Esclava por una noche

Acepté ser la esclava de Ernesto, aunque en ese momento estava de novia con Juan. Fue sólo una noche, pero lo que me hizo sentir no lo he vuelto a vivir nunca. Fueron los orgasmos mas maravillosos de mi vida.

Esclava por una noche

Lo que voy a contarles hoy me sucedió hace ya diez años. En ese entonces yo estudiaba empresariales en la Complutense y vivía con mis padres. Salía con Juan. Nos decíamos novios y habíamos hablado alguna vez de irnos a vivir juntos. Pero alquilar algo en Madrid en aquella época (y más ahora) es algo que no podíamos permitirnos. Juan era bastante amigo de Ernesto, desde hacía años, creo que desde el instituto. Ernesto tenía más dinero que nosotros y podía permitirse tener su propio apartamento. Desde hacía unos meses convivía con Patricia, también estudiante de empresariales, pero de un curso posterior.

Solíamos salir juntos, charlar mucho, y a veces solíamos juntarnos para preparar algunos exámenes. Pero no era lo que podría decirse íntimos. Sólo buenos amigos.

Una noche estábamos comenzando a preparar uno de esos exámenes, del que aún faltaba algún tiempo, y algo cansados (y debo confesar que con pocas ganas de estudiar) encendimos el televisor. Patricia no estaba. Había ido a pasar unos días a su pueblo en Zamora. Pasaban una película de romanos (como casi siempre obvia, con buenos y malos y casi seguro de hace algunos siglos. Bastante mala por cierto) pero no sé por que nos enganchamos. Recuerdo que era de un romano que se terminaba enamorando de una esclava.

Entre risas y chanzas la conversación se centró en la esclavitud (al principio en general), y avanzó hacia el tema de los esclavos/as sexuales. Me acuerdo que Ernesto comentó en broma:

Pues no estaría nada mal tener una esclava, aunque sea por unos días. Sería la mar de divertido. Se me ocurren cada idea...

Pues eso siempre y cuando no te tocara a ti ser el esclavo, le respondí para picarlo un poco. Nosotras también tenemos bastantes ideas. Más de las que te imaginas. Yo por lo menos necesitaría veinte. Jajaja.

Pensó un segundo antes de responderme. Me pareció un poco más serio.

Si. No lo dudo... Aunque no creo que fuera tan malo ser tu esclavo. ¿Y tu Juan, que piensas?

No lo sé. Nunca he pensado en ello. No estaría tan mal, ¿no?. ¿Pero donde conseguimos esclavas?

¡Y esclavos! le retruqué.

La respuesta de Ernesto me sobresaltó. Ya ahora era bastante seria.

Bueno. Bueno... Siempre se puede hacer algo...

Salté. Mis ojos estaban como platos.

¿Me estás diciendo que has tenido (o puedes conseguir) esclavas?

¡Oh, no! Para nada. No tengo tanto dinero. Ja.Ja.Ja. Y la verdad, no tengo ni idea de que va ese mundo. Sólo los avisos que salen todos los días en los diarios, y las películas que seguro habrán visto ¿no?. No, no es nada de eso. Fue sólo una idea tonta que se me cruzó por la cabeza. Olvídenlo. Charlemos de otra cosa.

Fue Juan quien siguió.

No. Así no. Tu empezaste... Dinos, que es lo que pensaste.

Creo que mejor no. Dejémoslo ahí.

¡Vamos! No te cortes. ¿Que pensaste?

Ernesto miró fijamente a Juan. Su mirada parecía decirle: No sigas... No sigas... Pero Juan no pareció darse cuenta. Siguió insistiendo.

¿Y...?

Dejó de mirarlo a él y me miró a mi. Ahora parecía que me preguntaba a mi con sus ojos. Y dudaba. Hubiera bastado un simple movimiento de mi cabeza, negando, para que el resto de la noche hubiera seguido su rumbo "normal". Vuelta a los estudios, charlas, amistad. Pero no sé por qué me quedé quieta. Le devolví su mirada, pero sin moverme. Siempre he creído que en ese instante fue cuando yo acepté.

Volvió a mirarlo a Juan. Como si yo no existiese más. Parecía que la cosa ahora ere sólo entre ellos dos.

Tu lo has pedido. Pensé que en este momento somos tres en esta habitación. Sin dinero. Sin cosas de mayor valor. No podemos permitirnos esclavos. Pero que nos tenemos a nosotros. Y que podríamos jugarnos a nosotros mismos. El ganador, se quedaría con los otros dos...

