Esclavas Crucificadas (3)
Beatriz acude a la cita con su amiga Irene en la piscina de Miguel. Es un buen día para hacer el amor al aire libre.
Capítulo Tercero. La piscina.
Beatriz se quedó en su cama varias horas. Su entrepierna estaba muy mojada y las sábanas estaban empapadas de líquido vaginal y sudor. Durante el sueño se había corrido varias veces. La joven se palpó todo su cuerpo sudoroso, los pezones le dolían, probablemente se los había retorcido ella misma. También se había arañado los pechos y el vientre. Estaba asustada y excitada por el sueño, y empezó a preguntarse por qué había tenido esa pesadilla tan real. Seguramente la conversación de la noche anterior con Irene había tenido mucho que ver y esa alusión a la crucifixión de dos jóvenes esclavas hizo el resto. Sin embargo, el sueño había sido extraordinariamente real. Tenía que haber algo más que lo explicara. Beatriz intentó racionalizar todos los detalles del sueño y se dio cuenta que en él había vertido sus deseos reprimidos durante muchos años, todos sus conocimientos acumulados durante horas de curiosidad morbosa en la biblioteca o durante las clases de religión en el colegio. Le fascinaba esa curiosa ambigüedad de los romanos, por un lado tan civilizados y por otro tan bárbaros. Pero sobre todo le fascinaba la crucifixión en sí. Había algo de morbo y salvaje erotismo en ese tipo de ejecución. Desde muy joven había dado por hecho sin ningún fundamento que las mujeres crucificadas experimentaban múltiples orgasmos durante su tormento. Una vez que las confesiones de Irene avivaron estos deseos prohibidos de Beatriz ésta no pudo reprimirlos por más tiempo. Ahora añoraba el sueño, notaba que le faltaba algo y sentía una curiosa desazón.
Con la cabeza caliente y muy nerviosa, Beatriz se dio cuenta de que había amanecido y recordó la cita con Irene. Se levantó de la cama y se dio una ducha. Después de ducharse se depiló con mucho cuidado las axilas y se afeitó la entrepierna. Para su cita se vistió de una manera muy insinuante, quizá demasiado. Inconscientemente se estaba preparando para Miguel.
Así Beatriz salió a la calle con una corta minifalda negra y una camiseta blanca de tirantes tan holgada que dejaba al aire el ombligo. Sólo una delgada tela cubría sus pechos que temblaban juguetones cada vez que ella se movía. Debajo de la falda se puso el tanga del bikini, mientras el sujetador lo llevaba en un pequeño bolso. Por último se calzó unos zapatos de tacón con tirillas que le hacían andar zarandeando su trasero como una gacela.
Así vestida Beatriz parecía una puta. Se sentía desnuda en la calle, y las miradas de la gente acentuaban esa sensación, lo cual le hacía enrojecerse. Tardó casi media hora en llegar hasta el chalet de Miguel y durante el camino se excitó y avergonzó por las miradas de los tíos y las obscenidades que le dijeron algunos. Notaba perfectamente la brisa fresca de verano en su entrepierna y su culo. La cabeza le quemaba y su cuerpo temblaba como una hoja a medida que se acercaba a casa de Miguel. Sabía que estaba a punto de tomar una decisión fatídica de la que era posible que se arrepintiera y eso no hacía sino aumentar su nerviosismo. En el último momento, estuvo a punto de echar a correr en cuanto tocó el timbre de la casa de Miguel, pero la puerta se abrió y no le dio tiempo. Para su sorpresa le abrió la puerta la propia Irene que sólo llevaba encima un diminuto bikini negro, las pupilas de Beatriz se dilataron de la misma al ver a su amante de esa guisa. Hola cariño, sabía que no me fallarías, dijo Irene y sin decirse más las dos empezaron a besarse y acariciarse. ¿Aún quieres seguir con esto?, susurró Beatriz. Sí, ahora que estás aquí ya no tengo miedo. Miguel las vio desde lejos sonriendo complacido. Le encantaba que las dos mujeres a las que deseaba fueran amantes, lo sabía desde hacía tiempo y no le importaba en absoluto. De hecho, tenía razones ocultas para fomentarlo. Sin embargo, disimuló e hizo como que no las había visto.
