Esclava sexual

Buscaba una mujer que fuese en verdad mia. La encontré y comencé a educarla.

Esclava sexual

En todas mis relaciones sexuales siempre me sucedía que era yo el que servía a la mujer de ocasión, estaba casando de esa circunstancia. Estaba manejando por la ciudad y tenía la idea fija de cambiar esa situación, de ahora en adelante quería ser yo quien sea el amo y el que decida sobre la vida de mi hembra.

Tenía que planear todo meticulosamente, el mínimo error me dejaría sin mi hembra y sin mi libertad. Estuve varias semanas observando atentamente a distintas mujeres de mi entorno pero ninguna de ellas me despertaba esa ira necesaria para tenerla de esclava. Seguía en mi vehículo cuando la ví, era tan hermosa y tan hembra como cada vez que la había visto. Era conocida mía del barrio, era una de esas mujeres que tienen algo especial que todos los hombres las deseamos. Ella tenía que ser. Metódicamente y armado de paciencia estudie cada uno de sus movimientos y adapté mi casa a las necesidades.

Todas las siestas ella salía a las tres de la tarde a esperar el taxi que la llevaba al trabajo, esperé a que saliese de su casa y cuando pisó la acera me abalancé sobre ella, le apunté con un cuchillo de caza, para que le causase mayor impresión que una arma de fuego y la cargué en mi coche.

Era mía, en casa ella todavía no me había visto el rostro, la até en la cama y prendí la luz de la mesita. De inmediato dejó de llorar al reconocerme, no se animó a abrir la boca. No le dije nada, todavía no era tiempo. Le traje un vaso con agua y le pregunté si quería ir al baño, me respondió que sí, que con el susto le habían dado ganas de orinar. Mientras las desataba me empezó a decir que si la había raptado para pedir un rescate estaba equivocado porque su familia no tenía ahorros, y cómo bien sé son de clase media.

Ingresó al baño y se me quedó mirando como para que me fuese. Ahí le tome una mano y le acaricié el rostro, la miré con deseo y odio, le dije:

-Esto no se trata de dinero.- ella se puso nerviosa y quiso golpearme. La tomé del cuello, apreté lo suficiente para que quede sin aire y le hablé al oído suavemente:

-Tu decides como salir de éste lugar. Si obedeces tendrás chances de vivir.

Comenzó a llorar, que belleza de mujer y era toda mía. Ya no tenía que esperar fuera del baño a que ella terminase de orinar. Le bajé los pantalones y le indiqué que se sentara. Ella temblaba, en medio del llanto que se hacía cada vez más intenso pretendió golpearme. Detuve su mano le tomé del pelo y le acerqué la cara hasta casí tocar el agua del retrete y le pregunté si quería que tirase la cadena. Sólo lloraba. La dejé allí, fui hasta mi caja de herramientas y comencé a educarla.

Le expliqué que durante años sus padres le habían transmitido conceptos equivocados, que ella no era ninguna "princesita de papá". Que ella era una tremenda yegua, una hembra con todas las letras, con un cuerpo hecho para que un hombre lo disfrutase y que ese hombre era yo.

Con una pinza común, agarré un pequeño pliegue de piel de las piernas, para que no le doliese tanto. Comencé a apretárselo lentamente y cuando ella pensó que había terminado todo un apretón fuerte, para que le quedase bien en claro la lección. Luego de un grito y más llantos y preguntarme porque le sucedía esto, a pesar que ya le había explicado que ella era mi hembra. Le bajé los pantalones, sus braguitas y le ordené que orinase.

Ese liquido no era orín, era perfume. Puse mi mano entre sus piernas para que me las mojase, la temperatura era ideal, lo olí de cerca. Si no hubiera visto que salía de ella no creería que era orina.

Luego vino la mejor parte. Estaba más tranquila ella, sabía que luego de orinar subiría sus pantalones y que allí habría terminado todo. En cambio, no la dejé vestirse. Le terminé de quitar la ropa y la metía a la ducha (regadera).

Dejé que el agua la mojara toda, su cara de pánico me excitaba muchísimo. Comencé a acariciarle el rostro. Luego mientras ponía una de mis manos en sus pechos la otra bajó hasta su trasero, buscando ese culito hermoso. Años esperando ese momento, años masturbándome pensando en rompérselo y ahora era el día. Le lamí la cara, su expresión de asco me divertía mucho. Le ordené que sacase la lengua afuera y se la lamí. Abrió grande su boca y le salivé dentro. Puso cara de asco y enseguida le dieron arcadas. En el momento que hizo el movimiento hacia delante por la arcada la tomé de la cintura, me puse en su espalda. Le juré que se acostumbraría a que la escupa. La tenía tomada por la espalda. Mis dedos seguían jugando con su ano. Me lubriqué el pene y poco a poco comencé a introducirlo en su humanidad, en su ano. Tenía ganas de lamérselo primero pero ya habría tiempo para eso.

Al principio costó, ella comenzó a quejarse. Nunca le habían hecho el culo y eso que había tenido dos o tres novios. Le di con todo. Ella gritaba y gritaba. Nadie podía oirla. Antes de acabar, se la saqué del orto roto, la hice arrodillarse y le acabé en la boca. No quise que me la mame porque venía de su culo y yo le iba a comer la boca después. La hice quedarse con el semen en su boca. Le pedí que me lo muestre como se lo pasaba por su lengua y que lo saboree bien. Lo tragó todo. Después nos besamos. La sequé la llevé a la cama, la até y dormimos juntos hasta el anochecer. Cuando desperté ella lloraba, le comencé a lamer el rostro y a escupirle en la boca. Le lamí por completo el cuerpo hasta llegar al lugar que tanto ansiaba, su vagina...(continuará)