...esclavizada, el primer amo...

- ¿Qué quiere de mí, señor? No… no tengo dinero, ni nada que pueda interesarle… - ¿De veras?... creo que ya sabes qué es lo que me interesa de ti. - Aparte… aparte de mi cuerpo quiero decir… Ya ha tenido ocasión de… (Irene se entretuvo un momento buscando el modo de evitar las palabras adecuadas que no ofendieran a su secuestrador y no resultasen demasiado soeces.) … de tomarme y no lo ha hecho… ¿Qué quiere de mí realmente? - Eres mucho más espabilada de lo que pareces. Sin duda sabes usar esa cabecita linda para algo más que lucir el pelo, espero por tu bien que la emplees bien y con sabiduría. Es evidente de que quiero algo más que un polvo o dos aunque sean muy buenos. Estás en lo cierto, quiero que seas mi esclava, mi juguete sexual por un tiempo hasta que me canse de ti. Tranquila, no pienso matarte, si eres buena. Hasta puede que te recompense por tus servicios si me complaces adecuadamente. Lo único que debes hacer es obedecerme siempre, en todo cuanto te pida. ¿Entiendes?

Esclavizada

(el primer amo)

¿Qué quiere de mí, señor? No… no tengo dinero, ni nada que pueda interesarle

¿De veras?... creo que ya sabes qué es lo que me interesa de ti.

Aparte… aparte de mi cuerpo quiero decir… Ya ha tenido ocasión de… (Irene se entretuvo un momento buscando el modo de evitar las palabras adecuadas que no ofendieran a su secuestrador y no resultasen demasiado soeces.) … de tomarme y no lo ha hecho… ¿Qué quiere de mí realmente?

Eres mucho más espabilada de lo que pareces. Sin duda sabes usar esa cabecita linda para algo más que lucir el pelo, espero por tu bien que la emplees bien y con sabiduría. Es evidente de que quiero algo más que un polvo o dos aunque sean muy buenos. Estás en lo cierto, quiero que seas mi esclava, mi juguete sexual por un tiempo hasta que me canse de ti. Tranquila, no pienso matarte, si eres buena. Hasta puede que te recompense por tus servicios si me complaces adecuadamente. Lo único que debes hacer es obedecerme siempre, en todo cuanto te pida. ¿Entiendes?

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Irene se despertó sobresaltada. Había tenido una terrible y extraña pesadilla. Una pesadilla muy vívida, muy real. Se incorporó en la cama y descubrió que no había sido una pesadilla increíblemente realista. Lo que empezaba a recordar a través de inconexos y fugaces recuerdos, no eran sueños; había sucedido realmente. Mejor dicho, estaba sucediendo. Había sido secuestrada y ahora se encontraba atada a una cadena que la sujetaba por el cuello.

El súbito descubrimiento de su cautividad, la oprimía y angustiaba sobremanera. Le faltaba el aire y le palpitaba el corazón. Sencillamente, estaba aterrorizada. Sentía mucho más miedo ahora que cuando despertó después de… después de ser secuestrada por los hombres de la furgoneta. ¿Cuánto tiempo había pasado? Se preguntó… Recordaba haber visto un reloj, un despertador… Aquel recuerdo le trajo sensaciones contradictorias. Por un lado, se sentía ultrajada, engañada, manejada por el capricho de un desconocido; por otro, recordaba haber experimentado el mayor placer sexual de su vida. Se azoró cuando descubrió que, inadvertidamente, había lleva su mano a su entrepierna. Y rápidamente la apartó con brusquedad.

Estaba enfadada consigo misma. ¿Cómo podía excitarse con aquel recuerdo? Tenía hambre… aquella necesidad la apartó de sus oscuras cavilaciones. A tientas, buscó un interruptor o una lámpara que le permitiera ver dónde estaba. Finalmente lo encontró, y pudo descubrir el cuarto en el que la habían encerrado. No era un cuarto grande, más bien pequeño pero diría que más grande que una celda de una cárcel. Claro que ella nunca había estado encarcelada y no podría decir cómo eran de grandes las celdas de una prisión. La habitación, sin ventanas, disponía de una simple bombilla para su iluminación. Disponía de un sencillo lavabo, una bañera y un aseo en la pared de su derecha. A su izquierda, no había nada sólo una fría pared enyesada con un inmenso espejo encastrado en ella. Frente a ella, la pared que cerraba el recinto, con una puerta metálica que seguramente estaría cerrada por fuera. En cualquier caso la cadena le impediría acercarse a la puerta. Le sorprendió descubrir en la misma pared, colgado a bastante altura, un televisor; pero ahora estaba apagado. Sin embargo lo que atrajo toda su atención fue la mesita que se hallaba en el centro de la sala. A pesar de su reducido tamaño, descubrió en ella lo que necesitaba, una abundante provisión de fruta, leche, agua, pan, cereales… Fuera quien fuese quien la hubiese secuestrado, no la quería dejar morir de hambre. Al menos era un consuelo, pensó.

No tardó en satisfacer su hambre. Con gran avidez satisfizo su apetito y su sed. De hecho, se sentía más sedienta que hambrienta. ¿Sería por la enorme cantidad de flujo expulsada durante aquellos intensísimos orgasmos? Se ruborizó al recordar la magnitud de su placer y se recriminó por ello. ¿Cómo podía recordar aquella humillación como algo gozoso? No podía… sin embargo, lo hacía. No quiso seguir pensando en ello y se centró en su desayuno, al menos para ella lo era. Una vez totalmente satisfechas sus necesidades más acuciantes, el desasosiego se apoderó de nuevo de ella. Lo cierto es que su vida estaba en manos de un desconocido pervertido del que apenas sabía nada, salvo que más pronto que tarde la iba a violar. Lo que más la inquietaba, no era que la ultrajasen, sino lo que pasaría después. La habían secuestrado y la tenían retenida en algún tipo de almacén o nave industrial. Sin duda, su secuestrador tenía otros planes para ella, planes mucho más perversos y siniestros que una simple violación. ¿Para qué tomarse entonces tantas molestias? Estos inquietantes pensamientos eran los que la agobiaban y angustiaban y la falta de respuestas no ayudaba en absoluto. Paseó por la sala comprobando la libertad que le proporcionaba la cadena, no era mucha. Podía llegar al lavabo y al aseo pero no a la bañera. La pared del fondo le estaba restringida. Exploró un poco más sus nuevos dominios pero no mucho. Aún se sentía cansada, y somnolienta, decidió echarse en el sencillo camastro. A pesar del miedo que seguía dominándola, se dejó arrastrar por el sueño hacia la inquietante paz de la inconsciencia.

