Esclavas Crucificadas (6)
Irene y Beatriz siguen su calvario en manos de sus cuatro sádicos amos. Esta vez les someten a un perverso concurso qué decidirá cuál de las dos sufre más esa noche.
Capítulo Sexto. La Prueba.
Beatriz permaneció maniatada y amordazada durante un par de horas más. La joven forcejeaba en el suelo pero no pudo aliviar sus ataduras ni lo más mínimo. La baba le caía sin parar de la mordaza a pesar de que ella aspiraba continuamente la saliva hacia dentro. Los hombres se habían olvidado de ella y la dejaron sola con sus pensamientos. Estos no podían ser más lúgubres, pues las palabras de aquel hombre habían conseguido aterrorizarla. ¿A qué tipo de prueba se refería?, la joven temía lo peor pues ese tío parecía no estar en sus cabales y le incomodaba que se hubiera interesado tanto por ella.
Por otro lado, Beatriz seguía muy caliente. Es cierto que le dolía todo el cuerpo, el escozor de los latigazos que ahora marcaban claramente su piel, los pezones hinchados e irritados por las pinzas ., pero ahora eso era una molestia sorda de la que casi se enorgullecía como el atleta al que no importan las agujetas tras ganar una carrera.
De hecho, la situación le hacía estar supercachonda, casi calcada de las fantasías sadomasoquistas con las que soñaba desde hacía años. Ahí la habían dejado completamente desnuda e indefensa a merced de que cualquiera de esos individuos la tomara cuando quisiese y de la manera que deseara.
Por eso mismo, ni siquiera se alarmó cuando Lucio se acercó a ella. Momentos antes le había odiado mientras le "acariciaba" con la picana, y a pesar de la mordaza ella le había cubierto de insultos y maldiciones a él y a su familia hasta la quinta generación. Ahora, en cambio, sólo deseaba que ese cerdo la cogiera y se la follara para quitarle ese fuego que tenía ahí debajo.
Hola princesa, ¿estás cómoda? Le dijo Lucio que traía con él un barreño con agua.Y sin esperar respuesta se puso a toquetearla descaradamente aprovechando que ella estaba atada. No me extraña que Miguel esté obsesionado contigo preciosa, le dijo admirando las huellas de los latigazos sobre su piel, estás para comerte. Beatriz hizo como que se resistía un poco, pero en el fondo aceptó bien las caricias y empezó a runrunear como un gato cerrando los ojos y gimiendo quedamente mientras el tío le sobaba las tetas y el culo sin ningún freno ni recato. Los "preliminares" no duraron mucho y Lucio posó la mano sobre la raja de ella para acariciarla con los dedos mientras le cubría de besos y le lamía por todas partes. Sólo fueron unos segundos pero la joven se entregó al placer totalmente mirando lascivamente la polla tiesa y brillante de él y suspirando de gusto. Vamos preciosa, córrete para mí como has hecho antes, me gusta mucho ver cómo te corres. A Beatriz le caía ahora la baba a raudales mientras el tío le enredaba ahí abajo y ella gemía muerta de deseo. Sin embargo, Lucio no le dejó acabar por el momento.
Tras un poco más de magreo, el verdugo accedió a quitarle el ballgag y Beatriz escupió al suelo. Le dolía un poco la mandíbula de haber tenido que mantener la mordaza entre los dientes pero sobre todo tenía mucha sed. Por favor, mi amo, dijo sumisamente, ¿Me das un poco de agua?. Lucio ya se lo imaginaba así que sacó una esponja del barreño y se la acercó a la boca apretándola para derramar el líquido. Beatriz tragó ávidamente el agua fresca que en parte se deslizó por su cara y su torso. Gracias, le dijo tras beber. Dame un beso, le dijo Lucio por toda respuesta. Y ella afirmó mirándole fijamente con sus bellos ojos y ofreció libremente boca y labios a su verdugo. Lucio le dio un beso largo con lengua que ella correspondió apasionadamente mientras él volvía a acariciarle suavemente las tetas. En unos segundos Lucio volvió a poner sus dedos en el coño de ella y se puso a masturbarle sin dejar de comerle los labios y la lengua. Beatriz le besó aún con más ganas, completamente transida de lujuria abriendo sus piernas todo lo posible para que él maniobrara en su sexo sin obstáculos.
