Esclavo (7: Cabalgada Nocturna I)

El placer del Amo puede llegar a borrar el dolor del siervo...es bien fuerte, no apto para sensibles...

Esclavo: Cabalgada Nocturna I

Los acontecimientos de aquel primer día habían sido particularmente intensos. La crucifixión, la tortura con ese endemoniado bastón eléctrico, el haber sido usado por un Amo desconocido, las escenas del filme, todo ello me había hecho llegar al principio de la noche con un agotamiento total; aún más cuando el único alimento que había probado desde mi salida de casa había sido la copiosa eyaculación del Amo desconocido y la no menos abundante corrida del Amo Luis, o mejor del Amo Arturo.

Sin embargo, la jornada aún no había terminado; la noche traería episodios que acabarían de llevarme al límite de mis escasas fuerzas y me provocarían un mar de sensaciones inesperadas. Todo lo que hasta entonces había considerado agotador, humillante, doloroso, aterrador e incluso placentero, no era más que un pálido reflejo de lo que me harían vivir aquellos chicos que parecían no tener más preocupación que su diversión y su placer. Los Amos me harían sentir el peso de la esclavitud en las horas que vendrían.

Apenas terminé de lamerle la verga a Luis, o mejor a Arturo, dejándosela perfectamente limpia, el chico me ordenó que me echara en el suelo y volviera a lamerle los pies. Obedecí mansamente y en el colmo de la excitación. Mi calentura era extrema y a ella se unía un torrente de sensaciones que me había provocado el verme tratado como un esclavo por aquel Adonis tan guapo y tan arrogante, que desde aquella primera tarde de prueba había sabido sacar a relucir en mí mi vena de sumiso.

Creo que me estuve lamiéndole los pies al chico por casi dos horas, mientras Juba filmaba y el Adonis parecía no tener otra preocupación que ver la televisión y ordenarme de vez en cuando que fuera a la cocina para traerle un refresco o algo de comer. Yo me sentía verdaderamente bien en mi papel de esclavo de Luis, o mejor de Arturo; y a pesar que mi lengua empezaba a resentirse por tanto lameteo a las plantas de mi Amo, no mermaba mis esfuerzos para hacer que él se sintiera satisfecho en todo momento. Sin embargo, cuando empezó a caer la noche, el Amo se levantó de su sillón y salió del vestíbulo, no sin antes hacerle una advertencia a Juba:

Esta noche habrá cabalgada.

Si, Amo, como ordene Amo – dijo el negro con tono meloso –. Pero…pe…pero Amo

¿Qué quieres? – preguntó el chico con su habitual tono arrogante.

Amo…perdón Amo…pero…. ¿debemos preparar a Gilberto para la cabalgada?

Sí – respondió el chico con sequedad y se alejó de allí, mientras yo seguía postrado, tratando de besar el suelo donde él había puesto sus pies.

No caí en cuenta en ese momento que el negro me había llamado con el nombre de mi personaje en la película; tal vez por que yo mismo no sabía entonces que ese sería mi nombre desde el momento en que empezara a ser propiedad del Círculo. A partir de ahí nadie sabría mi verdadero nombre, y todos me conocerían y me conocen como Gilberto, o mejor dicho, como Gil, por que ese es ahora mi nombre en el Círculo, que es todo mi mundo y mi vida.

Juba, siempre tan diligente, me hizo levantarme de ahí apenas desapareció Luis. Me condujo de nuevo a la sala de torturas y me explicó que me prepararían para la cabalgada. No tenía idea de qué se trataba aquello y no me preocupé demasiado; supuse que tal vez se trataba de algún juego, o de algo más excitante. Creí que era posible que el Amo Luis fuera a follarme aquella noche y me sentí ansioso, clamando que llegara ese momento para ver si al fin iban a permitir que me corriera y de esa forma desahogar toda la calentura que tenía reprimida desde el día anterior, cuando mi odiado hermano menor me había montado como si yo fuera su pony.

En la sala de torturas nos encontramos con Jano. A esas alturas ya sabía que estar en manos de ese maldito negro me significaba una nueva tortura. Empecé a temblar cuando me ordenó que me desnudara; entonces me hizo volver al potro y me ató tobillos y muñecas, fijándome a aquel instrumento de tortura para luego ir a hurgar entre los gabinetes. Juba había salido de allí no sé a qué y el sentirme sólo con Jano no ayudó precisamente a que me tranquilizara. Empecé a gemir, presintiendo que el detestable muchacho iba a infligirme algún dolor, mientras él reía por lo bajo con perversidad.

