Esclava de fin de semana
Una mujer se convierte en la esclava de su marido por un fin de semana haciendo todo tipo de cosas inimaginables para su estricta y conservadora educación.
Después de cinco años de casada mi matrimonio se iba al garete. Disfrutábamos de una posición económica más que desahogada, pero a un alto precio, mi trabajo como analista en una consultora de gran prestigio me proporcionaba un elevado status pero al precio de renunciar a mi vida privada.
Andrés, mi marido, no paraba de colmarme de atenciones, sin que fuera correspondido, así había sido desde el principio de nuestra relación. Él esforzándose una y otra vez, inasequible al desaliento, por mantener viva nuestra relación y yo, sin querer asumir que mi trabajo, aún dándome cuenta, estaba empezando a arruinar mi vida.
Así, aprovechando un puente, organizó con todo mimo y detalle, un maravilloso viaje a un hotel de lujo en Canarias con un único plan, descanso y relax. Todo pintaba de color de rosa hasta que dos días antes de la salida, mientras comprábamos ropa para nuestra escapada, recibí una llamada del trabajo anunciándome que teníamos que prepara un dossier con toda urgencia para uno de nuestros mejores clientes. A pesar de mi oposición, no tuve más remedio que aceptar que nuestra escapada habría de posponerse. Mientras hablaba con mi jefe, por mi tono y respuestas, Andrés adivinó lo que ocurría.
Cuando colgué me miró, y simplemente dijo con un tono de profunda decepción
No digas nada, ya lo sé -. Intenté justificarme por todos los medios pero fue inútil, ni siquiera quiso volver conmigo a casa. Dijo que quería dar una vuelta solo para despejarse.
Al volver a casa se me hundió el techo encima. Decidí que no podíamos seguir así y que si quería recuperar a mi marido tenía que compensarle de una forma especial. Cuando regresó le pedí perdón y traté de convencerle que tendríamos una mejor ocasión.
Sé que estás enfadado, y te entiendo dije pero por favor, ten paciencia, será la última vez. Podemos aplazarlo para el próximo fin de semana.
Sí respondió con desilusión y el próximo fin de semana volverá a surgir algo muy importante e inaplazable, déjalo, no te esfuerces, da igual.
Te prometo que no repliqué Yo misma elegiré un sitio muy especial, donde podamos olvidarnos de todo, los dos solos, haremos todo lo que tu quieras, por favor.
¿Lo que yo quiera? preguntó incrédulo, por fin conseguía despertar su interés.
Lo que quieras acepté, sin darme muy bien cuenta de lo que decía desde que lleguemos hasta que nos vayamos. Seré tu esclava por un fin de semana.
¿Estás segura de lo que dices? Insistió.
Te lo prometo acepté, a pesar de que su tono ahora me intimidaba Todo lo que me pidas.
De acuerdo concluyó Espero que luego no te rajes.
No te arrepentirás.
Esto último lo dije sin saber muy bien lo que decía. Quizás quien se tuviera que arrepentir sería yo de mis palabras, aunque en ese momento no le di mayor importancia.
Estuve trabajando todo el puente sin apenas ir a casa más que para dormir, pero en ningún momento emitió la más mínima protesta. Cada vez que me disculpaba por la poca atención que le podía dedicar, él le restaba importancia y anunciaba que ya se resarciría el próximo fin de semana.
Busqué un lugar idílico, una hacienda cerca de Sevilla convertida en un hotel de lujo, con su zona spa, campo de golf, etc. Fuimos en tren, y allí, un coche nos fue a recoger a la estación trasladándonos hasta el hotel. Durante todo el trayecto se mostró muy atento conmigo, parecía haber dejado atrás completamente su decepción de la semana anterior. Yo le recordaba, que ese fin de semana era él quien mandaba, y le preguntaba que deseaba hacer, pero simplemente contestaba que ya lo vería, que me sorprendería.
Llegamos al hotel, deslumbrante y con todo tipo de detalles. Nos registramos y el botones nos acompañó a nuestra habitación. Cuando nos dejo solos nos abrazamos dándonos un tierno beso.
Bueno, tú mandas pregunté - ¿Qué te apetece hacer?
A todo esto, Andrés se sentó en la cama, se quitó los zapatos y comenzó a quitarse los pantalones.
Vaya continué Me estoy imaginando lo que te apetece.
No, no te lo imaginas contestó, quitándose los calzoncillos y tumbándose sobre la cama.
Ah, ¿No? dije haciéndome la interesante. Pues dímelo.
De momento me vas a hacer una mamada para que me vaya relajando, que el viaje me ha puesto un poco tenso.
¿Queeé? pregunté incrédula.
Ya lo has oído contestó Creía que este fin de semana serías mi esclava, es lo que me prometiste. No me decepciones otra vez.
Estaba petrificada. Jamás había empleado ese lenguaje conmigo y, lo que es peor, nunca me había insinuado que quisiera eso. Yo soy una mujer de educación muy conservadora y nuestra vida sexual era bastante plana. Sí, disfrutábamos del sexo, cada vez menos, es cierto, porque nuestros encuentros sexuales se espaciaban en el tiempo y no solíamos pasar de la penetración y alguna caricia prohibida.
Yo era una persona muy inhibida sexualmente. No llegué virgen al matrimonio, pero la primera vez que lo hicimos fue dos meses antes de nuestra boda tras un largo noviazgo, durante el cual nuestra actividad sexual se limitó a besos en la boca y toqueteos, normalmente por encima de la ropa, como mucho algún roce furtivo en el pecho. Y desde luego, el sexo oral no era una de nuestras prácticas. Tan sólo lo había intentado una vez, al poco de casarnos, tras una gran insistencia por su parte, pero únicamente llegué a rozarle el pene con los labios y la lengua, ya que mi repulsión no me dejo continuar. Por su parte, él intentó alguna vez hacérmelo a mí, pero siempre cerraba las piernas y le decía que no me hiciera guarrerías, por lo que no insistía.