Cuando recuperó la consciencia, un extraño sonido llenaba la estancia. Adormilada aun, con la cabeza embotada por el pesado sueño, no era capaz de discernir ni entender su procedencia y significado. Poco a poco fue recordando dónde estaba y descubrió la procedencia y significado de lo que escuchaba. Asustada se incorporó del camastro tratando de cubrirse con la fina manta que le habían dejado. Alguien había entrado en la habitación mientras ella dormía y ahora tenía ante ella un suculento almuerzo. Pero lo que la dejó helada fue la pantalla del televisor. Ahora estaba encendido, pero no era un programa normal de televisión lo que se veía. Proyectaban una escena especialmente escabrosa de una película pornográfica. Una película que la hizo recordar todo lo que había pasado.

Se podía observar los rítmicos y sugerentes movimientos de una joven cuidadosa y artísticamente atada que le daba la espalda a la cámara. Si ya observarla era tremendamente sugerente, oír los incesantes gemidos y jadeos de placer, hacían la escena especialmente tórrida. Irene no necesitó mucho más para descubrir de lo que se trataba. Sabía que la joven estaba subida en un extraño potro y que estaría totalmente azorada tratando de reprimir un tremendo orgasmo. De hecho, ella misma se sentía tremendamente avergonzada por seguir mirando aquella película que irremisiblemente y muy a su pesar la excitaba. Una extraña corazonada la hizo interesarse aún más en la proyección. Conocía muy bien los rasgos de aquella muchacha, le eran demasiado familiares como para no reconocerlos. La cámara giró a su alrededor enfocando a la joven en una lenta panorámica desde su entrepierna, pasando por su vientre y pechos, hasta su cara; desvelando la identidad de la protagonista. Era ella, la habían estado grabando mientras jugaban sádicamente con ella.

Aquel descubrimiento la excitó y aterrorizó a partes iguales. Por un lado, desconocía los verdaderos planes e intenciones de sus captores. Era evidente de que había más de uno, así como que lo que estaban haciendo con ella estaba más que planeado y organizado. Por el contrario, le parecía imposible que ella pudiese ser la protagonista de una escena de sexo tan caliente. Lo cierto era que el sonrojado rostro que Irene exhibía en la pantalla sólo era comparable con el que ahora ella misma veía reflejado en el enorme espejo. Se admiraba al contemplar su propio rostro henchido de placer y escucharse gemir y aullar con tanta lascivia. Inconscientemente su mano se fue escurriendo por su vientre hasta esconderse entre sus cálidas piernas buscando al díscolo botoncito que se escondía en su húmeda gruta y que al mismo tiempo, le proporcionaba tanto gozo como vergüenza. Las imágenes en la pantalla se mezclaban ahora con sus propios recuerdos llenándola de una inusual lujuria y desconcertante placer sensual. Sin embargo, lo que vio a continuación la dejó de piedra, completamente hipnotizada a la pantalla.

Lo que ahora veía era completamente nuevo para ella pues apenas recordaba algo más allá de aquellos instantes, pues todo lo demás se había perdido en una nebulosa inconsistencia. Más le había parecido un sueño que realidad y sin embargo, ahora lo tenía delante de ella reflejado en la pantalla del televisor. La evidencia irrefutable de su lascivia. Su cuerpo enervado, tenso temblando ligeramente en cientos o miles de micro espasmos orgiásticos, su voz profunda, ronca quebrada por un placer inenarrable mientras de su propio coñito manaban incontenibles chorros y más chorros de jugo transparente, néctar de placer evidencia inequívoca del enorme placer experimentado. Irene no podía apartar su mirada hipnotizada y asombrada por la magnitud de lo que veía. No podía ser cierto y sin embargo las pruebas eran irrefutables. Hasta se sorprendió al conocer la razón de las tremendas marcas de látigo encontradas en su cuerpo. Durante aquel glorioso trance, la habían azotado violentamente y ella ni se había enterado. Y allí estaba el registro visual y sonoro que confirmaba y atestiguaba la increíble magnitud del orgasmo más intenso y prolongado de su vida. Orgasmo que estaba a punto de emular de nuevo en medio de aquella sala en la que estaba presa.

"¿Cómo podía estar gozando de su propia humillación? La habían forzado y ahora lo disfrutaba dándoles la razón. Era una vulgar ramera hambrienta de sexo". Consciente de lo que acababa de hacer y envuelta en sus remordimientos, comenzó a llorar amargamente. "¿Tendrían razón los degenerados que la habían secuestrado? No claro que no, pero entonces… ¿Cómo es que disfrutaba viéndose? ¿Cómo es que deseaba repetir la experiencia?" Ya no estaba segura de nada, dudaba de todas sus convicciones hasta comenzaba a plantearse si realmente deseaba escapar de allí. Finalmente impulsada quizás por el hambre, escapó de sus angustiosas recriminaciones tomando un opíparo desayuno. Comprobó de nuevo, que sus captores la deseaban sana y con vida pues la abundancia y la calidad de los manjares servidos así lo indicaban. Estaba todo tan sabroso y rico que le costaba trabajo decidirse entre unas viandas y otras. Esto al menos la distrajo de sus amargas cavilaciones. Cuando hubo finalizado, una agradable somnolencia la invitó a echarse de nuevo en su camastro. No se opuso a ella, era mejor dejarse llevar y olvidarse de todo. Ya llegaría el momento de preocuparse se dijo mientras se cubría con la manta.

Apenas si había cerrado los ojos cuando oyó que se abría la puerta de su celda. Su carcelero entraba en ella con una amplia sonrisa dibujada en el rostro, aún así no podía identificarle pues seguía llevando un enorme antifaz. Tampoco llevaba camisa, por lo que se quedó verdaderamente impresionada al observar el musculoso y poderoso torso de su captor, sin duda era un hombre fuerte. Tenía algo de vello en los pectorales y en el vientre pero no era mucho. El conjunto en sí era bastante agradable, incluso atractivo. En otras circunstancias Irene se habría planteado seriamente coquetear con él.

