Esclava del -hacker- morboso (2)

Daniel, sometido por Alberto, se convierte en esclava sexual de todos sus caprichos.

Esa noche no conseguía conciliar el sueño. Por una parte sentía el cuerpo satisfecho y saciado. Echado en la cama, desnudo, me acariciaba los pechos, las nalgas, los muslos, el vientre que Alberto y todos esos machos habían disfrutado todo lo que quisieron en el edificio en construcción. Recordaba las duras, grandes y vigorosas pollas entrando y saliendo en mi boca, y la sensación fabulosa de cómo penetraban con violencia, una tras otra, mi dolorido culo, y el excitante dolor de los correazos en mis nalgas.

Pero estaba lo otro, la amenaza de Alberto, ese chico que parecía tan majo y sonriente, y que de pronto se había convertido en un peligro desconocido. ¿Qué decía hacer yo? ¿Someterme y acudir a la cita? ¿Ignorar la amenaza y esperar que se desvaneciera sin más? Agitado, inquieto, acabé por dormirme ya de madrugada. Estaba en el sueño más profundo cuando me desperté sobresaltado por el teléfono. Eran las ocho de la mañana en el reloj de la mesilla. Cogí el auricular. La voz risueña era inconfundible.

  • Hola Dani, putita, cielo ¿has dormido bien así bien folladita, bien llenita de semen de machos?

  • Hola, Alberto.

  • Te oigo poco animada putita. Ya sabes que tenemos una cita.

  • Oye, Alberto, lo pasé muy bien ayer, pero hoy estoy muy liado...

  • Para, para, para... tu no tienes nada más importante que hacer que obedecerme putita, y preparar bien tu cuerpo para que lo disfruten todos los que yo quiera.

La voz era cariñosa y suave, pero yo sentía vibrar la amenaza. Me desperté por completo y decidí colgar el teléfono. Me senté en la cama, a pensar. ¿Habría colgado de verdad mis fotos en Internet? Desnudo como estaba fui a la mesa de trabajo y encendí mi ordenador. Tecleé la dirección web que me había dicho. Allí estaba el dichoso clic para cambiar de mi conexión a la 906, un gasto serio. Tras vacilar unos segundo, pulsé y la pantalla parpadeó en el cambio de conexión telefónica. Era una web de fotos y vídeos de sexo y había tantas opciones que me quedé pensando por dónde empezar.

De pronto, el puntero del ratón empezó a moverse con vida propia en la pantalla, pulsó un botón, se abrió una pantalla, volvió a moverse, pulsó de nuevo y ante mi atónita mirada se abrió una foto bien expresiva de la orgía de ayer. Allí estaba yo, echado boca arriba en el suelo de azulejos, con las piernas levantadas muy abiertas, mientras la polla de Alberto penetraba obscenamente mi culo y rodeado de tíos con grandes pollas enhiestas. De repente se abrió una pantalla lateral ¡y allí estaba el rostro sonriente de Alberto! Su voz divertida me llegó por los altavoces del ordenador.

  • Guau, Dani, putita preciosa, luces bien en las fotos, se ve que disfrutas. Ahora mira.

Empezaron a cerrarse y abrirse fotos, una tras otra, en la pantalla de mi ordenador. Era toda una galería de escenas de la orgía de ayer en el edificio en construcción. Yo creía que sólo habían tomado fotos cuando Alberto me meó en la boca y me folló en el suelo como a una mujer, pero no era así, estaba todo, desde la follada junto al coche y todas las penetraciones del grupo de obreros. Me habían estado fotografiando todo el tiempo. Y lo peor era mi expresión, se notaban mis gestos de dolor por las pollas demasiado grandes, pero también mi cara de placer, de ansiedad, de que disfrutaba follado por todos esos machos. Y debajo de cada foto el mismo rótulo: "Soy Daniel ¿Quieres disfrutar mi cuerpo? Estoy en alquiler."

De nuevo se abrió la pantalla lateral y reapareció el rostro sonriente de Alberto.

  • ¿Te has puesto cachonda viéndote Dani? Yo tengo la polla tiesa como un palo, mira que estás buena, zorra. ¿Qué te parece? ¿Paso tus fotos a la parte gratis de la web?