¿Tienes miedo, maldito meón? – me preguntó el negro.

¿Qué me vas a hacer, maldito negro?

El miserable soltó una carcajada mientras empezaba a soltar la correa que sostenía entre mi ano el tapón con que me penetró luego de llenarme la barriga con aquel líquido espumoso. Estaba a merced de Jano y ya ni siquiera contaba con el consuelo de Juba. No pude evitar que los sollozos se agolparan en mi garganta, mientras sentía las enormes manos del negro sobándome los huevos y el pito, aún sin sacarme el tapón del culo. En muy pocos segundos logró que mi pequeña verga se pusiera tiesa y entonces se dedicó a masturbarme con fuerza, como si quisiera arrancarme el pito y causándome más dolor que placer.

¿Te quieres correr, maldito meón?

Déjame en paz, maldito negro – le respondí en medio de sollozos.

Ahora vas a ver, maldito meón.

En ese instante me agarró los huevos y me los estrujó con tal violencia que creí desmayarme por tanto dolor. Pero el maldito no me dio tregua; caminó hacia mi cabeza y se sacó su enorme y horrible verga completamente negra y medio erecta. Aprovechando que tenía mi boca abierta tratando de tomar aire, intentó meterme su herramienta. Por fortuna tuve arrestos suficientes para cerrar mis labios antes de que el feo negro lograra su objetivo.

¿Qué estás haciendo, negro infeliz? – le gritó Juba que acababa de entrar

Jano aún trataba de meterme su verga en la boca; pero al oír el grito del otro negro se apartó con presteza y se guardó su herramienta entre sus anchos calzones de algodón. Me fijé en que el maldito se había turbado grandemente y supuse que había estado haciendo algo prohibido. Y las palabras de Juba me lo confirmaron:

¿A caso quieres que te castren, negro idiota? Ya sabes que los esclavos no podemos usar a la mascota de un Amo

Jano acabó de acomodarse sus calzones sin responder ni jota a la reprimenda de Juba. Yo, agradecido por la intervención del negro, no atiné a pensar en el significado de sus palabras, sólo respiré con alivio al saber que él estaba allí y eso me hacía sentirme seguro; aunque el cabrón de Jano no tardó en volver a ocuparse de mis partes traseras. Ya había soltado la correa que sostenía el tapón, así que tomó aquellas tiras de cuero y haló con fuerza desclavándome. En ese momento caí en cuenta que aún a pesar de estar fijo al potro, podía desquitarme del maldito negro.

Entonces hice toda la fuerza que pude con los músculos de mi abdomen y un potente chorro de aquel líquido espumoso que había estado ocupando mi barriga, salió disparado bañando a Jano de pies a cabeza. Casi podía decir que me había cagado en el cabrón y eso me hizo sonreír; no podía verlo, pero por sus imprecaciones me imaginaba cómo estaba el muy maldito que me había estado torturando durante todo el día. Juba se dobló sobre sí mismo con el ataque de risa que lo acometió por mi trastada; pero cuando Jano estaba a punto de emprenderla a golpes contra mí, volvió a tomar su natural gesto adusto y lo reconvino de nuevo:

¿Qué vas hacer, negro imbécil? ¿Acaso quieres que el Amo te ampute las manos? Mira idiota, que éste podrá ser una mascota del Amo…pero no por ello

El negro se cortó en ese punto y yo, que esta vez prestaba un poco de atención, me intrigué con sus palabras, pero no me atreví a preguntar, sabiendo de sobra que Juba no me diría nada.

Mejor te apuras; mira que si el Amo viene a buscarlo y no está listo, el castigo que te va a dar ni te lo imaginas….

Pero ya sólo me falta un par de lavativas más y listo

No, idiota; mira que el Amo Luis dijo que esta noche habrá cabalgada y éste seguro que va a ser el pony del Amo

Jano estalló en una carcajada que me aterró. Si el hecho de que habría cabalgada lo hacía ponerse tan feliz, eso significaba que nada bueno me esperaba. Empecé a temblar y a sollozar de nuevo, imaginándome la infinidad de crueles torturas a las que sería sometido. Seguramente que la tal cabalgada no tenía nada que ver con que el Amo me follara, como había imaginado inicialmente; en cambio tal vez sería una tortura más feroz que la del bastón eléctrico en la cruz. No pude contenerme y en medio de los sollozos me atreví a preguntar:

¿Qué…qué….qu…que me…me…me van a hacer?

