Esclavo (4: ¿Enemigo Engañado?
Casi nunca las cosas son en realidad lo que parecen ser...
Esclavo: ¿Enemigo Engañado?
Casi no podía soportar la incertidumbre. Pasó un día sin que Martín apareciera, por lo cual no tenía ni idea de la decisión que habría tomado Andrés respecto de mi participación en la película. Ya no era únicamente la urgencia de lograr los medios para liberarme de mi familia. Ahora era ante todo la apremiante necesidad de volver a estar a los pies de ese chico, de sometérmele, de sentir esa excitante mezcla de miedo y paz que me provocaba el estar en su presencia. Anhelaba que todo lo que había pasado en la tarde de prueba se repitiera; pero de manera más intensa, y que mi Amo me dejara llegar más allá me imaginaba la dicha que me provocaría ser usado por él para darse placer y me estremecía con ansiedad.
Era insufrible la desazón que me invadía a cada hora que pasaba sin noticias de la decisión de Andrés. A tal punto que ya ni sabía de las crueldades de mi familia, que sin embargo no dejaba de hostigarme con sus comentarios y con las consuetudinarias palizas con que me obsequiaba papá. Por fortuna en esos días mi arrogante hermano menor había ido de viaje, como hacía con frecuencia por cuestiones de su trabajo de modelo, por lo que al menos me libraba de su odiada presencia.
Y en esa situación pasé casi una semana sin tener noticias de la decisión de Andrés y sin que tampoco tuviese idea de lo que había pasado con Martín. La incertidumbre y la angustia estaban a punto de volverme loco. Creo que si Julián hubiese estado en casa esos días, yo no habría aguantado su arrogancia y su postura dominante y suficiente, y tal vez me abría liado con él en tremendas peleas, que habrían terminado para mí con crueles palizas y denigrantes humillaciones.
El jueves de madrugada papá me obligó a levantarme y me comunicó que Julián llegaría ese día, así que debía ir a ver que su habitación estuviera en orden y perfectamente aseada para recibir al canalla. En mi papel de sirviente tuve que adelantar el almuerzo lo más que pude, para que me quedara el tiempo suficiente de ir a ordenar y asear la habitación de mi odiado hermano menor.
Y mientras sacudía el polvo, lavaba la ropa de Julián, lustraba o limpiaba los incontables pares de zapatos, zapatillas, sandalias, pantuflas, botas y botines del canalla, empezaba también a ver aún más negro el panorama de mi triste vida. Sin haber tenido noticias de la decisión de Andrés, sin saber si ese chico me había considerado lo suficientemente digno para hacerle de esclavo en la película, eran cada vez más lejanas mis esperanzas de largarme de casa para siempre.
Pero no era sólo eso; también estaba el hecho que muy a mi pesar había tenido que reconocerme a mí mismo que deseaba con toda el alma volver a estar a los pies de ese chico tan guapo y arrogante. Había instantes en que me sorprendía pensando en lo delicioso que me resultaría ser el esclavo de ese Adonis de 14 años, que sabía llevarme al clímax de la excitación y al colmo del dolor con una facilidad increíble. Imaginaba todo lo que me haría siendo mi Amo y la forma en como me llevaría del miedo a la felicidad, del dolor a la paz, del placer a la humillación; y tenía que terminar encerrado por breves minutos en mi cuartucho, machacándome mi pito para sacarme la calentura que me provocaban todos esos sueños locos.
Entonces, cuando ya me había descargado recordaba a Martín y me sentía culpable y ese sentimiento me llevaba a la angustia y de allí a la melancolía. Mis ideas eran poco menos que lúgubres; seguramente la decisión de Andrés no me había favorecido y mi amado Martín, sintiéndose incapaz de darme semejante noticia, había decidido no volver a verme; o tal vez era que viendo mi comportamiento en la tarde de prueba, Martín se había ofendido y decidido terminar nuestra relación; o tal vez fuera que habían sucedido, las dos cosas. El caso es que me había quedado en el limbo; sin la dulce compañía y el amor de Martín y sin la esperanza de ganarme el dinero para largarme de casa. Y en esa situación ya no me quedaba más que una salida: morirme.
Y estaba pensando en cuál sería la forma más adecuada de causarme la muerte para hacer que mi cruel familia se sintiera culpable, cuando oí voces en el vestíbulo y creí reconocer la voz de Martín. No me contuve y corrí desde donde estaba, para llegar al vestíbulo a tiempo de ver a mi amado en compañía de mi odiado hermano menor que acababa de llegar. La alegría de ver a Martín se me fue al piso al verlo junto a Julián, y creí comprender que los dos habían estado en el mismo viaje; pero mientras los viejos hacían aspavientos por la llegada del canalla, mi amado buscó la oportunidad de guiñarme un ojo y me sonrió con dulzura y eso me deshizo en alegría.
