Esclavas Crucificadas (8 y final)

Como dice el título, Beatriz e Irene son finalmente crucificadas pero no antes de que Beatriz se tome cumplida venganza en su amiga.

Capítulo VIII. La crucifixión (esta vez de verdad)

Beatriz se despertó en una cama de sábanas suaves y blancas. Por un momento pensó que había tenido otra pesadilla, pero pronto su cuerpo le convenció de que esta vez no era así, pues estaba resentido de las diferentes pruebas a las que ella había sido sometida el día anterior. Levantó las sábanas y se dio cuenta de que alguien le había puesto un ligero camisón. Una extraña sensación le venía de los pechos, una sensación que de repente le hizo recordar la terrorífica experiencia del día anterior. Con un escalofrío la joven se bajó los tirantes del camisón. Ahí estaban los anillos, le habían anillado los pezones con unos pequeños aros dorados. Armando lo había hecho con agujas candentes, pero al menos había tenido piedad y el segundo agujero se lo había hecho mientras ella estaba inconsciente. Ella no lo sabía pero tras perder el sentido, el mismo Armando se había encargado de limpiarle delicadamente todo el cuerpo y darle una pomada para los latigazos, le había puesto el camisón y la había llevado en brazos hasta la cama de Miguel.

Lentamente, Beatriz observó la habitación, no era elegante pero sí cómoda y acogedora. En una esquina había un gran espejo para vestirse, de esos de cuerpo entero, se levantó y se dirigió hacia él. Una vez delante del espejo se fue quitando el camisón y lo dejó deslizar por su cuerpo hasta caer al suelo. Por primera vez, Beatriz se vio a sí misma como esclava, y las huellas que el látigo había dejado por todo su cuerpo. Paulatinamente se fue palpando las partes más doloridas, dando vueltas para verse bien el trasero y la espalda. Una extraña satisfacción le invadió al ver las marcas del látigo sobre su propia piel. Es como si hubiera cruzado una frontera y ya no hubiera marcha atrás. Ahora era una verdadera esclava sexual. ¿Pero le gustaba serlo?. La tortura era horrible y odiosa, al menos los castigos más dolorosos que le había aplicado Armando, pero también había otras cosas que le podían compensar. Como experiencia sexual era enormemente intensa y excitante, Beatriz descubrió que le gustaba que abusaran de ella mientras estaba atada e indefensa. Incluso le podía llegar a gustar ser azotada. Si al menos ella pudiera poner los límites. Otra vez se puso de frente al espejo admirando sus pechos y jugueteando con ellos. Los anillos relucían al moverse, por un lado podría considerarse humillante pues la habían marcado como a un animal, pero ella también se sentía bella y deseable. Pensando en esto la joven estiró sus brazos hacia arriba y se puso de puntillas emulando la postura en la que la habían atado el día anterior. Entrecerró los ojos y se puso a recrear el efecto de los latigazos. Poco a poco, Beatriz se empezó a poner cachonda y sintió deseos de masturbarse sólo con ese recuerdo pero de pronto oyó un ruido que venía de fuera.

Otra vez se oyó el ruido. Era el siseo y el chasquido de un látigo seguido del lamento lejano de una mujer. Beatriz fue corriendo hasta la ventana y allí a lo lejos, al lado de la piscina vio a Ferrando, Lucio y Miguel que en ese momento se "entretenían" azotando a Irene. La habían atado desnuda a una estructura de mecanotubos con piernas y brazos muy abiertos y estirados de modo que el cuerpo de la chica formaba una gran equis. Ferrando le estaba propinando los latigazos con un largo látigo de cuero que se enroscaba en el cuerpo de ella a cada golpe dejando a su paso una línea roja de escozor y dolor. A unos pocos metros de ella había una gran cruz de madera depositada en el suelo. La están preparando para la crucifixión, pensó Beatriz con un escalofrío. El látigo volvió a silbar e Irene gritó y se retorció al encajar el golpe, eso excitó mucho a Beatriz que inconscientemente llevó su mano hasta la entrepierna. Le dolía un poco, pero aquello era tan excitante que se chupó los dedos y se puso a masturbarse. Que se joda, pensaba, que sufra como yo he sufrido. Si me dejaran le daría los latigazos yo misma.