Creo que salté del sofá. Estaba seriamente irritada.

¡Eres un morboso, Ernesto! ¡Estas loco! ¡Me voy!

Parecía totalmente azorado.

Perdona Gabriela. No lo tomes así. Yo no quise seguir. Ustedes quisieron...

Me incluía a mi, a pesar de que el único que realmente había insistido era Juan. Había interpretado mi mirada como un asentimiento. ¿Había asentido...? ¿Realmente le había pedido que siguiera? Si. No. Empezaba a hacerme un lío. Me sentí un poco menos irritada. Estaba por decirle que bueno, que basta, y seguir con otra cosa cuando la voz de Juan me terminó de aturdir:

¿Estás hablando en serio?

En ese momento toda mi furia se volvió hacia Juan. De qué estaba hablando. Era su "novia". Tendría que cuidarme, protegerme. Y en vez de eso hablaba con su amigo incluyéndome a mi en una morbosidad increíble... En ese momento lo odié con todas mis fuerzas.

Ya te lo dije, Juan. Fue sólo una idea absurda. Mejor dejémoslo aquí. Olvidemos todo.

Ese paso atrás de Ernesto envalentonó a Juan. Creo que sin pensarlo, sólo para poder mostrarse más "macho" le respondió:

  • ¡Pues yo aceptaría!

Y lo dijo sin ni siquiera echarme una mirada. Empezaba a pensar que era un idiota. Ernesto me miró a mi. Estaba tranquilo, sereno. No había ningún tipo de excitación. Incluso creo que en su mirada había un dejo de tristeza. Pero no estoy segura. Todo lo que sentía era un odio enorme contra Juan. Mi enfado con Ernesto había desaparecido.

Es imposible recordar todas las cosas que pasaron por mi cabeza en ese momento. Pero si recuerdo que quería que Juan sufriera. Y en todo lo que iba a hacerle cuando fuera mi esclavo.

Es raro, pero en ese momento casi ni pensaba en Ernesto, al que seguía mirando fijamente. Sólo pensaba en Juan. En que iba a machacarlo. Que se iba a enterar. Que era un pardillo. En que cosas iba a hacerle hacer. De todo. Era una furia.

Por eso, pensando en él, casi gritando y sin siquiera volver a mirar a Juan le respondí a Ernesto:

Pues yo también acepto.

Con mi rabia, ni por un momento se me ocurrió que pudiera ser yo la que perdiera...

Ernesto, sin decir una sola palabra, se levantó lentamente y buscó un mazo de cartas en un armario. Lo puso sobre una mesita y volvió a sentarse.

Pasó un tiempo. Era una situación realmente extraña. Los tres nos mirábamos, pero nadie decía nada. Juan parecía excitado. Ernesto sereno, como melancólico. Yo seguía furiosa. Aunque notaba que poco a poco se iba disipando. Sólo el mazo de cartas en el centro nos recordaba lo que habíamos dicho un par de minutos antes. Finalmente Ernesto, en voz baja, dijo:

Al 7 y medio (el 7 y medio es una variante del Black Jack, donde hay que llegar lo más cerca posible de ese valor, sin pasarse). Todos contra todos. En rondas. Hasta que uno le gane a los otros dos. Y otra cosa. Nos jugamos sólo esta noche. Cuando amanezca todo termina...

La primera mano, entre Ernesto y Juan la ganó Juan. Ernesto me ganó a mi. Pero yo le gané a Juan. Empate.

En la segunda Ernesto le ganó a Juan. Y yo también le gané a Juan. Todo quedaba entonces entre nosotros dos... Podrán creerlo o no, pero fue recién en ese momento en que pensé que podía perder.

Juan repartió.

Un cuatro para Ernesto. Un dos para mi. Ernesto pidió otra carta. Un cuatro. Sumaba 6. Me planto, dijo.

También pedí otra carta. Estaba nerviosísima. Noté que también Juan estaba un tanto nervioso, pero que seguía excitado. Ernesto no miraba las cartas. Sus ojos estaban clavados en mi.

Un doce. Dos y medio. Todavía podía ganar...

Otra, dije.

Y fue un seis. Me pasé. Había perdido... Ernesto era el ganador absoluto.

Pareció que el tiempo se detuvo. Deben haber sido sólo unos segundos. Pero me parecieron siglos. Ernesto me seguía mirando fijamente. No decía nada. Sólo me miraba. Fue la voz de Juan que rompió la situación. Parecía jocoso.