Así, no podía creerme lo que acababa de oír. No sólo por las formas ni el tono de su voz, sorprendentemente imperativo, sino por la petición en sí. Jamás se le habría pasado por la cabeza ni tan siquiera sugerírmelo.
Mi primera reacción fue negarme. Mi cabeza me decía que no podía hacerlo, no sería propio de mí, pero algo me decía que si no lo hacía, y Andrés así me lo recordaba, volvería a decepcionarle, cosa que no me podía permitir si no quería arruinar el fin de semana, nuestra última oportunidad para salvar nuestra vida de pareja, nada más empezar.
Sin contestar me acerqué a la cama y comencé a besarle el tronco del pene, aún flácido, y a rozarle la punta con mis labios.
Muy bien me decía Así me gusta, que me des placer. Lo estás haciendo muy bien, ahora métetelo en la boca, pásame la lengua por el capullo. Eso es, quiero que me comas el rabo, muy bien.
Perpleja, oyendo sus palabras, continuaba con mi labor sin saber muy bien como hacerlo, pero no debía hacerlo mal porque notaba como aquello comenzaba a engordar en mi boca. Él me daba instrucciones utilizando un leguaje y unas expresiones inusuales en él, y yo procuraba seguirlas, con notable éxito, porque enseguida dejó de hablar y comenzó a gemir.
Al poco noté un borbotón caliente en mi garganta. Mi primer instinto fue apartar la boca para dejar que se derramara, pero él me sujetó del pelo haciendo que su semen inundara mi garganta, no permitiendo que saliera una sola gota de mi boca. Para mi sorpresa apenas sentí asco al hacerlo, aún más el morbo y la sensación de romper un absoluto tabú hizo que me mojara como no solía hacerlo.
Mantuve su pene en mi boca hasta que volvió a quedarse flácido. Entonces me incorporé hasta ponerme a su altura tumbándome a su lado. Me abrazó y me dio un beso en la frente.
Has estado estupenda dijo Ves que fácil es contentar a tu amo. Tu sigue así y obtendrás tu recompensa. Debes seguir mis instrucciones, sumisa, y todo irá bien.
Será como tu ordenes, mi señor respondí aceptando con total resignación mi destino por los próximos dos días.
Estuvimos tumbados un rato en la cama, él se durmió, yo no pude, pensaba en lo que acababa de suceder y lo que más me asombraba era que no tenía la más mínima sensación de culpa, ni me sentía sucia, como siempre había pensado que me sentiría en caso de hacer algo así, al contrario, sentía cierto orgullo, mezcla de haber satisfecho a Andrés y de haber hecho mi trabajo con éxito. Esperaba lo que vendría después con inquietud, segura de que me sorprendería tanto como yo lo haría con mi respuesta.
Se despertó y se fue al baño. Oí el grifo de la bañera redonda de hidromasaje correr y supuse que nos daríamos un baño juntos, haríamos el amor y sería maravilloso, pero no fue exactamente así.
Laura me llamó Ven aquí.
¿Qué deseas? respondí sumisa.
Desnúdate ordenó Te he preparado un baño, quiero que luzcas perfecta esta noche.
Obedecí, me quite la ropa mientras me observaba y me metí en la bañera. Esperaba que se uniera a mí, pero simplemente me miraba.
¿No te bañas conmigo? pregunté ingenuamente.
No respondió prefiero mirarte.
El baño me sentó de perlas, consiguió que me relajara totalmente. Tras un rato en el agua me pidió que me pusiera de pie y diera una vuelta para poder contemplarme entera.
¿Te gusta lo que ves? pregunté.
Me encanta contestó pero con un pequeño retoque me gustaría aún más.
Dime cual respondí sólo quiero complacerte.
Siéntate en el borde la bañera ordenó mientras cogía la cestita con accesorios de tocador del hotel.
¿Qué vas a hacer? me atreví a preguntar.
Te voy a afeitar el coño.
Me dejó helada, no lo esperaba y no me gustaba nada la idea. Siempre había pensado que depilarse el pubis era una cosa de guarras, yo lo más que hacía era arreglármelo para que no se salieran los pelitos por la braguita del bikini. Y esa palabra, coño, jamás la había usado. Ninguno de los dos solía referirse a esa parte de mí y cuando lo hacía utilizaba eufemismos como mi florecita, mi jardín o cosas así. Definitivamente todo iba a cambiar ese fin de semana.
Me separó las piernas con su mano y comenzó a aplicarme crema de afeitar en todo el pubis, tomó la maquinilla de afeitar y con sumo cuidado, eso sí, la pasó por mi vello eliminándolo completamente. Cuando terminó se quedo mirándolo a escasos centímetros, no creo que jamás lo hubiera visto con tanta luz y a tan corta distancia.
Precioso comentó dándole un beso. Enjuágatelo y vístete que nos vamos a cenar.
Se fue y me dejó sola. Sentí una falta, una total ausencia de algo mío al pasar mi mano para aclararlo, y cuando salí de la bañera, me sequé y me miré al espejo tuve la sensación de no haber estado tan desnuda en toda mi vida.
Me puse un vestido blanco escotado que había comprado para la ocasión y debajo un sujetador sin tirantes y unas braguitas del mismo color que estrenaba igualmente. Salí del baño pensando en deslumbrarle.
Cenábamos en el restaurante del hotel, un sitio ideal para una velada romántica, con las mesas separadas una de otra, una luz tenue y el murmullo de una orquesta. Estaba encantada, aunque un poco incómoda por mi recién depilado.
¿Te gusta mi vestido nuevo? pregunté, tratando de iniciar conversación.
Estás fantástica contestó.
Gracias y añadí con una voz sugerente y provocadora Y eso que no has visto lo que llevo debajo. Me he comprado un conjunto de lencería que te va a encantar.
