Esclavo (2: Romance y Oportunidad)

Esto me escribió un amigo: que viva el escándalo de viejas que se sienten agraviadas por las bocas que no tienen miedo de abrirse para decir lo que piensan. sigue así!!!!

Esclavo: Romance y Oportunidad

Después de aquella noche de placer, felicidad e incertidumbre as cosas entre Martín y yo empezaron a fluir de una manera que podría describirse como natural. Para mi casi completa dicha, ese chico que yo tanto amaba me permitió seguir teniendo sexo con él; aunque extrañamente no daba muestras de estar conforme teniéndome para darle placer.

Curiosamente, desde aquella noche Julián pareció alejarse un poco de Martín; y aunque yo sabía que no habían dejado de ser amigos, mi adorado chico tenía ahora más tiempo para estar conmigo, lo cual me llenaba de felicidad y me hacía soñar con que los dos éramos una muy bonita pareja. Sin embargo, a pesar de mi felicidad y mi entusiasmo, yo percibía que las cosas no andaban como debiera ser. Martín parecía distante aunque seguía mostrándose dulce y tierno y se interesaba más cada vez por mis cosas, por mis tristezas y sobre todo por mis pensamientos respecto de Julián.

Teníamos sexo muy a menudo, pero casi siempre era por insinuación mía, que no paraba de entusiasmarme con la ilusión de complacerlo plenamente y en cada ocasión inventaba nuevos detalles para chuparle la verga de tal manera que lo hiciera llegar a la gloria. Sin embargo, Martín se mostraba casi indiferente cuando me tenía de rodillas ante él mamándosela y yo percibía que tenía que esforzarse para que su polla se erectara y aún más para poder acabar en mi boca.

Eso me preocupaba un poco, pero me negaba que algo no anduviera bien, por que pensaba que si él se sentía mal conmigo o si no estaba satisfecho con mis felaciones, pues le hubiese bastado con decírmelo, y aunque eso me hubiese dolido demasiado, yo estaba dispuesto a no insistir, porque por encima del placer de mamársela, estaba el amor que le tenía y el profundo respeto que me inspiraba, pues seguía pareciéndome el ser más puro y bondadoso que podía existir sobre la tierra. Había durado casi 2 años amándolo en silencio y me bastaría con seguir teniéndolo cerca, viéndolo, sabiéndolo interesado en mí, aunque no pudiese más que abrazarlo y verme reflejado en la profundidad de sus ojos negros. Quería que el sexo fuese un placer para él y no una obligación, como a veces me daba la impresión.

Y sin embargo no me daba por vencido. Creía que con el tiempo lograría que Martín alcanzara el tope del placer con que yo soñaba para él. Hasta le ofrecí en varias ocasiones mi culo para que me lo rompiera, pero él me rechazó con dulzura, argumentando que era demasiado pronto para llegar a una relación tan profunda. Ese culo mío que había hecho las delicias de muchos chicos, no excitaba a mi amado; aunque yo llegué a achacar su rechazo a su pureza y a su bondad y por eso lo amé mucho más. Como con Felipe, mi primer amor, habría hecho cualquier cosa que Martín me pidiera si con ello lograba verlo feliz. Su sonrisa me arrancaba suspiros irrefrenables.

Además que nuestra relación no se limitaba al sexo. Salíamos a pasear con frecuencia. Martín seguía llevándome por la ciudad, mostrándome sitios que a su lado me parecían encantadores. Me invitaba a cine, íbamos por ahí a comer algún helado, siempre hablando de mí, siempre interesado en conocerme más. A veces me sentía culpable por que en nuestros encuentros yo parecía no interesarme por sus cosas, por conocerlo; pero qué más daba, él sólo quería saber de mí; y además yo lo amaba tanto que nada me importaba más que estar a su lado; ni su pasado, ni su futuro, ni su familia, ni nada tenía más importancia que su presencia y su dulce y tierna compañía.

Era él el que pagaba siempre las cuentas; yo no sabía de dónde sacaba dinero y supuse que su familia era pudiente y que a Martín no le faltaría nada. Yo por mi parte, siempre sin blanca, siempre sin una moneda, me sentía como un fresco cuando lo veía pagar; pero tenía que resignarme, pues día a día las cosas se me ponían más duras en casa y papá ya hasta estaba considerando la posibilidad de echarme, pues con la edad que tenía (18 años) no había logrado terminar la secundaria. "No voy a mantener a vagos", decía el viejo con ira mientras me abofeteaba al ver mis calificaciones.

Y precisamente por esos días llamaron desde mi colegio a mis papás para comunicarles que no me admitían más allí, pues mi rendimiento académico era tan bajo, que seguramente reprobaría nuevamente el año escolar, así que no tenía sentido que yo siguiera perdiendo el tiempo y los viejos el dinero que invertían en mi educación. Papá estaba furioso como pocas veces. Me propinó una paliza tan brutal que por poco me deja sin un ojo y para caminar tuve que arrastrar mi pierna derecha durante más de 2 días. Y luego de molerme a golpes me ordenó que metiera mis pocos trapos en una vieja valija y me largara de casa.

Aquello era inadmisible para mí porque echarme de casa era condenarme a la indigencia. No sabía hacer nada, no conocía a nadie que me pudiera ayudar y no tenía ni una moneda que me permitiera sobrevivir al menos por un tiempo. Además con lo maltrecho que estaba por la paliza que había recibido, seguramente iba a enfermarme si tenía que dormir a la intemperie.