Nada, no te asustes – me respondió Juba. Luego, dirigiéndose a Jano volvió a recriminarlo: ¿Ya ves lo que haces, negro bruto? Voy a tener que contarle al Amo

Has lo que se te de la gana – respondió Jano con tono desafiante –; pero no me voy a perder de ver a este maldito meón haciéndole de animal de monta al Amo….

Ya veremos….ya veremos cuando el Amo se entere – dijo Juba con tono pausado.

Los dos negros dejaron de discutir y Jano se apuró a aplicarme las dos lavativas que según él me hacían falta. Sentí que me había dejado completamente limpio por dentro. No se entretuvo demasiado; me zafó del potro y me llevó al cuarto de baño; ya allí aflojó la delgada correa que ataba mis partes y se apartó prudentemente para que yo meara sin tener la posibilidad de volver a bañarlo con mi orina. Me llevó a la ducha y volvió a lavarme todo con agua helada, pero esta vez no me sometió a la tortura del chorro de aire, sino que me secó con una gruesa toalla.

Mientras todo eso sucedía, Juba iba explicándome con paciencia cómo debía comportarme de ahí en adelante para evitarme castigos. Según el negro, el Amo iba a montarme, usándome como pony; debía comportarme en todo como si fuera un equino, preocupándome en todo momento por la comodidad del jinete, sin sacudirme y tratando de llevar un paso regular. Insistió en que no se me fuera a ocurrir por nada del mundo hablar; debía adoptar completamente mi papel de animal de monta.

Si eso era todo, no debía preocuparme. Ya había sido montado antes por el canalla de mi hermano menor; y si eso me había resultado terriblemente humillante, en cambio ahora me excitaba la posibilidad de ser montado por el Amo. Aquello seguramente iba a ser como llevar a Dios a cuestas, pues aunque aún no sabía quién era el Amo, ya había probado su poder y sin que pudiera explicarme porqué razón, me sentía atraído por la idea de entregarme en cuerpo y alma a ese chico que me había torturado y me había usado y al cual ni siquiera había podido ver por un instante.

Aunque claro que también existía la posibilidad de que el que me montara fuese Luis; Juba no me había explicado con claridad quién sería mi jinete. Pero de todas formas eso no importaba por que servirle a Luis, ser su esclavo, su mascota, eran ideas que también me ponían al borde del orgasmo. Definitivamente, lo que me atraía no era un chico en particular, sino el poder que cualquiera de ellos podía desplegar para someterme, para reducirme a la condición de un animal dócil y sumiso, que no tenía otra aspiración que la de servir al Amo con toda mansedumbre.

A esas alturas, y aunque yo no lo pensara en esos términos, todo lo que me había sucedido desde la tarde de prueba, y tal vez toda mi vida, no había sido más que una preparación para llegar a convertirme en un esclavo. Tal vez fuera posible que todo mi entorno y todas las circunstancias de mi existencia hubieran estado conspirando para reducirme al papel de siervo, dejándome sin rastros de dignidad ni de orgullo; arrancándome mi condición humana, para convertirme en algo menos que un animal, en una cosa, en un objeto, cuyo ser y cuyo existir no tienen más sentido que el de ser útil al placer y a la diversión de su Dueño, de su Amo y Señor.

El caso es que no sentí, y menos aún manifesté, ningún asomo de rebeldía cuando los dos negros empezaron a enjaezarme como a un verdadero pony. Me sacaron de la sala de torturas completamente desnudo, a no ser por la tirilla de cuero que ahora apretaba más firmemente que antes mis huevos y mi pito. Me condujeron a través de largos pasillos y me hicieron entrar en una habitación que me pareció extremadamente grande. Debía tener aquella habitación por lo menos 20 metros de ancha por 50 de larga. Allí, sobre el suelo, había dibujados una especie de carriles como de un metro de ancho; cuatro en total, muy similares a los que se ven en las pistas de atletismo; pero estos eran rectos e iban de un extremo a otro de la habitación. En ese momento no me imaginé para qué servirían esos carriles.

También sobre el suelo pero en uno de los extremos de la habitación, había dibujada una serie de intrincadas figuras geométricas, que en ese instante tampoco supe qué utilidad podrían tener.

Amontonados contra las paredes laterales de la habitación, habían dispuesto grandes líos de paja y pienso, en forma de cubos; y en algunas partes, ubicados con armonía, se encontraban cuatro amarraderos, muy similares a los que se pueden apreciar en las películas del viejo oeste norteamericano, y en los que los vaqueros de aquellos filmes atan a sus monturas mientras entran en la cantina a jugar una partida de póquer o a tomar una copa.

