Esclava por vacaciones
Me había enseñado a mamársela, a tragarme su leche y a adoptar todas las posturas para joderme pero una mañana, muy serio, me dijo: Querida, o bien cambias en el terreno sexual o te abandono (incluye fotos).
Esclava en vacaciones
Me había enseñado a mamársela, a tragarme su leche y a adoptar todas las posturas para joderme pero una mañana, muy serio, me dijo: Querida, o bien cambias en el terreno sexual o te abandono. Me había enseñado a mamársela, a tragarme su leche y a adoptar todas las posturas para joderme pero una mañana, muy serio, me dijo: Querida, o bien cambias en el terreno sexual o te abandono. Me quedé muy sorprendida. No entendí sus palabras y menos el tono con que me las dijo. Cuando pude reponerme, le pedí explicaciones sobre esa amenaza. - Aún te faltan muchas cosas para hacer en el terreno sexual si es que quieres que seamos perfectamente felices - me contestó - Sólo hay una solución para seguir juntos. Yo te quiero, pero deseo que seas mía por entero, mía como puede serlo un mueble, un objeto, un perro. Deseo que no tengas voluntad y me obedezcas en todo por extraño y difícil que te parezca. No entendí nada pues pensaba que esto ya lo había hecho en todo el tiempo que llevábamos casados, pero él quería más, mucho más. No dije nada. Quedé silenciosa, esperando que me puntualizara lo que debería hacer para conseguir esta felicidad completa de la que me hablaba. - Vas a prometerme - siguió él - que durante las vacaciones harás todo, absolutamente todo, lo que yo te ordene y sin rechistar. -¿Como una esclava? - pregunté casi en un susurro. - Exactamente, como una esclava - sentenció. Dudé en contestarle, pero se lo prometí cuando me repitió lo de cambiar o abandonarme. Le amaba mucho y no quería perderlo. Cuando al fin tomamos las vacaciones y llegamos al apartamento que todos los años alquilamos, mi marido no perdió ni un minuto recordándome mi promesa. Me ordenó que vaciara las maletas y colocara las cosas en su sitio mientras él iba a un recado, puntualizando que cuando regresara comenzaríamos a realizar lo pactado. Pasé todo el día muy nerviosa ya que, ni por asomo, podía imaginar lo que iba a ocurrir y también porque Pablo no regresaba. Lo hizo ya anochecido y no venía solo. Traía con él una pareja. El hombre, Miguel, era moreno, de buen ver, alto y cuerpo atlético. Ella era una mujer muy atractiva, se llamaba Irene y lucía sus espléndidos 25 años bajo una mini cortísima que desnudaba sus largas y bien torneadas piernas hasta casi las bragas y una apretada camiseta sin mangas que dibujaba totalmente la forma de sus grandes tetas y sus pezones puntiagudos ya que no llevaba sujetador. Tras las presentaciones, Pablo me dijo que los había contratado para realizar conmigo un reportaje fotográfico muy especial. Mientras ellos preparaban las cámaras, mi marido me dijo: - Recuerda que soy tu dueño y que debes obedecerme en todo sino ya sabes lo que ocurrirá. Desde las primeras fotos Pablo parecía transformado. Me hacía sentar con las piernas abiertas, mostrando mis muslos, me obligaba a tocarme los pechos por encima de la ropa, a sacar la lengua mientras pasaba mi mano por mi coño, sobre la braga, mientras me daba las ordenes gritando, insultándome y diciéndome las mayores groserías. Pero lo extraño es que estas palabras, jamás oídas dedicadas a mi, y dichas delante de esta pareja desconocida, me excitaban de una manera anormal.