Chúpame las tetas, por favor, dijo ella entre suspiros a punto del orgasmo. Me arden, por favor, mi amo. Chúpamelas. Lucio tenía la polla a estallar y se puso a lamerle los enrojecidos pezones a Beatriz. Sí, sí, así, qué gusto, Dios, dijo ella con los ojos en blanco y a punto de correrse. Mis tetas, por favor, sí. Lucio pasó con su boca de un pezón a otro, mientras sus dedos entraban en la mojada vagina de la chica adentro y afuera una y otra vez. Por fin, cuando notó que ella ya estaba a punto apretó dos dedos contra el clítoris y le dio un vigoroso masaje que le hizo correrse entre gritos de placer.
Desde lejos Ferrando se puso a reír aplaudiendo sonoramente al ver cómo el cuerpo desnudo de Beatriz se debatía entre las manos del electricista. Bravo Lucio, gritó, es una zorra de primera, cómo grita la tía.
Beatriz casi tenía lágrimas y miró agradecida a su amo, pero aún quería más. Fóllame, por favor, le rogó susurrando. ¿Ahora?, preguntó él. Sí ahora, por favor, mi amo, fóllame fuerte. Y diciendo esto le ofrecía su húmeda entrepierna abriendo los muslos todo lo que las esposas de los tobillos se lo permitían. Pero como Lucio no hizo ademán de follársela ella dijo. Si quieres te la chupo primero, y con un movimiento brusco buscó el pene de Lucio con la boca abierta. No, no, le rechazó Lucio, aún no, tengo que reservarme para la prueba. Beatriz se quedó parada al oír por segunda vez esa palabra. ¿Qué es eso de la prueba?. Lucio sonrió sin hacer ni ademán de contestar mientras seguía acariciándola. Ahora mismo te enterarás le dijo por toda respuesta. Por favor, le volvió a decir Beatriz mirándole con ojos de cordero degollado.
Bueno, lo vas a saber de todas formas, así que es mejor que te lo diga. ¿Has visto a ese?. Lucio señaló con la mirada al tipo calvo y gordo. Se llama Armando y es un tipo muy raro. A él no le gusta follar con las esclavas. De hecho no creo ni que se atreva a tocarte, por lo menos en público. Lucio se acercó aún más a Beatriz cómo para que Armando no le oyera. A él sólo le gusta hacer sufrir a las chicas como tú. Es el más sádico de todos nosotros, un sicópata obsesionado por la tortura y el dolor. Beatriz empezó a comprender y los escalofríos recorrieron su cuerpo. Miguel ha dicho que luego vamos a hacer una prueba para ver a cuál de las dos se lleva esta noche. ¿Qué?, preguntó Beatriz mientras sentía cómo el corazón se le aceleraba. Pues eso, que a una de vosotras dos le va a tocar pasar la noche con Armando. Me imagino que se la llevará a una habitación que tiene en el sótano de la casa y allí bueno ya te puedes imaginar lo que ocurrirá. Es una mala bestia, sólo se le pone tiesa si tortura a una tía durante horas. Beatriz no se lo podía creer, el terror le atenazaba y el corazón le empezó a latir deprisa. El tal Armando le había dicho unos momentos antes que se había fijado en ella. En ella precisamente. Y ahora sabía para qué.
¿Qué, qué me hará si no supero la prueba?, preguntó ella transpirando de miedo. La verdad es que me gustaría verlo, dijo Lucio para sí, pero no me va a dejar, le gusta actuar a solas y sin testigos. Dice que es lo único que le excita. Normalmente nos tenemos que conformar con ver el video pues le gusta grabar sus sesiones de tortura. Luego miró a Beatriz y le dijo acariciándole la cabeza. Yo que tú rezaría para que le toque a la otra, los videos suelen ser bastante fuertes.