"¡Cielos! ¡Qué estoy pensando! ¡Qué vergüenza! Espero que no se dé cuenta de mi sonrojo." Afortunadamente para ella, su carcelero pareció no darse cuenta. Por lo menos, no hizo mención de ello.

¡Vaya! Tenemos apetito ¿eh? Eso está muy bien putita. Me gusta que te cuides y una buena alimentación es la base para estar sanos, también lo es el ejercicio por eso he venido vamos a hacer un poco de ejercicio ¿Qué te parece?

Asustada por la presencia de su secuestrador, Irene debió reunir todo el aplomo del que fue capaz para poder contestarle y evitar así males mayores. Estaba casi segura de que su vida no peligraba de momento pero el porte de aquel desconocido y su fría sonrisa la intimidaban de un modo que no era capaz de comprender.

Por… por favor señor… no me haga daño

¿Acaso te he tratado mal? ¿Tienes alguna queja por el trato que estás recibiendo?

No… No señor… (logró decir evitando mirarlo)

¿Entonces qué te pasa? Ah… Ya sé lo que te pasa... Estás nerviosa porque no conoces las normas

"¿Normas? ¿Qué normas? ¿Acaso estaba en una cárcel? ¿Qué clase de degenerados la habían capturado? ¿Qué podría hacer entre esas cuatro paredes?" Las preguntas se sucedían unas tras otra en su mente mientras trataba de asimilar lo que le estaba pasando. Le costaba asumir la idea de que quizás no volviera a ver el mundo, por lo menos a caminar libremente por él. Cuando logró salir de su ofuscación inicial, se dio cuenta de que su carcelero le estaba poniendo frente a ella un papel escrito. Sin duda, su interlocutor deseaba que lo leyera. Como se imaginaba el escrito era una especie de decálogo, lo que primero le llamó la atención fue el título: Manual de buen comportamiento para esclavas primerizas.

1º Deberás mostrar siempre educación y respeto al dirigirte a tus superiores correctamente utilizando los títulos de amo y señor; o ama y señora, según corresponda.

2º Obedecerás a tus amos en todo, sin protestar y de buena gana. Tu única preocupación es satisfacer todas las necesidades y deseos de tus superiores.

3º Cuidarás de tu salud, higiene y bienestar físico y mental, ingiriendo el alimento que se te suministre, practicando activamente ejercicio en las horas indicadas y descansando cuando así se te indique.

4º Después de cada sesión de ejercicio o después de servir a tus amos deberás asearte lo más pronto posible para volver a estar disponible rápidamente después del periodo de descanso.

5º El incumplimiento de estas normas conllevará severos castigos con el fin de corregir tu actitud, por lo que deberás agradecerlos.

Como podrás comprobar, putita, son normas de comportamiento muy sencillas. Y no son muchas, así te será más fácil recordarlas y obedecerlas. Te conviene ser obediente, créeme, no te gustará ser castigada. Todos los castigos son severos y nadie se olvida de ellos cuando los sufren… Mejor que no los pruebes… Bueno, a lo que veníamos. Es la hora del ejercicio matutino. Levántate y coloca las manos en la espalda

Aturdida, Irene obedeció sin pensar en lo que estaba haciendo. Estaba asumiendo que ella no era ya la dueña de su destino, ni siquiera la dueña de su propio cuerpo. Estaba asumiendo su condición de esclava, un juguete sexual en manos de unos desconocidos. Pero ella no pensaba en eso, simplemente tenía que obedecer. Estaba realmente atemorizada por la perspectiva de ser castigada. Algo la decía en su interior que aquel hombre que hasta el momento no la había tratado con demasiada violencia sería capaz de cosas demasiado atroces como para creerlas. Y no estaba dispuesta a comprobarlo, claro que tampoco imaginaba las muchas cosas que le iban a exigir. Cuando empezó a ser consciente de su realidad, ya estaba perfectamente maniatada. Al mirarse en el espejo pudo apreciar el meticuloso y artístico trabajo de su amo. No era una simple atadura con un recio nudo, la cuerda después de unir sus muñecas, seguía rodeándola una y otra vez por su vientre y pecho dibujando una sugerente figura que le confería una mayor sensualidad a su ya hermoso cuerpo. Se podría decir que en realidad la habían vestido con un cordaje sexy y que más incomodarla, aquella cuerda la embellecía tanto como la excitaba. Nuevamente se admiró de la delicada destreza de su carcelero pues a pesar de que la cuerda restringía e impedía el uso de sus manos, se sentía cómoda y tenía la sensación de que podría estar horas sin sentirse molesta por estar así atada. Tan embelesada estaba apreciando el trabajo estilístico de su carcelero que éste tuvo que llamarle la atención para que atendiese a su primera obligación

Frente a ella, más bien a sus pies, tenía un caballete parecido al que ya montara el primer día. La única diferencia consistía en que éste no tenía patas que lo alzasen del suelo por lo que poniéndose en cuclillas, se dispuso a montarlo de nuevo. Pronto comprobó que aunque disponía de más margen de movimiento, le seguía siendo imposible escapar de la dulce vibración que de nuevo la embargaba. Si estas iban a ser las "duras" sesiones de ejercicio que tendría todos los días a partir de ahora… bueno que no se iba a quejar… "¡Mejor que el Fitness, el Pilates y la madre que los parió!" Pensó, mientras se ponía más cómoda arrodillándose a horcajadas. Irene apenas se reprimió y comenzó a mostrar el enorme disfrute que le proporcionaba el aparato. Dejándose llevar, cerró sus ojos, se mordió los labios y comenzó a mover sus caderas pausada y cadenciosamente como si realmente estuviese montando a su novio. No tardó en gemir quedamente, su mente volaba muy lejos de allí evocando situaciones reales o soñadas con los amantes más dulces.