Tuve que hacer un gran esfuerzo para no saltar a su cuello y abrazarlo y besarlo con efusión; y debí resignarme a encerrarme en mi cuartucho mientras que todos, incluso Martín, se fueron a la habitación de Julián. En los pocos minutos que pasaron antes que Martín tocara a mi puerta, me comí las uñas casi hasta la raíz, por la ansiedad y la incertidumbre que me había causado verlo llegar y aún no poder hablar con él.
Y mientras los viejos seguían agasajando al canalla de Julián, Martín buscó la oportunidad de escaparse y fue a buscarme. Cuando entró en mi cuartucho no pude contenerme y me le abracé del cuello y a pesar de sus reticencias alcancé a besarlo en las mejillas mientras me embargaba un sentimiento confuso que casi me tenía al borde de las lágrimas. Mi amado me tranquilizó con su dulce sonrisa y pasando su mano por mi cabeza me invitó a que nos sentáramos en mi cama.
Ahora no tenemos mucho tiempo me dijo sonriendo pero te tengo buenas noticias. Tus papás van a salir con tu hermano para recoger unos paquetes en el aeropuerto; voy a estar alerta y cuando se vayan vendré para contarte
Se levantó de la cama y salió de allí antes de que yo pudiera expresar media palabra. Me había dicho que me traía buenas noticias pero no me soltó nada más; ahora ya casi no podía soportar la ansiedad; el deseo de hablar con Martín me tenía al borde de la locura. Y ya no sólo era lo que pudiera contarme de la decisión de Andrés; yo tenía muchas preguntas que hacerle. Pero debí esperar; y efectivamente, casi una hora después, mi cruel familia salió de casa. Me sentí aliviado y esperé contando los segundos a que volviera a aparecer mi amado Martín.
Martín no tardó en llegar y yo lo invité a mi cuartucho para que habláramos allí. Empezó a titubear y a dar rodeos, como si no se decidiera a contarme lo que había pasado; me sonreía con dulzura y eso me encantaba, pero yo quería saber de una vez por todas cuál había sido la decisión de Andrés y porqué él había desaparecido por tantos días. Así que lo apremié:
Por favor cuéntame cuéntame de una vez dije con voz suplicante.
Pues pues ya pues .
Yo estaba en ascuas y su tartamudeo no ayudaba a que me calmara.
Por favor le dije casi a punto de llorar dime qué pasa.
Pues pues ya pues .es que Am An Andrés ya se decidió y pues .
Yo ya estaba pasando de la angustia al enojo. No podía esperar más y por primera vez en mi vida traté de mostrarme firme con un chico al que amaba.
¿Me vas a contar de una vez o no?
Am An Andrés decidió que sí vas a hacer la película con él
Casi salté de alegría y me abalancé sobre Martín para abrazarlo. Los dos caímos en la cama y oí cómo mi adorado gemía; seguramente le hice daño con mi efusivo abrazo.
¿Qué te ha pasado? ¿Por qué desapareciste tanto tiempo?
Su respuesta fue simple. Y aunque ya me la esperaba, no por eso dejé de experimentar cierto sentimiento como de rabia; o más bien de celos, aunque la verdad es que no podía hacer nada y más bien quería que de una vez por todas Martín me dijera qué tendría que hacer de ahí en adelante en relación con la decisión de Andrés.
Es es .qu que estuve estuve de viaje .con con tu hermano
Creo que en mi mirada se reflejaron mis sentimientos y ví cómo Martín titubeaba aún más al hablarme; pero logré sobreponerme e intenté mostrar la mayor naturalidad. Finalmente, instado por mí y en medio de dudas y tartamudeos, Martín me contó que Andrés había quedado muy satisfecho conmigo y que decidió que el fin de semana filmaríamos la película. Sin embargo la cosa no era tan fácil para mí; debía presentarme al día siguiente, el viernes, en la villa y estarme allí durante todo el fin de semana para la filmación.
