Esclavo (6: Escenas de un Filme)

He decidido regresar...de nuevo con un humilde homenaje a El Señor al que adoro y al que sirvo.

Esclavo: Escenas de un Filme

A pesar de todo lo que ya había pasado, la jornada de aquel viernes no había hecho más que empezar para mí. El par de negros no perdían el tiempo; apenas se cerró tras nuestras espaldas la puerta del recinto en donde fui usado por ese chico, Jano me ordenó que me pusiera de pie y me quitó por fin aquella venda que me había impedido ver quién me había torturado y luego me había usado para mamarle su arrogante verga.

Me condujeron de nuevo al sótano de la villa, a aquella sala de torturas; sin embargo esta vez yo iba muy tranquilo; después de haber recibido la aprobación del Amo, nada podía turbar la paz de mi espíritu. Estaba completamente seguro de que no iban a castigarme nuevamente; al menos no con la misma crueldad con que lo había hecho ese chico mientras me encontraba crucificado.

Apenas entramos, Jano me tomó de la mano y me condujo a un espacioso cuarto de baño que había pasado desapercibido para mí las dos veces anteriores que visité la sala de torturas. Juba iba con nosotros, siempre portando su inseparable cámara de video. Yo estaba desnudo completamente, a no ser por el collar del cual pendía aún la correa, y la tirilla de cuero que enlazaba mis huevos y mi pito.

Jano, que parecía ser el encargado de prepararme, desató la correa que estaba unida a mi collar; luego se arrodilló ante mí y desató la tirilla de cuero que apretaba mis partes; todo ello mientras Juba filmaba detalladamente todos los manejos del otro negro. Apenas sentí que mis huevos y mi pito eran liberados, tomé conciencia de que tenía la vejiga completamente llena y sin poder contenerme, empecé a mear descontroladamente.

El chorro de orina se estrelló pleno contra el rostro de Jano empapándolo completamente. Me aterré pensando que el negro iba a enfurecerse conmigo y con lo grande y musculoso que se veía, no le sería nada difícil propinarme una paliza de antología. Pero en vez de eso, parecía muy calmado y se mantenía sin moverse, arrodillado ante mí mientras yo seguía bañándolo con mi meada. Aquello me produjo un extraño sentimiento de superioridad frente al negro y eso me excitó.

Chúpamela – le ordené con voz ronca por la excitación.

Esa era la primera vez en mi vida que le había dado semejante orden a ninguna persona. Mi carácter tímido y apocado me había impedido siempre que me revelara como un chico dominante. En todas mis relaciones me había conformado siempre con ser el objeto pasivo del placer de los chicos con los que tenía sexo; recibiendo en mi boca o en mi culo la verga de cada uno de ellos y esforzándome por provocarles un orgasmo apoteósico. Ni siquiera me atrevía a masturbarme luego de complacerlos; solo guardaba en mi memoria el recuerdo de la experiencia para evocarlo en la soledad de mi habitación mientras me machacaba con furia mi pito.

No es que no me hubiera atrevido a pedirle a algún chico que me diera algo de placer acariciándome mi pito; claro que sí me atreví algunas veces; pero cada vez que lo hice me estrellé con reprimendas, burlas o castigos. Cuando empezaba mi primera relación con Felipe, precisamente mi primer y más grande amor, una tarde, luego de haber estado más de dos horas de rodillas a sus pies chupándole su pito hasta que se hartó y me apartó, le rogué que me tocara mi verguita al menos con uno de sus pies; eso hizo que se enfureciera y me echara de su casa gritándome que él no era ningún maricón. Tuve que suplicarle de rodillas que me perdonara y prometerle que nunca más volvería a pedirle que me acariciara, para que se apiadara de mí y me dejara seguir a su lado. Nunca volví a hacer aquello con Felipe; y no fue hasta que conocí a Raúl, Fernando y Ricardo que volví a atreverme. Esos tres diablos me daban tanto palo, follándome la boca y el culo hasta dejarme medio muerto, que yo consideraba justo que me compensaran de alguna forma todo el placer que obtenían de usarme. Sin embargo nunca logré que accedieran a mis ruegos, y antes por el contrario, ni siquiera dejaban que me masturbara frente a ellos.

Con Mateo la cosa fue algo diferente pero nada placentera para mí y en cambio sí muy humillante. A veces, luego que me hacía mamarle su verga, luego de obligarme a tragar hasta la última gota de su eyaculación, me ordenaba que sacara mi pichulita y me masturbara de rodillas frente a él. Entonces empezaba a burlarse de mi pequeña herramienta, insultándome y golpeándome mientras me agarraba de los pelos y me follaba la boca salvajemente con su enorme verga, que era al menos tres veces más grande que mi pito, aunque por esa época él tenía 15 años y yo ya había cumplido mis 17. El cabrón volvía a correrse dentro de mi boca, mientras que yo no lograba acabar, gracias a la humillación que me causaban sus insultos y sus burlas y al terrible dolor que me provocaba la forma bestial en como él me follaba la boca. Tenía que irme con mi calentura, para tratar de desahogarme en la soledad de mi habitación.

Por episodios como aquellos es que no creo en esos cuentos de que dos chicos se dan al pacer mutuo. Puede que existan excepciones, pero en la generalidad de los casos, uno goza y el otro solo piensa en hacerlo gozar. El sexo entre los chicos es un juego de poder en el que uno domina absolutamente y el otro se somete sin condiciones. Siempre hay uno que recibe placer sin hacer ningún esfuerzo; el otro simplemente se entrega y se esfuerza al máximo por complacerlo, como si el placer del que goza fuera en sí mismo el placer del que lo hace gozar.