Me gustaría verlo comentó.
Lo verás repliqué no seas impaciente, cuando lleguemos a la habitación podrás verlo y arrancármelo si quieres.
No insistió me gustaría verlo ahora.
Miré a un lado y otro, nadie parecía prestarnos atención, así que me incliné, abrí un poco el escote y le mostré el sujetador.
¿Te gusta? volví a preguntar.
Parece precioso respondió aunque no lo he podido ver bien.
Ya lo verás, picarón, ten paciencia le dije.
No, quiero verlo ahora volvió a insistir.
No querrás que me quité el vestido aquí dije asustada Nos pueden echar del hotel.
No sería mala idea contestó pero no es eso en lo que estaba pensando.
¿Y en qué estabas pensando? pregunté.
En que me lo enseñes pero sin llevarlo puesto.
No te entiendo.
Es muy sencillo concluyó Te diré lo que vas a hacer. Te vas a levantar, vas a ir a los lavabos, allí te vas a quitar el sujetador y las braguitas y me lo vas a traer todo para que lo vea. ¿No me negaras ese caprichito, verdad?
Sin responder me levanté y me dirigí a los lavabos. Me volví y vi su rostro desafiante, como diciendo, no lo harás, no te atreverás, y yo dudaba si sería capaz. Entré y me metí en uno de los lavabos, me senté en el water, inmóvil, pensando "no lo hagas, qué sentido tiene, todo el mundo verá que llevo mi ropa interior en la mano". Mientras mi pensamiento iba por ese camino mis manos iban por otra, me desabroché el sujetador, lo doblé con cuidado, me quité las braguitas e hice lo mismo. Lo junté y lo metí en mi mano apretando tan fuerte como pude tratando inútilmente de que no asomara ni un trozo de tela fuera del puño cerrado.
Me levanté y me dirigí al salón. A pesar de que todo el mundo parecía estar a lo suyo yo tenía la sensación de andar desnuda y ser objeto de todas las miradas. Me encontraba incómoda, pero a la vez excitada. Alcancé nuestra mesa y, antes de sentarme, extendí mi mano hacia la de Andrés que la abrió para tomar su objeto de deseo. Se la llevó a la nariz y la olfateó, luego, discretamente, se la guardó en el bolsillo.
¿Cómo te sientes? inquirió.
Desnuda Fue mi respuesta.
Me gusta, y a ti también aunque te esfuerces en negártelo a ti misma Afirmó Sé que en tu fuero interno te encantaría que toda esta gente te viera desnuda y eso te pone cachonda, te estás mojando. ¿O me vas a decir que me equivoco?
No, no lo haces admití.
Enséñame las tetas Dijo de sopetón. Haz como antes, levántate, inclínate y déjame que te vea los pezones. Se te están poniendo duros, lo sé, se te marcan a través del vestido.
Yo también lo notaba, y el rubor se empezaba a apoderar de mí. La piel del rostro comenzaba a tornarse encarnada de la excitación. Me levanté, abrí mi escote disimuladamente y le mostré mis pezones erectos por un instante.
La cena transcurrió entre miradas y frases provocadoras que me iban calentando más y más. Su lenguaje era cada vez más vulgar. "Todos te miran, sabes que estás cachonda, eres como una perra en celo, están locos por engancharte el culo, si te vieran el coño te follarían y gozarías como una loca". Ese era el tipo de cosas que me repetía una y otra vez. Pensaba que iba a empapar la silla de lo excitada que me estaba poniendo.
Finalmente concluimos la cena y nos dirigimos a la habitación. En el ascensor me hizo levantarme el vestido para enseñarle mi depilado pubis y cuando llegamos a nuestro piso me dijo:
Adelántate un poco y súbete el vestido, quiero ver como se bambolea tu culo.
Lo hice temiendo, a pesar de la hora, que nos cruzáramos con alguien. Si lo hacíamos y me bajaba el vestido le disgustaría, pensé, rogando que tal cosa no ocurriera. Afortunadamente alcanzamos la puerta de nuestra habitación sin contratiempo. Sacó la tarjeta-llave de su cartera y dio otra vuelta de tuerca.
Dame el vestido. Ordenó Quiero que entres desnuda.
No repliqué, me lo quité y se lo entregué. Ahora me encontraba totalmente desnuda, en medio del pasillo de un hotel, a merced de los caprichos de mi marido que se demoraba intencionadamente en abrir la puerta de la habitación. Cuando lo hizo puso la mano en mi entrepierna sintiendo su calor, encendió la luz, me hizo pasar y cerró la puerta.
Estás cachonda dijo Te mueres por echar un polvo, lo sé, estás deseándolo, pero quiero oírlo de tu boca, dímelo.
Sí, - respondí quiero que me hagas el amor.
No, no es eso lo que quieres, - me contradijo dime lo que quiero oír, tú sabes lo que es.
Quiero que me eches un polvo salvaje, quiero que me folles como si fuera una perra, que me metas la polla en el coño dije loca de deseo, pronunciando esas palabras por primera vez en mi vida Fóllame, fóllame ya, te lo suplico.
Me empujó a la cama haciendo que me tendiera boca arriba, se quitó la ropa y se tumbó encima de mí, penetrándome con frenesí, como dos salvajes y al poco noté como eyaculaba dentro de mí alcanzando el orgasmo en solitario y al instante se salía de mí.
Eso no era propio de él. Andrés siempre había mostrado tener un gran control sobre su eyaculación y solía esperarme para hacerme gozar. Siempre decía que su mayor placer era dármelo a mí, pero esta vez no fue así. Me dejó, apenas empezar, peor que estaba, y lo sabía.
No has podido gozar, verdad. Me dijo con sorna - ¿Qué esperabas?, Tu estás aquí para hacerme disfrutar a mí, no para gozar, eres mi esclava, no lo olvides.