A Beatriz le asaltó un escalofrío de terror y perdió la compostura. No por favor, no quiero, dijo medio llorando, dile a Miguel que no quiero seguir. Lucio le miró divertido. Quiero irme ahora, le dijo ella. Eso no es posible, princesa, el trato era todo el fin de semana. Ya lo sé, dijo ella desesperada, pero él me ha prometido que esto tendría un límite. Beatriz miró a Armando que a su vez le miraba desde la distancia y se sinceró con Lucio entre susurros. Me quiere para él, me lo ha dicho. Lucio miró entonces a Armando y masculló. Será cabrón. Después de todo tiene buen gusto, estás muy buena. Lo siento por ti esclava, si él lo dice así será, seguramente caerás en sus manos tarde o temprano, no creo que Miguel se lo niegue, le dijo alejándose de ella.
No, por favor, no, escúchame, no te vayas. No podré soportarlo, por favor. Mientras se alejaba, Lucio oía los sollozos de Beatriz mirando de reojo a Armando que ahora parecía ausente.
Justo en ese momento aparecieron Miguel e Irene que salían de la casa. Los dos estaban desnudos sólo que Irene llevaba las manos atadas a la espalda y Miguel tiraba de un dogal que ella llevaba atado al cuello. La joven tenía toda su piel marcada por el látigo igual que Beatriz, de hecho los latigazos se apreciaban más claramente al ser la rubia de piel más clara. Irene seguía a Miguel con pasos cortos y rápidos, la cabeza baja y una obediencia y sumisión total. Los dos se acercaron a Beatriz y Miguel hizo una seña a Irene para que se arrodillara al lado de ésta. Al ver a Beatriz con lágrimas en los ojos Miguel no se compadeció lo más mínimo. ¿Qué ocurre preciosa?, ¿Han abusado de ti estos bestias?, pobrecita.
Diciendo esto, Miguel se agachó y abrió con una llave las esposas de los tobillos de Beatriz, aunque dejó en su sitio los de las muñecas. Hecho esto la ayudó a arrodillarse. Mientras la desataba Beatriz se puso a pedir piedad desesperadamente. Por favor, mi amo, le dijo, en bajo, déjame que me vaya. Te prometo que volveré cuando quieras y podrás hacerme lo que gustes, pero no me entregues a él, eso no. Beatriz señaló con la mirada a Armando, lo cual provocó una sonrisa en Miguel. ¿Te refieres a Armando?, ¿qué te ha hecho?. Nada pero me quiere para él, me lo ha dicho antes. Vaya, vaya, o sea que le gustas, qué novedad. Bueno, eso de que te va a tener para él habrá que verlo. Depende de tu habilidad. No entiendo, volvió a decir Beatriz.
Ahora verás. A ver vosotros, gritó Miguel, venid aquí que vamos a hacer la prueba. Lucio y Ferrando gritaron alborozados y vinieron corriendo donde las esclavas. Los dos estaban completamente desnudos y venían con el pene erecto y brillante. Menos mal, dijo Lucio, ya no me aguantaba más, y se puso cada uno de ellos delante de cada esclava con la polla tiesa y las manos en jarras. Lucio con Beatriz y Ferrando con Irene. Como las dos jóvenes miraban sin comprender a Miguel, éste dijo. La prueba es muy sencilla. Cada una de vosotras se la tiene que chupar al que tenga delante. La primera que consiga que su amo se corra se libra del suplicio, la otra tendrá que pasar la noche con el tío más sádico que ha parido madre. ¿Qué os parece, esclavas?. Irene miró a Miguel, casi se meó encima de miedo, pero se contuvo y bajó la vista sumisamente afirmando con la cabeza. Beatriz, en cambio, respiraba agitada a punto de protestar, estaba desesperada y esa especie de competición le parecía denigrante. La joven miró a Miguel con furia. No digas una palabra si no quieres que te dé con la fusta, esclava, advirtió Miguel adivinando lo que iba a hacer ella. Beatriz bajó la mirada y dijo. Lo siento amo. ¿Se la chuparás a Lucio?, le preguntó severamente Miguel, y Beatriz afirmó con la cabeza mientras le caían algunas lágrimas. ¡Más fuerte!, quiero oírte decirlo. Sí amo, gritó Beatriz a punto de llorar. Haré lo que tú quieras.
