Esclava por amor (1)

La historia esta basada en una película, donde una alumna, Sara, enamorada de su profesor, consigue que su esposa de este y su amante le abandonen, solo para confesar su amor y sus pecados al hombre que ama unos días después.

El siguiente relato es solo un texto de ficción. No pretende ser el reflejo de nada.

La historia esta basada en una película, donde una alumna, Sara, enamorada de su profesor, consigue que su esposa de este y su amante le abandonen, solo para confesar su amor y sus pecados al hombre que ama unos días después.

Y es ahí donde empieza esta historia.

No era como se lo había imaginado una y mil veces en su cabeza.

Las embestidas eran demasiado fuertes, demasiado salvajes y brutales para ella.

Tenía la sensación de que la iban a partir en dos en cualquier momento.

Una pequeña parte de ella empezaba a arrepentirse de todo esto.

Vovieron a penetrarla hasta el fondo de sus entrañas y gimió con fuerza. No estaba segura si de dolor o de placer.

Se corrió dentro de ella.

-No has estado nada mal para ser tu primera vez.

Sonrió entre los jadeos.

Se trataba de la primera alabanza que le había dado desde que había descubierto su pequeño secreto.

Deseaba que la besaran.

Él no lo hizo.

Se levantó de la cama, se colocó los pantalones y salió de la habitación sin mirar atrás.

No era esto lo que Sara quería.

Deseaba estar con él, estar abrazada con él en la cama.

Aunque solo fuera un ratito.

Aún con las piernas temblando, se incorporó como pudo y buscó por la habitación.

Su ropa no estaba ahí, ya que se la habían arrancando en el salón. Y no quería salir desnuda.

Se echó la sábana de la cama sobre su cuerpo y salió de la habitación.

Por los ruidos, supó que el hombre al que amaba y se había entregado estaba en la cocina.

Dudo sobre lo que debía hacer.

¿Ir con él? ¿Presentarse tal cual estaba ante él? ¿Vestirse y salir de la casa?

Volvió a mirar de nuevo a la cocina.

Se había decidido.

Se dirigió hacía el salón con paso firme, pero en cuanto cogió su ropa intuyó que si se iba ahora, no volvería a verlo nunca más.

Y esa certeza la horrorizo.

No, no quería eso.

Así que tiró la ropa lejos de ella y se dirigió a la cocina, donde se encontraba él.

-¿Tienes hambre? A mi tras follar me gusta comer algo.

Sara no sabía que hacer o que decir. Se quedó ahí quieta, respirando pesadamente.

-¿Sabes? Entiendo que te guste, o que me ames. Pero has ido demasiado lejos. Alejarme de mi mujer y de mi amante, es...

-Lo siento – respondió ella

-No vale solo con sentirlo.

-Si puedo hacer algo para que te sientas mejor, yo...

-Creía que follárte me iba a hacer sentir mejor, pero no.

Sara agachó la cabeza, totalmente derrotada.

-¿Sabes lo que me ha hecho sentir mejor? Cuando la he metido en ese coñito tuyo tan apretado y tan virgen.

Sara no entendió demasiado bien lo que trataban de decirla.

-Cuando te aguantabas el dolor y te dejabas hacer sin protestar. He tenido una esposa y una amante. Pero nunca he tenido una esclava sexual.

Sara había escuchado el término, claro. ¿Qué chica no?

Eran las mujeres que sastisfaccían cualquier perversión que se le ocurriera a su amo, sin ningún tipo de límite o consideración por su propia salud.

Chicas que se dejaban azotar, se entregaban a los amigos de su amo, a sus perros, se tragaban meadas...

-Me lo debes, por arruinarme la vida. Si quieres estar conmigo, será bajo esas condiciones.

Sara supó que ambas cosas eran verdad.

Julian se acercó a ella lentamente.

Se dio cuenta de que la adolescente estaba tiritando de miedo, pero era algo que en el fondo le excitaba.