Con tan sólo pedirle a papá que me diera permiso de ausentarme de la casa durante todo el fin de semana, me haría acreedor de una paliza apoteósica. Y el viejo no sólo me apalearía con brutalidad, sino que me obligaría a estar todo el tiempo trabajando para mi odiado hermano menor. Así que no podía imaginar cómo me las arreglaría para poder ir a ponerme a disposición de Andrés. Sin embargo, Martín parecía ya haber pensado en ello. Me pasó su mano por la cabeza y sonrió, antes de soltarme su idea:
¿Y si le pides ayuda a tu hermano? dijo mientras sus ojos negros fulguraban con un extraño brillo.
La idea de Martín me arrancó una interjección de asombro. ¿Cómo era que sabiendo lo que sabía de mi relación con mi odiado hermano menor, se le fuera a ocurrir que le pidiera ayuda precisamente a él? Yo prefería intentar escapar de casa, aunque eso me fuera materialmente imposible, por que la vigilancia a la que me sometía papá desde de que Julián me convirtió en sirviente de mi cruel familia, llegaba a tal punto que poco le faltaba para encadenarme cuando tenían que salir y dejarme solo. Y por supuesto con los viejos en casa no tendría la menor oportunidad de escaparme.
Pero después de darle vueltas y más vueltas al asunto, y con los argumentos que me daba Martín respecto de no perder la oportunidad que se me presentaba filmando la película con Andrés; llegué a la conclusión que mi adorado amante tenía razón: no me quedaba más opción que humillarme ante el canalla de Julián para pedirle ayuda. Aunque claro que no iba a decirle que me ayudara a conseguir el permiso del viejo para irme a filmar una película en la que le haría de esclavo a un chico de su misma edad. Tendría que inventar algo sobre la marcha; pero Martín me ayudó a idear una mentirilla; y la idea empezó a gustarme cuando caí en la cuenta que engañaría al canalla de Julián y lo utilizaría para poder lograr mi objetivo.
Martín dijo que tenía que irse ya. Acordamos que si en el transcurso del día no volvíamos a hablar, nos encontraríamos al día siguiente a las nueve de la mañana, en el mismo sitio donde nos reunimos para ir a la villa en la tarde de prueba.
El increíble esfuerzo que me iba a representar el pedirle al canalla de Julián que me ayudara para poder irme de casa durante el fin de semana, me hizo olvidar de todo. Iba a tener que tragarme mi orgullo y mi dignidad y mostrarme como un sirviente solícito ante mi odiado hermano menor, si quería tener la esperanza de convencerlo de ayudarme.
Y a penas se hubo ido mi adorado Martín, empecé a trabajar en el plan para lograr que el canalla de Julián me ayudara. Fui de nuevo a su habitación y revisé que todo estuviera tan limpio y ordenado como a él le gustaba encontrar sus cosas; corregí algunos detalles y luego me dirigí a la cocina para prepararle algo que sabía que le gustaba y con lo cual podría halagarlo y ganarme su voluntad, de tal manera que me resultara más fácil convencerlo de interceder por mí ante papá para obtener el permiso que necesitaba.
Cuando llegaron del aeropuerto, me fui directamente a las habitaciones de mi odiado hermano, muy bien dispuesto y tratando de poner cara de pascuas. Iba vestido con mi uniforme de sirviente y portaba una reluciente bandeja en la que le llevaba una apetitosísima merienda para ofrecérsela al canalla. Los viejos se asombraron de verme en semejante actitud y papá hizo alguno que oto comentario que por poco me sacan de casillas; pero me contuve y sonreí hipócritamente, porque tenía claro cuál era mi objetivo.
El muy canalla sonreía con suficiencia y arrogancia viéndome tan solícito para con él; me daba la impresión de que era como si ya supiera que yo necesitaba desesperadamente de su ayuda. Esto tal vez fue lo que lo indujo a que con la perfidia que desplegaba siempre hacia mí, me diera una orden que yo no me esperaba, pero que tuve que obedecer sin chistar y poniendo cara de idiota, como si me satisficiera humillarme ante él de semejante forma:
Descálzame, que estos zapatos me están tallando los pies.
Debí ruborizarme violentamente por que sentí que mi cara se incendiaba; en otras circunstancias lo hubiera mandado al cuerno, sin importarme siquiera que papá me apaleara y luego me obligara a obedecerlo. Pero en vez de eso me arrodillé ante él y le saqué con cuidado sus costosos zapatos mientras mamá le preguntaba no sé qué tontería y el canalla degustaba la merienda que yo le había llevado minutos antes. No me esperé a que me lo ordenara y levantándole los pies le zafé también los calcetines. El muy cabrón me puso sus blancos y suaves pies en mis hombros, mientras que papá, con gesto servil, le acercaba unas pantuflas.