Bueno Ernesto. Has ganado. ¿Qué desea mi amo que hagamos?

Ernesto ni siquiera lo miró. Seguía mirando mis ojos.

¡Que te vayas!

¿Cómo? Pero... No, así no vale...

Giró su cabeza hacia Juan. Creo que fue la primera vez que volvió a mirarlo desde que había aceptado su idea. Su voz era firme. No dejaba dudas.

Lo que oíste Juan. Que te vayas. Aceptamos un juego y perdiste. Soy tu amo. Y te ordeno que te vayas. Y que nunca le preguntes a Gabriela sobre el resto de esta noche... Ahora vete.

Intentó un vago argumento. Balbuceaba. Recién en ese momento se dio cuenta que la noche lujuriosa que había imaginado en su cabeza se terminaba abruptamente. Y que su "novia" (aunque yo ya sentía que no lo era) se quedaba con su amigo.

Yo esperaba que, en un último instante de lucidez se rebelara. Que dijera que basta. Que se había terminado todo. Que me llevara con él. Pero no. No dijo nada de eso. Cogió su abrigo y se marchó. Me dirigió una última mirada, pero la desvié. Quedamos Ernesto y yo solos.

Ernesto volvió a sentarse frente a mi y me clavó la mirada. No decía nada. Sólo me miraba. Yo sentí que mi enfado se había esfumado. Y que empezaba a ser reemplazado por el miedo. Se levantó y buscó una botella y dos vasos. Me sirvió algo, supongo que whisky o algo así. Intenté beber algo, pero en ese momento nada pasaba por mi garganta. Y seguía sin decir nada. Juntando todo mi valor le pregunté:

¿Qué vas a hacer? ¿Qué vas a hacerme?

Salió de su ensimismamiento.

Ve al dormitorio. Y tiéndete en la cama. Yo voy en seguida.

Le obedecí. No sé por que pero le obedecí. Sentía que debía hacerlo.

Me tendí sobre la cama, y esperé. Mi cabeza era un lío enorme. Estaba aterrorizada. Realmente aterrorizada. Y sin embargo sentía que también empezaba a excitarme. Era una situación extrañísima.

Esta vez tardó como cinco minutos en volver. Yo seguía pensando. En salir corriendo. En quedarme...

Quítate la ropa. Quiero verte desnuda.

Volví a obedecerle. Me quité todo menos las bragas mientras sentía que mi miedo crecía. No me animaba a seguir.

Por favor, Ernesto. ¿Dime que harás?

Tiéndete de nuevo.

Lo hice y se sentó junto a mi. Seguía con su copa en la mano. Creo que en ese momento temblaba toda. Me recorrió con su mirada. Mis piernas, mis senos, mi cara, toda. Era como si evaluara cada centímetro mío. Sin decir una palabra. Y me acarició el pelo. Volvió a mis ojos. Estuvo un instante así.

¿Quieres saber que te ordeno?

Sí. Quiero saber.

Vístete. Y vuelve a tu casa. Ya has tenido bastante por hoy...

Y salió de la habitación.

Me volví a vestir en dos segundos. Quería salir cuanto antes de allí. Quería y no quería.

Cuando estaba por salir me cogió del brazo.

Una última orden.

El miedo volvió a mi.

Dime.

Ni una palabra a Juan de esta noche. Aunque te acose a preguntas.

De acuerdo, dije.

Lo prometes.

Sí.

Y salí corriendo.

La noche era fría y ayudó a despejarme un poco. No podía creer lo que me había pasado. Cogí un taxi y volví a casa. De a poco iba tranquilizándome. Mis padres intuyeron que me pasaba algo.

¿Te pasa algo?

No nada. Es sólo que estoy muy cansada. Creo que voy a acostarme ya.

¿No cenas nada?

No. Ya comimos algo. Me acuesto.

Me metí en la cama e intenté dormir. Era imposible. Estaba hecha un lío. No entendía nada. Traté de recordar más calmadamente todo lo que había pasado. Como empezó todo. Como Ernesto nos ganó. Como me había mirado desnuda sin decir una palabra. Y como su única "orden" había sido que nos fuéramos. El miedo que había pasado, pero también que algo de mí quería seguir. Que hubiera podido pedirme lo que quisiera, y que aún aterrorizada lo habría hecho.¿No le gusté?. ¿Por qué?. Pero lo que más recordaba eran sus ojos. Esos ojos...

