esperanza. Así que inspiré tratando de tranquilizarme y me acerqué a la casa que correspondía con la dirección que me había dado Juba. Toqué con timidez. Pasaron un par de minutos sin que nadie me abriera la puerta. Me alarmé pensando que tal vez me había equivocado y revisé de nuevo la dirección. Estaba bien. Me animé a tocar nuevamente, esta vez con un poco más de fuerza y a los pocos segundos apareció ante mí Jano.

La presencia de aquel maldito negro me intranquilizó demasiado; pero atrás de él apareció Juba y me ordenó que entrara de una vez. Seguí a los negros hasta una pequeña estancia en donde recibiría algunas instrucciones. La casa era pequeña; al menos comparada con las otras que había en la zona; pero al mismo tiempo se sentía muy acogedora y al parecer estaba decorada con un gusto exquisito, como lo sabría mucho después por unos comentarios que escuché.

Juba se dedicó a explicarme cómo debía comportarme. Sus palabras me recordaron todo lo que me había dicho antes de aquella tarde en que fui probado por Luis para saber si me consideraba digno de ser su esclavo en la película. Y aunque todo estaba perfectamente claro para mí, el negro no dejaba de repetirme cómo debería comportarme; recomendándome especialmente que no fuera a mirar al Amo a la cara hasta que él me lo ordenara. En todo momento debería mantener mi mirada a los pies de mi Dueño.

En esas estábamos cuando se oyó una campanilla. Los negros hicieron algunos aspavientos y de inmediato me tomaron cada uno por un brazo y me condujeron a través de la casa hasta una estancia; abrieron con extrema delicadeza la puerta de aquella habitación y entonces Juba me ordenó que entrara, no sin antes recordarme por lo bajo que por ninguna circunstancia debía mirar al Amo a la cara sin que él me lo ordenara.

Crucé el umbral sin poder parar de temblar. Aquella estancia estaba iluminada de una forma curiosa; el lugar por donde yo entré estaba perfectamente iluminado, pero más allá reinaba la penumbra. Un poco desorientado, miré hacia todos lados y en el fondo alcancé a distinguir algo. Al parecer el Amo estaba acomodado en un sillón; pude observar su silueta y me conmovió pensar que su postura era la de un Príncipe sentado en su trono; más aún cuando a un lado suyo pude distinguir la silueta de otro chico que se mantenía de rodillas a sus pies.

Sin pensármelo, me dejé caer en cuatro patas y de esta forma empecé a desplazarme despacio hacia el sitio en donde se encontraba el Amo con su otro esclavo. Mi emoción era muy intensa y tenía que hacer un gran esfuerzo de voluntad para controlar mi curiosidad, pero sobre todo para poder avanzar sin torpeza. Iba andando hacia mi destino; sólo unos pocos metros me separaban de estar a los pies de mi Dueño para entregármele enteramente.

Por fin estuve lo suficientemente cerca y sin dudarlo acabé de postrarme para besar los pies de mi Amo. Al parecer estaba desnudo, al igual que el otro chico que se encontraba arrodillado allí. Al contacto de mis labios con sus pies sentí un estremecimiento y una profunda alegría; pero sobre todo me sentí de nuevo seguro y en paz. No me lo pensé y volví a besarle los pies. Él no decía nada. Me dejaba que siguiera rindiéndole ese homenaje que a mí me resultaba tan exquisito.

Sin embargo, por esa curiosidad mía no me reprimí el deseo de mirar un poco a mi alrededor. Entonces me estremecí por lo que pude contemplar en el oto chico. Aquel esclavo que estaba junto al Amo mostraba su verga hinchada y sobre sus muslos y su vientre se hacían evidentes las huellas de una azotaína reciente. Me sentí tan perturbado que opté por inclinar de nuevo mi rostro y cerré los ojos para de nuevo besar los pies de mi Dueño. Seguramente aquel esclavo había sido castigado por cometer alguna falta. Aquello era una advertencia para mí mismo.

Entonces me prometí que llevaría hasta el extremo mi docilidad, mi sumisión y mis esfuerzos por servir bien al Amo, para evitar que él tuviera que imponerme un castigo tan severo como el que seguramente había sufrido ese otro esclavo. Cerré mis ojos y me dediqué a besar los pies de mi Dueño con toda devoción, como si con ese gesto mío estuviera prometiéndole que me comportaría de tal forma hacia él, que no tendría motivo para arrepentirse por haberme convertido en algo de su propiedad.

Y no sé cuánto tiempo pasé ahí, a los pies de mi Amo; el caso es que de un momento a otro sentí que él me agarraba por los pelos y halaba hasta hacerme poner de rodillas. Opté por cerrar los ojos para evitar que mi curiosidad me traicionara; no quería ni siquiera accidentalmente desobedecer a mi Dueño y que tal vez ello me acarreara un cruel castigo o, en el peor de los casos, me hiciera objeto del rechazo de ese chico en el que tenía fincadas todas mis esperanzas y que era la fuente exquisita de toda la felicidad que me embargaba en aquellos instantes.

Él me llevó la cabeza hasta su vientre. Entonces volví a percibir el aroma exquisito de su arrogante y poderosa verga y ya no me contuve. Aunque no me había dicho una sola palabra, su intención era clara para mí. Con algo de temor abrí mis ojos. Quería contemplar aquel palo magnífico con el que mi Dueño me había llevado del dolor al placer; con el que ese chico maravilloso me había ensartado hasta hacerme ver los demonios y las estrellas en una extraña confusión. Deseaba como nada en el mundo mamar aquella verga para darle placer a mi Amo, pero antes quería contemplarla por unos instantes para acabar de convencerme que era tan magnífica y tan hermosa como yo me la había imaginado.