Unas suaves caricias la trajeron de vuelta a la realidad, haciéndole abrir los ojos, su carcelero la obligó a mirarle. Parecía complacido y satisfecho y hasta podría creer que la miraba con algo de ternura. Le sujetaba la cabeza con suavidad, al tiempo que la sonreía… "De bien nacidos es ser agradecidos", le dijo al tiempo que con la mirada la invitaba a mirar en la dirección correcta. Ni siquiera se había percatado de con qué la estaba acariciando con tanta suavidad. Había usado su pene para despertarla de su dulce sueño. Pero no le importó, todo lo contrario mostrando una amplia sonrisa se dispuso a mostrar la debida gratitud. Si hubiese tratado de forzarla o de obligarla de algún modo a chupársela no habría conseguido mejores resultados. Aún le quedaba algo de dignidad y de espíritu de lucha; sin embargo, se lo estaba pidiendo del mismo modo como se lo podría haber pedido su amante. Además para qué negarlo, aquel hombre le había proporcionado los orgasmos más gloriosos de su vida y de nuevo la estaba haciendo gozar. Realmente tenía mucho que agradecerle, no la había ultrajado con violencia; todo lo contrario, más bien parecía que trataba de convencerla para que fuese su amante. Ciertamente no había sido nada delicado al secuestrarla pero desde entonces y ahora… estaba siendo tremendamente delicado.

Ya fuese por unas razones o por otras, el caso es que la joven se rindió ante las pretensiones de su amo. Como no podía utilizar sus manos comenzó a besar y lamer con dulzura el, por el momento, flácido miembro de su amo. No le resultó difícil lograr que cobrase vida. Los tiernos besos y suaves lametones fueron despertándolo poco a poco, sin sobresaltos, invitándolo dulcemente a que se levantara y disfrutara de los carnosos labios que tenía ante sí. La cálida boca de la muchacha se le ofrecía tentadora, un agradable lugar donde descansar la cabeza mientras la lengua te masajea dulcemente, ninguna polla que se precie sería capaz de rechazar semejante ofrecimiento.

Progresivamente el inquieto miembro fue cobrando consistencia, animado por las insistentes caricias. Continuó creciendo en fuerza, grosor y altura, alzándose orgulloso, poderoso, victorioso retando a la mismísima fuerza de la gravedad. Se encontraba ahora enhiesto y firme apuntando obstinadamente a la cara de la joven, dispuesto a acometer las más duras empresas. Sufría estoico las provocaciones de la sinuosa, inquieta y juguetona lengua de la joven. Soportaba el ataque de unos labios que ahora lo recorrían en toda su longitud y que seguían enervándolo con sus suaves roces y caricias. Como toda respuesta, el sufrido miembro palpitaba amenazante, endureciéndose con cada latido alcanzando una consistencia pétrea, como hacía bastante tiempo que no alcanzaba. Estaba ansioso por entrar en la sedosa y aterciopelada boca que lo había despertado con sus libidinosas atenciones. Pues aunque los carnosos labios no habían cesado en sus besos y abrazos; no le habían permitido aún el paso a la cálida cuevita que custodiaban. Una y otra vez, los sensuales labios, seguían recorriéndolo en toda su gloriosa longitud, midiéndolo, estudiándolo, admirando su portentosa grandeza. Pero siempre lateralmente, nunca lo habían rodeado para calibrar su grosor sellándolo a la boca a la que pertenecían. Ahora la joven, intentaba inútilmente rodear con su lengua el tronco del monstruo que, completamente despierto, se mostraba en todo su esplendor. El falo, se exhibía poderoso, amenazador como si se tratara de una intrépida barrena dispuesta a taladrar y descender hasta las mayores profundidades o de un insistente ariete capaz de asaltar y penetrar en cualquier fortaleza.

Irene había demostrado así una maestría insospechada en el arte de la felación propio de verdaderas profesionales. De vez en cuando lanzaba miradas furtivas comprobando así la efectividad de su técnica. Sabía sin embargo, que ya no podía demorar más la introducción de aquel pedazo de carne que obstinado, no cesaba de apuntarla. Antes de que le llamaran la atención, decidió engullirlo. Pero el aparato había cambiado mucho desde que lo besara o lamiera por primera vez. Lo que antes le hubiese cabido sin apenas esfuerzo, ahora requería de una mayor destreza. Primero se introdujo el glande apretándolo con fuerza sin morderlo, lamiéndolo y succionándolo reiteradamente como si se tratase del chupa-chup más delicioso del mundo. A continuación con la misma meticulosidad con la que había empezado la mamada fue descendiendo en busca de la base. Sus labios seguían apretados en torno al cálido y duro tronco al tiempo que los carrillos se cerraban uniéndose al paladar y la lengua en su labor constrictora. El pene se veía así apretado y constreñido dentro la cavidad bucal mientras seguía su avance hacia la garganta. Cuando su cabeza rozó la campanilla se detuvo en su avance un momento como si necesitara tomar impulso.

El tiempo pareció detenerse mientras Irene decidía si dar o no el siguiente paso. Tenía miedo de seguir engullendo, el que se le hacía cada vez más, enorme trozo de carne. Debía tomar aire, relajar los músculos de su garganta y vencer las arcadas, que seguro, vendrían a continuación. Si no tenía cuidado podría estropearlo todo vomitando sobre el hombre que la dominaba. Sí tenía que reconocerlo, aquel odioso hombre se había convertido en su amo. Era dueño y señor de su cuerpo y su destino. Y cada vez más, dueño también de su mente. Sin quererlo reconocer del todo Irene era cada vez más consciente de que no estaba actuando así por coacción sino que algo en ella misma la estaba impulsando a someterse. Avergonzada ante esta realidad, reconociéndose dominada, Irene imploró con la mirada la ayuda de su amo.

Aquel instante de vacilación lo le pasó desapercibido al experto carcelero. Hasta entonces se había dejado llevar ante la desconcertante iniciativa mostrada por la joven. Lo cierto es que no se había mostrado tan pasivo desde hacía mucho tiempo, no recordaba haber recibido una mamada tan buena de ninguna esclava primeriza, ni de otras más expertas. Había quedado tan deslumbrado por la calidad del trabajo recibido que simplemente esperaba ansioso la siguiente sorpresa. Por un instante él mismo también se debatió ante un dilema, dejarla continuar o tomar la iniciativa y enseñarla a engullir completamente su banana. Si bien la segunda opción era tentadora; se demostraría así, una vez más, quien mandaba en la sala. Lo cierto también, era que de ese modo se perdería para siempre, el extraño embrujo que hasta el momento había ejercido aquella increíble y sorprendente mamada.

Ambas miradas se cruzaron llenas de angustias, dudas y deseo. Ambos temían romper el extraño hechizo que ahora los unía. Ambos dudaban ante el siguiente paso que debían dar. El deseo se había apoderado de ellos y ahora era el dueño de sus destinos.