Noté que empezaba a humedecerme. Deslicé mi mano bajo mi braga y me acaricié. Primero suavemente y luego casi salvajemente. Estaba como poseída. Absolutamente excitada. Y lloraba...

Mordí la almohada para no gritar. Sentí como un orgasmo enorme salía de mi clítoris y se desparramaba por todo mi cuerpo. Me relajé. Debo estar loca pensé. Enjugue mis lágrimas y me dormí. Soñé con unos ojos enormes que me miraban y me hacían suya...

No volví a verlo en varios días. A Juan sí. Intentó saber que había pasado. Aproveché para descargar la furia que había quedado guardada. Fui excesivamente brusca. Al fin y al cabo no todo había sido su culpa. Y no le conté nada. No tenía por que hacerlo, pero sentía que se lo debía a Ernesto. Nos peleamos, y le dije que tenía que tomarme unos días para saber si lo nuestro iba en serio. Se fue perturbado y triste. Sentí un poco de lástima.

Recuerdo que era un jueves, y sabía que Patricia volvería el próximo fin de semana. No sé por qué, pero eso me turbaba.

A eso de las nueve de la noche, sin saber como me encontré llamando a su puerta.

Me recibió con una sonrisa.

Hola Gabriela, ¿que te trae por aquí?.

Parecía como si nunca hubiera pasado nada, pensé.

Quiero saber, le respondí. Necesito saber...

Volvió a mirarme como antes. Sentí que volvía a humedecerme.

¿Sabe Juan que has venido?

Déjalo a Juan. Es entre tu y yo. Además, ya no salimos.

Que lástima. De cualquier manera él no es para ti. Es un gran tipo. Aunque a veces un tanto "pardillo". Pero bueno. Aunque no para ti... Dime, ¿y que es lo que quieres saber?

Dame una copa.

Me volvió a servir un whisky, que esta vez si pude saborear, y se sentó en el mismo sofá. Me senté en el otro, en la misma posición que hacía unos días.

Quiero saber que pasó la otra noche. Porqué.

Lo sabes igual que yo. No pasó nada...

Mis palabras salieron como de un volcán:

No es cierto. Propusiste un juego terrible. Y nos obligaste a jugar. Eres un loco morboso. Deberían encerrarte. No sé que creías. Podrías haber hecho lo que hubieras querido conmigo. Me habías ganado. Y lo único que se te ocurre es decirme que me vaya. Sin tocarme. Nada. ¿Tan fea soy? Se lo voy a contar a Patricia. No puedes jugar así con la gente. Les haces mal. Ahora no entiendo nada...

Tranquila, tranquila... Una cosa por vez. ¿Fea tu? No me hagas reir. Eres preciosa. Y lo sabes. Nos tienes a todos locos. Y no metas a Patricia en esto. La quiero mucho y nos llevamos muy bien. A nuestra manera. Contigo es distinto. Es puro deseo. Deseo. He soñado contigo...

¿Y entonces...? Porqué me echaste. Me tenías.

No. No te tenía. Sólo habías perdido.

Había prometido ser tu esclava. Y pensaba cumplir.

Pero tenías miedo. Así no es la cosa.

Se había levantado y volvía a acariciarme el cabello.

Gabriela, por si no lo sabes, los verdaderos esclavos (por suerte) hace ya siglos que no existen. Al menos en esta parte del mundo. Y cuando algunas personas se declaran amos-esclavos, es un juego. Un juego en el que ambos quieren jugar. Tu no lo elegiste. Fue Juan. Y aceptaste por enfado. No porque realmente lo quisieras. Que hubiera podido hacer. ¿Hacerte el amor? Sería casi como violarte. No hubieras disfrutado. Aunque lo desearas (y no me digas que no lo deseaste), no hubieras disfrutado. Hubieras estado pensando en que como seguiría. En que lo hacías obligada. No sé. Pero sí estoy seguro que no hubiera valido la pena... Ahora es distinto...

Me clavó la mirada. Estaba a pocos centímetros.

¿Distinto? ¿Que es distinto?

No me respondió. Me besó. Fue un beso largo y suave. Sentí su lengua recorriendo la mía. Acariciándola. Le correspondí.

Ahora has venido porque has querido. Vuelvo a preguntártelo. ¿Aceptas?

Si. Acepto.

Me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. La cama estaba deshecha. Me quitó el jersey y la blusa. Luego los pantalones. El sujetador. Las bragas... Yo le dejaba hacer. Seguía totalmente vestido.

