Esclavizada… (el tercer amo)

- Me… me están convirtiendo en una puta ¿verdad, señor? - ¿Convertirte? No, mi niña. Nosotros no convertimos a nadie. Simplemente, sacamos a relucir lo que hay en tu interior.

Esclavizada

(el tercer amo)

Me… me están convirtiendo en una puta ¿verdad, señor?

¿Convertirte? No, mi niña. Nosotros no convertimos a nadie. Simplemente, sacamos a relucir lo que hay en tu interior.

.

Un descanso sin sueños. Así se sintió Irene cuando se despertó sobresaltada por los insistentes golpecitos que recibía en espalda. Alguien la estaba invitando a levantarse. Pero… ¿Quién? Entonces lo recordó todo. Recordó dónde estaba y cómo estaba. Secuestrada, encerrada en una celda en algún lugar desconocido. Raptada para hacer de ella una esclava sexual. Encerrada para poder usar y abusar de su cuerpo con completa libertad. Y con el recuerdo, vinieron también sensaciones contradictorias, el éxtasis con miedo, el placer con dolor, el gozo con angustia… "¡Las Normas! Debí asearme…"

El súbito pensamiento la hizo saltar de la cama como un resorte. De hecho fue tan rápida que por poco choca con la cabeza de su interlocutor. Éste había sido pillado tan sorpresivamente que apenas si tuvo tiempo de esquivar el golpe echándose hacia atrás.

¡Vaya! Esto sí que es un despertar enérgico. Me gustará estar con una chica con tanta vitalidad

Irene se volvió para conocer a su interlocutor. Afortunadamente, no era el sádico degenerado que la acababa de torturar. Claro que a éste tampoco lo conocía, de modo que no era bueno hacerse muchas ilusiones. El nuevo enmascarado, parecía un hombre mayor. Al menos, el bigote y las canas de su pelo así lo indicaban. Era un hombre atlético delgado y fibroso, sin lugar a dudas, practicaba algún deporte; así se lo indicaba el desnudo y lampiño torso. Llevaba unos pantalones vaqueros por lo que poco más pudo averiguar con aquel fugaz vistazo inicial. Salvo que éste nuevo amo, no parecía tan severo como el anterior. Quizás fuese su franca sonrisa, o tal vez fuese su actitud desenfadada. O también pudiera ser que estaba asimilando su condición de esclava y que se estuviese acostumbrando a mostrarse totalmente desnuda ante desconocidos. El caso es que este nuevo amo, no la intimidaba tanto como los anteriores.

El sobresalto inicial pasó pronto, de modo que Irene se sintió lo suficientemente serena como para preguntar a su nuevo señor qué deseaba de ella. Como si ella no lo supiese. Aquel hombre había venido a follársela como habían hecho los dos anteriores. Lo único que no sabía era el modo en que éste pretendía hacerlo.

  • ¿Qué desea de su esclava señor?

  • ¿Cómo que qué deseo? ¿Acaso no lo sabes zorra desvergonzada? Ya deberías estar haciendo tu trabajo mala puta. Claro que qué puedes esperar de una guarra desvergonzada y perezosa como tú que ni siquiera se asea para su señor

Aquellas palabras volvieron a llenarla de incertidumbre. Ciertamente el que este nuevo amo pareciera más benévolo a simple vista no le hacía menos peligroso. Era lo suficientemente ruin como para secuestrarla y abusar de ella. Su aparente bondad, podía muy bien ser simplemente una fachada, y esconder tras ella a un monstruo depravado. No tenía, mejor dicho, no debía confiarse o relajarse en ningún modo. Aquel hombre, no había ido a allí a ayudarla, sino todo lo contrario, iba a abusar de ella. Además, el hecho era que había faltado a una de las normas que había recibido. Cierto es que involuntariamente pero no creía que eso le sirviese de mucho. Por lo menos con el segundo amo no le habría servido de nada. Claro que quizás con este

Mi señor, acaban de castigar severamente a su esclava y simplemente no me quedaron fuerzas para nada. Sea compasivo, pronto estaré lista para servirle.

¡Claro que estarás lista! Faltaría más. Yo me encargaré de ello y después te aseguro que recibirás tu merecido

Si lo que este nuevo amo pretendía era amedrentarla y asustarla, ciertamente lo había conseguido. Como se estaba temiendo, la aparente bondad de este nuevo amo era principalmente fachada. Como los otros, era un hombre duro, cruel y depravado. Lo único que le quedaba por saber era de qué modo la iba a atormentar para satisfacer sus licenciosos y degenerados gustos. No se atrevió a implorar clemencia. Simplemente se limitó a seguir las instrucciones de su señor. Éste la llevó a la ducha y le ató las muñecas por encima de su cabeza.

Una vez más, Irene estaba a merced de un extraño que ocultaba su rostro tras una máscara. No sabía el tiempo que había pasado desde la última sesión con el torturador degenerado. Pero lo cierto es que aún sentía muy vivamente los efectos de la reciente flagelación. Sentía una extraña incomodidad en sus hombros e ingles, un minúsculo dolor sordo que le recordaba lo mucho que habían sido forzadas sus articulaciones. Le seguía ardiendo la piel y cualquier caricia, por suave que fuese, la incomodaba. El mínimo roce sobre las delgadas líneas carmesíes que la decoraban, despertaban mil y una llamaradas que la hacían revivir los más atroces momentos del pasado tormento. De nuevo recibía los crueles fustazos, de nuevo se encogía angustiada por el dolor revivido y reavivado.

Evitó quejarse pero no logró reprimir sus lágrimas. Tenía miedo y no se atrevía a pronunciar palabra. Sobre todo, se sobrecogió cuando delicadamente le vendaron los ojos. En su atribulada mente se empezaron a formar cientos de nuevos suplicios. Se veía impotente, indefensa, recibiendo uno tras otro largas series de latigazos hasta que quedaba colgada, desmayada por el dolor. Por eso apenas si percibió cómo abrían el grifo del agua y empezaban a rociarla con los finos hilos que salían de la regadera. El agua un poquito fría al principio, no tardó en templarse. Por un instante temió ser escaldada pero rápidamente comprobó que no eran esas las intenciones de su secuestrador.

Éste por su parte, se aseguraba de que la temperatura del agua fuese perfecta. Caliente pero no demasiado, lo suficiente para que el contacto con el agua fuese siempre estimulante, deseable y placentero. Tenía ante sí a una hermosa joven, totalmente indefensa y muy asustada. Pero no le interesaba seguir atemorizándola, la muchacha se mostraba satisfactoriamente dócil y no había necesidad alguna de asustarla más. Un aspecto importante que siempre cuidaban aquellos desalmados, era el de no desesperar a sus víctimas. Una mujer aterrorizada, desesperanzada y angustiada, no sólo era más difícil de manejar; también era peligrosa. Capaz de realizar titánicos y sobrehumanos esfuerzos antes impensables. Si la víctima veía alguna posibilidad, aunque remota y escasa, de seguir con vida o lograr algún alivio. Entonces no se afanaba tanto, no se resistía. Prefería soportar las vejaciones antes que arriesgarse a un suplicio mayor. Por eso él ahora se cuidaba mucho de seguir atosigando a la pobre Irene. Sabía que no estaba muy lejos de caer en la desesperación. Por eso debía calmarla

El agua templada recorría el cuerpo de la joven aliviándola y reconfortándola como ella jamás hubiera imaginado. Los cientos de pequeños incendios que recorrían toda su piel se iban extinguiendo apaciblemente conforme el agua lamía su superficie. El suave torrente arrastraba y se llevaba consigo la quemazón y la irritación iniciales, dejando tras de sí, un agradable hormigueo que se tornaba, finalmente, en un placentero cosquilleo. Irene hubiera querido dirigir ella misma el curso de tan terapéuticas corrientes pero lo cierto era que aquel nuevo desconocido, lo estaba haciendo muy bien. El incómodo escozor inicial se transformó poco a poco en una ligera molestia y poco después se desvanecía por completo.