Bien, querida - me dijo en un momento dado - Ya está bien de fotografías de colegiala. Ahora vas a actuar en plan puta, mostrando más cosas, como el culo, tu gordo culo por ejemplo. Así que empieza a desnudarte para que estos amigos te vean el cuerpo y tu coño de perra en celo. ¡Venga, guarra, en pelotas... enseña el culo!. Físicamente creo que estoy muy bien, no soy muy alta pero poseo un cuerpo macizo, con muchas curvas, grandes pechos que se me aguantan tiesos, pezones gordos y salidos en el centro de grandes aureolas sonrosadas, vientre plano, culo, como dice mi marido, muy gordo y coño escasamente peludo. Temblando, hecha un manojo de nervios, obedecí lentamente sacándome el vestido. A la hora del sujetador titubeé un poco pero acabé por mostrar mis gordos pechos ya que, en definitiva los había mostrado mucha veces en la playa, pero me costó decidirme a bajarme la braga. El coño no me lo había visto nadie, salvo mi marido, pero la mirada que Pablo me dirigió me animó a obedecerle. Cuando iba, por fin, a sacarme la braga vi que Miguel se me acercaba. Instintivamente hice ademán de apartarme pero mi marido me gritó: - ¡Quieta... recuerda que o todo o nada... ahora pues, zorra, vas a dejar que te soben el culo!. Miguel, en el acto y con una sonrisa viciosa, me bajó la braga hasta las rodillas y sin previo aviso, tras sobarme las nalgas a placer, apretándomelas y abriéndomela, empezó a meterme un dedo en el ano. A pesar de todo lo que habíamos hecho mi marido y yo, Pablo nunca se había preocupado de mi culo. Lo tenía yo completamente virgen y aquella intromisión me hizo lanzar un ahogado gemido al mismo tiempo que contraía el agujero, llena de vergüenza. - ¡Abre este culo de puta que tienes! - me gritó Pablo al notar mi reacción - ¡Inclínate hacia adelante!. Obedecí, notando como los colores me subían a la cara. Entonces Miguel se entretuvo en entrar y salir de mi ano con su dedo, como si me follara el agujero con él. - Es muy estrecha - comentó Miguel sin dejar de mover el dedo en mi culo, dirigiéndose a mi marido. - Sí, ya lo sé - le contestó Pablo - Será algo que arreglaremos más tarde, pero ahora métele dos dedos. Grité cuando, al meter el segundo dedo, me dio la sensación de que mi ano se rompía. Tuve que apoyarme en una silla mientras Miguel me jodía, ahora más dolorosamente, el culo con sus dos dedos. Afortunadamente, al poco rato Irene, ya desnuda, se me acercaba con sus bonitas tetas al aire y su coño a la vista. Su cuerpo se parecía al mío en cuanto a bultos y curvas pero al ser más alta que yo quedaba más proporcionada. Apartando a su pareja me cogió de la mano después de hacerme sacar por completo la braga y me llevó a nuestra habitación, diciéndome: -Vamos a montar un espectáculo para mi compañero y tu Amo. Colabora como la perra que eres y terminará por gustarte tu nueva condición. Era la primera vez que alguien trataba a mi marido de Amo, de "mi" Amo. Mientras ellos trasladaban la cámara a la habitación y nosotras ya en ella, Irene, añadió: - ¡Ponte de rodillas y cómeme los muslos!. Tengo que reconocer que con este tratamiento yo estaba a tope. Sus muslos prietos, el saberme retratada sin parar, desnuda y arrodillada, la ya desnudez total de los dos hombres, con sus pollas tiesas ante mi, me ponían a cien. Lamí con poca gracia, pero lamí aquella carne femenina, la primera carne femenina de mi vida. Irene, al cabo de un rato, se colocó de espaldas ante mi y me ofreció su culo. Al ver que yo dudaba, pues realmente no sabía qué tenía que hacer, se inclinó hacia adelante, ella misma se abrió las nalgas con ambas manos y dejándome ver el agujero de su ano, me dijo: - ¡Venga, perra, mete la lengua sobre mi ano, lámelo y aprende lo que es el beso negro!. A pesar del asco que sentía, apunté mi lengua, la apoyé sobre el moreno agujero y estuve lamiéndoselo durante un rato mientras ella me decía: - Mira como los tienes, putilla, mira como están sus pollas de duras y tiesas... pero ahora para, que deseo ir al lavabo. Pensé que tenía que levantarme pero antes de que pudiera hacerlo ella apoyó su culo contra mi cara, mi nariz en la raja de sus nalgas, y empezó a hacer esfuerzos. Con horror y asco pude ver perfectamente como su ano se dilataba. Antes de que yo pudiera reaccionar, Irene se lo estaba haciendo encima de mi. Cuando acabó me echaron al suelo y entre los tres me lo extendieron por todo el cuerpo, procurando llenarme bien las tetas, el culo y el coño. Al acabar, me llevaron a la terraza dejándome tirada en el suelo. En mi vida me había sentido tan sucia y no sólo de cuerpo sino también de espíritu. - Creo que ahora necesitas una buena ducha - dijo Irene tirándome del pelo y haciéndome poner de rodillas.
