Esclava de mis actos, presa de mis palabras
Me calenté durante meses con un desconocido que conocí en las redes. Nos mandamos durante mucho tiempo mensajes de alto voltaje, fotos cachondas y promesas de buenas cogidas. Pero nada fue como lo yo lo había planeado y no tuve que resignarme a ser ultrajada.
Me costó mucho escribir estas líneas. Pero decidí hacerlo para advertir, a quienes como a mí, una situación de erotismo y seducción puede derivar en un hecho impensado, al borde de lo delictivo. Digo al borde porque nunca hice ninguna denuncia y cuando no hay denuncia, al menos en mi país, tampoco hay delito
Cómo todo lo había hecho en el contexto de una “trampa”, tampoco pude recurrir a mi novio. El desconocía por completo mis aventuras epistolares y por eso la noche en que se desencadenaron estos hechos tuve que fingir que las marcas que me habían quedado en el cuerpo habían sido producto de un robo al voleo cuando regresaba al tren en la estación Constitución.
Todavía siento dolorida por la brutalidad con la que fui cogida por el culo. Algo que siempre fantasee pero sin haber tenido, hasta esa noche triste, ninguna experiencia real más allá de algún dedo de mi novio o algún intento de meterme un consolador pero que nunca concretaba porque el dolor podía más que el placer.
Las cosas con mi novio de se pusieron realmente aburridas en los últimos meses. Además de vivir encerrados viendo películas (a mi me encanta salir, ir a bailar, odiaba el encierro) no teníamos una gran actividad sexual y al cabo de un tiempo descubrí que su sexualidad consistía en montarme un rato, bombear hasta acabar y dormirse como un tronco inmediatamente después del orgasmo.
Esa situación me fue generando angustia y vacío. Además de una inmensa insatisfacción, sobre todo cuando me encontraba con mis amigas y hablábamos de las virtudes de nuestros hombres a la hora de hacer el amor.
Así y todo, estaba cómoda con la situación. Pero no pasó mucho tiempo hasta que empecé a buscar variantes para ver si mi vida monótona adquiría algún matiz excitante. Me abrí correos electrónicos truchos, me inventé un perfil en Facebook y otro en Instagram y me abrí una cuenta de Tinder, muy mencionada por mis amigas que en cada uno de nuestros encuentros siempre tenían alguna aventura potable para contar o alguna pija inolvidable para recordar.
Conocí a Gustavo por Tinder. No tenía muchas fotos personales, pero me había enternecido una que había subido con sus tres hijos. Eso me dio una relativa confianza. Comenzamos a conversar, de las cosas triviales de la vida y fuimos convirtiendo esos diálogos en encuentros diarios y casi indispensables. Me daba intriga saber cómo era y me parecía una persona interesante.
Escribía muy bien y sin errores de ortografía y eso ya era mucho en un Tinder en el que a cada uno que le ponía me gusta, al segundo me escribían que me comerían la tetas o que me romperían el culo o que les pasara el número de teléfono para tener sexo por whatsapp. Gustavo, por el contrario, era súper educado. Me decía siempre que le parecía muy linda y que sentía que íbamos a tener buena piel, pero no pasaba de ahí.
Era diez años más grande que yo (tengo 25), divorciado y se dedicaba al comercio exterior, por lo que una o dos veces al mes viajaba a Asunción de Paraguay o a San Pablo donde tenían oficinas en la empresa exportadora en la que trabajaba. Un par de veces me había propuesto de ir a tomar un café. “Nos encontramos en un lugar neutral, ves que onda y si no te gusto, charlamos dos boludeces, tomamos un café y cada uno para su casa”.
Por una amiga también empecé a leer relatos eróticos y a mirar películas porno en los horarios en los que mi novio estaba trabajando o jugaba el rugby. Me empecé a interesar por algunas situaciones que hasta ese momento desconocía por completo como que me acaben en la boca para tragarme el semen o me cogieran por el culo, algo que siempre me dio impresión.
Pero leyendo relatos y viendo pelis empecé a ponerme muy cachonda y a masturbarme todas las tardes frente al computador. Había días en los que terminaba con la vagina toda irritada por la presión que hacía con los dedos o por intentar meterme un tubo de desodorante porque necesitaba sentir una pija cuanto antes.