La joven no pudo sino dejarse llevar por tan amable trato. Sin ser realmente consciente de ello comenzó a ofrecerse al cálido chorro que tan bien la reconfortaba. A pesar de las ataduras, o quizás ayudándose de las mismas, Irene se mecía y contoneaba suavemente mientras se ofrecía, cada vez más desinhibida, a las gratificantes caricias. Cuando los suaves chorros se acercaron a la sensible entrepierna, sin siquiera pensarlo, Irene abrió un poquito más sus bien formadas piernas para facilitar su llegada a tan sensible zona.

Sin duda le hubiera sido muy fácil a su carcelero comentar algo al respecto pero prefirió no hacerlo. No quería destruir la extraña magia imbuida en aquel silencio. Sólo se oía el relajante sonido del agua, y de vez en cuando un débil murmullo proveniente de los labios de Irene. Ésta permanecía con los ojos cerrados, no porque se lo ordenaran, sino porque así podía concentrarse más en la dulce caricia acuática. Cualquiera que la viera, y se perdiera siguiendo los voluptuosos movimientos de sus caderas, pensaría que se estaba insinuando. Realmente, la pose de la joven era cada vez más sexy, más provocadora. Incitaba de este modo, sin proponérselo, a su nuevo y desconocido señor.

Lo único que Irene deseaba era que su amo la siguiera regando tan amablemente. Ciertamente le estaba muy agradecida por la reconfortante ducha. Y por ello no pensó en otra cosa sino en disfrutar del agradabilísimo momento. Apenas si sentía ya, algún pequeño malestar proveniente de los azotes más fuertes. Además, ahora los cálidos chorros se concentraban en la zona más castigada y a la vez más sensible, su entrepierna. Volvió a separar sus muslos para facilitar la llegada del agua a los delicados y necesitados labios.

El carcelero, hombre con experiencia supo interpretar los movimientos de su esclava. Y rápidamente, abrió un poco más el grifo del agua. La mayor potencia del chorro, hacía mucho más intenso el efecto producido en el receptivo y tierno coñito. Como recompensa por tan buen hacer, los quedos murmullos de la joven pasaron a ser ahogados gemiditos. Satisfecho con el resultado obtenido, comenzó a balancear la regadera, de modo que los estimulantes chorros alcanzaban las zonas más sensibles intermitentemente. Al principio, esto no le gustó mucho a la joven, pero no tardó en acomodarse al juego y al templado ritmo que seguía.

Así fue como inadvertidamente, Irene dio comienzo a un baile realmente sensual y voluptuoso siguiendo el ritmo del agua. Su vientre se cimbreaba suavemente, mecido por las aparentemente caprichosas corrientes. Las caderas seguían dócilmente el veleidoso vaivén ya fuera en amplios y cadenciosos círculos o en lentos y armónicas oscilaciones. Arriba y abajo, adelante y detrás, a derecha e izquierda… Sencillamente uno se quedaba embelesado observando el hipnótico y libidinoso baile.

Inevitablemente, se fue caldeando el ambiente. La temperatura aumentaba exponencialmente mucho más rápido de lo que lo había hecho el agua. Los jadeos de Irene eran ya imposibles de ignorar y se apreciaba claramente un incipiente rubor en su agraciado rostro. Sin duda, la joven se estaba excitando, lo que confirmó la idoneidad del tratamiento seguido por su captor

Y entonces, sin más el chorro dejó de acariciarla. Irene abrió los ojos contrariada y estuvo a punto de decir algo. Pero vio a su amo que llevándose el dedo índice a su boca la conminaba a callarse.

Sshhh

Fue un suave susurro tranquilizador. Su amo, no había terminado de agasajarla. No tardó en sentir de nuevo las cálidas y seductoras caricias del agua. Sin embargo, ahora la regadera estaba fija y los finos hilos acuosos descendían desde su cabeza formando arroyos divergentes que se escurrían a través de su esbelta figura. Pronto comprendió la razón del cambio cuando sintió las firmes manos de su señor extendiendo el champú sobre su cabello. La experiencia resultó ser extremadamente placentera aún teniendo en cuenta la desazón producida al cesar el masajeo acuático sobre el siempre travieso clítoris.

En efecto, el nuevo amo era un hombre experto, talludo en estas lides y sabía manejar muy bien a sus hembras. Así era como él llamaba a sus esclavas. Supo por lo tanto lavar y aclarar a la perfección la media melenita que lucía Irene. Aprovechando la ocasión para masajear y estimular el cuero cabelludo y el cuello. Así además de lavar e higienizar a su hembra, la seguía calentando a fuego lento.

Irene se dejaba llevar no sólo porque no podía evitarlo sin porque realmente estaba disfrutando de las buenas atenciones de su amo. Jamás hubiera imaginado que alguno de aquellos degenerados estuviera dispuesto a atenderla y cuidarla con tanto mimo. Pero el caso era que el trato que estaba recibiendo era exquisito. Después de dos lavados y dos aclarados, le tocó el turno a la esponja

Por un momento, Irene se estremeció al presentir las nuevas irritaciones y angustias que el roce de la esponja podría producirle en la sensibilizada piel. Pero una vez más sus temores fueron infundados pues su amo demostró manejar la esponja con gran maestría. Apenas si la tocaba muy suavemente cuando fue extendiendo el gel con generosidad sobre su sensibilizada superficie. Si un gel normal, ya resulta placentero, éste lo era aún más ya que contenía componentes que calmaban las irritaciones de la piel. El balsámico efecto del gel pronto se hizo notar. Cualquier resto de posible quemazón o escozor desapareció como por ensalmo, quedando en su lugar una reconfortante lozanía. La presión de la esponja se hacía cada vez más firme conforme pasaba y volvía a pasar por cada recoveco de su bien formado cuerpo.

Las sensaciones experimentadas eran realmente perturbadoras. Aquella esponja no era solo un instrumento de limpieza personal. Era una endiablada herramienta de placer. No se lo podía explicar pero las suaves caricias recibidas la iban calentando paulatinamente. Con calculada maestría, su amo la masajeaba tiernamente todas sus zonas erógenas. Las conocidas y otras zonas que jamás pensó pudieran darle tanto placer. El cuello, la espalda, el vientre, los brazos, las piernas eran recorridos incansablemente. De vez en cuando, esporádicas incursiones llegaban a los aparentemente olvidados pechos. Aquello no hacía sino encenderla aún más.

