Esclavas Crucificadas (5)
Beatriz e Irene prueban el látigo y la picana. Sin embargo, tras el dolor viene el placer.
Capítulo Quinto: La flagelación
Beatriz siguió besando a Irene. Las dos seguían desnudas y estiradas por su propio peso con los brazos colgados de lo alto y los pies de puntillas, tal y como las habían dejado sus verdugos. Beatriz besaba y lamía los labios de su amiga con auténtica pasión. Su entrepierna era puro fuego y hubiera deseado que alguien se la acariciara para correrse de una vez. Las fantasías sadomasoquistas de la joven se hacían por fin realidad y ella sentía un indecible placer de estar desnuda y maniatada a capricho de esos pervertidos.
Repentinamente, sin embargo, unas manos brutales volvieron a traerla a la realidad y la separaron de los cálidos labios de Irene interponiendo entre ambas una asquerosa bola de goma roja. Miguel y Ferrando se habían acercado a sus esclavas, entonces y por sorpresa les obligaron a torcer su cabeza hacia atrás y a entreabrir la boca sólo para meterles una incómoda bola de goma atada a unas correas que ellas tuvieron que morder. A Beatriz la amordazaron sin ninguna consideración ajustándole la goma entre las mandíbulas y apretando después las correas a su nuca. Al momento la joven pudo ver cómo hacían lo mismo con su amiga.
Ahora vais a estar calladitas, princesas, dijo Ferrando, no queremos que molestéis a los vecinos con vuestros gritos. Mientras las preparaban para la flagelación, Irene y Beatriz no dejaban de mirarse ni de mirar a los hombres que, también desnudos bullían a su alrededor. Al poco la baba les empezó a caer de la boca en largos hilos que se deslizaban por su cuerpo. Esto o el miedo les hizo sentir múltiples escalofríos.
De pronto, Miguel trajo algo en las manos y empezó a acariciar con ellas los pechos y el vientre de las jóvenes. Irene y Beatriz miraron horrorizadas esos objetos fríos y metálicos con los que les acariciaban la piel. Se trataba de unas pinzas dentadas de plástico. Esto es para los pezoncitos de mis esclavas dijo Miguel a Ferrando enseñándole los dientes curvos de las pinzas con una mueca de crueldad. Lucio, que se había acercado a los demás, empezó a reír entonces a carcajadas, mientras el cuarto y misterioso personaje miraba la escena con gesto de sadismo y lujuria mal contenida.
Miguel acercó una pinza al rostro de Irene abriéndola y cerrándola. Bien, querida, vamos a empezar contigo. ¿Qué prefieres, el izquierdo o el derecho?. Irene gimió tras su mordaza negando con la cabeza. ¿No te decides?, bien, elegiré yo por ti. Miguel cogió entonces el pezón izquierdo de Irene con dos dedos y estiró levemente de él. Grita lo que quieras y muerde la mordaza, cariño, esto te va a doler. Entonces abrió la pinza y calculó qué porción de carne atraparía con la tenacilla. Sonriendo, fue cerrando lentamente la pinza y los dientes de ésta fueron presionando lentamente el pezón de la muchacha clavándose en su delicada piel con saña. Irene crispó los ojos y un grito se escapó de su boca, mientras toda ella se retorcía de dolor.
Beatriz miraba anonadada viendo sufrir a su amiga, cuando Miguel acercó otra pinza a su pecho derecho. Esta vez, antes de poner la pinza, Miguel le chupó y mordió la punta de su teta haciéndole daño y arrancando un gemido de dolor. Acto seguido cogió la pinza y se la cerró lentamente sobre el pezón mientras la joven negaba desesperadamente. Beatriz notó entonces un tremendo calambre de dolor en su pecho que recorrió todo su ser y soltó un tremendo alarido mezclado con una palabrota. Parecía que los dientes le iban a cortar la punta del pezón pero eso no ocurrió, sin embargo la presión era cada vez más fuerte y más intensa y ella siguió gimiendo y gritando sin dejar de debatirse. Dios, pensó, el dolor real no es como el de los sueños, es terrible y nada placentero, no te deja pensar.