Irene subió las escaleras que conducían al jardín delante de su amante que miraba muy excitada su cuerpo casi desnudo, embutido en aquel bikini negro y contoneando su trasero delante de sus ojos. Las dos muchachas cruzaron el jardín y se acercaron a Miguel que las esperaba tumbado en la hamaca de la piscina sin quitarles ojo. Hola Miguel, dijo Beatriz manteniendo el tipo a duras penas, como si aquello fuera una invitación intrascendente, y agachándose le besó en la mejilla. Hola guapísima, ¿cómo tú por aquí?, disimuló también Miguel. Ya ves, me invitó ayer Irene a tomar el sol con vosotros. No te importa, ¿verdad?. Y diciendo esto se fue hacia la casa. Me cambio en un momento y ahora vengo.
En cuanto Beatriz desapareció Miguel miró a Irene severamente. ¿Qué pasa?, ¿qué hace ella aquí?. Irene bajó la cabeza sin contestar. ¿Le has contado algo?. Irene afirmó con la mirada baja. Te dije que no dijeras nada a nadie y me has desobedecido. ¿Sabes lo que eso significa?. La joven no contestó. Miguel gritó airado. Levántate y escúchame como debes, puta. Irene se levantó impulsada por un resorte y se puso de pie delante de su amo, cruzó maquinalmente los brazos a la espalda y siguió con los ojos fijos en el suelo. Bien, tú lo has querido. Antes de que vengan los demás voy a castigarte delante de Beatriz, quiero que ella lo vea todo, así comprenderá que eres mi esclava. Irene se sobresaltó sin levantar la vista. ¿Qué prefieres, el látigo o la picana eléctrica?. Irene miró de pronto a Miguel respirando muy nerviosa, y casi se meó encima al oír aquello. Vamos, esclava, escoge tu castigo pronto, si no sufrirás los dos. ¿Cuál? pensaba Irene, ¿el látigo?, ¿las descargas eléctricas de la picana?. ¿Y bien?, dijo Miguel impaciente. Las dos, mi amo, dijo ella en un susurro, pero empieza con el látigo, te lo ruego. Está bien, así será. Ve a buscar todo lo necesario a la casa. Y cuando ya se alejaba le dijo de lejos. Ah, y añade unas pinzas para los pechos. A Irene se le erizaron los pezones al oír eso y se dirigió a la casa en busca del instrumental de tortura. Al entrar se cruzó con Beatriz que ya se había puesto su bikini. ¿Qué te pasa?, le preguntó Beatriz a Irene al ver su rostro enrojecido. Ahora lo verás, contestó Irene con una voz casi inaudible. Beatriz la miró preocupada, pero al final salió hacia la piscina.
Miguel la vio acercarse caminando con la gracia de una diosa. Dios, pensó, está para comérsela. La polla se le puso dura casi al momento pues Beatriz había escogido un atuendo muy sexi. Con ese bikini estaba preciosa, pensó Miguel. Beatriz se acercó a él y le dijo. Ya estoy aquí, ¿qué te parece mi bikini nuevo?, y diciendo esto se puso las manos en la nuca y empezó a dar vueltas sobre sí misma delante de Miguel. Éste no contestó, pero a Beatriz no le hacía falta pues veía perfectamente el paquete abultado de él. De hecho, en lugar de sentarse en su hamaca se sentó en el borde de la de Miguel, de modo que su cadera se rozó con el muslo de él. Sin ninguna ceremonia la chica le puso la mano encima del paquete acariciándole el glande con la yema del pulgar. ¿Qué haces?, dijo él sobresaltado. ¿No te gusta?, contestó ella sin parar de acariciarle. Sí, es sólo que . Beatriz sonrió sin dejarle terminar y al notar cómo crecía la polla de Miguel le abrió el bañador y se puso a masturbarle muy despacio. Miguel cerró los ojos exhalando un suspiro mientras ella le hablaba en voz baja e insinuante a muy pocos centímetros de su cara. Irene me ha dicho que ahora es tu esclava. Es cierto, dijo Miguel entrecortadamente sintiendo el aliento de ella, ¿y a ti qué te importa?. También me ha contado lo que vais a hacer con ella este fin de semana y me he puesto como una burra al oírlo.
