Esclavizada… (el segundo amo)

- NOOO… No por favor no más señor… No puedo… No puedo más, señor… Necesito… necesito descansar… por favor… por favor señor. - ¿Descansar? Yo te diré cuándo puedes descansar maldita zorra. Vives para complacer a tus amos. Así que… compláceme si quieres seguir viva

Esclavizada

(el segundo amo)

NOOO… No por favor no más señor… No puedo… No puedo más, señor… Necesito… necesito descansar… por favor… por favor señor.

¿Descansar? Yo te diré cuándo puedes descansar maldita zorra. Vives para complacer a tus amos. Así que… compláceme si quieres seguir viva

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Tras la marcha de su carcelero, Irene se quedó embobada, sin poder asimilar la realidad de lo que acababa de suceder. Todo lo acontecido le parecía irreal, producto de su fantasía; aunque no tenía muy claro si considerarlo un sueño o una pesadilla. Se entretuvo un tiempo mientras reflexionaba sobre su situación y cómo le estaba haciendo frente. A veces se sorprendía extrañada al recordar sus propias reacciones. Por un lado, se sentía ultrajada, usada, vejada, un mero objeto para el placer de unos extraños. Por otro, en cambio, se sentía plena, saciada, orgullosa de sus aptitudes como mujer y completamente satisfecha sexualmente. Seguía manteniendo una sonrisa bobalicona cuando el sonido del televisor volvió a sobresaltarla.

Como había sucedido anteriormente, el aparato mostraba una nueva escena de sexo. Y como antes, ella era de nuevo la protagonista. Aquello la sacó de su ensimismamiento y rápidamente recordó las últimas instrucciones recibidas. Así que se apresuró a recoger la mesa, colocar los restos del desayuno en la bandeja para finalmente, lavarse y ducharse, como le habían indicado. La ducha se transformó en un baño, que resultó ser mucho placentero de lo que ella se imaginaba. El agua tibia y la espuma del jabón consiguieron relajarla mientras su mente se evadía eludiendo pensar sobre su precaria situación. En vez de eso se concentró en las sutiles caricias que el chorro proveniente de la ducha le proporcionaba con generosa fruición.

Y así fue como dejándose llevar por el agradabilísimo roce del agua Irene se olvidó de todo lo demás y se dedicó a disfrutar del momento. Lo cierto es que tenía muchas razones para estar preocupada, muy preocupada de hecho. Había sido secuestrada y sus captores tenían la intención de convertirla en una esclava sexual. En realidad, ya habían comenzado a entrenarla dándole las primeras instrucciones, usándola a placer y… y esto era lo más embarazoso, haciéndola gozar como a una perra en celo.

Sin darse cuenta de ello, inconscientemente, la esponja se iba deteniendo más de la cuenta en sus zonas erógenas. Tras el reconfortante roce de la esponja, unos dedos traviesos comenzaron a intensificar el relajante efecto del gel, el agua y la espuma. Así, distraídamente, sus dedos daban vueltas y más vueltas alrededor de sus pezones, despertándolos suavemente. Mientras, bajo el agua, la esponja se frotaba con más vehemencia de lo necesario contra su entrepierna. Tenía que ponerse más cómoda, así que separó sus piernas apoyándolas en el borde de la bañera a la altura de las rodillas. Sus pies quedaban ahora fuera de la misma mientras que casi todo su cuerpo se sumergía en la cálida y abundante espuma.

Tampoco tenía que esforzarse mucho en evocar alguna escena caliente. En la pantalla del televisor podía verse realizando una de las mejores mamadas que jamás realizara. Lo más desconcertante era comprobar la lujuria y el deseo que la desbordaban mientras demostraba sus habilidades como felatriz. Se suponía que estaba siendo coaccionada, forzada y obligada contra su voluntad; pero nada de eso se apreciaba en la pantalla. Cualquiera que mirara, no vería sino a una hembra encendida, llena de desbocado deseo, disfrutando de tener a un macho disponible. Si no conociera a la protagonista diría que era una puta demasiado vehemente esforzándose por complacer completamente a su cliente.

Ya había vivido algo parecido no hacía mucho, ¡Joder, si había sido hace un rato! Cuando recordó la primera sesión con el maldito potro… Aquello no podía ser normal. Ella no era así… tan puta, vamos. Cierto que había disfrutado del sexo con su novio pero jamás había estado tan salida. Deseando encamarse de nuevo nada más terminar. Y sin embargo… bueno no podía negar la realidad. Desde que cayera en manos de esos degenerados había disfrutado de los mayores orgasmos de su vida y seguía teniendo ganas de más. Cuanto más disfrutaba del sexo, mayores eran su deseo y sus ansias por repetir. Ahora mismo se estaba haciendo un dedo recordando la primera sesión con su amo deseando volverla a repetir.

Sus propios recuerdos volvían a mezclarse con lo que veía en la pantalla desconcertándola a la par que excitándola. En su mente ya no había espacio para otros pensamientos. Sólo había sitio para el sexo, para el lúbrico placer que imperceptiblemente se había adueñado de ella. No quería reconocerlo pero aquella situación la provocaba de tal manera que la hacía perder el sentido. Efectivamente, no tenía sentido, no tenía lógica pero así era; le gustaba ser un títere en manos de aquel hombre. Le encantaba ser la puta de un desconocido y el recordarlo, el tener que reconocerlo, le iba a proporcionar irremediablemente un nuevo orgasmo.

La habían secuestrado, la habían usado y disfrutado como a una muñeca, la estaban emputeciendo sí… pero estaba gozando como nunca. "Sííí… Qué gustooo… Dios ya… ya… oooh… oooh… aahh…"

¿Te diviertes putita?

La inesperada pregunta la había pillado por sorpresa dejándola paralizada y muda. Su corazón parecía querer salírsele del pecho con sus violentos latidos, la boca se le había secado al instante y un extraño nudo en la garganta le impedía respirar con normalidad. La intensa excitación se había tornado ahora en profunda zozobra y vergüenza. Ensimismada como estaba en la búsqueda de su placer, no se había percatado de la entrada de su secuestrador. Y eso que la puerta de entrada estaba justo en frente de ella.