Miguel se quedó unos momentos quieto deleitándose de los primeros momentos de tortura de sus dos esclavas, mientras se masturbaba lentamente. No había prisas, por delante había largas horas de crueldad calculada y diversión con esas dos preciosidades. Se nota que no están acostumbradas al dolor, le comentó a Lucio. Pensando esto, se dispuso a colocar la otra pinza a Irene mientras ofrecía a Ferrando que hiciera lo mismo con Beatriz.
Tras los gritos y protestas de rigor, las dos jóvenes tenían ya las pinzas en los pezones y agitaban los pechos llorando y babeando desnudas ante los hombres con la vana esperanza de que se les soltaran. Ferrando y Lucio miraban empalmados, encantados de la sádica visión.
No hay nada como dos esclavas novatas, dijo Lucio acariciándose la polla. Sí, la primera vez gritan como posesas añadió, yo creo que en el fondo disfrutan, dijo Ferrando dando un cachetazo en el trasero de Beatriz. Esta no podía controlar la baba que le caía por las comisuras de la mordaza rojo intenso. La pobre muchacha lloraba y gemía por el tormento a que estaban sometiendo sus pechos, pero eso sólo era una parte pequeña del castigo, pues ahora venía algo peor.
Pronto Miguel trajo unas cadenillas y Ferrando, adivinando la intención de éste dijo. Excelente idea. Efectivamente, la idea de Miguel era perversa, metódicamente enganchó las cadenas a las pinzas que mordían los pechos de las jóvenes entre sí, de manera que si una realizaba un movimiento brusco no sólo se heriría su propio pecho sino que tiraría dolorosamente del pecho de su compañera. Si estáis quietecitas no os haréis daño, dijo Ferrando mientras desenrollaba un látigo. Lucio cogió otro látigo y también lo desenrrolló hacia abajo. Las chicas apenas podían evitar herirse los pezones pues estaban de puntillas y era difícil mantener el equilibrio, por eso miraron aterrorizadas los látigos y miraron también a Miguel pidiéndole piedad, pero éste les sonrió diciendo: empezad con la flagelación.
Ferrando asintió con la cabeza, lanzó el látigo hacia atrás e hizo silbar el cuero hasta que la punta del látigo golpeó con un fuerte chasquido el trasero y la espalda de Beatriz. Ella gritó y se convulsionó provocando a su vez el temido estirón de sus pezones y de los de Irene. De todos modos, esta misma no tardó en recibir un doloroso latigazo de Lucio. Apenas encajado el golpe entre gritos y protestas desesperadas, vino otro de Ferrando sobre Beatriz, y después otro y otro, sin piedad y sin tregua.
Los látigos golpeaban la carne desnuda de las jóvenes esclavas arrancándoles gemidos y suspiros de dolor, las dos no tardaron en llorar y babear mientras el castigo no cesaba y el cuero hería una y otra vez sus culos, muslos y espaldas dejando marcas rojizas de escozor y dolor. Sus propios movimientos convulsos provocaban que las pinzas dentadas les hirieran los pezones una y otra vez, amenazando con arrancarlos.
Miguel, inevitablemente comenzó a masturbarse viendo el espectáculo de tortura gratuita que se estaba desarrollando en su propia piscina, allí, en medio de la civilización. Los preciosos cuerpos de sus dos amadas esclavas se cimbreaban inútilmente ante los golpes de látigo de los verdugos entre gritos y gemidos de desesperación, era el sueño para un sádico como él. Beatriz le volvía loco desde que estaban en el instituto y desde siempre se la había imaginado así cada vez que se masturbaba. Miguel se preguntó si era eso lo que esperaban esas dos o ya estaban arrepentidas de haberse entregado a sus sádicos amos. En todo caso, ya daba igual, pues nada podía ya librarles del lento y doloroso calvario que habrían de soportar durante esos dos días. Quizá después de eso Beatriz ni quisiera saber nada más de él pero esos dos días merecían la pena. La gota de semen empezó a asomar por la punta del pene de Miguel, mientras los latigazos de aquella primera flagelación seguían hiriendo a las jóvenes esclavas sin piedad ni misericordia. Por fin el orgasmo le llegó al mirar fijamente el gesto de crispación y dolor de Beatriz. La joven lloraba con el rostro enrojecido, pidiendo piedad con todas sus fuerzas, pero Ferrando no paraba de martirizarla. Ella misma ha escogido esto, pensó, seguro que no lo pasa tan mal.