Miguel la miró y Beatriz le puso voz melosa sin dejar de masturbarle. ¿Puedo participar yo también en la fiesta?. ¿En calidad de qué?, ¿Cómo ama o como esclava?. Miguel se volvió a recostar y cerró los ojos para disfrutar más. Esta vez Beatriz paró lo que estaba haciendo. No te entiendo, dijo ella. Pues está muy claro, preciosa. Si quieres participar, yo y mis amigos estaremos encantados, pero tendrá que ser como esclava con todas las consecuencias. Ahora fue Beatriz la que se quedó parada. ¿Qué pasa?, dijo Miguel, ¿no te gusta la idea?. Beatriz no contestó y cambió completamente se actitud quedándose muy seria. Se lo había prometido a Irene pero estaba tan acojonada como ella. Quizá no le hubiera importado entregarse a Miguel, pero, ¿quiénes eran exactamente esos amigos suyos?, ¿con qué clase de sádicos sicópatas se las tendrían que ver?. No, ni por todo el oro del mundo haría eso, pensó. Y sin contestar siquiera se puso de pie con ánimo de marcharse de allí pero no pudo, Miguel la tenía cogida por la muñeca. ¿A dónde crees que vas?. Suéltame, pero él le obligó a arrodillarse otra vez. Vamos Beatriz, dijo él en bajo sin soltarla, los dos sabemos que en el fondo te gusta. Irene me ha contado vuestros "jueguecitos" del colegio, ¿no quieres hacerlos realidad?. Es que me da miedo, no me atrevo, contestó Irene intentando soltarse de Miguel aunque con poca fuerza. Esta vez fue Miguel quien habló en voz baja. Mira encanto, te voy a hablar claro. Irene se ha entregado a mí completamente para todo el fin de semana para hacerle todo lo que queramos. Sin safeword ni nada por el estilo. Una vez que empecemos con ella seremos extremadamente crueles y no pararemos hasta el lunes lo soporte o no, ¿me has entendido?. Y mientras le decía esto Miguel le fue apretando el brazo hasta hacerle daño. Déjame, suéltame, se debatía ella. Tranquila preciosa, tú puedes evitarlo. Si te quedas y aceptas sufrir con tu amiga seremos mucho más blandos con las dos, pero si te vas no respondo. Beatriz se soltó violentamente y se alejó hacia la casa. Haz lo que quieras, dijo Miguel en alto, ya te mandaré el video. No creo que tu amiga te vuelva a hablar si le abandonas. Al oír eso Beatriz se paró en seco, ese cabrón tenía razón, si le abandonaba en ese momento Irene no volvería a hablarle, además le había dado la excusa perfecta pues en el fondo de su ser quería entregarse a Miguel. Era verdad, en el fondo lo deseaba tanto como Irene. Lentamente se volvió y dijo. ¿Qué queréis hacernos?.
Miguel respondió tranquilamente mientras se quitaba completamente su bañador. Ven aquí que te lo cuento mientras me comes la polla. ¿Qué?, contestó ella. Entiendo por tu pregunta que estás dispuesta a ser mi esclava, ¿es así?. Sí, bueno, depende. Bien pues la primera lección de una esclava es la obediencia así que ven aquí, tengo ganas de que me la chupes. Ella obedeció y se acercó a Miguel. En mi presencia pon las manos atrás como si las tuvieras atadas a la espalda. ¡Ahora!. Beatriz no se lo podía creer pero obedeció al momento. Le pareció humillante pero no desagradable. Bajó la cabeza y se convenció a sí misma de lo placentero que podía ser obedecer. Muy bien, ahora acércate y chúpamela. Beatriz se acercó a Miguel y se arrodilló sumisamente. Y sin esperar una nueva orden se la empezó a chupar delicadamente. Nuevamente Miguel se recostó y siguió hablando. Como sois dos sumisas novatas esta vez seremos relativamente suaves con vosotras: un poco de bondage, ballgag, azotes, latigazos, unas pinzas aquí y allá y por supuesto descargas eléctricas. Beatriz levantó la cabeza al oír eso y Miguel le sonrió cruelmente. No te preocupes querida, en una semana te desaparecerán las marcas. No contestó Beatriz con el corazón palpitante. La electricidad no, lo otro lo puedo soportar pero eso no. Muy bien, pues si no aceptas a Irene la someteré a la tortura de las agujas. ¿Qué, qué es eso?. Beatriz preguntó sin necesidad pues se lo imaginaba perfectamente. Pues se trata de agujas hipodérmicas, diez, veinte, treinta, en fin muchas, contestó fríamente Miguel. Se calientan antes en la llama de una vela y luego se clavan una a una muy despacio. ¿Dónde? , preguntó Beatriz tragando saliva. En la cara no, por supuesto, pero por debajo del cuello en cualquier sitio. ¿Qué te parece?, ya te pasaré video y así podrás ver a tu amiga gritando como un animal. No os atreveréis. Miguel afirmó con la cabeza. Tú verás, si te quedas aquí nos limitaremos a la electricidad y nos olvidaremos de las agujas. ¿Qué me dices?. De acuerdo, contestó ella resignada y ante la indicación de Miguel siguió con lo de la felación. De todos modos, lo peor vendrá el último día siguió Miguel. Las dos seréis crucificadas una junto a la otra. Esta vez Beatriz ni siquiera se sacó la polla de la boca sino que continuó mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo.
