Esclava de una polla (2)
Me llamó Julia y esta es mi historia.
Odiaba a Hassim.
Odiaba lo que me hacía.
Pero amaba su polla y lo que me hacía sentir, y él lo sabía.
Recuerdo con claridad la noche que me rompió el culo. Lo hizo como siempre hace las cosas, sin pedir permiso, sin prepararme, simplemente porque le apetecía.
Recuerdo que lloré de rabia y de impotencia por el dolor que me hizo sentir y por no haberle detenido.
Fue esa misma noche, cuando entró en mi habitación buscando sexo.
Yo no quería, ya me había acostado con dos hombres diferentes esa misma tarde y lo último que me apetecía era mantener relaciones sexuales de nuevo con hombre alguno.
Recuerdo la mirada de puro odio que me echó encima.
Sabía que iba a violarme. Lo que no sabía era el agujero por el que iba a hacerlo.
Me dejó completamente rota cuando abandonó mi habitación.
Y sin embargo no lo denuncié.
A la mañana siguiente estaba simulando delante de mis padres que todo iba normal y perfectamente bien, que no había ningún problema con nuestro invitado ni ningún problema para compartir el baño ni el retrete.
Normal, yo era su retrete.
Porque esa mañana llamé a su puerta para disculparme por no haberle dado lo que quería y le juré que nunca más volvería a desobedecerle
Él me pidió que me arrodillará para hacer sus necesidades en mi boca.
Y lo hice con el coño totalmente empapado.
Fue sobre el mediodía cuando Hassim me mandó un mensaje con la dirección a la que debía ir esa misma tarde.
Conocía de sobra la dirección ya que me estaba mandando a un piso regentado por la iglesia y por lo que yo sabía, lleno de inmigrantes.
Pero un piso atestado de hombres no era mi problema inmediato.
Necesitaba anticonceptivos, anticonceptivos que no fueran condones, ya que me imaginaba que ninguno de ellos se lo pondría.
No, necesitaba la píldora y la pastilla del día después para no quedarme preñada.
Y sólo conocía a una chica que pudiera conseguírmelos para ya. Me refiero a la zorra de la clase.
Cristina era la típica zorra que hay en todos los institutos a la que todos los tíos dicen que se han tirado, incluso los gays.
Yo no sabía si eso era verdad o no, pero sí sabía que estaba saliendo con el chico que me gustaba y que sí había mantenido relaciones con él.
O al menos eso creía.
Cristina primero se sorprendió y luego se río de mí. No me importaron sus risas, solo conseguir lo que necesitaba.
-¿Con quién ha sido?
-Eso no es asunto tuyo, vale.
-Sí que lo es si quieres mi ayuda.
-Solo dame lo que necesito, por favor.
-No, no y no. O me dices a quien te has tirado o tendrás que buscarte a otra para que no te salga un bonito bombo.
-Cristina, por favor.
-El nombre, ya.
Yo suspiré. Perfectamente podía haber mentido y decir cualquier otro nombre, pero solté la verdad.
-Hassim.
-¿Quién?
-El refugiado que hemos acogido en casa. Y ahora las pastillas, por favor.
-Pero Julia, ¿Estás loca?
-No, no estoy loca… Tiene una polla así de grande, ¿Vale? Así de grande.
Cristina me miró por lo que a mi me pareció todo el tiempo del mundo, hasta que finalmente abrió la boca.
-Quiero conocerlo.
-No, no quieres, créeme.
-Sí, sí que quiero. Me lo presentarás, a él y a su polla, o no tendrás lo que quieres.
Me quedé fatal cuando escuché a mi amiga decir eso, pero solo podía hacer una cosa.
-De acuerdo. - Dije.
Quedamos en que me iba a dar las pastillas cuando se le presentará.
Pero como os acabó de contar, yo no me dirigía a casa al terminar las clases.
Cristina se imaginó que había quedado con mi amante lejos de la vista de mis padres y no la extrañó en absoluto que me dirigiera hacía el piso de los inmigrantes. Según ella era un buen picadero.
Pero había perdido la confianza que tenía al principio y solo seguía adelante por puro orgullo. En realidad estaba muerta de miedo. No era para menos. Nos abrieron la puerta tres hombres y había otros seis en la cocina. Y esos solo eran los que podíamos ver.
Hassim estaba allí, con ellos, contando billetes.
Por cierto, no os lo he contado, pero no era una puta cara. Era puta barata, pues Hassim vendía mi cuerpo básicamente por la caridad y los billetes que contaba no eran mayores de 5 y 10.
Me indicó la habitación donde iba a trabajar.
Yo sabía a lo que iba.
Sabía que iba a ser tratada como un trozo de carne por un montón de hombres que llevaban tiempo sin mojar y que en lo último en lo que pensaban era en dar algún tipo de placer a la puta que se estaban tirando.
Pero Cristina no. Ella estaba tiritando de miedo.
-Está es Cristina, una amiga. Es la que me va a dar los anticonceptivos.
-¿Y quién te ha dado permiso para tomar eso? El deber de una mujer es traer niños al mundo.
No me esperaba esto para nada. No sabía a qué se refería con esto, pero luego lo supe. El objetivo de Hassim eran los papeles. Y para eso nada mejor que casarse con una española y tener hijos con ella.
-¿Y mis padres?
Él me calló de una fuerte bofetada.
Ver como me pegaba hizo que los otros hombres se rieran.
-Tú eres mía.
Sin mediar más palabra, Hassim comenzó a quitarme el uniforme escolar que llevaba puesto hasta dejarme primero en ropa interior y luego desnuda salvo por los calcetines delante de todos esos hombres.
Y tras desnudarme me dirigí a la habitación a esperar que un montón de hombres pasaran uno detrás de otro.