La flagelación continuó y Beatriz siguió masturbándose, e incluso se retorció las anillas de los pezones gimiendo de gusto al sentirlos doloridos y sensibles. Beatriz no sabía si le excitaba más ver cómo flagelaban a su amiga o la certeza de que en unos minutos ella misma ocuparía su lugar y sería azotada como preparación para su propia crucifixión. Un momento, Beatriz se quedó parada. ¿Dónde estaba la otra cruz?. Repentinamente la decepción le invadió. ¿Acaso habían decidido sólo crucificar a Irene?. Por fin habían parado con lo del látigo y Miguel y Lucio desataron las correas de la joven. Esta cayó de rodillas agotada. Rápidamente la cogieron de los brazos y brutalmente la acostaron en la cruz. Irene no se resistía sino que permaneció en la postura con los brazos abiertos respirando con toses y quejidos a la espera de que la ataran de brazos y piernas. Ahí está ese hijoputa, pensó Beatriz al ver a Armando ayudando a los demás a crucificar a Irene, pero de repente se compadeció de él y de sus problemas con la erección. Debo tener el síndrome de Estocolmo, o algo parecido, se dijo, me da pena ese cabrón.

Ya tenían atada a Irene así que los cuatro verdugos se dispusieron a alzar la cruz. La base estaba situada junto a un agujero del jardín así que sólo tuvieron que empujar la base hasta el agujero e ir inclinando el madero poco a poco. Aunque la cruz no pesaba mucho la cosa no fue fácil, sin embargo, entre los cuatro hombres consiguieron enderezarla y finalmente el madero cayó en el agujero con Irene colgada de él. No era una cruz muy alta, tenía forma de tau e Irene había sido crucificada con las piernas dobladas, de modo que si estiraba los brazos quedaba en cuclillas y si se estiraba sobre sus piernas su cabeza superaría el patibulum con creces.

Inevitablemente, Beatriz se empezó a masturbar nuevamente. Ver a Irene desnuda en la cruz le excitó mucho y se puso aún más cachonda cuando Lucio volvió a coger la picana eléctrica. La va a torturar, murmuró Beatriz, sí, hazlo, haz gritar a esa preciosidad. Lucio le tocó con la picana en las piernas e Irene volvió a gritar y a dar un brinco. Beatriz cerró los ojos a punto de correrse, y al oír el segundo alarido de la joven se empezó a correr hasta el punto que perdió el equilibrio y se tuvo que arrodillar en el suelo mientras seguía acariciándose su sexo.

Hola Beatriz. ¿lo pasas bien?. La voz de Miguel la sorprendió en pleno orgasmo. Ella no se había dado cuenta pero Miguel había venido en su busca. Avergonzada, Beatriz se puso en pie y adoptó la postura de sumisión, con la cabeza baja y las manos a la espalda. Hola Miguel, perdón, hola mi señor, se atrevió a decir. Él se acercó a ella y la abrazó besándola apasionadamente. Beatriz se atrevió incluso a rodearle el cuello con los brazos. Tras el beso, Miguel la apartó un poco para verla bien, especialmente los pechos anillados. Estás preciosa con ellos, sube las manos y ponlas en la nuca. Beatriz obedeció al momento y su pechos se realzaron. Beatriz se miró al espejo y movió ligeramente su torso, siempre había estado orgullosa de sus tetas y ahora le parecían más bonitas que nunca. ¿Te gustan tus anillos, esclava?.Sí mi amo, pero me prometiste que no seríamos torturadas con agujas. Eso no es exacto, te prometí que no clavaríamos agujas a Irene pero no dije nada de ti. ¿Por cierto, has visto lo que hemos hecho con ella?. Beatriz afirmó con la cabeza. Muy bien, le dijo jugueteando con una de las anillas, ahora te toca a ti. Estoy deseando veros a las dos crucificadas una junto a la otra. Un escalofrío recorrió la espalda de Beatriz. Sí amo, pero sólo he visto una cruz, respondió. La tuya te está esperando abajo, la tendrás que llevar a cuestas. Beatriz puso un gesto de sorpresa y excitación. Es la tradición esclava. ¿estás lista?. Beatriz volvió a afirmar con un gesto. Pues sígueme.