Cerré mis ojos para evitar que la ira que sentía, estallara como un barril de pólvora. Me ayudó imaginar que en vez del cabrón de Julián, el que estaba allí era Andrés. Así no me sentí ya tan humillado ni tan furibundo. Pero mi odiado hermano menor no iba a dejarme en paz; por el contrario, era como si estuviera buscando el límite de mi paciencia. Se arrellanó en su sillón y cuando intenté levantarme me lo impidió, empujándome en el pecho con uno de sus pies hasta hacerme caer de culo en el enlozado. Cerré mis puños con gesto convulso, tratando de dominarme, aunque no sabía cuánto más aguantaría.
¿Sabes dar masajes? me preguntó mirándome con una sonrisa, pero sin dejarme que le respondiera.
Me imaginé en qué iba a terminar su pregunta y la tentación de levantarme de allí y mandarlo a la mierda se me hizo casi insufrible. Pero volví a cerrar los ojos e imaginé a Martín y mi vida lejos de mi cruel familia; traté de visualizar también a Andrés y logré controlar una vez más mi intenso deseo de saltarle encima a Julián y acogotarlo hasta hacerlo suplicar clemencia.
¿Me harías un favor, mami? le preguntó a mamá inmediatamente después de haberme preguntado a mí si sabía dar masajes.
Claro que sí bebé le respondió mamá con tono meloso y gesto de boba.
Ve y acaba de preparar el almuerzo para que éste dijo señalándome despectivamente con su pie derecho me haga un masaje en mis pies es que estoy muerto de cansancio
Respiré profundo para calmarme y pensé que de todas formas estaba decidido a lo que fuera con tal que el cabrón de Julián me ayudara a obtener el permiso de los viejos para irme a filmar la película con Andrés. Como yo lo veía en ese momento, esa sería una de las últimas veces que tendría que humillarme ante mi odiado hermano menor, y ahora mi humillación tenía un propósito; así que sin importar lo ultrajante que me resultara masajearle sus sudorosos pies, lo haría como un sacrificio que me ayudaría a liberarme.
Sin esperarme a que el canalla de Julián me lo ordenara, le saqué sus pantuflas y me incliné, hasta donde le resultó soportable a mi dignidad, para empezar con el masaje. No pude evitar que los pies de mi odiado hermano menor me recordaran los pies de Andrés; tan blancos, tan suaves, tan bien cuidados; aunque por fortuna para mí, los del canalla no tenían el olor que había percibido en los pies del Adonis con el que filmaría la película. Pero eso sí, los tenía muy sudorosos y yo creí que eso debía ser alguna cuestión hormonal de los chicos de 14 años. Sin embargo no podía hacer nada a ese respecto.
Papi dijo Julián dirigiéndose a papá tú deberías ir a ayudarle a mami con el almuerzo
El viejo asintió y sumisamente salió de la habitación del canalla para atender su "sugerencia". Yo aún sigo sin explicarme cómo es que todo el mundo hace exactamente lo que a Julián se le da la gana; no logro comprender por qué todos se pliegan a su voluntad y lo obedecen como si fueran sus esclavos. Pero en esos momentos no me importaba demasiado aquello; antes por el contrario, la salida de papá me dio la oportunidad de quedarme a solas con mi odiado hermano menor para tratar de convencerlo de que me ayudara con el permiso que necesitaba.
Y ahí estaba yo, arrodillado ante mi peor enemigo, prodigándole un suave masaje en sus pies y tratando de agradarle, mientras me esforzaba al máximo por tragarme hasta los últimos restos de mi dignidad y mi orgullo. Pero mi mente estaba puesta en engañar al canalla para hacer que me ayudara a conseguir mi objetivo de ausentarme de casa durante todo el fin de semana. Así que ya estando los dos solos me aventuré:
Julián dije yo tratando de imprimirle un tono firme a mi voz necesito pedirte un favor
El muy cabrón se volvió a verme desde la altura de su sillón; hizo un gesto de fastidio antes de levantar el vaso con la malteada que yo le había preparado y me ordenó:
Ahora no sigue ahí masajeándome mis pies que lo estás haciendo bien luego hablamos
Tuve que reprimirme ahora con mucha más fuerza que en todo ese rato, para no explotar en cólera y asesinar al cabrón que me trataba como si yo fuera su esclavo. Pero logré aparentar tranquilidad y antes que saltarle al cuello para retorcérselo, me incliné un poco más, para que el canalla creyera que me subyugaba a su voluntad. Mi objetivo iba más allá de la humillación a la que estaba sometido, y si hubiese tenido que humillarme más, lo habría hecho, con tal de hacer que mi odiado hermano creyera en mi sumisión y eso me facilitara el engañarlo para que me ayudara a obtener el permiso de papá para ausentarme durante el fin de semana.