Sin embargo, esta vez parecía que las cosas serían diferentes; al menos así lo creí cuando Jano me sonrió mostrándome su rostro empapado de mi meada y sacó su lengua con coquetería para empezar de inmediato a lamerme el pito. Creí que iba a morirme de gozo cuando la lengua del negro recorrió mi glande del cual aún salían algunas gotitas de orina. Con toda la excitación acumulada desde el día anterior, cuando el canalla de Julián me había estado montando y yo no había podido desahogarme, y con aquellos lametazos del negro cuya lengua me parecía un verdadero prodigio para provocar placer, estuve a punto de correrme de la misma forma descontrolada en que acababa de mear, pero Juba me daño la fiestecita:

Ya párale – le ordenó a Jano propinándole una palmada en su rapada cabeza –. Mira que el Amo ordenó que impidiéramos que se corra. Y si se corre el Amo lo va a castigar muy fuerte y de paso nos arranca la piel a nosotros.

Bien merecido se lo tiene – dijo Jano dejando de lengüetear mi pito –. Ojalá que el Amo lo moliera y así me desquito por la meada de este guarro.

Sí que eres idiota – respondió Juba –; si sólo lo moliera a él, ya estaría bien….pero acuérdate de lo que nos hace el Amo cuando se enfurece con nosotros…y éste es muy capaz de contarle que se lo chupaste y lo hiciste eyacular….

En medio de mi tremenda excitación no acabé de darle importancia a las palabras de los negros. En cambio de eso traté de meter nuevamente mi pito en la boca de Jano para que me lo chupara; pero el negro se me resistió y entonces no tuve remilgos en agarrar mi pito y empezar a machacármelo yo sólo, tratando de conseguir un desahogo que necesitaba con urgencia. Sin embargo no pude alcanzar el orgasmo, por que cuando ya se me empezaban a aflojar las piernas y temblaba sintiendo la proximidad de la corrida, el maldito negro que estaba arrodillado ante mí me dio un golpe en los huevos que me hizo doblarme sobre mí mismo.

Jano me golpeó con sus dedos, haciendo que mis huevos saltaran como pelotas de ping pong. No creo que me diera tan fuerte, pero con la excitación que yo tenía en ese momento, el dolor fue demasiado intenso. Se me cortó la respiración y me dejé caer de rodillas gimiendo como un perrito apaleado. Por supuesto que la calentura se me enfrió de inmediato y mi pito se arrugó hasta casi desaparecer en medio de la mata de pelos de mi pubis.

El negro no me dio espera; me agarró por el collar y me arrastró hasta el fondo del cuarto de baño; abrió la ducha y dejó caer sobre mi cuerpo casi exánime un potente chorro de agua helada que acabó de conmocionarme. De inmediato empezó a enjabonarme y a darme fuertes sobijos con una áspera esponja, haciéndome sentir que me arrancaba la piel. Yo no acababa de reponerme del golpe en mis huevos; así que no podía protestar mientras Jano seguía con su tarea sin ningún miramiento, y sobándome especialmente fuerte entre la raja del culo, mis sobacos y mis ingles.

Luego de aclararme con un nuevo, potente y grueso chorro de agua helada, el muy cabrón volvió a agarrarme por el collar y me arrastró fuera del cuarto de baño. Me levantó casi en vilo y me dejó caer de espaldas sobre una especie de mesa metálica. De inmediato y con una destreza inconcebible, me ató las muñecas y los tobillos volviendo a crucificarme sobre aquella mesa. El dolor de mis huevos ya había mermado un poco, aunque ahora estaba aterido por el frío y no dejaba de temblar y castañear los dientes.

Para completar, el maldito negro encendió un enorme ventilador que expulsaba un potente chorro de aire helado sobre todo mi cuerpo. Creí que iba a congelarme y empecé a aterrarme recordando que de manera similar había ocurrido anteriormente, cuando Jano me crucificó minutos antes de que llegara el chico al que los negros llamaban el Amo, para empezar a torturarme con ese detestable bastón eléctrico. No pasó mucho antes de que me pusiera a sollozar desconsoladamente, imaginándome todas las torturas a las que me someterían ahora, pero Juba me consoló.

No llores – me dijo con tono mimoso –; este negro bruto no te hará nada malo. Sólo te está preparando para que le puedas servir bien al Amo.

Sin embargo, no me tranquilizó mucho el sentir que Jano echaba mano de mis huevos y mi pito y empezaba a repasar una hoja metálica y filosa por mi pubis. Lo único que se me ocurrió pensar fue en que el maldito negro iba a castrarme y eso me causó tal terror que me puse a gritar con desespero y a implorar clemencia. Juba volvió a tranquilizarme, explicándome que lo que me hacía el otro negro era una simple rasurada, para dejarme presentable. La idea de verme rasurado me pareció algo morbosa y superando mi terror inicial empecé a excitarme nuevamente.

La verdad era que nunca en mi vida me había rasurado y menos aún depilado mis partes. Tenía una espesa mata de pelos negros y gruesos que incluso hacían que mi pito se viera más pequeño de lo que en realidad era. Jano halaba mi pito mientras repasaba la navaja por la base, para ir de allí a mis bolas, agarrándome el escroto y realizando la misma operación. Supuse que el negro era un experto en esos manejos y ya no me preocupé más que por oír a Juba, que sin dejar de filmar lo que me hacía el otro negro, empezó a explicarme el argumento de la película que filmaría con Luis.