Pero lo que sí me asombró decididamente, fue ver que en uno de esos amarraderos estaba atado un chico. O más bien debería decir un pony – humano. Aquel chico estaba en cuatro patas; inmóvil; enjaezado como un verdadero caballo. Sobre su lomo estaba dispuesta una pequeña silla de montar, que se ajustaba a su anatomía con gruesas correas de cuero negro que cruzaban el pecho y el abdomen del muchacho. No pude apreciar qué aperos le habrían puesto en su cabeza, porque el infeliz tenía una capucha negra que impedía que se le identificara. Sin embargo, pude apreciar su culo desnudo y expuesto, que se mantenía alzado de manera tal que sobre la espalda del chico se hacía una curva sobre la cual se ajustaba perfectamente la pequeña silla de montar.

¿Quién es? – me aventuré a preguntarle a Juba.

Es el otro pony para la cabalgada de los Amos – me respondió el negro con sequedad.

No me atreví a preguntar más; pero la mansedumbre con que aquel muchacho permanecía atado al amarradero, enjaezado como una bestia de monta y apenas protegiendo sus "patas" con una especie de rodilleras negras, me hizo olvidar todos mis temores iniciales. Seguramente ese chico ya había sido montado anteriormente por los Amos; y si estaba tan calmado y manso, debía ser que la cabalgada no sólo no era una tortura, sino que tal vez hasta resultara placentera para los que le hacíamos de pony a los Amos.

No atiné a recordar todo el esfuerzo que había tenido que hacer anteriormente, cuando el canalla de Julián me había usado como su bestia de monta, por allá cuando él apenas tenía 11 años y yo 15; y tampoco recordé lo que había sentido la tarde del día anterior, cuando el desalmado había vuelto a montarme, mientras yo me le sometía con la esperanza de engañarlo.

Los dos negros parecían estar apurados y no me dejaron apreciar más detalles de aquella habitación que parecía un establo algo extraño. Me hicieron entrar en un pequeño cuarto que se encontraba dentro de esa gran habitación y allí empezaron a enjaezarme. Por fortuna para mí, fue Juba el encargado de ponerme los aperos. Me hizo poner en cuatro patas y me indicó cómo debía curvar el lomo para poder ajustarme con precisión la pequeña silla de montar. Me cruzó el pecho y la barriga con gruesas correas de cuero, fijándome la pequeña silla como si fuese un apéndice de mi cuerpo; sin embargo, aquellos artilugios no me incomodaban demasiado ni me impedían respirar con libertad.

Luego que consideró que la pequeña silla estaba fija a mi lomo, le engarzó en los lados unos hermosos estribos que quedaron colgando a menos de 10 centímetros del suelo, indicándome que cuando llevara al Amo sobre mí, evitara inclinarme hacia los lados, por que si los estribos tocaban el suelo, recibiría un fustazo en el culo. Esa posibilidad de recibir un castigo no me gustó demasiado, pero a esas alturas ya había recibido tanto castigo, que un fustazo más o un fustazo menos no haría mucha diferencia.

Para finalizar, Juba sacó lo que identifiqué como una pequeña rienda, con todo y bocado, y me explicó que iba a probármela para ver qué tal se ajustaba a mi anatomía. Aquel instrumento me provocó algo de miedo, pues ya había visto como los endemoniados amigos alemanes de Felipe torturaron con algo parecido al par de peones que esclavizaron gracias a mi colaboración. Pero el negro, notando el temblor de mi piel, me dijo que no debía temer; mientras fuera dócil a los manejos del Amo, no tendría por que sufrir ningún dolor a causa de la rienda.

El caso es que aquella cosa en efecto me resultó algo incómoda, pero no tuve que tenerla demasiado tiempo porque Juba consideró que era la rienda justa para mí y me la retiró entonces con cuidado, evitando lastimarme. Pero enseguida vino Jano para hacerme algo que ya no me gustó: traía unos trozos de cinta adhesiva y la misma tira de tela negra con que me habían vendado en el momento de crucificarme. Y sin darme mucho tiempo para protestar, el perverso negro volvió a taparme los ojos, dejándome completamente ciego mientras yo permanecía en cuatro patas y Juba me "calzaba" un par de rodilleras, seguramente iguales a las que tenía el chico que estaba atado en uno de los amarraderos de aquella enorme habitación que me había parecido muy similar a un extraño establo.

Pero me voy a tropezar – le dije a Juba intentando que me quitara la venda –; y así el Amo puede sufrir un accidente.

No te apures por eso – respondió el negro –; ya verás que el Amo sabe cómo guiarte.