Me tragué mi poca dignidad y supliqué, me arrodillé y le imploré al viejo que no me echara, le rogué a mamá que tuviera piedad y me ayudara a convencer a papá de dejarme seguir en casa; hice propósitos de enmienda y prometí nunca más dar ni siquiera un problema a mi cruel familia. Pero todo parecía inútil; el viejo se mostraba inflexible y me dio un plazo perentorio para largarme:

Si para dentro de una hora no te has largado de aquí, te vuelvo a zurrar y yo mismo te subo en el auto y voy a tirarte a un sitio de donde ya no puedas regresar.

Gemí con angustia y aunque no podía resignarme a mi suerte, me fui a hacer mi miserable maleta para irme de casa con lo poco que tenía, que no era más que algunas piezas de ropa vieja y pasada de moda. Pero era mejor eso que soportar una nueva zurra de papá, para terminar de todas formas echado de casa como un perro sarnoso. Mamá se había limitado a darme la espalda, sin mostrar la menor prueba de compasión por mí, y así todas mis esperanzas parecían perdidas. Y aún más me dolía el no tener ni siquiera la oportunidad de contarle a Martín lo que había pasado.

Pero ya salía de allí con mis escasas pertenencias cuando llegó Julián acompañado de Martín. Casi quise saltar al cuello de mi amado, pero me contuve por la presencia de mi odiado hermano menor, que al verme en un estado tan lamentable me miró con algo de asombro pero al instante sonrió divertido y tal vez satisfecho, al ver en mi rostro las lágrimas y los crueles efectos de la paliza que me acababa de propinar papá.

Aplacé por unos minutos mi partida, porque creí que tal vez tuviera la oportunidad de hablar con Martín y contarle lo que había sucedido; me esperancé con que él pudiera ayudarme de alguna forma. Me senté en la acera de enfrente a esperar mientras los chicos entraban en casa. Y cuando ya estaba desesperando de que Martín apareciera, el que salió fue el viejo, que aún traía cara de enfado, pero ya no parecía tan furioso. Sin embargo me aterré pensando que me apalearía nuevamente e intenté levantarme para irme de allí. Pero mi pierna derecha, maltrecha por la paliza, me traicionó y caí de bruces en el pavimento.

Entonces el viejo se inclinó y tomándome de un brazo me levantó con brusquedad y empezó a arrastrarme hacia la casa. No pude contener mi terror y me puse a sollozar mientras le suplicaba a papá que me dejara ir, que no fuera a seguir apaleándome. Mis gimoteos lo impacientaron y me propinó una palmada brutal en la cabeza ordenándome que callara:

¡Ya deja de gimotear como un maricón!

Aún a pesar de mi terror hice esfuerzos por controlarme y me dejé arrastrar mansamente, como un cordero que sabe que es llevado al matadero pero que no puede hacer nada para evitar el sacrificio. Papá halaba de mí con brutalidad, sin considerar que mi pierna derecha estaba casi dislocada por la paliza previa y el dolor me hacía ver mil demonios a cada paso. Cruzamos la calle y entramos en la casa; papá me arrastraba ahora hacia la habitación de Julián y entonces empecé a presentir que me esperaba una cruel humillación. No me equivocaba.

Al abrir la puerta pude ver que mi odiado hermano estaba sentado en su cómodo sillón. Parecía un verdadero Rey; tan arrogante, tan sereno, tan ufano, tan guapo; yo en cambio tan miserable, tan maltrecho, tan aterrado, tan poca cosa. Comparado con él, yo debía parecer un guiñapo insignificante. Mamá estaba de pie a su lado y Martín estaba un poco más atrás, mirándome con una curiosidad que yo creía piedad y dulzura. Me consoló un poco que mi adorado estuviera allí; pero poco tiempo tuve para recrearme viéndolo, porque apenas me tuvo cerca de Julián, papá literalmente me arrojó a sus pies, y propinándome una patada en la cadera me espetó:

¡Agrádesele a Julián que no te echemos de casa!

Yo no podía estar más confundido. Seguramente mi odiado hermano estaría feliz de saber que papá me había echado de casa; y en cambio el viejo me estaba diciendo que gracias a él, precisamente, yo iba a poder quedarme. Sin saber porqué, me esforcé por musitar algunas palabras de agradecimiento, que seguramente debieron hacer las delicias del cabrón, viéndome ahí, arrastrándome a sus pies y en ese estado tan miserable en que me encontraba.

De lo que estoy seguro es que en ese momento no sentía agradecimiento alguno y menos hacia Julián, tal vez lo que me movió a permanecer a sus pies balbuceando "Gracias…gracias…." fue el terror que tenía al pensar que papá seguiría pateándome hasta reventarme, si yo no hacía lo que se me estaba ordenando. De todas maneras ahora tenía una esperanza, porque en mi estado, cualquier cosa era mejor que verme echado de casa y abocado a la miseria total y seguramente a una muerte cruel, como imaginaba en mi mente afiebrada por el dolor, la angustia y el miedo.

Julián y nosotros hemos decidido que te quedes en casa – dijo papá y eso me sonó más bien como: "Julián ha decidido…."

