Esclavo (5: Amo Desconocido)

¿Quién será aquel que con su sola voz tiene el poder de causar el miedo más terrible y al mismo tiempo de regalar la paz más intensa y la seguridad más abrigadora?

Esclavo: Amo Desconocido

Me sentía exultante a pesar de las ultrajantes humillaciones a las que tuve que someterme, pues tenía la firme creencia de que había podido engañar al canalla de Julián para que me ayudara a conseguir el permiso para salir de casa durante el fin de semana. Sin embargo estaba demasiado ansioso como para poder dormir plácidamente; el haber sido montado por mi odiado hermano menor me había provocado una excitación que no podía aliviarme.

Cada vez que evocaba lo que había pasado esa tarde y la gran turbación que me provocara contemplar la magnífica desnudez de Julián, me avergonzaba y me invadía una terrible furia contra mí mismo. Y aún más me humillaba el hecho de sentirme tremendamente excitado recordando cómo era que el cabrón me había montado, haciéndome sentir como un verdadero animal de su propiedad. No podía creer que el canalla me despertara otro sentimiento que no fuera el profundo odio que le tenía desde nuestra infancia.

Traté de aliviarme la calentura evocando la imagen de Andrés, reemplazando a Julián por él. Me imaginaba a mí mismo enjaezado como un pony y al Adonis con el que filmaría la película montándome; lo veía vestido de vaquero, con su cuerpo esbelto contoneándose sobre mi lomo mientras me guiaba firmemente con la rienda y me soltaba alguno que otro azote en mi trasero para hacerme tomar un paso rápido y cadencioso.

Mi excitación llegaba al límite cuando imaginaba además que luego de haberme montado por largo rato, se bajaba de mi lomo sudoroso, me hacía poner de rodillas a sus pies, se sacaba su verga erecta y me follaba la boca hasta correrse adentro de mí. Pero en ese instante volvía a mi mente la imagen de mi odiado hermano menor y ahí terminaba la cosa; pues me negaba de plano que pudiera hacerme una paja fantaseando con mamarle la verga al canalla de Julián; si algún día tuviera que darle placer al canalla, prefería morirme y no dudaría en cortarme las venas, por que no iba a someterme a semejante humillación. Él era mi peor enemigo, y aunque era verdaderamente hermoso y yo era gay, no iba a resistir la indignante, la ultrajante condición de ser su puto; eso nunca lo haría, por nada el mundo.

Total que aunque me machaqué mi pito con insistencia, no llegué a correrme, por que en el momento culminante, cuando ya sentía próximo el orgasmo, mi mente se veía invadida por la imagen de Julián, que desde mi imaginación me miraba con arrogancia y se burlaba de mí por verme sometido ante él, dispuesto a entregármele por completo y complacerlo hasta el límite de su placer.

Esa noche no pude dormir bien; a pesar de la alegría por mi aparente triunfo al lograr engañar al canalla de Julián, la imagen de su desnudez seguía perturbándome cada vez que cerraba mis ojos. Y era que así yo no quisiera admitirlo, seguía pesándome demasiado su hermosura; y me pesaba aún más el saber que haber sido montado por él me había excitado tanto.

Sin embargo, al día siguiente me levanté más temprano que de costumbre. Me sentí aliviado cuando supe que Julián se había ido desde muy temprano; así no tendría que enfrentarlo y que tal vez el muy canalla viera mi turbación al mirarlo. Salí de casa a toda prisa y esta vez llegué antes de la hora prevista al sitio de la cita con Martín. Al cabo de unos 30 minutos, justo a la hora prevista, apareció mi adorado amante; tomamos un taxi y nos dirigimos a la villa campestre en la que habíamos estado la tarde de prueba.

El corazón me palpitaba con fuerza, casi desbocado por la excitación que se me hacía más acuciante a medida que nos acercábamos a la acogedora villa. No sabía qué iría a pasar durante ese fin de semana; de lo que sí estaba seguro era de que disfrutaría de todo lo que me hiciera Andrés; sin importar que me resultara doloroso o humillante, el sólo hecho de ir a complacer a aquel Adonis me ponía la piel de gallina y me hacía desear que los minutos volaran para poder estar lo antes posible a los pies del chico, entregándomele sin condiciones, adorándolo como a un Dios.

En la villa nos recibieron dos muchachos casi idénticos; a uno de ellos ya lo conocía: era Juba. El otro, también un negro como de unos 18 años, era en todo igual al primero; alto musculoso aunque delgado, con el pelo cortado al rape y adornado con una multitud de aros que perforaban sus orejas, su nariz, sus labios y sus tetillas. Lo único que lo distinguía de Juba eran sus aros y el color del grueso collar que llevaban al cuello, pues mientras el de éste era dorado, el de Jano era plateado. Además este muchacho exhalaba un penetrante olor a pino, que me hizo evocar uno de los parques que había conocido en compañía de mi amado Martín.

Mientras los dos negros le daban a Martín algunas indicaciones que no entendí muy bien, pude ver fugazmente a Andrés, que salió al vestíbulo a través de una puerta escondida tras un enorme armario cubierto de libros. Me quedé estático contemplándolo con disimulo. Era la primera vez que podía verlo estando de pie y no arrastrándome por el suelo, como había sucedido la tarde de prueba. Me pareció más hermoso de lo que recordaba y mi deseo de estar de nuevo a sus pies creció aún más.

Pero mi felicidad duró muy poco tiempo, por que Andrés pasó a mi lado sin siquiera fijarse en mí ni en los negros; lo único fue que le hizo una seña a Martín para que lo siguiera. Mi amante fue tras él y ambos salieron del vestíbulo hacia el patio exterior de la villa y yo me quedé en manos de Juba y Jano.