En esas estábamos cuando oímos unos pasos acercándose. Se oían unas pisadas recias, como de quien calza pesadas botas de cuero; pero también se oía un leve tintineo que no pude identificar con ningún otro sonido. Los negros se alarmaron y los oí revoloteando y apurándose en revisar los detalles de mi indumentaria. Supuse que había llegado el Amo y no me equivoqué:

¿Ya está listo mi pony? – preguntó el chico.

Sí, Amo….ya está listo su pony, Amo – respondió Juba con voz melosa.

Dame la rienda – ordenó el Amo.

Sí, Amo; aquí la tiene, Amo – respondió Juba.

En ese momento sentí que el chico se me acercaba y pude percibir un intenso olor a cuero nuevo, que seguramente provenía de sus botas. Aquel aroma me gustó demasiado y estuve tentado a inclinarme para pegar mi nariz al calzado del Amo, pero me contuve recordando las indicaciones de Juba, respecto de comportarme en todo momento como si fuera un verdadero equino. Sin embargo, no pude evitar estremecerme cuando sentí que el chico pasaba una mano por mi nuca, acariciándome al tiempo que decía:

Buen potrillo….

Se entretuvo por algunos instantes acariciándome la nuca y la parte alta de la espalda, mientras repetía constantemente "Buen potrillo…". Aquello hacía que me invadiera una increíble sensación de placidez y orgullo. Extrañamente, en vez de sentirme humillado, me sentía honrado de que aquel chico me tratara como a un animal, mimándome un poco como se mima a una mascota a la que se le tiene mucho aprecio; así me sentía yo en ese momento: como la mascota consentida de aquel chico que se disponía a montarme y a quien ni siquiera le había visto el rostro. No obstante, de un momento a otro, el Amo llevó su mano un poco más arriba de mi nuca, me agarró por los pelos dándome un suave tirón, como si hubiese decidido acabar de enjaezarme de una vez por todas, poniéndome aquella rienda que esta vez sí iba a causarme algo más que una simple incomodidad.

Abre tu hocico…buen potrillo… – ordenó el chico.

Obedecí de inmediato y él me metió el bocado sin ningún miramiento, ajustándomelo con fuerza sobre la lengua para enseguida enlazarme la cabeza con un par de correas que cerró firmemente sobre la base de mi cráneo. Sentí que aquel artilugio amenazaba mi boca y que con el menor movimiento me haría un tremendo daño, causándome un cruel dolor. Y efectivamente, con el primer tirón de la rienda, sentí como si un par de pirañas me estuvieran mordiendo la comisura de los labios. Pero ni siquiera podía gritar, teniendo mi lengua ceñida bajo el bocado.

Y ya ni siquiera pude moverme cuando el chico se acaballó sobre mi lomo, metiendo sus pies en los estribos y descargándome todo su peso. Creí que no aguantaría y que iba a despaturrarme bajo la carga que tenía a cuestas. Pero cuando mis piernas y mis brazos estaban flaqueando, el Amo tiró de la rienda provocándome un dolor en la boca que por poco me hace saltar los ojos a través de la venda. Simultáneamente me asestó un fustazo en el culo y me ordenó que empezara a andar.

Aaarreee…potrillo

Me aterré por lo que me estaba haciendo el chico. Ni siquiera el cabrón de Julián había sido tan cruel cuando me montó; y ya no podía esperarme a que el Amo me tratara con alguna consideración, pues con esa orden suya y el castigo que me había aplicado con la rienda y con la fusta, me dejó claro que en esos momentos yo no era más que un animal: su bestia de monta. Pero el miedo es un excelente incentivo. Temeroso ante la posibilidad que el chico volviera a castigarme, empecé a mover mis patas con esfuerzo, avanzando a ciegas mientras el jinete se revolvía sobre la silla, como buscando la postura más cómoda para él, pero haciéndome ver los demonios por el esfuerzo que me representaban las oscilaciones de su cuerpo.

Poco a poco fui tomando un paso regular, mientras el jinete parecía satisfecho con mi comportamiento; al menos no había vuelto a azotarme el culo y había dejado de moverse tanto sobre mi lomo. A penas se limitaba a tirar de la rienda a un lado o a otro; obligándome a torcer la nuca a derecha o a izquierda, con lo cual me indicaba qué camino debía tomar. Era como me había dicho Juba: el Amo sabía cómo guiarme; con cada tirón de la rienda, el dolor que me causaba ese maldito bocado en mi boca, me decía exactamente hacia dónde ir.