Sólo quiero darte placer mentí tratando de complacerle.
Pero yo quiero ser generoso contigo, me has complacido esta noche añadió condescendiente Tú también debes disfrutar y tú sabes como hacerlo, verdad.
¿A qué te refieres? Pregunté, no sabía por dónde iba.
Me refiero a que tu sabes como disfrutar tu sola por ti misma, puedes acariciarte, ya sabes.
¿Qué quieres decir? Volví a preguntar ahora ya intuyendo por donde iba.
Lo que quiero decir es que puedes hacerte una pajilla. No me irás a decir que nunca te has masturbado porque no me lo creería. En ocasiones es fantástico, a mí me gusta, yo me hago pajas de vez en cuando y estoy seguro que tu también ¿O no? preguntó.
Sí admití en un suspiro. Jamás había hablado de ello con nadie, ni tan siquiera con él. Desde mi adolescencia había practicado el vicio solitario y aún seguía haciéndolo, siempre con sentimiento de culpa pero sin poder dejar de caer en la tentación, otra carga de mi conservadora educación.
Pues hazlo. Me susurró al oído Quiero que te masturbes para mí, quiero ver como te acaricias el clítoris, como te metes el dedo en tu coñito y como te corres para mí.
Aquello superaba todos mis límites. Me costaba admitirme a mi misma que a mis treinta años me masturbaba, aun más me costaba confesarlo a mi marido, pero ni en mi peor pesadilla me podría imaginar haciéndolo delante de otra persona. Pero ya no era yo, era una gata ardiente, deseando apagar su fuego, y despojada de toda voluntad propia.
Abrí las piernas, aún notaba su semen caliente en mi húmeda vulva. Mezclé sus jugos con los míos frotándome el clítoris, primero tímidamente, con los ojos cerrados evitando encontrar su mirada y cada vez más rápido mientras metía un dedo en la vagina. Mi ritmo y mis jadeos iban en aumento, seguía con los ojos cerrados acercándome a la meta y oí su voz.
Abre los ojos, quiero que me veas.
Lo hice. Abrí los ojos, vi su rostro pleno de placer mientras me contemplaba. Su pene estaba de nuevo erecto y lo agitaba con su mano. Sí, nos estábamos masturbando al unísono mirándonos el uno al otro. Continué mi labor hasta sentir un escalofrío, mi cuerpo se arqueó y alcancé la meta del placer. Cuando empecé a recuperar la conciencia se acercó, se colocó de rodillas encima de mí y eyaculó en mi pecho cayendo rendido a mi lado.
No me dejó lavarme, siempre lo hacía después de hacer el amor. Dijo que quería que durmiéramos los dos desnudos y con nuestros jugos pegados al cuerpo.
No tardó en dormirse, pero yo apenas pegué ojo. Nunca había dormido desnuda, jamás, cuando hacíamos el amor, al terminar me aseaba y me ponía mis braguitas y el camisón. La ausencia de ropa, mi cuerpo desnudo con los restos de su semen entre mis piernas y el pecho, y el recuerdo de lo que había ocurrido desde nuestra llegada me impedía dormir.
Si esa misma mañana alguien me hubiese preguntado por las cosas que había realizado habría dicho, y convencida de ello, que eran denigrantes para la persona que las practicaba, que era imposible que una persona educada hiciese algo así sin sentir vergüenza y culpa. El sexo oral, depilarse el pubis, ir sin ropa interior, masturbarse delante de otra persona eran prácticas inaceptables para mí.
Es cierto, Andrés me había impelido a hacer todo eso, pero igualmente cierto es que no me había forzado, en todo momento podía haberme negado a continuar, podía haber dicho basta, pero no lo hice. Acepté sus ordenes sin oponer resistencia y en modo alguno me sentía humillada y además, debía admitirlo, había obtenido un placer no acostumbrado. ¿Qué me depararía el día siguiente?
La noche pasó en un continuo duermevela, aunque pude conciliar brevemente el sueño. Cuando los primeros rayos de sol iluminaron la habitación tenuemente a través de las cortinas me miré, desnuda, con el pubis como una niña y mi cuerpo pegajoso, y le miré, aún dormido, desnudo como yo, me gustaba verle así, no solía hacerlo, sí, nos veíamos desnudos, por supuesto, pero no solía deleitarme en su contemplación. Me gustaba, sí, adoraba su cuerpo desnudo.
Sólo quería complacerle, sin saber cómo me encontré con la cabeza entre sus piernas y comencé a lamerle el pene, aún flácido y con el sabor de su semen y mi flujo, con la punta de la lengua. Al instante se despertó y vio lo que hacía, no dijo nada, sonrió en aprobación. No tardó en empalmarse, rodeé su punta con mis labios y me lo metí en la boca. Gemía, estaba disfrutando. Cuando comenzó a eyacular no hizo falta que me cogiera la cabeza como el día anterior, yo misma engullí su pene tanto como pude y tragué su semen no dejando que se derramara una sola gota.
Tras levantarnos y ducharnos le pregunté qué deseaba hacer por la mañana, con la esperanza de oír quiero follarte hasta destrozarte el coño, ansiaba que lo hiciera, pero fue en vano. Iríamos a descansar y a tomar el sol a la piscina del hotel. Ya se había puesto el bañador y una camiseta para ir a desayunar a la terraza que había al lado de la piscina, yo seguía desnuda.
Como quieras. Acepté su propuesta de ir a la piscina Entonces será mejor que me ponga el bikini.
Espera me interrumpió, se dirigió a su maleta y me extendió un bikini de color blanco Ponte esto.
¿Es para mí? Dije sorprendida, jamás me había comprado ropa sin ir con él muchas gracias.
Entonces vi que la braguita era de tipo tanga, además de color blanco, seguro que al meterme en el agua se transparentaría todo. Aquello era excesivo, mi marido pretendía exhibirme ante todo el mundo.