El quedarme solo con el par de negros me causó algo de desazón, pero habiendo vivido todo lo que viví la tarde de prueba, sabía de sobra que podía esperar cualquier cosa de Andrés, menos que me fuera a tratar como a un chico normal. Para él yo no debía ser más que un mísero puto que se prestaba a servirle de esclavo y así me trataba. Seguramente los dos negros se encargarían de instruirme y prepararme para la filmación, y ese me pareció que era su cometido cuando me condujeron al sótano de la villa, hacia el sobrecogedor cuarto de torturas que ya antes había visitado.

A penas entramos en aquella turbadora habitación lo primero que hizo Jano fue ordenarme que me desnudara. Creí saber para dónde iba la cosa y me apresuré a obedecer al negro. Quería que me prepararan lo más rápido posible por que imaginaba que Andrés estaría esperando por mí en algún lugar de la villa para empezar con la filmación de la película. Aún no tenía ni idea de lo que tendría que hacer; aunque eso me traía sin cuidado, pues sabía perfectamente que el Adonis me guiaría con la templanza que le era característica y a mí sólo me bastaría con obedecerlo y sometérmele completamente.

Sin embargo, cuando esperaba que los negros me hicieran inclinarme sobre alguno de los potros que había en aquella habitación para las lavativas de rigor, Jano me ordenó que me acercara a una cruz de San Andrés. Empecé a inquietarme por lo que me harían esos dos extraños muchachos; pero sabía que debía plegarme a sus instrucciones si deseaba que todo fuera bien. Lo que menos quería era que ellos fueran a quejarse de mí con Andrés y que eso me causara un doloroso castigo o en el peor de los casos, que el chico desistiera de hacer la película conmigo.

Pensando de esa forma fue que me comporté con toda docilidad cuando Jano empezó a crucificarme; primero me hizo abrir las piernas hasta que quedaron en dirección a las patas de la cruz; en esa posición me sujetó los tobillos con unas argollas metálicas y luego me ordenó abrir los brazos, para fijarme a la cruz por las muñecas también con argollas metálicas. Enseguida se alejó un poco para ir a buscar entre uno de los gabinetes y me dejó allí por unos instantes, mientras Juba no perdía detalle con su inseparable cámara de video.

Desnudo y crucificado como estaba, no podía sentirme más indefenso. En ese estado podrían hacer de mí lo que se les diera la gana y yo no tendría ni la mínima posibilidad de ofrecer la menor resistencia. Me pareció que aquello era superfluo, pues estaba seguro que Andrés podría hacer de mí lo que se le ocurriera y yo no me le insubordinaría por nada del mundo. Sin embargo, la situación empezaba a excitarme; el saberme expuesto e inerme ante el Adonis, empezaba a darme la sensación de ser un animalito de su propiedad, puesto ahí para recibir un castigo que divertiría a mi Amo; y eso me hacía temblar con algo de miedo, pero también me hacía desear ser el objeto de diversión de ese hermosísimo chico.

Ya tenía mi pito pegado al vientre, de sólo imaginar que podría ver el hermoso rostro de Andrés mientras era castigado por él. Y por extraño que parezca, deseba ser castigado por ese chico, intuyendo que mi dolor iba a satisfacerlo. No lo sabía entonces, pero desde la tarde de prueba, el Adonis me había conducido a descubrir una vena masoquista que jamás imaginé que tuviera.

A los pocos minutos Jano volvió a acercarse a la cruz donde yo estaba sujeto; traía una pequeña mesa móvil sobre la que estaban dispuestas algunas cosas que no pude reconocer. Ya crucificado como estaba, mis movimientos se limitaban al mínimo y además tampoco era que me importara demasiado lo que fueran a hacerme, por que estaba seguro que todo ello era por orden de Andrés y eso me satisfacía interiormente; aunque ni de lejos imaginaba hacia dónde iba la cosa.

Jano tomó de la mesita una tira de cuero medianamente gruesa y trató de enlazar con ella mis huevos y mi pito; pero la tira resultó demasiado ancha, lo que hizo que el negro soltara una imprecación y volviera hacia uno de los gabinetes. Al regresar traía una tirilla más delgada, con la cual enlazó mis genitales, pasándola por la base del pito y anudándola abajo de mis huevos, sobre el periné. No me causó dolor, pero la sensación que me provocaba aquella lazada sobre mis partes, me convenció que nada saldría por mi verguita mientras no me liberaran de esa tirilla de cuero.

Supuse que Andrés había ordenado que me hicieran aquello para que no fuera a correrme en medio de la sesión. Ingenuamente creí que el Adonis me sometería a un tratamiento que me resultaría tan placentero, que de no anudarme los huevos y el pito, corría el riesgo de eyacular antes de que él lo dispusiera. Así que aquella tirilla de cuero me hizo sentir en cierto modo seguro, pues lo que menos quería era incomodar a mi Amo.

Cuando ya pareció satisfecho con la forma en como me había atado los huevos y el pito, Jano tomó otro de los instrumentos que había sobre la mesita. Esta vez era una bola de regular tamaño que parecía estar atravesada por una cuerda de cáñamo. La acercó a mi rostro y me ordenó que abriera la boca; y apenas lo hice me la introdujo y sin darme tiempo a nada, ató la cuerda por atrás de mi cabeza. Aquella mordaza ya no me dejó tan tranquilo como la lazada en mis huevos y mi pito. Casi era seguro que tampoco debía incomodar a mi Amo con mis gritos. Eso quería decir que lo que me haría también iba a provocarme terribles dolores y eso hizo que me pusiera a temblar, pero no ya de excitación sino de físico miedo.