Beatriz bajó las escaleras detrás de Miguel y al salir de la casa vio una cruz de madera en el suelo. Cógela, le dijo Miguel poniéndole un paño grueso encima del hombro derecho. Tras un momento de vacilación, Beatriz se arrodilló y puso su hombro bajo el ángulo de la cruz aferrando con las manos los maderos. Al principio no sabía muy bien cómo y vaciló con las manos, aunque finalmente descubrió la manera de cogerla, aquello debía pesar mucho. Y ahora arriba, dijo Miguel impaciente tirándole del pelo, no tenemos todo el día. Beatriz intentó incorporarse y dio un traspiés pero consiguió recuperar el equilibrio y lentamente se puso de pie. La cruz pesaba bastante, pero no tanto como para que ella no la pudiera levantar dejando la base apoyada en el suelo. De este modo la joven reunió todas sus fuerzas y encorvada por su peso, se puso a arrastrarla trabajosamente hacia el lugar fijado. Entretanto Irene se encontraba en lo alto de la cruz con las piernas dobladas y los brazos estirados formando una "y" griega. Ahora le habían dejado en paz, puesto que los hombres estaban más interesados en ver cómo Beatriz llegaba con la cruz a cuestas. A ésta no le fue fácil llevar su cruz hasta el lugar del suplicio, de hecho tuvo que descansar un par de veces en cuclillas, pero se levantó en seguida ante las amenazas de Miguel de traer el látigo.

Por fin, Beatriz llegó junto a la cruz de Irene y depositó el madero en el suelo con cuidado de no caerse, se quitó el paño del hombro y observó que lo tenía enrojecido, si no hubiera sido por la protección probablemente se lo hubiera despellejado. Ya parada, sus ojos se fijaron en los mecanotubos con las correas abiertas y una mesa en la que habían colocado la picana, los látigos, fustas y consoladores dispuestos para seguir torturándolas cuando ya estuvieran crucificadas. Sin embargo, su atención se centró en la propia Irene. La rubia ya empezaba a notar los efectos del severo bondage pues se debatía por encontrar una postura mínimamente cómoda sin conseguirlo. Irene movía el trasero hacia los lados, estirando brazos y piernas e intentando rotar unos centímetros sobre sí misma pero eso apenas le servía de mucho, así que se aupaba sobre sus piernas arqueando el cuerpo y nuevamente volvía a la postura original en cuclillas con lamentos de cansancio y gestos de desaprobación.

Sin encomendarse a nadie ni pedir permiso, Beatriz se dirigió hacia la cruz y allí vio a su amiga en lo alto. ¡Irene!, le llamó acariciándole las piernas hasta el trasero. Al sentir las caricias en los muslos, Irene le miró desde la cruz. Hola Beatriz, la joven sonrió a duras penas. Siento lo de ayer, supongo que lo habrás pasado mal por mí. Eso no importa ahora, mi amor. Beatriz siguió acariciando los muslos doblados de Irene y dulcemente le separó las piernas.