Sin poder evitarlo, Irene comenzó a buscar aquellas caricias que tanto ansiaba. Aprovechaba cualquier oportunidad para que de alguna manera, los sensibles pechos recibieran alguna caricia o roce furtivo. Si la esponja recorría las axilas o la parte superior del vientre extraños movimientos "fortuitos" la hacían internarse en aquellos montes desatendidos.

Si el aparente olvido de los pechos la estaba ya enervando, la completa desatención de su coñito la exasperaba. Cada vez estaba más cachonda y no hacía nada ni por evitarlo, ni por ocultarlo. De nuevo se la podía disfrutar ejecutando aquel prodigioso y sensual baile. Trataba de exhibirse insinuantemente para que su amo la acariciase en aquellas zonas tan hambrientas de libidinosas atenciones. Pero éste seguía rehuyendo hacerlo, sabedor de que así la excitaba mucho más.

Las hábiles manos del desconocido la estaban llenando de suaves y tiernos placeres que la incitaban seductoramente a entregarse a su amo. Claro que no podía evitarlo pero es que ahora ella ya no quería evitarlo. Abochornada, tuvo que reconocer que deseaba, cada vez con más insistencia, entregársele completamente. Era una hembra caliente en celo, deseando ser penetrada por cualquiera que pudiera y supiera hacerlo.

Finalmente, sus pechos recibieron la atención que se merecían y tanto reclamaban. Cuando su amo comenzó a masajearlos y acariciarlos con ternura. Irene simplemente se derritió. Jamás se habría creído que una mujer pudiera alcanzar el orgasmo sin acariciarle el clítoris pero ahora lo estaba experimentando en carne propia, de primera mano. Los pezones duros como piedras, parecían dispuestos a explotar con cada nueva caricia. Cuando recibieron los fogosos saludos de los labios y la lengua de su amo… Bueno, lo que sucedió entonces sólo se puede experimentar, las piernas le fallaron y ella misma perdió todo control sobre sí misma. Si no se cayó fue sencillamente porque seguía atada, esposada con las manos sobre su cabeza. Gemía y jadeaba ostentosamente, mientras trataba de liberar la intensa descarga sexual que en ese momento la embargaba.

Era un orgasmo sí pero completamente nuevo para ella, las olas de placer no venían de su entrepierna sino de sus mamas. Y estas olas la recorrían de parte a parte sin cesar, muriendo a la vez que incendiando, su coñito como nunca se imaginó. Estaba empapada por la constante llovizna de la ducha pero se sentía húmeda por dentro. Estaba segura de que por sus piernas se escurría ahora el agua mezclada con una considerable cantidad de sus jugos. Nunca se imaginó que pudiera estar tan lubricada sin haberla tocado en sus partes más íntimas. Mientras se recuperaba y volvía a hacer pie, sintió un nuevo escalofrío de placer al pensar en lo que sentiría cuando aquella esponja finalmente alcanzara su ardiente vulva

Sin mediar palabra, el desconocido prosiguió con su meticuloso enjabonado. Estaba disfrutando enormemente de aquella hembra tan caliente. Sobre todo le había satisfecho enormemente el orgasmo que le había provocado sin tocar siquiera su travieso botoncito. Sin duda era una hembra caliente, una jaca a la que no tardaría en montar. Pero a su debido tiempo. Ahora debía limpiar bien aquella fuente de flujos que tenía entre sus piernas.

AAAAHHHH… AAAAHHHH… AAAAHHHH

Irene no era capaz ya de reprimirse o contenerse lo más mínimo. Así que cuando la esponja comenzó a recorrer su intimidad. Comenzó a gemir y a jadear abiertamente, demostrando así lo necesitada que estaba de un buen macho que la montara y calmara así, la caldera que ardía en su interior. No podía creerse lo que la estaba pasando. Apenas si podía moverse cuando se despertó y ahora demandaba con total descaro un nuevo polvo. Sí deseaba que la follaran con urgencia, con rudeza, violentamente, sin carantoñas ni zarandajas. Quería tener una buena polla entre sus piernas que la taladrara y traspasara una y otra vez inmisericordemente, sin piedad. Sólo de ese modo podría apaciguarse su encendido espíritu. Pero no eran esas las intenciones de su subyugante compañero

Éste, ignorando todas las desvergonzadas insinuaciones, seguía enjabonándola con parsimonia. Siguiendo un pesado protocolo que comenzaba en la cara interior de sus muslos, se iba hacia las nalgas y recorría después el cerrado desfiladero que conducía a su ano. Después, la hacía dar la vuelta y quedarse de espaldas a él, y comenzando en su vientre, se acercaba a su monte de Venus para seguidamente, visitar su vulva pero sin acercarse demasiado a la hambrienta grieta que albergaba. En vez de eso la esponja se alejaba de la comprometida zona para finalizar su recorrido donde empezara, en la cara interior de los suaves muslos

Irene separaba bien sus piernas para que la enervante esponja no tuviese ningún tipo de tropiezo pero ésta siempre evitaba lamer los golosos labios. Entonces cuando más exasperada estaba, un nuevo escalofrío la recorrió entera cuando la esponja por fin se decidió a besarlos. A la descarga inicial le siguieron otras pues ahora la esponja no dejaba de explorar la insinuante grieta que tenía ante ella. Cuando la esponja, finalmente se aventuró hacia la entrada de la cálida cueva de la emanaban incontables flujos; el cuerpo de Irene se transformó en una masa convulsa ahíta de placer. Su amo tuvo que sostenerla, sujetando una de sus piernas a la altura de las rodillas, para poder seguir lavándola tan concienzudamente como lo estaba haciendo. En realidad, lo que quería ver, era hasta qué punto podría seguir haciéndola orgasmar tan intensamente. Sólo la dejó cuando Irene, exhausta, se dejó caer.

Completamente agotada, su cuerpo colgaba de las esposas que la ataban al techo. Para evitar lastimarla, su carcelero la desató permitiéndola tumbarse en la bañera hasta que recuperase las fuerzas

Irene nunca pudo dilucidar cuánto tiempo permaneció tumbada en aquella bañera mientras la cálida lluvia de la ducha la ayudaba a recuperarse. Estaba realmente en otro mundo, ajena a todo. Sólo sabía que nunca se había tomado un baño tan relajante en su vida y se dejó llevar por la dulce duermevela en la que se encontraba.

El nuevo carcelero, satisfecho con los resultados obtenidos, decidió dejarla descansar un poquito. Salió de la sala y no volvió sino hasta pasadas unas horas. Cuando regresó, su esclava permanecía adormilada en la bañera bajo la cálida caricia de la ducha. Pero ya había descansado bastante, ahora debía trabajar. Así que abriendo el grifo del agua fría la obligó a recuperar la consciencia.

Vamos niña, ya has descansado bastante

Yo… oh… Lo siento… lo siento mucho señor… me he debido quedar dormida

Y tanto… ¿Has disfrutado del baño ricura?

Sí… sí señor… mucho… (Sonrojándose, Irene no tuvo más remedio que reconocer cándidamente lo que sentía.)

Ja, ja, ja… No hace falta que lo jures, muchacha… Eres sincera… me gustan las muchachas sinceras y valientes como tú

Gra… gracias señor… (Apenas si acertó a responder ante aquel sincero cumplido de aquel desconocido. ¿Sería, finalmente, este nuevo amo más benevolente?)

