Esclavo (7: Cabalgada Nocturna II)

El placer del Amo puede llegar a borrar el dolor del siervo...es bien fuerte, no apto para sensibles....

Esclavo: Cabalgada Nocturna II

Una voz muy dentro de mí empezaba a gritarme que mi vida no sería la misma después de aquella noche, y que de ahí en adelante mi existencia no tendría ningún sentido si no estaba bajo el yugo de aquel Amo desconocido que había sabido cómo convertirme en un animal, en una mascota agradecida y sumisa, cuyo único deseo era satisfacer plenamente a mi Dueño. Y aunque aún no tuviera idea de dónde terminaría todo aquello, sabía con seguridad que me dejaría llevar, me dejaría conducir con la misma mansedumbre con que ahora obedecía a esa rienda endemoniada con que mi jinete me guiaba sobre un camino que yo no podía ver en absoluto.

En el camino al establo mi Amo me hacía sentir todo el rigor de su poder, azotándome el culo sin ninguna compasión e instándome para que apurara el paso, cuando yo a duras penas podía sostenerme con él acaballado sobre mi lomo. Pero, y lo repito, el miedo es un incentivo muy efectivo y si el miedo está además unido a una apremiante necesidad de satisfacer al Amo, cualquier esfuerzo resulta posible. Así que a pesar de mi agotamiento, que ya casi estaba llegando al límite, yo trataba de mover mis cuatro patas cada vez con mayor agilidad, hasta casi adoptar un paso de trote que hacía que los dos chicos jinetes rieran a mandíbula batiente, aunque ello no les impedía seguir castigándonos a sus bestias de monta con la fusta y con los tirones de la rienda.

Supongo que el otro pony también iba al trote, porque lo sentía a mi lado, resoplando por el esfuerzo de llevar sobre su lomo al Amo Luis y gimiendo muy quedamente cada vez que el chico le descargaba la fusta en el culo y lo instaba para apurar el paso. Y extrañamente la presencia de aquel otro chico, también esclavizado y sometido a la condición de bestia de monta, me provocaba cierto sentimiento de satisfacción; al menos no era yo el único que debía soportar aquel suplicio. Era como si me alegrara de no estar sufriendo solo. Supongo que así como un Amo se divierte más cuando está en compañía de otros Amos, así los esclavos soportamos mejor los castigos y el miedo cuando estamos acompañados de otros esclavos, que comparten nuestros mismos sufrimientos.

¿Cuántos carriles haremos? – preguntó Luis.

Creo que con diez carriles estará bien – respondió mi Amo.

¿Y qué vamos a apostar?

Lo de siempre…un dólar… – respondió mi Amo.

Aún a pesar del esfuerzo sobrehumano para mantener el paso rápido que me exigía mi jinete, pude hacer algunas cuentas que me causaron un gran temor. Hacer diez carriles seguramente significaba recorrer diez veces, de un extremo a otro, la enorme habitación que me había parecido un extraño establo; eso era nada menos que unos 500 metros. Y si íbamos a competir, seguramente que los Amos nos obligarían ir a todo galope. La energía que necesitaríamos las dos pobres bestias de monta, para soportar semejante prueba superaba todos los límites imaginables; y todo ello únicamente para que alguno de los jinetes cobrara "un dólar" por su triunfo. Aquello era la demostración máxima de que para aquellos chicos lo único que importaba era su diversión, pues parecía claro que no tenían más oficio que azotarnos el culo, reventarnos el hocico con la rienda y mantenerse cómodamente acaballados sobre nuestros magullados lomos.

Aquello me causó un desánimo que por poco provoca que me dejara caer sobre mi panza, olvidándome de mi obligación de satisfacer plenamente a mi Amo. Estaba sudando a mares y la cabeza me daba vueltas, seguramente no sólo por el miedo, sino además por la extrema debilidad y el estado de agotamiento en que estaba, después de tantos tratos tan inhumanos y sin haber comido más que el semen de los dos chicos, la meada de mi jinete y el azucarillo que me había dado antes de llevarme a la competencia.

Pero seguramente mi Amo, con sobrada experiencia en esos manejos de cabalgada con los esclavos, presintió mi inminente desfallecimiento y lo previno de manera efectivísima. Haló de la rienda haciéndome levantar la cabeza con un respingo, me propinó un fuetazo furioso en el culo y me pinchó los muslos con algo que tenía adosado a los talones de sus botas tejanas. Aquel castigo conmovió las más sensibles fibras de mi cuerpo, acabando de aterrarme, pero también renovando mi ánimo.

En ese momento caí en cuenta que aquel sonido como de tintineo que había oído cuando el Amo se me acercaba para montarme, era nada más y nada menos que el chirrido de unas espuelas que seguramente acompañaban su calzado. La presencia de aquellos crueles instrumentos en los pies de mi jinete, hizo que se me pusieran los pelos de punta. Si él volvía a espolearme, seguramente me haría saltar aún a pesar de mi agotamiento; y sabía perfectamente que el chico no se andaría con dudas si consideraba necesario macerarme los muslos o la barriga con sus espuelas para hacer que yo me moviera como él quisiera.

Sacando fuerzas de donde no tenía, me mantuve firme sobre mis cuatro patas y hasta apuré un poco el paso. Ello me valió que mi Amo me diera unas palmadas suaves sobre el lomo y me incentivara con su habitual "Buen potro…". Aquello acabó de animarme, llevándome a prometerme a mí mismo que haría cualquier cosa para lograr que mi Amo le ganara la apuesta al Amo Luis. Me animaba oír los resoplidos cada vez más fuertes del otro pony, pues supuse que el infeliz estaba a punto de reventar. Pero al poco tiempo debimos llegar a la pista de carreras, es decir hasta los carriles en donde competiríamos.

El Amo me guió hasta seguramente ponerme en el sitio de partida; supongo que lo mismo hizo Luis con su pobre bestia, porque a los pocos segundos oí que uno de los chicos empezaba una cuenta regresiva y en el momento en que llegó al final volví a sentir un fuerte azote en el culo y el pinchazo de las espuelas en mis muslos, al tiempo que mi jinete me daba la orden de partida:

Aaarreee…potrillo

No me lo pensé para empezar a mover mis cuatro patas lo más rápido que pude. Oía a mi lado los resoplidos del otro pony y me afanaba por tomar un paso más ligero, tratando de dejarlo atrás; pero no ayudaba mucho que Luis le azotara el culo y seguramente espoleara con crueldad al pobre infeliz, porque yo podía oír con toda claridad los silbidos de la fusta del Amo y las imprecaciones con que trataba de incentivar a su montura para que fuera más de prisa.