Y con esas palabras del viejo yo pasaba de la confusión al asombro. Así que después de todo tenía que de verdad agradecerle algo a mi odiado hermano menor. Pero ya enseguida me daría cuenta de la perfidia que el canalla había urdido:

Sí – dijo Julián –; hemos decidido que te quedes en casa. Pero no te vamos a mantener de vago. Así que mientras permanezcas aquí tendrás que ser el sirviente de la familia.

Eso más bien quería decir: "Vas a ser mi sirviente". Mi sentimiento de humillación fue tan grande que en otras circunstancias me hubiese rebelado y habría preferido irme de casa a morirme en la calle como un perro sarnoso. Pero el dolor de mi cuerpo y el terror que afiebraba mi mente, se complementaron con una nueva patada que me propinó papá, al tiempo que me ordenaba nuevamente agradecerle a mi odiado hermano su cruel perfidia.

Me plegué a aquel estado de ignominia; parecía no tener ninguna otra opción. No me es posible describir todo lo denigrante que resultó para mí esa nueva condición. De no haber sido por las dulces palabras de Martín, que encontró las más inesperadas oportunidades para consolarme y darme esperanzas, yo me habría largado de casa de todas formas; aún a pesar que el miedo a la indigencia se me convertía en un nudo en la garganta que me dificultaba respirar.

Me obligaron a sacar mis pocos corotos de mi habitación, que en adelante sería el cuarto de estudio de Julián, y trasladarlos al cuarto de servicio. Me hicieron llevar un uniforme de mucamo que en apariencia era digno, pero que me recordaba a cada instante mi condición de sirviente de mi peor enemigo. Se me prohibió acompañarlos en el comedor y mientras ellos cenaban yo debía permanecer de pie, cerca de la mesa para serviles. Entre tanto yo debía comer en la cocina después de haberlos servido, como cualquier criado; y ni siquiera podía permanecer con ellos en la sala de estar, a menos que se me concediera permiso para acomodarme en algún rincón alejado para ver la televisión, pero siempre atento a cualquier orden para obedecer.

Todo aquello sublimó mi odio hacia Julián, al que consideraba el real culpable de mi afrentosa situación. Me volví más huraño que de costumbre y pasaba días enteros sin pronunciar una sola palabra. Sólo con Martín encontraba algo de consuelo; porque él no me había abandonado y por el contrario, se mostraba más pendiente de mí, aprovechando cualquier momento para acercárseme, darme ánimos y convencerme de tener paciencia. Me daba vagas esperanzas, que yo quería creer; pero las circunstancias de mi condición de sirviente eran tan apabullantes que mi amargura crecía de día en día.

Sin embargo, cada que mi desolación tocaba fondo, Martín aparecía como de milagro y me sonreía enigmáticamente, diciéndome que tuviera un poco más de paciencia, que ya vería cómo mi situación iba a cambiar y los dos podríamos estar juntos y alejados de mi familia y entonces me prometía que seríamos felices y ya nada iba a faltarle a mi vida más que tiempo para disfrutar. Yo me aferraba a él y a su amor cada vez con más fuerza, porque era lo único que tenía, lo único bueno y hermoso que florecía en mi vida. Y soñaba con que él me rescataba y me ponía a salvo de mi cruel familia, y entonces yo me le entregaría por completo y lo adoraría y le mostraría todo mi amor y lo haría el chico más feliz del mundo y yo también sería feliz viéndolo sonreír y oyéndolo rugir de gozo mientras me poseía.

Pero aún así la realidad de mis circunstancias no cambiaba ni un ápice. Se comprenderá toda la humillación y el odio que me causaba el tener que realizar las tareas de sirviente para mi odiado hermano; tener que correr para atender a sus llamados; tener que hacerle su habitación, arreglarle su ropa y hasta lavar sus calcetines y sus calzoncillos; oírlo dándome órdenes con arrogancia y tener que obedecer sin chistar; plegarme a su voluntad y sentirme cada vez más amargado mientras él reía y gozaba de los mimos de papá y mamá, al tiempo que a mí se me trataba con más dureza cada día, recibiendo las brutales palizas que me propinaba el viejo por el más mínimo error.

Ni siquiera habían pasado 2 semanas desde que Julián me había convertido en su sirviente, cuando mi desesperación llegó al límite. No aguantaba más. Ese día mientras trapeaba el pasillo, mi odiado hermano pasó por allí. Eran más de las 10 de la mañana, pero el cabrón acababa de levantarse y andaba por ahí en pijama y pantuflas, como si quisiera dificultar aún más mi desagradable trabajo. Accidentalmente le pasé el trapero por sus pies y no faltó más. Se enfureció y me increpó, incluso empujándome con desprecio y reclamándome "mi falta de consideración para con él".

No pude controlarme y le respondí a los gritos que me dejara en paz, que ya me tenía hasta los cojones y que si se creía tan macho y tan fuerte pues que se atreviera a golpearme. El muy cabrón no se hizo repetir la invitación. Levantó su mano y antes de que yo pudiera apartarme, me plantó un bofetón que me arrancó lágrimas. Pero no me quedé de manos cruzadas; tiré el trapero a la porra y me le fui encima para tratar de acogotarlo con mis dedos crispados por el odio; pero él, mucho más ágil que yo, se apartó con presteza y yo di con mi cabeza contra la pared. Julián soltó una carcajada y yo estallé en llanto furioso y traté nuevamente de echármele encima, pero con el mismo resultado que la primera vez. En ese instante llegó papá alarmado por mis gritos y ya no tuve ninguna oportunidad.