¿Sabes por qué te he dado un baño tan placentero?

No, señor. No lo sé señor

Para que aprendas y veas que las normas que debes cumplir son para tu beneficio, pequeña puta. Si antes de echarte te hubieses lavado, los azotes no te habrían molestado tanto… Y además te habrías evitado un nuevo castigo

Al mencionar la palabra castigo, Irene se estremeció. Si el suplicio del segundo secuestrador había sido producido por una falta menor, ¿qué le esperaría ahora que había descuidado una de las normas básicas que le habían dado? El miedo se reflejó en sus ojos mientras se disculpaba y suplicaba una vez más

Yo… señor lo siento mucho… señor soy nueva y

No te disculpes esclava. Asume tus faltas. No tendrás clemencia con tus lloros, si acaso mayor severidad en tu disciplina. Si no deseas ser castigada con severidad, cumple tus obligaciones. Ya lo sabes

Perdone, señor… Gracias por el consejo señor

De nada… chiquilla… ya te lo he dicho me caes bien… Levántate, quiero verte de nuevo

Irene se levantó y se colocó en la posición que le habían indicado. Con las manos en la nuca, y las piernas y la boca, ligeramente abiertas. El hombre la examinó y al parecer quedó bastante satisfecho. Sin perder tiempo, la secó bien con una toalla y la sacó de la bañera. Seguidamente, le vendó los ojos y la hizo recuperar la postura inicial. Irene esperaba ser arrastrada a la sala donde la atormentaron la otra vez o que la empezasen a fustigar allí mismo pero nada de eso sucedió

En vez de azotes, sintió un tenue cosquilleo por toda su piel. Aquello no fue lo único sorprendente. Los cosquilleos dieron paso a nuevas y tiernas caricias en los sitios más insospechados. Detrás de las orejas, en el cuello, la espalda… Ya conocía el juego, su amo estaba calentándola a fuego lento como hiciera antes

Perdone mi amo… ¿No me va a azotar?

¿Azotar? ¿Para qué?

Para… para castigarme… señor

No tengas prisa por el castigo, mi niña. Ya lo recibirás a su debido tiempo. Y ten en cuenta que los azotes no son el único método que tenemos para disciplinar a una zorra calentorra como tú… Ahora, sin embargo, no pienses en eso. Voy a hacer lo que antes había venido a hacer… Después de todo, hasta ahora sólo has disfrutado tú… ¿No dices nada putita?

PLASS un sonoro pero suave azotito la conminó a contestar

Yo… Gracias mi amo… Es un honor poder servirle y darle placer

Muy bien, putita. Parece que después de todo estás aprendiendo… Escúchame ahora con atención. No quiero que te corras sin mi permiso. Esto no quiere decir que no te puedas correr, pero antes de hacerlo debes suplicarme que te permita hacerlo. Si no me obedeces en esto, te castigaré muy severamente. ¿Has entendido?

Sí… sí señor… pediré permiso, señor

Irene no se explicaba la actitud de su amo. Decía que la iba a castigar pero lo cierto es que no paraba de darle placer. Y debía de admitir que realmente sabía muy bien cómo darle placer. Antes de que pudiera darse cuenta, de su boca salían ya los primeros gemidos ahogados. Quizás fuese porque tenía los ojos cerrados o tal fuese porque ahora la acariciaba y besaba abiertamente pero lo cierto era que su cuerpo volvía a encenderse de pasión. Notaba cómo se iba humedeciendo su coñito mientras que sus pezones parecían gozar de una pétrea consistencia cuando comenzaron a besarlos.

Ciertamente, los hombres que la habían secuestrado tenían caracteres y modos de actuar muy diferentes. Bueno, este amo le recordaba mucho al primero, salvo que este último hablaba mucho menos y no la humillaba. "Oh Cielos, ya ha llegado…" Un súbito espasmo la acababa de recorrer haciéndola jadear. Su amo, acababa de rozar el endurecido y enhiesto clítoris

Ufff… No… no me he corrido mi amo aún no

No te preocupes putita, lo sé. Pero has de estar más atenta, si no quieres que el verdadero orgasmo te pille por sorpresa… Dime ¿te gusta cómo te trata tu amo?

Síí… Sí señor… es usted muy… muy hábil… uuff… señor

Gracias por el cumplido… Esto es sólo el principio

Irene separó sus piernas para facilitarle a su amo el acceso a su palpitante y chorreante intimidad. Disfrutaba enormemente con sus manipulaciones y se negaba a pensar en cualquier otra cosa que la distrajera del gozo que ahora experimentaba. ¿Se habría convertido en una puta? Tal vez, pero eso ahora a ella no le importaba. Sólo se preocupaba por dos cosas, gozar y no correrse sin avisar a su amo. Éste, no perdía detalle de las reacciones de su esclava. De vez en cuando aceleraba el ritmo de sus caricias, y se deleitaba viéndola estremecerse. Otras, en cambio, las reducía hasta detenerse por completo. Entonces disfrutaba viendo a su esclava mover voluptuosa, sus caderas; mientras su entrepierna, buscaba a ciegas, contactar con aquellos traviesos dedos.

No tardó en introducirle un par de aquellos dedos en la húmeda cuevita que con tanta ansia los reclamaba. Al hacerlo, le pareció que sus suaves paredes aceleraban la producción del sabroso néctar femenino. Aquella lúbrica apertura seguía demandando más atención y un tercer y cuarto dedos comenzaron a internarse tímidamente en el estrecho túnel.

Irene no podía ver las cada vez más osadas manipulaciones, pero aquello no le impedía gozarlo. Sentía como poco a poco la abrían más y más llenándola como nunca. Y ella seguía abriéndose más y más de piernas, separando sus muslos para que nada dificultara el acceso a aquella gloriosa mano que tan bien la atendía. Si hubiese podido mirar al espejo que tenía enfrente suya, quizás se hubiera aterrorizado al observar lo que estaban tratando de hacer.

En efecto, los cinco dedos formaban ahora una cuña y se adentraban poco a poco cada vez más profundamente en la bien lubricada vagina. Parecería imposible pero los distendidos músculos ofrecían cada vez menos resistencia al intrusivo avance. De las falanges, se estaba llegando ya los nudillos. Y una vez sobrepasados estos, el puño entero pasaría a penetrar a la muchacha. Un par de acometidas más y… por fin. La mano entera del amo manipulador, estaba dentro de la joven; recibiendo la jugosa y cálida bienvenida de aquella libidinosa cuevita.

Irene solo gemía y jadeaba ante las certeras acciones de su señor. Se sentía completamente y extrañamente llena y henchida de placer. Su amo no cesaba de masajear su más que duro clítoris y aquello la hacía olvidarse de la insidiosa pregunta que la había asaltado unos instantes antes. ¿Con qué la estaba penetrando? Debía de ser algo realmente grueso, pero ¿con qué? Solamente podía jadear y tratar de dominar su cada vez más desbocado deseo.

¿Te gusta putita? ¿Disfrutas de las atenciones de tu amo?

Sííí… Sí señor

¿Quieres saber con qué te estoy follando?