El cínico carcelero se había estado regodeando por largo rato, disfrutando del espectáculo que tan generosa y candorosamente se le ofrecía. Cuando se cansó del mismo, o más bien cuando sintió que le era imposible contenerse por más tiempo; se dispuso a rematar la faena completando la humillación de su víctima. Irene, visiblemente sonrojada, seguramente le debía arder el rostro; evitaba todo contacto visual con su carcelero. Sin quererlo, la joven no hacía otra cosa que complacer a su captor aún más si cabe. Pues su inocente reacción, incentivaba la libidinosa presunción y la lasciva arrogancia del orgulloso y prepotente verdugo. La tenía a su merced sí, pero ahora había conseguido algo más. Había conseguido algo mucho más importante que su dominio físico, indiscutible desde el mismo momento en que la secuestraron. Ahora, no sólo la tenían humillada, rebajada e indefensa; ahora, además, la controlaba, poseía y domeñaba en cuerpo y alma. Le acababa de arrebatar sin esfuerzo alguno, la poca autoestima que pudiera quedarle.

No te cortes putita, disfruta. Me gusta que mis zorras disfruten con su trabajo. Y en este caso lo tienes más que merecido. Créeme he visto muchas actuaciones y muy pocas alcanzan el nivel de excelencia que has demostrado. Nos harás ganar mucho dinero guapa además de darnos otras satisfacciones más inmediatas. Ya me entiendes de modo que no te cortes, prosigue… prosigue. Lo estabas haciendo muy bien… Si puedo hacer una sugerencia, continúa pajeándote pero mirándome a los ojos.

Yo… ¿Quién es usted?

¿Qué quién soy? Soy tu amo mala puta

Dos sonoras bofetadas acompañaron a la última afirmación. El hombre la había agarrado del pelo tirando de él hacia arriba para tenerla más a mano. Pero lo cierto es que no era el mismo amo. Este era distinto, tenía un antifaz diferente y era mucho más gordo que el anterior. Este tenía una barriga prominente y también era más velludo. Su voz era mucho más grave y áspera. Más intimidante y enérgica llena de duras y veladas amenazas. Había demostrado ser mucho más fuerte de lo que aparentaba. La había levantado y abofeteado sin apenas esfuerzo y sin embargo los sonoros bofetones le quemaban las mejillas. Debía tener cuidado, este nuevo amo era mucho más duro y exigente que el anterior. Por lo menos así le parecía.

La pobre desgraciada, no pudo decir nada más. Las lágrimas brotaban en sus ojos dando salida a la enorme desdicha y congoja que la abrumaba. Incapaz de hacer frente a su carcelero, se agachó y cubrió el rostro con sus manos. No quería otra cosa sino desparecer y que la tierra se la tragara.

Mírame a los ojos niña

Aquello era más que una mera sugerencia o petición, era una orden que no debía ser desatendida. Mas Irene era incapaz de reaccionar; desconsolada, no hacía más que llorar y sollozar abochornada, colmando la paciencia de su dueño.

Verás putita, acabas de demostrarme que no eres más que una fulana. Te gusta follar más que a un tonto un lápiz. De modo que no me vengas con mojigaterías… Enséñame lo que tienes escondido, ya no es tuyo, es de mi propiedad. Soy tu amo, tu dueño y señor y debes servirme complaciéndome en todo. Si no lo haces por las buenas, lo harás por las malas y créeme, no te gustará… Así que deja de llorar, sé una niña buena y muéstrame lo que sabes hacer con esas manitas traviesas y con ese coñito juguetón.

Mientras le hablaba, el desconocido le fue secando las lágrimas y el cuerpo con una toalla; al mismo tiempo, la fue obligando a dirigirle la mirada y a descubrir su cuerpo mientras la llevaba a la silla. El tono empleado era tierno, calmado y dulce, lo que sin duda contribuyó a tranquilizarla; pero al mismo tiempo se seguía mostrando seguro, firme e inflexible, no era buena idea contrariarlo. De modo que la joven se dejó hacer; asumiendo quizás, la veracidad de sus palabras; o tal vez, resignada ante su destino. Irene no era sino una marioneta, una muñeca de carne y hueso en las manos de su nuevo dueño, mejor dicho de su otro amo. Un juguete que debía satisfacer los más bajos instintos de a saber cuántos depravados, pues seguramente habría más.

Cuanto antes asumiera la realidad de este hecho y lo aceptara mejor. Sin embargo era tan vergonzante asumir el rol de una prostituta que una parte de ella se negaba tercamente a obedecer. Sabía que era inútil, que no podría hacer nada por evitar una nueva violación, que su vida misma no le pertenecía; pero allí estaba, la dichosa dignidad pugnando por rescatar y mantener un honor mancillado. Una batalla y una lucha estéril que no obstante debía librar sin saber por qué. Reuniendo todo el valor y aplomo del que fue capaz se atrevió a preguntar

¿Qué quieren de mí, señor? No… no tengo dinero, ni nada que pueda interesarles

¿De veras?... creo que ya sabes qué es lo que me interesa de ti.

Aparte… aparte de mi cuerpo quiero decir… Ya han tenido ocasión de… (Irene se entretuvo un momento buscando el modo de evitar las palabras adecuadas que no ofendieran a su secuestrador y no resultasen demasiado soeces.) … de tomarme muchas veces y no lo han hecho… ¿Qué quieren de mí realmente?

Eres mucho más espabilada de lo que pareces. Sin duda sabes usar esa cabecita linda para algo más que lucir el pelo, espero por tu bien que la emplees bien y con sabiduría. Es evidente que queremos algo más que un polvo o dos aunque sean muy buenos. Estás en lo cierto, queremos que seas nuestra esclava, nuestro juguete sexual por un tiempo hasta que nos cansemos de ti. Tranquila, no pensamos matarte, si eres buena, naturalmente. Hasta puede que te recompensemos por tus servicios si nos complaces adecuadamente y trabajas bien. Lo único que debes hacer es obedecernos siempre, en todo cuanto te pidamos. ¿Entiendes?

Sí… sí… señor. Entiendo… ¿Estaré mucho tiempo aquí?

Ya te lo he dicho, putita, hasta que nos cansemos de ti… Ahora obedece, enséñame cómo se lo monta una puta en celo cuando no tiene un buen rabo a mano

Irene no debía sino aceptar su destino, resignada trató de agradar y complacer a su nuevo amo. Ahogando el llanto, se abrió de piernas todo lo que pudo para mostrar a su señor, el más íntimo de sus encantos. Cierto que no era la primera vez que uno de aquellos degenerados disfrutaba de la vista de su cuerpo desnudo, pero era la primera vez que ella se mostraba así. Era la primera vez que debía exhibirse. Ahora no era cuestión de dejarse hacer, de simplemente sufrir los manoseos y manipulaciones de su primer carcelero. Ahora debía llevar la iniciativa y rebajarse a satisfacer los deseos de un nuevo desconocido. Con el agravante además, de que seguramente, estaría siendo grabada en vídeo y que habría otros extraños más, a los que tendría que complacer tarde o temprano.