Debimos llegar hasta el extremo del carril porque mi Amo templó la rienda con fuerza, haciéndome sentir que la lengua se me desprendería por la base y parándome al seco. De inmediato empezó a tironear hacia la izquierda, hasta hacerme dar media vuelta, volvió a azotarme el culo y a espolearme los muslos con saña, mientras me instaba para seguir adelante con la carrera. Aquello era una verdadera maldición, y debo decir que sólo me sostenía el miedo y el dolor, dándome fuerzas que de otra forma no habría encontrado, para seguir galopando llevando sobre mi lomo a mi jinete.

Y a pesar de todos mis esfuerzos, seguía oyendo a mi lado los resoplidos cada vez más agitados del otro pobre chico que le hacía de pony al Amo Luis. Supongo que su jinete lo estaba incentivando de manera salvaje, como mi jinete lo hacía conmigo, para que redoblara sus esfuerzos y buscara por todos los medios ganar la carrera. Era obvio que ninguno de los dos Amos estaba dispuesto a perder; esos chicos debían ser un par de ganadores y ninguno se resignaría a ver triunfar al otro; así que si les resultaba necesario reventar a su respectivo animal de monta, no dudarían en hacerlo con tal de ganar la competencia.

No fue hasta el noveno carril cuando empecé a notar que se marcaba alguna diferencia entre los dos binomios, porque oía cada vez un poco más distante los resoplidos del otro miserable esclavo. Aunque no pude saber si mi Amo y yo éramos los más adelantados o los más atrasados, pues mi jinete no paraba de castigarme con toda la severidad que se podía esperar, azotándome el culo con saña e hincándome aquellas malditas espuelas en los muslos y ahora también en la barriga, mientras no paraba de instarme para que galopara más de prisa:

Aaarreee…potrillo…aaarreee animal…muévete… – ordenaba mi Amo mientras yo sentía morirme y al mismo tiempo redoblaba mis esfuerzos.

Llegamos al final de ese noveno carril y mi Amo por poco hace que me desboque con los crueles tirones de la rienda, mientras me obligaba a torcer hacia la izquierda, dando media vuelta para tomar el último tramo de la competencia. Había llevado la cuenta de los carriles y sabía que estábamos recorriendo los últimos 50 metros; eso me animó a ir aún más rápido, suponiendo que apenas terminara la competencia podría descansar al menos un poco. Me animó aún más el sentir que nos cruzábamos con el otro binomio, que a penas iba hacia el final de su noveno carril cuando mi Amo y yo ya habíamos recorrido casi un cuarto del décimo. Sin embargo, el castigo sobre mi pobre cuerpo no disminuía ni un ápice, y por el contrario, mi Amo parecía más prodigo a cada instante con la fusta y las espuelas; mientras yo babeaba, estaba lavado en sudor y literalmente galopaba hacia la meta.

Supe que habíamos ganado la competencia por que mi Amo empezó a gritar con entusiasmo mientras se reía a carcajadas, seguramente viendo los últimos esfuerzos que hacía el pobre pony del Amo Luis por concluir su recorrido. Ya había halado la rienda haciendo que me detuviera; pero aún no me desmontaba y yo estaba sintiendo que mis cuatro patas temblaban, amenazando con doblárseme bajo el peso de mi jinete.

Jajajaja… – reía mi Amo con euforia –. Págame; ¿ves que este animal no es tan inútil como parece?

Oí un golpe seco y al otro pobre chico que había hecho de pony exhalando una queja lastimera y sentí como si cayera al suelo de costado. Seguramente el Amo Luis estaba furioso por haber perdido y se había desquitado con su miserable bestia de monta. Pero yo mismo estaba tan molido que no tenía para qué preocuparme del otro infeliz, así que en el momento mismo que sentí que mi Amo me desmontaba, me dejé caer al suelo resollando con fuerza y casi al borde del colapso. Extrañamente, era como si el sentir el peso de mi jinete sobre mi lomo, fuese lo único que me había mantenido en pie sobre mis cuatro patas.

Estaba demasiado agotado como para prestarle atención al diálogo de los dos Amos, que parecían comentar las incidencias de la competencia. Me enrosqué sobre mi barriga y traté de relajarme un poco; pero no lo logré debido al dolor en mi culo por la azotaína tan cruel que me había propinado mi jinete, a las heridas en mis muslos y en mi panza gracias a las efectivas espuelas, y sobre todo al horrible dolor de mi boca que aún estaba siendo torturada por el bocado de aquella rienda maldita. Creo que aún temblaba sin control y deseaba más que nada en el mundo poder dormirme al menos unos minutos para reponerme un poco.

Pero mi Amo tenía otros planes; tal vez el triunfo sobre Luis lo había excitado, o sería el haber estado montándome, o simplemente le apetecía descargarse, el caso es que no tuvo piedad de mí; me agarró por los pelos haciéndome poner de rodillas ante él y me arrancó la rienda con una brutalidad que por poco hace que se me salten los ojos aún a través de la venda.

De no haber sido por el temor de hacerle creer al Amo que me le estaba insubordinando, me habría retorcido por el dolor que me produjo en la boca al arrancarme la rienda; sin embargo, cuando oí que él estaba corriendo el cierre de sus vaqueros, supe lo que vendría enseguida y casi por instinto y sumisamente abrí mis labios, preparándome para que me usara y como si me le ofreciera con toda mansedumbre para que gozara de mí, aún a pesar de sentir que me estaba muriendo por tantos padecimientos.

Por un instante alcancé a percibir el aroma inconfundible y excitante de su poderosa y enorme verga, antes de que él me la metiera en la boca penetrándome hasta mi garganta, para enseguida empezar a follarme sin ninguna compasión. Sentí que iba a ahogarme y que me reventaría el gaznate a cada embestida por la fuerza con que me estaba cogiendo con su rígido y potente palo. Sin embargo, sentía que el Amo casi no se movía; más bien me tenía sujeto con fuerza por los pelos, llevando mi cabeza hacia delante y hacia atrás, haciendo que su enorme y poderosa verga se deslizara sobre mi lengua hacia adentro y hacia fuera acabando de herirme la boca con cada arremetida.