Para darme una idea clara de cómo era la cuestión, Juba me dijo que el filme relataría la historia de dos chicos, compañeros de clase. A mí me correspondía interpretar el papel de un chico de 15 o 16 años, que llegaba nuevo a una escuela y se encontraba con un clima muy hostil. La timidez del personaje, su natural torpeza y su notable desaplicación en el estudio, le granjeaban las burlas de sus compañeros, un grupo de chicos de 14 años, que no obstante ser menores que él, muy pronto empiezan a abusarlo, no sólo sometiéndolo a bromas pesadas, sino además golpeándolo; a lo cual el nuevo chico no responde para nada, manteniéndose manso ante todo lo que sus perversos compañeros quieran hacerle.

En medio de semejante hostilidad, un chico del grupo se da a la tarea de defender a Gilberto, que así era el nombre de mi personaje. Intenta que sus compañeros no lo golpeen tan fuerte ni se ensañen con él de manera tan brutal. Esa protección que le brinda Arturo a Gilberto, hace que el pobre chico abusado se sienta en deuda con su compañero protector; empezando a buscar su compañía, halagándolo y dándole algunos pequeños regalos.

Arturo, que en el fondo de sí es un chico con un carácter dominante, hijo único y muy consentido por sus padres, ve con satisfacción la mansedumbre y la sumisión que le prodiga Gilberto, quien incluso lo acompaña a su casa cada tarde, cargándole la bolsa de los útiles escolares como una prueba más del agradecimiento que siente por su compañero protector. No obstante, el jovencito arrogante no disimula cierto desprecio por su sumiso compañero, y si bien lo defiende de los otros chicos y trata que no lo abusen tan cruelmente, él mismo suele participar de las pesadas bromas que le gastan al pobre Gilberto.

Sin embargo, ante la mansedumbre del chico y la satisfacción que le causa la sumisión que le manifiesta Gilberto, Arturo empieza a mostrarse cada día más exigente. Saliendo de la escuela deja en el suelo su mochila de los útiles, sabiendo que Gilberto se apresurará a recogerla para cargarla hasta su casa. Una tarde, luego de invitarlo a pasar, descubre que el sumiso muchacho puede ser un excelente mucamo, y desde ese día empieza un proceso de sometimiento que termina con el infeliz de Gilberto convertido en el esclavo de Arturo.

En términos generales ese era el contexto de la historia con la que filmaríamos la película. Se parecía muy de cerca a la historia de mi vida y no iba a resultarme difícil interpretar el papel de Gilberto, aunque Juba no me dio más detalles sobre las escenas y se limitó a decirme que ya Luis me iría dando órdenes que por supuesto yo obedecería con toda mansedumbre, aunque en principio debía actuar con naturalidad, como si de verdad fuéramos compañeros de clase. Sin embargo, ya luego de la primera escena que filmaría con el chico, mi trato hacia él sería el de un esclavo frente a su Amo; mostrándome muy solícito y pronto a satisfacer cualquier capricho suyo.

Mientras Juba me explicaba todo aquello, Jano seguía con su tarea de rasurarme el pubis, los huevos y el pito. Sus inevitables toqueteos y el imaginarme que actuaría como el esclavo sexual de Luis, habían vuelto a excitarme tremendamente, a tal punto que estuve a un tiro de correrme en un par de ocasiones, de no ser por que la mano experta de Jano me apretaba el pito impidiéndome llegar al orgasmo.

La rasurada terminó casi al tiempo con el final de las explicaciones de Juba. Entonces Jano me desató las muñecas y los tobillos y me ordenó que me levantara y lo acompañara hasta uno de los potros que había en aquella sobrecogedora sala de torturas. Lo hice mansamente, fijándome en que el negro no me había cortado los pelos del todo, sino que me los había peluqueado, dejándomelos con un largor de poco menos de un centímetro, delineándome con la navaja una especie de triángulo invertido en el pubis, que se perdía entre mis ingles.

Esta vez el negro me hizo tender boca abajo sobre el potro y volvió a atarme las muñecas y los tobillos, dejándome fijo a aquel instrumento de tortura. Juba me recalcaba algunos detalles que debía tener especialmente en cuenta cuando estuviera filmando con Luis, mientras que Jano empezaba a derramar un líquido muy caliente en la raja de mi culo. Sentí que me quemaba y supuse que el maldito negro me estaba torturando nuevamente; me debatí con angustia y levanté mi rostro tratando de buscar una explicación por parte de Juba.

Te está depilando el culo con cera – dijo Juba – por que casi es seguro que el Amo te va a follar. Y al Amo no le gusta ni poquito que los esclavos tengamos el culo con pelos.

En ese momento no tenía ni idea de cómo era eso de la depilación con cera y creí que con el sólo calor de aquel líquido se ablandarían los pelos y se me caerían. Casi me sentí agradecido con Jano por tener esa precaución, pues recordé la forma en como Luis me había arrancado algunos pelos del ano en la tarde de prueba; y de lo que sí estaba seguro en ese momento era de que no quería que el Amo fuera a arrancármelos de la misma forma. Pero apenas pasaron unos minutos en los que Juba seguía haciéndome recomendaciones, cuando el maldito negro, que había estado hurgando entre los gabinetes, se me acercó y me hizo ver los demonios arrancándome de improviso el pegote de cera que se me había adherido al culo.

No puede evitar gritar mientras los ojos se me llenaban de lágrimas y maldije a Jano con todas las fuerzas de mi corazón. Aquel maldito negro parecía no tener más trabajo que torturarme, y a partir de ese momento sentí por él una mezcla de miedo y rencor que me llevó más tarde a usar de mi poco ingenio para tramar su perdición.