No sé qué tanto trecho habíamos recorrido, pero al cabo de unos instantes estuve seguro que llegábamos a dónde estaba el otro chico atado al amarradero. Pude sentir su respiración y por los resoplidos que daba, me imaginé que ya estaba siendo montado por su respectivo jinete. Mi Amo tiró de la rienda y me dio una orden indicándome que parara:

Sooo….potro…. – dijo mi Amo.

¿Qué tal tu pony? – oí que preguntaba Luis.

No está mal – respondió mi Amo –. Pero de todas formas creo que va a necesitar un buen tiempo de entrenamiento.

Jajajaja… – rió Luis –. Pero si yo creía que ya lo tenías bien entrenado….

Jajajaja… – rió mi Amo –. No es fácil…este animal siempre ha sido un poco terco….

Yo estaba ya tan agotado, que no le presté demasiada atención al diálogo de los dos Amos; más bien traté de aprovechar aquel inesperado descanso para tomar aire y tratar de recuperarme por que a esas alturas podía estar seguro que la cabalgada apenas estaba empezando.

Jajajaja… – rió Luis –. Pues a los animales, lo terco se les quita con esto

Oí un ruido agudo, como un silbido, como si algo delgado cortara el aire y de inmediato reconocí el sonido de un fustazo salvaje sobre la piel de alguien. Me estremecí pensando que el azote me lo habían propinado a mí; pero el gemido del chico que estaba a cuatro patas a mi lado, me indicó que Luis había castigado a su montura.

Jajajaja… – rió mi Amo –. Tienes razón; pero ya habrá tiempo para amaestrar bien a este animal. Ahora quiero probarlo en las figuras… ¿Vamos?

Vamos – respondió Luis mientras le propinaba otro azote a su pobre pony.

Mi Amo no se hizo esperar para propinarme a mí también un azote en el culo, tironeó de la rienda y me dio la orden de marcha. Recordé las intrincadas figuras geométricas que había visto en el suelo de la enorme habitación y supuse que nos dirigíamos hacia allá. Tomé un paso regular y me dejé guiar por mi jinete, que manejaba la rienda con destreza y sin miramientos, haciéndome ver los diablos a cada tirón.

Pero lo peor vino cuando seguramente llegamos al sitio donde estaban dibujadas las figuras. Instándome a mantener el paso, mi Amo tironeaba de aquella puta rienda como si no tuviera nada más que hacer. Y con cada tirón yo sentía que me reventaba los labios y me arrancaba la lengua, sin que ni siquiera tuviera el consuelo de quejarme. Supuse que estaba haciéndome andar sobre las figuras y deploré que no pudiera ver al menos un poco; pues ello me habría ayudado a ir por donde mi Amo pretendía, evitándome al menos un poco el cruel castigo del bocado. Pero no había más opción para mí que tratar de mostrar toda la docilidad que me fuera posible ante los tirones de la rienda.

Jajajaja… – reía Luis –. Tu animal es verdaderamente torpe. Vas a tener que esforzarte….

Y claro que mi Amo se esforzaba, porque los tirones de la rienda parecían ir en aumento, mientras que los azotes en mi culo también empezaban a menudear, haciéndome sentir que estaba en el infierno. No me ayudaban nada los movimientos del jinete sobre mi pobre lomo, que a cada instante yo sentía que se me rompería sin remedio. Y para completar, las fuertes piernas de mi Amo me atenazaban los costados, dificultándome la respiración, que con todo el agotamiento que tenía, ya de por sí me resultaba casi dolorosa.

No tengo idea de cuánto tiempo me tuvo el Amo andando sobre aquellas intrincadas figuras geométricas; el caso es que estaba ya al borde del colapso, completamente empapado en sudor, con mi culo ardiendo y sintiendo mi boca destrozada por aquel maldito bocado. Sólo me mantenía en cuatro patas sosteniendo a mi jinete, por que estaba convencido que si me echaba en el suelo, el Amo sabría aplicarme un castigo que me convencería de volver de inmediato a estar como un cuadrúpedo para seguir siendo montado por él.

Déjalo así – dijo Luis –; de todas formas esta noche no vas terminar de amaestrar a semejante bestia tan torpe…mejor vamos a competir ya…hoy si te voy a ganar

Está bien – dijo mi Amo –; pero primero vamos a cenar que me estoy muriendo de hambre.

Me alegré infinitamente. Creí que aquella cabalgada había terminado y pensé que íbamos a comer. Con una jornada tan intensa como la de aquel día y sin haber probado más bocado que el de aquella maldita rienda, era un verdadero milagro que pudiera mantenerme en pie, o mejor, en cuatro patas y para completar soportando sobre mi aporreado lomo todo el peso del Amo. Pero me equivocaba de cabo a rabo; aún faltaba lo peor de la cabalgada y de comer, eso lo harían los Amos; a los animales de monta a duras penas nos abrevarían con un líquido no precisamente dulce.