Irene dudó unos instantes, la curiosidad la se había apoderado de ella. Pero su experiencia con aquellos hombres la hacía ser mucho más cauta y desconfiada. Sin duda debía de haber alguna oscura intención tras aquella pregunta. Pero por otro lado lo estaba pasando tan bien… que sencillamente tenía que descubrir cómo lo estaba haciendo aquel hombre. La curiosidad venció finalmente al miedo y a la suspicacia.

Quítate la venda entonces y mírate en el espejo… Descubre lo puta que eres.

Irene, apenas si daba crédito a lo que veía. La mano de aquel hombre estaba dentro de ella. Un sudor frío la recorría mientras aceptaba aquella realidad. Su mente era una montaña rusa de sensaciones y pensamientos contradictorios. Por un lado estaba el increíble morbo que sentía al verse penetrada de aquella manera. Por otro, el pánico de ser hurgada, arañada y hasta golpeada por aquella mano intrusa. Justo en ese momento, anticipándose a sus temores, el desconocido agitó sus dedos dentro de ella. Pero lo hizo con suavidad, hasta ternura, y un profundo gemido se le escapó del alma.

No quería hacerla daño, sólo deseaba hacerla disfrutar y por dios que lo estaba consiguiendo. Sus miradas cómplices se cruzaron a través del espejo. Ambos descubrieron la libidinosa y morbosa pasión que les embargaba. Uno intentando descubrir las profundidades de aquel tierno coñito, la otra tratando de averiguar sus propios límites, qué estaba dispuesta a hacer en pos de un orgasmo.

Una vez superados los temores iniciales, Irene volvía a entregarse a la firme decisión de su amo. No era ella, ella solo era un mero juguete en las manos de su señor, y se sentía contenta por poder darle placer al satisfacer aquel capricho. Deseó que aquella mano siguiera subiendo, adentrándose hasta lo más profundo de su ser. Y fue complacida. Con extraño deleite comprobó cómo el puño masculino rozaba su cerviz, y lo gozó. Lo gozó como nunca hubiera imaginado pero no se quedó satisfecha. Quería más, mucho más…Sí, ahora que por fin, aquella cosa parecía que estaba totalmente dentro de ella; deseaba ser follada a conciencia, sin reparos ni medias tintas.

Como si adivinara los pensamientos de la joven, el desconocido comenzó a mover su puño. Al principio, lo hacía muy, muy lentamente, pero no tardó en acelerar el ritmo al comprobar la enorme calentura de su hembra. Irene no paraba de jadear y gemir demostrando de este modo el enorme placer que sentía. Para acelerar el proceso, su otra mano comenzó a acariciar el erecto y tremendamente endurecido clítoris. Sabía que su hembra no tardaría en correrse con ese tratamiento y así fue

Por… por favor amo voy a correreme

No, putita. No lo has pedido bien

No… uufff… no puedo más mi amo… (Irene se mordía la mano para ayudarse a contenerse. Claro que no servía de mucho. Empezó a ponerse nerviosa, temiendo no poder cumplir con la orden recibida.)

Pídelo bien zorrita

Nooo… Aaahhh… Por… favor… amo… permítaamme corrermeeiii… (Las piernas le temblaban ligeramente y ella trató de cerrarlas un poco para evitar perder totalmente el control, pero apenas si podía. Ahora estaba realmente preocupada. Apenas si le quedaban fuerzas y la presión que sentía nacer de su entrepierna era ya incontenible. Deseaba liberarse y dar rienda suelta a su placer pero no podía. Aquello se estaba convirtiendo en una cruel tortura.)

¿No puedes más?

Noo… por favor… seeñoor…déjemee… ahh

Está bien… córrete.

AAAAHHHHHH

Apenas si terminó la frase cuando sintió un torrente descender por su antebrazo. Su hembra estaba descargando toda la tensión sexual en un potente y descontrolado orgasmo. Las frenéticas contracciones de su prieta vagina, los desbocados jadeos y los continuos temblores señalaron inequívocamente la llegada de un nuevo clímax.

La joven, exhausta no tuvo más remedio que apoyarse en la mesa para evitar caerse al suelo. Estaba realmente desmadejada, apenas si pudo articular un débil, gracias mientras se esforzaba por recuperar el resuello y la compostura. Debía reconocerlo, aquellos hombres sabían muy bien cómo manejar a una mujer y hacerla disfrutar del sexo. Desde el día que fue secuestrada, había disfrutado de los orgasmos más intensos de su vida; aprendiendo cosas nuevas acerca del sexo y de sí misma. Claro que su amo no había terminado aún con ella

¿Te has divertido de lo lindo verdad, putita?

Antes de que siquiera pudiera contestar. El desconocido, sacó de golpe su puño de las entrañas de la chica. El súbito vacío que sintió fue suficiente para que un nuevo clímax se apoderara de ella. ¿O fue quizás el último coletazo del anterior? El caso es que a Irene le fallaron las fuerzas y casi se cae al suelo. Menos mal que su amo la sujetó, asiéndola de las caderas con ambas manos.

Sí, no hace falta que lo jures… Toma, saboréate ¿Te gustas?

Irene se quedó impresionada por la cantidad de jugos que había en aquella mano pringosa. Si duda, aquello probaba la intensidad de sus orgasmos y lo guarra que era, pensó. No puso ningún reparo y paladeó golosa aquella mano hasta que su amo se cansó de aquello. Se preguntaba cuándo le iba a reclamar la justa compensación por tan magníficos orgasmos y si realmente pensaba castigarla. Lo que su amo le dijo a continuación la fue sacando de dudas.

Dime putita… ¿No tendrás un cálido agujerito donde cobijar a mi desamparado amiguito?

Sí, mi señor

Y antes de que pudiese decir nada más, se enfundó casi de golpe el enorme falo de aquel hombre. Lo hizo tan aprisa y con tantas ansias que del primer intento, se lo tragó casi entero y eso que era bastante grueso y largo. Luego de reprimir las arcadas producidas por su propia urgencia y precipitación, volvió a tragarse el enorme miembro con más calma y dulzura. Quería corresponderle como se merecía, realmente deseaba hacerle la mejor mamada y la mejor cabalgata de la que fuese capaz, qué diablos, las mejores de su vida.

El hombre la dejó hacer, un tanto sorprendido por la solícita actitud de la joven. Además comprobó que una vez recuperada del excesivo celo inicial, la chica sabía muy bien cómo usar la boca. Bueno, la boca, los labios y la lengua, realmente era un portento, una auténtica maestra en las artes felatorias. Hasta le parecía que la joven controlaba voluntariamente los músculos de la garganta cuando llegaba a enfundarse todo su miembro. No sabría describir lo que sentía en esos segundos en los que tenía toda su herramienta profundamente alojada en aquella sedosa garganta. Pero el caso es que se sentía en la gloria.

Tanto es así que prácticamente sin querer, se vino en ella. Los primeros chorros, ni siquiera pudieron ser tragados, llegaron directamente al estómago. Y de no ser por la descomunal cantidad de semen vertida, la chica no hubiera ni paladeado la más mínima gota. Más que un orgasmo, lo que aquel hombre sentía era una auténtica orgía orgásmica concentrada en un instante. Le parecía derretirse dentro de la joven conforme su semilla salía y salía sin parar como si de una fuente láctea se tratara. Una de las pocas veces en las que se sintió verdaderamente ordeñado.