Juba trataba de consolarme explicándome que todo aquello que me estaban haciendo era por mi bien, y yo me incliné por creerle, aunque no entendiera muy bien sus argumentos, que además no eran muy explícitos. Entre tanto, Jano volvió a acercarse a mi culo, me agarró los cachetes con fuerza y me los separó dejando mi ano completamente expuesto. Sentí su aliento en mi raja y supuse que el maldito infeliz estaba revisando los efectos de la cera. Al parecer quedó satisfecho, porque al momento se retiró y lo oí hurgar de nuevo entre los gabinetes.

Al cabo de algunos instantes volvió a acercárseme y me preguntó qué tanto había comido aquel día. En ese momento caí en cuenta que sólo había tomado un poco de café antes de salir de casa y a partir de ahí, mi único alimento había sido la copiosa eyaculación del Amo desconocido, luego de la tortura de la cruz. Se lo hice saber al negro y eso pareció alegrarlo por que expresó un "Muy Bien" con tono de satisfacción. Sin embargo, de inmediato me introdujo un delgado tubo en el ano, haciéndomelo llegar hasta el fondo. Supe para dónde iba la cosa, por que ya en la tarde de prueba el propio Martín me había hecho un par de lavativas, aunque esta vez habría una leve pero muy incómoda variación.

El negro bombeó un líquido espumoso y caliente a través de la cánula; introduciéndome tal cantidad, que en muy poco tiempo sentí mi panza llena hasta el tope. Luego empezó a sacar el tubo lentamente, pero sin dejar que me vaciara; en cambio de ello, en el mismo momento en que acababa de sacarme la cánula, me introdujo una especie de tapón, no muy grueso pero que se ajustó perfectamente a mi ano, impidiendo que se me saliera ni una sola gota de aquel líquido espumoso.

Aquel extraño artilugio debía tener unos 8 centímetros de largo, según la profundidad con que me penetró. Además estaba unido a una especie de delgadas correas de cuero que Jano ajustó sobre mi vientre con un cierre de presión. Evidentemente, el propósito de aquellas correas era impedir que se me saliera aquel tapón, por lo que supuse que tendría que quedarme con la barriga llena de aquel líquido espumoso. La idea no me gustó ni poquito, pero no tenía más opción que quedarme así.

Enseguida el negro me desató liberándome del potro. Tomó de nuevo la delgada tira de cuero y volvió a enlazarme el pito y los huevos, haciéndolo esta vez con más fuerza que antes y dejándome imposibilitado totalmente para evacuar nada por mi pequeña verguita. Todo aquello me hacía sentir tremendamente incómodo, pero sin la menor posibilidad de sustraerme a esos tratos, porque según Juba, todo aquello lo hacían por orden del Amo y las órdenes del Amo no se discuten.

Terminadas todas esas operaciones, el mismo Jano me quitó el collar de mi garganta y me pasó algunas piezas de ropa ordenándome que me vistiera con ellas. No me sorprendí cuando vi que aquellas prendas se asemejaban en todo a un uniforme de colegial, pues supuse que a partir de ahí empezaríamos la filmación de la película con Luis, tal y como me había explicado Juba. Y efectivamente salimos de esa sala de torturas para empezar con algunas de las escenas accesorias del filme.

Me sentí aliviado cuando Jano se alejó dejándonos solos al otro negro y a mí. Junto con Juba nos dirigimos a la planta alta de la villa y allí entramos en un cuarto espacioso y con algunas comodidades, que se asemejaba en todo a la habitación de un chico adolescente, incluso en el infinito desorden que reinaba por todas partes. El negro me explicó que empezábamos con la filmación de la película, diciéndome que asumiera el papel de Gilberto y que en ese momento iba a ordenar la habitación de Arturo, el otro personaje.

No me costó demasiado trabajo recoger todo el reguero de ropa sucia, calcetines, calzoncillos, zapatos, sandalias y en fin, todo lo que un chico deja olvidado en el suelo de su habitación. Acomodé aquello en el lugar que correspondía y luego hice la cama dejándola impecable. Cuando ya todo estaba como debía ser, Juba me señaló una pequeña cómoda y me ordenó que sacara de allí un par de botines de los que se usan para jugar al fútbol. Estaban llenos de barro y suciedad, seguramente por que los habían usado ya en algún juego.

El negro me hizo ir de nuevo a la planta baja y me condujo al patio, siempre filmándome, mientras yo portaba aquellos botines, que se suponía eran los que usaba Arturo para practicar su deporte favorito. Ya allí me ordenó que los limpiara y los lustrara, lo cual hice con precisión, dejando aquellos botines verdaderamente brillosos, casi como si estuvieran nuevos.

Posteriormente me hizo ir hasta un amplio jardín que estaba en la parte de atrás de la villa; me señaló algunas herramientas y me ordenó que las tomara y empezara a podar el césped. Aquí la cosa no me resultó tan fácil, pues me sentía demasiado incómodo teniendo que estar en cuclillas todo el tiempo, mientras sentía que la panza se me iba a reventar por la presión de aquel líquido espumoso que me había introducido Jano por el culo. Creí que había tardado más de lo que Juba tenía presupuestado, pues cuando aún me faltaba un sector del césped por emparejar, el negro me apuró para que nos fuéramos de allí sin dejarme terminar con la tarea.

Volvimos al interior de la villa y Juba me indicó un rincón del vestíbulo donde se encontraban dos pesadas bolsas llenas de útiles escolares. Me ordenó que las tomara y saliéramos juntos del vestíbulo hacia el patio de entrada de la casa. Lo hicimos y el negro me hizo ir una y otra vez hacia la entrada, cargando aquellas pesadas bolsas mientras me filmaba. Finalmente me ayudó a entrar nuevamente mi cargamento; pero volvimos a salir al patio, para esperar a Luis que ya no tardaba en llegar, según dijo Juba.