Para completar, aquella bola era tan grande que me hacía mantener la boca completamente abierta, teniendo que apretar mis dientes sobre ella, mientras que por la comisura de los labios empezaba a escurrírseme la baba, lo cual me provocaba un sentimiento de impotencia que aunado al miedo que estaba sintiendo, se me iba convirtiendo en pánico. No podía pronunciar ni siquiera una sílaba; apenas si emitía una especie de gruñidos sordos cuando intentaba hablar; pero aún así maldije para mis adentros a Jano, por que me di a pensar que el negro estaba haciéndome todo ello por su propia cuenta, sin que Andrés se lo hubiese ordenado. Guardaba la esperanza que cuando el chico entrara en la habitación, le ordenaría quitarme esa maldita mordaza que tanto me había aterrado.

Tal vez por eso que From llama mecanismos de defensa, yo me di a creer que Andrés iba a defenderme de lo que me estaba haciendo el negro y eso me ponía un poco a salvo del pánico que me tenía temblando. O tal vez sería por que en esos momentos yo consideraba de verdad que aquel hermoso chico era un Dios Protector, mi Dios Protector; que me castigaría cuando lo considerara necesario o cuando le pareciera divertido hacerlo, pero que de todas formas me protegería contra los abusos que quisieran infligirme los otros chicos y en especial ese par de negros que estaban en aquellos momentos junto a mí.

Sin embargo ahí no acabó la cosa. Apenas terminó de amordazarme con esa bola que me resultaba tan incómoda y me generaba tanto pánico, Jano tomó un rollo de cinta adhesiva de la mesita; partió cuatro trozos como de 5 centímetros de largo cada uno, los fijó sobre su pechera y luego tomó una delgada tira de tela negra y la puso sobre su hombro. De inmediato me ordenó que cerrara los ojos y me puso los trozos de cinta sobre los párpados, dejándome completamente a oscuras; luego pasó la tira de tela negra sobre mis ojos y la anudó atrás de mi cabeza con lo cual acabó de vendarme, mientras Juba le recomendaba que no fuera a dejarme ningún resquicio por donde pudiera ver al menos un muy tenue rayo de luz.

Recuerda que no puede ver aún al Amo – le dijo Juba al otro negro para intimarlo a que me vendara lo mejor posible.

Estaba desnudo, completamente ciego, sin poder proferir la más mínima palabra, con mi pito y mis huevos enlazados y, como si fuera poco, crucificado. Mi estado de indefensión no podía ser mayor; me encontraba a merced de lo que quisieran hacerme, sin ninguna posibilidad de defenderme y ni siquiera de protestar. Mis pensamientos iban del terror más absoluto a la más dulce esperanza sobre lo que gozaría siendo usado por Andrés. No podía parar de temblar y anhelaba que Martín estuviera allí; tal vez mi amado me tranquilizara con su dulce voz; pero a cambio estaba solo con esos negros que no me inspiraban ninguna confianza.

¿Ya vas a empezar a calentarlo? – le preguntó Juba al otro negro.

Sí; el Amo ordenó que lo tuviera listo para cuando él llegue – respondió Jano.

¿Y le ataste bien los huevos? – preguntó Juba –. Mira que si dejas que se corra, el Amo te arranca la piel.

Sí; está bien atado – respondió Jano mientras comprobaba que la tirilla de cuero que anudaba mis huevos y mi pito estuviera lo suficientemente apretada.

Bueno, pues empieza de una vez – dijo Juba –. El Amo no tarda en llegar….

Casi de inmediato sentí que algo húmedo y caliente empezaba a recorrerme la piel. No me lo podía creer: ese negro estaba lamiéndome. Aquello me causó algo de asco; pero muy pronto ese asco se me convirtió en una excitación tan intensa que casi me dolía. Jano me sostuvo la cabeza con una sus manos y empezó a repasar su lengua por atrás de mi oreja derecha; al cabo de unos instantes me la metió en el oído y empezó a hurgar suavemente, lo que me produjo un intenso cosquilleo que de no haber sido por la bola con la que estaba amordazado, me habría hecho gritar.

Poco a poco fue lamiéndome la mejilla derecha, hasta llegar a mis labios que debían estar completamente abiertos gracias a la mordaza de bola; me los lamió con intensidad y por un buen rato, recogiendo la baba que se me salía involuntariamente por las comisuras. Luego pasó a mi otra mejilla y de allí a mi oído izquierdo. Ya yo empezaba a retorcerme, no tanto por las cosquillas como por la excitación que me causaban los profundos lametazos del negro.

En algunos minutos sentí cómo Jano recorría mi barbilla y de allí pasaba a lamerme el cuello, con la misma intensidad que le había dedicado a mis labios y a mis orejas. Aquellas caricias me hacían jadear de excitación y de no haber estado amordazado, habría empezado a gemir; pero con aquella bola entre mi boca sólo podía emitir unos sordos sonidos guturales, al tiempo que babeaba sin poder contenerme.

Pasó poco tiempo antes que el negro bajara de mi cuello a lamerme el pecho. Su lengua giraba sobre mi piel dando rodeos cerca de mis tetillas. Ya yo me debatía por la excitación y anhelaba que el negro me lamiera los pezones. Pero él seguía lengüeteándome con lentitud, sin preocuparse de lo que yo deseara. No obstante, a cada giro de su lengua en mi piel, iba acercándose a mis tetillas; hasta que por fin empezó a lamérmelas con fuerza.

El flujo de baba que caía desde la comisura de mis labios se convirtió casi en un torrente, mientras Jano lamía y chupeteaba mis tetillas de una manera tan intensa que el placer y el dolor se me convertían en una sensación única. En ese instante empecé a sentir una urgencia inaplazable de correrme; pero crucificado como estaba sin poder tocarme el pito y aún más, teniéndolo atado como lo tenía, me era materialmente imposible eyacular.