A pesar de la copiosa y abundante corrida, Irene logró mantener bastante bien el tipo. Logró controlar su respiración lo suficiente para tragarse la mayor parte del abundante y sabroso condimento. Unos pocos hilillos llegaron a escapar de la succionadora y voraz boca, derramándose sobre su angelical carita de viciosa, el delicado y sensual cuello y las turgentes y sugerentes tetitas. Claro que no estuvieron allí mucho tiempo. Pues con presta glotonería los engulló.

Aquello suponía un pequeño cambio de planes. En principio, pensaba reservarse un poco para lo que de veras quería. Pero lo cierto es que aquello había estado muy bien. Realmente la hembrita, llevaba camino de ser una de las mejores adquisiciones de todos los tiempos, si no la mejor. Le acarició el cabello como dándole la enhorabuena por tan fantástica actuación al tiempo que la invitaba a seguir jugando con el ahora semi-erecto pene. "Mira el lado bueno, pensó, ahora aguantarás mucho más en su otro agujerito". Y reconfortándose con este razonamiento y recordando el glorioso último orgasmo, la dejó hacer mientras se recostaba en el suelo.

Una especie de orgullo embargaba el ánimo de la chica. De no ser por las circunstancias, Irene estaría en ese mismo momento exultante de satisfacción. Sabía a ciencia cierta que había complacido sobre manera aquel hombre. Y estaba segura de que no era nada sencillo sobrepasar sus expectativas y satisfacerlo de aquella manera. Además, se sentía apreciada. Sus tiernas caricias y su cálida mirada así se lo indicaban. Con gusto se dedicó a reanimar a la amodorrada polla. "Después de todo, razonó, yo llevo tres y él uno. Ha sido uno gordo, pero los míos tampoco han sido chicos. Así, que todavía, le debo dos."

Como no podía ser de otra forma, el apagado miembro; fue ganando en consistencia y vitalidad. Paulatinamente, la sangre fue acudiendo a la insistente llamada de los carnosos labios y la grácil lengüetita. El gigante dormido despertaba suavemente inducido por las sensuales invitaciones. No tardó en recuperar la gloria y la consistencia de antes. En unos deliciosos minutos cinco minutos, el potente falo estaba, de nuevo, listo para la acción.

El experto caballero, no se había mantenido inactivo. Mientras disfrutaba de las hábiles atenciones femeninas; sus manos hurgaban, otra vez, en los sensibles y delicados pliegues. Uno no podría decir si los pringosos labios rezumaban los últimos restos de la corrida anterior o estaban generando néctar renovado. Pero si te fijabas en la extasiada cara de la aplicada muchachita, se te quitaban las dudas.

Dime putita, ¿quieres que te folle?

Sí, mi amo

Y sin dar tiempo a mucho más, Irene se enfundó el codiciado sable hasta la empuñadura. Su amo, la sujetó por las caderas para controlar sus movimientos. Quería ser él el que dirigiese el asunto

No cariño, este agujerito ya lo he usado. ¿No tienes algún otro orificio que poder estrenar?... Al menos por mi parte, claro.

No es que la aterciopelada cuevita de Irene, no fuese acogedora. Lo cierto es que sus suaves paredes aprisionaban con enérgica decisión el sabroso falo, envolviéndolo en infinitos y placenteros abrazos. A pesar la distensión causada por la mano intrusa, los musculosos tabiques habían recuperado su tono inicial y ahora se apretaban contra aquella masa enhiesta con inusitado interés. Si no hubiese tenido una idea preconcebida, sin duda hubiera disfrutado penetrando el estrecho conejito. Pero deseaba ceñirse al plan trazado de antemano y gozar de las delicias de la seguramente más angosta puerta trasera.

Una extraña desazón se apoderó del cuerpo de Irene. Nunca antes habían usado su culito. Y tenía entendido que el sexo anal podía ser muy doloroso si no se tenía experiencia previa. Pero no podía negarse y además, por si fuera poco se había prometido a sí misma satisfacer plenamente todas las demandas de este nuevo y amable amo. Así que sin decir nada, y aparentando una tranquilidad que no tenía se incorporó un poco para cambiar de hoyo.

Sin embargo, a pesar del empeño e interés mostrado, se hizo evidente de que la joven era incapaz de albergar el grueso aparato cómodamente y sin dolor.

¿Qué te pasa mi niña?

No… no me cabe… Lo intento señor pero… no me cabe. No puedo señor

El nerviosismo de Irene se reflejaba ahora claramente en su lloroso rostro. Las lágrimas no habían asomado ya, pero era evidente de que no tardarían en hacerlo.

No llores mi niña. Dime… ¿alguna vez te han cogido por el culo?

No, mi señor. Es la primera vez… señor.

¿Y por qué no me lo has dicho?

Porque… porque no quería desagradarle, señor. Soy… soy su esclava y debo… quiero complacerle en todo mi amo

¿De veras?

Irene asintió con la cabeza; y su amo, satisfecho, se sintió impelido a traerla hacia sí para abrazarla. No le habían pasado desapercibidas sus palabras. "Quiero complacerle en todo mi amo…" Aquella chiquilla, realmente deseaba complacerle. Y eso no era nada corriente en una esclava, quienes normalmente obedecían por obligación. Así que le dio las tiernas caricias y los dulces besos y abrazos que tan bien se había ganado y se merecía.

Ponte de pie contra el espejo y ábrete bien de piernas, zorrita.

Tras unos tiernos y prolongados minutos extra, Irene se dio cuenta de que debía obedecer. Dándole un último y desinteresado beso de gratitud, Irene se colocó como se le había pedido. Su amo la invitó suavemente a inclinarse más sobre el espejo de la pared y a separar un poquito más sus deliciosas piernas. De este modo, la muchacha se quedaba totalmente expuesta, ofreciendo generosamente sus dos estrechos agujeritos a su amo. Además dada la exagerada separación de sus piernas, la joven no podía realizar muchas más acciones sin tener que cerrarlas. Debía pues, dejarse llevar en todo momento, por los deseos de su señor.

Colocándose detrás de ella, sus manos se apoyaron sobre su pecho y su vientre, abrazándola y estrechándola dulcemente, con ternura. Pronto las yemas de sus dedos comenzaron a recorrer la sedosa superficie de su hembra. Con mimo, las expertas manos, exploraron todas las zonas erógenas a su alcance. Mientras, la boca hacía lo propio mordiendo suavemente y besando apasionadamente su cuello y espalda. Quería tranquilizar a su niña, y que gozara, en todo momento, de su desinteresada y libre entrega.

Irene se miraba en el espejo y no se reconocía. No se podía creer que la mujer que con tanto descaro se ofrecía a aquel desconocido enmascarado, fuese ella misma. Pero no podía negar la evidencia, la cara de viciosa que veía reflejada en el espejo, demostraba lo bien que se lo estaba pasando. Sí deseaba entregarse aquel hombre que tanto placer le había dado y que ahora mismo, la estaba llevando otra vez a las alturas. Quiso insinuarse más y facilitar aún más el acceso a su anatomía más íntima. Pero descubrió que no podía, estaba tan abierta que ya no podía abrirse más. Y tampoco podía hacer mucho más pues si se apartaba del espejo de la pared, perdería el equilibrio. Sólo sus caderas se movían ligeramente, imbuidas en una particular y sensual danza.