Quise desabrochar su cinturón, pero no me dejó.

Sigo mandando, ¿recuerdas?. Ve a la cama.

Me tendí totalmente desnuda y lo observé mientras se desvestía. No estaba ciertamente mal. Era musculoso. Me pregunté porqué nunca antes me había fijado en él así.

Se quedó sólo con sus calzoncillos y volvió a besarme. Noté como su polla amenazaba con reventarlos.

Volvió a sentarse junto a mi y sacó de su mesilla de luz algo que parecía una cinta de vendaje. La arrolló a mi muñeca y luego a uno de los barrotes de la cama. La anudó fuertemente, pero asegurándose que no me apretaba demasiado. Sin embargo, no podía soltarme. Hizo lo mismo con mi otro brazo.

Cuando empezó a hacer lo mismo con mis tobillos intenté resistirme.

No te pases Ernesto. No.

Me soltó un instante y volvió a besarme.

No me paso. Ya nos hemos pasado...

Lo dejé hacer. Abrió mis piernas y anudó la cinta a mis tobillos y a los pies de la cama. Pero a diferencia de los brazos la dejó un poco más larga. Podía mover un poco las piernas. Parecía saber exactamente (¿lo sabía?) lo que estaba haciendo.

Ahora cierra las piernas.

Lo intenté pero aunque podía moverlas un poco, el largo de la cinta no era suficiente para llegar a cerrarlas.

Se paró frente a mi y se quitó los calzoncillos. Su verga estaba enorme. Sentí un impulso de tocarla y acariciarla, aunque por supuesto no pude. Fue en ese instante en que me di realmente cuenta que estaba totalmente a su merced.

Volvió a mirarme, esta vez con una sonrisa enorme. Recorrió nuevamente todo mi cuerpo. Yo me relajé. Quería que siguiera así deseándome como yo lo deseaba. Sentía un río que empezaba a bajar por mi vagina.

Con una última cinta, más gruesa, me vendó los ojos.

Quiero seguir pudiendo verte, le pedí.

No. No vas a poder verme. Quiero que sólo me sientas.

Me besó. Traté de retener su lengua, pero se alejó.

¿Sabes lo que quiere ahora tu amo?

No. ¿Qué deseas?

Besarte. Voy a besar todo tu cuerpo. Muy despacio. Y como no puedes verme, tendrás que adivinar donde llegará el próximo...

Y empezó a lamer un pezón. Giraba su lengua alrededor de él, lo soltaba y luego lo succionaba. Estaban como piedras. Sentí que lo soltaba y me acuerdo que pensé. Ahora irá al otro. Y comencé a imaginármelo. Sentía que se erizaba también.

Pero no. Ahora se concentró en un pie. Los besaba. Metía su lengua entre mis dedos. En la planta. El talón. Era hermoso...

Jugó con mis manos. Con mi ombligo. Con mis piernas. Con mis orejas. Con mi clítoris, aunque sólo unos instantes... Todo. Cada tanto volvía a mis labios y pasaba su lengua sobre ellos. Pero cuando quería cogerla, ya se había ido...

Era lento. Dejaba pasar tiempo desde un lugar a otro. Y en esos instantes yo soñaba pensando a donde iría. Que seguiría. Cuando posaba su lengua sobre mi, en cualquier lugar que fuese, sentía que iba a correrme. Y entonces se detenía. Era increíble. Había tenido sexo oral antes, pero esto era distinto. No era mi vagina. Era todo. Nunca pensé que todo mi cuerpo pudiera ponerse así. Estaba absolutamente erizada...

Creo que fue como una hora increíble (probablemente haya sido menos, pero me pareció una eternidad). Me sentía en el paraíso.

Cuando sentí su cabeza entre mis piernas, yo ya sentía que el orgasmo no podía esperar . Sentí su lengua recorrerme de abajo a arriba, desde mi culo hasta el clítoris una y otra vez. Cuando sentí que su lengua entraba dentro mío, ya no aguanté más y me corrí. Ahogué un grito e intenté cerrar mis piernas. No pude... Ernesto se detuvo solo un instante. Como para que disfrutara del orgasmo, y volvió a pasar su lengua sobre mi clítoris. Pero en esa zona mi sensibilidad había aumentado enormemente. No lo podía aguantar.

¡Para!, le grité. ¡No sigas! No aguanto... ¡Por favor!