Así me gusta, contestó Miguel. Muy bien, cuando cuente tres empezáis la mamada. ¿De acuerdo?. Una dos y ..tres. Según terminó la cuenta Beatriz se introdujo la polla de Lucio en la boca con avidez. Le daban una oportunidad de librarse y no la desaprovecharía. Lucio sintió desde el primer momento cómo la joven se introducía la polla hasta dentro y accionaba los labios adentro y afuera vigorosamente succionando con todas sus fuerzas. Si seguía así esa tía iba a conseguir que se corriera en cuestión de minutos. Consiguientemente, Lucio cerró los ojos para disfrutar a tope. Por el contrario, Irene empezó más pausadamente pero consiguió un efecto parecido, pues Ferrando empezó a gemir de gusto por el masaje húmedo y cálido de la boca de esa jovencita preciosa.
Las dos muchachas movían sus cabezas rítmicamente adelante y atrás y sólo paraban para lamer los penes brillantes de sus amos con movimientos ágiles de sus lenguas. ¡Qué putas son! Dijo Miguel cruelmente admirando a las dos esclavas afanándose en la felación. Venderían a sus madres con tal de librarse del tormento.
A pesar del reproche, las dos siguieron a lo suyo, chupando y mamando, sin sacarse las pollas de la boca mientras los tíos no dejaban de gemir con los ojos cerrados y la boca entreabierta. A Beatriz el corazón le retumbaba en el pecho a toda velocidad mientras se repetía una y otra vez que no caería en manos de ese sádico de Armando. Que sufra la zorra de Irene, ella me ha metido en esto, pensaba Beatriz muy nerviosa. Pero para su desgracia, el concurso estaba amañado. Repentinamente Beatriz notó que algo líquido se le empezaba a escapar a Lucio de su pene y eso le animó a seguir con la felación con todas sus energías, sin embargo, una fuerza repentina le impidió seguir y sintió como alguien tiraba de su pelo violentamente. Beatriz abrió los ojos alarmada. Era Armando que le había cogido del pelo para sacar la polla de Lucio de su boca.
Eh tú, protestó Lucio, estaba a punto de correrme. Vaya, vaya, el sicópata se ha enamorado, se burló Ferrando y ya no pudo decir más pues cerró los ojos y obligó a Irene a parar la felación, separó su cara de la polla y se la cogió con la mano para que los disparos de semen le acertaran en pleno rostro. Irene recibió las descargas de lefa cerrando los ojos y poniendo muecas de disgusto. Una, dos, tres, cuatro, cinco chorros de semen le pusieron la cara perdida, mientras Ferrando bramaba de gusto. Cuando por fin terminó el bombardeo Irene relajó el rostro y se puso a limpiarle la polla a Ferrando delicadamente. Mientras se la chupaba Irene sonreía mirando pícaramente a su dueño feliz de haberse librado de una noche de horror y dolor. También miraba a Beatriz sospechosamente complacida del infierno que le esperaba a su adorada amiga.
Beatriz, en cambio, veía aterrorizada cómo Ferrando se corría. Es trampa, acertó a decir, pero al momento recibió la lluvia cálida de Lucio que se masturbó vigorosamente para llegar por fin al deseado orgasmo. Beatriz también puso gesto de asco y disgusto al chocar contra su rostro la pastosa lefa que en parte le entró en la boca. La chica escupió al suelo para volver a protestar. Es trampa, me habéis hecho trampa. Los verdugos ni siquiera se pararon a considerarlo, sino que riéndose de ella y un poco de Armando Miguel le dijo. Vamos, llévatela, lo estás deseando desde que la has visto por primera vez.
Armando sonrió satisfecho y se apresuró a coger a Beatriz de los brazos obligándola a levantarse. No, gritó Beatriz desesperada, no, habéis hecho trampa, suéltame. Ven aquí preciosa masculló Armando haciendo fuerza para llevársela, ya eres mía. Beatriz se resistió como pudo, haciendo fuerza con los pies contra el suelo mientras el tío le obligaba a caminar torpemente. Los demás no paraban de reírse de Armando, divertidos por su torpeza en hacer caminar a Beatriz. Esto le hizo cabrearse aún más y utilizó toda su fuerza bruta para arrastrar a la esclava que no dejaba de resistirse desesperadamente. Por fin, Armando no tuvo más remedio que echársela al hombro como un fardo de patatas y llevársela de allí a toda prisa. Miguel y los otros volvieron a reir ante lo ridículo de la escena al ver en alto el redondo culo de Beatriz que no dejaba de patalear. Por fin desaparecieron amo y esclava en el interior de la casa mientras se oían en la lejanía los gritos de la joven pidiendo auxilio.