Sus dedos comenzaron a jugar con sus sensibles labios inferiores, abriéndolos, para mostrarle a su dueño lo tierno y bien cuidado que tenía su coñito. Quiso llegar pronto al orgasmo pero los nervios y la vergüenza se lo impedían. Le resultaba tremendamente complicado excitarse bajo la atenta mirada de aquel desgraciado que la observaba cubierto tras una máscara. A pesar de los cada vez más frenéticos y ansiosos masajes de sus dedos sobre el receptivo clítoris, le resultaba imposible excitarse. Pensó simular un orgasmo pero al mirar a su nuevo señor comprendió que sería un terrible error. Los ojos de Irene reflejaban ahora la creciente angustia que sentía al no poder cumplir con la orden recibida

¿Qué te pasa putita? ¿No quieres obedecerme? Sólo te estoy pidiendo que goces para mí y no quieres hacerlo. ¿Quieres que te enseñe a ser obediente por las malas? ¿Quieres que te castigue?

NOOO… No por favor señor… Yo… Yo es que no estoy acostumbrada… Me cuesta… Déjeme cerrar los ojos déjeme concentrarme… por favor

Por favor… qué, putita. Me parece que te tendré que recordar buenos modales zorra desobediente.

Por favor señor, amo. No me pegue seré buena. Déjeme cerrar los ojos, señ… amo. Por favor, se lo suplico. Mi amooo.

El descompuesto rostro de la joven lo decía todo. Estaba aterrorizada, lo que sentía era mucho peor que el miedo. Era auténtico pánico, más que el sempiterno terror a lo desconocido, era la asfixiante angustia por no saber lo que aquel hombre sería capaz de hacerle. Algo en lo más profundo de su ser le recordaba que existían innumerables formas de morir dolorosamente. Aquellos ojos fríos, que tan inmisericordemente la observaban con detenimiento parecían acostumbrados a las más atroces torturas. Sentía como era estudiada, calibrada y analizada al milímetro a fin de determinar el mejor modo de hacerla sufrir. Sin duda ahora mismo estaban decidiendo cómo castigarla del modo más doloroso posible y durante el mayor tiempo posible. Y lo peor de todo, era que la desdichada muchacha, estaba en lo cierto. Aquel hombre era capaz de humillarla y atormentarla prolongadamente de mil formas diferentes. Cada una a su vez más dolorosa, cruel y humillante que la anterior. De hecho, era todo un experto en la materia como muy pronto comprobaría

No tuvo tiempo para mucho más. Sin dejarla reaccionar, su carcelero le tapó la cabeza con una especie de saco negro que la dejó a oscuras. Seguidamente fue esposada con las manos a la espalda. No conforme con eso, le ataron los codos uniéndole sus antebrazos y forzando de este modo sus hombros que parecían a punto de dislocarse. Los movimientos de su secuestrador eran rudos, firmes y seguros. No solo sabía muy bien lo que se hacía, también sabía el demoledor efecto que tenía en su víctima semejante trato. No veía sus lágrimas pero sabía que estaba llorando abiertamente, desconsolada y muerta de miedo. No la escuchaba, pero oía el murmullo ahogado de las súplicas incoherentes acompañado por los esporádicos y justificados quejidos que le confirmaban que estaba haciendo bien su trabajo. Apenas llevaba unos minutos con ella pero sabía exactamente en qué estaba pensando

Quería seguir viviendo, aguantar el dolor, la humillación, lo que fuese… pero seguir viviendo. Sobrevivir a aquello era lo único que le importaba en aquellos momentos. Y por ello luchaba consigo misma para dominarse, para no caer derrotada a pesar de la tremenda debilidad que sentía en sus piernas. Luchaba desesperadamente por controlar su respiración y por aplacar los violentos golpes de su corazón. Empleaba todas sus fuerzas en reprimir sus lágrimas y controlar sus esfínteres, temerosa del efecto que el no hacerlo pudiera causar en su verdugo. No quería morir, tenía tantos sueños que realizar, tantas cosas por ver… Su carcelero parecía leerle el pensamiento pues le dijo al oído como si fuese una confidencia: "Tranquila pequeña, no pienso matarte. Pero desearás no haberme conocido"

Lejos de tranquilizarla, aquellas palabras la amedrentaron aún más. Mas no tuvo ocasión de pensar en ellas. Pronto se sintió zarandeada, llevada de acá para allá mientras la dirigían fuera de su celda a quién sabe qué lugar. No fue un trayecto demasiado largo pero sí doloroso. Los continuos empujones y tirones forzaban más las tensas articulaciones de los hombros, lo que le producía un agudo dolor con cada sacudida. Además la falta de visión la desorientaba, dificultando su avance y favoreciendo golpes y tropezones adicionales que su captor sólo le evitaba cuando estaba a punto de caer al suelo. Cuando ya sentía sus brazos a punto de dislocarse, el paseo finalizó.

Nada más llegar y detenerse, la joven víctima se arrodilló pues le resultaba del todo imposible mantenerse en pie. No podía verle pero su carcelero la miró con sorna mientras se sonreía. "Todas hacen lo mismo tras el paseo. La única incógnita es si dejará o no manchita." Pensó mientras se preparaba para trabajar con ella. "Ojalá no deje manchita, las que se dominan son más fuertes y proporcionan mucha más diversión… y beneficios."

Irene sintió cómo le ataban una nueva cuerda a la altura de sus muñecas. Inmediatamente después, tiraban de ella obligándola a incorporarse si no quería que se le dislocasen los brazos. Se esforzaba por no quejarse a pesar del dolor y apenas emitía algunos gruñidos cuando sentía un tirón algo más brusco de lo normal. Su instinto le decía que aquello era lo que su amo quería de ella. Y se imaginaba que si le complacía su suplicio sería menor. Sin embargo, aunque se puso de pie no pudo permanecer erguida. La cuerda que tiraba de sus muñecas seguía elevándose por lo que no tuvo más remedio que doblarse hacia delante mientras rezaba para que no la dejase colgando de aquella manera. Cuando estaba a punto de ponerse de puntillas, el ascenso se detuvo, lo que le supuso un breve descanso.