¿De verdad quieres que me ponga esto? Pregunté tímidamente, no quería contrariarle.
Desde luego confirmó entusiasmado Vas a estar preciosa, serás la reina de la piscina, sin duda.
Obedecí. La reina de la piscina decía, nunca había sido la reina de nada. Soy una mujer muy menudita, apenas sobrepaso el metro y medio, aunque bien proporcionada, siempre me lo han dicho. Mi pecho es de tamaño justo, no muy grande pero suficiente para hacerse notar y muy firme, para eso voy al gimnasio, tan firme como mi culito, respingón y redondo. Así que siendo atractiva no tengo cuerpo de modelo y nunca he sido reina de nada, pero desde luego, objeto de miradas si sería con ese bikini, al menos de las miradas masculinas.
Me quedaba perfecto, a él le encanto, no paraba de manosearme el culo al descubierto. Cogí un pantalón corto y una camiseta pero no me dejó ponérmelo, me pidió que me pusiera el pareo. Un precioso pareo estampado pero de tela muy fina con el que obviamente se me vería el tanga y el culo. No hace falta decir que acaté su sugerencia sin protestar.
Mientras desayunábamos me hizo levantar cien veces. El desayuno era tipo buffett y me pedía cosas, que luego no comía, con el único propósito de verme y hacerme llamar la atención.
Finalmente fuimos a la piscina, sugerí ponernos en dos tumbonas que estaban más apartadas de la zona de paso, pero eligió las dos que estaban justo donde había más gente y por donde pasaba todo el mundo que iba dando un paseo o iba al bar de la piscina.
Me quité el pareo, a mi espalda vi un par de hombres de mediana edad que estaban con sus mujeres que no quitaban ojo de mi trasero. Me tumbé boca arriba intentando evitar el espectáculo, pero Andrés me pidió que me diera la vuelta, quería que me diera el sol en el culito.
¿Quieres que te eche crema? Se ofreció amablemente Te vas a quemar si no.
Me encantaría Acepté.
Comenzó por las piernas, con mucho mimo y tomándose su tiempo, como siempre, a medida que extendía la crema por los muslos me hacía separar las piernas posando a cada movimiento la mano en mi entrepierna, como le gustaba excitarme. Empleó todo el tiempo del mundo en el culito. Finalmente, terminó con la espalda, me desabrochó la parte de arriba, solía hacerlo para extender mejor la crema, pero esta vez, al terminar, no volvió a abrocharla. Me disponía a hacerlo yo misma cuando dijo.
No, no lo hagas Ordenó Mejor dámelo, no lo necesitas, te lo guardaré en la bolsa.
¿Estas loco? Esta vez no pude contener mi reacción - ¿Qué quieres, que todo el mundo me vea las tetas?.
Precisamente, eso es lo que quiero Asintió, y continuó en tono desafiante Puedes hacerlo o no, es tu decisión, sabes que puedes parar este juego cuando quieras. Si no quieres seguir, volvemos a la habitación, hacemos las maletas y regresamos a casa.
Le miré a los ojos, no bromeaba, si me negaba todo habría concluido ahí. Aquello superaba con mucho lo que podía aceptar, nunca nadie excepto él, mi doctora y la masajista del gimnasio, ni siquiera mi madre, mis hermanas o amigas y mucho menos otro hombre, me había visto el pecho desde que era una niña, y ahora él, precisamente él, me pedía que lo enseñara a un montón de desconocidos. De acuerdo, pensé, si mi cuerpo es sólo suyo, él decide. Tiré con una mano de un extremo sin levantarme y se lo di.
Seguía boca abajo, escrutaba con la mirada en busca de otras mujeres en top-less. Tan sólo vi a dos mujeres, de unos cincuenta y muchos calculé, con pinta de extranjeras cerca de nosotros. Y a lo lejos, en una zona algo más apartada a una chica muy jovencita con su novio.
Finalmente comprendí que no podía seguir aplazando lo inaplazable. Antes o después me tendría que dar la vuelta, aunque fuera para levantarme, así que lo hice. Miré a Andrés y vi su rostro de aprobación y satisfacción, cerré los ojos, sentía que si los abría me encontraría a cientos de hombres a mi alrededor mirándome las tetas.
Al rato, más relajada, abrí los ojos. Los dos hombres que habían estado mirándome el trasero ahora se regodeaban contemplándome las tetas. Sorprendentemente el resto no parecía fijarse. Decidí darles un pequeño espectáculo, tomé el bote de crema y empecé a untármela por las tetas mirándoles fijamente. No apartaron su vista de mi pecho en un solo momento observando su bamboleo con mi toqueteo. Terminé y me volví a tumbar.
Apenas pasados unos minutos, Andrés, con quien no había vuelto a cruzar palabra, propuso un chapuzón. El sol apretaba, estaba muerta de calor, no quería meterme en la piscina así, con las tetas al aire, pero sabía que pedirle que me devolviera la parte de arriba era inútil, así que, cogidos de la mano, fuimos a la piscina.
Nos metimos en el agua y estuvimos nadando y jugando un buen rato. No desaprovechaba la ocasión para sobarme las tetas o el culo y me decía al oído que estaba preciosa, que no le extrañaba que la gente me mirase y que mi cuerpo era para disfrutarlo y enseñarlo orgullosa no para ocultarlo. Poco a poco sus halagos me iban venciendo y el pudor se iba transformando en abierta exhibición y excitación.
Salimos del agua, y comprobé aterrorizada como se transparentaba el bikini. Su tela se pegaba a mis labios vaginales mostrando su forma descaradamente. Fui corriendo a la tumbona a secarme y me envolví con la toalla.
¿Qué pasa? Pregunto Andrés que se había dado cuenta de todo - ¿No quieres que la gente vea como se te nota el coñito? Es un chochito precioso, no debieras ocultarlo.