  • ¿Cómo has entrado en mi ordenador?

  • Cielo... no seas tonto. Yo entro en cualquier ordenador que me de la gana. Tengo tu dirección, ayer miré tus documentos en tu cartera... y eres tan tontito con las claves... De hecho, ahora tu ordenador lo manejo yo y he copiado todos tus archivos... por ejemplo, la libreta de direcciones de tu correo electrónico... mírala...

Efectivamente, como si fuera una pesadilla, mi libreta de direcciones se desplegó un momento en pantalla, se cerró y reapareció el sonriente Alberto.

  • Divertido ¿verdad? Oye, estoy pensando ¿y qué tal si enviamos esta bonita colección de fotos a todo el listado de tu libreta de direcciones?

Sentí que se me encogía el estómago. Allí estaban mis jefes, mis compañeros de trabajo... Comprendí que Alberto me tenía bien cogido y jugaba conmigo a su antojo. Decidí que no tenía otra salida que rendirme a sus caprichos.

  • Por favor, no me hagas eso. Haré todo lo que tu quieras.

  • Vaya, eso me ha gustado, a lo mejor eres menos tontita de lo que pensaba. A ver, quiero oirte decir clarito que eres una hembra putita y cachonda, que quieres ser mi esclava sexual y que yo soy el dueño de tu boca, tu culito y todo tu cuerpo. Venga, venga, quiero oirte bien, acércate al micro... Ya o empiezo a jugar con tu correo electrónico.

  • Vale, vale, soy tu hembra putita y cachonda, todo mi cuerpo es tuyo y de todos los que tu quieras, para que me disfruten y me follen la boca y el culo... ¿estás contento?

  • ¿Qué más esclavita mía?

  • Quiero ser tu esclava sexual, me someteré a todos tus caprichos...

  • Bueno, veo que ya has entendido las cosas cielito. Ya sabes lo que eres, así me gusta putita. Ahora tengo que dejarte para ocuparme de otras putitas como tu, pero no te olvides, a la una en punto quiero verte donde ayer y vestida de forma que se me ponga tiesa sólo de verte, zorra... ¡ah! Quiero que te pongas pendientes.

  • Hoy no puedo llevar el coche, me lo habían dejado y tengo que devolverlo ahora.

  • Ay, nena, pues vienes en metro y así que te soben un poco para tenerte cachonda, anda. Bueno, hasta luego y no lo olvides: quiero ponerme a cien con sólo verte. Prepara bien el culito, que va a hacer horas extraordinarias, putita. Chao.

Tras un parpadeo, la pantalla de mi ordenador volvió a la página que había abierto antes de la fantasmagórica aparición de Alberto. Me di cuenta que había caído en las manos de un listísimo "hacker" que utilizaba sus habilidades informáticas para dar rienda suelta a sus perversiones sexuales. Un estremecimiento me recorrió la espalda. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar Alberto con el poder absoluto que le daba su capacidad de chantaje? Hasta mi trabajo estaba en el aire. No quería ni pensar la llegada de esas fotos a cualquiera de mis compañeros o de mis jefes, todos muy conservadores, muy rígidos. Alberto tenía todos mis datos. Bueno, por lo menos, dinero no tenía mucho en mis cuentas, ya quisiera yo. Pero estaba claro que lo suyo no era el dinero, le gustaba ser el dueño, el amo, esclavizar personas y divertirse con ellas. Y yo me había convertido desde ahora en una de sus esclavas sexuales.

Como no tenía que ir al trabajo, sólo tenía que dejar el coche en el garaje del amigo que me lo había prestado, me duché y arreglé despacio, pensando. Luego recordé que no podía provocar a Alberto, tenía que vestirme para que le excitara y estuviera contento. Me maquillé un poco los labios y los ojos, acentué con espuma los rizos del pelo y contemplé mi cuerpo totalmente depilado en el espejo. Me acaricié suavemente. Me gustaba verme así, atractiva, mujercita, suave... incluso noté que mi polla, casi siempre floja, empezaba a ponerse tiesa. Miré en el espejo mis nalgas todavía doloridas de los golpes y correazos de ayer. Realmente estoy buena, para echarme buenos polvos.