El negro se entretuvo por largos minutos chupeteando, lamiendo y mordisqueando mis pezones y los alrededores de mis tetillas, mientras yo me contorsionaba con angustia, sintiendo cómo a cada instante aumentaba mi calentura y sin tener la menor posibilidad de aliviarme. Pero al cabo de un rato, Jano empezó a deslizar su lengua hacia mi abdomen, prodigándome lametazos por todos lados y volviendo a provocarme cosquillas que me hacían retorcerme aún con más fuerza. Hasta que llegó a mi ombligo y se dedicó a hurgármelo con la lengua mientras yo respiraba con dificultad por la calentura y las cosquillas.

La calentura se me hizo aún más intensa cuando sentí que el negro dejaba correr su lengua por mi vientre. Intuí que en cualquier momento empezaría a darme lametazos en el pito y eso me causó una ansiedad que no pude resistir. Haciendo un gran esfuerzo, movía mis caderas para tratar que mi pito se pusiera en contacto con la lengua de Jano; pero el muy miserable dejó de lamerme el vientre y pasó a mi pierna derecha.

Me metió la lengua en la ingle dándome un breve lametazo en los huevos, lo cual me hubiera hecho saltar de excitación de no haber estado crucificado. De ahí empezó a bajar lentamente, lamiendo por el interior de mi muslo derecho; sentí su lengua recorriéndome la piel hasta mi rodilla y de ahí por mi pantorrilla hasta mi pie. Me lamió el tobillo derecho y luego repasó su lengua sobre mi empeine y entre mis dedos.

Y luego de lamerme por algunos minutos mi pie derecho, se detuvo por unos instantes y pasó ahora a mi pie izquierdo; me lo lamió también y luego empezó a subir por mi pierna izquierda, recorriéndome toda la piel con su lengua húmeda y caliente. La insoportable ansiedad que me provocaba todo aquello, me hacía pensar que era eterno el tiempo que Jano se tardaba en llevar su lengua hasta mis huevos y mi pito.

Pero al fin creí que podría aliviar mi tremenda excitación. El negro empezó a lamerme los huevos mientras yo hacía grandes esfuerzos para culear intentando que Jano se los metiera en la boca y me los chupara. En vez de eso, fue llevando su lengua por mi escroto hasta que alcanzó mi pequeño pito y empezó a lamérmelo desde abajo, hasta llegar a mi glande. Creí que iba a morirme por tanta excitación.

Sólo en una ocasión me habían hecho eso, cuando Wilhem y Norman, los amigos alemanes con los que me compartió Felipe, me usaron para tenderle una trampa a unos chicos que trabajaban como peones en la hacienda de su familia, y que aquellos dos demonios chantajearon para convertirlos en sus esclavos. Esa vez, los peones me lamieron el pito sin saber lo que hacían y mientras los chicos los filmaban para luego usar la cinta para someterlos.

En un momento dado, Jano se dedicó a mi pito por entero. Me lo agarró entre sus dedos por la base y empezó a lamérmelo con fuerza, repasándome la lengua por el glande, hasta descapullármelo completamente. Me dio una corta y suave mamada y luego se dedicó a "hostigar" mi pito con su lengua, dándome lametazos con los que me la llevaba de un lado hacia otro, de arriba a bajo y se abajo arriba. Aquello me recordó el juego de los espadachines que había practicado con Felipe estando ambos muy niños, cuando yo me ponía de rodillas y usaba mi lengua como espada mientras él usaba su pene, para llevar a cabo torneos de esgrima que solía ganar mi amiguito.

Estaba demasiado caliente con lo que me estaba haciendo Jano, y creía de buena fe que si me daba una mamada que durara al menos dos minutos, me correría irremediablemente. Y como si adivinara mi pensamiento, el negro dejó de jugar con mi pito; abrió su boca y lo engulló junto con mis huevos y empezó a chupar suavemente mientras yo emitía roncos gruñidos, babeaba a mares e intentaba culear para hacer que la mamada fuera más intensa.

Pero a pesar de los chupeteos y los lametazos del negro por todo mi pito y mis huevos, no lograba sacar nada de mi pito. Estaba al borde del orgasmo pero sin poder llegar; aquello ya no me causaba placer, sino más bien una intensa ansiedad que se me iba convirtiendo en dolor poco a poco. Y sin embargo, Jano no dejaba de chupar y lamer como si en ello le fuera la vida, mientras yo me retorcía cada vez más con mayor angustia, ahí crucificado y sin poder hacer nada para aliviarme la calentura que me estaba matando.

En eso oí unos pasos; la suela de goma de unas zapatillas rechinaba sobre el encerado piso. Creo que mi sensibilidad estaba tan a flor de piel que pude percibir los pasos antes que los negros que estaban conmigo. Empecé a inquietarme porque supuse que quien llegaba era Andrés y de ahí en adelante no sabía qué pasaría. La incertidumbre se me unió a la extrema calentura y eso me hizo retorcerme y babear aún más, mientras Jano no dejaba de chuparme y lengüetearme los huevos y el pito.

Ya viene el Amo – dijo Juba con un tono de voz que dejaba traslucir algo de alarma.

De inmediato Jano dejó de chupar y liberó mis huevos y mi pito, que saltó como impulsado por un resorte y se pegó a mi vientre con fuerza. Los pasos se hicieron más claros y los dos negros saludaron con extremo respeto al recién llegado, aunque él no contestó al saludo de Juba y de Jano.

¿Está listo el bastón? – preguntó el chico recién llegado y su voz autoritaria me pareció extrañamente familiar, aunque diferente a la voz que recordaba haberle oído a Andrés la tarde de prueba.

Si, Amo – respondió Juba – cargado a 12 voltios, como usted ordenó, Amo.

Dámelo – ordenó el chico.

Sí, Amo. Aquí lo tiene Amo – respondió Juba.