Su carcelero se acercó para comprobar que el suelo permanecía seco. "Bien, pensó para sí, no se ha meado de miedo. Será una delicia jugar con esta a ver cuánto aguanta…"

El alivio experimentado, pronto fue sustituido por nuevas incomodidades y preocupaciones. La capucha que le cubría el rostro fue retirada tan rápidamente como se la habían puesto, quedando inmediatamente deslumbrada por el potente foco que le iluminaba el rostro. Cuando se acostumbró a la luz, Irene pudo comprobar que su nuevo amo seguía muy atareado con diversos preparativos. No le sorprendió comprobar cómo colocaba y ajustaba dos o tres cámaras de video para grabarla desde diferentes ángulos. Sabía muy bien que habían grabado todas las sesiones que había tenido con su otro captor. Lo que de veras la inquietó fue comprobar como a su alrededor estaban perfectamente colocados diversos instrumentos y artículos propios de un sex-shop especializado en el sado. Intentó hablar pero antes de que pudiera articular palabra, su amo se lo impidió con un gesto

Shiiiish. Puta ya pasó el tiempo de hablar. Ahora cállate y no hagas ruido si no quieres que me enfade de veras. Ya te has hecho bastante mal desobedeciéndome

Quiso responder pero afortunadamente no lo hizo. Un par de lágrimas volvieron a recorrer sus sonrosadas mejillas mientras se mordía los labios para no quejarse. El breve descanso había llegado a su fin. Ahora su verdugo le estaba ajustando unas tobilleras de cuero, a la vez que las unía a nuevas cuerdas. Una vez asegurados los nudos, el nuevo amo comenzó a tirar de las ataduras, obligándola a separar y abrir sus piernas. Lo hacía sin prisas pero sin pausa. Prolongando la agonía de la joven que; veía impotente cómo, poco a poco, perdía el apoyo que impedía que sus forzados brazos soportasen todo el peso de su cuerpo. Lenta pero inexorablemente, las piernas de la joven se iban separando a la par que se tensaban cada vez más los sufridos hombros. Pronto dejarían de sostenerle sus pies a pesar de que los tenía de puntillas intentando así evitar que se le dislocara la articulación. Se mordía los labios, apretaba los dientes intentando contener un grito de dolor imposible de sofocar. Finalmente su verdugo consiguió su propósito cuando Irene no pudiendo reprimirse más, chilló para liberar su angustia.

El cruel verdugo, cesó entonces en su actividad. En realidad estaba impresionado con el aguante de la joven. Realmente, sus pies a penas la sostenían, casi estaba colgando. Si la empujaba un poquito podría hacer que se balanceara sin apenas control. Otras no habrían aguantado tanto sin quejarse, de hecho a muchas de ellas ya les tenía que poner la mordaza para que dejaran de molestar con sus chillidos histéricos. De hecho, tan complacido estaba que se entretuvo un poco más de la cuenta, acariciando el cuerpo de su indefensa esclava. La recorrió entera, desde su cuello, pechos y vientre, hasta sus nalgas, espalda y nuca. Por supuesto, buena parte del tiempo la dedicó a explorar la sensible cara interna de los poderosos muslos. Le agradaba sobremanera, comprobar el enorme contraste que le ofrecían la dureza de los músculos en tensión con la sensible suavidad de su piel. Más arriba, sus dedos se perdieron explorando los intrincados y sedosos pliegues de su entrepierna.

Le gustaba jugar así con las esclavas en su primera sesión con él. Mientras las veía sollozar azoradas de vergüenza y les provocaba más de un gemido. Sabía perfectamente que todos ellos eran de dolor pero él les hacía entender que le parecían de placer. La mayoría se debatían y negaban desesperadamente con la cabeza mientras lloraban y gritaban embozadas pero Irene no. Irene, incluso, podía haberle contestado; pues era una de las pocas a las que llegados a este punto no las había amordazado. Pero no lo hizo, en vez de eso seguía bufando y cerrando los ojos tratando de huir de aquella nueva humillante mentira sin pronunciar palabra como se lo habían ordenado.

Lo que Irene ignoraba es que era la segunda o tercera mujer que había logrado impresionarle llegados a este punto. Una había aguantado sin quejarse hasta ese momento, pero al humillarla con los tocamientos se derrumbó. La otra había aguantado un poco más pero no pudo soportar la mentira y comenzó a rebatirle. Irene había sido la única que había mantenido la calma y seguía estoicamente soportándolo todo. Bueno, había habido otra pero hacía ya tanto tiempo que ya ni se acordaba de ella… Irene parecía tener el mismo temple

¿Quieres que te folle, puta? Contesta.

Con la última orden, vino un sonoro cachetazo enfatizando la necesidad de contestar. Más que el azote en sí. Lo que realmente le hizo daño, fue el brusco e inesperado movimiento de balanceo que tensó aún más los maltratados hombros. Los pies de Irene se debatieron ansiosos a pesar de las fuertes restricciones impuestas por las ataduras de sus tobillos, buscando apoyarse desesperadamente en el bendito suelo. Y con cada desesperado intento, nuevos pinchazos castigaban los tensos ligamentos del hombro, produciendo nuevos espasmos que incrementaban el lacerante dolor. Ahogando sus gritos, Irene logró contestar

AAAMMmmm… Sí… mi amo… Por favor, fólleme… señor

Irene sabía que esa era la respuesta que aquel degenerado esperaba de ella. Así que no dudó en dársela. También le respondió así con la esperanza de que todo acabase lo antes posible. No sabía muy bien cuánto sufriría si la follaba en aquella incomodísima postura. Pero sí sabía que cuanto más tiempo pasase así sería mucho peor. De modo que si la follaba, acababa, y la dejaba en paz; lo daba por bueno. No le quedaban muchas fuerzas más para seguir aguantando. Claro que no fue esa la explicación que le dio su verdugo mientras seguía manoseándola

Sí claro que sí… A todas las putas calientapollas como tú os encanta tener bien lleno el potorro. Solo piensas en correrte, como todas las demás. Pero eso un premio, no un castigo. Y yo te he traído aquí a enseñarte modales. Antes recibirás tu castigo, después tendrás tu premio y te correrás. Te lo prometo. Hasta ahora te has portado bastante bien, lástima que hayas sido tan insubordinada. Créeme, esto me duele a mí tanto como a ti

Por supuesto, Irene ya conocía a su segundo amo lo suficiente como para saber que aquello no era verdad. Si bajaba un poco la cabeza y miraba entre sus piernas, podía apreciar el creciente bulto en la entrepierna de su amo. Y lo de que le iba a doler a él más que a ella… Bueno eso era ya de chiste, claro que no tenía ni pizca de gracia. Sin embargo, su verdugo parecía demorarse en la realización de sus planes.