No recordaba que algún chico me hubiese cogido por la boca de la manera tan brutal como lo estaba haciendo el Amo desconocido. El único que me había sometido a un suplicio similar fue el primo de Eduardo; ese chico tenía también una verga enorme, aunque no tan grande como la que me estaba reventando la garganta en esos momentos, y parecía disfrutar especialmente de follarme la boca con violencia, hasta inundarme de semen. Con él aprendí un truco que me ayudaba a apurarle un poco el orgasmo para que terminara de torturarme: mientras más fuerte me clavaba su verga, más me esforzaba yo por lengüeteársela en la zona del frenillo, con lo cual lo hacía llegar pronto al clímax.

Parece una cruel contradicción, pero cuando me encuentro en situación de ser el objeto de placer de un chico y no puedo sustraerme a satisfacerlo, mientras ese chico me causa dolor follándome con violencia, más me esfuerzo yo por provocarle placer, pues he aprendido que entre más intenso sea el gozo que le prodigue al chico que me está cogiendo, más rápido acabará mi suplicio.

Y esta vez, en manos del Amo desconocido, no tenía ninguna otra opción que dejarme usar por él de la manera en como a él le provocara más placer. Así que mientras su potente verga entraba y salía de mi garganta con toda la fuerza de su poder, yo movía mi lengua herida casi con desespero, tratando de acariciarle el glande suavemente, intentando que el chico gozara intensamente para que alcanzara su orgasmo y terminara por liberarme luego de inundarme la boca con su eyaculación.

Debía presentar un curioso espectáculo, arrodillado ahí a los pies del Amo desconocido, con los ojos vendados, aún enjaezado como un pony, sin más vestido que los arreos y la pequeña silla de monta adosada a mi lomo; mientras él, vestido de jinete y con su enorme verga entrando y saliendo de mi garganta me follaba la boca sin ninguna misericordia.

Sin embargo, creo que a mi compañero de desgracias no le iba mejor que a mí; seguramente aún furioso por haber perdido la competencia, el Amo Luis debía estarle dando palo con violencia. A pesar de mi angustiosa situación, podía oír los dolorosos gemidos del otro pony, que tal vez estaba siendo follado sin piedad por su jinete, que además le estaba dando de nalgadas y le ordenaba con tono imperativo que moviera el culo.

¡MUEVE EL CULO, ESCLAVO INÚTIL! – le ordenaba el Amo Luis, mientras le propinaba nalgadas que producían un fuerte sonido.

No sé si mi argucia de lamerle el glande suavemente funcionó, o simplemente fue que el Amo así lo quiso, el caso es que luego de estarme follando la boca por un tiempo que a mí me pareció una eternidad, me ensartó en su enorme verga metiéndomela casi hasta el pecho, para empezar a eyacular descargando en mi interior incontables chorros de semen, mientras yo sentía que mis ojos querían saltárseme de las órbitas. Seguramente cuando ya se sintió satisfecho liberó mis pelos, y mientras yo me dejaba caer a sus pies en el colmo del agotamiento, sollozando y babeando lo oí que ordenaba:

¡Tú, límpiame la verga!

Sí, Amo; gracias Amo – respondió Jano con un tono sumiso que no le había oído antes.

Inmediatamente sentí que el negro caía de rodillas cerca de donde yo estaba tirado, y supongo que se dedicó a lamerle la verga al Amo, que debía tenerla aún con los restos de su orgasmo y untosa con la baba sanguinolenta que manaba de mi boca después de tanto ajetreo con la rienda y con la follada que me acababa de propinar el arrogante chico que había cabalgado sobre mi dolorido lomo.

Prepárenmelo y llévenmelo al Salón Azul – ordenó el chico ya yéndose de allí, seguramente después que Jano había acabado de limpiarle la verga.

Si, Amo; como ordene, Amo – respondieron los dos negros a coro.

De inmediato sentí que los dos negros me agarraban y me levantaban en vilo, llevándome hacia el pequeño cuarto donde me habían enjaezado; mientras el desafortunado chico que le había hecho de pony al Amo Luis, seguía gimiendo y recibiendo palo de su jinete, que parecía no acabar de follárselo ni de desahogar su furia por haber perdido la competencia, dándole de nalgadas sin tregua e insultándolo e instándolo para que moviera el culo.

Juba se encargó de despojarme de todos los arreos de pony; haciéndolo con cuidado como para evitar lastimarme. Dentro de mí le agradecí al negro sus tratos tan delicados, pues no había parte de mi cuerpo que no me doliera intensamente. Sin embargo, caí en cuenta de que la orden que había dado el chico, de prepararme y llevarme a un tal "Salón Azul", significaba que aún no podría descansar y que seguramente me esperaba otra sesión de crueles castigos. Entonces empecé a llorar con desconsuelo y traté de preguntarle a Juba qué iban a hacerme; aunque las heridas que había causado en mi boca y en mi lengua aquella maldita rienda, y lo convulso de mis sollozos, impidieron que pudiera hacerme entender; pero enseguida un comentario de Jano me dejó perplejo y confuso.

Mira que el maldito meón es bien suertudo y bien estúpido – dijo el cruel negro –. Mira que el Amo se lo va a llevar al Salón Azul y el idiota en vez de ponerse feliz, se dedica a chillar

Ya te dije negro bruto…– comentó Juba –…este chico no es un puto cualquiera…y si el Amo se hubiera dado cuenta de cómo lo tratas….no te alcanzaría el tiempo para sufrir los castigos que te habría hecho aplicar

Yo estaba demasiado dolorido como para dar demasiada importancia a las palabras de Juba; además que ya el negro había acabado de despojarme de los arreos de pony y ahora me estaba quitando aquella maldita venda que me había mantenido ciego todo ese tiempo. Me retiraron además la tirilla de cuero con que me habían enlazado los huevos y el pito y de inmediato Juba me tomó en brazos, como si yo fuera un niño pequeño y me sacó de aquel cuarto, dirigiéndose conmigo y acompañado de Jano, a la ya muy visitada sala de torturas.

Cuando entramos allí no pude contenerme y empecé a llorar de nuevo, pero el bondadoso negro que me llevaba en sus brazos me consoló prometiéndome que nada malo me pasaría de ahí en adelante; aunque la vedad es que a esas alturas ya no sabía si creerle o no, pues luego de la tortura en la cruz con ese maldito bastón eléctrico, también me dijo que lo peor había pasado, sin advertirme de aquella cabalgada nocturna que por poco acaba con mi miserable vida. Pero en mi estado, no me quedaba más que confiar en Juba; al menos ese era mi deseo.