Tú: sigue chupándolo – ordenó el chico, muy seguramente a Jano –. Y no vayas a lastimarlo.

El negro no respondió; pero de inmediato engulló mis huevos y mi pito y volvió a chupármelo y lengüeteármelo como si de ello dependiera su vida. Esta vez me excité aún más si ello era posible, sabiendo que Andrés o el chico que fuera, estaba observando mientras Jano me lengüeteaba y me chupeteaba con todo el ánimo de su lengua y de su boca.

Estaba retorciéndome ahí crucificado, sin poder contener los gruñidos y el babeo que salía de mi boca llena con la mordaza de bola, cuando algo me paralizó de improviso. Fue como un pinchazo bestial, o como un pellizco cruel, o más bien como el picotazo salvaje de un ave de rapiña; el caso es que sentí que me habían arrancado de cuajo el pezón de mi tetilla derecha. Todos mis pelos se pusieron de punta y de no haber sido por que estaba vendado, mis ojos abrían saltados de sus órbitas.

Me debatí con fuerza mientras gruñía como un pobre cerdo que están destazando, al tiempo que sentía que los dientes de Jano amenazaban con arrancarme también los huevos y el pito. En ese momento recordé lo del bastón cargado a 12 voltios que el chico recién llegado le había pedido a Juba, y entonces caí en cuenta que lo que sentí fue un choque eléctrico dado con ese bastón. El chico recién llegado me había castigado de una manera poco menos que salvaje; y claro, el negro que tenía mis partes en su boca había recibido también su parte de la descarga eléctrica, con lo que de puro milagro no me había castrado con sus dientes; Jano debía ser un esclavo muy bien disciplinado.

Pero no pasó ni un minuto antes de que volviera a recibir el mismo castigo. El chico descargó de nuevo su bastón sobre mi tetilla derecha y al cabo de un instante más lo hizo sobre mi tetilla izquierda y así una y otra vez, sin ningún método sin una alternancia definida; me aplicaba el bastón como le apetecía, sin que yo pudiera adivinar en cuál de mis tetillas iba a torturarme enseguida, lo que aumentaba mi pánico, mi dolor, mi angustia y mi incertidumbre por la parte de mi anatomía en que recibiría el castigo.

Me debatía gruñendo y babeando mientras sentía los dientes de Jano casi cerrándose sobre mis partes con cada descarga eléctrica. Sentía todo el peso de estar crucificado, inerme, expuesto a la crueldad de mi torturador; y sin siquiera poder implorar piedad. Creía que nada podría hacerme sufrir más; aquello era peor que las generosas palizas con que me obsequiaba papá todos los días. Y lo peor de todo era que mi excitación no mermaba ni un ápice, pues a pesar de estar sufriendo seguramente tanto como yo con cada choque eléctrico, el negro no dejaba de chupetear y lamer mis huevos y mi pito que se mantenía tremendamente duro.

Sin embargo, luego de aplicarme infinidad de choques eléctricos en mis tetillas, el chico pareció querer darme un respiro. Pasaron algunos minutos sin que nada indicara que seguiría castigándome. Entonces Jano liberó mis partes y se dedicó de nuevo a lamer mi cuerpo como lo había hecho inicialmente, empezando por mis orejas y recorriendo toda mi piel hasta llegar a mis pies y luego subir nuevamente.

Esta vez no se detuvo mucho tiempo en mis huevos y mi pito; sólo me prodigó algunos lametazos y chupeteos, pero pronto empezó a subir por mi vientre y mi abdomen hasta llegar a mis tetillas. Me debatí y gruñí pensando que había recibido la orden de seguir torturando mis pezones; pero en vez de eso, el negro se dedicó a lamer y chupar con mucha suavidad, como si quisiera resarcirme del dolor que me habían provocado los choques eléctricos.

Las suaves caricias que me prodigaba Jano me estaban llevando a la gloria, aún más cuando pasaban los minutos y el chico seguía sin dar muestras de querer castigarme nuevamente. Ahora estaba jadeando de excitación, mientras seguía babeando y ya sin debatirme en la cruz. Pero cuando menos me lo esperaba, otro choque eléctrico volvió a sacudirme con violencia.

Esta vez el chico me aplicó el castigo en la parte interna de mi pierna derecha, a la altura de la rodilla. Esperó unos instantes y luego me aplicó otro choque en mi pierna izquierda, también en la parte interna y a la altura de la rodilla. Empecé a gruñir nuevamente, mientras Jano seguía chupeteando y lengüeteando suavemente mis tetillas.

Mi torturador siguió aplicándome el castigo, pero esta vez lo hacía con método; iba de una pierna a otra y cada choque me lo propinaba un poco más arriba que el anterior. Caí en cuenta de para dónde iba la cosa. La intención del muy cruel era aplicarme ese maldito bastón en mis partes, y quería hacérmelo saber por la forma en como estaba recorriendo el interior de mis muslos con los sucesivos choques eléctricos.

Es imposible describir el terror que sentía en esos instantes. Con el mayor desespero del mundo intenté zafarme de la cruz a la que estaba fijo por los tobillos y las muñecas; pero eso no era posible; las argollas metálicas con las que estaba sujeto no cedían ni un milímetro, mientras yo me agitaba como un mono y el chico seguía propinándome los choques eléctricos con parsimonia pero de forma metódica, hasta que llegó a mis ingles. Se detuvo allí por algunos minutos, aplicándome tres choques a cada lado, pero en vez de pasar a mis huevos o a mi pito, se fue a mi vientre y empezó a subir poco a poco, castigándome sin ninguna misericordia, hasta que llegó a mi ombligo.