Traté de todas las maneras posibles de que mi novio me prestara atención o de que fuera menos egotista a la hora de coger, pero el resultado fue tan frustrante como siempre. Sin juegos preliminares, se subía arriba mío me bombeaba durante dos o tres minutos hasta que descargaba su leche y con un piquito o un besito en la frente se desmoronaba en el costado de la cama y empezaba a roncar como un escuerzo.
Yo estaba cada vez más caliente así que empecé a elucubrar un plan como para que me cogieran como yo me merecía y redoblé la apuesta en Tinder con fotos mucho más zarpadas donde mostraba bien las tetas, ponía cara de putona y aseguraba que buscaba “diversión” y “vivir el momento” antes que alguna relación estable o duradera.
La temperatura de mis menajes con Gustavo fue subiendo en la misma proporción en la que yo me sentía desamparada e insatisfecha y estaba dispuesta a gozar como lo hacían la mayoría de mis amigas que “no tenían tanta suerte como yo” pero que se las veía con mejor semblante y mejor humor.
Me hice adicta a la paja a tal punto que me compré un consolador para jugar mientras estaba sola en casa. Intenté varias veces metérmelo por el culo, frotándome el clítoris pero nunca pude enterrarlo verdaderamente y terminaba acabando más por la sensación que yo pensaba que me podía provocar que por tenerlo bien adentro.
--“Qué te gustaría que te hicieran” – me preguntó Gustavo en una serie de mensajes de altísimo voltaje al que le habíamos sumado fotos de nuestras partes íntimas y audios con gemidos y susurros. Yo estaba tan excitada que nunca me intereso descular si me gustaba o no me gustaba. No me importaba como era, sólo una enorme pija que me mostraba en la fotos y que me tenía obsesionada. Me servía para calmar mi instinto femenino y con eso sobraba. Era mi galán anomino y me mandaba fotos de una pija grande que más de una vez fantasee con tenerla toda adentro o con mamarla hasta que me llenara la boca con su semen y me lo dejara saborear. Y por supuesto, que me partiera en dos el culo.
El cruce empezó a transgredir Tinder y era habitual encontrar sus mensajes en mi mail o en mi casilla de whatssap. Doy clases en un colegio y muchas veces tuve que irme al baño para tocarme de las terribles fotos de su poronga que cada vez me parecía más apetecible y comestible. Le empecé también a mandar fotos de mis tetas, de mi culo, de la concha bien abierta con los dedos metidos. No le mandé fotos de mi cara, ni el tampoco, pero hasta me puse en cuatro para mostrarle el tatuaje de mariposa que tengo justo arriba de la rayita del culo. “Me lo vas a llenar de leche’”, le pregunté cachonda en ese posteo.
El me mandaba fotos de su verga erguida y sólo me preguntaba. “Qué te gustaría que te hiciera ahora mismo”.
--Me gustaría que me obligaras a que te chupe la pija, que nos encontremos en la oscuridad de un pueblo perdido y me llenes de pija por todos los agujeros. Me gustaría probar toda la leche que salga por esa cabezota. Me encantaría tomármela toda”, le escribí en una oportunidad en la que mi novio se había quedado dormido mientras le chupaba la pija y mi frustración fue tan grande que estuve a punto de agarrar mis cosas y mandarme a mudar.
Gustavo escribía bien, sabía aprovechar mi calentura y lograba que tuviera orgasmos diciéndome chanchadas por mensajes de voz. Yo no le conocía la cara, pero me parecía un detalle menor, estaba segura de que ese tipo me calentaba y con solo meterme esa enorme pija me iba a hacer ver las estrellas.
“Qué me harías en este momento”, me preguntó el día en el que decidí darle rienda libre a sus intentos de encuentro. “Me pararía atrás tuyo, te pellizcaría los pezones, te bajaría el pantalón y te rompería todo ese culo que se ve tan apetecible en tus fotos”. Cuando leí la frase la vagina se me empapó y los pezones se me endurecieron casi hasta sentir un poquito de dolor. Tuve que correr al baño para meterme los dedos y no me alcanzaban las manos para hundirlas adentro de mi concha que ya estaba desesperada por sentir una pija adentro. Y la de Gustavo me encantaba.