Ni la castigaba, ni se la beneficiaba. Simplemente se limitaba a manosearla insistentemente por todo el cuerpo. Como si temiera acabar y no poder disfrutar de ella más adelante. La recorría entera una y otra vez, comprobando la tensión en sus hombros, en su espalda, en sus caderas... Verificando que todo se había hecho correctamente, asegurándose de que si la joven seguía soportando el dolor era gracias a su gran entereza y no por algún descuido de su parte. Pero apenas conseguía algún gesto significativo de su víctima. Se había propuesto hacerla chillar, antes de comenzar a castigarla. Era una de sus maneras de divertirse, le gustaba jugar con sus víctimas con pequeños retos inventados por él para la ocasión. Apostaba consigo mismo para ver si era capaz de lograr que su víctima respondiese de cierta forma en un tiempo dado. Hacerla llorar antes de cierto momento, que suplicara antes de terminar de azotarla, que gritara cuando viese cierto instrumento de tortura…Esta vez, se había propuesto obligarla a quejarse antes de cambiarla de postura pero la joven demostraba mucho más aguante del imaginado y él mismo se estaba impacientando. Así que hizo trampas, comenzó a darle pequeños empujones. Los bruscos e incontrolados movimientos supusieron una nueva y cruel agonía. Las tensas articulaciones no cesaban de protestar ante el sobre esfuerzo que se les exigía y la joven no pudo reprimir algunos gemidos de queja. A pesar de su victoria, esta no satisfizo al verdugo. Era consciente de de que había roto los límites autoimpuestos para lograr doblegarla y por lo tanto se sentía derrotado. No obstante los gemidos de la joven le sirvieron de excusa para cambiar de tercio.

El sádico verdugo, no sabía lo cerca que había estado de doblegar a su víctima. Había estado a punto de suplicar que comenzase ya el castigo y la dejase después en paz; cuando sintió como se destensaba la cuerda que le sujetaba las muñecas. En cuanto pudo, sin pensárselo dos veces, se irguió buscando mayor comodidad y descanso para sus brazos.

Irene a duras penas había podido dominarse y en más de una ocasión, deseó chillar a pleno pulmón. Si no lo había hecho, no era por orgullo o fortaleza, sino por el enorme miedo que le inspiraba su verdugo. El mismo miedo que él mismo fomentaba para subyugar a sus esclavas; irónicamente le había dado a ella, las fuerzas necesarias para resistir. Este hecho, le daría mucho que pensar en futuras ocasiones, sin embargo ahora tenía algo más urgente y concreto que tratar. Su víctima estaba ahora en pie, mirando a todas partes tratando de reconocer la sala donde se hallaba.

El verdugo no se lo reprochó ni le hizo ningún comentario al respecto. Simplemente continuó con lo que estaba haciendo. En este caso, le liberó los antebrazos y le quitó las esposas de las muñecas dejándole momentáneamente libres los brazos. Los examinó con detenimiento, comprobando que no tenía ninguna luxación ni ninguna otra lesión. Irene aprovechó su breve libertad de movimientos para masajearse los hombros. Tan grande fue el alivio sentido que cándidamente le dio las gracias a su verdugo. Éste se limitó a sonreír cínicamente pensando en lo mucho que le quedaba por hacer. Y en los nuevos retos que estaba planteando proponerse para más adelante. Ciertamente aquella nena le iba a dar mucho juego.

Una vez se había asegurado del buen estado de salud de su víctima, el verdugo procedió a maniatarla. Esta vez colocando las manos sobre su cabeza. Después, nuevas ataduras por encima de sus rodillas la unían a las poleas que estaban sobre ella. Todo estaba dispuesto para el segundo acto.

Irene aprovechó el breve descanso que le proporcionó su verdugo mientras la cambiaba de postura para estudiar con calma su situación y la sala en la que se encontraba. Lo cierto es que la sala estaba demasiado bien acondicionada para su gusto. Mirara a donde mirara, las paredes estaban repletas de estanterías con todo tipo de objetos y aparatos de tortura. En frente de ella había tres aparatos de televisión en la que ella misma podía verse desde diferentes ángulos. En especial, le disgustó ver un plano detalle de su linda entrepierna. Estaba bien claro lo que querían de ella. Sabía que de nada le servirían las súplicas y que su verdugo no la dejaría tranquila hasta que no quedara satisfecho. Eso la descorazonaba, pues parecía un hombre de gustos demasiado sádicos como para conformarse con unos pocos latigazos y gritos desesperados. Le entraron ganas de llorar y unas tímidas lágrimas recorrieron sus mejillas entre sollozos ahogados. No hubo tiempo para nada más, su verdugo estaba ya listo para continuar.

De nuevo sintió como las cuerdas la obligaban a separar y abrir más sus piernas. Como antes había hecho, intentó sostenerse de puntillas, mas las sogas seguían tirando de ella. No tardó en quedar colgando de sus muñecas. La pérdida del contacto con el suelo la hizo sentirse aún más indefensa y se le escapó un gritito de sorpresa. Comprobó con asombro que las muñequeras no le hacían daño, no le constreñían las muñecas, y que sus brazos podían sostener el peso de su cuerpo bastante bien, de momento. Sin embargo, las cuerdas seguían obligándola a abrirse más y más haciendo su postura cada vez más incómoda. Trató de llevar sus piernas hacia delante, lo que sin duda la dejaría en una posición muy expuesta pero mucho más confortable; pero las malditas ataduras no se lo permitieron. Una vez más, el verdugo demostró su pericia. Las sogas tiraban de sus piernas lateralmente y hacia arriba lo que la obligaba a abrirse completamente como si de una gimnasta se tratara.

Eres muy flexible niña… Eso está bien. Va a ser verdad eso de que eras bailarina… ¿Es cierto?

Sí… sí señor… he estudiado en una escuela de danza… señor

Eso está bien… muy bien. Veamos hasta dónde podemos llegar

La joven fue abriéndose hasta que su cuerpo formó una perfecta T invertida. La postura no era en absoluto cómoda pero Irene podía descansar un poco el peso de sus brazos si se apoyaba en las cuerdas que la sujetaban por encima de las rodillas. Claro que entonces las que se quejaban eran sus piernas que apenas si podían soportar más tensión en sus ingles. "Menos mal que no tengo los brazos a la espalda como antes". Pensó, pero lo cierto era que ésa era la única ventaja de la nueva postura. Antes de que pudiera pensar en algo más, su verdugo le trajo una nueva razón para preocuparse. Comenzó a amordazarla con un gag en forma de bola. Si cuando no estaba amordazada apenas si había podido soportar el dolor, lo que ahora la esperaba debía de ser mucho peor. Atenazada por este razonamiento, su cuerpo se tensó, su respiración se volvió agitada mientras su corazón palpitaba desenfrenado anticipándose a lo que vendría después.