Siempre llevado en brazos de Juba, me entraron en el cuarto de baño que había en aquella sala de torturas y por tercera vez en aquel día me lavaron. En mi interior maldije al par de negros cuando el grueso chorro de agua helada golpeo mi adolorido cuerpo; pero en esos momentos no tenía fuerzas ni siquiera para quejarme; así que no tuve más opción que dejarme hacer, mientras los dos muchachos me lavaban a conciencia, limpiándome de todo el sudor que me había sacado la cabalgada, y mostrando especial cuidado en lavarme el culo y la boca.

Me sacaron de allí y me tendieron de espaldas sobre la mesa metálica en la que ya había estado. Juba sacó de no sé dónde una pequeña esponja empapada con un líquido dulzón y me la introdujo en la boca ordenándome que la tuviera allí y la apretara suavemente para que liberara aquel líquido. Entre tanto empezó a friccionarme el cuerpo con otra esponja más grande, empezando por las comisuras de mis labios que me dolían como un demonio por las heridas producidas por la rienda. No tengo idea de qué sería aquello, pero obró verdaderos milagros.

Sentí un gran alivio en todas mis heridas. La lengua dejó de dolerme al igual que el resto de mi cara y mi cuerpo; incluso las heridas de mi muslo izquierdo en el que había recibido mucho castigo con la espuela del Amo, dejaron de sangrarme y se cerraron casi como por encanto, dejando apenas unas pequeñas marcas. Igual ocurrió en los cachetes de mi culo, que me ardían como si me estuvieran quemando con un hierro al rojo vivo por la generosa ración de azotes con que me obsequió mi jinete, pero que luego que Juba me pasara aquella esponja, dejaron de dolerme y en cambio sentí un frescor muy reconfortante.

Entre tanto, Jano me levantó las piernas y las puso sobre sus hombros, como si se dispusiera a follarme; pero en vez de eso volvió a meter una delgada cánula por mi ano para de nuevo someterme a una lavativa. No sabía para qué tantos lavados a mis intestinos, pues todo lo que había tragado aquel día eran las tres generosas raciones de semen de los Amos, una del Amo Luis y dos del Amo desconocido, que además me había obsequiado con su meada y aquel azucarillo que me diera antes de llevarme a la competida cabalgada. Pero no tenía ánimos para protestar y menos para resistirme.

Cuando acabaron con aquellos manejos, el par de negros me pusieron de nuevo en la garganta aquel grueso collar que me habían hecho llevar horas atrás; pero omitieron enlazarme los huevos y el pito con aquella tirilla de cuero. Entonces intentaron hacer que me pusiera de pie pero las piernas no me sostuvieron y de no ser por que Juba me agarró con presteza, me habría caído de bruces. Mi debilidad era tal que tenía la visión borrosa y la cabeza me daba vueltas.

Dame la droga – le ordenó Juba al otro negro.

Jano le ofreció a su compañero un pequeño frasco de plástico; entonces Juba me ordenó que abriera la boca y me echó un par de gotas de ese frasco debajo de mi lengua. No sé que sería aquello, pero en cuestión de segundos sentí que una gran energía invadía todo mi cuerpo. Me sentí tan reconfortado que pensé que en esas condiciones aguantaría una nueva cabalgada; pero de inmediato me aterré y traté de apartar de mi mente el recuerdo demasiado reciente de aquella cruel tortura.

Los negros engarzaron una correa muy corta del collar que me habían puesto al cuello y me condujeron fuera de la sala de torturas, llevándome por un interminable pasillo, al cabo del cual entramos en una habitación que me pareció extremadamente acogedora y confortable, sobre todo por la tenue luz azul que la iluminaba. Caí en cuenta entonces que habíamos llegado al "Salón Azul" y empecé a temblar de nuevo, tratando de imaginarme qué otro suplicio me esperaría allí.

Sin embargo me dio la impresión que las cosas iban a mejorar para mí cuando Juba me quitó el collar dejándome ahora sí completamente desnudo. Pero no pasó ni un instante antes que volviera a aterrarme, cuando el par de negros me obligó a tenderme bocabajo sobre el suelo y me apresaron por las muñecas y los tobillos con cuatro argollas metálicas que pendían cada una de una cadena. Volví a mi estado de pánico y empecé a llorar y a suplicarle a los negros entre sollozos, que al menos me explicaran qué era lo que iban a hacerme ahora.

Pero el par de miserables no me hicieron ningún caso. En cambio de consolarme se dirigió cada uno de ellos a paredes opuestas de la habitación, precisamente a aquellos muros de donde parecían salir las cadenas con las que me habían apresado.

Entonces traté de fijarme en lo que hacía Juba, que era el que se había situado en el muro que daba frente a mi cabeza. El negro pareció accionar unas palancas y de inmediato las cadenas que me tenían sujeto por las muñecas empezaron a recogerse sobre el muro. Lo mismo debió hacer Jano por que sentía en mis tobillos la vibración de las cadenas que me apresaban esa parte del cuerpo, como si se deslizaran por el enlozado. Los negros parecían interesados en que aquellas enigmáticas cadenas se recogieran de manera uniforme; o al menos así lo creí yo por el diálogo que sostenían los dos infelices, mientras permanecían imperturbables frente a mis sollozos y mis súplicas.

No pasó mucho tiempo antes que empezara a sentir que aquellas cadenas se tensaban lentamente, al mismo tiempo que me obligaban a tensar mis brazos y mis piernas. Redoblé mis sollozos y mis súplicas, tratando desesperadamente de saber al menos la tortura a la que me vería sometido enseguida. Pero los dos negros se mantenían impertérritos ante mi estado de conmoción. Entonces no tuve escrúpulos para debatirme, tratando de levantarme del suelo y retorciéndome como una serpiente, como si ello me valiese para liberarme de mis ataduras.

Como es obvio, no obtuve ningún resultado. En cambio de ello sentí que mis brazos y piernas empezaban a ser levantados del suelo por la tensión de las cadenas. Mis cuatro extremidades se despegaron del suelo de manera simultánea, tensándose cada vez un poco más, mientras mis sollozos se convertían ahora en verdaderos alaridos de físico terror. Los negros seguían con su tarea, concentrados en ello y sin hacer el menor caso de mis súplicas y mis protestas.