En esas estábamos cuando llegó mamá para avisarle al canalla de Julián que podía pasar al comedor pues ya estaba servido el almuerzo. A él le habló con su tono meloso, mientras que a mí me dijo con tono despectivo que mi comida estaba en la cocina, que me sirviera yo mismo para que, como de costumbre desde que me había convertido en el sirviente de mi cruel familia, comiera allí.
El muy cabrón de Julián me ofreció sus pies y me ordenó que le calzara sus pantuflas. Lo hice con desgano; pues mi primer intento parecía haber fracasado. Y mientras él salía seguido por mamá, no pude evitar que se me saliera una imprecación de gran calibre, tratando de exorcizar de esa forma toda la furia que me había causado el tener que humillarme tanto ante mi peor enemigo; pero lo hice por lo bajo, por que aún tenía esperanzas y no quería perderlas del todo.
Comí a toda prisa y luego fui hasta el comedor, situándome a prudente distancia de la mesa, tal y como ya estaba acostumbrado y como, según Julián y papá, correspondía a un sirviente; manteniéndome alerta para servirles en lo que se les ofreciera. Aunque esta vez mi solicitud no se debía al miedo por las palizas que me prodigaba el viejo, si no por que esperaba la menor oportunidad para poder abordar al canalla de mi hermano y pedirle que intercediera por mí para obtener el permiso que necesitaba con tanta urgencia.
Julián y los viejos terminaron de almorzar y se quedaron un buen rato charlando en el comedor; eso me dio tiempo para recoger la mesa y apresurarme a lavar la vajilla y ordenar la cocina. Acabé justo a tiempo para seguir al canalla hasta su habitación; en donde esperaba tener la oportunidad de pedirle que me ayudara. Pero el cabrón parecía estar decidido a hacerme morir de furia aquel día, precisamente cuando necesitaba de él, así fuera engañándolo.
Ahora no me molestes voy a dormir la siesta despiértame a las 4 y entonces veremos
No es necesario reiterar respecto de todos los sentimientos de ira, impotencia, cólera y deseos de matar al canalla que me invadían en esos momentos. Pero a pesar de mis emociones tuve que esperarme y seguir mostrándome todo lo solicito que me era posible con el muy cabrón de Julián; ya yo había hecho mucho como para perder mis esfuerzos; así que seguí con mi papel de sirviente sumiso y obediente. Y a las 4 de la tarde, como él me lo había ordenado y muy puntual, entré en su habitación para despertarlo.
Debí llamarlo por varias veces antes que empezara a desperezarse y se diera vuelta en la cama. Me quedé boquiabierto cuando lo vi, por que tenía una excitación que se hacía demasiado evidente gracias a que en su blanco bóxer de marca C. K. se le marcaba un paquete escandalosamente grande. Nunca antes me había fijado en lo exageradamente bien dotado que estaba el canalla, que con apenas 14 años ya mostraba un palo que debía ser por lo menos cuatro veces más grande que mi pequeño pito; aunque hacía ya meses que yo había cumplido mis 18 años.
El cabrón debió notar mi turbación ante el espectáculo de su excitación porque sonrió con malicia y se agarró el paquete como si quisiera hacer más evidente su increíble tamaño ante mis ojos. Yo por mi parte estaba tan azorado que me olvidé de mi propósito de pedirle que me ayudara a obtener el permiso de papá. Balbucee una disculpa e intenté irme de allí; pero Julián me detuvo volviéndome a la realidad:
Oye, ¿y el favor que querías pedirme?
Volví sobre mis pasos y me paré a los pies de su cama; sin poder despegar mi mirada de su enorme paquete y sintiéndome todo lo miserable y humillado que cabía; sospechando que me estaba poniendo en evidencia ante mi peor enemigo, pero aún así con la necesidad urgente de pedirle que me ayudara.
Es es que es que te quería te quería pedir
Bueno si no vas a decir nada, mejor te vas a la cocina y me preparas un refresco.
