Esclava de la inconsciencia

Eramos buenos amigos, solía decirme que yo era como un hermano para ella.

Esclava de la inconsciencia

Nos habíamos conocido en la universidad, no estudiábamos la misma especialidad pero bastó con coincidir en una sola asignatura y en un par de cenas universitarias.

Por caprichos del destino y de diferente modo, ambos perdimos el contacto con el resto de amigos universitarios tras sendos malentendidos que desembocaron en una ruptura inevitable de la que sólo se salvó nuestra, hasta entonces, todavía precaria relación de amistad.

Pese a su brillantez en los estudios, Malu no era una chica fácil de sobrellevar; pecaba de prepotencia demasiadas veces, hacía y deshacía planes de forma compulsiva, era impuntual, siempre contaba cosas negativas y nunca reconocía sus errores.

Aun con todo lo anterior, tenía una virtud que me permitía soportarla cuando nadie lo hacía: siempre estaba ahí cuando la necesitabas.

Físicamente no es que fuera nada extraordinario, pero la verdad es que no estaba nada mal; era casi tan alta como yo, rubia, a veces con el pelo liso y otras rizado, tenía los ojos marrones, la nariz achatada y la boca mediana, adornada por unos hermosos labios rosados. No tenía unos pecho excesivamente grandes, pero sí bien colocados. Por último, debo decir que su fuerte era el tren inferior, con unas nalgas permanentemente tensionadas y unas piernas perfectamente definidas.

Al principio quedábamos esporádicamente, una vez al mes o dos a lo sumo.

Solíamos pasear por las calles de Valencia y tomar algo en alguna cafetería.

Poco a poco fuimos cogiendo confianza el uno en el otro, confiándonos todo tipo de asuntos privados, por lo que pasamos a quedar mucho más asiduamente y a llamarnos por teléfono con cierta frecuencia.

En realidad ella confiaba más en mí que yo en ella, quizá porque tras perder a todas sus amistades debido a su afán de empezar y terminar proyectos a la velocidad de la luz, yo era la única persona decente que le quedaba en su vida.

Debo confesar que siempre acababa desesperándome con su actitud prepotente y falta de coherencia, pero me aguantaba porque en el fondo sabía que tenía buen corazón.

Así pues, ella acabó tomándome como su mejor y único amigo real y yo la tomé a ella como una mera distracción para tardes vacías.

Tras más de un año de fuerte amistad, nuestras confesiones privadas ya eran recíprocas y bastante atrevidas. Solía decirme que podría pasar grandes períodos de tiempo sin practicar sexo pero que cuando lo practicaba, se comportaba de un modo bastante salvaje y disfrutando al máximo de lo que hacía.

Ni que decir tiene que mi cerebro tardaba unas milésimas en imaginar todo cuanto ella iba contándome, como lo haría todo buen hombre.

También solía decirme que se veía gorda, contingencia que era aprovechada por mí para confesarle mi atracción sexual hacia ella.

Malu siempre respondía que yo para ella era como un hermano y que jamás se plantearía ningún tipo de revolcón conmigo.

En ocasiones me masturbaba pensando en ella, e incluso me permitía el lujo de tener algún que otro sueño erótico (más bien pornográfico) con su protagonismo muy de vez en cuando.

Llegamos a un punto en el que éramos realmente como hermanos; íbamos al cine juntos, cenábamos, nos bañábamos en la playa, nos contábamos las penas, confesábamos nuestras privacidades, etc.

Corría julio de 2009 cuando, como de costumbre, recibí una llamada de Malu:

Hola Hugui, ¿qué tal?

Ey Malu, bien, aquí pasando el rato. – Contesté.

Oye, ¿qué haces esta noche? – Peguntó.

En principio nada, ya sabes cómo son mis veranos. – Apunté.

Es que mis padres se van enseguida y estoy en el apartamento. Ya sabes que me da miedo dormir aquí y me da pereza irme al piso de Valencia. – Expuso Malu.

Ah, o sea que quieres que vaya para hacerte compañía.

Sí, básicamente… - Dijo en tono divertido.

Vale, vale, pues nada, ¿a qué hora quieres que vaya? – Pregunté yo.

No sé, vente a las ocho o así y cenamos juntos. – Concluyó.

Vale pues, nos vemos en un rato.

Vale, adiós.

Tras colgar el teléfono eché un vistazo a la hora y decidí echarme una pequeña siesta para aligerar la espera. Eran apenas las seis y cuarto y no tenía nada mejor que hacer hasta la hora de irme.

Me desperté una hora más tarde con la típica erección vespertina, más aún teniendo en cuenta que llevaba unos cuatro o cinco días sin meneármela. Tuve la tentación de hacerlo en ese momento, pero me limité a liberar mi pene erecto de los calzoncillos, echarle un vistazo y volverlo a embutir en ellos.