Y efectivamente, a los pocos minutos de estar allí esperándolo, llegó Luis. Una enorme camioneta negra y de vidrios oscuros aparcó en la puerta que daba entrada al patio exterior de la villa y de allí bajó el Adonis acompañado por Martín. El chico venía vestido con un traje de deportes, de los que se usan para jugar al fútbol. Se veía sudoroso y daba muestras de estar muy cansado; pero aún así me pareció demasiado hermoso y me sentí tan temeroso ante él que no me atreví a mirarlo al rostro. Ni siquiera respondió al tímido saludo que le expresé, y en cambio Martín me entregó una bolsa que estaba portando y que seguramente pertenecía a Luis.

Tomé la bolsa y seguí al Adonis sumisamente, mientras Juba no perdía detalle con su cámara de video. Ya sabía perfectamente todo lo que tendría que hacer porque el negro me lo había explicado con detalle. Así que cuando Luis, o mejor Arturo, se instaló en la sala de estar y encendió la televisión, yo me fui directo a la cocina por un refresco para él. Al cabo de algunos instantes regresé para ofrecerle el refresco y me quedé de pie, al lado de su sillón y sin casi atreverme a respirar para no incomodarlo.

El chico manifestaba claras muestras de cansancio, tocándose las piernas y los botines de fútbol que aún traía puestos; yo estaba cada vez más nervioso y ansioso. El Adonis se veía realmente hermoso, con su cabello negro empapado de sudor, su blanco rostro ligeramente sonrosado y esas piernas largas y fuertes que empezaban a cubrirse por una tenue nube de vello negrísimo y suave. Sin embargo, no podía quedarme contemplando al Adonis, sabía perfectamente lo que tenía que hacer; así que siguiendo las indicaciones que me había dado Juba, hice acopio de mis fuerzas para serenarme un poco y poder atreverme a preguntarle al chico:

¿Es…estás…estás…ca…can…cansado?

Sí…mucho. Ya viste que el partido estuvo muy duro – me respondió el Adonis con una naturalidad que acabó de turbarme.

S…si…si…tú…si tú quieres…bueno…si tú quieres…yo te puedo quitar…yo te puedo quitar tus…botines

Por poco y no logro terminar la frase; pero me ayudó pensar que si no lo hacía como me había indicado Juba, el Adonis se enfurecería y eso seguramente me representaría un castigo o, aún peor, me significaría que me echaran de ahí, dejándome sin la oportunidad de filmar la película y de paso negándome la excitante experiencia de ser el esclavo sexual de Luis, aunque fuera durante el filme. Y eso ni qué decir de apartarme del Amo desconocido, que a esas alturas se me había convertido en una obsesión. Sin embargo, todo parecía indicar que lo estaba haciendo bien, pues sin responderme ni una palabra, el chico estiró una de sus piernas ofreciéndome su pie.

Casi temblando de miedo, excitación y respeto, me puse de rodillas ante él y le saqué su botín haciéndolo de la manera más cuidadosa posible, tratando al máximo de evitar causarle alguna incomodidad. Y apenas le hube sacado ese primer botín me incliné un poco para tomar su otro pie y descalzarlo también. En ese momento sentí que el Adonis puso sobre mi cabeza su pie descalzo, usando mi testa como si fuera un cojín. Traté de no moverme para no incomodarlo y me di a la tarea de sacarle el botín de su otro pie.

Es curioso, pero aquella situación que en otras circunstancias me hubiese resultado en extremo humillante, lo que hizo fue llenarme de paz. Sentir cómo el Adonis descansaba su pie sobre mi cabeza me hacía sentir útil y eso me satisfacía. Poder servirle era mi único pensamiento en ese instante; entregármele por completo; demostrarle todo el respeto y el temor que me inspiraba. Mi mayor anhelo era mostrarle que yo estaba dispuesto a adorarlo como a mi Dios, si con eso lograba que él se sintiera satisfecho.

Con todo el cuidado de que era capaz con mis temblorosas manos, le saqué el segundo botín y me quedé inclinado, con su pie entre mis manos y sintiendo en mi cabeza el peso de su otro pie. Él me dejó así por unos instantes y luego levantó el pie que descansaba entre mis manos y me lo puso en el rostro obligándome a levantarlo un poco. Empezó entonces a refregármelo por toda la cara, impregnándome la piel con el copioso sudor que empapaba su calcetín; mientras que yo no pude más que cerrar mis ojos y besar tímidamente la planta de su pie. El debió notar mis caricias aún a través de su grueso calcetín y me preguntó:

¿Te gusta, Gilberto?

No podía responder; en ese momento mis labios estaban ocupados besando la planta de su pie. Lo único que pude hacer fue asentir moviendo suavemente mi cabeza; tratando de evitar que él se incomodara y eso ocasionara que se terminara ese momento maravilloso. Por que sí: lo estaba disfrutando; pero era más que eso; era sentir la plenitud del poder de un Amo sobre mí; era entregármele sin condiciones; era ponerme a su entera disposición y someterme a su voluntad; era sentirme seguro perteneciéndole y sabiendo que él, hermoso y poderoso, me guiaría con reciedumbre, evitándome el doloroso trance de decidir. Era saber que desde ese instante, y aunque solo fuese mientras filmábamos la película, él sería mi guía, mi maestro, mi Dueño, mi Amo y Señor.

¿No tienen olor mis pies, Gilberto? – me preguntó mientras me dejaba besar la planta de su pie y su otro pie descansaba sobre mi hombro.