Sin dejarme decir ni jota, me agarró por los pelos y me sacudió violentamente al tiempo que me propinaba un buen par de bofetadas que por poco me arrancan los dientes. El terror que siempre me inspiraban las palizas de papá, hizo que me calmara un poco y entonces el viejo le preguntó a Julián qué era lo que estaba pasando, y por supuesto él le contó su versión del asunto haciendo que la furia del viejo, siempre presta a dispararse contra mí, estallara como un volcán. Me zarandeó por los pelos sin misericordia y se sacó su grueso cinturón de cuero. Creí que iba a empezar a zurrarme como de costumbre, pero en vez de eso le ofreció el cinturón a mi odiado hermano, mientras me arrancaba a mí los calzones y me hacía doblarme por la cintura, dejándome con mi culo expuesto.

Castígalo tú mismo – instó el viejo a Julián – dale unos buenos azotes para que aprenda a respetarte.

Yo grité de indignación y me debatí; pero el viejo me sujetó los brazos, manteniéndome doblado por la cintura y me propinó una fuerte palmada en la cabeza, como para que me sometiera a recibir el castigo que se disponía a propinarme mi peor enemigo. Y el muy cabrón no se hizo esperar; al instante empezó azotarme el culo con saña; haciéndome ver mil demonios por toda la furia que me invadía; y aunque no me golpeaba con la misma fuerza que lo hacía el viejo, los repetidos azotes iban haciendo mella en mi piel y ya sentía que mi trasero estaba en llamas, inflamándose por la azotaína así como mi alma se inflamaba por la furia y la humillación.

El canalla de Julián me azotó a placer; hasta que seguramente ya cansado de descargar golpes sobre mi culo, le devolvió el cinturón a papá, que no se hizo esperar para darme también él una buena cuota de golpes que ahora sí hicieron estragos en mi cuerpo, hasta casi hacerme perder la conciencia por tanto dolor. Pero allí no terminó la cosa. El viejo parecía nunca quedar satisfecho cuando me apaleaba; era como si siempre quisiera agregarle a mi dolor físico una dosis alta de humillación. Así que sosteniéndome por los pelos, me arrastró materialmente hasta la habitación de mi odiado hermano, convidándolo a él para someterme a una tortura que me dolió demasiado y acabó por romper el poco orgullo que me quedaba.

Mira imbécil que haberle pasado ese trapero sucio por los pies a Julián ha sido demasiado. Ahora tal vez le vaya a caer una infección; pero si él se enferma de sus pies, tú te enfermarás de tu lengua.

Y el viejo remató su perorata dándome un golpe salvaje por los riñones mientras invitaba a Julián a sentarse en su sillón. Luego él mismo arrastró una pequeña butaca acolchada y me obligó a postrarme ante el canalla y retirarle sus pantuflas para luego levantarle sus pies sobre la butaca, haciéndolo tomar una posición verdaderamente cómoda. Entonces me imaginé para dónde iba la cosa y me sentí más que miserable; pero haciendo acopio de la poca dignidad que me quedaba le imploré al viejo que no me obligara a semejante acto de humillación. Su respuesta fue brutal; me propinó un puntapié por el culo y me gritó:

Ahora le vas a lamer sus pies o te parto el alma a patadas.

No había nada más que hacer; ahogado por el dolor y el llanto, incliné mi rostro y me dediqué a lamerle los pies a mi peor enemigo como si yo fuera su perro. Sentía arcadas, pero a cada muestra mía de indecisión, papá me incentivaba con una nueva patada cada vez más violenta. Yo intentaba no mirar a Julián a la cara, porque su sonrisa de satisfacción y esa arrogancia suya me hacían sentir aún más humillado. Papá me indicaba cómo debía lamerle los pies a mi odiado hermano, haciéndome repasarle mi lengua por las plantas, por el empeine y meterla entre sus dedos. Era como si el viejo disfrutara viéndome humillado a los pies de Julián, pues no era la primera vez que me había obligado a algo similar. Durante los 2 últimos años me había hecho lamerle los zapatos infinidad de veces, cuando el cabrón decía que yo no se los había lustrado adecuadamente.

En cambio yo estaba muriéndome de humillación y de asco; no por que el canalla tuviera sus pies sucios, por que debo reconocer a pesar de todo que mi odiado hermano ha sido siempre muy pulcro con su aseo; además sus plantas suaves y sonrosadas hasta me hubiesen parecido hermosas si fueran los pies de otro chico. Pero es que él era mi peor enemigo y a nadie se le ocurriría sentirse a gusto lamiéndole los pies precisamente a alguien a quien odia con toda el alma, como yo había odiado siempre a Julián.

Y el tiempo durante el cual el viejo me obligó a lamerle los pies a mi odiado hermano duró hasta que el mismo Julián seguramente se hartó y le pidió a papá que me liberara para que fuera a prepararle el desayuno. Me fui a ello, deplorando no tener arsénico para condimentarle sus huevos con tocino; pero aliviado un poco por ya no tener que seguirle lamiendo los pies; aunque todo mi cuerpo me dolía como un demonio y mi boca estaba hinchada por las bofetadas que me habían propinado el viejo y el canalla de Julián.