Vamos, putita, que tú puedes

El amo se había decidido, había decidido no romper el embrujo de su esclava. Con una sonrisa la había animado a que continuara sin miedo. Estaba muy contento con su labor y sabría recompensarla si seguía esforzándose así. Eso es por lo menos, lo que entendió Irene. Ciertamente podría haberla empujado contra él pues una de sus manos mesaba ahora suavemente sus cabellos. Espoleada con renovados ánimos, Irene resolvió sus dudas. Lentamente pero con decisión, la joven fue reduciendo la distancia que la separaba del pubis masculino. La imponente estaca encontró su camino en la angosta garganta femenina que involuntariamente comenzó a masajearla. Sin embargo Irene supo dominarse y controló las incipientes arcadas. Estaba a punto de lograr su meta apenas si le faltaban algunos milímetros pero le resultó imposible besar la base de aquella mole que le perforaba el esófago. Sin aire, la joven se vio obligada a retroceder para un segundo intento. A pesar de la momentánea derrota Irene no perdió la compostura y supo aprovechar el momentáneo receso para seguir jugando con su lengua. Dos intentos más obtuvieron resultados similares, sin embargo Irene no cejaba en su empeño. Aunque minúsculos en cada intento había logrado pequeños progresos; en cada intento había logrado avanzar un poco más. Así fue que en el cuarto intento la nariz de la muchacha llegó a rozar el ansiado pubis de su amo.

Impresionado por la habilidad y determinación de su esclava, el amo la felicitó con una amplia sonrisa. Sujetándola ahora con suavidad la fue ayudando en el cadencioso vaivén que vino a continuación. De vez en cuando, y siempre siguiendo la iniciativa de la joven, la estrechaba contra sí durante unos segundos. Irene estaba realmente encantada con la mamada, no solo porque se sintiera orgullosa de poder complacer a un tan exigente. Recordemos que ella estaba disfrutando las delicias del potro que insistentemente vibraba entre sus piernas. Quizás como agradecimiento o simplemente siguiendo el guión previamente marcado el caso es que el amo había puesto una vibración bastante intensa. De hecho Irene estaba mucho más cerca de su propio orgasmo que de lograr el de su amo. Como si leyera su mente éste la invitó a exteriorizar su placer

Córrete putita, te lo has ganado

Así fue como en uno de esos momentos en los que se enfundaba todo el sable, Irene volvió a alcanzar otro de los intensísimos orgasmos que últimamente experimentaba. Su cuerpo se convulsionaba débilmente mientras intentaba aliviarse en un gemido imposible. Semejante masaje estuvo a punto de hacer que el amo también se corriera sin embargo, éste supo dominarse y se salió de su esclava. Quería disfrutar más plenamente de ella y deseaba probar los otros accesos de que disponía. No obstante, el espectáculo que tenía ante sí le obligó a reunir toda su determinación y autodominio. El sonrojado rostro de la muchacha jadeando sin parar mientras su cuerpo se contorsionaba una y otra vez según la alcanzaban nuevas oleadas de placer era una visión que a nadie dejaría indiferente. Finalmente, tras lograr contenerse, apiadándose de ella, desconectó la vibración del potrillo y así permitirle unos minutos de descanso hasta el siguiente asalto.

El siguiente asalto no se demoró mucho, lo que tardó en recoger la mesa y sentarse en la silla frente al enorme espejo que dominaba la sala. En cuanto estuvo listo el amo volvió a reclamar las atenciones de su esclava. Ésta, se demoró un poco, pues continuaba recuperándose de los recientes orgasmos. Sin embargo en cuanto fue consciente de los deseos de su nuevo señor no dudó en obedecer. Estaba sudorosa y extrañamente cansada, las piernas temblorosas, tardaban en responderle y no le resultó nada fácil levantarse y presentarse frente a su señor. Afortunadamente su amo no tenía demasiada prisa y no le reprochó nada. Se diría que hasta se había divertido observando las torpes maniobras de su sierva. Sí, se dijo satisfecho, el intermedio no había estado nada mal

¿Estás disfrutando del ejercicio, putita?

Sí… mi señor… mucho

¿Mucho? ¿De veras? Eres muy sincera. Muy pocas novatas reconocen su verdadera naturaleza en los primeros días. Ven deja que te examine

Irene se colocó al lado de su amo mirándolo de frente con las piernas algo separadas. Pronto tuvo que separarlas más, su amo le había introducido un par de dedos sin ningún miramiento. Notaba como movía los dedos en su interior rudamente, sin ninguna delicadeza. Se esforzaba por facilitarle el acceso a ella, y así reducir su incomodidad, mientras se mordía los labios para evitar mostrarla. Afortunadamente, estaba muy lubricada por lo que la inspección fue bastante aceptable. Mientras palpaba a su esclava, el amo no hacía otra cosa sino observar su rostro. Irene, no le miraba sino que parecía concentrarse en el infinito. Pese a observar alguna pequeña mueca de dolor, se la veía bastante calmada, cosa harto extraña. Sabía que la estaba incomodando pero quería saber hasta qué punto estaba dispuesta a aguantar su intrusión sin quejarse. Por su dilatada experiencia sabía que ese era uno de los peores momentos para las novatas. Lo peor no era la incomodidad física, lo que las angustiaba era la humillación de estar abiertamente expuestas ante un desconocido, la terrible sensación de estar siendo usadas como un mero objeto para el disfrute de un extraño. Eso era lo que las atormentaba y muchas de ellas comenzaban a llorar. Era muy duro tener que reconocer que uno ha dejado de ser persona para convertirse en un mero instrumento de placer ajeno. Y normalmente se tardaba mucho más tiempo en lograr que una primeriza lo asimilara. Claro que aquella desconcertante muchacha le acababa de hacer una felación de primera sin tener que coaccionarla… Intrigado, decidió intentar descubrir qué pasaba.