Lentamente, Beatriz se puso a acariciar la cara interior de los muslos de la rubia, besándolos y lamiéndolos con pasión. Ésta separó bien las piernas para facilitar los manejos de Beatriz y se puso a gemir de placer. Beatriz siguió y siguió lamiendo a Irene y poco a poco se puso a hacerle un cunnilingus, dándose cuenta entonces de que le habían colocado un tapón anal. Irene cerró los ojos y se estremeció por las lamidas cálidas de Beatriz en su sexo. Ésta le paseaba la lengua por toda la raja lentamente entreteniéndose a cada pasada en su clítoris con chupaditas cortas y persistentes. El dolor del bondage y las caricias se mezclaron en la mente de la esclava rubia que ahora bramaba de placer. Beatriz siguió un rato más con eso deleitándose de los suaves labios vaginales de su compañera y siguió chupándoselos hasta que el coño de Irene casi destilaba en su lengua. Finalmente, ante tanta insistencia ésta se corrió entre gritos y espasmos moviendo la cabeza hacia los lados. A pesar de eso, Beatriz no la dejó en paz sino que siguió comiéndose el clítoris casi mordiéndolo con los incisivos. La esclava crucificada seguía gritando y debatiéndose como si la estuvieran atormentando. Los hombres miraban la escena boquiabiertos sin mover un músculo, ni siquiera se masturbaron a pesar de que la sensual danza de Irene invitaba a ello. Ésta no tardó en correrse una segunda vez y Beatriz recibió con gozo el beso de los labios vaginales de su amante. Beatriz separó entonces su cara y se pasó el dorso de la mano por la boca. Entonces miró satisfecha a Irene que aún gemía por los espasmos del orgasmo y se dirigió a Miguel.

Pido permiso para hablar a mi amo, dijo Beatriz. Habla. Antes de ser crucificada quiero torturar con mis manos a la esclava para el placer de mis amos. Irene miró a Beatriz sin creerse lo que oía, por su parte, Miguel se sorprendió de la petición, pero accedió encantado. Beatriz se dirigió entonces a la mesa y tras dudar un momento eligió una caña flexible, se golpeó la palma de la mano con ella y la hizo zumbar en el aire con movimientos vigorosos. Antes de flagelar otra vez a Irene la miró seriamente con sadismo, entonces se dirigió hasta su costado y le dio un sonoro fustazo en el lateral del trasero. ¡Ayyy! Irene lanzó un intenso alarido, crispando el gesto. Eso excitó a Beatriz, en segundos, la piel de Irene pasó del blanco al rojo, y movida por un sentimiento que no comprendió bien, Beatriz le dio otro fustazo con toda su alma en el muslo izquierdo. Irene volvió a gritar intentando por todos los medios auparse en la cruz y evitar así los fustazos, pero sólo consiguió que Beatriz le golpeara en el empeine de los pies. Irene lloraba quejándose amargamente del tormento. Beatriz, por favor, ¿qué haces? Decía entre sollozos. Pero ésta no sólo no se arrepentía de lo que estaba haciendo, sino que empezó a acariciarse el cuerpo sensualmente y a estrujarse los pechos con la mano libre. De este modo, Beatriz no paró, sino que siguió dando fustazos en las piernas y el culo de Irene cada vez más excitada por los gritos de ésta. Los hombres ahora sí que se masturbaban, todos menos Armando que miraba anonadado la escena y se preguntaba qué clase de bello monstruo había creado.

Finalmente Beatriz dejó de fustigar a su amante y se puso a lamerle delicadamente los verdugones rojos que le había dejado en las piernas. Irene lloraba desconsoladamente en lo alto de la cruz sin que eso le aliviara en absoluto. Beatriz dejó entonces la fusta y se volvió a Miguel. Te pido permiso ahora para utilizar la picana en la esclava. Sí, por favor, contestó éste, pero ten en cuenta que luego te haremos eso mismo a ti cuando estés ahí arriba. Sí mi amo, sabes que puedes hacer conmigo lo que quieras. Muy bien, veo que has aprendido. Beatriz se paseaba desnuda con toda naturalidad ante los hombres dejando y cogiendo los instrumentos de tortura y martirizando a su amiga. Ahora cogió la picana y la puso en funcionamiento mientras la indefensa Irene le miraba desde su patíbulo sollozando ante lo que se le venía encima. Por favor, Beatriz, eso no, por favor, la picana no. Abre las piernas, esclava, le dijo ésta, y como ella no accedía, Beatriz le aplicó una descarga en el costado arrancándole un grito de rabia y una palabrota. Abre las piernas, le volvió a decir con contundencia. Irene accedió por fin y las abrió sin parar de llorar. Beatriz se puso entre las piernas, le abrió con los dedos los labios de la vagina y le introdujo la picana dentro. ¡No!, Irene temblaba en la cruz sudando por todos sus poros mientrs Beatriz la miraba sonriendo cruelmente. De repente, la descarga eléctrica le hizo arquear su cuerpo hacia delante y gritar desaforadamente mientras ponía los ojos en blanco.