Su carcelero sonrió satisfecho. Su chica estaba respondiendo como él quería. El miedo a lo que les iba o podía hacer era una herramienta muy útil en su trabajo. Y él había aprendido a usarlo con eficacia. A veces lograba subyugar a algunas de sus esclavas simplemente mostrándoles una fusta o un látigo… imaginarse lo que les podrían hacer con esas u otras herramientas era realmente efectivo. En esta ocasión, su chica estaba realmente asustada, pero no lo suficiente. Con deliberada lentitud y hasta parsimonia fue eligiendo la herramienta adecuada con la que comenzar el castigo asegurándose de que su víctima pudiera verlo con claridad. Finalmente, eligió una varita de bambú especialmente fina y flexible. Con ella dio un par de fustazos al aire, haciéndola silbar, y después, se la mostró de cerca.

Por instinto, Irene negó con la cabeza al tiempo que abría desmesuradamente sus ojos. No quería ser azotada con eso, sin duda la mataría si la azotaba con aquella cosa. Intentó suplicar, pedir que utilizara algo menos dañino pero solo se oyeron gruñidos ininteligibles

¿No te gusta mi pequeña amiga? Yo que quería que os conociéseis y os hicieseis buenas amigas…No seas tonta, es muy cariñosa. Ya lo verás cuando te acaricie…Pero ten cuidado no la ofendas, es un poco susceptible y tiene un poco de mala leche… ¿Quieres conocerla?

Mientras hablaba, la punta de la varita fue recorriendo los lugares más significativos de la anatomía de la joven. Las axilas, los pechos, el vientre y por supuesto la siempre deseable entrepierna.

Nggg…ppgg fggvvgg… nngg

Me imagino que eso es un sí

Tip, tip, tip… Con gráciles movimientos de muñeca, la punta de la varita comenzó a picotear la delicada piel de la joven. Eran golpecitos suaves pequeños impactos que apenas si podían considerarse dolorosos, eran más bien una pequeña molestia. Tip, tip, tip… El constante picoteo, comenzando por la cara interna de los muslos fue extendiéndose a lo largo de la pierna dejando una casi imperceptible marca. El suave aguijoneo se fue extendiendo inexorable por toda la pierna derecha. Con metódica exactitud ni un solo centímetro se dejó sin visitar. Ni siquiera la planta del pie fue olvidada. Tip, tip, tip… Poco a poco la blanca piel fue adquiriendo un suavísimo tono sonrosado. Síntoma evidente de que la pequeña molestia iba dejando de ser una mera incomodidad para convertirse en un serio fastidio. Los golpecitos ahora iban produciendo minúsculos incendios imposibles de calmar. Tip, tip, tip…Cada vez le era más difícil permanecer quieta, tenía que moverse un poco para intentar paliar la irritante quemazón de su pierna. Entonces, cuando la joven comenzaba a dar síntomas inequívocos de irritabilidad, tres fortísimos fustazos en la planta del pie le recordaron lo que aquella cosa era capaz de hacer.

Irene a penas podía dar crédito a lo que sentía. Abriendo desmesuradamente sus ojos trataba de sobreponerse al sorpresivo e inesperado castigo. Un dolor agudo y fino más cortante que un cuchillo se extendía por su planta como la súbita deflagración de una explosión. La quemazón se extendió rápidamente por toda la planta del pie siendo imposible mitigar su punzante herida. Desesperada, todo su cuerpo se convulsionaba exasperado tratando en vano de asimilar lo que estaba pasando. A pesar de las severas restricciones que le imponían las cuerdas, su cuerpo se enervaba desesperado tratando de alcanzar un consuelo imposible. Los estentóreos gritos eran ahogados por la mordaza pero nada podía ocultar la profunda angustia que se revelaba en el congestionado rostro. Inconsolable lloraba angustiada, tratando de mitigar su angustia

El verdugo disfrutaba de la escena complacido por la reacción de su víctima. Se mantuvo impertérrito mientras la chica se debatía atenazada por el profundo dolor. Esperó paciente a que éste cediera poco a poco y se transformara en una sorda quemazón algo más soportable. Cuando Irene dejó de convulsionarse reanudó su actividad. Tip, tip, tip… Esta vez era su otra pierna la que recibía las atenciones de la inefable varita con idénticos resultados. Solo que ésta vez, Irene ya sabía lo que le esperaba al final del tratamiento. Tip, tip, tip… Por eso su verdugo comenzó a jugar con su angustia. De vez en cuando, espaciaba un poco más los suaves aguijonazos simulando un golpe mucho más fuerte en la planta del pie. Le encantaba ver cómo Irene se encogía y cerraba los ojos previniendo el fatídico golpe. Pero éste no llegaba. Tip, tip, tip… Y entonces, después del enésimo amago, los tres terribles fustazos volvieron a fulminar a la indefensa joven, llenándola de nuevo de una insondable angustia y desesperación.

Una vez más, el sádico y metódico verdugo, dejó que el dolor se fuese diluyendo lentamente. Aguardó con paciencia a que su esclava dejara de moverse. Sabía que aunque ésta siguiese fingiendo las convulsiones, más pronto que tarde se cansaría. Y cuando se cansase, le resultaría imposible retrasar más la continuación del castigo. Además, cuanto más luchase, más disfrutaría el de una sesión extendida. Tip, tip, tip

Los golpecitos ahora recorrían el costado derecho y la espalda de la indefensa joven. Como siempre se revelaba el carácter metódico y sistemático de su verdugo. Sabía lo que vendría tarde o temprano tras la soportable quemazón que experimentaba ahora. Y era eso precisamente lo que la llenaba de angustia. Anticiparse al inevitable dolor que seguro la aguardaba la llenaba de una profunda e intensa desazón que la mortificaba antes de tiempo. Y de nuevo, cuando menos se lo esperaba… Zas, zas, zas… Esta vez no fueron tres los fustazos recibidos sino seis, y bien distribuidos, para que la quemazón se repartiese bien por su espalda y su costado. De nada servían las ininteligibles y desesperadas súplicas ni las abundantes lágrimas. Cuando por fin dejó de convulsionarse los pequeños aguijonazos volvieron a recorrerla esta vez por la espalda y costado izquierdos.