Alargó su mano hasta posarla en la sábana y se la arrancó dejándola desnuda.

Ella emitió un gemido.

Ya se había acostado con ella, pero no había disfrutado de su cuerpo.

-Pon las manos atrás, en la espalda. Quiero verte

Sara se había tapado el sexo y los pechos por instinto.

No pensaba obedecer.

Le abofeteó la cara. No con mucha fuerza, pero si la suficiente para hacerla daño.

Ella se quejó del dolor.

-Si no quieres, vete.

Sara comenzó a retirar las manos de su cuerpo, dejando todo al descubierto.

Se agarró las muñecas entre si.

-¿Ves cómo podías?

La aboteó en la otra mejilla.

No para castigarla, si no por gusto. Solo porque podía.

Sara recibió la nueva bofetada sin moverse ni quejarse.

Julian retrocedió hasta la encimera donde tenía el móvil.

Enfocó el zoom de la cámara en la cara de la chica.

-Dime, ¿Cómo te llamas?

-Sara.

-Completo, por favor.

Sara García Martín.

-¿Eres mayor de edad?

-Sí

-¿Y qué edad tienes?

-18 y algunos días.

-¿Estás aquí por voluntad propia?

-Sí.

-¿Eras virgen cuando te entregaste a mi?

-Sí – reconoció avergonzada

-¿Quieres ser mi esclava sexual?

Sara tardó un poco en contestar.

-¿Quieres ser o no mi esclava sexual?

-Sí.

-Dilo.

-Sí, deseo ser tu esclava sexual.

-¿Y sabes que significa eso?

-Que pasaría a ser tuya.

Él no estaba satisfecho con la respuesta.

-Una posesión tuya – añadió.

-Te diré lo que eres, un juguete. Un objeto sin valor que solo sirve para divertirse con él y ser usado. ¿Estás de acuerdo?

Sara asintió con la cabeza.

-Dilo, quiero oírte decirlo.

-Soy un... juguete.

-¿Y para qué sirves?

-Para qué te diviertas conmigo y me uses.

Su amo no estaba del todo satisfecho.

-Usarme para lo que quieras – respondió – para tu diversión.

Rebajó el zoom y grabó su cuerpo desnudo.

Era un cuerpo joven, hermoso y bien proporcionado. Pero lo que era mucho más importante, ahora le pertenecía.

-Ponte de rodillas – ordenó.

Sara no tardó en obedecer.

Se colocó con rodillas y ambas manos en el suelo.

Su amo se continuación se acercó a ella.

Y volvió a abofetearla. Esta vez más fuerte.

-¿Por qué te he pegado?

-Porque te gusta.

La abofeteó en la otra mejilla.

-Abré la boca. - ordenó.

Así lo hizo.

Su amo alzo su cara sujetándola por la barbilla.

Se sacó una polla aún flácida y comenzó a rebozarla por su carita.

Se estaba poniendo duro de nuevo.

Se la metió en la boca, abierta para ser usada, y la sacó de nuevo llena de babas para seguir humillandola.

Unos pocos chorros de semen bañaron la carita de su esclava.

Ni su mujer ni su amante le habían dejado hacer algo así antes.

Pero estaba empezando a entender que Sara era otra cosa.

-¿Qué eres? - preguntó

-Tu juguete – respondió ella.

-¿Y para qué sirves?

-Para servir a mi amo – respondió ella. - Para servirle como él desee.

-¿De retrete, por ejemplo?

  • Soy el sucio retrete de mi amo.

Sara abrió la boca y le metieron la polla.

Una meada larga y maloliente debido al alcohol que había ingerido durante la mañana.

Nada de eso importó a Sara, que contra toda lógica, tragaba sin vacilar ni sentir nauseas.

Su amo se meo en su cuerpo.

La quería sucia por dentro y por fuera.

Quería que apestase.

Le mostró la página de vídeos sucios donde pensaba subir todo lo grabado hasta el momento.