Beatriz miró entonces hacia atrás y vio cómo Ferrando eyaculaba en ese instante, asimismo sonrió complacida al darse cuenta de que Armando estaba entrampado. Era el único que llevaba ropa encima, pero se podía apreciar claramente el paquete abultando la bragueta. Beatriz se acercó a Lucio y le dio la picana. Sigue tú, por favor, le dijo, y acto seguido se acercó a Armando y cogiéndole por el cuello le estampó un sensual morreo, ante el que éste no daba crédito. Miguel estaba alucinado y pensaba que en un solo día Beatriz se había convertido en una auténtica zorra, ¿o lo había sido siempre?. La joven ya le estaba abriendo la camisa al cruel verdugo y recorría su denteroso pecho peludo con besos húmedos mezclados con lametones. Lentamente se fue arrodillando con la música de fondo de los gritos y lamentos de Irene que estaba sufriendo otra "sesión" de picana eléctrica en las partes más sensibles de su cuerpo.

Ya arrodillada, Beatriz le abrió los pantalones a Armando, le metió la mano dentro del calzoncillo y le sacó su miembro. Mientras empezaba a masturbarle, le dijo. Señor, te pido que mientras me estén atando a la cruz me penetres hasta que termines dentro de mí. Mientras me follas piensa en mí cuando esté ya crucificada y en todas las cosas que van a hacerme. Y dicho esto se metió el pene en la boca y empezó la felación sin dejar de masturbarle. Armando no se lo podía creer. Esa jovencita a la que había sometido a brutales tormentos sólo unas horas antes le pagaba así, con una sumisión y atención total hacia su pequeño problema de erección. Sólo ese pensamiento mantuvo su verga erecta mientras Beatriz comprobaba satisfecha el efecto de la felación y sus palabras en la mente de él. El suplicio al que estaba siendo sometida Irene también ayudó a ello.

Después de un buen rato mamándosela y tras asegurarse que la tenía bien dura, Beatriz se apartó de él y se acercó a su cruz que le esperaba en el suelo. Lentamente se acostó en ella y extendió los brazos a lo largo de leño transversal para que se los ataran. Mientras esperaba se le erizó todo el pelo del cuerpo. Al ver a la joven acostada en la cruz, Miguel y Ferrando se abalanzaron para atarle los brazos mientras ella abría las piernas e invitaba a Armando a penetrarla. Éste se quitó completamente los pantalones y se arrodilló para follar con ella. Beatriz se estremeció haciendo un poco de teatro cuando Armando le introdujo su miembro. Sí, oh sí, fóllame, sí por favor. Miguel y Ferrando se sonrieron el uno al otro, pero Ferrando no se inmutó esta vez. Sólo pensaba en la preciosa esclava a la que él estaba dando placer con su miembro. Una vez atada al patíbulum, Miguel y Ferrando se levantaron viendo a Armando afanándose una y otra vez y Beatriz se retorcía fingiendo un auténtico éxtasis. Efectivamente los lamentos de Irene le ayudaban a Armando que, con los ojos cerrados intentaba concentrarse en la imagen de Beatriz crucificada, y Lucio le seguía dando toques con la picana sin ninguna piedad ni descanso. Finalmente, Armando consiguió correrse dentro de Beatriz, estaba sudando, pero ahora estaba satisfecho y como gesto de humanidad acarició a la joven en el rostro y le dio las gracias.