Justo en el momento en que Miguel decía esto apareció Irene con un carrito lleno de cosas. Irene se sobresaltó al ver a su mejor amiga haciéndole una felación a su novio, pero se alegró internamente de aquello, pues eso significaba que Miguel tenía ya dominada a Beatriz. Ésta se levantó instintivamente al ver a su amiga y se limpió con la mano la baba que le caía de la boca. De repente sus ojos se abrieron mucho al ver lo que Irene traía en su carrito: esposas, mordazas de bola, cuerdas, cadenas y varios tipos de látigos. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue aquel raro aparato lleno de cables, consoladores y pinzas de electrodo. Al parecer la tortura iba a empezar inmediatamente, mucho antes de lo que ella misma esperaba y eso le produjo otro escalofrío.
Irene se puso otra vez delante de Miguel, abrió ligeramente sus piernas, puso sus brazos a la espalda y bajó la mirada, esperando ansiosa las órdenes de su amo. Beatriz la miró e hizo exactamente lo mismo. Miguel se puso en pie, su pene se erguía fresco y brillante, todavía mojado con la saliva de Beatriz, de modo que la brisa de verano le daba un gran placer. El sádico amo disfrutaba viendo a sus dos pequeñas zorras delante de él, en la misma postura de sumisión, con los tobillos bien juntos, el rostro enrojecido de vergüenza y mirando de reojo los instrumentos de tortura. De hecho demoró intencionadamente ese momento, pues sabía que eso no se volvería a repetir. Por fin dijo. Muy bien, cerditas, las esclavas no tienen derecho a llevar nada de ropa delante de su amo, quiero veros desnudas inmediatamente, quitáos todo. Las dos muchachas obedecieron al momento, y se fueron deshaciendo los nudos del bikini. En unos segundos las dos bellas jóvenes estaban completamente desnudas. Miguel dio una vuelta alrededor de ellas sonriendo. Ellas estaban nerviosas ahora mirando por si aparecía alguien y medio tapándose con los brazos. No sabéis qué hacer con las manos, ¿verdad?. Ponedlas atrás inmediatamente que voy a ataros. Ellas obedecieron otra vez ofreciendo a su amo las muñecas cruzadas a la espalda. Miguel no se hizo de rogar y las esposó a las dos, primero a Irene y luego a Beatriz. A cada una le puso dos juegos de esposas, uno en las muñecas y otro por encima de los codos. De esta manera los brazos quedaban completamente inmovilizados y estirados a la espalda. Beatriz no pudo evitar temblar cuando Miguel la esposó, pues ya no había marcha atrás. Curiosamente esa sensación le provocó un tremendo alivio.
Miguel dio varias vueltas, inspeccionando a sus dos esclavas con la polla tiesa. Ellas estaban rojas de vergüenza y con la piel de gallina por los comentarios de Miguel y sus tocamientos. Menudo par de cerdas masocas, ¿así que queréis ser esclavas? Les dijo acariciándoles el trasero como si fueran ganado. Seguro que soñáis con ello desde que erais unas crías. Las jóvenes se miraron entre sí pues Miguel tenía razón. Menudo par de gilipollas, dentro de unas horas vais a arrepentiros de vuestra decisión, siguió Miguel, pero entonces ya será tarde, seréis mis prisioneras y nadie os podrá librar de lo que os espera. Podéis llorar y suplicar cuanto queráis, no os servirá de nada. ¿Habéis oído?. Ellas afirmaron con la cabeza.
Aunque no os lo merecéis, voy a dejar que me chupéis la polla y os bebáis mi leche ahora mismo. De rodillas inmediatamente y haced vuestro trabajo esclavas. Irene y Beatriz se miraron y se arrodillaron, primero una pierna y luego otra para no caerse. Beatriz se apresuró a meterse la polla en la boca, pero Miguel le detuvo diciendo. Espera un momento, no seas tan ansiosa cerdita. Escuchad lo que os voy a decir. Después de que me la chupéis os voy a castigar con el látigo y la picana, pero por ahora me limitaré a aplicaros descargas eléctricas en los pechos y no en el coño. Quiero que penséis en ello mientras me la chupáis. Cuanto mejor lo hagáis seré más blando con vosotras. ¿Habéis comprendido?. Ellas afirmaron con la cabeza muertas de miedo, pero muy excitadas.