El tiempo que tardé en vestirme, improvisar una bolsa de aseo para pasar la noche fuera y tomar un bocado, me situó en una hora perfecta para arrancar el coche y partir rumbo a Palmeres, donde se hallaba el apartamento de Malu.

Entre coches, paisajes y música de U2 me planté allí en poco más de media hora, pues en verano el tráfico era algo denso un viernes a esas horas de la tarde-noche.

Encontré aparcamiento en una calle limítrofe no muy lejana, apagué el motor, hice lo propio con la radio y cogí mis cosas del maletero.

A los dos minutos ya estaba frente a su casa, reservé unos instantes para divisar las olas del mar, respiré el aire del mediterráneo y llamé a su puerta:

¿Quién?

Ya estoy aquí chata. – Anuncié.

Ya estamos con lo de chata, anda sube.

A sus órdenes. – Espeté jocosamente.

Tomé el ascensor y en menso de treinta segundos ya estaba frente a su puerta.

¡Ya voy! – Gritó Malu.

Al poco la puerta se abrió dejando al descubierto su ya típica sonrisa de forzada apariencia. Siempre me lo pareció, aunque quizá era una percepción mía, simplemente.

¿Qué tal Hugui? – Así es como solía llamarme.

Pues nada, ya me tienes aquí a tu disposición. – Indiqué.

Nos dimos los dos besos de rigor y me adentré en su apartamento.

Bueno, ¿qué te cuentas? – Preguntó.

Pues nada, lo de siempre, sin novedades.

Pues yo ahora te contaré… - Anunció.

Ah ok, pues cuando quieras. – Dije.

Vamos a dar una vuelta por la playa y te cuento.

Vale. – Asentí.

No sé cómo lo hacía, pero Malu siempre tenía algo que contar. Siempre he admirado a ese tipo de personas. Será porque yo soy más dado a escuchar que a hablar.

La conversación transcurrió por derroteros bastante previsibles y faltos de cualquier interés.

A eso de las nueve y media regresamos a casa para cenar.

Dios, qué calor hace. – Manifestó Malu.

Bueno aquí se está bien, mucho mejor que en Valencia.

Ya. Bueno voy a cambiarme y así me quedo ya cómoda.

Me senté en el sofá mientras Malu se introdujo en una de las habitaciones.

Poco después salió de ella con un mini-short azul claro y una camiseta de tirantes blanca que dejaba sus huesudos hombros al descubierto así como su ombligo, que asomaba sin pudor alguno.

Bueno, ¿qué te apetece cenar? – Preguntó.

¿Qué tienes?

Pues, básicamente, pasta, pizza, huevos, longanizas y ya está. Hoy no he ido a comprar. – Informó.

Pues… - Exclamé pensativo.

Mira si quieres hago los espaguetis a la carbonara que tanto te gustan.

De lujo. Se admite la propuesta. – Concluí.

Dejé la tele puesta en el salón y me fui a hacerle compañía en la cocina.

Estaba de espaldas a mí, mostrándome la perfección de sus nalgas de forma involuntaria.

La verdad es que ante semejante panorama, uno sentía ganas de acercarse con sigilo y rozar el paquete contra su trasero. Pero, como bien decía ella, éramos como hermanos y los hermanos no pueden hacer ese tipo de cosas.

Así que decidí centrarme en los asuntos puramente culinarios y olvidar el tema en la medida de lo posible.

Bueno pues esto ya está. – Dijo tras media hora de conversaciones varias.

Vale, voy a ir sacando cosas a la mesa.

Muy bien, así me gusta, colaborando.

La cena transcurrió sin mayor transcendencia, entre conversaciones comunes y una sesión de zapping bastante completa.

Podríamos ir a tomar algo a los pubs después de cenar. – Sugirió ella.

Bueno, por mí bien.

Vale pues tendré que cambiarme otra vez, si quieres ve fregando tú los platos y así salimos de aquí sobre las doce. – Volvió a sugerir.

Vale, no te preocupes. – Acepté.

La verdad es que Malu ganaba mucho cuando vestía sencilla, incluso cuando lo hacía de manera vulgar. Para salir solía vestir excesivamente formal para mi gusto, por lo que mi atracción hacia ella disminuía.

¿Qué va a ser? – Preguntó una chica tras la barra.

Yo un ron naranja. – Demandé.

Y yo un ron cola. – Dijo ella.

Nos llevamos las copas a la terraza y nos sentamos en una especie de sofás ibicencos. Allí fuimos consumiendo las horas al son de las innumerables incoherencias de mi amiga Malu y su recital de proyectos que jamás verían la luz.