Más fuerte, dijo Miguel, azotad a esas putas. Vamos, uno, dos tres, cuatro. Los gritos de Miguel iban acompañados por los chasquidos del látigo y los inútiles quejidos de sus dos víctimas.
Por fin los sudorosos verdugos pararon por un momento y ellas miraron aterrorizadas y llorosas a Miguel pidiendo piedad otra vez. Las dos tenían ya la parte posterior de su cuerpo lleno de finas líneas rojizas. Muy bien, dijo Ferrando sonriendo, y esta vez golpeó con todas sus fuerzas en el costado derecho de Beatriz, la punta del látigo hirió de paso su pecho derecho y ella chilló de dolor poniendo sus ojos en blanco y arqueando otra vez su cuerpo, además el movimiento convulso de todo su torso hirió dolorosamente su pezón derecho y el de Irene una vez más. El castigo continuó así, con más saña y crueldad aún al menos durante unos minutos más. Sin embargo, para ese momento las dos estaban completamente desfallecidas y en un baño de sudor. Y los verdugos, no menos cansados, decidieron darles un descanso.
Miguel se acercó a las chicas que lloraban ahora desconsoladamente con los rostros enrojecidos jadeando de cansancio. Los pezones estaban estirados, aprisionados por las pinzas y visiblemente irritados. ¿Cómo va mi querida Irene?, ¿te gusta ser esclava?. Las dos le miraron pidiéndole por favor que lo dejaran ya, pero el tormento no había hecho más que empezar. ¿Y tú, morenita?, le dijo a Beatriz tirando fuertemente de su pelo. Ella gimió una vez más. Pues apenas hemos empezado con vosotras, luego será peor. Vamos a darles la vuelta, dijo a Ferrando. Sí dijo éste, y Miguel soltó la pinza del pezón derecho de Beatriz de golpe. Esta gritó y se retorció como un animal, y soltó abundantes lágrimas cuando Miguel se puso a manosear el pezón recién liberado con sus propios dedos. Cómo duele, ¿verdad Beatriz?, le dijo mientras le besaba en la mejilla. Sé que puedes sentirlo, es enormemente sensible cuando vuelve acircular la sangre. Supongo que quieres que te suelte para que puedas irte, pero ya no puedes hacer nada por evitarlo, estás en mi poder y somos muy crueles. Y ahora vamos a quitarte la otra, y Beatriz volvió a gritar crispando el rostro y protestando con todas sus fuerzas, los gritos desesperados escapaban de su boca y mantenía los gestos y el rostro crispados por una mueca de dolor y desesperación.
Lucio no liberó los pezones de Irene inmediatamente, sino que se puso a abrirle las nalgas buscando con los dedos el estrecho conducto de su ano. Finalmente accedió a él, comprobando que estaba estrecho y apretado. Es verdad que lo tienes virgen, cómo voy a gozar dándote por el culo, muñeca, le decía mientras le besaba el cuello y los hombros. Ya os he dicho que son mías y que me corresponde a mí romperles el culo, dijo Miguel estrechando a Irene entre sus brazos y arrebatándosela a Lucio. Quieres que sea yo el primero en sodomizarte, ¿verdad?. Irene afirmó nerviosamente muerta de terror. Eso me parecía, y diciendo esto le liberó de las pinzas que mordían sus pezones arrancando de ella gritos de dolor y lágrimas de desesperación.
Bueno, y ahora vais a probar unas descargas eléctricas, dijo Lucio cogiendo la manguera de la piscina. Los otros dos verdugos se retiraron de su lado y un chorro de agua a presión estalló sobre el cuerpo de Irene que empezó a gritar y dar vueltas sobre sí misma con los ojos cerrados. Seguidamente le tocó el turno a Beatriz que recibió el agua fría con los mismos gritos. Como buen torturador, Lucio sabía que el agua intensifica el efecto de las descargas eléctricas, por eso las estaba mojando a conciencia. Cuando terminó la "ducha", Lucio dejó la manguera y cogió una picana eléctrica de esas que parecen un tenedor de dos puntas.