El erótico juego, continuó hasta que los tímidos gemidos se hicieron ostensibles jadeos. El amo sonrió satisfecho, su caliente hembrita, se había olvidado por fin de los nervios que la atenazaron. Por eso, reduciendo el ritmo de sus caricias, la fue invitando a relajarse. Aquello, le supuso una pequeña decepción a Irene quien ya estaba elevando el vuelo hacia el siguiente orgasmo. Pero era su amo y no ella el que dominaba la situación.

Antes de que siquiera le diera tiempo a expresar su pequeña frustración, un dedo intruso comenzaba el asalto al virginal esfínter. Éste se tensó un poco cuando su dueña, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Pero la exquisita delicadeza con que era penetrada por aquel dedito, las tiernas palabras con que era constantemente obsequiada y el constante picorcillo que experimentaba en su coñito, la ayudaron a relajarse casi instantáneamente.

Una vez que había logrado tranquilizar a su hembra, el tierno violador, comenzó a jugar con un segundo dedo en el nervioso agujerito. De vez en cuando, con su otra mano, masajeaba delicadamente el excitado clítoris, facilitando así la relajación del orto. No tenía ninguna prisa y se tomaba su tiempo antes de introducir un nuevo dedo en el delicado juego. Sus dedos, entraban, salían, giraban, se abrían, y ensanchaban calmada y paulatinamente la angosta entrada. Aprovechaban también, los abundantes jugos vaginales para ir lubricando esta nueva entrada.

Aquello era un cúmulo de nuevas y placenteras sensaciones. Las constantes caricias en aquella zona hasta entonces tan desasistida, la excitaban de un modo tan distinto que la joven, no sabría explicarlo. Le gustaba aquel novedoso juego de un modo extraño, morboso. Hasta entonces, siempre había creído que el sexo anal era siempre doloroso al principio. Y que transcurrido un tiempo, de algún modo, se hacía soportable y a veces placentero para el que era sodomizado, claro. Pero lo que ella estaba experimentando desde el principio era un tibio y agradable placer que poco a poco se iba inflamando. Entonces, su amo dio comienzo a un juego distinto

Sin previo aviso, introdujo su pene en la siempre receptiva y acogedora vagina. Y sin más dilación, dio comienzo a un lentísimo bombeo, como si la follara a cámara lenta. Como no podía ser de otro modo, esto encendió aún más la libido de la chica que comenzó a aullar y chillar sin ningún reparo. Estaba realmente caliente, muy caliente, al borde mismo del éxtasis. Pero el más que pausado vaivén no solo no la permitía alcanzarlo, sino que la excitaba aún más. Con el escaso margen de movimiento que tenía quiso acelerar un poco las embestidas pero su amo impertérrito seguía con su calmoso cabalgar.

Movía sus caderas en círculos, de atrás para adelante, se giraba para mirarlo directamente a los ojos, le suplicaba… nada de lo que ella hiciera, le sirvió para que su amo cambiara su modo de follarla. Ni que decir tiene, que los trabajos proyectados en la puerta trasera prosiguieron sin interrupción alguna. Es más, ahora eran los dos pulgares, los que se encargaban de ensanchar y ampliar la zona de entrada. En algunas ocasiones, los trabajos cesaban brevemente mientras los obreros bajaban a por más lubricante natural. La obra no tardaría en ser terminada

¿Quieres que te joda, niña? ¿Quieres que te dé por el culo?

Sí, por favor. Mi amo

¡Qué zorra eres niña! Pues prepárate que ahí va

Irene cerró los ojos pensando en que iba a ser ensartada con la violencia de un mercancías. Se imaginaba que toda la contención ejercida hasta entonces se transformaría en frenética pasión. Pero no fue así. El capullo se fue abriendo paso por el recto, tan calmada y paulatinamente como lo había estado haciendo por el conducto natural. El gemido que se escuchó en la sala, y probablemente fuera de ella también, no fue de dolor sino de auténtico y genuino placer. El gozo, reducido a su mínima expresión y concentrado. Cualquiera que lo hubiera escuchado, se habría empalmado con solo oírlo.

Era la más deliciosa de las torturas, inmovilizada contra aquel espejo, mientras su esfínter se distendía sin discordia alguna era una sensación única. Irene se sentía cada vez más abierta, pero de algún modo, aquello no la asustaba; la animaba a entregarse más. La gruesa cabeza se fue deslizando sin mayores contratiempos a pesar de lo angosto de la apertura. Sin ni siquiera percatarse, Irene había encajado el fornido capullo en su totalidad.

Ya pasó lo peor, mi niña

¿Ya?

Sí, zorrita, y ni siquiera te has dado cuenta… ¿A que te gusta?

Sí… Mucho… Y no me ha dolido mi amo

La ausencia total de dolor era lo que más la asombraba, bueno eso y la extraña sensación de plenitud que sentía en su culito. No sabía a qué achacarlo si a su propia calentura o a qué; pero realmente estaba disfrutando de la experiencia y deseaba ansiosa que pronto cobrase más vida. Tenía que reconocer que aquel hombre era todo un maestro, no había dejado de darle placer. Sin saber cómo aquel hombre la estaba dominado y subyugando completamente a base de polvos. Sus miradas se cruzaron de nuevo a través del espejo.

Ella era la viva imagen de la hembra fogosa; domada y entregada a los caprichos de su macho. Él, el hombre experto, seguro, dominante; el conocedor de todos los secretos de las artes amatorias; el maestro follador que toda mujer desea hallar en la cama. La autoridad de la que hacía gala le permitía ahora hacer con Irene lo que le viniera en gana. Siguió pues con su metódica y flemática perforación. Sujetando a su jaca por las caderas, para afianzar aún más su dominio sobre ella, la siguió penetrando con desesperante parsimonia.

Irene seguía esforzándose por apremiar a su amo, en vez de eso sintió como entraba el grueso falo palmo a palmo, minuto tras minuto, hasta que lo tuvo alojado en su totalidad. Ahora sí, ahora estaba totalmente enculada. Había dejado de ser virgen por el ano. Pero apenas si pensaba en eso, lo que Irene deseaba ya con desesperación era que la empezasen a follar en condiciones. Deseaba ser taladrada, pistoneada, follada sin compasión ni clemencia, que la jodieran como a una puta, que literalmente, la reventaran a base de polvos. El constante estado de excitación sin final la hacía desear todo aquello y más.

Pero su amo, que sabía muy bien lo que ella quería, no se lo dio. Siguió atormentándola, alimentando la caldera de su pasión con su sosegado bombeo. Si bien este era ahora un poquito más vivo, lo cierto es que seguía siendo excesivamente lento. Por lo menos para la chica. Porque el hombre lo estaba gozando a base de bien. El estrechísimo orificio trasero, aprisionaba y estrujaba su polla de un modo tan dulce que no deseaba sacarla de allí. Lo estaba pasando tan bien que debía hacer grandes esfuerzos por dominarse y no dar comienzo a la salvaje cabalgata que ambos deseaban. Pero había tiempo, y él quería disfrutar de su jaca el mayor tiempo posible. Así que continuó prolongando la extasiante agonía de la chica y su propio placer.