Pero mi estado de pánico se convirtió en un verdadero colapso que casi me impedía respirar cuando sentí que además de mis extremidades, también mi pecho y mi barriga empezaban a despegarse del suelo. Aquellos miserables sádicos estaban haciendo que mi cuerpo quedara suspendido por las cadenas y no mostraban ninguna piedad ante mis desconsoladas súplicas. Empecé a ver cómo el suelo se alejaba de mi cuerpo, mientras mis brazos y mis piernas se tensaban cada vez más; seguí debatiéndome, pero antes que lograr un resultado favorable para mí, sentía que mi cuerpo se elevaba y se estiraba lenta pero inexorablemente.

Finalmente los dos miserables negros parecieron quedar satisfechos cuando estuve suspendido completamente sobre el suelo, a una altura que tal vez sería un poco mayor que un metro. Mis brazos estaban completamente estirados y mis piernas también, abriéndose en un ángulo de algo menos de 15 grados, con lo cual sería posible acceder a mi ano sin mucha dificultad. Sentía como si me fuera a desmembrar, pero aún así mi espalda estaba curvada por mi propio peso, por lo que mi cabeza quedaba un poco levantada, al igual que mi culo, que además de expuesto debía estarse mostrando más voluptuoso que de costumbre.

En esa posición, creía que con cualquier esfuerzo lo único que lograría sería arrancarme las manos y los pies, pues eran las únicas partes de mi cuerpo que soportaban todo mi peso, además que mis brazos y mis piernas parecían estar estirados más allá de cualquier límite. No contaba con que tendría que soportar sobre mí una carga que aún no podía imaginar, sin que ello causara mi desmembramiento, pero sí un dolor, una angustia y una humillación que sin embargo se me convertirían en una explosión de placer.

Para completar, el diálogo que entablaron los negros enseguida de quedar satisfechos con la tirantez de mi cuerpo, terminó de aterrarme pero también de asombrarme.

Séllale el ano – le ordenó Juba a Jano.

¿Le meto el tapón? – preguntó Jano con cierto tono de asombro.

No seas bruto, negro… – respondió Juba –. Con el ungüento que te di hace un rato…o mejor, dame el ungüento…yo mismo lo voy a sellar…por que tu eres tan bruto que en vez de cerrarlo, acabas de abrirlo

Jano le entregó algo a Juba que no alcancé a ver. El negro tomó aquello y se situó a la altura de mi culo. Enseguida sentí que me aplicaba una especie de crema muy fría en el ano, dándome un suave masaje circular que en muy poco tiempo hizo que mi esfínter se contrajera, sellándome tal y como había dicho Juba.

¿Y para qué le haces eso? – preguntó Jano –. De todas formas el Amo le va a romper el culo

Pues precisamente por eso…. – respondió Juba –. Ya te dije que este chico no es un puto cualquiera….el Amo lleva mucho tiempo esperando este momento….y quiere sentirlo como si fuera la primera vez….el Amo desea que sienta como si fuera la primera vez…el Amo desea que sienta que él lo está desvirgando….

Caí en cuenta de lo que me esperaba. El Amo iba a follarme con su enorme y poderosa verga. Literalmente iba a romperme el culo con su potente e increíblemente grande palo. No hubiera tenido necesidad de hacer que los negros me sellaran el ano para que yo sintiera que me estaba desvirgando en el momento en que me penetrara. Si bien es cierto que desde que Felipe me desvirgó a los 14 años, yo había recibido mucho palo, también es cierto que nunca antes me habían metido algo tan grande como la verga del Amo desconocido, que no dejaría de medir unos 22 centímetros y de tener un grosor considerable, como ya lo había sentido en mi propia garganta las dos veces que él me había follado la boca.

Además que siempre he sido demasiado estrecho y cada vez que algún chico me ha sodomizado, me ha causado un gran dolor en los primeros minutos de la penetración. Esta vez me aterré; la enormidad de la verga del Amo desconocido entrando en mi ano tan contraído y para completar con la seguridad que ese chico no tendría ninguna consideración, me hizo pensar que sería violado de manera salvaje, haciéndome ver el infierno por el dolor.

Además estaba el hecho de mi posición. No imaginaba cómo era que el Amo iba a follarme estando ahí, atado por tobillos y muñecas, con mis extremidades tensas al máximo y mi cuerpo suspendido sobre el suelo y curvado bajo mi propio peso. Si el chico iba a sodomizarme seguramente que los negros tendrían que liberarme y tal vez el Amo desconocido iba a castigarlos por tratarme de manera tan cruel. Me tranquilicé un poco pensando de esa forma; dejé de llorar y de suplicarle a los negros y más bien me alegré en mi interior imaginando el castigo que les impondría el Amo. Sin embargo, cuando ya estaba seguro que nada malo iba a pasarme, Juba se me acercó y de nuevo me vendó los ojos con aquella tira de tela negra.

Volví a inquietarme pero no tuve mucho tiempo para reflexionar, porque en ese momento sentí que los negros hacían aspavientos y supuse que ya venía el chico; y cuando oí que se abría la puerta del Salón Azul, fue como si una nube de tranquilidad se hubiera posado sobre mí envolviéndome con un sentimiento de resignación, aunque me mantenía a la expectativa, tratando de afinar todos mis sentidos.

Desnúdenme – ordenó el chico que seguramente acababa de entrar al Salón Azul.

Si, Amo; gracias, Amo – respondieron los dos negros a coro.

Pasaron algunos instantes sin que pudiera percibir nada más que el levísimo ruido que hacían los dos negros al desnudar al Amo. Al cabo de ello sentí que alguien se me acercaba y me quedé inmóvil suponiendo que era el chico el que estaba junto a mí. No me equivoqué: al punto pude percibir el aroma inconfundible y excitante de su enorme y poderosa verga, que seguramente el Amo me la había puesto muy cerca de mi boca.

Te voy a cabalgar… – dijo el Amo.

Y lo dijo con un tono de seguridad que no admitía réplica. No me estaba preguntado si estaba dispuesto a dejarme cabalgar nuevamente por él; simplemente me estaba comunicando lo que me haría enseguida. Por mi mente volvieron a cruzarse los terribles dolores, la angustia y el miedo que me habían acompañado durante la cabalgada; me estremecí con la seguridad de que el suplicio a que me sometería iba a ser aún más terrible que el de la cruz y el de la competencia juntos.