Armando no la soltó en ningún momento hasta que llegó a su cubil. Para ello tuvo que descender por unas escaleras hasta llegar a una puerta de metal. Bufando de cansancio y sudando, sacó como pudo unas llaves del bolsillo y tras varios intentos acertó en la cerradura abriéndola a toda prisa pues la joven no dejaba de gritar ni de agitarse. Por fin consiguió abrir e introdujo a la esclava en el interior, encendió la llave de la luz y depositó a Beatriz en el suelo. Antes de que ella pudiera reaccionar cerró la puerta y le dio dos vueltas con la llave. Beatriz le miró desesperada con lágrimas en los ojos e hizo ademán de levantarse cuando algo le dejó paralizada. Repentinamente se fijó en el lugar en el que estaba y un escalofrío de terror le paralizó hasta el último músculo. Beatriz comprendió que Armando la había conducido hasta su guarida como hace una asquerosa araña con su presa.
Entretanto, Irene se encontraba en la piscina con los otros tres sádicos. Aunque se había librado del perverso Armando nada le libraría de su primera experiencia anal tal y como se lo había prometido su amo. Curiosamente, y de forma un poco caprichosa, Miguel había decidido que dicha experiencia fuera más placentera que dolorosa. Los tres la sodomizarían por turno por no sin antes prepararle adecuadamente el conducto. Así, Miguel trajo todo lo necesario mientras Ferrando y Lucio le sumergían a Irene la cabeza en el agua para limpiarle de semen. Por supuesto, durante todo el proceso ella permaneció con los brazos atados a la espalda como buena esclava.
Bien cariño, ¿estás preparada para recibir por el culo?. Irene le miró resignada y asintió. No te preocupes, casi no te va a doler. Y cogiéndole de la nuca le obligó a bajar la cabeza y poner el culo en pompa.Inmediatamente se puso a acariciarle el trasero a Irene. ¿No os gusta el culito de mi esclava?, a mí me vuelve loco. Y diciendo esto le separó bien las nalgas, dejando al descubierto la parte posterior de su coño y el agujero del ano todo completamente depilado. Abre bien el culo, ordenó Miguel, e Irene puso sus dos manos esposadas en las nalgas para abrir sus agujeros a tope.
Mientras Irene ofrecía sumisamente su trasero, Beatriz lo estaba pasando mal. Aquella habitación era una siniestra cámara de tortura. Todo estaba presidido por una cámara de video sobre trípode enfocada a una especie silla de ginecólogo muy aparatosa, llena de cintas de cuero y hebillas abiertas. Detrás había una cruz de San Andrés y una camilla con cadenas y grillos de metal. También había un caballete de madera con el listón horizontal en forma de cuña y un consolador erecto en el centro. Del techo colgaban unas cadenas y grilletes justo encima del caballete. Aparte de esto las paredes estaban llenas de instrumentos de tortura, restricciones de cuero y de metal, látigos y otros objetos que Beatriz no pudo distinguir en el primer momento.
La joven se levantó y corrió aterrorizada hacia la puerta, pero Armando se lo impidió y como ella no dejaba de gritar ni agitarse él le dio dos bofetadas. Ella se quedó parada y empezó a llorar. ¿Quieres calmarte?, le dijo él enfadado. Escúchame. Ya nada ni nadie puede librarte de mí. Ahora eres mía y nada de lo que hagas te servirá. Sin embargo Beatriz le miró de reojo. Si eres buena conmigo tendré piedad de ti y no será tan terrible.¿Qué quieres de mí?¿qué me vas a hacer? Le preguntó ella entre sollozos. Por lo pronto, quiero que te quedes quieta, la puerta está cerrada y como ves no hay ninguna ventana, además esta habitación está insonorizada así que puedes gritar todo lo que quieras, nadie puede oírte desde fuera. Está bien, dijo Beatriz intentando contenerse. Buena chica, lo único que quiero es tocarte a gusto, ponte derecha y abre las piernas. A Beatriz sólo esa frase le dio asco pero obedeció. Sin embargo, Armando no le tocó inmediatamente, sino que se fue hasta la cámara de video y la puso en funcionamiento apuntando hacia la joven. Luego para sorpresa de ella Armando empezó a desnudarse fuera de plano. A Beatriz le asqueó ver a ese gordo, feo y calvo desnudándose en su presencia. Como se imaginaba era un tío sin ningún atractivo, con bastante pelo en el cuerpo y un culo raquítico y fofo. Para rematarlo, tenía un pene pequeño escondido y apenas perceptible entre la mata de pelo de su pubis. Beatriz torció el rostro para no mirar a tan patético personaje. ¿No te gusto?, preguntó él a sabiendas. No importa, ya te acostumbrarás. Y diciendo esto se puso encima una bata blanca que sólo le tapaba hasta la cintura dejando sus vergüenzas al aire.