La actitud de la esclava morena fue tan sumisa, que Miguel y Ferrando no pudieron por menos que usarla sexualmente antes de alzar la cruz. De este modo, en pocos segundos sustituyeron a Armando, Ferrando la penetró por la vagina y Miguel le acarició los labios con la punta de su polla. Beatriz abrió sumisamente la boca y aceptó la fellatio con toda naturalidad. Bueno, más que fellatio Miguel la folló por la boca pues ella mantuvo en todo momento la cabeza apoyada en el leño con el pene entrándole una y otra vez hasta tocarle la campanilla. Esta vez Beatriz no tuvo que fingir con las dos vergas penetrándola a la vez, Ferrando la tenía bastante gruesa y le rozaba una y otra vez en el sitio exacto de manera que Beatriz gemía y gritaba de placer aunque sólo se le oía un continuo mmmh ahogado por el pene de Miguel. Este siguió con la mamada hasta que sacó la polla y se puso a eyacular sobre la boca abierta de la esclava. Beatriz no cerró la boca en ningún momento, sino que tragó toda la lefa de Miguel que le manchó la nariz, la barbilla y los carrillos. Miguel bramó de gusto y siguió haciéndolo cuando dejó su polla colgando para que ella se la lamiera delicadamente. Beatriz siguió chupando y lamiendo hasta que ella misma empezó a correrse. A pesar de eso Ferrando siguió follando un buen rato sin hacer caso de los espasmos y contorsiones de Beatriz en la cruz, pero no quiso eyacular. ¿Puedo por el culo?, le preguntó a Miguel. Éste se lo pensó un momento pero le hizo una señal afirmativa.

Ferrando sonrió y tras sacarlo de la vagina tieso y desfiante, puso el pene en el agujero del ano penetrándola por la fuerza. Beatriz apretó los dientes al ser sodomizada así, pero relajó el trasero para que Ferrando la pudiera penetrar. Con el miebro ya dentro de ella, Ferrando se puso a empujar adentro y afuera. Te entra muy fácil, esclava, seguro que no soy el primero que te da por el culo. Eso era cierto pues Beatriz ya había tenido experiencias anales anteriores aunque nunca se lo había dicho a Irene. Así Ferrando la enculó a placer mientras ella perdía el control y gritaba, esta vez de dolor. La sodomización duró aún un rato y por fin Ferrando sacó su miembro y eyaculó sobre el vientre de Beatriz.

Cuando terminó el sexo continuó el tormento. A Beatriz la crucificaron en la misma postura que a Irene. Para ello le doblaron las piernas a tope y le ataron los tobillos a la madera.

Una vez atada de pies y manos, los cuatro verdugos cogieron la cruz y de forma análoga a como habían hecho con Irene llevaron el pie de la misma hasta otro agujero a pocos metros de la de Irene. Inclinaron el estipe por su base y fueron inclinando la cruz. Rodeada por los cuatro hombres que hacían fuerza y resoplaban animándose unos a otros, Beatriz notó que su propio peso la llevaba hacia abajo y descansó su trasero sobre los tobillos. Poco a poco el madero fue encontrando la vertical e incluso llegó a inclinarse hacia delante amenazando con desplomarse, pero los hombres recuperaron el equilibrio. Beatriz pensaba que se iba a caer de bruces, pero las cuerdas estaban fuertemente atadas y la sostuvieron. Por fin consiguieron que la cruz se mantuviera vertical y calzaron la base con cuñas de madera, piedras y tierra.

Como en su sueño, Beatriz estaba ahora crucificada junto a Irene con la cabeza a dos metros y pico del suelo. Los hombres miraban satisfechos su obra sin perder detalle de las reacciones de ellas y de hecho, Lucio tenía preparada una cámara de vídeo sobre un trípode y la puso en funcionamiento tras encuadrar y enfocar bien a las esclavas. Miguel se acercó a Beatriz y le acarició la pierna. Ya tenéis lo que queríais, mira bien a Irene, dentro de poco experimentarás de verdad lo que significa la crucifixión. Efectivamente Beatriz miró a su amiga a la que ya se le estaban a agarrotando músculos y tendones. La rubia mostraba ya su disgusto casi de continuo y no podía mantener una misma postura más de unos segundos. A la joven cada minuto se le empezó a hacer eterno y cada movimiento un doloroso trance.