Como quieras Respondí quitándome la toalla.
Así me gusta añadió eres un solete. Estoy muerto de sed, hazme el favor, acércate al bar y tráeme algo fresquito.
El muy cerdo quería que me paseara así, con las tetas y el culo prácticamente al aire y mostrando la forma de mi vulva a través del bikini. Ya no estaba enfadada, me parecía que era todo una broma, y cada reto que proponía lo aceptaba con entusiasmo. Sabía que después de esto no podría negarme a nada.
Cuando me vio acercarme el camarero pareció que se le iba a desencajar la mandíbula, como babeaba el tío. Le pedí un par de cócteles de frutas tropicales con ron, me vendría bien algo de alcohol, y volví a la tumbona contoneándome y meneando el culo para darle un buen espectáculo.
Cuando terminó de beber Andrés se levantó y me pidió que le esperase un momento, que enseguida volvería. Regresó pasados cinco minutos.
Venga, vamos a recoger. Dijo Vamos a la habitación.
¿Y a qué viene tanta prisa? Pregunté, no entendía nada.
Te he preparado algo especial. Continuó Has sido una chica excelente y mereces tu recompensa. Dentro de media hora te espera un masaje especial superrelajante en la habitación.
Eres un cielo. Agradecí entusiasmada Sabes lo que adoro recibir un buen masaje.
Lo sé. Dijo Pero esta vez será un poco diferente. Va a ser un hombre quien te lo de.
No respondí, ni quise preguntar, pero algo me decía que no pretendía simplemente regalarme un masaje, ni que iba a permitir que me lo diera con las braguitas o aunque fuera el tanga puesto. No me equivocaba.
Bueno, te diré lo que vas a hacer Me anunció al llegar a la habitación Te vas a quitar la ropa, te vas a meter en la bañera y te vas a dar una ducha para relajarte, luego te secas bien y esperas dentro del cuarto de baño a que llegue tu hombre. Cuando esté aquí yo te avisaré, y entonces, sales con una toalla enrollada, saludas al masajista y charlas con él mientras prepara todo, y cuando te diga que está todo listo, te quitas la toalla, la dejas en la cama muy despacio y te tumbas en la camilla. Y si te echa una toalla por encima le dices que no hace falta, que hace mucho calor y estás mejor así.
¿Me estás pidiendo que esté completamente desnuda todo el rato delante de un hombre que no conozco de nada? Pregunté ingenuamente.
Eso es exactamente lo que quiero Contestó sin vacilar Ya te ha estado viendo todo el mundo en la piscina el culo y las tetas, este además te va a ver el chochito, y además te va a acariciar mientras te ve desnuda.
Como ordenes Acepté.
Obedecí, nerviosa me metí en la ducha. Mis sentimientos volvían a ser contradictorios. La idea de que en breves momentos un hombre me iba ver como Dios me trajo al mundo me producía pavor, pero al mismo tiempo, mientras me enjabonaba notaba mi vagina húmeda de excitación. Mientras me secaba oí como llamaban a la puerta, mi pulso se aceleró, mi marido me anunció su llegada, terminé de secarme, me envolví en la toalla y salí.
Hola Saludé con tanta naturalidad como pude.
Me llamó Juan Se presentó. Era un hombre de unos cuarenta y tantos años, bien cuidado y atractivo. Soy su masajista.
Yo soy Laura, es un placer Contesté.
Eso espero, que sea un placer Bromeó mientras terminaba de preparar la camilla y sus aceites.
Al acercarse el momento de la verdad creí que el corazón se me iba a salir del pecho de la excitación.
Todo listo Anunció Cuando quiera podemos empezar, túmbese aquí.
Entonces tiré de la toalla sin dejar de mirarle a la cara y por vez primera en mi vida le enseñé mi coñito a un hombre, aparte de Andrés, quien al lado contemplaba la escena con evidente cara de satisfacción.
No es necesario que se quité la toalla Dijo Juan, algo sorprendido, no debía esperar el espectáculo gratuito que le estaba proporcionando Puede tumbarse y yo le tapo con ella.
No importa, hace calor Contesté según nuestro plan.
Como quiera Aceptó Juan.
No creo que se vaya a asustar usted Dije, completamente lanzada No será la primera vez que ve usted a una mujer desnuda.
Si usted prefiere estar así, yo encantado. Y realmente parecía estarlo.
Entonces Andrés dijo que se bajaba a tomar algo y así nos dejaba tranquilos. Le miré como si lo fuera a asesinar. No contento con exhibirme ante un extraño, se marchaba dejándome desnuda en una habitación a solas con él. Pero al instante pensé "Si es eso lo que quiere, lo mejor será relajarse y disfrutar".
Juan me pidió que me tumbase boca arriba, decía que era preferible dejar la mejor parte, la espalda, para el final. Comenzó por las piernas, los tobillos, las pantorrillas, deteniéndose al llegar al muslo. Yo tenía las piernas ligeramente separadas y en su posición tenía una vista perfecta de mi coñito, sin un solo pelo, por lo que podía apreciarlo perfectamente.
Luego siguió con la cabeza y el cuello, era un verdadero artista con las manos, y así bajando por el pecho rozando de forma tenue los pezones hasta llegar al vientre. Era mus discreto con su tacto pero yo me estaba excitando por momentos.
Me pidió que me diera la vuelta y comenzó por la nuca, demostrando su habilidad y experiencia. Se detuvo una eternidad en la espalda, y terminó bajando sus manos hasta el culo. Se paró un instante en una leve caricia como si esperase mi aprobación para continuar. Exhalé un suspiro y comprendió que podía seguir con sus caricias. Me sobó el culo como nunca lo habían hecho antes, lo acariciaba, apretaba, juntaba mis nalgas con sus manos. Aquello era indescriptible.