Fue de esta guisa tan ridícula como Armando entró en plano y se acercó a la joven. Di a la cámara cómo te llamas, preciosa. Ella le miró sin comprender. Vamos ¡hazlo!. ¡Beatriz!, contestó ella casi gritando, me llamó Beatriz. Muy bien, esta noche vamos a jugar con la pequeña Beatriz. Y dicho esto Armando le dijo algo al oído. Ella apartó su rostro y puso un horrendo gesto de disgusto. ¿Estás loco?, dijo ella. Te he dicho que obedezcas o será peor. Pero yo no puedo decir eso, contestó ella llorando, es horrible. Si no lo haces será mucho peor. Ella le miró entonces y con lágrimas en los ojos miró hacia la cámara y después de vacilar mucho dijo. He venido aquí porque me pone cachonda que me torturen. Sigue, ¿qué más?. Espero que vosotros también disfrutéis de mi tortura. Y acto seguido bajó la cabeza completamente avergonzada.
Muy bien, así me gusta, que seas obediente. Y ahora quédate quietecita mientras te toco. Para disgusto de ella Armando le puso una mano en el muslo y empezó a acariciarla con el dorso. Hmm, qué piel tan suave y qué bonita eres, ¿te gusta que te toquen? Un escalofrío de repulsión recorrió el cuerpo de ella que hacía todo lo posible por mirar hacia otro lado, sin embargo afirmó con la cabeza contra su voluntad. Esta actitud de rechazo pareció agradar a Armando, acostumbrado a dar asco a las esclavas. Hacía mucho que no tenía una como tú, preciosa, lo pasaremos bien, verás. Y mientras le decía esto siguió acariciándole las piernas y dándole cachetitos en el trasero. Y ahora dime ¿te gusta que te azoten?. Beatriz le hubiera dado una patada en los huevos a ese cerdo y hubiera salido corriendo de allí, pero estaba muerta de miedo y aceptó lo que fuera con tal de que no se ensañara con ella, así que volvió a afirmar ante la cámara. Vaya, vaya, menuda zorra voy a tener que castigarte duramente. Esto hizo que Beatriz volviera a derramar lágrimas completamente avergonzada.
El tío no se pasó mucho más con los toqueteos, sólo le rozó con los dedos aquí y allá y le pasó la palma de la mano por el vientre y las tetas. Por fin se cansó y le soltó las esposas. Beatriz se vio por fin libre y llevó sus manos adelante acariciándose las doloridas muñecas. Entretanto él se alejó de ella seguro de que no podía huir, fue hasta la cámara y la enfocó otra vez hacia la silla de ginecólogo. Muy bien, preciosa, ahora vas a actuar para mí. Beatriz no le hizo caso pues se estaba tocando los pechos inspeccionando la irritación de los pezones e intentando aliviarse con saliva. ¿No me has oído?. Siéntate en la silla. Beatriz no quería incomodarle así que le obedeció y se sentó en la silla mientras él enfocaba correctamente la cámara.
Armando sonreía al ver cómo ella juntaba las piernas y cruzaba los brazos delante de sus pechos. Momentos antes no se había comportado tan púdicamente. Bien, ahora quiero que te toques tú para mí. ¿Tocarme?, le preguntó Beatriz con gesto extrañado pero adivinando al momento lo que quería ese pervertido. Sí, Ya sabes, quiero que te acaricies y te corras. Pero, pero, no tengo ganas, esto no me gusta, tú no me gustas. Vamos a ver. Cuanto mejor lo hagas mejor para ti. Se supone que eres una tía masoca y que estás en pelotas en una sala de tortura. Sólo eso te tendría que poner muy cachonda así que obedeceme y masturbate. Beatriz no sabía lo que hacer, pero no le quedaba otro remedio así que empezó a acariciarse. Primero empezó por los pechos.