Sin previo aviso aprovechando la vulnerabilidad de la joven, el amo buscó el inflamado clítoris. Los dedos que antes lo habían rozado ahora lo rodeaban preparándose para algo menos amable y bastante más rudo. Apretando con fuerza, el índice y el pulgar cerraron la pinza sobre el desprevenido botoncito como si quisieran estrujarlo. Un lacerante y agudo espasmo sacudió a la desdichada esclava que no daba crédito a lo que le estaba pasando. Si había sido buena y obediente, si se había esforzado al máximo por complacerle… No encontraba razón a semejante castigo. Lo peor era que aquello no cesaba, su amo no soltaba la presa y ella no podía escapar de ningún modo a la angustiosa agonía. Comenzó a llorar y suplicar desesperada. Ella no se merecía esto, su amo no debía castigarla sino recompensarla

AAAAYYYYY… Por favor… Ay Amo… Me he portado bien… NO ME CASTIGUE… AAAYYYYYY

Mientras su esclava se contorsionaba, debatía y suplicaba entre la angustia, las lágrimas y el dolor reclamando un trato justo. Su amo comprendió la lógica que aún sostenía a la joven. Ella esperaba un trato equitativo, si se portaba bien sería recompensada, si mal castigada. Bueno eso era cierto la mayoría de las veces pero no siempre, a veces los amos castigaban a sus esclavas por el simple placer de humillarlas o de verlas sufrir. Pero no era necesario enseñarle esa lección ahora. Lo cierto es que se merecía una pequeña recompensa, satisfecho soltó su presa

¿Te ha dolido esclava?

Sí, sí… mucho. Mi amo. ¿Por qué lo ha hecho… señor?

Irene no se imaginaba lo lejos que había llegado con aquella pregunta. Una esclava no debe cuestionar las acciones de sus superiores ni preguntarles por sus razones. Afortunadamente para ella, su amo fue indulgente y se limitó a darle un fuerte cachete en el culo mientras la miraba severamente.

Nunca más vuelvas a pedirme explicaciones. No tengo por qué dártelas. ¿Entendido?

Sí mi amo… Perdone… Pero yo he sido buena

Tampoco vuelvas a hablar sin permiso. Eso son cosas elementales de educación… Tienes aún muchas cosas que corregir en tu comportamiento. Eso ha sido un aviso de lo que te puede suceder si no mejoras. Te estabas confiando. No lo olvides, los castigos aquí son muy severos. Y si no los has recibido es porque estoy siendo contigo muy indulgente pero la paciencia se acaba. ¿Me explico?

Sí mi amo… Perdone mi amo… Gracias por ser tan bueno conmigo mi amo…(esto último le fue especialmente doloroso de decir)

Por cierto, para que veas que soy realmente bueno y generoso contigo te daré algo. Pero no te acostumbres. La mayor recompensa de una esclava es satisfacer a su amo, no esperes que te dé las gracias por cumplir con tus obligaciones

No señor… Gracias… mi amo.

Su amo no le preguntó por qué le daba las gracias, si por haberla instruido un poco más en su nueva condición de esclava o por haber sido tan generoso al no haberla castigado por su cándido atrevimiento. En realidad, no le importaba en absoluto, en su opinión, una esclava siempre debería estarle agradecida a su amo, tanto si la trataba bien como si no. De modo que no se preocupó por saber las verdaderas razones de su nueva adquisición para darle las gracias. Ya había averiguado lo que quería saber y le bastaba con eso. En realidad, si no hubiese sido tan impaciente o tan rudo podría haber conseguido mucho más de la muchacha; pero había desaprovechado la ocasión y ya no había vuelta atrás.

En efecto, Irene se había dado cuenta de que a pesar de todo el placer experimentado, no era sino un objeto. Una muñeca de carne a la que manejar al antojo. Si la habían hecho disfrutar era porque así le había placido a su amo, Pero lo mismo que su amo había disfrutado dándole placer, podría disfrutar torturándola. Si se ocupaba de ella era por el egoísmo de poder usarla después. Si la mantenían con vida era porque les podría dar placer o algún otro beneficio pero nada más.

Distraída por estos aciagos pensamientos, Irene apenas se percató de las tiernas atenciones con las que ahora era agasajada. Su amo la acariciaba y besaba con ternura, casi con cariño. Si no la hubiera maltratado antes, ella se le había entregado completamente sin ningún tipo de reservas. Sin embargo ahora lo más que obtuvo fueron unos besos medio forzados, mecánicos, sin vida. Un triste remedo de la pasión, un pálido reflejo de la verdadera entrega, un escaso sucedáneo del amor. Pese a todo el excitado cuerpo de la joven siguió respondiendo a las atenciones recibidas llenándola de placer. Como antes le pasara Irene se fue dejando llevar por la lujuria y olvidándose de casi todo se lanzó en pos de su propio gozo. Después de todo, esa sería su verdadera recompensa.

Cuando su amo se cansó de acariciarla, la hizo colocarse enfrente de él con las piernas separadas. No hacía falta nada más para comprender lo que se esperaba de ella. Su amo estaba sentado en la silla aguardando pacientemente a que ella se sentase sobre él. Irene no se lo pensó dos veces. No es que no tuviera otra alternativa, lo cierto es que seguía hambrienta de polla. Así que abriéndose más se dispuso a empalarse el jugoso pedazo de carne que la estaba apuntando. Sin embargo no le resultó tan fácil conseguirlo. Seguía estando maniatada, y su amo jugaba con ella moviéndose una y otra vez dificultando enormemente el empalamiento. El juego continuó hasta que ella misma le suplicó que la ayudase.

Con la ayuda de su amo, Irene consiguió situarse correctamente encima del enhiesto mástil. Despacio, tal y como parecía gustarle a su dueño, se fue ensartando el apetitoso miembro. De vez en cuando, se detenía agitaba sus caderas, describía un amplio círculo con ellas se elevaba ligeramente y continuaba con el descenso. Su amo no la interrumpía así que debía de gustarle. Ella misma notaba como su respiración se agitaba y cada vez era más consciente de los pequeños gemidos que emitía según se iba sintiendo más llena. Cuando finalmente consiguió enfundarse el grueso sable en toda su longitud, no pudo sino exteriorizar su satisfacción con un jadeo animal y salvaje. Su amo la dejó cobrar aliento un instante y luego, con una cariñosa palmadita la conminó a moverse. Así fue como Irene dio comienzo una de las más salvajes folladas de su vida. Al principio, no obstante, comenzó moviéndose despacio, balanceando sus caderas hacia atrás y hacia delante como si calentara motores. Conforme iba acelerando su ritmo, fue iniciando tímidos movimientos de ascenso y descenso que fueron ganando amplitud rápidamente. Su amo la sujetaba de las caderas ayudándola a mantener el ritmo que poco a poco se iba volviendo más endiablado. Aquella polla la estaba volviendo loca y la estaba disfrutando cada vez más. Ya no pensaba en nada salvo en guardar el equilibrio y poder mantener el frenético ritmo que tan deliciosamente la estaba encumbrando a las cimas del placer.