Bajo la guía de mi Amo, que parecía manejar aquella maldita rienda con gran maestría, salimos de allí y enfilamos por lo que me pareció que era un largo y estrecho pasillo. A mi lado iba el otro chico, también a cuatro patas y seguramente sosteniendo sobre su lomo todo el peso de Luis. El camino era largo, pero con la esperanza de descansar y de comer, yo había sentido que mis escasas fuerzas se renovaban, así que no tuve demasiada dificultad en adoptar un paso regular, que seguramente hacía que mi Amo fuera cómodamente acaballado sobre mí. Finalmente pareció que habíamos llegado a destino, por que mi Amo haló de la rienda y me dio la orden de detenerme.

Sooo….potro…. – dijo mi Amo.

Creo que los dos binomios nos detuvimos por que a mi lado percibía la respiración agitada del otro chico. Mi Amo me desmontó y yo me sentí tan aliviado como si me hubiesen liberado del peso de una tonelada. Pero me mantuve en mi posición de potro, temeroso de cometer algún error y que con ello me fuera a hacer acreedor a algún cruel castigo o que incluso se me dejara sin comer. Mejor era estarme ahí, esperando las órdenes de mi Amo; eso parecía lo más seguro y lo más razonable para alguien como yo, que en esos momentos no era más que un animal al servicio de un chico. Además que mi compañero de cabalgada también parecía haberse quedado a cuatro patas a mi lado, como esperando las órdenes de su respectivo Amo.

Oí unos ruidos que me indicaron que los Amos se habían sentado a la mesa y de inmediato sentí el barullo de la vajilla en la que seguro les estarían sirviendo la cena. No me apuré por que supuse que ellos comerían primero y luego se ocuparían de que nos dieran la pitanza a sus potros. Sin embargo, podía percibir el delicioso aroma de los manjares que estaban sirviendo y mis tripas vacías y limpias se retorcían como protestando por que aún no les llegaba nada para llenarse. La boca que me dolía como un demonio, se me llenó de saliva y empecé a babear sin poder contenerme, gracias al maldito bocado aquel que no me dejaba ajustar ni mis dientes ni mis labios. Estaba demasiado ansioso y hambriento, pero los Amos se tardaban demasiado comiendo; mientras el otro chico y yo seguíamos ahí, puestos a cuatro patas y sin atrevernos a movernos. Empezaba a desesperarme por el hambre; pero sabía de sobra que nada haría que los chicos se afanaran por acordarse de sus pobres bestias de monta.

Seguramente estaban ya degustando el postre, mientras hacían comentarios sobre mi torpeza y la necesidad de someterme a un duro entrenamiento para convertirme en un "verdadero caballo de paso". No paraban de reír, mientras que yo no podía pensar más que en comer, deseando además que aquella humillante situación terminara y que nunca en mi vida volviera a verme obligado a servirle de animal de monta a ningún chico.

Ve y límpiale el hocico a mi potro que voy a darle de beber – ordenó mi Amo.

Sí, Amo; como ordene, Amo – respondió Juba con su usual tono meloso cada vez que se dirigía a alguno de esos chicos.

Sentí que el negro se me acercaba y tomando la rienda me haló suavemente para hacerme acompañarlo. Me inquieté por un momento suponiendo que Juba acabaría de lastimarme mi "hocico", pero en cambio de eso, apenas dimos unos pocos pasos, seguramente cuando desaparecimos de la mirada de los Amos, el bondadoso negro se inclinó y me liberó con extremo cuidado de aquel condenado bocado.

¿Ya me van a dar de comer? – le pregunté a Juba torciendo la boca para tratar de mermar el dolor de mis labios y mi lengua.

Todavía no – respondió el negro con sequedad.

Pero yo me estoy muriendo de hambre

Pero es mejor que no comas nada aún…ya el Amo te alimentará

Pero… – traté de protestar.

Son órdenes del Amo – me cortó el negro con sequedad.

No pude decir nada más. Pero en esos instantes sentí una leve llama de rebeldía en mi alma. Era inconcebible que aquellos sádicos me hubiesen hecho todo lo que me habían hecho aquel día y que para completar me usaran como bestia de monta, sin dejarme probar más bocado que el de aquella maldita rienda, haciéndome tragar únicamente dos buenas raciones de semen, que sin embargo no habían alcanzado para llenar mi panza, aún menos cuando el canalla de Jano se había encargado de lavarme las tripas con sus lavativas. Pero Juba pareció adivinar mis pensamientos y dijo:

Si no estás conforme le dices al Amo y se acabó todo.