La joven se empezó a acariciar los pechos lenta y suavemente, al principio con un poco de repulsión y miedo por el tío que tenía delante, pero poco a poco cerró los ojos y volvió a refugiarse en sus fantasías. Volvió a recordar su sueño en que ella e Irene eran encerradas en una mazmorra. Pero en su sueño los verdugos eran fuertes y atractivos de esos que dan ganas clavarles las uñas y no tíos patéticos como Armando. ¿Por qué no estaba Miguel en ese momento con ella?. Era así como le hubiera gustado entregarse y someterse y no con ese puerco. Sea como fuere, ella se fue animando. Armando experimentó cómo su patético pene iba creciendo mientras esa joven preciosa se retorcía en la silla. Beatriz deslizaba ahora los pulgares por las aureolas de los pezones gimiendo de gusto. Al pronto se cogió un pecho con las dos manos y se lo acercó a la boca sacando la lengua para lamerse el pezón. En realidad no tenía el pecho tan grande como para llegar a chupárselo, pero igualmente se escupió en él y luego extendió la saliva con movimientos circulares del dedo índice.
A Armando se le puso dura como una piedra al oír los gemidos de esa chica y empezó a masturbarse. Entretanto Beatriz seguía evadiéndose de su entorno intentando olvidarse del que tenía delante. En su mente estaba ahora en la piscina con Irene mientras su verdugos les flagelaban. Beatriz sintió otra vez los golpes del látigo sobre su piel y se chupó los dedos de la mano derecha para mojarse bien el clítoris y los labios de la vagina. Lentamente Beatriz empezó a masturbarse y con la otra mano se retorcía y estiraba del pezón izquierdo como habían hecho las pinzas unas horas antes.
Armando sonrió de gusto al ver su pequeño pene en plenitud. Había elegido muy bien, Beatriz tenía una gran vocación de esclava y si conseguía vencer su miedo, disfrutaría del dolor igual que del placer y él con ella. El caso es que Beatriz cada vez se masturbaba con más fuerza e intensidad, estaba ahora echada en la silla y seguía frotándose el clítoris mientras se introducía los dedos de la otra mano dentro de la vagina. Toda ella temblaba, estaba muy excitada, con la piel de gallina y tenía los pezones y el vello erizados. En su mente había vuelto a su sueño de la noche cuando la crucificaban y sintió un gran placer al recordar que eso era lo que iban a hacer con ella al día siguiente. Al pronto se puso a gemir con más rapidez e intensidad y empezó a correrse entre espasmos y gritos cada vez más profundos. Ante aquello Armando se masturbó más y más fuerte pero como de costumbre no llegó al orgasmo. Bastante sabía él que sólo había una manera.
Casi en el mismo momento, Irene cerró los ojos y bramó de gusto sin soltar sus nalgas. Miguel le había estado acariciando los labios vaginales introduciendo dentro de éstos sus dedos y en ese momento le estaba repasando la aureola del ano con los dedos húmedos. Sí, sí, dijo suspirando la muchacha. ¡Mi culo, qué gusto!, dijo ella cuando Miguel le introdujo el primer dedo por el esfínter. Poco a poco Miguel le fue dando vueltas metiendo y sacando el dedo hasta la tercera falange. Irene ya no era dueña de sí misma y siguió pidiendo a su amo que siguiera ocupándose de su culo. Así, así relájalo, decía él sin parar de mover el dedo. A Ferrando y a Lucio se les había vuelto a poner como una estaca y miraban la escena encantados. Muy bien, ahora quiero que hagas fuerza y me atrapes el dedo. Irene obedeció al momento y Miguel comentó. Qué maravilla, es completamente virgen, lo tiene tieso y firme como una niña ¿queréis comprobarlo? . Irene miró entonces a Miguel y se sonrojó repentinamente dejando que él sacara el dedo sin oposición. Ferrando no dudó ni un momento y le exploró el ano sin pedir permiso. AAh, Irene volvió a gemir de placer, e involuntariamente cerró el esfínter y empezó a mover el trasero atrás y adelante. Así así, potrilla, fóllame el dedo, estás impaciente, ¿verdad?.
