Esclava de una polla (1)
Me llamo Julia y esta es mi historia
Recuerdo como si fuera ayer el día que conocí a mi amo.
Yo por aquel entonces era una cría, una adolescente normal y corriente preocupada por mis notas y muerta de celos porque el chico que me gustaba estaba saliendo con el zorrón de la clase.
Pero todo cambió el día que Hassin llegó a nuestra casa.
Ni mis padres ni yo le queríamos en nuestras vidas, pero poco podíamos hacer al respecto. Como miembros de la iglesia nos habíamos comprometido a acoger y a dar trabajo a un refugiado y él fue quien nos tocó.
Hassin es un hombre que impresiona la primera vez que lo ves. Alto, moreno, fuerte, con una sonrisa a la que le faltan varios dientes y con una barba y una melena sucias y descuidadas.
Pero lo peor son sus ojos, oscuros, duros y rebosantes de maldad.
Y de lujuria.
Pude notar su mirada recorriendo mi cuerpo como nunca antes había sentido la mirada de un chico u hombre alguno. Me sentía como si me estuviera tocando con sus propias manos.
Recuerdo que me mojé.
No era como si me estuviera gustando.
No era como si me estuviera sintiendo bien.
Pero me mojé y no pude evitarlo.
Recuerdo que miré a mi madre mientras mi padre recibía a ese hombre.
Recuerdo la sonrisa estúpida que tenía en la cara.
Mi padre me pidió el favor de acompañar a nuestro invitado hasta su habitación y que le enseñara la casa.
Hassim dormiría en una habitación no demasiado lujosa pero sí cómoda del piso de arriba, en la misma planta que yo, de tal forma que íbamos a compartir baño.
-Hasta esta noche.
Yo salí de la habitación pensando que no nos volveríamos a ver hasta la cena. Pero que maldita idiota era y que equivocada estaba.
Sí, le vi en la cena. Hassim cenó con nosotros y se retiró pronto a su habitación.
Cuando subí arriba no pude evitar echar un ojo a su puerta, totalmente cerrada.
Mi costumbre consistía en coger mis cosas y salir con el pijama puesto del cuarto baño con la total seguridad de que nadie me iba a ver.
Ahora era diferente.
Ahora sí que me podía ver un extraño.
Eso me dejaba la opción de cambiarme en mi habitación, pero todavía tenía que decidir cómo salía del baño.
Sí, de estás cosas me preocupaba yo en aquel entonces.
Decidí salir en pijama.
Me convencí a mi misma de que no era nada vergonzoso que un hombre me pudiera ver con el pijama puesto. Y todo porque no quería llamar a su puerta y decirle que no saliera.
Suspiré aliviada cuando vi que Hassim no estaba por ninguna parte al salir.
Porque él ya estaba esperándome en mi habitación.
Aún le recuerdo tumbado y desnudo en mi cama, mostrándome esa sonrisa suya sin dientes, recorriendo de nuevo mi cuerpo envuelto en el ligero pijama que llevaba puesto.
Pero no fue eso lo que más me llamó la atención.
La polla de mi amo es descomunal.
Un trozo de carne duro, palpitante y en ese momento, todo mío.
-Ven.
Yo podía haber escapado, haber gritado… No lo hice.
En su lugar cerré la puerta tras de mí y me acerqué lentamente hasta mi cama, hasta quedar delante de él.
Fue él quien me desnudo prenda a prenda.
Lo hizo despacio, con calma, sin prisas, mientras yo echaba un ojo detrás de otro a la puerta por si a mis padres se les ocurría venir.
No tardé demasiado en quedar desnuda delante de él.
Cuando sentí mis bragas recorrer mis muslos supe que todo esto iba en serio.
-Tienes que afeitarte esto - mencionó.
Desde que me había salido vello púbico nunca se me había ocurrido afeitarlo o si quiera tocarlo.
En ese momento sentí vergüenza de mi misma.
Hassim me invitó a acostarme en mi propia cama.
Y me la metió hasta el fondo.
Hassim no tenía previsto ser amable ni cariñoso.
Sólo quería un coño donde poder meter su enorme polla y el mío era el que más a mano tenía.
La empujaba dentro de mí con todas sus fuerzas, mientras que yo, una vez superados los primeros dolores, disfrutaba como una cerda con cada una de estás embestidas.
Entre risas y bromas, había hablado con mis amigas sobre la complementación sexual. Según ellas, cuando sientes la polla del chico al que estás destinada dentro de ti, ya no quieres ninguna otra.
Chorradas de niñas, pero en ese momento me pareció lo más real que había escuchado nunca.
Hassim terminó corriéndose dentro de mí, llenándome todo el coño con su leche.
Y se levantó para irse.
Yo no quería que se marchará. Quería que se quedará a mi lado, durmiendo conmigo esta primera noche en la que me había convertido en su mujer, en su perra, y por qué no decirlo, en su esclava.
Así que le pedí por favor que no se marchará de mi lado.
Él se rió de mí y me aseguró que hasta que no desapareciera esa mata de pelo que tenía entre las piernas, no lo haría.
-¿Puedes dejarme una maquinilla?
Él se rió de mí mientras me aseguraba que ese no era su problema.
Humillada, dolida y sola.
Así fue como pasé mis primeras horas como mujer.
Sabía donde había otra maquinilla, en el cuarto de baño de mi padres.
La idea era simple, bajar, hurgar entre las cosas de mi padre y terminar de una vez con mi vergüenza.
Lo hice a las tres de la mañana.