Casi agradecí que el canalla me hubiera mandado a la cocina. Salí de allí dando trompicones y me fui a prepararle el refresco que me había pedido; traté de tardarme el mayor tiempo posible, pensando que cuando regresara a su habitación Julián ya se hubiese vestido y me evitara el espectáculo de su magnífica desnudez; por que la verdad me turbaba demasiado contemplar su gran belleza, sabiendo que en lo más profundo de mi ser esa hermosura suya era uno más de los motivos que me ha hecho odiarlo a muerte.
Cuando regresé con el refresco, el canalla aún no se había vestido; andaba por ahí hurgando entre el mundo de paquetes que había traído de su viaje. No me tomó en cuenta y me dejó por un buen rato parado en medio de la estancia sin recibirme el refresco. Parecía contrariado por algo y eso me hizo temblar por que intuí que su enfado me pondría más difícil convencerlo para que me ayudara. Por esa razón me mantuve en mi papel de sirviente sumiso; sin decirle nada para que no fuera a sentirse atosigado por mí y acabara de enojarse.
Finalmente se sentó en su sillón y me hizo una seña para que le diera el refresco; me acerqué tratando de mostrarme tímido y le entregué el vaso. El muy canalla ni me miraba mientras bebía; en cambio yo no podía despegar mis ojos de él. Nunca antes lo había visto como en esos instantes: estaba verdaderamente guapo; ya se empezaban a mostrar perfectamente los músculos de su pecho y sus brazos; en el abdomen aparecían unas leves marcas que lo hacían verse duro y bien trabajado; sus piernas largas y fuertes, sin un solo vello, eran poco menos que perfectas; el enorme bulto que aún henchía sus blancos bóxer C. K. me hacía suspirar; y como si fuera poco, su rostro de ángel malo me producía una mezcla de temor y envidia, que como era obvio, me recordaba pronto el sentimiento de odio hacia el cabrón.
No obstante, haciendo un enorme esfuerzo de voluntad y sobreponiéndome a la turbación que me había provocado verlo de esa forma, me aventuré a llevar a cabo mi cometido. Inspiré profundo para tranquilizarme y, milagrosamente sin tartamudear, le expuse la situación que Martín me había ayudado a inventar. Le dije que algunos compañeros habían preparado un viaje de excursión para ese fin de semana y me invitaron a acompañarlos. La cosa no era muy creíble, pues desde que me habían echado del colegio yo no tenía contacto con ninguno de mis condiscípulos. Sin embargo no tenía nada mejor para justificar mi necesidad de irme de casa todo el fin de semana.
El muy canalla me miró con fastidio; como preguntándome a qué iba todo aquello. A él qué le importaba que mis antiguos compañeros me hubiesen invitado a una excursión. Todo lo mío lo tenía sin cuidado, a excepción de los servicios que yo debía prestarle en mi condición de mucamo a su disposición.
¿Y a mí qué con eso? me preguntó con tono de desprecio.
Bueno yo quería yo quería pedirte yo bueno si me ayudas con papá para que me dé permiso de ir le dije inclinando mi cabeza para ocultar la vergüenza que me causaba humillármele de esa forma.
¿Era sólo eso? Bueno creo que podré hacer algo ya veremos
El cabrón no me había dicho nada de nada. Ni siquiera había dicho que no iba a ayudarme y con eso yo me hubiera liberado y tal vez habría podido saltarle encima y acogotarlo como lo había estado deseando por mucho tiempo. Me mantenía con esa maldita incertidumbre que ya empezaba a hacerme tanto daño; en esas condiciones tendría que seguir mostrándome ante él como un manso sirviente, dispuesto a cualquier cosa por agradarlo y así ganarme su voluntad para ver si se le iba a dar la gana ayudarme. Y el muy cabrón parecía saberlo perfectamente, porque luego de acabar con su refresco me entregó el vaso y me sometió a una humillación que yo estaba lejos de imaginar.
¿Quítate la camisa y ponte en cuatro patas? me ordenó con sequedad.
Me asombré grandemente; pero me había pillado tan desprevenido con esa orden, que no tardé en obedecerlo. Puse el vaso en una pequeña mesa auxiliar y me despojé de mi camisa, dejando mi delgado torso expuesto ante la mirada del canalla, que desde su sillón me observaba como si fuera un Rey viendo a uno de sus siervos obedecerle con toda naturalidad. No tardé tampoco en ponerme en cuatro patas ante él, sin calcular que mi cara había quedado muy cerca de sus pies.
Empecé a temblar con una extraña mezcla de furia, miedo, humillación e incertidumbre. No tenía ni idea de qué se proponía el muy cabrón; en lo único que podía pensar era en que lo que fuera lo hiciera de una vez y que eso me ayudara para convencerlo de ayudarme. De lo que sí podía estar seguro era de que el muy canalla estaba gozando al verme tan sumiso y tan humillado ante él. Seguramente por eso era que se tardaba tanto en hacerme lo que se proponía.