Hacía tiempo que no era dueña se sí misma, todo su ser se concentraba en un único punto. Solo existía su coño, no tenía ni brazos, ni piernas ni nada más. Sólo su coño, si estaba viva, si se sentía parte del universo era porque su coño no cesaba de llenarla de placer. Cuando ascendía, su coño no dejaba de deleitarla con una extraña sensación de vacío, de inquieto descanso que la dejaba con hambre de más. Al descender, su coño la embriagaba sintiéndose plena pero no satisfecha. Con cada roce, con cada caricia se sentía morir y revivir a un tiempo; impidiéndole detenerse. La fricción continuada no hacía sino enervarla cada vez más; pero no podía parar, solo acelerar. Su coño la estaba llenando de gusto pero seguía dejándola con ganas de más.

El ansiado orgasmo estaba muy próximo, cada vez más cerca y sin embargo no llegaba. Completamente desinhibida, espoleada por el placer, comenzó a buscarlo abiertamente. Su cuerpo subía y bajaba una y otra vez, sin descanso envolviéndose en una cabalgata salvaje que asustaba por la increíble violencia de sus embates. Irene aullaba como un animal salvaje, completamente desbocado, totalmente fuera de control. Nadie podría detenerla ahora, ya estaba, ya llegaba, por fin…Ahí, frente a ella, a unos pasos, se abría el enorme precipicio extasiante gozo. Y hacia allá que se lanzó con todo su ímpetu liberando la enorme tensión que la dominaba con un gemido gutural casi inhumano. Después extenuada y sin fuerzas se dejó caer sobre su amo cerrando los ojos.

El amo estaba complacido con la entrega mostrada por su nueva esclava. Todavía no había alcanzado el orgasmo pero le había faltado muy poco. Decidió dejarla descansar y recuperarse para volver a disfrutar de una nueva cabalgada de su esclava. Ciertamente era una delicia tenerla encima mientras botaba y botaba sin parar. Ahora que la tenía más o menos quieta comenzó a disfrutar de su aterciopelada piel. Estaba empapada en sudor pero seguía siendo muy agradable al tacto. Notaba cómo su respiración paulatinamente se iba normalizando, pronto tendría suficientes fuerzas como para cambiar de postura...

Irene recuperaba la consciencia progresivamente. El apacible universo de placer en el que se hallaba iba tornándose en el más conocido mundo real. Según iba alcanzando el dominio de su respiración se iba dando cuenta de cómo estaba, dónde estaba y con quién estaba. Las etéreas caricias del clímax, se tornaban en abrazos y besos reales, tangibles. Ahíta de placer, aquellos mimos la reconfortaban y animaban a recuperar el conocimiento. Se sentía tan bien, tan satisfecha, tan llena que permanecería así para siempre. Un momento, se sentía llena, ¡llena! ¡Aún tenía el rejón de aquel monstruo dentro de ella! El muy cerdo todavía no había acabado seguro que pronto le pediría continuar.

El súbito sobresalto experimentado al recuperar plenamente la conciencia, no le pasó desapercibido a su amo. Éste, la dejó descansar un poco más, se sentía tan bien cobijado dentro de la estrecha y cálida cuevita que no le importaba esperar unos minutos más.

¿No ha estado mal verdad putita? Se nota que te gustan las pollas. ¡Qué manera de galopar! Eres una auténtica potra salvaje

Gra… gracias amo… Estoy aquí para servirle

Pues sírveme bien y date la vuelta anda… Todavía no me has satisfecho del todo

Un cachete le indicó que debía obedecer rápidamente, y así lo hizo. Estaba tan a gusto con la polla de su amo en su vagina que cuando se la sacó no pudo reprimir un jadeo espontáneo. ¡Cómo podía gozar tanto con aquel cerdo que la estaba humillando hasta el grado de convertirla en un objeto! Se reprochó con amargura pero cuando volvió a ensartarse un nuevo escalofrío la recorrió entera. ¿Tendría razón aquel bruto? ¿Estaba en su naturaleza ser tan puta y gozar tanto con una polla dentro que lo demás no le importara en absoluto? No… no podía ser y sin embargo… La voz de su amo, nuevamente la sacó de sus cavilaciones.

¿A qué esperas putita? Muévete

Esto… estoy muy cansada mi amo… esp (iba a pedirle a su amo que esperase un poco más pero recordó la lección recién aprendida y cambió de idea) Enseguida empiezo

Sabía que debía actuar deprisa, antes de que su amo se impacientase por lo que comenzó a mover suavemente sus caderas para no desagradarle. Sobreponiéndose al cansancio sus movimientos fueron ganando en amplitud y variedad. Le parecía increíble que sus piernas pudieran sostenerla pero lo estaban haciendo. Pero más increíble le parecía que después de dos orgasmos tan intensos su cuerpo pudiera excitarse de nuevo. Y así era, de su entrepierna de nuevo surgían los inconfundibles cosquilleos que tanto le agradaban. Sin saber cómo comenzó a suspirar levemente.

El amo percibía el modo de calentarse de su esclava. Los primeros movimientos, torpes y forzados dieron paso a evoluciones mucho más ágiles, dinámicas y naturales. El cuerpo tenso al principio se fue relajando justo lo contrario que su respiración. No obstante, él no podría controlarse por tanto tiempo como su esclava. Tenía dos opciones, dejarse llevar, alcanzar el orgasmo y dejarla a medias; o sobre-estimularla para que pudieran alcanzar el clímax casi a la par. Se decidió por lo segundo, después de todo, la chica se estaba portando muy bien. Así que la invitó a separar las piernas todo lo que pudiera y así teniendo pleno acceso a su coñito comenzó a masajearle el clítoris. En un momento dado, mientras se concentraba en la labor de excitar a su esclava, alzó la vista para encontrarse casi con sorpresa con su propio reflejo. La visión que tenía frente al espejo era realmente arrebatadora. Irene tenía la cabeza completamente echada hacia atrás mientras exhibía abiertamente sus más íntimos encantos. Verse atravesando a tan bella joven le puso más cachondo si cabe y también le dio una nueva idea