A ver qué hora es … - Dijo mientras consultaba su reloj de pulsera.

Serán las casi las tres. – Intuí.

Las tres menos cuarto, ¿nos vamos ya?, tengo sueñito.

Como quieras, en tu pueblo mandas tu chata.

Malu fue al baño por última vez y a su regreso abandonamos el local, dejando atrás a incontables manadas de jóvenes y no tan jóvenes consumiendo cubatas al ritmo de la cálida noche mediterránea.

A ver dónde co … he metido la llave. – Dijo impaciente.

Con todo lo que llevas en el bolso Dios sabe dónde puede parar.

Ya está. – Anunció satisfecha.

Abrió la puerta sin dificultades y cerramos definitivamente la noche.

En el ascensor bromeé con ella como de costumbre, dándole pequeñas tortas en la mejilla.

En cuestión de segundos ya nos hallábamos dentro de casa, prestos y dispuestos a conciliar el sueño.

Bueno Hugui, voy a cambiarme otra vez, casi que prefiero dormir con la ropa que tenía antes.

¿Por? – Pregunté algo confuso.

Es que hoy hace bastante calor y los pijamas que tengo me asfixian. – Aclaró.

Ok, por mí como si duermes en pelotas. – Bromeé.

Ya te gustaría. – Sentenció ella.

Puse un rato la tele mientras Malu mantenía el baño ocupado. No hacían nada interesante, pero mejor era eso que esperar en silencio.

Al cabo de un rato oí cómo la puerta del baño se abría.

Hugui yo ya estoy, me voy metiendo yo en la cama. ¿Vale?

Ok, ok, ahora iré yo.

Oriné y me lavé los dientes con la rapidez convencional de cualquier hombre corriente. Dejé mis cosas en el baño, apagué la luz y me dirigí a la habitación.

Malu estaba ya acostada, cubierta hasta la cintura por una sábana y con la luz todavía encendida aguardando mi presencia.

¿Y el pijama? – Preguntó.

¿Pijama?, yo no duermo con pijama en verano.

¿Duermes en calzoncillos?

Pues claro, aunque si te empeñas me los quito eh. – Dije en plan broma.

Anda, anda, déjalo que así estás bien. – Contestó con media sonrisa.

Estuvimos hablando casi una hora, hasta que Malu se durmió y yo, como siempre, quedé compartiendo pensamientos conmigo mismo.

Debo decir que ella solía levantarse más o menos pronto, por costumbre; mientras que yo me había levantado casi a la una de la tarde. Si a eso le añadimos la siesta que no debía echarme, las probabilidades de dormirme se reducían considerablemente.

No obstante conseguí adormecer durante un rato largo, hasta que el reflejo de las luces de un coche me despertó nuevamente. Eran casi las cinco y cuarto de la madrugada.

En esas circunstancias ya no había forma de conciliar el sueño, me conocía muy bien en ese aspecto y sabía que no me dormiría otra vez hasta las siete de la mañana aproximadamente.

Me levanté a beber agua, divisé el mar desde el balcón, conté las personas que aún merodeaban por los aledaños tras la fiesta y regresé a la cama compartida.

Mis ojos ya se habían acostumbrado por completo a la oscuridad de aquella habitación, por lo que prácticamente podía distinguir todas y cada una de las líneas y formas allí presentes.

Motivado por el aburrimiento, acabé centrando mi mirada en Malu; dormía profundamente, boca arriba y apoyada en la almohada. Su respiración era débil pero uniforme, casi imperceptible si no prestabas la atención suficiente.

Comencé a recrearme en las fantasías que solía reservar para ella en algún rincón de mi ordenada mente hasta que, sin apenas percatarme, noté como mi pene estaba completamente erecto.

En otra situación hubiese ignorado tal suceso, pero cinco días sin descargar eran demasiados días para un tipo acostumbrado a pajearse casi a diario.

Introduje mi mano en los calzoncillos y palpé sucintamente la zona, tenía los testículos hinchados y el resto extremadamente duro.

Era una situación nueva para mí; yo estaba en calzoncillos y completamente empalmado mientras Malu dormía con poca ropa a escasos centímetros.

En ese momento, el morbo y la excitación pudieron conmigo, por lo que decidí liberar mi pene y empecé a meneármela con sigilo, muy lentamente.

Ya no había marcha atrás, ahora, cuanto más me masturbaba, más aumentaba mi excitación y viceversa. Era un auténtico círculo vicioso.

Miraba mi glande aparecer y desaparecer a la vez que miraba a Malu; observaba cómo sus labios permanecían cerrados el uno sobre otro a la espera de recibir un beso, cómo su achatada nariz inhalaba impasible el aroma de la testosterona y cómo sus párpados entornados parecían descansar después de un intenso orgasmo.