Cada choque me sacudía con violencia y me provocaba un babeo más copioso cada vez. Sentía incluso que mi garganta estaba a punto de estallar por tanto que gruñía. Pero el castigo no cesaba y Jano tampoco dejaba de chupeteárme y lengüetearme las tetillas. Sin embargo creí que el chico había desistido de castigarme en mis huevos y en mi pito y eso me dio un poco de tranquilidad.

No obstante, cuando ya me sentía algo seguro de la misericordia de mi torturador, el muy sádico empezó a bajar sobre mi vientre con los choques eclécticos. Volví a debatirme preso de indecible terror, sabiendo que esta vez el chico no tendría piedad. Y en efecto, luego de haberme aplicado un choque en el pubis, fue directamente a mi glande y me aplicó allí aquel maldito instrumento. Sentí que la cabeza de mi pequeña verga se me reventaba al tiempo que me la arrancaban; y antes que pudiera reponerme siquiera un poco de aquel tremendo dolor, mi torturador me aplicó repetidamente su bastón eléctrico en mis huevos.

No aguanté mucho más; sentía que mis bolas estallaban y que desde la cabeza de mi pito partía una oleada de dolor que recorría todo mi cuerpo; sentía además que Jano seguía con sus labios pegados a mi tetilla derecha, chupeteándomela y lamiéndomela convulsivamente, mientras seguramente también recibía las descargas eléctricas a través de mi piel. En ese momento no me pregunté por qué el negro se mantenía pegado a mí, recibiendo indirectamente el mismo castigo que mi sádico torturador me estaba aplicando; ya iría a descubrir yo mismo en carne propia hasta dónde puede llegar la obediencia de un esclavo hacia su joven Amo. En ese instante sólo pude perder mi conciencia para sustraerme al dolor. Me desmayé dejando colgar mi cuerpo fláccido en aquel maldito madero en el que estaba crucificado.

No sé qué pasó de ahí en adelante ni cuánto tiempo transcurrió. Cuando desperté ya me habían bajado de la cruz y me habían quitado esa maldita mordaza de bola; pero seguía estando vendado, con mi pito y mis huevos atados con la delgada tirilla de cuero y además, ahora un grueso collar me oprimía la garganta. Aún sollozaba y mi garganta me dolía endemoniadamente, seguro por todos los gruñidos que me arrancó la tortura a la que fui sometido; pero curiosamente, ni en mis tetillas, ni en mis huevos, ni en mi pito y ni en ninguna porción de mi piel sentía alguna molestia. ¿En qué me había metido?

Sin embargo no tuve mucho tiempo para reflexionar sobre mi situación. Me di vuelta sobre mí mismo y sentí en mi espalda desnuda el frío del enlozado. Llevé mis manos a mi rostro para arrancarme la venda que me tenía completamente ciego, pero Juba me lo impidió, al tiempo que me confirmaba que todo lo que recordaba había sucedido en verdad y que no simplemente había sido una pesadilla.

No. No te puedes quitar la venda; ahora te vamos a llevar ante el Amo y no puedes verlo – dijo el negro.

Empecé a temblar y quise rebelarme. Llevarme ante el Amo seguramente me iba a significar otra sesión de crueles torturas. Intenté levantarme de allí para salir corriendo, pero algo que estaba anudado al collar que sujetaba mi cuerpo, me lo impidió. Apenas si pude incorporarme hasta quedar en cuatro patas como si fuera un perro. Entonces el negro supo cómo convencerme para que me resignara a mi suerte:

Es mejor que no luches. Ya pasó lo peor. Pero si no te sometes a la voluntad del Amo, lo que te hizo con el bastón te va a parecer una dulce caricia. Así que es mejor que te dejes llevar y obedezcas; no tienes opción.

Juba tenía razón. No me quedaba otra opción; y si ya había pasado lo peor, quería decir que ya no habría castigos tan crueles. Seguramente si me mostraba sumiso y obediente, "El Amo" me trataría con algo de consideración; aunque a estas alturas yo no sabía ni siquiera quién era "El Amo", por que no podía creer que Andrés, mi Dios Protector, me hubiera torturado de la forma tan salvaje en como lo hicieron con ese maldito bastón.

En esas sentí que Jano me pasaba un paño húmedo por la cara, friccionándome con fuerza para limpiarme la baba que aún tenía pegada a mis mejillas. Al acabar con su faena, me ordenó que abriera mi boca y me echó adentro un líquido amargo, indicándome que no fuera a tragar sino que únicamente hiciera gárgaras y luego escupiera en un recipiente que me acercó. Me sentí tan desamparado, que no pude evitar echarme a llorar. Aquellos muchachos seguramente me estaban preparando para una nueva tortura y no me lo decían para no alarmarme. Mis sollozos eran convulsos, aunque me dejaba hacer con toda mansedumbre. Empezaba a pensar que de todas formas no había sido tan buena idea venir a entregarme como esclavo de un chico sólo por ganarme unos cuantos billetes; mejor hubiera sido quedarme recibiendo las palizas de papá y humillándome ante el canalla de Julián, que exponerme a todo lo que me habían hecho y lo que seguramente me harían de ahí en adelante.

No te pongas así – dijo Juba mientras pasaba su mano por mi cabeza; seguramente conmovido por mi estado –. Ahora el Amo te va a usar; y si te comportas como se espera de ti, ya no vas a sufrir más. Seguro que si complaces al Amo como él se lo merece, te va a premiar

Cállate…. – le ordenó Jano con autoridad –. Sabes que no puedes decirle nada…el Amo…el Amo se va a enfurecer si sabe que….