-¿Te importa?

-Soy tuya – respondió.

Así que vio como todo lo que había pasado hasta ahora estaba subido en un sitio público al que cualquiera podía acceder.

Su amo no la quería dentro de la casa. Ni tampoco quería limpiarla.

Agarró la correa de su mastín y le colocó el collar.

La dejo encadenada en un poste de su jardín privado como la perra que era o decía ser y la colocó una mordaza y ató sus manos.

No creía que fuera a gritar, pero nunca se sabe.

Necesitaba sentarse y pensar en todo lo que había pasado hasta ahora.

Se pusó a ver el vídeo.

-Soy tuya.

Esas simples palabras fueron suficiente para provocarle una fuerte erección.

¿Debía usarla ya? ¿De nuevo?

No por el momento.

Pensó que era mejor seguir con su rutina, salir a tomar un poco de aire fresco, dejar pasar unas horas.

Salió de nuevo al jardín donde se encontraba ella.

Sara se alegró mucho al verlo.

No iba a por ella.

Encadenar al perro y sacarlo sin hacerla ni puñetero caso fue una de las cosas más difíciles que había hecho nunca.

Tenía ganas de usarla, de utlizarla, pero la verdad es que por el momento no estaba seguro de como ni se veía en condiciones de hacerlo.

Decidió que por el momento iba a ir a lo fácil.

Darla por culo, beso negro, sexo a cuatro patas, azotarla el coño, meterla cosas por el culo y el coño, que la usaran los perros...

Regresó un par de horas después.

El negro no podía creer la suerte que había tenido.

Un blanquito le había invitado a follarse a su joven esclava blanca casi sin uso y sin pedir nada a cambio.

Solo podía usar su coño, pero eso era más que suficiente para él.

Sara se sobresalto cuando lo vio venir.

Vio como este se reía de ella y la informó que su amo le había dado permiso para usarla, para divertirse con su juguete, le indicó que se tumbará y se abrierá de piernas.

Y Sara obedeció.

Más por miedo que otra cosa.

Se tumbó en la hierba con las piernas abiertas esperando ser penetrada por él.

Pero no la quería así. Subió sus pies hasta poner sus piernas en forma de M.

Y se la metió, de un golpe.

Comenzó a follarla con dureza, con dolor, como sabía por experiencia propia que solo las más guarras o las más sumisas se dejaban.

Y la jovencita que tenía delante lo era, o al menos, lo intentaba.

Se corrió dentro de ella.

-Tiene una buena perra ahí fuera, jefe. Si quiere que me la vuelva a follar, una cuadra para usarla, ayuda para adiestrarla o simplemente desea que la ponga a trabajar como puta, solo tiene que decírmelo.

Julian apuró el vaso de vino que se había servido y cogió la mantequilla.

Sara seguía tumbada en la hierba, hacía un lado.

Tenía toda la pinta de que estaba arrepentida de su decisión.

-No creías que solo te iba a usar yo, ¿Verdad?

La colocó de espaldas, pringó la mantequilla en su culo y comenzó a follarla.

Sara rabió de dolor con cada embestida, con cada penetración.

Cuando al fin se corrió, Julian tuvo la certeza de que Sara no se quedaría con él ni un minuto más, que todo había terminado entre ellos.

Por supuesto podía mantenerla atada y secuestrada, ¿Pero por cuánto tiempo?

No, no era un buen plan.

Aún así había una última cosa que deseaba hacer con ella.

Solo una cosa más.

La agarró del collar para colocarla a cuatro patas y se dirigió hasta donde Sultan aguardaba.

Antes de que renunciará a él pensaba montarla con su perro.

El mastín, un macho maduro, fuerte y hambriento de hembra como estaba, no tuvo reparó alguno en montarse encima de ella y follarla como solo un animal puede hacerlo mientras el amo de ambos dirigía el encuentro.