Negué, otra vez con un gesto tímido de mi cabeza. Y aunque la verdad sí tenían un poco de olor sus pies, eso no me importaba; o más bien sí me importaba, pero no me molestaba; por el contrario, me daba la oportunidad de mostrarme más entregado, más sumiso, más deseoso de pertenecerle, de ser suyo, de ser su esclavo, de adorarlo como a mi Dios, de hacerle ver que mi mayor anhelo era que él fuese mi Amo y Señor. Por eso fue que tomando un poco de confianza me animé a hacer que los besos que le prodigaba en la planta de su pie fueran un poco más fuertes.

Muy bien, Gilberto. ¿Quieres ser mi esclavo?

Volví a asentir mientras cerraba mis ojos y seguía besando la planta de su pie. Ese era mi mayor deseo en ese instante: ser su esclavo, nada más me importaba. Ser su esclavo era el anhelo más sublime de mi ser. Entregármele, sometérmele, obedecerle, complacerlo, esos eran mis únicos pensamientos en ese instante.

Muy bien, esclavo. Quítame los calcetines y lámeme mis pies.

Aquella orden fue la más dulce frase que había oído; yo, que cuando me vi obligado a lamerle los pies a mi odiado hermano menor me sentí tan profundamente humillado, estaba ahora deseoso de acariciar con mi lengua las plantas sudorosas de aquel Adonis que me había sometido. Le saqué los calcetines y no me esperé ni un segundo para obedecerle, empezando a repasar mi lengua con toda diligencia por esos pies tan suaves, tan blancos, tan bien cuidados, pero que a cada lametazo que les prodigaba me dejaban mi lengua empapada de su sudor.

Le acaricié el empeine y entre los dedos por un buen rato; hasta que el Adonis me ofreció sus plantas para que se las lamiera. Me esforcé tratando de adoptar el papel de un perrito sumiso que adora a su Amo, y no dejé parte que no lamiera en los pies de mi Amo. No sé cuánto tiempo pasé tirado en el suelo, con el uniforme de colegial que me habían hecho vestir los negros, y lamiéndole los pies al Adonis con una devoción indescriptible; pero de lo que sí puedo estar seguro es de que me tragué todo su sudor, sin el menor remilgo y sin sentirme para nada humillado. Hasta que Luis, o mejor Arturo, me apartó empujándome con sus plantas, me hizo calzarle unas pantuflas, se levantó de allí y se fue; dejándome a mí aún tratando de besar el suelo que él había pisado.

Juba me volvió a la realidad; me ordenó que me levantara de allí y me fuera con él a la cocina. Caí en cuenta que íbamos a filmar una escena más de la película y me apresuré a seguir al negro. Allí me dediqué a lavar la vajilla que estaba en el lavaplatos y a ordenar un sinfín de vasos, cucharas y otros utensilios de la cocina. Creo que tardé casi una hora en ordenar todo lo que había allí, mientras Juba filmaba todos mis movimientos. Hasta que en un momento dado apareció Martín discretamente dándole una señal al negro, que a su vez me hizo una seña a mí.

Yo sabía de qué se trataba todo aquello por que Juba ya me lo había explicado, así que hice lo que me correspondía: tomé un vaso que aún estaba en el lavaplatos y mientras me dirigía para supuestamente ponerlo en su respectivo gabinete, hice como que se me caía accidentalmente de las manos. El vaso se rompió y yo me puse en cuatro patas para recoger los vidrios; y en ese instante apareció Luis, o mejor Arturo. Ahora estaba vestido con un uniforme de colegial igual al que yo llevaba. Se me acercó un poco y me dijo:

Debes tener más cuidado cuando laves, o nos vas a dejar sin vajilla.

En ese momento tuve que hacer un gran esfuerzo de voluntad para responderle al Adonis como me había indicado Juba. Tenía mucho temor, pero me sirvió pensar que en vez de Luis, el que estaba allí era el canalla de Julián, haciéndome esos comentarios sobre mi falta de cuidado al lavar la vajilla; haciendo de esta manera fue que me atreví entonces a responderle al chico:

Yo siempre tengo cuidado….

Él no dijo nada más. Simplemente se dio la vuelta y salió de la cocina para volver al cabo de un par de minutos, portando en su mano un grueso cinturón de cuero. Juba no me había dicho nada más de lo estrictamente necesario y yo no sabía que haría ahora Luis, o mejor Arturo, pero por su actitud me imaginé hacia dónde iba la cosa y el temor se me revolvió con la excitación y la certeza de estar a punto de recibir un castigo. El Adonis dio un fuetazo recio sobre la mesada, provocando un ruido sordo que me hizo dar un respingo:

Aquí yo soy el Amo – dijo el chico – y tú eres mi esclavo, y me tratas a mí con respeto

Ahora estuve seguro que el Adonis no se haría esperar para castigarme. Empecé a temblar e intenté abrazarme de sus tobillos para implorarle perdón. Pero él me apartó de una patada y me ordenó que me diera vuelta y levantara el culo.

¡Muéstrame tu culo, esclavo! – me ordenó –. Ahora vas a ver. Te voy a escarmentar por no tratarme con el respeto que me merezco.

Ya casi sollozando y sin atreverme a levantarme, puesto ahí en cuatro patas, levanté mi culo dejándolo expuesto para recibir el castigo que me propinaría Luis, o mejor Arturo. Y el chico no se hizo esperar para descargarme el primer cinturonazo. Me dio con todo, sin compasión, haciéndome sentir que me rajaba los cachetes con el cinturón; y tras el primer golpe vino el segundo y el tercero y el cuarto…me dio más de seis azotes recios, mientras yo permanecía en cuatro patas, recibiendo el castigo sumisamente, sin parar de sollozar e implorándole que me perdonara.