Tal vez en otras circunstancias o ante otro chico, yo habría gritado, maldecido suplicado, luchado y tratado de evitar por todos los medios que volvieran a torturarme. Sin embargo, el Amo parecía irradiar un poder ante el cual no me quedaba más opción que someterme sin condiciones. Percibía que el poder de ese chico que aún no había podido ver ni sabía quién fuese, era aún más fuerte que el poder que había sentido en Luis la tarde de prueba. Además que el inconfundible y excitante aroma de su enorme y potente verga parecía hipnotizarme, poniéndome en un estado de indefensión mental mucho más profundo que el estado de indefensión física en que estaba por permanecer desnudo, atado y suspendido sobre el suelo, con mi cuerpo expuesto a lo que él quisiera hacer de mí.

Sí, Amo; gracias, Amo… – me oí responderle con toda la sumisión de que era capaz, a su advertencia de que iba a volver a cabalgarme.

En ese momento creí adivinar que el Amo se alejaba un poco y me pregunté qué pasaría enseguida. Pensé que tal vez el chico iba a ordenarle a los negros que me liberaran de aquellas cadenas que me tenían suspendido sobre el suelo y que ya se encargaría de castigar al par de sádicos que tanto terror y tanto dolor me había causado. Esperaba con ansiedad oír las órdenes del Amo; pero en cambio de eso sentí que el chico me agarraba firmemente por los pelos y tal vez saltando con agilidad, se lanzó con todo su peso encima de mí, quedando acaballado sobre mi cintura.

Mis extremidades acabaron de tensarse hasta hacerme sentir que ahora sí iba a desmembrarme. Mi lomo acabó de curvarse hasta más allá de cualquier límite y todo mi cuerpo oscilo suspendido por las cadenas y bajo el peso del Amo, que me había caído encima de manera tan sorpresiva. Creí que mi espina se había roto bajo el culo arrogante del chico que volvía a montarme, pero ahora de una manera tan extraña, y sobre todo tan dolorosa para mí. Y a pesar del terror que volvía a atenazar mi garganta, no pude evitar empezar a gemir lastimeramente, convencido ahora sí que me esperaba una tortura inimaginable.

Y mi precaria situación se hizo aún más angustiosa por cuanto el Amo, inmediatamente después de acaballarse sobre mi lomo, empezó a moverse sin ninguna consideración, como tratando de acoplarse sobre mí, haciéndome sentir en la piel la arrogancia de su culo y las leves cosquillas que me provocaba el incipiente vello que seguramente cubría sus huevos. Con cada movimiento del chico sentía que se me arrancaban los brazos y las piernas y mi adolorido cuerpo oscilaba, suspendido por aquellas cadenas y soportando ahora no sólo mi propio peso, sino además aquella carga agobiante que me estaba dando una idea muy precisa del yugo implacable de la esclavitud.

Y el Amo seguía balanceándose sobre mi lomo, como si no acabara de encontrar una posición cómoda para él, o como si disfrutara de mi dolor y mi angustia que se traducían en lastimeros gemidos y sollozos convulsos. Nada parecía importarle más que su propia comodidad y su satisfacción, que seguramente se hacía más intensa con las oscilaciones de mi cuerpo y el temblor que empezaba a sacudir toda mi piel y que tal vez él sentía como una caricia sobre su culo acoplado a mi curvada cintura y sobre sus huevos que descansaban indolentes sobre mi espalda.

No sé cuánto tardaría el Amo en encontrar una posición que lo satisficiera por entero, pero sus balanceos sobre mí no habían sido más que el prolegómeno de mi sufrimiento. Mientras seguía moviéndose sin ninguna consideración, me agarró nuevamente por los pelos obligándome a levantar mi cabeza con una brutalidad tal que me hizo gemir aún con mayor intensidad. Y de inmediato llevó una de sus manos hacia mi culo que se mantenía expuesto e indefenso. No me dio tregua ni respiro; metió sus dedos en mi raja y buscó como con afán mi contraído ano.

Hizo un primer intento por meterme uno de sus dedos pero no consiguió avanzar mucho. Entonces me propinó una nalgada violenta y me ordenó que me aflojara. Intenté obedecerle en el colmo de mi terror, pero seguramente no logré que mi esfínter, contraído por aquel ungüento con que me lo había frotado Juba y sobre todo por el intenso miedo que sacudía todo mi cuerpo, diera paso a aquella invasión que se proponía el Amo.

Volvió a intentar con su dedo y de nuevo encontró la misma resistencia en mi ano. Entonces me propinó otra nalgada brutal y sin esperar más, tensó su dedo al máximo, lo llevó otra vez a mi hoyo y me lo ensartó sin ninguna misericordia. Sentí que las lágrimas fluían aún a través de la venda que cubría mis ojos; oí además un grito de dolor que parecía no salir de mi garganta atenazada por el pánico y me debatí, tratando de retorcerme pero obteniendo como único resultado un sufrimiento más cruel en todo mi cuerpo y las leves cosquillas del vello testicular del Amo sobre mi piel desnuda.

No tuvo ninguna compasión de mí; enterró su dedo aún con mayor fuerza en mi adolorido ano y se dedicó a moverlo sin miramientos dentro de mi recto, como si quisiera causarme el mayor dolor posible. Entre tanto yo me debatía, retorciéndome a duras penas bajo su peso y gimiendo lastimeramente, pero ya sin la más mínima esperanza de sustraerme a tanto dolor y a tanta angustia; mientras él se mantenía acaballado sobre mi lomo, con sus piernas fuertes y lampiñas colgando muellemente a mis costados, asido a mis pelos y seguramente disfrutando de mis gemidos y de mi dolor.

En un momento dado sacó su dedo de mi ano y creí que iba a darme un respiro; pero enseguida volvió a ensartarme, de una manera más brutal que la primera vez; y volvió a revolverme por dentro para de nuevo sacar su dedo y otra vez metérmelo sin miramientos, causándome un dolor más intenso a cada arremetida. El Amo me estaba dedeando como había acostumbrado hacerlo Eduardo y como lo había hecho Luis en la tarde de prueba, pero este chico lo hacía de una manera tan desaprensiva y atroz que no me imaginé que estuviera intentando excitarme, sino más bien era como si quisiera hacerme llegar al límite del sufrimiento.