Finalmente volvió a recorrerme la espalda y el culo acariciándolo suavemente y dio por concluido el masaje.
Ya está, señora Dijo Espero que lo haya disfrutado.
Ya lo creo Contesté Ha sido formidable, tiene usted unas manos increíbles.
Muchas gracias Agradeció el cumplido.
Me levanté y seguí conversando con él mientras recogía sus cosas. No estaba allí Andrés para darme sus ordenes, pero en ningún momento se me pasó por la cabeza vestirme o taparme con la toalla y no la hacía porque pensara que al fin y al cabo ya había visto todo, que era cierto, si no porque me encantaba estar desnuda hablando con un hombre vestido.
Se marchó y a los pocos segundos llamó a la puerta mi marido. Había estado esperando a que saliera el masajista. Pregunté quien era, aún que sabía que era él y cuando contestó abrí la puerta, de par en par, sin ocultarme detrás, seguía desnuda. Si hubiese habido alguien en el pasillo me habría visto, pero no me preocupaba, en cierto modo lo ansiaba.
¿Qué tal? Preguntó Veo que sigues desnuda, por lo que parece estás empezando a cogerle gustillo.
Ha sido maravilloso Respondí con sinceridad No sé que me gustó más, si estar desnuda delante de él todo el rato o sus caricias recorriendo mi cuerpo. Ha sido un regalo formidable, mi señor. ¿Cómo podría agradecértelo? Haz de mí lo que quieras, soy tuya.
Cuéntame Continuó preguntando ¿Hasta dónde ha llegado?
Le relaté con todo detalle mi masaje, como había tanteado levemente mi pecho, como me había sobado el culo y lo que me había excitado, algo que Andrés ya sabía, porque desde que entró en la habitación no había apartado la mano de mi entrepierna, deslizando sus dedos dentro de mí. Se mostró algo decepcionado al saber que no había ni tan siquiera rozado esa parte de mi cuerpo, quizás debiera haberme insinuado aún más, pensé.
Entonces, me hizo darme la vuelta, inclinó mi cuerpo apoyándolo en la mesa de la habitación, sacó su pene y me penetró desde atrás mientras yo le suplicaba que me follara. No tardé en alcanzar el orgasmo, mi primer orgasmo del fin de semana y él se derramó dentro de mí.
Caímos rendidos en la cama durmiéndonos como dos lirones.
Cuando despertamos era media tarde, no habíamos comido y el restaurante ya estaba cerrado así que Andrés pidió algo de comer al servicio de habitaciones. Al poco oímos una voz de chico joven llamando a la puerta.
Servicio de habitaciones Se anunció.
Un momento Contestó Andrés poniéndose el albornoz. Yo, que seguía desnuda me metí en el cuarto de baño a ocultarme.
El chico entró y entonces pensé, "Por qué no, Seguro que a Andrés le encanta". Y salí del cuarto de baño.
Uuuy, no te había oído entrar Dije haciéndome la tonta, crucé la habitación sin taparme para coger la toalla que seguía encima de la cama y dirigiéndome a Andrés dije Venía a buscar esto.
Y con la toalla en la mano, volví al cuarto de baño. Con el paseo, el chico se pegó un hartón de mirarme por todos los lados y todas las posiciones, por delante y por detrás. Los ojos se le salían de las órbitas, no debía estar acostumbrado a que las clientas del hotel se pasearan en pelotas por delante de su cara.
Cuando oí la puerta cerrarse salí muerta de risa. Andrés me aplaudía muerto de risa como yo.
Has estado espléndida Exclamó No cesas de sorprenderme, eres una auténtica perra en celo.
Sabía que te gustaría Fue mi respuesta.
Terminamos de comer y nos bañamos juntos en el jacuzzi, volvimos a hacer el amor, esta vez pausadamente, sin sobresaltos ni palabras fuera de tono, como dos amantes que se adoran y desean.
El resto de la jornada la pasamos dando un paseo y relajándonos mientras tomábamos una copa. Naturalmente yo iba sin ropa interior, ya no había tenido que pedírmelo, directamente salí de la habitación únicamente con un vestido y lo más curioso es que empezaba a acostumbrarme a ello. Cenamos algo ligero y volvimos a la habitación.
Nos desnudamos, a mí no me costó nada, sólo llevaba el vestido. Nos besamos y me susurró al oído.
Prepárate. Vas a experimentar nuevas sensaciones y vas a gozar como nunca antes lo habías hecho.
Estoy deseándolo, mi amor Contesté.
Fue al armario y volvió con un pañuelo de seda negro. Me pidió que me diera la vuelta y me vendó los ojos.
No te preocupes dijo Quiero que la vista no nuble el resto de tus sentidos para que puedas gozar lo que vas a sentir en toda su plenitud. Y además quiero sorprenderte.
Soy todo tuya Acepté sumisa.
Me hizo tumbarme en la cama boca arriba y me besó en la boca. Luego retiró sus labios de los míos iniciando un recorrido por mi cuerpo. Besó y lamió todo mi torso provocando la erección de mis pezones, mientras con una mano acariciaba mi coñito, como él lo llamaba. Fue bajando más hasta que noté sus labios en mis muslos colmándolos de besos, era el preludio de lo que vendría después.
Entonces comenzó a lamerme el coño con maestría. Como podía haber sido tan terca, cómo podía haberme negado a semejante placer por tan largo tiempo. Movía su lengua con mis labios vaginales, mordía con sus labios mi clítoris y recorría con la lengua la entrada de mi vagina. Primero suave y después intensificando el ritmo hasta provocarme uno de los mejores orgasmos de mi vida.
Cuando me recuperé, aún notaba su boca en mi entrepierna, bebiendo mis jugos. En un hilo de voz le volví a pedir que me follara, él me hizo callar, me dio la vuelta y me abrió de piernas. Comenzó a frotarme el coño con la palma de la mano, con la punta de los deditos pellizcaba mi clítoris dejando deslizarse algún dedo dentro de mi vagina.