Antes de empezar, Lucio miró otra vez a las dos esclavas. Estaban empapadas, con el pelo mojado y chorreando y muertas de terror. Ahora se apreciaban con total nitidez las marcas rojizas de los latigazos sobre su piel. Las puntas de los pechos estaban asimismo rojas y un poco hinchadas, era una invitación para empezar el tormento por ahí , pero Lucio se contuvo. Las dos bellas jóvenes temblaban aunque no estaba claro si de frío o de miedo. Lucio se acercó entonces y por sorpresa le tocó a Beatriz con la picana en el empeine del pie.
Sólo fue una décima de segundo pero la chica soltó un grito de desaprobación levantando la pierna con rapidez. El calambrazo le recorrió todo el cuerpo y al momento empezó a gemir y a respirar agitadamente mirando aterrorizada la picana. Lucio sonrió conforme. Muy bien preciosa, y ahora en serio, y diciendo esto le tocó con la picana en el muslo, luego en el culo y seguido en el vientre. Beatriz gritó a cada descarga y se convulsionó dando vueltas sobre sí misma, no podia creer que existiese algo tan doloroso ni desagradable en el mundo
Lucio reía sin moverse, sólo se limitaba a aplicarle las descargas en la parte del cuerpo que tenía delante. Finalmente paró por un momento y Beatriz se puso a sollozar y a decirles cosas a gritos a los hombres. Con la mordaza no se le entendía nada así que éstos se pusieron a burlarse de ella. ¿Qué dices esclava?. Creo que quiere un calambrazo en las tetas. Al oír esto Beatriz se puso a negar histérica, pero nada le libró de eso. El cerdo de Lucio evitó las patadas que le lanzaba la joven y le puso la picana en el pecho derecho y después en el izquierdo ignorando los alaridos de dolor de la muchacha. Luego siguió sin pausa ni descanso en las axilas y los costados, y otra vez en los pechos. Beatriz intentaba inútilmente proteger la parte frontal de su cuerpo dándole la espalda, pero entonces le tocaba el culo y la entrepierna con el odioso instrumento.
Beatriz no podía ni hilar sus pensamientos. La tortura de la picana era aún peor que el látigo. Sin embargo, Miguel se aproximó a Lucio y eso le salvó. Se acercó al oído de Lucio y le dijo algo que le hizo a éste reír. Lucio manipuló entonces una ruedecilla de la picana y dijo. Muy bien esclava, y ahora en el coño, separa bien las piernas. Beatriz se negó, diciendo que no con la cabeza desesperada. Puta desobediente, dijo Miguel, y le cruzó el vientre de un latigazo. Beatriz arqueó su cuerpo lanzando un tremendo gemido de rabia y volvió a mirar a Miguel jadeante. Te he dicho que abras las piernas. Ábrelas o te doy otro. Ante la amenaza Beatriz accedió sin dejar de protestar.
Al ver cómo Beatriz abría las piernas Miguel se arrodilló ante los muslos abiertos de ella y tras acariciarlos con las manos y recorrerlos por su cara interna hasta el coño le abrió los labios exteriores de la vagina con los pulgares. Inesperadamente metió su boca dentro y se puso a lamerle el coño. Beatriz ni siquiera esperaba eso así que volvió a retorcerse pero esta vez de placer. Miguel le hizo un cunnilingus intenso como estuvier comiendo ávidamente un helado. Sin embargo, cuando ella estuvo a punto de llegar, Miguel dejó de chuparle la entrepierna diciendo. No hace falta más, está muy mojada. Ya te he dicho yo que a estas putas les encantan los latigazos, dijo Ferrando entre risas. Adelante, y Lucío se dispuso a meterle la picana entre los labios de la vagina. Al verlo, Beatriz se puso a chillar histérica, sin embargo, cuando la picana le tocó no sintió el terrible calambrazo sino solamente el frío metal y seguido un cosquilleo muy agradable. Consiguientemente su gesto crispado se fue suavizando y dulcificando. Lentamente Beatriz notaba cómo la electricidad producía en ella un efecto muy distinto y su excitada entrepierna se iba encaminando al orgasmo. Por si fuera poco Miguel se incorporó y se puso a lamerle delicadamente los pezones. Éstos estaban hipersensibilizados por el castigo y Beatriz se puso a gemir de placer cuando la lengua y labios de Miguel le aliviaron de la irritación. Miguel pudo ver cómo Beatriz ponía ahora los ojos en blanco y la baba caía de su boca a borbotones cuando la chica se puso a gemir más y más alto convulsionándose todos los músculos de su cuerpo. Pronto los gemidos se convirtieron en gritos que hicieron que a los hombres se les pusiera dura como una piedra.