Pero entonces me encontré con algo que me estremeció. De puro milagro me pude contener para no levantarme de allí y salir a todo correr. La verga de mi Amo era mucho más hermosa de lo que yo hubiese podido imaginar; ello me emocionó. Pero lo que estuvo a punto de obligarme a huir fue un descubrimiento que me resultó terrible y que acabó por derruir el poco de voluntad que me quedaba, convenciéndome además que mi vida no tendría ninguna esperanza ni ningún sentido, al menos que pudiera permanecer a los pies del Amo desconocido. Mis naves habían sido incineradas.

Aquel otro chico que estaba allí de rodillas ante el Amo era nada menos que Martín. Mi amado Martín no era más que un esclavo y seguramente también un mísero puto como yo mismo. Todo lo que estimaba en él se esfumaba en un instante. Esa pureza suya, su bondad, su ternura; nada de eso había existido. Aquel infeliz tal vez lo único que había hecho fue obedecer al Amo; seguramente había sido utilizado para llevarme hasta la villa y convertirme en lo que ahora era: un esclavo.

Pero aún así no sentí ningún rencor hacia Martín. Antes por el contrario, le estaba agradecido; pues de no haber sido por su intervención, a esas alturas yo seguiría preso en mi casa y sirviendo a mi cruel familia. Hasta sentí cierto gustillo al pensar que aquel chico al que yo había creído adorar, sólo utilizó su presunta amistad con el canalla de Julián para acercárseme; pensé que el imbécil de mi hermano menor había sido engañado por aquel que siempre fue como su sombra, y ello me había permitido sustraerme a su arrogancia y a su insufrible cercanía.

El impacto de aquella sorpresa me había hecho olvidarme momentáneamente de mi obligación de esclavo. Estaba ahí para darle placer a mi Dueño; no para reflexionar sobre mi miserable vida. Pero el Amo, tal vez comprendiendo lo que me significaba el descubrir a Martín ahí convertido además en un esclavo como yo, no me propinó un castigo que seguramente en otras circunstancias no habría escatimado. Además, el propio Martín me hizo caer en la cuenta de la falta que estaba cometiendo.

Sin decirme una palabra y mirándome a los ojos con fijeza, sacó su lengua y empezó a prodigar tímidas y suaves caricias sobre la verga arrogante de quien ahora era nuestro Dueño. Su gesto me recordó mi papel en todo aquello, y entonces también yo, con mucha timidez y con mis labios temblándome por la emoción, me dediqué a besar el magnífico y erecto palo del Amo. Él parecía estar gozando porque nos dejaba ir a nuestro ritmo. Aún más cuando Martín y yo no teníamos más preocupación que el placer de nuestro Señor.

La intensidad, la suavidad, la ternura y la profunda devoción con que le acariciábamos su verga poderosa debieron llevarlo pronto al límite del placer. Entonces nos agarró por los pelos a sus dos esclavos y empezó a hacernos mamar alternativamente. Metía su palo en la boca de Martín y mientras él se lo chupaba con una entrega total, a mí me hacía lamerle los huevos magníficos y lampiños. Luego nos hacía cambiar de rol, penetrándome a mí hasta la garganta mientras su otro siervo le prodigaba lametazos sobre la parte de su enorme verga que no alcanzaba a caber entre mi boca.

Nuestra sumisión era total y nuestros esfuerzos se concentraban por completo en el placer de nuestro Dueño. Nada más nos importaba en aquellos instantes. El placer de nuestro Amo era nuestro propio placer, era nuestra felicidad, era nuestra seguridad y nuestra esperanza. Y tal vez fuimos capaces de transmitirle todo ello porque la dureza de su potente verga se fue convirtiendo pronto en una rigidez extrema y él mismo empezó a tensarse y a rugir al borde del orgasmo.

Nos agarró por los pelos y nos fue conduciendo, hasta que los labios de Martín y los míos se unieron alrededor de su arrogante verga. Era la primera vez que tenía contacto con los labios de otro chico; estaba besando a Martín como tantas veces lo había deseado, pero ese beso nuestro tenía un ingrediente que lo hacía aún más excitante y más sublime: nos estábamos besando a través de la verga de nuestro Amo; nuestros labios se entornaban sobre el potente palo y aquella caricia exquisita ya no era por nuestro placer, sino únicamente por el placer de nuestro Dueño, aunque precisamente ello la hacía más excelsa.

Todo aquello finalmente lo llevó al clímax. Lo sentimos tensarse aún más de lo que ya estaba; lo oímos rugir como un león poderoso y sentimos en nuestros labios la increíble potencia de su virilidad adolescente. Entonces, sin darnos la oportunidad de ser inundados por su placer, empezó a descargarse sobre nuestro rostro de esclavos, lavándonos completamente con su eyaculación, como si estuviera marcándonos de una manera diferente a como lo había hecho con el hierro ardiente.

Y entonces, sin tomarse apenas ni un segundo para reponerse de su intenso y copiosísimo orgasmo, apartó a Martín de un puñetazo y me agarró a mí por los pelos haciéndome levantar la cabeza. Creí que también me castigaría e instintivamente cerré mis ojos para esperar el golpe con docilidad, pero él me ordenó:

¡MÍRAME, ESCLAVO!

Con mucho temor y también con demasiada emoción, abrí mis ojos poco a poco, y aún a través de su semen que escurría por mis pestañas pude contemplar su rostro. Y entonces cada pelo de mi cuerpo de esclavo se me erizó y sentí un temblor incontenible y una necesidad acuciante de llorar: el Amo desconocido era Julián.