Escogí una braguita tanga muy pequeñita, de lamé dorado. Me la puse delicadamente, hasta sentir la deliciosa sensación de la fina cinta entre las nalgas, penetrando mi rajita. Me puse luego un top elástico de lycra color fucsia, muy escotado, sin mangas, los hombros al aire, y muy cortito, sólo tres o cuatro dedos por debajo de los pechos. Me encanta ver cómo la lycra marca los pezones. De mi colección de shorts opté por uno muy ajustado de tela blanca fina, muy de verano, que dejaba traslucir la braguita dorada. Tiene la cintura a media cadera, como cuatro dedos por debajo del ombligo y llega justo a las ingles, así que al inclinarte o sentarte o subir unas escalera se te ven buena parte de las nalgas.

Recordando las órdenes de Alberto me puse un cinturón dorado de cordón, un brazalete muy vistoso en el brazo izquierdo, unas pulseras en la muñeca derecha, una esclava dorada y con perlitas de nácar en el tobillo derecho, una gargantilla de cordón dorado y el toque excitante de unos pendientes de racimo de perlitas. Ya lanzado decidí ponerme unas sandalias doradas de tacón. Me miré en el espejo y pensé que los amigos que me follan y dicen siempre que soy toda una mujercita tienen razón. Sólo me faltan las tetas, por mi miedo insuperable a los efectos de las hormonas. Con unas tetas postizas debajo del top pasaría completamente por mujer. A esas horas ya me sentía excitado a tope. El pánico al chantaje de Alberto era superado por mi ansia de sentirme mirada y poseída.

Esta vez decidí no llevar documentos, tarjetas ni nada que le sirviera a Alberto para su chantaje, aunque a buenas horas, porque ya debía tenerlo todo. Metí la llave del piso y unos pocos billetes en el bolsillo del top y cogí la llave del coche. Eran ya casi las doce y a esa hora no hay muchos vecinos en la casa. No me encontré a nadie, lo que me alegró porque, aunque ya están acostumbrados a verme con pinta afeminada, esta vez realmente era un cante excesivo. Lo primero que hice fue llevar el coche al garaje de mi amigo, y me fui a tomar el metro en la plaza de Callao, disfrutando miradas cachondas, gestos descarados y alguna que otra frase soez que me dirigían.

Sintiéndome bajo el dominio de Alberto me parecía que debía adaptarme otra vez al papel que más me gusta, el de prostituta callejera. Ya lo había sido años atrás. Camino de Callao pasé por la elegante puerta de un hotel en cuya piscina, situada en la terraza del alto edificio, yo había ejercido de prostituta, controlado por el conserje de la piscina, que me ordenaba bajar a tal o cual habitación y lo que tenía que cobrar al tipo o tipos que me habían visto en la piscina y me esperaban para follarme. Luego el conserje se quedaba dos terceras partes del dinero, pero era el que me proporcionaba los clientes, y además yo no lo hacía por necesidad del dinero, sino para la excitación que siempre me ha producido venderme como una puta. El tipo que te ha pagado es más duro y exigente para ordenarte que hagas todo lo que le apetece, follarte e incluso pegarte sin contemplaciones.

Salí del metro en Vallecas y caminé por Albufera. Allí las obscenidades e insultos morbosos subieron de tono, pero enseguida me desvié por una bocacalle hasta llegar a la esquina de Peña Prieta donde ayer ligué con Alberto. O me ligó, que ya no lo se. Una mano me cogió el trasero, hurgando los dedos ásperamente entre mis nalgas. Era Alberto, sonriente como siempre, como su cara alegre de chico bueno que no ha roto un plato. Nadie creería que estaba ante un audaz "hacker", un cóctel explosivo de cerebro informático, perverso sexual y consumado chantajista.

  • Hola putita, te has pasado. No se cómo no te violan en plena calle. Claro que es lo que te gustaría, zorra.

Empezaba mi primer día como esclava sexual de Alberto, pero a esa hora no podía imaginar siquiera las cosas a las que habría sido sometido antes de que llegara la mañana del día siguiente.

(seguirá)