Cállate tú. Mira que si no se calma un poco no le va a servir al Amo para nada…y el Amo se desquita con nosotros

Me tranquilicé un poco, mientras Juba seguía acariciándome la cabeza pero ahora sin decir nada. Estaba confuso, aterrado y me sentía el ser más sólo y humillado de todo el mundo. Pero la esperanza de no volver a ser castigado, me hizo pensar que debía aplicarme a complacer al Amo con toda devoción. Esa sería mi única salvación en mi situación tan desesperada; aunque de todas formas, antes no había hecho nada como para merecer el cruel castigo que me infligió el Amo; el Amo me había torturado por que esa era su voluntad; tal vez sólo para divertirse.

Uno de los negros agarró la correa que estaba enganchada al collar que tenía en mi cuello y haló, indicándome que fuera con ellos. Evidentemente debía caminar en cuatro patas, como un perro, así tendría que presentarme ante el Amo para ser usado por él. Empecé a caminar como se me indicó, con ese sentimiento de desamparo que no me abandonaba; pero curiosamente el terror que había sentido hasta hacía poco rato, se me empezó a convertir en excitación, ante el pensamiento de que iba a ser usado por el Amo, de que tendría que entregarme con devoción a darle placer al chico que hacía poco me había torturado tan cruelmente. Esa excitación mía era una evidencia más de que Andrés había logrado sacar a flote una vena masoquista que antes no imaginé tener.

Ya iba con mi pito de nuevo pegado al vientre, mientras seguía vendado y caminaba en cuatro patas, guiado por la correa que llevaba Jano en su mano y que estaba enganchada al collar que oprimía mi garganta. "Voy a ser usado por el Amo; voy a complacer al Amo", me repetía mentalmente mientras mi excitación aumentaba a cada instante, y sin siquiera preguntarme quién sería ese Amo al que me le entregaría con devoción. La caminata no duró mucho tiempo; al cabo de algunos minutos me pareció que entrábamos en una habitación y nos deteníamos en el umbral de la puerta. Y entonces oí la misma voz que oyera momentos antes de mi suplicio en la cruz y me puse a temblar y a sollozar sin poder contenerme.

¿Has filmado todo? – preguntó el chico sin contestar al sumiso saludo que le dedicaron los dos negros.

Sí, Amo. No he perdido ningún detalle, Amo – respondió Juba con tono meloso.

Acércalo – ordenó el chico.

Entonces Jano haló de la correa indicándome que lo siguiera. Dimos tal vez tres o cuatro pasos y cuando el negro se detuvo ya no resistí más el miedo que había vuelto a sacudir mi cuerpo con sucesivos temblores. Estaba firmemente convencido que ese chico volvería a torturarme; y entonces, casi por instinto, tanteé con mis manos buscando los pies del Amo y me dejé caer al suelo entre sollozos. Me abracé de sus tobillos y empecé a besar sus pies de manera convulsa, mientras le imploraba perdón. Sí; le imploraba perdón como si hubiese cometido alguna falta que me hiciera acreedor a un castigo; le imploraba perdón mientras seguía besándole los pies, abrazado a sus tobillos.

Creí adivinar que el chico estaba desnudo; se notaba que hacía muy poco tiempo que se había descalzado por que sus pies estaban algo sudorosos, aunque no tenían ningún olor. Pero eso no me importó; lo importante para mí era alcanzar la misericordia y el perdón del Amo; así que mientras suplicaba entre sollozos, le besaba sus pies y no lo dudé mucho antes de empezar también a lamérselos como si fuera su perro. Nunca había imaginado que llegara a besarle y lamerle los pies a un chico con tanta devoción; de hecho sólo le había lamido los pies al canalla de mi hermano menor, y lo hice obligado por papá; pero esta vez lo hacía obligado por una angustiosa necesidad de lograr la aprobación de ese chico que hacía poco me había torturado tan cruelmente.

No sé si fue que mi actitud excitó de verdad la piedad del chico, o si todos sus actos eran el producto de la premeditación; el caso es que luego de dejarme que le suplicara besándole y lamiéndole sus pies por largos minutos, tomó la correa que se enganchaba a mi collar y haló de ella haciéndome poner de rodillas ante él. En ese momento creí que iba a golpearme y me debatí sin mucha convicción y volteando mi rostro hacia un lado, como si le ofreciera mi mejilla para que me abofeteara. Pero en cambio de eso me llevé una grande y agradable sorpresa. El Amo pasó su mano por mi cabeza y apuntó:

Ahora vas a darme placer… – dijo mientras seguía acariciándome la cabeza –…y si te esfuerzas, seguro que me sentiré satisfecho de volver a usarte.

No me prometía que no volvería a castigarme; tampoco me prometía ningún premio; sólo me daba la esperanza de volver a usarme y eso ya me tranquilizaba y me llenaba de paz. Seguro que me esforzaría; claro que lo haría. Iba a concentrar toda la experiencia que tenía complaciendo a chicos para darle placer a ese Amo que aún no conocía pero que ya me tenía completamente subyugado. Iba a esforzarme, no por que temiera un castigo, si no por que esa voz que me resultaba tan familiar, parecía haberme convencido de que mi vida no tendría objeto si no era usado por ese chico que era ahora mi Amo y ante el cual estaba sometido en cuerpo y alma.

Haló la correa haciendo que me inclinara un poco sobre su regazo y entonces me estremecí con el primer contacto de su verga en mis labios. La tenía completamente erecta, pero se percibía ese maravilloso contraste entre la dureza de la excitación y la suavidad aduraznada de la piel. No olía ni a orín, ni a colonia, ni a sudor; simplemente olía a la excitación de un varón adolescente; olía al poder de un adolescente arrogante y cruel; tenía un olor que me marcó la piel a fuego y me obligó a entregarme a ese chico con toda la sumisión de que yo era capaz en ese momento.