No obstante, Miguel ni siquiera esperó a eso sino que escogió algo para "acariciar" a la nueva esclava. De este modo cogió un látigo de cuero y lo empezó a blandir en el aire con mucha maestría haciéndolo bailar de izquierda a derecha lentamente. Tras probar un rato lo dirigió hacia Beatriz apuntando a sus pechos. El látigo se fue acercando centímetro a centímetro a éstos y finalmente el movimiento de los anillos y el quejido de Beatriz indicaron que la punta del látigo los había tocado. Calculada la distancia Miguel siguió haciendo bailar el instrumento acertando cada vez con más precisión y arrancando quejidos y gritos cada vez más evidentes de la esclava. Beatriz intentaba apretar los labios para reprimir sus gritos mientras el látigo dejaba cada vez más líneas rojas horizontales y paralelas en su pechos y su vientre. La crueldad y sadismo de aquellos hombres era tremendo así que Beatriz siguió recibiendo esa dura flagelación indefensa en la cruz. El látigo se dirigió poco después a sus piernas. Miguel le ordenó que se incorporara en la cruz para poder golpearla con más libertad y ella obedeció de inmediato, esta vez sin poder reprimir por más tiempo sus sollozos y alaridos.

Tras un buen rato, Beatriz tenía toda la parte frontal de su cuerpo adornada de rallas rojas que escocían endemoniadamente. La joven sudaba y jadeaba de pie sobre la cruz y las lágrimas se escapaban de sus ojos amoratados. Fue entonces cuando Miguel dio por finalizado el castigo y dio permiso a la muchacha para descansar otra vez en cuclillas.

Durante un buen rato, los verdugos decidieron descansar y trajeron unas toallas, hamacas y bebidas para disfrutar del bello espectáculo de las dos esclavas "danzando" sobre sus cruces. Pronto, Beatriz empezó a notar los mismos efectos que su amiga y a moverse igual que ella sin posibilidad de encontrar una postura soportable. Las quejas de las esclavas crucificadas iban in crescendo ante los incipientes calambres de brazos y piernas, el dolor de espalda, la dificultad para respirar y el escozor de las heridas.

Ferrando se estaba masturbando sin poder quitar la vista de Irene y su gesto de sufrimiento y desesperación casi continuo. Yo creo que se aburren Miguel, vamos a darles un entretenimiento. Dicho y hecho, Ferrando se fue dentro de la casa y volvió al de un rato con dos largos palos en cuya punta había unos falos forrados de látex negro. Los crueles hombres aplaudieron por la idea, Ferrando se fue hasta Irene y pringó bien el falo de vaselina, después le hizo separar las piernas, cosa a la que ella accedió sin resistencia y con ayuda de los dedos le fue introduciendo el falo bien dentro de la vagina. Ferrando lo hizo poco a poco con cuidado deleitándose de los tenues gestos de placer de la muchacha mezclados con la crispación. Ferrando movió el falo dándole vueltas y más vueltas y arriba y abajo y finalmente clavó la base en tierra dejando a la mujer empalada. A partir de ese momento, Irene se masturbaría cada vez que hiciera el más mínimo movimiento.

Beatriz miraba envidiosa los gemidos de placer de su amiga. Irene se movía ahora tenuemente arriba y abajo con las escasas fuerzas que le quedaban , los ojos cerrados y la boca entreabierta. ¿Quieres el otro para ti?, le preguntó Ferrando asiendo el palo, tendrás que pedirlo. Señor, dijo Beatriz, quiero que me folles con ese palo. ¿Qué?, no esclava, vas a ser tú quien folle con él. Perdón señor, dijo Beatriz, quiero decir que quiero follar con el palo. Menuda zorra estás hecha, dijo Ferrando riendo pero sin satisfacer a la esclava. Entonces Armando le arrebató el palo y la vaselina y se puso a pringarlo bien. Beatriz, al ver esto, abrió las piernas a tope y cerró los ojos esperando la penetración. En lugar de eso, en unos segundos sintió la agradable caricia de una lengua en su sexo. Armando le estaba haciendo un cunnilingus y en unos momentos se ayudó del falo para penetrarla lenta y dulcemente. Beatriz dirigió su rostro hacia un lateral y se llegó a morder el brazo para no gritar como una loca. Estaba tan excitada que Armando le provocó un intenso orgasmo en pocos minutos y dejó el falo también clavado en el suelo y dentro de su coño. Beatriz no se resignó y efectivamente empezó a follarse el falo con toda su fuerza y con más animosidad aún que su amiga.