Esa tarde vino Martín y tuvimos tiempo para hablar porque mi cruel familia había salido de compras. Apenas verlo llegar me arrojé a sus brazos sollozando e intentando hacer coherente el relato de lo que había pasado en la mañana. Me avergonzaba contarle que me había visto obligado a lamerle los pies a Julián como si yo fuera su perro; pero quería que se enterara de todo; que pudiera dimensionar todo lo miserable que era mi vida; así me regalaría algo de su ternura y me consolaría con esa sonrisa suya tan dulce.

Pareció interesarse particularmente en mis desventuras de esa mañana y me pidió con algo de apremio que le relatara todo con detalles; quería saber qué había sentido yo lamiéndole los pies a mi odiado hermano, cómo lo había hecho, durante cuánto tiempo había estado sometido a semejante humillación. Me pareció que lo seducía mi desgracia; pero al momento me recriminé por pensar eso de él y achaqué su curiosidad al deseo de permitirme desahogarme. Pero la verdad era que Martín estaba excitado, a tal punto que aquella tarde fue una de las poquísimas veces que me pidió que le chupara la verga.

Nos fuimos al cuarto de servicio que ahora era mi habitación y allí me arrodillé a sus pies, desabroché su pantalón y saqué su verga para mamársela con total entrega. Y esa vez fue verdaderamente placentera para ambos, porque no tuve que esforzarme para hacérsela poner dura pues ya la tenía como un riel y además empapada de líquido preseminal. Bastaron unos pocos minutos de intensos lengüetazos y chupeteos para que mi adorado Martín me inundara la boca con una eyaculación abundantísima, que me permitió deleitarme con ese semen suyo que me sabía a gloria por ser el de mi adorado.

Luego de haberlo complacido de semejante forma y de habérsela chupado hasta dejársela completamente limpia; me quedé de rodillas ante él y le imploré que me ayudara a salir de esa situación que me estaba ahogando de dolor y humillación. Me sonrió con ternura, me dedicó una dulce mirada, me pasó su mano por mi cabeza y me dijo:

Creo que la única forma para que te salgas de toda esta situación será que te vayas de casa.

¿Pero cómo? – le inquirí – Si yo no tengo ni un céntimo. Me moriría de hambre.

Ya he pensado en eso – me dijo con una sonrisa enigmática. Luego me preguntó: ¿Harías lo que fuera por salir de aquí?

Para mí no había duda. Si tenía que venderle mi alma al diablo lo haría con tal de poder liberarme de mi cruel familia y sobre todo de la humillación y el dolor que me provocaba la cercanía de mi odiado hermano menor. Se lo dije a Martín y él, con su enigmática sonrisa, me dijo:

Si estás seguro que harías lo que fuera, entonces creo que te podré ayudar.

Yo estaba a punto de gritar de ansiedad. Martín tenía un plan y yo quería saberlo de una vez por todas, nada que pudiera ocurrírsele a él sería malo para mí, y menos aún si su idea iba a ayudarme a salir de la miserable condición en que me encontraba. Pero él apenas sonreía mientras con gesto dulce seguía pasando su mano por mi cabeza. Era como si disfrutara con mi expectación, aunque yo creía que estaba tomándose un momento para acabar de calmarme con su ternura, antes de dejarme conocer su salvadora ocurrencia.

Tú…. – me dijo dubitativo – tú eres…bueno…pero no te vayas a enojar…ni te vayas a sentir mal por lo que te voy a decir

Por favor Martín, habla…te juro que no me sentiré mal y jamás me podría enojar contigo….

Bueno….lo que sucede es que yo conozco a unas personas…que andan buscando a alguien como tú….

¿A qué te refieres? – le pregunté con impaciencia.

Pues es que estas personas hacen películas de chicos….tú me entiendes….

No; yo no entendía nada; pero me mantenía expectante y en el borde de la impaciencia. Si Martín sabía de algo que me pudiera sacar de mi situación de entonces, pues que lo dijera de una vez, sin tanto rodeo. No tenía por qué hacerme estar tan ansioso, sabiendo que lo único que me importaba en ese momento era él y poder liberarme de todo el dolor que me causaba mi familia. Así que ya con tono de apremió lo insté para que dijera todo de una vez y él no tuvo más remedio que dejar de lado sus rodeos.

A ver. Te voy a explicar, pero si no te gusta me dices y lo dejamos así. ¿Vale?

Dímelo de una vez, por favor – le dije con voz suplicante.

Bueno; estas personas hacen películas con chicos; y ahora están necesitando un chico como tú, que sea bien como maricón pasivo…. ¿No te enojas?

Claro que no me enojaba; yo ya estaba acostumbrado a que me trataran de esa forma, por que todos los chicos con que había estado, a excepción de Felipe y Martín, no me llamaban de otra manera cuando me ponían a mamarles la verga o cuando me estaban rompiendo el culo. Hasta me causaba cierto morbillo que Martín me llamara así; siempre me gustaron los chicos bien machos y mandones y aunque lo que me había enamorado de él eran su ternura y su exquisita dulzura, extrañaba que me tratara con algo de dureza cuando lo estaba complaciendo. Así que le hice un gesto para indicarle que no me importaba que me tratara de esa forma y lo insté para que continuara.

Pues ellos ya tienen a un chico que no es maricón, si no que le gusta actuar haciéndose el muy macho y muy mandón. Y esas personas quieren hacer una película con ese chico y otro que le obedezca en todo siendo como el esclavo de ese chico; y claro que el que haga de esclavo tiene que ser bien maricón y pasivo, así como tú.