Buena chica, dijo Lucio al comprobar que su víctima se había corrido y retirando la picana volvió a manipular la ruedecilla mirando con sadismo a Irene. No tardó mucho el sádico electricista en someter a ésta al mismo suplicio que su amiga y la esclava rubia respondió con similares alaridos y convulsiones.
Entretanto Miguel levantó con sus brazos los muslos de Beatriz separándolos bien y aprovechando que el cuerpo de ella estaba colgado de los brazos la penetró sin dificultad. Con los últimos estertores de su orgasmo, la joven Beatriz se estremeció cuando la polla de Miguel le perforó su dilatada y mojada vagina. Como a muchas mujeres a Beatriz le encantaba que un cunnilingus fuera seguido de la consiguiente penetración. Además Miguel acertó en el sitio justo. Sí, sí, sigue así, quiso decirle a su dueño y señor que le había salvado de aquel tormento terrible para llevarla al séptimo cielo. Miguel lo notó y le quitó por fin esa molesta mordaza sin parar de follarla. La joven botaba ahora haciendo fuerza con sus muslos sobre las piernas de él y gritándole todo tipo de lindezas. Así, amor, así, fóllame.
Entretanto Irene gritaba como una descosida por las descargas de la picana. Con Lucio fue aún más duro con la rubia, subió la intensidad del aparato y le castigó sin piedad provocando descargas más largas e intensas. Beatriz pareció desentenderse de los infortunios de su compañera y buscó la boca de Miguel que la besó sin parar de follar. Nuevamente, Beatriz sintió algo nuevo y sorprendente. Sintió que le ponía cachonda ver cómo torturaban a su amiga mientras follaba con Miguel y por eso pronto volvió a correrse con sonoros gritos y estremecimientos, los ojos cerrados y la cara dirigida al cielo. A pesar de eso, Miguel no paraba y seguía con ella arriba y abajo, arriba y abajo, sudando rabioso y besándola y acariciándola con cierta brutalidad.
Ahora a Beatriz ni siquiera le importaba que Miguel le raspara con sus manos las heridas del látigo. Sentía que en unos minutos había aprendido mucho sobre el dolor y lo soportaba mucho mejor que al principio, sólo deseaba que Lucio se ensañara más y más con la pequeña Irene para que ésta no dejara de gritar. La cosa fue automática y por tercera vez Beatriz consiguió tener un orgasmo antes de que Miguel parara. El tío ni siquiera se había corrido, pero sacó su polla de la entrepierna de ella y permitió que bajara sus piernas. Se diría que se conformaba con ver el placer de ella. Estaba claro que se estaba reservando para Irene y ahora le tocaba ocuparse de la rubia. Con un gesto hizo que Lucio parara y se acercó a Irene que seguía colgando sudorosa y jadeante de sus cadenas recuperándose a duras penas del cruel suplicio.
Miguel le quitó la mordaza y ella se echó a llorar en el hombro de él. ¿te han hecho daño, verdad cariño?. Ella afirmó sin dejar de llorar . Pero lo has soportado muy bien mi pequeña, le dijo mientras le soltaba las esposas, y por eso te voy a recompensar. Ella hubiera caído al suelo agotada, pero Miguel la cogió acurrucada en sus brazos y se la llevó de allí como una niña mientras no dejaba de besarla ni decirle cosas dulces. Como si le agradeciera la terrible prueba que le había hecho pasar, ella le pasó los brazos por el cuello y le besó dulcemente mientras se alejaban.