No obstante, el ritmo con que la iba bombeando se fue acelerando paulatinamente, para mayor satisfacción de la joven. Cuando éste comenzaba a ser ya un agradable trote, el amo volvió a cambiar de juego. Ahora, entraba y sacaba el pene en su totalidad cambiando de agujero según le venía en gana. Las raudas incursiones y los rápidos estoques seguían sin satisfacerla plenamente, es más la siguieron enervando aún más si cabe. La pobre Irene estaba empapada en sudor, angustiada por no poder alcanzar el siempre inminente orgasmo. Había decidido que lo mejor era dejarse hacer, disfrutarlo sin más. Pero es que apenas si podía soportar la constante desazón que no paraba de crecer en su entrepierna.

Intentó provocarse ella misma el orgasmo apartando una mano del maldito espejo. Pero su amo se lo había impedido, estaba claro que sería él el que decidiera el momento. Pero este se postergaba cada vez más. Era demasiado hábil, demasiado experto siempre acertaba en el cambio de agujero en el momento exacto. Claro que él no era de goma, tarde o temprano tendría que… tendría que estallar como ella. "Pero cuándo Dios mío, cuándo…" Irene no pensaba ya en otra cosa. Pero si se hubiera fijado, se habría dado cuenta de algunos detalles.

Su amo ya no contenía la respiración, de vez en cuando bufaba. Además estaba sudando tanto o más que ella. Y tenía el rostro azorado, más bien congestionado. No podría aguantar mucho más, no sería humano si lo hiciera. Aquel magnífico polvo, lamentablemente, estaba por llegar a su fin

Incapaz ya de contenerse mucho más, el nuevo amo, comenzó a follarse con furia animal el sabrosísimo culito de Irene. Empujada por la vehemencia de su amo, Irene se vio obligada a apoyar su rostro y su torso en el frío cristal del espejo. Pero en contra de lo que ella misma se había imaginado, aquello no la llevó al orgasmo, la acercó un poquito más pero no la acabó de satisfacer. Era su híper-excitado clítoris el que demandaba las debidas atenciones y las potentes embestidas estaban teniendo lugar demasiado lejos. Irene se sentía morir, incapaz de alcanzar un clímax que llevaba demasiado tiempo esperando. Presentía el próximo final, pero no llegaba y entonces

El mundo se desvaneció. Su amo justo antes de derramarse dentro de ella, había comenzado a acariciar su conejito. No hizo falta nada más. El primer roce le bastó para venirse con una violencia inusitada. El placer se hizo dueño de su cuerpo y no estaba dispuesto a abandonarlo. No es que perdiese el equilibrio o le flaqueasen las piernas, su cuerpo se zarandeaba incontrolado como si sufriera un ataque. Si no se cayó fue porque el cuerpo de su amo estaba pegado al suyo. Ambos cuerpos se debatían juntos tratando de liberar la energía sexual que se había apoderado de ellos. Exhaustos, cayeron al suelo, aún envueltos por los últimos espasmos orgiásticos

Cuando Irene recobró la consciencia, se encontró en el suelo, abrazada por su amo que seguía detrás de ella. Presa de los últimos estertores del prodigioso clímax, apenas si podía moverse. Pero debía hacerlo, su amo pronto le demandaría una limpieza de su miembro y ella quería adelantársele. Saboreó por primera vez su propio culito. No le gustó mucho pero tendría que hacerse a la idea de que a partir de ese momento, lo tendría que saborear muchas más veces. Procuró no pensar en ello y se concentró en recordar la maravillosa follada que había recibido

Límpiate, zorrita. No quiero que te pase otra vez lo mismo.

Sí mi amo… Gracias mi amo.

¿Por qué?

Por haberme hecho disfrutar tanto.

Bueno, eso es algo que te habías ganado. Si te portas bien, te ganarás muchos más regalos como este.

Irene se sonrojó. La sola idea de experimentar algo parecido a lo que acababa de vivir, convertía su coño en una fuente. El reconfortante contacto con el agua la ayudó a relajarse definitivamente. En su cabeza, resonaban una y otra vez las palabras de su amo "Ganarás muchos más regalos como este… regalos como este… regalos como este." Estaba anonadada, acababa de tener una ración extra de sexo y ya estaba pensando en otra… "Me estoy pasando de puta". Pensó.

Si su amo no continuara en la habitación, sin duda se habría hecho un buen dedazo pensando en ello. Pero su presencia le dio corte, además algo le decía que si lo hacía no sería de su agrado. Así que se concentró en su higiene y terminó pronto.

Una vez finalizado el baño, su amo la hizo almorzar y reponer fuerzas. Después la llevó a su camastro. Parecía que todo iba a terminar así. El castigo había quedado olvidado o mejor aún perdonado. Sin embargo, una vez acostada, su amo comenzó a atarla de un modo muy peculiar. Las piernas bien abiertas, sin que pudiese cerrarlas de ningún modo. Las manos y los brazos sujetos de tal modo que aunque podían moverse, les resultaba del todo imposible, alcanzar su entrepierna. Y por supuesto, la cadena que la sujetaba del cuello. Irene no comprendía la razón de todo aquello y llena de curiosidad se atrevió a preguntar.

¿Para qué es todo esto mi señor?

¿Esto…? Esto es tu castigo, zorrita. No todos los castigos son con el látigo o la fusta. Ya descubrirás que hay algunos muchos peores. Este no sé si te gustará… Toma bebe

La cándida muchacha no acertaba a comprender las palabras de su amo. Ciertamente el dormir atada era una pequeña incomodidad pero tanto como un castigo… pues, no. Pero lo comprendió todo cuando se tomó el zumo que le ofrecía su señor. En cuanto lo hizo, el rostro se le encendió, y una intensa sensación de calor se apoderó de ella. Un terrible incendio acababa de nacer en su entrepierna, y no paraba de crecer. Además su amo la estaba colocando una pulguita vibradora en la ya encharcada entrada de su coñito. Una vez instalada, la accionó al mínimo; haciéndola estremecer. No necesitaba más. Aquella iba a ser una noche muy, muy larga… El potente afrodisíaco, y la insidiosa pulguita la iban a mantener bien calentita, pero sin que se pudiera quemar en ningún momento. Siempre al borde del abismo pero sin caer en él. Rozando el orgasmo con la punta de los dedos pero sin jamás alcanzarlo. Un escalofrío la recorrió entera cuando ella misma se imaginó suplicando que la permitieran correrse. Miró a su amo suplicando clemencia, pero ya sabía la respuesta.

Si te portas mal serás castigada severamente y no te gustará. Lo sabes, te lo hemos dicho

Sí mi amo perdone

Estás perdonada, zorrita. Pero el castigo no te lo quitará nadie. Que duermas bien

El amo cerró la puerta tras de sí. Y la sala se quedó a oscuras. Sólo se oía el quedo susurro de la pulguita juguetona y el seco sonido de la joven al revolverse en el camastro. Un pequeño gemido… Iba a ser una noche muy, muy larga