Ya no tenía miedo; estaba más bien como hipnotizado por ese chico que me apuntaba a los labios con su verga arrogante y poderosa. No resistí la tentación de besársela como con respeto, e inmediatamente le pasé mi lengua por el glande que asomaba apenas a través del prepucio. Su líquido preseminal me empapó la lengua y no pude aplazar ni por un instante el momento de entregarme con devoción al placer de ese chico que hacía tan poco tiempo me había torturado. Me la fui metiendo poco a poco, hasta que mi boca quedó llena con el enorme palo que sin embargo no había entrado más que hasta la mitad.

Con mi boca llena de aquella verga enorme y durísima, empecé a succionarla suavemente mientras lengüeteaba con lentitud el glande, recogiendo el líquido preseminal y tragándomelo. La vibración del duro palo me indicaba que el chico estaba gozando de mi mamada y eso me animaba a redoblar mis esfuerzos. Yo no estaba disfrutándolo; o más bien sí; sí lo disfrutaba; pero eso no me importaba. Lo único que me importaba era que el Amo gozara; el placer del Amo era mi único objetivo; el placer del Amo era mi única prioridad. Lo único que me importaba era satisfacer al Amo; por que intuía que de su satisfacción dependía mi bienestar y mi paz.

Es extraño y no sé si sólo me pasará a mí, pero siempre me ha ocurrido que cuando le mamo la verga a un chico que previamente me ha causado algún dolor, me esfuerzo al máximo por hacerlo gozar; es como si sintiera la necesidad de pagarle con placer los golpes que me ha dado. Así me pasaba con Mateo, la estrella del equipo de fútbol de mi antiguo colegio, que luego de golpearme salvajemente delante de los compañeros, me obligaba a irme con él a su casa para que le mamara la verga. Entonces yo me esforzaba como pocas veces para hacer que Mateo delirara de placer.

Fui tomando algo de confianza al sentir la extrema dureza de la enorme verga del Amo; poco a poco, muy poco a poco, empecé un movimiento de vaivén de mi cabeza, desplazando mis labios sobre el arrogante palo mientas no dejaba de succionarlo suavemente y de pasarle mi lengua con delicadeza por el glande. Estaba seguro que el Amo gozaba y eso me hacía sentir en paz y seguro. Él me dejaba hacer, tal vez solazándose con mis esfuerzos por complacerlo y disfrutando de la destreza de mi boca; aunque no alcanzaba a tragarme más que un poco más de la mitad de la potente verga.

Sin embargo, al cabo de algunos minutos, cuando ya estaba completamente convencido que el Amo me dejaría mamársela a mi propio ritmo, sentí que me agarraba por los pelos para empezar a marcarme el ritmo de la mamada. Me halaba con fuerza, haciendo que en cada movimiento su potente verga entrara un poco más en mi boca, mientras yo hacía esfuerzos titánicos para que mi garganta de acomodara al tamaño y a la rigidez del enorme palo.

Y ya el glande el Amo traspasaba mi úvula con fuerza, lastimándome la garganta y haciéndome ver los mil demonios con cada penetración; sin embargo yo no me resistía para nada; era como si los músculos de mi cuello se hubiesen aflojado por completo y así el Amo podía usar mi boca, toda mi cabeza moviéndola al ritmo de su placer, como masturbándose con mis labios mientras yo no dejaba de mamar suavemente y de acariciarle su glande con delicados y pausados lengüetazos, buscando provocarle el mayor gozo posible. Y cuando ya la rigidez de su potente verga se hizo extrema, me haló de los pelos con inusitada fuerza y me ordenó:

¡TRAGA, ESCLAVO!

En ese momento sentí que la poderosa y enorme verga del Amo estaba sembrada literalmente en mi garganta. Creí que iba a ahogarme y no pude contener una arcada que él aprovechó para penetrarme aún más adentro; mientras yo intentaba controlarme y entregarme con toda mansedumbre a su placer. Sentí que mi garganta estallaría en cualquier momento por la presión que ejercía la potente y rígida verga que vibraba con fuerza; pero en vez de eso, lo que sucedió es que el Amo empezó a correrse mientras jadeaba como un poseso y presionaba más mi cabeza, como si quisiera llegar con su verga hasta el interior de mi pecho para que tal vez se la acariciara con los latidos de mi corazón.

No recuerdo que antes hubiera sufrido tanto la eyaculación de un chico; pero tampoco recuerdo que el orgasmo de un chico me causara tanta paz y tanta satisfacción. Había logrado complacer al Amo y eso me hacía sentir completamente en paz. Incluso tragaba su semen con total agradecimiento, sintiendo que esa leche suya era el premio que me daba por haber logrado darle placer. Era la primera vez que tragarme el semen de un chico no me resultaba humillante, sino por el contrario, honroso.

Y cuando el Amo me liberó traté de limpiarle su verga para poder tragar hasta la última gota de su semen; eso me hacía sentir en paz y seguro. Pero él me apartó haciéndome temblar de miedo al pensar que había hecho algo mal. Sin embargo, aquel chico me dio otro exquisito premio, que me hizo sentir demasiado seguro y me estremeció de paz y orgullo:

Lo hiciste bien esclavo – dijo el chico mientras me acariciaba la cabeza y me hacía sentir orgulloso de ser llamado "esclavo" por él, por ese chico que no conocía, por ese "Amo Desconocido".

Sin pensármelo, caí de nuevo a sus pies y se los besé con renovada devoción; temblando de adoración por él y sin acordarme ya que hacía poco tiempo ese mismo chico me había torturado con crueldad.

Gracias….gracias….gracias mi….gracias mi Amo…Amo....

Pero él no me dejó disfrutar por mucho tiempo de sentir sus pies en mis labios; chasqueó los dedos y le indicó a Jano que me sacara de allí. Había llegado el momento de empezar con una nueva tarea. Debía ir a servir a otro Amo, aunque en le fondo de mí deseaba intensamente permanecer a los pies de aquel Amo Desconocido.