Pero cuando yo creía que iba a tenerme así toda la tarde, el canalla se levantó, caminó a mi alrededor y luego se detuvo a mi lado, se inclinó un poco y pasó suavemente su mano por mi espalda. Me estremecí y sin darme cuenta y también sin que pudiera evitarlo, empecé a calentarme por aquella caricia que me estaba prodigando mi odiado hermano menor. Mi pequeño pito pareció tomar vida propia y empezó a palpitarme entre mis calzoncillos. Cuando me percaté de ello sentí tanta vergüenza y tanta humillación que agaché mi cabeza hasta casi ocultarla entre mis brazos, por que no quería por nada del mundo que Julián fuera a adivinar lo que me estaba pasando en aquellos instantes.
Cúrvate haz la silla me ordenó el canalla mientras seguía pasando su mano por mi espalda.
Entonces caí en la cuenta de a dónde quería llegar el muy cabrón. Mi perverso y muy odiado hermano menor se disponía, nada más y nada menos, que a montarme; el canalla iba a usarme como si yo fuera su pony. Ya lo había hecho antes, unos tres años atrás, y yo no tenía precisamente los mejores recuerdos de ello, por que no sólo me había sentido profundamente humillado, sino que además era papá el que me obligaba a punta de golpes, a ponerme en cuatro patas a los pies de Julián para que él me montara.
En aquella época mi hermano menor tenía apenas 11 años y yo había cumplido 15; pero mi odio hacia él ya había alcanzado niveles tan altos, que no pensaba más que en encontrar la ocasión de provocarle un grave accidente que me lo quitara del camino para siempre. Y en vez de eso, cada día me veía obligado a someterme a su voluntad y a humillarme ante él de las maneras más ultrajantes.
Por entonces Julián llegó una tarde a casa diciendo que en el colegio le habían asignado un papel en una obra de teatro para la semana cultural. Debía representar un monólogo sobre el papel del caballo en la conquista del Oeste Norteamericano. Y claro, como ya desde entonces se le notaba lo creativo que ha sido siempre, no se le había ocurrido nada mejor que usarme a mí, su hermano mayor, como el caballo que necesitaba para llevar a cabo su tarea.
Ni más faltaba dijo papá cuando Julián dudaba de que yo fuera a servirle de pony para su representación . Claro que lo hará; y si no pues lo muelo a golpes hasta que se someta y te sirva como debe ser.
La furia por aquella humillación por poco y me causa un síncope; pero papá, siempre tan convincente, supo argumentar demasiado bien para lograr que yo me prestara al juego de Julián. Durante dos semanas me apaleó religiosamente todos los días, para persuadirme de mantenerme en cuatro patas mientras el canalla se montaba en mi lomo y ensayaba su papel de Cow Boy. Cada día, durante esas dos semanas, papá me hacía desnudarme de la cintura para arriba, me obligaba a ponerme a cuatro patas y me soltaba un azote violento en la cintura para hacer que me doblara y me ordenaba:
Haz la silla para que el niño esté cómodo.
Y al final de esas dos semanas, el cabrón de mi hermano, muy apuesto y muy majo con su atuendo de vaquero, vestido con chamarra y pantalón de cuero y unas finas botas altas y puntiagudas, enmarcando su rostro de ángel rubio con un hermoso sombrero de ala ancha; subió al escenario sobre mi lomo y le arrancó aplausos delirantes al público; mientras yo me mantenía a cuatro patas, soportando todo su peso; enjaezado como un verdadero pony; sudando a mares por el esfuerzo y tratando de contener las lágrimas de humillación.
Fue por eso que cuando Julián se inclinó pasando su mano por mi espalda y me ordenó que hiciera la silla, supe exactamente a qué se refería. La única diferencia era que esta vez papá no estaba allí para apalearme y a la tremenda humillación que estaba sintiendo se unía también una excitación que casi se me hacía incontenible. Seguramente fue por eso y también porque seguía conciente de la necesidad que tenía de su ayuda, que me sometí a su voluntad y después de tanto tiempo volví a curvar mi cintura para que mi odiado hermano pudiera acomodar su culo sobre mi lomo y se sintiera cómodo montándome.