Cual drogadicto bajo el influjo de la sustancia más fuerte, decidí dar un paso más en mi indecente aventura; sin dejar de pelármela, fui bajando lentamente la sábana de Malu con mi mano izquierda, hasta dejar su ombligo y sus manos completamente al descubierto.

Ahí estaba ella, como ofreciendo todo su cuerpo al voraz apetito de mi lujuria. Cual bella durmiente a la espera de ser tomada por su príncipe.

Mi excitación ya no podría ser mayor, mi mano subía y bajaba siguiendo el compás magistralmente marcado por la relajada respiración de Malu.

Al cabo de algo más de cinco minutos, una ráfaga de valentía recorrió mis venas de cabo a rabo; en ese preciso instante, deslicé mi mano izquierda con cautela hasta encontrar la mano derecha de mi amiga. Tomé su mano con cuidado exquisito, comprobé que seguía durmiendo y empecé a deslizarla rumbo a mi cuerpo.

Veinte centímetros después su mano ya rozaba mi vientre, por lo que volví a comprobar que dormía profundamente y proseguí con el cada vez más morboso acercamiento.

Con inusitada precaución aproximé aún más mi cuerpo hacia el suyo, para que la longitud de su brazo no supusiera problema alguno.

Cinco centímetros más tarde, su mano derecha reposaba inocentemente sobre mi muslo izquierdo, agitando mis palpitaciones de un modo salvaje.

El morbo era tal que mi corazón no era lo único que palpitaba en aquel instante.

Por fin me decidí y deslicé su mano unos centímetros hacia el centro, hasta que, por fin, las yemas de sus dedos alcanzaron mis huevos, acariciándolos suavemente primero y masajeándolos con delicadeza después.

Tras detenerse en ellos unos segundos, hice que su mano recorriera mi verga de principio a fin; subiendo muy lentamente desde la base hasta llegar a mi desencapullado glande.

Mi excitación había tocado techo e intuía que alcanzaría su culmen en breves momentos. Así que, tras repetir la operación unas cuantas veces, apreté su mano contra mi polla y empecé a practicar un movimiento de paja algo más acelerado y constante.

Mientras, miraba a Malu , aparentemente ajena a todo cuanto acontecía y cómo su mano recorría mi verga de arriba abajo sin descanso alguno.

A los pocos segundos, una sensación indescriptible recorrió todo mi cuerpo, al tiempo que mis testículos se contraían y mi pene comenzaba a temblar bajo el amparo de una mano amiga.

Cuando noté que me iba a correr, miré a los ojos de Malu una última vez e hice que su mano bajara por completo la piel de mi prepucio, quedando sus dedos cubriendo mis testículos y su palma presionando mi polla.

Justo en esa posición, dos latigazos iniciales de semen volaron mas allá de mi obligo, al tiempo que otros más débiles acababan muriendo debajo de mi palpitante glande. Un tercer lanzamiento decidió dar por concluida la batalla resbalando densamente por mi vientre.

Cerré los ojos y me quedé un buen rato sin moverme, exhausto de placer. La mano derecha de Malu continuaba presionando mis testículos, ya completamente vacíos.

No podía creer lo que había sucedido, cómo podía haber llegado a tal extremo, pero el caso es que ya había pasado y eso nadie lo podía cambiar.

Tras recapacitar durante un par de minutos, aparté vagamente su mano para volver a depositarla sobre el colchón. Acto seguido, me las ingenié como puede para llegar al baño y limpiarme la corrida. Después regresé a la habitación y conseguí por fin conciliar el sueño.

Hugui, ¿estás despierto? – Dijo al tiempo que cubría sus ojos con su antebrazo izquierdo para protegerlos de la luz del Sol.

¿Qué hora es?

La hora de levantarse. – Espetó, a la vez que se incorporaba para sentarse en la cama.

Abrí los ojos y vi a Malu sentada sobre la cama, con la espalda apoyada en la pared, todavía con cara de sueño.

¿Has dormido bien Hugui?

Bueno… - Tartamudeé mientras recordaba lo sucedido durante la noche.

Pues nada, voy a ir arreglándome, no tardes eh.

Vale. – Contesté.

Justo cuando Malu se puso en pie, advertí una mancha blanca reseca en su muñeca derecha. Me quedé atónito, sin saber qué hacer, pues estaba a punto de ir al baño, por lo que se daría cuenta y empezaría a hacerse preguntas, para luego hacérmelas a mí.

Para cuando quise reaccionar, Malu ya había salido de la habitación y se dirigía hacia el baño