Me estremecí. Después de tanto esfuerzo no iba a echar por la borda todo lo que había tenido que sufrir para poder ganarme el dinero suficiente para largarme de casa, lejos de mi cruel familia. Curiosamente, hacía demasiado tiempo que no recordaba ese, que era mi propósito inicial, porque el torrente de sensaciones que me habían provocado esos chicos con sus tratos crueles y humillantes, me había mantenido en un estado de excitación que no podía compararse con ningún razonamiento lógico.

Ahora el Amo te va a dar de beber – me dijo el negro con un tono que me pareció de conmiseración –. Ni se te vaya a ocurrir escupir…y tienes que tragar rápido…no vayas a dejar que el Amo se salpique….porque pobre de ti si el Amo se salpica….

Volví a estremecerme por el miedo que me causaron las advertencias del negro. No sabía a cuento de qué venían sus palabras, pero no me atreví a preguntarle nada más. Simplemente me mantuve en cuatro patas mientras él me limpiaba la cara con un paño húmedo para luego enjugarme la boca con un líquido amargo, igual al que había utilizado Jano para hacerme gargarear antes de llevarme a presencia del Amo desconocido para que él me pusiera a mamarle su potente y enorme verga.

Volvimos hasta donde estaban los Amos reposando su abundante cena; yo seguía en cuatro patas al negro, que no había vuelto a ponerme la rienda y en cambio halaba suavemente de un dogal delgado que tenía atado al cuello.

Acércalo – ordenó el Amo.

Sí, Amo – respondió Juba tironeando un poco más fuerte del dogal.

Apenas me tuvo a sus pies, el Amo me agarró por los pelos y me hizo poner de rodillas ante él. En ese momento sentí el aroma inconfundible y excitante de su arrogante y enorme verga e inmediata e instintivamente abrí mi boca. Entonces caí en cuenta de cuál era la bebida con que me abrevaría el chico; pero no sentí ninguna repulsión y por el contrario me mostré ansioso de tragar todo lo que el Amo quisiera darme. Él no se esperó para meterme hasta mi garganta su verga semi – erecta y sin darme tiempo a nada empezó a mear, descargando un potente chorro que por la fuerza con que salía, iba directo a mi estómago.

Apenas terminó de mear me ordenó que le limpiara su arrogante verga y yo no me hice repetir la orden para empezar a mamársela suavemente, tragándome hasta las últimas gotas de su meada y sintiendo como su palo iba acabando de erectarse entre mi garganta. Creí que iba a ponerme a mamar y me alegré, porque pensé que no me caerían nada mal unos buenos chorros de su semen que cuando menos calmarían un poco mi cortante hambre, pero en vez de eso, el Amo me apartó de su verga, y me ordenó que volviera a ponerme en cuatro patas. Creí que me montaría de inmediato, pero en cambio de eso acercó su mano a mi boca y me dijo:

Toma un azucarillo…buen potro.

Comí con respeto el pequeño cubo de azúcar que me ofrecía el Amo y puedo decir sin reparos que me sentí feliz por aquel gesto suyo. Como yo lo veía, me estaba premiando por mi comportamiento y eso era la primera vez que me sucedía; era la primera vez en mi vida que un chico tenía un gesto de amabilidad conmigo luego de usarme, y aunque fuera tratándome como a un animal, no por eso dejaba de sentirme pleno de gozo al recibir el premio que me ofrecía mi Amo. Pero no pude disfrutar demasiado de aquello; apenas le lamí la mano para tomar los restos de azúcar que le habían quedado allí, él le pidió la rienda a Juba y volvió a enjaezarme con el abominable instrumento, para de inmediato montarme y continuar con la cabalgada nocturna.

Apenas me tuvo enjaezado nuevamente, volvió a acaballarse sobre mi lomo e invitó a Luis para que hiciera lo propio con su pony y nos fuéramos de nuevo hacia el establo, donde iban a competir hasta derrengarnos a sus pobres bestias de monta. Sin embargo, en ese entonces yo no sabía para dónde iba la competición de los chicos, y en cambio me sentía tan agradecido por ese gesto de amabilidad que había tenido mi Amo dándome aquel azucarillo, que me esforcé al máximo, sacando fuerzas de donde no tenía para hacer que él se sintiera satisfecho montándome.