No me extrañó que Martín pensara en mí de esa forma, considerándome un maricón pasivo y obediente que bien podría someterse como un esclavo ante otro chico. Todo lo que sabía de cómo me trababa mi familia y en especial Julián, no distaba mucho de lo que me estaba proponiendo y aunque me sentí humillado nuevamente, lo verdaderamente importante para mí en ese momento era solucionar mis problemas, sin importarme lo que tuviera que hacer. De lo único que estaba seguro era de no querer seguir siendo el esclavo de mi odiado hermano menor, así me viera obligado a someterme ante otro chico; y de todas formas sólo sería un película.

Instando por mí, Martín me contó algunos detalles que eran vitales para que yo comprendiera que su idea me sacaría definitivamente de mis problemas. La paga era fabulosa para mí: el equivalente a 5.000 dólares por algunas tardes de trabajo, que tal vez me resultaran hasta placenteras porque a decir de mi amado, el otro chico era guapo, y aunque sólo tenía 14 años ya tenía bastante experiencia en ese tipo de actuaciones. Esa suma me permitiría irme de casa, alquilar algún lugar y tener tiempo para conseguir un empleo que me ayudara a sobrevivir. Sólo me inquietaba una cosa:

¿Y porqué en vez del otro chico no vas tú? Así yo sería tu esclavo – le pregunté a Martín.

Pero él esquivó mi mirada y me contestó lacónicamente que no estaba dispuesto a hacerlo, que no podía hacerlo, que no quería hacerlo…se mostró evasivo y yo no quise presionarlo para no hacer que se sintiera mal. Así que tomé mi decisión y se lo dije a él; pero aún tenía otra inquietud y quería absolverla de una vez, porque no quería que ganarme unos billetes para salir de mis problemas, me fuera a significar perderlo, me fuera a dejar sin lo más bello y preciado que había tenido en toda mi vida: mi adorado Martín.

Bueno, yo lo haré y te doy las gracias por ayudarme. Pero me da miedo….me da miedo que ya no quieras seguir conmigo

Sonrió con dulzura y me pasó la mano por la cabeza con mucha ternura. Eso me convenció que ya nada nos separaría y por poco me echo a sus pies llorando de gratitud. No podía amarlo más de lo que lo amaba. Martín era todo para mí; mi salvador, mi amigo, mi alegría…era lo único bueno de mi vida…y a decir verdad, era el sol que alumbraba mis días….nada me separaría de él; no habría nada que me obligara a dejar de amarlo

Martín me explicó algunas cosas más que yo debía tener perfectamente claras para que todo saliera bien. Me dijo que Andrés, que así se llamaba el chico con el que yo haría la película, era el consentido de las personas que producían el filme; por lo que sería él, Andrés, el que finalmente tomara la decisión sobre si la hacía conmigo o no. Según Martín, el chico era supremamente exigente y yo debía esforzarme al máximo por satisfacerlo si quería de verdad ganarme esos billetes. El chico estaba acostumbrado, como ya me había dicho Martín, a hacer ese tipo de películas y exigía de su compañero de set que fuera completamente sumiso y se mostrara como un verdadero esclavo; y si no era así, simplemente se quejaba con la producción y entonces tenían que buscarle a un nuevo candidato que lo complaciera plenamente.

Tendría que pasar una primera tarde con Andrés, durante la cual el chico me probaría para saber si yo lo satisfacía plenamente. No sería nada especial, me dijo Martín; pero debía esforzarme al máximo y mostrarme todo lo sumiso y todo lo obediente de que fuera capaz. Si pasaba la prueba, ya se me comunicaría la decisión de Andrés y volvería a encontrarme con él para filmar algunas escenas fuertes que serían el eje central de la trama; luego de ello, las misteriosas personas de las que hablaba Martín editarían la película y al cabo de algunos días más me darían la paga. Entonces yo sería libre….libre y feliz

No hubo nada que me extrañara en todo lo que me contó Martín. No tenía ningún motivo para albergar la más mínima duda. Antes por el contrario, aquella oportunidad que me brindaba mi amado me hacía sentir exultante y quería que fuera en ese mismo instante que empezara la filmación. Pasaría la prueba, de eso estaba completamente seguro; y cuando tuviera esos billetes en mis manos no esperaría ni un segundo para largarme de casa para siempre.

Aunque tuve que esperar aún unos días para poder ir a que Andrés me probara, por que entre tanto Martín debía arreglar algunos detalles; entre ellos tomarme una muestra de sangre para examinarla, porque según me dijo mi amado, la producción no se arriesgaría a que yo tuviera alguna enfermedad que pudiera dañar a su preciado actor. Pero conté con suerte porque incluso una inesperada intervención de Julián me ayudó a que papá me diera permiso de salir de casa, según le dije yo: a buscar cupo en una escuela nocturna para continuar con mis estudios.

¡Que estudios ni que nada! – dijo el viejo – Tú eres un bruto y un vago y mejor que te acostumbres a ser un sirviente toda tu miserable vida.

Déjalo papá. Déjalo que vaya. A lo mejor hasta le aprovecha y aprende algo que le ayude a ser mejor sirviente – dijo el canalla de mi hermano mirándome a la cara y con una sonrisa en sus labios.