Al ver cómo entraba Miguel con Irene en la casa, Beatriz sintió miedo pues ahora se quedaba a solas con los otros tres. De hecho pronto se acercó a ella Ferrando con un juego de esposas y se las puso en los tobillos. Acto seguido le fue soltando la cadena de la que colgaba de manera que Beatriz se fue arrodillando y finalmente se sentó en el suelo. La joven se dejaba hacer sin dejar de mirar a su verdugo. Este le soltó una de las esposas con una llavecita, pero luego la obligó a tumbarse boca abajo y tras forzarle a doblar las piernas cruzó las cadenas de unas esposas con las de otras y volvió a cerrarlas en la muñeca pero esta vez con los brazos atrás. Beatriz quedó así otra vez maniatada en el suelo, esta vez con los cuetro miembros atados entre sí como si fuera un animal preparado para el matadero. Lo último fue colocarle otra vez la mordaza en la boca que la esclava ya medio enseñada, aceptó sumisamente. Mientras la ataban, Beatriz se preguntaba a qué nueva tortura le iba a someter ahora ese animal, pero para su sorpresa, una vez inmovilizada y amordazada, Ferrando se alejó y fue donde estaba Lucio, que le esperaba tumbado tomando el sol.
Por fin la dejaban en paz, a Beatriz le dolía todo pero en cierto modo se sentía feliz. Una vez soportado el dolor se sentía bien consigo misma, además su excitación no la abandonaba y había tenido tres orgasmos seguidos. Eso no le había pasado nunca. Ni siquiera le hubiera importado ahora que incluso el callo de Ferrando se la hubiera follado.
Beatriz volvió a acordarse de su sueño y de que al día siguiente la iban a atar a una cruz, ahora veía que todo iba a ser real y sentía una mezcla de miedo y fascinación. Estaba en estos pensamientos cuando de repente oyó los gemidos de placer de Irene y Miguel a través de la ventana. Están metiendo, pensó, y de pronto sintió celos de su amiga. Volvió a recordarla mientras la torturaban y una siniestra satisfacción le invadió.
Fue entonces cuando le vio acercarse. El cuarto hombre había permanecido en todo momento separado de los demás. Ni siquiera se había quitado la ropa ni se había masturbado como los demás mientras flagelaban a las chicas. Además parecía un tío raro, era mucho mayor que los otros, tendría cuarentaitantos y era gordo y denteroso, medio calvo, con bigote y gafas oscuras. El individuo se acercó a Beatriz y se quitó las gafas sin decir nada pero mirándola fijamente de arriba abajo. Al principio ella también le miró, pero pronto bajo los ojos y sintió cómo el corazón se le aceleraba. Sin saber explicar por qué, ante la mirada fría y dura de ese individuo Beatriz se sintió por primera vez desnuda e indefensa. Él le pareció un lobo hambriento ante su presa y Beatriz sintió auténtico miedo.
El hombre no habló enseguida y ni siquiera la tocó. Se limitó a mirarla deleitándose de su desnudez y belleza. Date la vuelta, ordenó él de repente. Beatriz levantó otra vez la vista y asintió. Le costó bastante debido a las ataduras, pero finalmente se dio la vuelta sobre sí misma y mostró al verdugo la parte delantera de su cuerpo marcada por el relieve de las baldosas. Fue en ese momento cuando vio o creyó ver el paquete abultándose bajo los pantalones de él. Beatriz tuvo que mirar hacia otro lado. Sentía que ese cerdo la estaba violando sin siquiera tocarla, el corazón le seguía latiendo pues deseaba que de una vez la violara o se marchara de allí.
El individuo hizo lo segundo, pero antes se acercó a su oído y le dijo con dureza. Prepárate para esta noche, esclava. Te he estado observando y he decidido escogerte a ti. Espero que no me decepciones en la "prueba". Hecho esto se levantó y se alejó de Beatriz mientras ella sentía un escalofrío de terror.