A pesar de que su esclava había aceptado "hacer dedos" ante su presencia, él no había conseguido nada. Disgustado y decepcionado consigo mismo Armando se dirigió hacia Beatriz y antes de que se diera cuenta la empezó a atar a la silla con unas cintas de cuero de tacto muy suave. Ella se sorprendió pero no reaccionó. Armando actuó con diligencia y le ajustó los antebrazos a los reposabrazos, una cinta en la muñeca y otra muy cerca del codo. A éstas siguieron otras bajo los hombros, los tobillos, muslos, rodillas, bajo los pechos, etc. Su verdugo actuaba sobre ella con parsimonia y cuidado, asegurándose de inmovilizar todos y cada uno de sus miembros. El tío apretaba las cintas a tope pero sin llegar a cortarle la circulación en ningún momento. Beatriz se dejaba maniatar sin resistencia ninguna con una mezcla de miedo y excitación.
Armando percibió ambas; decididamente cada vez le gustaba más esa sumisa a pesar de su fracaso. ¡Si supiera lo que le esperaba!. En unos minutos la araña ya tenía a su presa completamente inmovilizada con sus viscosos hilos, había llegado el momento de empezar a jugar con ella. Y para eso trajo Armando sus juguetes. Así acercó un carrito lleno de bultos tapados por una sábana. ¿Qué, qué es eso?, preguntó Beatriz temiendo lo peor. Armando sonrió e hizo ademán de levantar la sábana, pero no lo hizo y dijo mirando las manos de ella. Espera, aún me falta un detalle. Y diciendo esto trajo rollo de cinta aislante y se puso a inmovilizar cada uno de los dedos de la mano al reposabrazos. Beatriz no comprendía el interés de él por sus manos, pero el verdugo dedicó mucho esfuerzo y dedicación a atar bien los dedos de la esclava con las palmas bien abiertas y los dedos perfectamente separados entre sí.
Por fin cuando terminó le acarició la mejilla y le dijo. Mi pobre niña, al principio creerás que no podrás soportarlo, pero pronto te acostumbrarás. Y diciendo esto fue levantando la sábana del carrito con una mueca de crueldad y sadismo mal disimulado.
A Beatriz se le empezó a desbocar el corazón al ver el instrumental de tortura. Como si fueran las herramientas de un cirujano, el verdugo había dispuesto todo en orden y pulcritud: una caja de agujas hipodérmicas, otra de alfileres con cabeza redonda de colores, un pequeño soplete, tenacillas y pinzas dentadas, un consolador del que salían cables que iban hasta un generador eléctrico, un espéculum y otra serie de cosas para las que la febril mente de Beatriz imaginó mil y un usos sádicos y crueles.
Por favor, no, suplico ella, ¿qué vas a hacer con eso?. Un poco de todo, preciosa, tenemos muchas horas por delante. Pero, ¿por qué?, me he masturbado para ti, ¿por qué me haces esto?. Lo siento preciosa, no me queda otro remedio, tienes que sufrir para que yo pueda tener un orgasmo, es la única manera. No, no es cierto, Beatriz transpiraba de miedo mirando los objetos de reojo. Si me dejas yo conseguiré que te corras. Armando negaba con la cabeza mientras vertía un poco de alcohol en un cuenco. Suéltame y no te arrepentirás, te la chuparé despacio hasta que te corras en mi boca. Vamos, por favor. Armando no le hizo ningún caso. Fóllame como quieras, fóllame el culo si quieres, vamos, estoy muy cachonda, fóllame pero no me tortures por favor. Beatriz suplicaba desesperada al ver cómo Armando iba introduciendo varias alfileres y agujas hipodérmicas en el alcohol. Seguidamente, como si fuera un cirujano, Armando se puso unos guantes de goma y cogió una alfiler con cabeza redonda de color, lentamente la levantó y se la enseñó a su víctima. Beatriz se quedó muda de terror, Armando estaba completamente empalmado, su pene estaba ahora grueso y turgente.