La crucifixión no duró mucho más de una hora, pues al contrario de lo que pensaba Beatriz, al cabo de ese tiempo, una chica no especialmente atlética está agotada y corre serio peligro de asfixia. Tras jugar un poco con los consoladores, las dos jóvenes estaban tan cansadas que apenas tenían ya fuerzas para levantarse sobre sí mismas, de este modo, Miguel juzgó que ya había llegado el momento de terminar el juego. Con ayuda de un par de escaleras les desataron las piernas y los brazos y tuvieron que cogerlas en brazos pues no tenían fuerzas ni para mantenerse en pie. Entonces las llevaron hasta la piscina y las tiraron al agua metiéndose Lucio y Miguel con ellas. El frescor del agua fue un alivio para las semiinconscientes esclavas y los hombres hicieron todo lo posible por desentumecerles los miembros. Beatriz casi lloraba en el agua en manos de Miguel.

Vamos, vamos, preciosa, ya ha acabado todo, le decía él besándola. Lo he soportado, lo he soportado, decía ella incoherentemente, ¿me quieres?. Sí querida, lo has hecho, ahora podrás descansar. Los hombres les sacaron del agua y las envolvieron en toallas. Entonces las llevaron en brazos hasta la casa, les administraron la pomada para las heridas y las acostaron a las dos en la misma cama.

Epílogo.

Beatriz e Irene durmieron todo el resto del día y toda la noche. A las doce había acabado el contrato de esclavitud y al día siguiente tras recuperarse lo suficiente Beatriz se pudo ir a su casa. Atentamente, Miguel le ofreció ropas de Irene para cubrir toda su anatomía pues fuera de la cara, el cuello y las manos, la chica tenía buena parte de su cuerpo marcado. Beatriz volvió a su casa y pidió permiso en el trabajo para ir tarde ese día. Aparentemente, la joven volvió a su vida normal, vivía sola y tenía un puesto de responsabilidad en la empresa, algo raro en una chica tan joven. Sin embargo, nada era igual. Da lo mismo lo que hiciera, Beatriz no podía dejar de pensar ni por un momento en su experiencia sado. Su cuerpo aún dolorido le hacía revivir cada momento de dolor y humillación, cada orgasmo, la flagelación en la piscina, la desesperante crucifixión y especialmente la sesión de tortura con Armando.

Como no se podía poner ropa interior, pues le hacía daño, Beatriz iba al trabajo sin nada debajo pero muy tapada, tampoco quería que se le vieran las marcas. A la mínima excusa se iba al baño y se masturbaba sobre la taza. En casa aún era más obsesivo, pasaba el tiempo delante del ordenador desnuda viendo páginas sado y analizando el progreso de sus heridas y marcas. La joven añoraba ahora cada minuto su fin de semana de esclavitud.

Cuando llegó el viernes, ella sentía una extraña satisfacción y alivio sin saber muy bien por qué. Al terminar su horario de trabajo por la tarde, ni siquiera volvió a su casa, casi inconscientemente cogió el metro y se dirigió a casa de Miguel. ¿Puedo pasar?, le dijo en la puerta. Por supuesto, preciosa, contestó Miguel. ¿Está Irene contigo?. Sí, ¿por qué?. Beatriz se empezó a desabotonar la chaqueta diciendo. Este fin de semana yo seré la esclava y vosotros dos mis amos.