Mírate en el espejo, putita… dime lo que ves

Recostada sobre el hombro como estaba, a Irene no le hizo mucha gracia escuchar las nuevas órdenes de su amo. Realmente estaba disfrutando del estimulante masaje clitoridiano que le estaba proporcionando. Cuando se vio reflejada en el enorme espejo de la sala, una oleada indistinta de vergüenza y erotismo la recorrió entera. Se encontró hermosa, bella y atractiva. No es que no apreciara la belleza de su cuerpo o se considerase fea o poco atractiva. Lo que pasó es que realmente se sorprendió de verse tan refinadamente sexy, tan obscenamente voluptuosa, tan lujuriosamente provocadora que apenas se reconocía a sí misma. De su cuerpo atado y expuesto, emanaba una sensualidad arrebatadora, embriagante que incitaba los más básicos y bajos instintos. Sus brazos ocultos en su espalda hacían resaltar la esbeltez de su cuello y la suave redondez de sus hombros. Sus pechos emergían poderosos rodeados por intrincados cordajes que resaltaban la firmeza de su vientre plano. Provocadores y altivos invitaban a cualquiera a acariciarlos y besarlos a fin de subyugar a su dueña. Más abajo, el espectáculo ofrecido no era menos portentoso. Las torneadas piernas totalmente separadas descubrían sin tapujos todos sus encantos. Completamente abierta, su sexo se veía hinchado, carnoso, brillante y lleno. Resultaba imposible apartar la mirada de él. Sí Irene se veía ensartada, atravesada, poseída por la enorme tranca de su amo. Y así se sentía, poseída, entregada, dominada, por aquel macho al que estaba unida y del que no quería separarse.

Y ahora debía de decírselo, debía de contarle cómo se veía frente al espejo. Confesarle cómo se sentía caliente y excitada cuando la humillaba y la usaba a su antojo. Declararle abiertamente la ingrata realidad que ella misma se negaba a reconocer. Debía de admitir delante de aquel hombre que se veía como una puta, que se sentía como una puta, que en realidad, ella era una puta. Una mujer a la que no le importaba follar con un desconocido siempre y cuando la hiciera gozar como lo estaba haciendo. Una mujer dispuesta a soportar y buscar las mayores bajezas, las mayores humillaciones con tal gozar. Y tener que expresarlo abiertamente, sin tapujos, la excitaba y abochornaba a partes iguales. Sabía lo que su amo quería y estaba dispuesta a dárselo a pesar de todo

Dime… qué ves putita

Veo a una esclava entregada a su amo… Una zorra caliente dispuesta a todo… Una puta hambrienta de polla… Una guarra en celo ensartada como la perra que es

¿Te gusta lo que ves, putita?

¡Oh! Sí mi amo… mucho… Me encanta follar… Me encanta su polla… La quiero como ahora bien dentro… que me llene y me posea… que

Dime putita ¿qué eres?

Soy su esclava… su puta… su zorra complaciente dispuesta a todo. Soy una perra… una guarra… una fulana que se acuesta con cualquiera

Y ¿qué quieres putita?

Quiero… quiero ser su esclava… su… puta… su perra… su

Las lágrimas comenzaron a surcar su turbado y azorado rostro. Era muy duro reconocerse así y cada vez le costaba más esfuerzo hablar pero su amo no le alivió su bochorno ni un ápice. Estaba disfrutando demasiado del espectáculo como para interrumpirlo

¿Quieres que te folle, putita?

Sí… por favor amo… fólleme

El amo no se hizo de rogar, tenía a su puta caliente encima suyo demasiado tiempo y sentía la urgencia de terminar ya. Con increíble ímpetu empujaba a su esclava haciéndola saltar con terrible rapidez. La muchacha saltaba, botaba y rebotaba una y otra vez sostenida por las manos de su amo que la sujetaba de las caderas para que no se cayese. Parecía un muñeco encima de un potro salvaje. Incapaz de hacer nada, Irene se limitaba a jadear y gritar sin control mientras sentía como aquella polla se le clavaba una y otra vez llevándola de nuevo a la gloria. Ya no sabía si subía o bajaba, solo sentía una tremenda quemazón que naciendo de su coñito se iba extendiendo por todo su cuerpo transformándose en un torrente liberador. Estaba teniendo otro orgasmo maravilloso y comenzaba a perder la cuenta de cuántos había tenido ya con aquel hombre en sus entrañas. Por enésima vez, el mundo se ocultó tras una cortina de placer.

En esta ocasión, no solo Irene alcanzó el clímax; su amo también. Había logrado controlarse haciendo ímprobos esfuerzos; pero él también era de carne. Los anárquicos espasmos vaginales de su esclava al correrse habían sido ya demasiado. Y no pudiendo hacer otra cosa se dejó llevar por la impetuosa corriente que lo empujaba. Corriente que se transformó en un imparable torrente que naciendo en su capullo fue a estrellarse con tremenda violencia en el receptivo útero. Hacía tiempo que no recordaba una descarga tan intensa y prolongada, los sucesivos espasmos parecían extenderse hasta el infinito, sin ánimo de acabar. Sudorosos, cansados y exhaustos ambos se dejaron caer en una apacible somnolencia

Cuando se hubieron recuperado, el amo no sin esfuerzo, hizo que Irene se levantara. Aún le temblaban las piernas y apenas se podía sostener erguida; desde luego, lo que no podía hacer era cerrarlas. No se demoró en desatarle los brazos para ayudarla un poco más a mantener el equilibrio. Cosa que ella agradeció, hubiera sido demasiado humillante caer de rodillas presa del placer experimentado. Sin embargo aún le quedaba una pequeña tarea por cumplir. "Límpiame", le ordenó impaciente al ver que no se movía. Aturdida como estaba le costó entender y primero se dispuso a llevar a su amo a la ducha para enseguida ponerse de rodillas y saborear el inefable coctel que se le ofrecía. Jugos con semen, un sabor inconfundible aunque siempre con ligeros matices que lo hacen diferente en cada ocasión, como los vinos. Cumplida la orden a satisfacción de su dueño vio como este se dirigía a la puerta y le daba las últimas instrucciones antes de irse.

Recoge todo esto, dúchate y descansa. Tendrás que estar preparada para la siguiente sesión.