Como era obvio, papá se plegó a los deseos de mi odiado hermano y fue así como la tarde convenida con Martín, pude ir a encontrarme con él para que me condujera al sitio donde Andrés me probaría para ver si me consideraba digno de ser su esclavo en la película por la cual me darían el dinero suficiente para salir de mi humillante vida. Y vaya paradoja, pensaba yo mientras iba a la cita con mi amado, tener que convertirme en esclavo para dejar de ser sirviente; pero esa idea sólo me hacía sonreír. Estaba verdaderamente feliz porque la hora de mi liberación estaba muy próxima; al menos así lo creía en ese instante.

Y aunque llegué puntual a la cita, Martín ya me esperaba y parecía estar muy impaciente. Me tomó del brazo y sin decir una palabra me fue llevando por la calle hasta que pasó un taxi que abordamos y en el cual nos dirigimos a las afueras de la ciudad. Llegamos a una especie de villa campestre donde fui introducido por mi amado casi a tirones. Allí parecía no haber nadie, excepto un tipo que me pareció de lo más extraño. Era negro, con su cabeza rapada y muy alto, y sin embargo parecía que su edad no superaba los 18 años. Temí que ese fuera Andrés, aunque ya Martín me había dicho que el chico con el que actuaría sólo tenía 14 años. De todas formas traté de tranquilizarme y pensé que sólo estaba allí con el propósito de ganar el dinero suficiente para irme de casa; así que me sometería a lo que fuera con tal de lograr mi objetivo; y ni siquiera me arredraría si tenía que hacerle de esclavo a ese negro tan feo.

Pero por fortuna para mí, ese chico no era Andrés y estaba allí para darme algunas instrucciones, prepararme y filmar. El chico que la haría de mi Amo aún no había llegado. Juba, como dijo el negro que era su nombre, empezó a explicarme todo lo que debía hacer aquella tarde, instruyéndome sobre cómo debería ser mi comportamiento para lograr que Andrés me aceptara en la película. Las instrucciones del negro no eran precisamente tranquilizadoras para mí, además que entre él y Martín empezaron a prepararme para la sesión que iniciaría tan pronto llegara Andrés.

Me hicieron desnudarme completamente, lo cual me causó una enorme vergüenza y sobre todo un sentimiento de indefensión que me provocaba algo de ansiedad y miedo. Luego Martín me entregó una especie de camiseta elástica muy pequeña, sin mangas y sin cuello, que se ajustaba perfectamente a mi delgado torso. Sin embargo de la cintura para abajo seguí desnudo, con mi culo respingón y mis bolas y mi pito al aire. Juba me advirtió que en el instante mismo en que llegara Andrés, empezaría mi actuación; no habría lugar a saludos, ni a presentaciones ni a nada que se asimilara a un gesto de cortesía. Desde el principio hasta el final yo sería un esclavo sumiso, obediente y concentrado únicamente en la comodidad, la satisfacción y el placer de mi Amo.

Me mantendría con ese ridículo atuendo que tenía puesto y para completar debería estar todo el tiempo en cuatro patas, como si fuera un perro, a menos que Andrés me ordenara adoptar otra postura. Y así, en cuatro patas, debería estar al lado de la puerta esperándolo y en el momento que él entrara, yo debería inclinar mi cabeza y a modo de saludo le lamería sus zapatos, comportándome como un verdadero perro que saluda a su Dueño. En ningún momento, a menos que él me lo ordenara, debía verlo a la cara; mi mirada debería permanecer fija en sus pies. Tampoco hablaría a menos que él me lo ordenara, o sólo lo haría para responder a alguna pregunta suya y dirigiéndomele en los términos más respetuosos: "Si Amo o no Amo, gracias Amo…"

Todo aquello me parecía algo ridículo y sobre todo muy humillante para mí; pero mantenía fija mi mente en mi propósito de lograr los medios para liberarme de mi familia. Así que haría mi mejor esfuerzo para satisfacer a Andrés, sabiendo que de él dependía mi libertad. Haría lo que fuera para decidirlo a filmar la película conmigo; no me importaba cuán bajo tuviera que caer; apenas sería por breves horas; en cambio, si no lo conseguía, tendría que soportar toda una vida de humillaciones y dolor al lado de mi cruel familia, y tal vez hasta tuviera que terminar arrastrándome a los pies de mi odiado hermano menor y a eso no estaba dispuesto por nada del mundo. Julián era mi peor enemigo y algún día la vida me depararía la oportunidad de desahogar todo el odio que sentía por él. Entonces lo que hiciera esa tarde sólo sería un paso hacia mi liberación y hacia mi futura venganza. Si Andrés esperaba que fuera su mascota en esa tarde, yo lo sería sin ningún remilgo. Lo convencería de aceptarme para ser su esclavo en la película.

Sin embargo, los preparativos a que me sometían Juba y Martín parecían quebrar mi decisión por momentos. Mientras el negro seguía dándome instrucciones sobre cómo debía ser mi comportamiento con "Amo Andrés", me llevaron a una habitación situada en el sótano de la villa. La decoración me sobrecogió de inquietud, pues todo parecía indicar que aquella habitación estaba dedicada a sesiones de crueles torturas.

Había cadenas que colgaban del techo y de las paredes; gabinetes que contenían una serie de instrumentos que yo no había visto nunca, pero que seguramente servirían para causar terribles dolores; sobre una pequeña mesa pude ver toda una colección de fustas, varas y látigos de todos los tamaños y formas; también vi maderos formando una X, (luego supe que eso era una cruz de San Andrés), en cuyos extremos había argollas metálicas que seguramente serían muñequeras y tobilleras para fijar a una persona a ese instrumento.