Supongo que os podéis imaginar lo que tiene que pasar por la cabeza de una chica a esas horas para hacer lo que hice yo.
A escondidas, rebusqué entre las cosas de mi padre hasta dar con la maquinilla y la espuma de afeitar y me subí de nuevo a mi cuarto.
Luego me recorte el vello púbico con unas tijeras, apliqué espuma y eliminé hasta el último vestigio de pelo.
Y me sentí feliz.
Normalmente me metía en pijama en el baño para lavarme, peinarme y maquillarme, pero está vez me fui desnuda.
Por supuesto corría el riesgo de que mi padre o mi madre me vieran, de que uno de los dos le diera por subir a la planta de arriba y me descubriera.
Pero lo que me importara de verdad era que me pudiera ver él.
Fui feliz cuando llamé a su puerta y este me dio permiso para entrar.
Sí, quería enseñarle mi coño limpito y recientemente rasurado.
-Ven.
Mi cuerpo se movió solo, como si fuera él y no su dueño.
-Arrodíllate.
De nuevo tuve ese inmenso trozo de carne delante mío, más cerca de lo que nunca lo había tenido.
Podía olerla y prácticamente saborearla y eso que aún no me la había metido en la boca.
Creí que Hassim quería simplemente una mamada mañanera y yo, bueno, digamos que no me importaba nada chupar y relamer ese trozo de carne.
Pero no, no era eso lo que quería.
Hassim agarró mi cabeza con fuerza y metió su polla hasta la garganta. Y comenzó a mear.
La meada no tardó mucho en inundar mi boca y sobrepasar mis papilas gustativas.
Pero yo no podía moverme, solo podía tragar, tragar como la cerda que era.
Tras acabar de usarme como su retrete, Hassim me ordenó abandonar la habitación.
Yo sólo quería llorar, vomitar, alejarme de todo esto… Sólo quería que esto nunca hubiera empezado.
Pero lo había hecho.
En una noche me había follado a un hombre y me había tragado su meada.
Y lo había hecho por puro gusto.
¿Pero a quién se lo decía? ¿Y cómo?
No, no podía.
Entendí que era algo que me tenía que guardar para mi misma.
Volví al baño para apañarme como si nada hubiera pasado y casi se me para el corazón cuando mi madre me llamó para ir a desayunar.
Por suerte no me pilló.
Y tras vestirme con el uniforme del instituto, volví a mi vida normal.
Comer no fue fácil.
Aún retenía en mi boca y en mi garganta el sabor de la meada, un sabor al que ya me he acostumbrado pero que se hace muy duro la primera vez que lo sientes.
Y sin embargo comí como si no me pasara nada.
Durante todo el día estuve como una jodida sonámbula pensando que podía hacer.
Lo peor es que mis padres volvían tarde del trabajo y esto significaba que tendría que pasar unas cuantas horas a solas con Hassim.
Y pensar en eso me mojaba sobre manera.
Pensaba en su polla entrando dentro de mí de nuevo, llenándome, golpeándome el útero, haciéndome sentir un indescriptible placer.
Pero también recordaba lo que me había hecho esa misma mañana y todo se derrumbaba.
Deseaba lo primero pero no lo segundo.
Hassim llegó una hora después de que yo llegará a casa.
Cuando le oí venir baje las escaleras pues deseaba hablar con él.
Pero no venía solo.
Venía acompañado de dos hombres y estaban hablando entre ellos.
Yo no entendí ni una palabra, pero tampoco podía hacer mucho, ellos eran tres y yo solo una chiquilla asustada.
Ellos me observaron un momento, asintieron satisfechos, los billetes cambiaron de mano y hubo un par de apretones de mano para cerrar el acuerdo.
Me acababa de vender como una vulgar puta.
Es difícil describir lo que sentí en ese momento.
Me sentía humillada y llena de ira, pero también excitada y en cierto modo, deseosa de hacerlo. Las sumisas como yo encuentran placer sobre todo en satisfacer a sus amos.
Y Hassim se había convertido en el mío
Me llamó a su lado y sin ningún rubor se comportó como mi chulo delante de los otros dos hombres.
Tras darme una fuerte palmada en el culo, me indicó que me fuera a la habitación de mis padres y que me preparara.
Eso implicaba desnudarse y tumbarse en la cama con las piernas abiertas.
No tardó mucho en entrar el primer hombre con la polla al aire dispuesto a dejarse los huevos secos.
Me encontró jadeando por la excitación.
Me cogió con fuerza, aunque ni por fuerzas ni por polla se podía comparar a la follada que me dio mi amo la noche anterior.
Noté su corrida de nuevo dentro de mi.
Dentro de la enorme lista de perversiones que tengo, me gusta sentir la corrida dentro de mi, me gusta que me llenen el coño, la boca o el culo de semen. Me gusta incluso que se corran encima de mí, en cualquier lugar de mi cuerpo.
Todavía estaba dentro de mi cuando mi amo le avisó de que su tiempo había acabado.
Este me echó un buen vistazo y yo me sentí avergonzada.
Por la posición en la que estaba, por lo sucia que estaba y por estar rezumando semen de otro hombre.
A él por supuesto no le importaba e invitó a entrar al segundo hombre
Este fue más amable y más cariñoso. Me folló como si tuviera miedo de hacerme daño en lugar de abusar de la vulgar puta que tenía delante.
Y todo acabó conmigo duchándome, preguntándome qué mierda pasaba conmigo, porque mierda me dejaba hacer lo que me dejaba hacer y porque mierda sentía tanto placer siendo humillada y abusada.