Cuando al fin se corrió, cuando el denso esperma de Sultan rebosó del coño de sara, entendió que todo había acabado.

Pensaba llevarla a una habitación, a una cama, dejar que se bañara.

Así que cogió la correa de Sara y la desató del poste y la ayudó a levantarse.

A ella no la sostenían las piernas.

Pero dio paso tras paso hasta llegar a donde su amo la dirigía.

La perrera olía a paja seca, a chucho y un poco a mierda.

La conducía hasta el rincón donde bañaba a los perros.

Pero se le ocurría una nueva maldad.

Al fondo del todo era el rincón donde estos hacían sus necesidades cuando no podía sacarlos.

Pensar en Sara en aquel rincón le excito.

Así que la obligó a andar un poco más y le ordenó ponerse de rodillas en el cuarto.

-Aquí harás tus necesidades, perra, salvo que ya te lo hayas hecho encima.

Sara comenzó a mear delante de él.

Era algo hipnótico ver a esa chica tan joven y bella totalmente avergonzada mientras su coño chorrebaba e iba de vientre delante de un hombre.

Podía sentirla totalmente humillada y abochornada, pero también expectante por el próximo moviento de su amo.

Este no se lo pensó dos veces.

Se sacó la polla, la quitó la mordaza y se la metió en la boca para volver a usarla como su retrete personal por segunda vez.

-Aquí dentro serás un animal más. Caminarás como uno de ellos, comerás como uno de ellos, dormirás como uno de ellos, mearás y cagarás como uno de ellos y follarás con ellos. ¿Lo has entendido?

Soltó sus manos y Sara se colocó a cuatro patas delante de él, sumisa y obediente como la esclava en la que se estaba convirtiendo.

A su amo solo le quedaba en realidad una única cosa que hacer, y es que hacía con la mierda de ella.

Se le pasó por la cabeza la idea de que Sara metiera su cabeza en ella y se la comierá a bocados.

-Vamos – dijo.

Empezaron a andar juntos como amo y mascota hasta el baño de estas.

Así que agarró estropajo y una manguera, y se sentó en un taburete con ella a cuatro patas delante de él.

Pero antes de empezar, deseó probar el cuerpo de su esclava.

Sobó sus pechos como si estuviera ordeñardola.

Sara emitía pequeños gemidos de placer y de dolor mientras su amo manoseaba, magreaba y estrujaba sus pechos.

Luego paso a frotar un coño muy sensibilizado debido al trato recibido en la última hora.

Abrió sus rodillas.

Estaba terriblemente excitada, con los pezones duros y los labios vaginales hinchados.

La muy guarra estaba lista y preparada para ser follada de nuevo.

Esta vez le iba a dar gusto el perro más joven que tenía, un macho joven y aún virgen.

La monta fue algo más complicada esta vez.

Pancho clavó sus uñas en la espalda de Sara mientras metía su polla frenéticamente una y otra vez en el húmedo coño que tenía a su disposición mientras él lo grababa todo con el móvil.

Era la primera vez que veía sangrar a Sara. También era cuando más dominada la había visto.

Ella seguía jadeando a causa del esfuerzo físico realizado.

Claramente había llegado a su límite.

Pero lo que Sara debía entender es que estaba ahí para ser usada.

Así que la obligó a caminar como la perra que era hasta donde Sultan esperaba sentado.

-Con la boca.

Sara se acercó despacio al perro.

Se queradon un minuto mirandose ambos en silencio.

Agachó la cabeza y comenzó a moverse.

Encima del montón de paja que iba a ser su cama, Sara recordó el fuerte olor.

Y el sabor.

Y la excitación.

Lo había hecho.

Se había metido la polla de un perro en la boca y había mamado con ganas.

Con demasiadas ganas.

Y se lo había tragado.

Y no lo entendía.

No entendía nada de lo que la estaba pasando.

Solo entendía que el coño la palpitaba desde esa misma mañana.