Al cabo de la azotaína, me propinó además un par de patadas en los muslos y me ordenó que me largara de allí, amenazándome con que nunca más me dejaría venir a su casa para servirle. Yo estaba tan metido en la situación que aquella amenaza suya de no dejarme volver a servirlo me pareció un terrible suplicio; así que no tuve empacho en darme vuelta sobre mis cuatro patas para abrazarme de sus tobillos, pegar mis labios a sus zapatos y empezar a implorarle que no me echara de su lado, que me perdonara, mientras le prometía que nunca más le faltaría al respeto. Sin embargo él se mostró inflexible; volvió a patearme y de nuevo me echó. Y entonces no tuve más remedio que salir de la cocina, gimiendo y sollozando como un perrito apaleado.

Salí al vestíbulo aún andando en cuatro patas y sollozando, convencido plenamente de que tenía que irme de la villa. Pero entonces Juba vino en mi rescate. Me ordenó que me levantara y me condujo a un pequeño cuarto de baño en la parte de atrás de la casa. Hizo que me lavara el rostro borrando las señales de mi llanto y me volvió a la realidad diciéndome que recordara que todo aquello no había sido más que una escena del filme. En la historia, Arturo echa efectivamente a Gilberto de su casa, dejando que pase más de una semana en la que ni siquiera le habla al infeliz sumiso y provocándole una angustia de muerte, que habrá de concluir con el siervo sometido a satisfacer los deseos sexuales de su joven Amo, luego de haberle implorado perdón y lamido los pies por más de dos horas.

Ahora vamos a filmar otra escena – me dijo el negro –. El Amo te va a castigar por no haber podado bien el césped.

A esa altura yo ya estaba enterado a dónde llegaríamos. Sin embargo, no por eso dejaba de temer, pues no sabía ni me imaginaba cuál sería el castigo que me impondría el Amo. Pero extrañamente, la perspectiva del castigo me excitaba al tiempo que me aterraba; además que no tenía ninguna opción; estaba allí para hacer una película en la que mi papel de esclavo sumiso y obediente estaba, por supuesto, caracterizado por la docilidad con que recibía infinidad de castigos.

Junto con Juba, que no dejaba de filmarme ni por un instante, volvimos al vestíbulo. Luis, o mejor Arturo, estaba muellemente sentado en el sillón viendo la televisión y degustando un refresco. Yo me le acerqué tímidamente y esperé una seña suya para poder hablarle:

Ya terminé con el césped, Amo.

Vamos a ver cómo lo hiciste – me dijo el Adonis al tiempo que se levantaba del sillón.

Se dirigió a la parte de atrás de la villa, precisamente al patio donde antes yo había estado podando el césped, seguido por mí, que caminaba tras él con mi cabeza gacha, temeroso y excitado por la certeza del castigo que recibiría. Llegamos al dicho patio y allí el Adonis dio una vuelta alrededor del prado.

¡Eres un inútil! – me gritó el chico –. ¿A caso no sabes ni siquiera cómo se poda un césped?

A esas alturas yo ya estaba temblando y empezaba de nuevo a sollozar. Me le acerqué tímidamente y me arrodillé a sus pies para suplicarle que me perdonara. Alcancé a decirle que no me había dado cuenta que mi trabajo estaba mal hecho; pero él no me dejó mucho tiempo para suplicarle. Me agarró fuertemente por los pelos, obligándome a echar mi cabeza hacia atrás y me abofeteó violentamente, haciéndome saltar las lágrimas. Cuando me soltó caí a sus pies e intenté implorarle perdón, pero él ya se alejaba de allí al tiempo que me ordenaba:

¡Vuelve a podar; y esta vez hazlo bien, o tendré que castigarte de verdad!

Me quedé ahí en el suelo por unos instantes; llorando desconsoladamente y sintiendo cómo mis labios empezaban a hincharse por las violentas bofetadas que me había propinado el chico. De verdad que me había metido tan de lleno en mi papel, que todo aquello me parecía una realidad más tangible que mi horrible vida con mi cruel familia. Pero al menos aquí estaba sometido al poder de un chico hermoso, que me excitaba y me atraía infinitamente, y no a las palizas de papá y a las humillaciones a que me mantenía sometido mi odiado hermano menor.

Juba volvió a traerme a la realidad. Hizo que de nuevo me arreglara un poco mi uniforme de colegial y limpiara mi rostro. Enjugó la comisura de mis labios con un pañuelo húmedo, para quitarme algunas gotitas de sangre que me habían arrancado los golpes que me propinara Luis, o mejor Arturo, y me llevó de nuevo al vestíbulo. Ahí filmaríamos una escena que yo esperaba con ansiedad: iba a entregarme al placer de mi Amo.

Cuando entramos en el vestíbulo, Luis, o mejor Arturo, estaba de nuevo sentado en su sillón; degustando un refresco y vestido con su uniforme de colegial. Estaba tremendamente guapo como siempre y parecía distante, como si estuviese concentrado en la película que estaban pasando en esos momentos en la tele. Lo contemplé por unos instantes y me estremecí de excitación pensando que en pocos minutos estaría complaciéndolo. A una seña suya me acerqué tímidamente y me arrodillé ante él. Ya sabía todo lo que haría por que Juba no se había cansado de explicarme cada detalle de aquella escena, que era una de las más importantes de la película.