Miguel se me acercó con su polla bien tiesa, la segunda que yo veía al natural. Aunque sólo se lo había hecho a mi marido, viendo como iba la cosa, pensé que deseaba se la mamase así que abrí lo labios para tragarme su capullo pero entonces él, metiéndomelo efectivamente en la boca, sin previo aviso, empezó a mearse. El orín, asqueroso, muy abundante y caliente, me llenó la boca, saliéndose por mis labios, duchándome los pechos y desde allí el cuerpo entero. Pablo, mirándonos desde el sofá, se hacía una paja, llamándome perra, puta, viciosa y otras lindezas. Cuando Miguel acabó de mearse continuó en mi boca haciendo el movimiento de follarme la cara. Ahora sí que mamé la segunda polla de mi vida y cuando se corrió me hizo tragar su esperma por completo. Al acabar de degustar aquel semen, me mandaron levantar y marcharme a la ducha. Aún no había acabado de secarme cuando entraron los tres en el baño, me secaron entre ellos, sobándome todo el cuerpo, poniéndome a tope de excitación pero sin dejar que me corriera, y mi marido me dijo: - La fiesta aún no ha terminado, ahora tengo ganas de exhibirte. Me hicieron vestirme y llevaron a un sex-shop cuyo dueño, al parecer, era amigo de Miguel e Irene. Era un hombre de unos 55 años que al verme me saludó, me tocó el culo y me dijo: - Tu marido tiene razón, putón, estás muy buena y pienso que seré el primero en meneármela cuando te vea trabajar. Sin darme mas explicaciones me metieron en una habitación indicándome que tenía que ir haciendo todo lo que una voz, sin que yo viera de quien era, me fuera ordenando. La habitación era pequeña, con una cama y toda clase de utensilios eróticos, algo que yo sólo había visto en películas porno o en revistas. A los dos minutos se encendió una potente luz y una voz empezó a darme ordenes. - Acércate, levántate la falda... me gustan tus muslos... te los comería... ahora desabróchate la blusa, lentamente... así, eso es, lentamente... que te vea el sujetador... tócatelo... sácatelo... tócate las tetas... el pezón... así... así... La voz parecía de un señor mayor y seguía hablando cada vez más nervioso. - Ahora el culo, sácate la braga, enséñamelo... me gustaría tocártelo... lamértelo, abrírtelo.... Cuando, totalmente desnuda y después de mil posturas, aquella voz me ordenó masturbarme, lo hice con ganas pues mi excitación ya era imposible de soportar. Me corrí de verdad, sintiéndome una auténtica puta. Pero aún no había acabado de obtener el placer cuando una voz distinta comenzó a ordenarme otras posturas, otros gestos y así, durante el resto de la noche complaciendo peticiones entre las que había ordenes de meterme consoladores en el coño y en el culo sin parar de correrme como una loca. Cuando por fin llegamos a casa, mi marido estaba muy satisfecho de mi actuación y obediencia. Entonces supe que aquella habitación donde me habían metido, poseía mirillas en las paredes por donde me habían contemplado varias decenas de clientes pagando para ver mi actuación y conociendo perfectamente mi cuerpo y lo viciosa que era. Al día siguiente, por la mañana, con el cuerpo aún roto de la sesión del día anterior, me llevó a ver un partido de water-polo, deporte al cual mi marido es muy aficionado, y en uno de los equipos tenía varios amigos. Al acabar el partido me llevó a los vestuarios. Allí me presentó a sus amigos y estuvimos charlando con ellos hasta que todos se fueron marchando menos cuatro. - Esta es la perra que os he prometido. Podéis hacer con ella todo lo que os venga en gana - les dijo entonces Pablo señalándome y dirigiéndose a mi añadió - ¡Desnúdate para que te jodan estos amigos, venga, a pelo!. En un instante yo estaba a pelo y los cuatro desnudos como yo. Las pollas me apuntaban amenazadoras, enormes y tiesas. Los cuatro se me follaron como les vino en gana mientras Pablo se la pelaba como un loco. Gocé como lo viciosa que ya era y recibí la leche de macho en todos los agujeros de mi cuerpo. Parecía una pelota que va de mano en mano, desnuda e indefensa. Aquel día fue la primera vez que tuve a dos hombres en mi cuerpo y por partida doble, la primera vez, por tanto, que me dieron por el culo, distendiéndomelo y llenándome el recto de espesa y ardiente leche. Los cuatro me dieron por este pequeño agujero que, desde entonces, dejó de ser pequeño. Parecía mentira la potencia de aquellos hombres. Cuando uno me llenaba el coño de leche, dejaba el lugar a otro de sus compañeros pero cuando el cuarto me había llenado también el conejo de esperma, el primero ya estaba listo para perforarme el culo. Fue una sucesión de dolor y placer, de orgasmos y de corridas ante la mirada atenta y encendida de mi marido. Cuando me llevó a casa casi no podía andar del escozor de mi ano, pero el sentir la leche como me resbalaba por los muslos, ya que no sé donde habían quedado mis bragas, fue una experiencia inolvidable. Puedo asegurar que soy una perfecta y obediente esclava. Por casa voy siempre desnuda y ya nunca llevo, por la calle ropa interior. Los amigos de mi marido, y muchos desconocidos, me han follado en todos los sitios imaginables, desde el interior de sus coches hasta parques públicos pasando por los lavabos de bares y discotecas. Tampoco es raro que cuando mi marido vuelve a casa, después del trabajo, lo haga acompañado de un amigo, una pareja o de una mujer para que se me gocen y él disfrute viéndolo mientras se masturba.
Autora: Ana