No sé durante cuánto tiempo el Amo me mantuvo sometido a ese tormento. Puedo afirmarlo por que lo he experimentado en carne propia, que cuando se sufre intensamente los segundos se convierten en horas y las horas se hacen días; y durante el suplicio sólo se aspira a la misericordia de quien inflige dolor, llegando a un estado en el que se está dispuesto a cualquier cosa por lograr esa misericordia del verdugo. Y así estaba yo en esos instantes, dispuesto a lo que fuera por excitar la piedad del chico que me estaba torturando, aunque sin embargo no me atrevía a suplicar y solamente gemía cada vez de manera más lastimera.

Hasta que pareció que al fin terminaba mi sufrimiento. El Amo dejó de ensartarme su dedo en el ano y simultáneamente puso sus dos manos en mis omoplatos y dio un salto desmontándome. Mi cuerpo osciló de arriba abajo, como si me hubiese impulsado un resorte, debido a la sorpresiva liberación de la carga que había estado soportando sobre mi pobre y curvado lomo.

Y aunque aquel movimiento me causó un terrible dolor en brazos y piernas, la verdad es que sentí un gran alivio por creer que todo había terminado; más aún cuando el chico se plantó cerca de donde estaba mi cabeza aún oscilando levemente al ritmo del resto de mi cuerpo y me ordenó:

¡Chúpamela!

A duras penas tuve tiempo de entreabrir mis labios cuando ya él me había metido su enorme verga hasta más allá de mi garganta. Aquello acabó de convencerme que mi suplicio había concluido y que lo único que debía hacer para que me liberaran de aquellas malditas cadenas, era esforzarme por prodigarle una excelente mamada al Amo desconocido. Seguramente que si lograba complacerlo plenamente, él me regalaría su eyaculación y haría que aquellos negros sádicos me soltaran de ahí y me llevaran a algún sitio donde pudiera descansar un poco y tal vez comer algo que no fuera semen. Pero fue el mismo Amo el que me comunicó que aún faltaba algo:

Chúpamela bien – dijo con voz algo ronca –. Chúpamela muy bien por que voy a follarte el culo….y tu baba será el único lubricante que usaré…así que chúpamela muy bien.

Ya no supe qué pensar. El saber que el Amo iba a follarme me causó un estado de abatimiento que me impedía pensar. Lo único que me quedaba por hacer era plegarme a obedecer; aunque ya me imaginaba el dolor que sentiría, pues si con su dedo me había causado ya tanto daño, cuando me metiera su enorme y poderosa verga, iba a destrozarme el culo; iba a romperme por dentro, sin que yo pudiera tener al menos la esperanza de obtener un mínimo de misericordia por parte de ese chico arrogante y cruel. Así que como él me lo había ordenado, le mamé su palo con suavidad pero también con esmero, tratando de dejárselo lo más untoso posible con mi baba.

Sin decir ni una palabra más, sacó de mi boca su verga completamente erecta y se dirigió hacia mi culo. Y a pesar de mi abatimiento, me sentí vacío y me quedé con los labios abiertos, con la esperanza de que tal vez él me la metiera de nuevo y me dejara mamársela por algunos minutos más; era como haber quedado huérfano, luego que el Amo me sacó su potente palo por que a esas alturas ya necesitaba sentir su increíble poder dentro de mí para sentirme seguro y en paz. Pero no tardó mucho tiempo antes de volver a llenarme, esta vez por el otro agujero de mi cuerpo que también estaba expuesto a su placer.

Creí ingenuamente que el Amo haría que los negros me liberaran para poder follarme el culo, pues no me imaginaba cómo iba a hacerlo estando yo ahí suspendido por mis extremidades y sintiendo que el lomo se me partía bajo mi propio peso. Pero en vez de eso, me agarró nuevamente por los pelos y volvió a saltar sobre mí renovando el cruel dolor que me causaban aquellas cadenas en mis muñecas y mis tobillos.

Mientras todo mi cuerpo volvía a oscilar de arriba a bajo, el Amo dio un pequeño salto situándose con su potente verga completamente erecta muy cerca de mi ano. Manteniéndome agarrado por los pelos, me hizo sentir en mi hoyo su glande húmedo, caliente y palpitante. Entonces presionó con firmeza y sin pausa y acabó de violentar el sello que Juba había puesto en mi ano con aquel extraño ungüento. Poco a poco pero sin tregua, fue abriéndose paso con su ariete poderoso a través de mi esfínter, causándome un dolor agudo e intenso que me hacía gemir y estremecerme a cada milímetro que avanzaba dentro de mí.

En el momento en que acabó de traspasar mi esfínter con su glande sentí que me había rasgado el ano y no pude contenerme más: grité con desespero y me debatí con angustia, pero sin poder ni querer hacer nada más que estarme ahí, expuesto a que ese chico me sodomizara sin miramientos. Y él no me dio tregua; agarró con mayor firmeza mis pelos para sostenerse mientras seguía avanzando dentro de mi cuerpo con su potente y enorme verga; yo no podía parar de gemir y de debatirme hasta donde me era posible, suspendido como estaba por las cadenas y soportando todo el peso del chico que me invadía sin ninguna consideración con su increíble virilidad adolescente.

Él seguía penetrándome y a cada milímetro que entraba el Amo en mí con su enorme y potente verga, yo sentía que mis caderas crujían y mi ano se ensanchaba más allá de sus límites, dándole paso a ese ariete poderoso que empezaba a llenarme las entrañas con un avance irremisible y con la excitante vibración que denotaba el gozo que debía estar experimentando aquel chico mientras literalmente me rompía el culo con toda la arrogancia de su virilidad adolescente y con todo el poder de sentirse mi Dueño y Señor.

Y sin embargo, a pesar de todo mi dolor y toda mi angustia, yo sentía la necesidad apremiante de que el chico siguiera adelante; que siguiera entrando en mí; poseyéndome; llenándome de su virilidad adolescente y haciéndome sentir todo su poder. Porque a pesar de todo ese dolor y esa angustia que estaba sintiendo, también experimentaba un intenso placer que en ese instante no podía comparar con ninguna otra sensación.

Fue ahí cuando acabé de comprender que el placer está en la mente y que aún cuando el cuerpo esté recibiendo un castigo feroz, se puede experimentar un enorme gozo, como el que yo estaba sintiendo en ese instante, al saberme invadido, poseído, sodomizado por aquel chico que ni siquiera había visto y ni sabía quién era, pero que ya me había subyugado con la potencia de su enorme verga y me dominaba con el sólo sonido de su voz.