“Tiene que ser así – le dije – salvaje, me calienta mucho la idea de excitarme con un desconocido. Quiero sentir toda esa pija adentro, que me hagas gozar como si fuera tu putita”, le escribí sin pensar y ya no tenía retorno.
“Por qué no nos encontramos dentro de una hora en los carritos que dan a la reserva ecológica”, me sugirió. Lo pensé un rato porque no estaba segura. Me mortificaba el hecho de traicionar a mi novio sólo por una terrible calentura en lugar de tratar de revertir las cosas. Pensaba que si me gustaba la otra pija la relación con él se iba a tornar peor.
Mientras ese pensamiento me daba vueltas en la cabeza me llegó un videíto que me terminó de convencer. Lo había grabado en cámara lenta y justo en el momento en el que la leche salía de su cabeza y después de largar un chorro que salió de cuadro empezó a chorrearse por toda la pija. Me latía el clítoris de la calentura. Quería estar ahí para lamerla toda y tomarme esa leche que parecía una delicia.
Lo encaré a mi novio para ver si agarraba viaje porque el que avisa no traiciona. Pero desistí cuando me di cuenta que el muy pelotudo estaba todavía jugando a la play con un amigo y ni me escuchó cuando le dije que salía para la estación para encontrarme con unas amigas en Puerto Madero. Como yo era de zona Sur y el de Caballito, pusimos como punto de encuentro la Costanera Sur. “Comemos algo en los carritos de esa zona y si todo está bien, arrancamos para un telo que queda por Independencia”, me explicó. “Dale, perfecto, nos vemos en una hora. Preparate porque te la voy a dejar seca”, lo traté de calentar aún más. “Te la voy a dar toda”, me respondió y yo sólo quería sentir esa leche tibia entre mis labios, en la lengua, en la garganta. Estaba sedienta de semen y tenía un semental dispuesto a hacerme feliz.
Me puse una camisa muy escotada y una pollera de jean me marcaba bien el orto y me dejaba la pancita al aire. Como estaba fresco, me puse una camperita de esas que te quedan marcadas al cuerpo y te resaltan las tetas. No soy del tipo de minas flacas, soy más bien rellenita pero siempre me gustó ponerme ropa ajustada porque tengo buenas curvas y un culo que siempre es objeto de elogios y miradas. Como estaba por indisponerme tenía las tetas enormes.
Me dolían los pezones de la calentura que me agarré imaginando a Gustavo chupándome las tetas. Estaba mojada a más no poder. “Cómo te voy a comer la pija -le escribí mientras esperaba el tren- voy a hacer todo lo que me pidas porque soy muy zorrita”, le redoblé la apuesta. “Quiero sentir como tu leche me llena todo el orto, te la voy a triturar toda”, seguí escribiendo mientras llegaba a destino en Constitución.
Yo estaba desatada, por momentos no podía creer que me salieran mensajes tan guarros. El hecho de habernos intercambiado mensajes durante tanto tiempo me había inspirado confianza. “Sin prender la luz ni decir una palabra quiero que me violes el culo y no pares, aunque yo te por favor que no lo hagas. Te gusta eso no?, te excita’, se te para esa pija gordita que tenés’, mándame fotos... dejame renga, rómpete toda”, ese fue mi último mensaje mientras viajaba en el taxi a la Reserva Ecológica convencida de que el taxista había advertido mi calentura y mis olores.
Me sentía desconocida. Hasta ese momento yo era una mina rescatada. Iba de frente, hacía las cosas que me parecían bien, pero estaba enceguecida por una pija, necesitaba calmar las contracciones de mi vagina. Estaba desesperada por una pìja….
Al momento me llegó una foto con su tremenda pija afuera del pantalón, dura como una piedra, amenazante y rosa. Le brillaba la cabeza y se le marcaban todas las venas. “Qué buen pijazo que me voy a comer”, le escribí instintivamente cuando vi ese terrible aparato a punto de explotar.
Cuando llegué vi su silueta sentado en una de las mesas que habíamos acordado previamente y se me mojó más la entrepierna. Pero cuando lo vi de cerca mi decepción fue total. No tenía menos de 75 años, su cara estaba cruzada por una cicatriz tremenda, tenía un pómulo hundido y un párpado que no podía levantar, como si media cara estuviera muerta.