Tip, tip, tip… Zas, zas, zas… El cruel tratamiento se fue extendiendo con cuidadosa precisión por todo su cuerpo. Brazos, pecho, vientre… Especialmente dolorosos fueron los fustazos recibidos en sus pechos y en su totalmente expuesta vulva. La atribulada muchacha, jamás habría creído posible tanta inquina y frialdad. Tras los últimos fustazos recibidos en su más íntima feminidad, Irene pensó que el castigo había ya finalizado. Al observarse fugazmente en las pantallas de televisión pudo comprobar la casi perfecta simetría con la que habían sido repartidos los golpes. Unas finas y sonrosadas líneas permanecían indelebles en las zonas donde habían sido descargados los fustazos más fuertes. El resto de su sudoroso cuerpo mostraba ahora un pálido tono rosado, un residuo del resto de los aguijonazos. Si ella no hubiese descubierto el despiadado modo de conseguir ese efecto hasta le habría parecido morboso el curioso dibujo que ahora veía en su preciosa anatomía.

El verdugo pareció extasiarse contemplando la perfección de su obra. Quería dejar tiempo a que su víctima descansara y se calmara. A que pensara que con aquello se había terminado el castigo. De hecho hasta simuló guardar y recoger algunos de sus útiles. Pero lo que de verdad estaba haciendo era escoger cuidadosamente la siguiente herramienta que debía emplear… Sí, ya lo tenía estos servirán bien… dándose la vuelta le mostró sonriente el resultado de su elección. Quería asegurarse de que fuesen del agrado de su esclava. A fin de cuentas era ella quién más los iba a disfrutar

Cuando Irene comprendió lo que le estaba mostrando su amo se llenó de angustia. Una nueva y desalmada tribulación le estaba esperando. Sin poder evitarlo, comenzó a suplicar desesperadamente, aún sabiendo que sería inútil. Las lágrimas volvían a bañar su rostro desesperado. Ante ella, su amo exhibía y manejaba con increíble habilidad dos látigos cortos con numerosas colas.

Y así comenzó una nueva ronda de suaves azotazos que avivaban enormemente los suaves incendios prendidos por la varita de bambú. Y como antes, cada ronda era finalizada por tres o seis contundentes azotes que la sumían en la más insondable zozobra. Irene era ya incapaz de pensar en nada más que en la finalización de toda aquella tortura. Sabedora de lo que su verdugo iba a hacer, se desesperaba tratando de que este acelerase de algún modo su pena. Pero más bien fue todo al contrario, el tiempo parecía detenerse e ir más lento cada vez y el temido y deseado final no llegaba. Sí, a pesar de saber que su coñito sería seriamente flagelado deseaba que llegara ese momento pues eso significaría el final de su amarga experiencia.

Y así tras un infierno de aflicción y tortura mortificante, los insensibles látigos lamieron por fin la delicada conchita. Dejándola profundamente irritada y escocida. El tono sonrosado había pasado ya a un vivo tono encarnado. El hormigueo era ahora una ostensible quemazón que no se apagaba. Y por si fuera poco, la incómoda postura era ya por sí misma una tremenda e insoportable tortura. Todo su cuerpo se quejaba y gritaba suplicando un alivio que no estaba en su mano darlo sino en la de aquel hombre desalmado. Sólo podía suplicar una clemencia que estaba segura no llegaría.

Y para su consternación y desasosiego, una nueva y diabólica herramienta de tortura se veía entre las manos de su verdugo. Esta vez, fueron tan desgarradores y desesperados los exasperados chillidos, que ni la mordaza pareció atenuar su intensidad. Nadie hubiese podido creer que eran humanos, pero lo que todo el mundo hubiera asegurado es que eran aullidos de terror.

¿No quieres conocer al rabo largo?...

Preguntó sardónicamente el impasible torturador, mientras le mostraba un largo látigo de cuero. Ni que decir tiene que la muchacha negaba insistentemente con su cabeza, mientras farfullaba suplicando piedad.

No acabo de entenderte… quizás debiera quitarte esto

Por favor… no más… señor… no más

No puedo librarte de la última parte de tu castigo nena… Lo único que puedo hacer es cambiarte un rabo largo por otro

El sarcástico verdugo le mostraba ahora su erecto miembro, orgulloso de su gracieta. Le estaba ofreciendo follar a cambio de una nueva flagelación. Irene no se lo pensó, cualquier cosa antes que recibir la más mínima caricia de aquella cosa. Lo que no pudo adivinar era que el folleteo iba a ser casi tan doloroso como la flagelación y desde luego mucho más humillante.

Sí, no me extraña. Al fin y al cabo no eres más que una puta desvergonzada. Dispuesta a todo con tal de recibir un buen rabo entre las piernas. Pues yo te voy a dar rabo, espero lo sepas agradecer… zorra.

Dejando a un lado el temido látigo, el martirizador se puso detrás de su ajusticiada. Descaradamente, puso su morcón entre la cámara y la jugosa panocha. En la pantalla de televisión podía verse como el grueso vergajo ocultaba los sonrosados pétalos de la vulva. Una mueca de sufrimiento se reflejó en las pantallas cuando el hambriento pene rozó los martirizados labios mayores. Mueca que se vería un par de veces más conforme el vergajo se rozaba contra los sensibilizados pliegues. Con cadenciosos movimientos el verdugo simulaba un coito tierno sin llegar a penetrar a su atribulada esclava. Quería anticiparle una pequeña muestra de lo angustiosa que llegaría a ser esa cabalgata.

Irene no tardó en comprender lo desesperado de su situación. El maldito miembro a penas la había tocado y su coñito ya echaba chispas. No podía evitarlo, ella misma había elegido aquello, y sin embargo ahora lo lamentaba profundamente. Se sentía totalmente ultrajada, engañada y manejada a placer por aquel cínico. Sabía que no iba a disfrutar de aquel polvo pero poco podía imaginarse de lo mucho que le iba doler. Sintió como era empujada hacia delante por el pubis de su amo. Y percibió la dolorosa caricia de sus manos al posarse sobre sus prominentes y castigados pechos.

AAAHHH…. AAYYY

¿Te gusta putita?...

Sííí

Mintió descaradamente, procurando complacer a su amo y suplicando que aquellas manos no se entretuviesen acariciando sus pese a todo enhiestos pezones

Mientes muy mal putita… pero no me importa. De hecho me complacerá mucho escuchar tus aullidos de placer

AAAAAAHHHHHH… AAAAAHHHHH

Aquel bruto, la quiso penetrar de un solo envite. Propósito del todo imposible si tenemos en cuenta lo escasamente lubricado que estaba el sufrido conejito. Sin embargo no cejó en su animal empeño y a pesar de los alarmantes alaridos de su sierva. Una y otra vez su imparable ariete se abría paso a través del cerrado túnel. La en otras ocasiones acogedora y cálida cuevita sufría ahora la intromisión forzada de un taladro desbocado. Cientos de pequeñas heridas y desgarros quedaban tras el paso de aquella insensible herramienta que sólo buscaba su propio placer.