Pareció no escucharme. O no me hizo caso. Lo "dejó" para volver a introducir su lengua, pero sólo un instante. Sentí sus labios acomodarse sobre él y succionarlo con fuerza, mientras su lengua lo frotaba con frenesí...

Antes mi cuerpo había sido como un río manso. Tranquilo. Ahora era desmoronamiento. Un terremoto. No era sólo placer. Era algo distinto. No podía aguantar, y aguantaba... Sentía que iba a desmayarme. Veía todo negro. Y rojo.

Ahora también sus dedos entraban y salían de mi vagina. Salvajemente. Con furia... Me arqueaba y movía tratando de soltarme. No podía pero forcejeaba. Y Ernesto seguía... Seguía.

Me sentí como un volcán que iba a estallar... Y estallé. Grité. Lloré. De todo. Sólo que ahora sentía que el placer no terminaba. Seguía durando. Era como un orgasmo interminable... Y volví a ver todo negro...

Cuando volví en mi, Ernesto estaba quitando con sus dientes la venda de mis ojos. Su mano estaba apretando fuertemente entre mis piernas. Sentí como muy de a poco el volcán se iba apagando. Poco a poco me iba relajando y volvía el río... Abrí de nuevo los ojos y lo vi. De nuevo mirándome en silencio. Sonriendo. Acercó sus labios me besó. Mientras sentía su lengua con la mía pensaba que cerca están el infierno y el paraíso. Y que era incapaz de decidir con cual quedarme...

Me desató. Yo quedé tirada sobre la cama, destruida. Sentía como mi vagina seguía palpitando. Y en ese momento me di cuenta que su verga seguía parada. Enorme.

Ernesto. No sé si puedo seguir. Me has destrozado.

Tranquila. Date un tiempo.

Ha sido extraordinario. Nunca en mi vida he sentido algo así. (Tampoco lo he vuelto a sentir).

Se rió.

¿Parece que no ha sido tan malo ser mi esclava?

¿Malo? Sería tu esclava de por vida. Pero no sé como podría hacerte sentir lo que tu me has hecho sentir...

Pues ya veremos... ya veremos.

Se tendió junto a mi y volvió a acariciarme. Yo tomé y acaricié su verga. Quería sentirla dentro, pero no sabía si podría.

Ponte sobre mi, me dijo. Y veamos si puedes tenerla dentro.

No sin esfuerzo me puse sobre él y dirigí su verga hacia mi. Apenas me rozó volví a sentir un estremecimiento. Seguía estando totalmente sensibilizada.

No me hizo caso y se arqueó de golpe. Sentí como entraba toda. Comenzó a moverse, muy lentamente. Entraba y salía. Yo también empecé a moverme. Mi sensibilidad desaparecía y volvía la excitación. Comencé a frotarme el clítoris y pensé: Mi Dios, voy a correrme nuevamente.

Ernesto estaba totalmente excitado. Se notaba que no iba a aguantar mucho más. Yo tampoco...

Alcancé a sentir su semen inundándome. Y como volvía a tener un orgasmo increíble.

Me caí sobre él. Lo abracé, lo besé, lo estrujé contra mi cuerpo. Y me dejé ir... Me quedé totalmente dormida. El sueño más maravilloso de mi vida.

Me despertó un beso. Volvía a estar en este mundo.

Son casi las dos de la mañana. Quizás deberías irte.

No quería despertar del todo. Quería seguir en ese otro mundo. Pero algo de cordura aún me quedaba. Sabía que tenía razón.

Me vestí nuevamente. Pensé en tomar un baño pero desistí de la idea. Aún sentía su semen en mi, y quería que quedara allí. El también se vistió.

Te acompaño a buscar un taxi.

Bueno. Gracias.

Cuando apareció uno me dio un último beso. Quise decirle algo pero no sabía que. El tampoco dijo nada. Y me fui...

Patricia volvió el fin de semana y me llamó. Temblaba mientras cogía el teléfono. Me dijo que tenía montones de cosas para contarme. Quedamos para el próximo fin de semana...

La vida nos junta y nos separa. Terminamos nuestra carrera. Ernesto se casó con Patricia. Yo también me casé (no con Juan). Y tuve una hija preciosa. Al principio nos encontramos, esporádicamente, y charlamos de cosas intrascendentes. Luego cada vez menos. No lo he visto en los últimos cuatro años. Hemos vuelto a la "normalidad".

Hasta hoy por la tarde. Que ha vuelto a llamarme... Y estoy de nuevo hecha un lío...

Gabriela