En su frente tenía un tatuaje tumbero y un número romano. Tenía un sobretodo viejo, que olía rancio, casi largo hasta las pantorrillas, le faltaban por lo menos cuatro dientes y tenía un aliento terrible que me la terminó de bajar cuando me agaché para darle un beso. Me sentí muy sucia, decepcionada conmigo misma. Cómo pude hacer semejante periplo para encontrarme con este engendro sólo por la foto apetecible de una pija y sus frases guarras..
Por supuesto que la calentura se me fue al diablo y que hubiese preferido que jamás le hubieran llegado ninguno de mis mensajes. Para tratar de no ser tan grosera empecé a acusar un fuerte dolor de espalda, le dije que tenía una enfermedad autoinmune que los días de humedad me ponía las articulaciones a la miseria y no me dejaba caminar. Sentía estúpidamente mojada la entrepierna en el tren era un charco y en el taxi casi con la espesura del flujo de los orgasmos. Me lo había imaginado todo, que distinta y cruel resultó ser la realidad…..
Me senté, pero en ningún momento solté la cartera y con esa inclinación del cuerpo que uno adquiere cuando sólo se sienta por unos minutos. Tomé el celular y fingí que recibía mensajes. “Es de mi novio, es recontra celoso, si se entera que hice esta locura me mata. Es rugbier”, le dije como para ponerlo en caja e intimidarlo un poco y se olvidara por completo de mis pedidos.
Se ve que Gustavo estaba acostumbrado a los rechazos porque no dijo nada malo, al contrario, siguió tratándome con suma amabilidad. “Tranquila, se entiende, pero no es necesario que inventes nada”, me dijo con tal sensatez que por primera vez en la noche pude aflojar un poco el estrés que me había provocado la cita a ciegas para encontrarme con este anciano. Ninguno de los dos habló de coger, tomamos un café rápido y pedimos la cuenta.
“Te acerco hasta Constitución” me dijo. Un poco me había enternecido su resignación y el hecho de que fuera cerca así que accedí. Fue el peor error que cometí en mi vida. Ni bien puse mi culo en el asiento se trabaron las puertas y eso me asustó. Me callé porque lo adjudiqué a mi paranoia y fue otro error fatal porque en la rotonda en lugar de girar para el lado de la estación se metió en un camino lindero a la reserva ecológica absolutamente abandonado, como si lo hubiera calculado.
- Por donde vas a agarrar- le pregunté con tono tranquila, pero con la voz quebrada. Estaba muerta de miedo. “Vos vas a agarrar putita”, me dijo y me apretó fuerte de la muñeca para acercarme la mano hacia su pija que quedó al descubierto apenas cuando se abrió el tapado.
--Pará Gustavo, no quiero, ya te dije que no me siento bien - traté de excusarme en el mismo momento que sentí un fuerte golpe a la altura de la sien que me dejó mareada. Me pegó con el puño cerrado, con el nudillo y el dolor era muy intenso. Empecé a llorar.
Acto seguido sentí su manota tirándome del pelo y con fuerza me tironeó hasta dejarme cara a cara con su pija. Era más grande de lo que había visto en las fotos. Me pegó tres golpecitos en la cara con su miembro, estaba tieso y caliente. Olía a semen. Me soltó el pelo y con un cachetazo me advirtió : “Chupala hasta que yo te diga si no querés que te pase nada”. No tuve otra alternativa que prenderme a su pija, no podía meterla toda en mi boca de lo ancha que era.
“Mentime zorra, chupala como si te gustara, decime las mismas cosas que me decías por el chat, querés que te lea”. Y me tiró más fuerte del pelo.
Empecé a fingir gemidos y a chuparla como si realmente me gustara porque sentía miedo. “Que hermosa pija”, le dije como para que mi actuación fuera más convincente. Le pasaba la lengua de arriba para abajo y por momentos la vagina se me contraía. Me dolía la cabeza por el golpe y sentía un ardor en la mejilla pero había algo en mí que deseaba ser ultrajada por esa pija amenazante y erguida. Me agarró de la nuca y me la clavó hasta la garganta. No podía respirar, me tuvo así algunos segundos hasta que me soltó. Mi vagina lanzó un chorro de flujo, tuve temor de morir ahogada pero al mismo tiempo quería que lo volviera a hacer. Empecé a toser y hacer arcadas pero no me dio respiro, volvió a apretarme hasta que mi boca hacía contacto con su pelvis. Era enorme.