Había además dos andamios de madera con forma de potro, en cuyas patas estaban dispuestas algunas correas y cadenas, que también tendrían el propósito de fijar allí a alguna persona. En fin, aquella habitación debería parecerse como una gota de agua a otra a las salas de suplicio de la inquisición medieval, aunque con algunos instrumentos más refinados y seguramente más terribles que los usados por los sádicos inquisidores; todo lo cual, unido a la penumbra que reinaba en el recinto, me hizo pensar que la prueba a la que me sometería Andrés tal vez consistiera en torturarme cruelmente.

No obstante, me tranquilizaba la presencia de Martín; él no dejaría que me pasara nada malo. Confiaba en él más que en mí mismo y en ese instante podría poner mi vida en sus manos. Mi amado Martín me protegería contra cualquier mal que quisieran causarme. Y si me había llevado allí era sólo para brindarme la oportunidad de liberarme de mi familia. Martín estaba conmigo y eso me borraba cualquier inquietud. Y sin embargo, no podía dejar de hacerme preguntas, que se me quedaban sin respuesta, porque no me atrevía a preguntarle nada en frente de ese negro que a veces parecía tan severo y adusto.

Me hicieron tender boca abajo sobre uno de los potros de madera pero sin sujetarme con las correas ni las cadenas; a cambio de ello, Juba se situó cerca de mi cabeza y puso sus manos sobre mi espalda y cuello, como para sostenerme y evitar que me levantara súbitamente. Martín me tranquilizó con una tierna sonrisa y me explicó que me prepararía para cualquier contingencia, porque si a Andrés se le ocurría cogerme, yo no querría que el chico me encontrara sucio. Con lo azorado que estaba, no entendí muy bien a qué se refería ni imaginé lo que se proponía hacerme; pero me dejé llevar con mansedumbre.

Juba le indicó uno de los gabinetes y Martín fue hasta allí y extrajo algunos instrumentos que no pude ver por que ya el negro me impedía levantar mi cabeza. Luego se dirigió hacia mí y se situó cerca de mi culo, que se mantenía levantado y completamente expuesto. Sentí que posaba algo frío y delgado en la entrada de mi ano y de un momento a otro empujó con fuerza, penetrándome hasta el fondo con esa especie de tubo flexible, que luego me enteraría que era una cánula. Me debatí por la sorpresa, aunque la penetración no me había hecho daño; pero el negro me sostuvo sin dejar que me levantara.

Sentir aquel instrumento sembrado en mis entrañas me causaba una especie de cosquilleo que me resultaba muy incómodo. Pero aquella sensación cambió radicalmente cuando Martín empezó a bombear un líquido tibio a través de la cánula; sentí que mis tripas se estaban llenando con ese fluido y no puedo ahora expresar si lo que me provocaba era placidez o angustia, placer o dolor, satisfacción o miedo. El caso es que en muy poco tiempo creí que la presión del líquido haría que mis entrañas se estallaran. Entonces él acercó algo, que debía ser un recipiente, a mi culo y haló de la cánula sacándomela de improviso. No sé qué me pasó pero me vacié a chorros, expulsando aquel líquido junto con el contenido de mis tripas. Juba hizo presión sobre mi cintura, seguramente para que acabara de vaciarme y cuando ya creyeron que había expulsado todo el líquido, Martín volvió a introducirme la cánula y repitió la operación anterior, pero dejándome aquel líquido tibio por alguno minutos; seguramente para lograr que de esta forma, mi interior quedara complemente limpio y dispuesto para recibir la verga de Andrés si a él le apetecía follarme.

Debo confesar que todo aquello me causaba una gran excitación, porque me parecía demasiado morboso que precisamente Martín, mi adorado Martín, me estuviese preparando de semejante forma para que otro chico me rompiera el culo; algo que él mismo no había hecho aún, porque nuestra relación se había limitado en lo sexual a las mamadas que yo le hacía. Seguramente por ello ni siquiera me pregunté cómo era que Martín parecía un experto en esos procedimientos, a tal punto que luego de haber hecho que vaciara mis tripas por segunda vez, le preguntó a Juba:

¿Le aplico lubricante?

No, de todas formas no creo que él lo folle hoy – le respondió el negro; y luego agregó: Creo que así está bien, ya está listo. Él no tarda ya en llegar y mejor que lo llevemos afuera para que lo reciba como debe ser.

Me sacaron de aquella habitación y me condujeron a lo largo de la villa hasta que llegamos al vestíbulo. Ya allí, Juba me indicó que me pusiera al lado de la puerta; debía permanecer en cuatro patas, dispuesto a dar mi primera prueba de sumisión lamiéndole los zapatos a Andrés, que no tardaría en llegar. Y allí me estuve, vestido apenas con esa pequeña camiseta elástica que se adhería a mi cuerpo, con mi pito y mis huevos al aire y con mis tripas debidamente vacías y limpias, para recibir la verga del Amo sin correr el riesgo de ensuciársela. Me estuve de ese modo por largos minutos, tratando de mantener fija mi mente en el dinero que iba a ganarme y lo que eso representaría, si era que aquel chico que aún no conocía me aceptaba como su esclavo para la película.