Tomé uno de sus pies y le zafé su mocasín negro, después le retiré su calcetín blanco. Él puso su pie sobre mi cabeza mientras yo descalzaba su otro pie. Luego me eché en el suelo como un perrito sumiso ante su Amo y me dediqué a lamerle los pies casi con más devoción que la que había usado cuando le descalcé sus botines de fútbol. El Adonis pisoteaba a veces mi cara o mi cabeza sin ningún miramiento, mientras yo me esforzaba por lengüetear sus suaves y sonrosadas plantas o por meter mi lengua entre sus dedos, excitado tremendamente y disfrutando de verdad al sentirme como una especie de alfombra para ese chico que ya me dominaba por completo.

Juba no paraba de filmar las maniobras de mi lengua acariciándole los pies al Adonis, y yo antes de sentirme humillado, intentaba que en la película quedara perfectamente claro que me esforzaba de verdad y al máximo por entregarle a mi Amo lo mejor de mí, mostrándome solícito y sumiso, solo importándome su satisfacción y su placer, aún a costa de mi incomodidad y del dolor que me causaban sus constantes pisotones.

En un momento dado oí que el Adonis corría el cierre de su pantalón. Me excité aún más si ello era posible, por que sabía lo que sucedería inmediatamente. Redoblé mis lametazos a sus pies, mientras que tímidamente trataba de levantar la mirada para contemplar el exquisito espectáculo que ofrecería ahora. Y no tuve que esperar por mucho tiempo: Luis, o mejor Arturo, sacó su verga completamente erecta y empezó a sobársela lentamente, mientras me miraba desde su alteza.

Me quedé boquiabierto, no sólo por la contemplación de aquella verga que me parecía sublimemente hermosa, sino porque por primera vez estuve absolutamente seguro que el chico que me había torturado en la cruz y luego me había usado para su placer, no era Luis. A pesar de estar vendado todo el tiempo, pude sentir que aquel chico tenía una verga enorme, como de unos 22 centímetros y de un grosor considerable, curvada un poquitín hacia abajo y, la mayor diferencia: no estaba circuncidado.

En cambio Luis, tenía una verga completamente recta, como de unos 18 centímetros, un poco delgada y con circuncisión. Aquel falo del Adonis era un verdadero monumento a la belleza; tal vez la contemplación de un pene como aquel fue el que hizo que las culturas antiguas lo convirtieran en un Dios al que adoraban como símbolo de poder y de belleza. La verdad que la contemplación de aquella verga tan divina me hizo sentir satisfecho de ser un maricón, por que así podía entregarme sin remilgos a acariciar con toda suavidad y ternura semejante monumento a la perfección.

Pero había cometido un error que el Adonis se encargó de recordarme: el asombro que me causó la contemplación de su divina verga, me había hecho olvidarme de mi deber de seguir lamiéndole los pies. Él no se lo pensó ni un instante para darme una patada en la boca y ordenarme:

¡Sigue lamiendo, esclavo!

Y claro que obedecí de inmediato. Volví a lamer los pies del Adonis con toda devoción, pero sin poder despegar mi mirada de aquella verga suya que me hacía suspirar de deseo y excitación. Él seguía sobándosela suavemente y mirándome con arrogancia, hasta que de un momento a otro se inclinó un poco, me agarró por los pelos y me hizo poner de rodillas entre sus piernas. Entonces tomó una de mis manos y la llevó hasta su palo; no pude resistir la tentación y tímidamente empecé a acariciárselo muy suavemente, temiendo hacerle daño o incomodar al Amo, pero sin poder sustraerme a ese poder que me tenía hipnotizado.

No pasó mucho tiempo antes que el Adonis volviera a agarrarme por los pelos, halándomelos para acercar mis labios a su palpitante y hermosa verga. Supe qué era lo que quería el chico y no lo hice esperar antes de tragarme su erección hasta más allá del límite de mi garganta y empecé a mamársela con ternura y devoción, con dulzura y pasión, entregándome por completo a su placer.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que presintiera el final de aquella escena; de todas formas se me hicieron muy cortos los minutos antes de que el Adonis me agarrara de nuevo por los pelos para empezar a marcarme los movimientos de mi cabeza al ritmo de su placer; haciendo que su pene arrogante y hermoso entrara y saliera de mi boca a una velocidad vertiginosa, mientras yo no paraba de succionar con intensidad y de repasarle mi lengua con delicadeza por su glande. En un momento, el Adonis se tensó y aumentó la fuerza con que me tironeaba por los pelos, hasta hacerme creer que me los arrancaría, pero en cambio de eso empezó a soltarme chorros de semen en mi boca, hasta dejármela inundada con su dulce leche.

No pude tragármela, y no por que no lo anhelara, sino por que antes debía mostrar a la cámara que sostenía Juba, que el Adonis se había descargado en mi boca. Así que cuando Luis, o mejor Arturo, me liberó de los pelos y me apartó de su hermosa verga, abrí mi boca y la expuse, llena con el semen del Amo, ante el lente de la cámara y así, mientras el negro filmaba, me fui tragando poco a poco aquella leche, que de haber sido de otro chico me habría visto tentado a escupir, pero que al ser del Adonis, me provocaba un éxtasis exquisito a cada trago.

Y el negro no paró de filmar mientras yo volvía mi lengua a la verga del chico, para lamérsela con toda suavidad y limpiársela, acabando de tragarme los restos de su copioso orgasmo. Estaba tan excitado que creo que de no haber sido por que mi pito y mis huevos se mantenían sólidamente enlazados por la tirilla de cuero con que me los había atado Jano, me abría corrido sin tocarme, con la increíble satisfacción y la sensación de paz que me había provocado el haber logrado que aquel Adonis alcanzara el clímax del placer.