Estaba confundida quería que me dejara bajar de su auto, pero su pija se ponía cada vez más tiesa y tentadora. Con su mano seguía jugando con mi clítoris, pellizcándome las tetas, manoseándome todo el cuerpo buscando que yo reaccionara.
“Mirá lo mojada que estás zorra. Sos igual que todas. Sos putita traga leche”, llegue a escuchar porque me descargo un chorro grande de semen en la garganta que no me quise tragar y quedo toda en la zona de sus pendejos. “Cometela o te doy otra como la de recién. No era que te gustaba le leche zorrita”. Tuve que hacele caso, subí y bajé por su pene una y otra vez hasta que no quedó ni una gota de leche. Me comí hasta lo que había quedado en uno de sus muslos. Estaba mojada, pero me quería ir. “Dejame bajar, Gustavo”, le imploré.
Destrabó la puerta y manoteó mi celular cuando quise agarrarlo para salir corriendo. “Dámelo por favor”, le rogué pero bajó por la otra puerta del auto y lo rodeó hasta quedar detrás de mí. “Ahora te lo voy a dar”, pero primero vas a cumplir tus promesas. Y me empujó hacia el auto. Mis tetas quedaron apretadas contra el vidrio de la ventanilla.
Me bajó la bombacha y me levantó un poco la pollera. “Por favor no Gustavo, ya está. Ya te chupé la pija, dejémoslo acá”, le pedí llorando pero su respuesta fue violenta. Me dio dos fuertes palmadas en el culo, me dejó toda roja. Con uno de sus pies me peteó los tobillos para que abriera más las piernas. Me metió dos dedos en la vagina y los refregó por el culo como para libricarlo.
“Pedime que te lo rompa como me pedías en el chat”. Yo estaba inmóvil, tenía esa tremenda vara amenazante en la puerta de mi culo a punto de romperme toda. De ultrajarme. Sentía su respiración en mi nuca y su aliento hediondo. Me metió un dedo en el culo.
“Pedime que te lo rompa todo”, me repitió. Yo no podía pronunciar palabra. Me tiró del pelo, me levantó la mejilla tirando apenitas de los pelos de la nuca. “Dale putita, te quiero escuchar”, me repitió y su pene ya trataba de hacerse lugar en mi ano.
“Rompelo, Gustavo, por favor rompémelo todo”, repetí para que no me pegara otra vez. Y su enorme pija me perforó sin importarle nada. El dolor fue tan grande que tuve ganas de morirme ahí mismo. Su enorme verga me había perforado las entrañas y bombeaba como un animal aplastándome contra el auto. “Pedime que siga, que no pare, te quiero escuchar clarito”, me repitió al oído.
“Dame más Gustavo, rómpete toda, lléname el culo de leche”, dije sin saber el peso que más tarde tendrían mis palabras. Sentí su chorro caliente recorriendo mis intestinos. Siguió bombeando casi por un minuto más. Sólo decía “Vos lo pedís, vos lo tenés zorrita”. Su semen caía por mi entrepierna y hasta me pareció ver sangre. Seguramente me había desgarrado el ano con esa enorme pija y sus malos modales. Me dolía el alma. Recién ahí me devolvió el celular.
Me subí la bombacha como pude y me acomodé la ropa. Me dolía la cabeza por la trompada y el culo por la violación. Se volvió a subir al auto y antes de irse me hizo escuchar un audio de su teléfono. “Rompelo todo Gustavo, por favor rompémelo todo”, se escuchaba con toda claridad.
“Ni se te ocurra denunciarme zorrita, porque no te cree nadie de lo puta que sos”, me advirtió antes de que lo viera alejarse, afortunadamente por última vez en la vida. Me sentí muy boluda. Había hecho todo lo posible para terminar como terminé, con el culo roto y la autoestima por el piso. Nadie me iba a creer si hacía la denuncia. Yo preferí el silencio, hasta estas líneas, para recordarles que jugar con fuego siempre deja sus marcas indelebles. Es así la vida, uno es esclava de sus actos y presa de sus palabras.