Para ellos disfrutar de un coño joven, caliente, apretado y húmedo era lo mejor del día.
Para mí no.
Eran demasiados hombres y demasiadas pollas, demasiadas manos recorriendo mi cuerpo y magreando mis pechos, demasiado semen inundando mi coño, pero no tantos como yo creía que serían.
Cuando salí de la habitación vi a Cristina desnuda y cubierta de semen. Tenía la cara, su rubio pelo y el pecho llenos de pegotes de semen.
Y me dio envidia porque yo desee estar en su situación.
¿Os parece raro? Soy una viciosa del semen. Me gusta que los hombres se corran dentro de mí, encima de mi, me gusta su sabor, me gusta lamerlo, tragármelo y me gusta que me muestren a otros bañada en semen.
Y no solo de semen de hombres, pero eso aún no lo sabía.
Lo que sí sabía es que mi amiga necesitaba mi ayuda, porque no estaba nada bien.
Así que agarré a Cristina del brazo y pregunté a Hassim si podíamos ir a lavarnos.
No me dejó.
Me dejó bien claro que si quería lavarla debía hacerlo con la lengua, a lametones.
Pasar mi lengua por la piel desnuda de Cristina delante de todos esos hombres es una experiencia que nunca podré olvidar.
Yo me considero completamente hetero, me gustan los hombres y me gustán las pollas. Pero no voy a negar que el cuerpo de Cristina siempre me había llamado la atención.
Así obedeciendo a Hassim bajé mi cabeza hasta tocar con mi lengua su cuerpo y comencé a lamer todo ese semen pegajoso que tenía derramado por su cuerpo.
Cristina reaccionó a esto muy bien, mucho mejor de lo esperado, emitiendo pequeños gemidos de placer al contacto con mi lengua.
Y a mi me excitó tanto que cuando subí a su cara no pude evitar besarla.
Fue un pequeño pico primero, pero luego me lancé y la besé con lengua e incluso solté dentro de su boca el semen que no me había tragado aún.
Era mi primer beso y se lo estaba dando a la novia del chico que me gustaba y lo estaba haciendo delante de un montón de tíos y ni siquiera iba borracha.
Ahora le tocaba a ella. Hassim le ordenó que me comiera el coño.
Yo me quedé a cuadros, no podía imaginar que ella recibía órdenes también. Pero tras las dudas iniciales me tumbé esperando por su lengua hurgando en mi inmundo agujero.
Y vaya si lo hizo.
No era una experta, era la primera vez que lo hacía con una mujer y no estaba muy segura de que estaba haciendo, pero yo me corrí de gusto.
-Y el culo.
¿Qué? ¿Había escuchado bien? ¿Qué Cristina me iba a comer el culo?
El culo me lo acaban de romper la pasada noche y aún lo tenía dolorido y muy sensible.
En realidad no tenía ni idea de cuáles eran los planes de Hassim para mi y para Cristina, pero digamos que Cristina ya no se llama Cristina, se llama Putacerda y que voy de vientre en su boca.
Pero volvamos a la escena.
Yo estaba tumbada boca arriba esperando impaciente que la lengua de la zorra de la clase pusiera su lengua en mi culo y no pasó nada…
Le daba asco, lo que es de lo más natural. El beso negro no es para todo el mundo.
La hostia que le soltó Hassim al negarse a obedecer es de las que hacen época.
Sí, a mí me había pegado pero nada en comparación a lo que le metió a ella.
Hassim me dijo que debía castigarla y me entregó toda una fusta para mi solita.
La chica estaba ahí en el suelo, llorando a moco tendido mientras sujetaba esa cosa con mis manos.
Por un momento me dio pena.
Por otro lado, era la puta que estaba saliendo con mi novio.
Así que sí, descargue un primer golpe contra su piel, y un segundo, y un tercero.
Y maldita sea, le cogí el gusto al asunto.
Los hombres se reían mientras yo le pegaba.
En el culo, en el vientre, en los pechos, en el coño, en el interior de los muslos.
No quería parar.
Escuchaba sus lloros, sus súplicas para que parase, veía como su cuerpo se iba llenando de marcas rojizas con pinta de doler un huevo y la yema del otro, pero no quería parar.
Le trabajé fuertemente el coño.
Yo no sabía cuánto podía llegar a doler esto pero por la cara que estaba poniendo, me imagine que mucho, muchísimo.
Pero golpeaba una y otra vez entre las risas de los hombres que me veían hacerlo y el llanto desconsolado de la chica.
Golpeé hasta que se me cansó el brazo y para entonces su coño, antes rosado, tenía los labios hinchados y de un color rojizo.
Hassim nos permitió lavarnos.
Ayude a una dolorida Cristina a ir hasta el baño para ducharnos juntas.
No podía evitar sentir pena por ella viéndola en ese estado.
La Cristina que yo conocía, siempre llena de vida, siempre tan presumida, estaba reducida a nada más que un despojo, y en cierta manera yo era la responsable directa de eso.
Me sentía fatal.
Así que cogí la ducha y una esponja y me dispuse a lavarla.
-Esto es culpa tuya.
-Solo tenías que haberme dado las jodidas pastillas, pero quisiste acompañarme. Así que cierra esa boca.
-Tenías que haberme avisado.
-¿Avisarte de qué? ¿De qué me prostituye como si fuera mi chulo? ¿De qué me follo a un montón de hombres? Eso es asunto mío y de nadie más.
-Eres una…
No terminó la frase, porque no la dejé.
La solté tal hostia que no la dejé seguir hablando.
Y a continuación cogí la escobilla del retrete llena de pegotes de mierda y se la acerqué a su coño.
-¿Sabes dónde va a terminar esto?
-Julia, no por favor, no, eso no…
Se la metí hasta el fondo.
Sí, ese fue un gran día.