Volvía a excitarme cuando paró bruscamente, callé, pensaba que estaba a punto de penetrarme. Para mi sorpresa sentí como se levantaba volvió a los pocos segundos, entonces reinició su tarea, recuperando yo mi estado de excitación. No tardé en sentir su otra mano acariciándome el trasero, deslizándose hasta la entrada del agujerito del culo. Al poco sentí un liquido frío y viscoso en esa zona que fue calentándose a medida que lo extendía por la entrada de mi ano.
Mis peores temores se hicieron realidad cuando introdujo un dedo en mi culo. Intenté protestar, pero no me salieron las palabras, la mezcla de sentimientos, pavor y lujuria, mientras seguía masturbándome con su otra mano, impidió que saliera mi voz. Su dedo entraba y salía cada vez con mayor facilidad, no sentía dolor, sólo una extraña sensación. Cuando apartó ambas manos de mi cuerpo ya sabía lo que vendría a continuación.
Noté una tremenda punzada de dolor en mi vientre cuando me metió la polla en el culo. Con sus manos aferradas con fuerza a mis caderas impedía cualquier intento de salida. El dolor fue cediendo dejando paso a un tremendo placer. Se movía dentro de mí sin sacarla, apretando su estómago contra mi culo. Apartó las manos de las caderas llevándolas a las tetas dándoles un fuerte masaje, exprimiéndolas como un salvaje.
Sentí una explosión de calor cuando se corrió dentro de mí. Permaneció largo rato abrazado a mí acariciándome el pecho. En el momento de sacarla noté un tremendo alivio. Me abrazó y nos fundimos en un beso de amor. Retiró la venda de mis ojos y una lágrima, mezcla de dolor y emoción salió de mis ojos. La limpio con su mano y volvimos a besarnos.
Permanecimos largo rato en silencio. Ninguno de los dos se atrevía a comentar lo que acababa de suceder. Mi amante y siempre considerado marido acababa de darme por culo, algo que jamás se me pensó que pudieran hacer más que personas pervertidas y degeneradas. No podía decir que hubiese sido una grata experiencia, pero en verdad tampoco había sido dolorosa en exceso, lo había hecho todo con gran cuidado, paso a paso y, a pesar de mi tensión, su polla se había deslizado dentro de mi culo con gran facilidad. De hecho sólo notaba una leve irritación en mi ano y cierta molestia en mi vientre, como si una aguja me estuviera pinchando por dentro.
Cuando se recuperó acerco su boca a mi oído y me susurró "Ahora quiero que seas tu quien me folle, quiero hacerte gozar otra vez".
Seguía mojada, aunque mi calentura había cesado. Pasé la mano por mi vagina, como cuando empezaba a masturbarme y no tardé en estar preparada. Me senté a horcajadas sobre él y lo follé una y otra vez como una salvaje. Me corrí tres veces antes de que él, agotado tras un día de esfuerzos, derramara su semen en mi interior.
Caímos rendidos y dormimos como lirones hasta el día siguiente.
Al despertar hicimos de nuevo el amor, ni siquiera nos molestamos en desayunar, nos duchamos y preparamos nuestra marcha. Mi fin de semana como esclava estaba a punto de concluir y lo había superado con nota, proporcionando a mi amo tanto placer como había demandado actuando como una sumisa esclava.
Llamó a conserjería para que vinieran a buscar nuestras maletas. Yo seguía desnuda de pie, colocando mi bolso, cuando llamaron a la puerta. Me miró y asentí en un gesto de aprobación. Andrés abrió la puerta y entró un chaval de apenas 17 0 18 años topándose de frente conmigo.
Andrés Exclamé con voz de enojo Cuando esté en pelotas podría avisar antes de abrir la puerta.
Lo siento Fue todo lo que dijo.
Pues al chaval le has dado un alegrón de cuidado, verdad Dije dirigiéndome al pobre chico.
No dijo nada, se puso colorado como un tomate, cogió las maletas y se marchó.
Eres genial Dijo Andrés tras cerrar la puerta Aunque, pensándolo bien, has sido una chica un poco mala, creo que debería aplicarte un correctivo, así aprenderás a portarte bien.
Me tomó de la mano, se sentó en la cama y me colocó boca abajo apoyada en sus rodillas. Estaba sorprendida, pero comprendí que ese era el final lógico para mi papel de esclava, iba a ser azotada. Comenzó acariciándome el trasero, mientras yo temblaba esperando el primer azote, interrogándome como sería.
Su mano cayó sobre mi culo de sopetón. Los primeros azotes fueron bastante soportables, no pegaba demasiado fuerte, pero paulatinamente fue incrementando el ritmo y la intensidad, concluyendo con una severa azotaína que me provocó lágrimas de dolor. No proferí una sola queja, me contuve como pude, a pesar de que cuando terminó, mi culo ardía rojo de dolor quemándome viva.
Sin decirnos palabra me vestí, sin ropa interior, con mi trasero dolorido y así hice el viaje de regreso, casi sin poder sentarme.
Estaba plena de satisfacción y era una mujer nueva, capaz de mostrarse desnuda ante desconocidos, de comerse una polla y tragarse hasta la última gota de semen, de follar en todas las posturas y hasta de ser enculada y azotada. Nuestra vida iba a cambiar gracias a Andrés, mi marido, que ahora se mostraba apesadumbrado por sus excesos conmigo.
No te sientas mal Le dije Ha sido por nuestro bien. No es tan malo convertirse en esclavo de quien amas.
Tienes razón Asintió, y ese fue su error.
Me alegra que opines así porque he decidido que el próximo fin de semana tu serás mi esclavo.
No contestó, abrió sus ojos, se encogió de hombros y asintió.