Y siguió penetrándome sin miramientos, hasta que llegó al fondo de mí y aún siguió presionando con su ariete, acomodándome por dentro a su placer. Sentía que mis entrañas iban a estallar en cualquier momento por la increíble fuerza con que presionaba la verga del chico y por la fuerza con que él seguía empujando; la cabeza me daba vueltas y no podía parar de gemir mientras él halaba sin piedad de mis pelos y empezaba a propinarme nalgadas fortísimas, que a cada una de ellas me hacían ver las estrellas y los demonios en una curiosa confusión.

No sé en qué momento empezó a follarme, ensartándome una y otra vez con su poderosa verga, haciéndolo sin miramientos y casi de manera más arrogante que en la primera penetración. El caso es que en un instante sentí como si una enorme y gruesa barra de caliente acero entrara una y otra vez en mí, desgarrándome en cada embestida, pero al mismo tiempo llevándome a un paraíso en el que lo único importante era el placer del chico que me estaba sodomizando, por que ese placer suyo era mi propia paz y mi propia felicidad. Ese placer suyo era la redención de todos mis dolores y de todas mis angustias.

Me dolía demasiado. El Amo desconocido me estaba causando mucho daño, provocándome un dolor más fuerte incluso que el que me había causado Felipe, cuando con toda su inexperiencia me desvirgó pensando únicamente en su placer. Y sin embargo yo no sentía que el Amo estuviera siendo violento; simplemente me estaba usando y no se usa la violencia con una cosa que se utiliza; simplemente se usa aquella cosa aunque que se rompa.

El culo tal vez me dolía más que las muñecas y los tobillos, aunque sentía que mis extremidades estaban siendo amputadas lentamente por la presión de las argollas con que estaba preso. Además de ello mi lomo estaba curvado más allá de cualquier límite soportando todo el peso del Amo, que seguía cabalgándome con indolencia mientras que al mismo tiempo me reventaba el culo sin ninguna misericordia.

Y a pesar de ello yo no deseaba que terminara; anhelaba que siguiera dándome palo sin compasión; que siguiera sodomizándome sin ningún miramiento, por que todo ello me estaba llevando a un extraño estado de excitación y paz que nunca antes había experimentado; y presentía que en el momento en que ese chico que me estaba rompiendo el culo con su poderosa verga, llegara al clímax de su placer, me haría llegar a mí mismo al último límite de mi propio placer; era el reconocimiento mismo de que mi placer dependía únicamente del placer del Amo que me estaba poseyendo.

Y no sé cuánto tardó él en llegar al orgasmo; debió transcurrir mucho tiempo antes de que me empalara literalmente, haciéndome sentir que su poderosa verga estaba sembrada casi en mi estómago. La sentí más enorme que nunca, vibrando con fuerza y poder, acomodándome por dentro a su descomunal tamaño…hasta que en un instante empezó a bañarme las entrañas con un torrentoso río de líquido ardiente, que me provocaba la sensación de estarme quemando por dentro sin remedio.

Entonces sucedió. El Amo desconocido haló con demasiada fuerza de mis pelos, me propinó una nalgada fortísima, empujó aún más su poderosa verga dentro de mí, acabando de inundarme con su copiosa y potente eyaculación y me ordenó:

¡CÓRRETE, ESCLAVO!

Me estremecí. Era como si la poderosa verga del chico me estuviera pasando una corriente eléctrica, que no me hacía daño como lo había hecho el bastón mientras estuve crucificado, pero que se extendía por todo mi cuerpo y me hacía temblar sin que pudiera contenerme. Nada existía más que el Amo y su poder; todos los dolores se me olvidaron; de mi memoria se borraron los recuerdos de mi miserable vida; toda mi existencia se redujo a ese instante en que estaba empalado, usado por un chico que había llegado al clímax de su placer y me había hecho sentir todo su gozo con esa orden suya que también me había llevado al paroxismo de mi propio placer.

En medio de jadeos, gemidos, sollozos y ese indecible temblor que recorría todo mi cuerpo, obedecí la orden de mi Amo empezando a correrme como un poseso, alcanzando un orgasmo que nunca antes había sentido; retorciéndome como una serpiente a pesar de las cadenas que me mantenían suspendido y de estar soportando sobre mí todo el peso de mi Dueño; me corrí sin remisión mientras seguía empalado por la potente verga de aquel chico que me hacía confundir el dolor con el placer y el placer con el dolor.

Quedé completamente extenuado y me abandoné por entero sin que me importara ya la sensación de desmembramiento que empezaba de nuevo a intensificárseme. Pero cuando él me sacó su potente y arrogante verga y volvió a saltar desde mi lomo al suelo, me sentí vacío y solo, como si me hubieran abandonado en medio de un desierto. Había conocido el cielo y ahora parecía volver a la miseria de mi triste vida. Pero no pasó mucho antes de que el Amo se plantara frente a mí con su verga semi – erecta y untosa con los restos de su copioso orgasmo y con la sangre de mi culo que seguramente estaba destrozado.

Límpiamela – ordenó el chico con firmeza.

No me hice de rogar. Tímidamente abrí mis labios y no esperé a que él terminara de meterme su verga en mi boca para empezar a mamársela suavemente, lengüeteándosela con delicadeza para limpiársela de los restos de su orgasmo y de la sangre de mi ano. Siempre había detestado que los chicos luego de follarme el culo me obligaran a mamarles la verga para limpiársela. Eso era algo que me parecía asqueroso y sobre todo muy humillante; con el único que lo hacía sin demasiadas reticencias era con Felipe, pero era que hasta entonces nunca había sentido tanto amor por un chico como el que había sentido por él, ni siquiera por Martín. Pero con el Amo desconocido las cosas eran diferentes.

Él me había hecho vivir una experiencia sublime; ahora lo adoraba con todas las fuerzas de mi ser; era su siervo, su esclavo, su mascota. Él era mi Dueño y Señor, mi Amo, mi Dios…y obedecer cualquier orden suya habría sido honroso para mí. Así que me sentí pleno mientras le mamaba la arrogante verga con que acababa de destrozarme el culo y llevarme más allá de los límites del dolor y del placer. Hubiera querido caer a sus pies para adorarlo; pero limpiarle su enorme verga con la sumisa diligencia de mi lengua me permitía demostrarle mi entrega y mi agradecimiento; aún a pesar que seguía suspendido y crucificado sobre el suelo por aquellas cadenas.