Nada podía hacer la atribulada joven por impedir o suavizar el avance de tan lastimoso mástil. Es más, el propio peso de la muchacha, la empujaba en contra de aquella mole que la mordía en lo más íntimo de su ser. Por más que se agitaba y convulsionaba, no hacía sino clavarse aún más profundamente el pétreo y grueso vergajo. El frenético pistoneo no cesó en ningún momento y al final, tras unos minutos agónicos, la maldita polla se quedó enterrada completamente en la maltrecha vagina.

Ni siquiera entonces tuvo Irene un segundo de respiro, el desalmado carcelero seguía buscando con afán su propio y egoísta placer. Parecía absorto en su bombeo desoyendo completamente los terribles chillidos de la joven. Ésta sentía como le ardía todo el coño, tanto por dentro como por fuera, incapaz de hacer nada para mitigar su tribulación.

En cambio, para el salvaje violador, todo era muy distinto. Él estaba disfrutando de un cálido y estrechito agujerito que le aprisionaba con fuerza su endurecida polla. Además, los constantes chillidos no hacían sino enardecerlo. Y los desesperados intentos de Irene por escapar de su miembro con sus espasmódicas y exasperadas convulsiones, solo aumentaban su insaciable libido.

Afortunadamente para la desesperada joven, las crueles laceraciones comenzaron a proporcionar un minúsculo alivio. La sangre primero y después los propios jugos vaginales comenzaron a proporcionar la lubricación necesaria para que el coito no fuese tan salvaje. Sin embargo, apenas comenzaba a acostumbrarse a los terribles embates sintió como su amo se descargaba dentro de ella mientras jadeaba ostensiblemente satisfecho.

Sin duda ha merecido la pena. Pensaba el egocéntrico violador, mientras saboreaba los últimos estertores de su orgasmo. Realmente había disfrutado mancillando y torturando a aquella desdichada. Y lo peor de todo, deseaba repetir otra agradable sesión con ella. Claro que aún quedaba un último detalle

Qué bien follas putita… toda una profesional… Dime, ¿te has corrido?... No me mientas zorra… si no quieres que me enfade

Irene pensó mentirle, pero después de la advertencia decidió que era mejor decirle la verdad a aquel desalmado

No… no señor… me faltaba un poco

¿Un poco?... Qué puta eres… La próxima vez me pondré viagra para aguantar un poco más y dejarte satisfecha cacho puta… Pero te prometí hacerte gozar así que me voy a asegurar de que te corres por lo menos diez veces como corresponde a un zorrón de tu categoría

NOOO… no, no por favor, no es necesario… señor me… me siento complacida al darle placer… mi amo… soy su esclava no… no tiene por qué darme placer mi amo

Irene buscaba desesperada más y más argumentos por humillantes y vejatorios que fuesen para ella con tal de no recibir más "atenciones" de su amo. Sin embargo, éste tenía muy claro lo que deseaba hacer con ella y prosiguió con sus planes. Antes de que pudiese darse cuenta, Irene tenía besando sus labios la gruesa bola de un vibrador. Éste estaba siendo estratégicamente colocado para hiciera lo que hiciese Irene no dejara de estimular su ahora prominente y excitado clítoris. Rápidamente, su captor, lo puso en marcha y se sentó tranquilamente a observar los efectos en a avergonzada Irene.

Irene estaba realmente abochornada, no era sino un títere manejada a la voluntad de aquellos desalmados. Pero el trato sufrido ahora la hacía sentirse verdaderamente un objeto. Para nada pensaban en ella a la hora de utilizarla. Disfrutaban de su cuerpo tanto si sufría como si gozaba y nada más importaba. Ahora la obligarían a correrse después de haber aguantado durante quién sabe cuánto tiempo incontables ultrajes. Estaba dolorida, aún seguía aguantando la incomodidad de una postura forzada y la quemazón de unas heridas demasiado recientes. Y, a pesar de todo, ahora debía alcanzar un orgasmo. De locos, era imposible… o no tanto.

La incomodidad inicial producida por el monocorde roce de la máquina se fue suavizando imperceptiblemente conforme pasaban los minutos. La naturaleza volvía a utilizar sus sabios recursos y el travieso clítoris no dudó en traicionar a su dueña incitándola a disfrutar de un extraño y nuevo placer. El placer se mezclaba con el dolor despertando nuevas sensaciones que poco a poco la hicieron evadirse de todas aquellas incomodidades y la sumían en la lujuria más absoluta. Mucho antes de lo que hubiera imaginado, el primer orgasmo la alcanzó.

Irene se sorprendió a sí misma al verse así complaciendo a aquel monstruo. Y lo peor era que ahora estaba plenamente segura de que aquello no pararía hasta que no le hubiese dado a su amo los diez orgasmos prometidos por él. Aquello la hacía sentirse más sucia si cabe. Era un muñeco de trapo que ora reía, ora lloraba según la voluntad de sus amos. Y no había modo de cambiar aquello. No fueron tan placenteros estos orgasmos como los que disfrutara con su primer amo. Ahora era mucho más consciente de lo bajo que había caído. Y por otra parte, este nuevo amo, jamás había buscado su placer y bienestar. Si ahora la estaba obligando a gozar, era más por el propio orgullo de conseguir manejarla a su antojo que por desearla algún beneficio.

Sin embargo, inexorablemente los orgasmos se sucedían uno tras otro tal y como habían sido planeados. También esto resultó ser una consumada tortura pues aunque joven, la muchacha iba agotando sus fuerzas y cada vez le resultaba más agobiante y costoso alcanzar el siguiente. Ella misma perdió la cuenta desesperada por llegar al final. Así que dio por bueno el veredicto de su amo quién sin duda se aseguró muy bien de sobrepasar la cantidad estipulada.

Tan cansada estaba que apenas si se dio cuenta del modo en que llegó a su celda. Solo supo que ya no estaba colgada y que tenía ante ella el acogedor y anhelado camastro donde dormía. No obstante, se le requirió un último servicio. Su amo, "había ido allí buscando una simple mamada de su nueva esclava". Y claro no se podía marchar de allí sin ella. De modo que sin saber cómo Irene logró realizar una correcta felación a los ojos de su señor. Al menos, eso le pareció escuchar después de tragarse su leche. Poco después, la más absoluta oscuridad de apoderó de ella. Estaba tan agotada, que simplemente se durmió. Tendría que aprovechar el descanso, no tardarían en requerir sus servicios