La felación comenzó así suavemente, sin prisas, cada una de las jóvenes paseaba su lengua a lo largo del pene de Miguel, mientras éste gemía y ponía los ojos en blanco de puro gusto. Tras esto, poco a poco Beatriz se fue aventurando a lamer el prepucio como un gatito que bebe la leche con lamidas cortas y persistentes. Miguel disfrutaba francamente del placer proporcionado por sus dos jóvenes esclavas. Éstas, desnudas, esposadas y arrodilladas lamían con pasión y delicadeza el prepucio de su señor. Ambas se sentían afortunadas de poder chupar algo tan suave, cálido y húmedo. Lo hacían sin pudor ni sentimiento de culpa. Eran dos esclavas y, consiguientemente, estaban obligadas a ello por su dueño. El aire veraniego de la mañana acariciaba su piel desnuda y eso hacía aún más agradable la sensación de libertad, aunque, de vez en cuando un ligero ruido metálico recordaba a las jóvenes su nueva condición de esclavitud lo cual les excitaba aún más.
Entretanto, Miguel se había sentado en la hamaca y se había recostado para disfrutar más intensamente de la felatio. Miguel gozaba intensamente de las lenguas y labios ansiosos de las jóvenes. Esas dos zorras no paraban de chupar y lamer. A los cinco minutos de mamada su pene estaba turgente y a punto de correrse. Sin embargo, el hombre quería prolongar el momento durante el mayor tiempo posible y por eso, intentó pensar en cosas banales. Aquello era muy difícil pues sus zorritas estaban haciendo un trabajo de primera ahí abajo. Beatriz e Irene se metían la polla entera en la boca alternativamente con lentitud, y dedicación. Por consiguiente, Miguel empezó a tener pensamientos subidos de tono que no le ayudaron precisamente a contener su orgasmo. Ahora tenía dos esclavas por el precio de una. Irene se había portado y había atraído a su amiga a la trampa.
El caso es que ninguna de las dos sabía lo que le esperaba ni el tipo de sádicos a los que se habían entregado como esclavas. En fin, no tardarían mucho en entenderlo, pero entonces sería demasiado tarde para ellas. Pensando en esto Miguel se estremecía de placer desnudo sobre su hamaca. Las dos jóvenes subían y bajaban su cabeza sumisa y rítmicamente con una frecuencia cadenciosa.y gimiendo de gusto. Las muchachas tenían que empeñarse en mantener la polla de Miguel en la boca, pues las esposas mantenían sus manos fuertemente atadas a la espalda y no podían ayudarse con éstas. En la felación, sus lenguas y labios se encontraban continuamente acariciándose entonces entre sí y con la suave piel del prepucio de su amo.
Entretanto, éste no dejaba de acariciarles el trasero, la espalda y los muslos. Qué piel tan suave tienen estas esclavas, pensó. Se nota que nunca las han flagelado. Mejor así, eso haría más duro su castigo, su sensibilidad al látigo y a la picana sería mucho mayor y gritarían como dos condenadas.
Repentinamente reparó en Beatriz, que en ese momento se introducía su miembro casi hasta la garganta con los ojos cerrados y un gesto de placer que nunca había visto en su semblante. Ahora comprendía que siempre había deseado que fuera su zorra, su esclava. Y ahora se le había entregado, así por las buenas. La deseaba, la deseaba más aún que a Irene. Así pues la atrapó de sus cabellos y atrajo la cabeza hacia sus labios para besarla. Beatriz se dejó hacer y ambos se besaron apasionadamente, mientras un suave roce en su pene, cálido y húmedo, anunciaba a Miguel que Irene había tomado el relevo y continuaba con la mamada. Mientras besaba a Beatriz Miguel toqueteaba su pecho. Un pecho tierno de jovencita, suave y firme al mismo tiempo, con un pequeño pezón que se engrosaba y ponía duro y tirante según lo acariciaba con sus dedos.
Lentamente Miguel hizo comprender a Beatriz con las manos su deseo de que ella se incorporase lo suficiente para que él pudiera chuparle los pechos. Así lo hizo ella y él le lamió y mordisqueó los pezones arrancando de ella pequeños gemidos de dolor y placer. Y mientras tanto, allí abajo, la zorra de Irene seguía con su polla. Miguel estaba a punto de correrse y apenas habían pasado cinco minutos. Hubiera deseado que la mamada hubiera durado toda la eternidad, pero apenas se podía aguantar. Bueno, se dijo, la erección volverá en poco tiempo en cuanto empiece a torturarlas. Estaba en estos lúbricos pensamientos cuando repentinamente sonó el teléfono.