El cabrón no se esperó ni un segundo; apenas me vio con mi lomo curvado se acaballó sobre mí, acomodó sus pies descalzos sobre mi trasero, me agarró por los pelos y se movió buscando la posición más cómoda para él y haciéndome pujar a mí por el tremendo esfuerzo que me representaba el sostener todo su peso.
Apenas podía sentir en mi espalda desnuda la suavidad de la tela de su bóxer, que dejaba pasar a través de ella el calor de los huevos de Julián, que seguramente reposaban muellemente sobre mi lomo. Sus muslos fuertes y lampiños apretaban con firmeza mi cintura, lo cual, aunado al esfuerzo que debía hacer para sostenerlo y a la excitación que estaba sintiendo, me dificultaba respirar con fluidez. Y la cosa se me hacía aún más difícil por cuanto el cabrón no dejaba de moverse sobre mí sin ninguna consideración. Pero lo peor vino cuando el muy canalla me ordenó que empezara a moverme.
¡Arre animal! me ordenó mientras me sostenía por los pelos con una de sus manos y con la otra me propinaba una nalgada que me hizo estremecer.
Mi abatimiento y mi humillación eran tales, que ni siquiera me planteé la posibilidad de rebelarme. Más bien me esforcé para poder mover mis cuatro patas con un compás regular, que me disminuyera un poco el esfuerzo que debía hacer para llevar al canalla de Julián sobre mi lomo. Empecé a moverme despacio y sin poder contener uno que otro gemido, mientras el cabrón parecía no acabar de acomodarse sobre mi espalda y tironeaba de mis pelos a uno u otro lado, para indicarme la dirección que quería hacerme tomar.
Estaba empapado en sudor y sentía que las rodillas y las manos casi me sangraban, mientras seguía dando vueltas por la estancia y el canalla de Julián se movía sobre mi lomo, cada vez con más fuerza y de manera convulsa. Y para completar, en un momento dado, el muy cabrón empezó casi a saltar sobre mi espalda, impulsándose con sus pies en mi trasero y dejándose caer con todo su peso, mientras jadeaba y me tironeaba los pelos de manera desordenada.
Yo maldecía mi vida y me parecía que se me rompía la espina cada vez que mi odiado hermano menor descargaba su culo con fuerza sobre mi lomo. Sin embargo, de un momento a otro sentí que el canalla se quedaba quieto y tensaba sus músculos apretando violentamente mi cintura con sus piernas; lo oí respirar agitadamente y sentí que unos cuantos chisguetes de líquido caliente caían sobre la piel de mi espalda y mi nuca. Creí que el muy guarro estaba escupiéndome y me sentí más humillado que nunca; pero el hecho que se hubiese quedado muy quieto sobre mi lomo, me representó un verdadero alivio y ya no me preocupó lo que me hubiera derramado encima. Y al cabo de unos segundos, tironeó de mis pelos y me condujo hasta estar cerca de su sillón. Allí me desmontó y se sentó, dejándome a mí en cuatro patas.
Ponte tu camisa y vete a preparar la cena me ordenó el canalla desde su sillón.
Yo estaba lo suficientemente abatido como para decir nada. Recogí la camisa de mi uniforme de sirviente y me la puse encima del sudor y de aquel líquido caliente que el muy guarro me había echado encima y que corría hacia abajo por mi espalda. Tomé el vaso del refresco que había dejado en la mesita auxiliar y me dispuse a salir de allí. Pero antes de traspasar la puerta, el canalla me llamó y cuando me volví hacia él, lo vi sonriendo y agarrándose el paquete y pude apreciar que en su blanco bóxer C. K. había una mancha húmeda.
Lávate que estas demasiado sucio para ser un buen sirviente me dijo el muy cabrón sonriendo y mientras yo inclinaba la cabeza para que no fuera a notar mi turbación.
Por la noche a la hora de la cena; me pareció que mis esfuerzos y mis humillaciones de aquel día habían fructificado, por que el canalla de Julián al fin se decidió a ayudarme:
Éste dijo Julián señalándome se ha portado como un buen sirviente. Creo que podemos darle unos días de descanso. Este fin de semana los vagos de su antiguo colegio se van de excursión y quieren llevarlo; creo que podemos dejarlo ir.
Como siempre, papá estuvo de acuerdo con Julián. No hubo dificultad para que me dieran el permiso que necesitaba. Entonces creí que había valido la pena todo lo que tuve que sufrir aquel día; por que a mi parecer, logré engañar a mi enemigo para que me permitiera ir en busca de mi liberación definitiva; sin poder imaginarme entonces en dónde iba a terminar todo aquello.