Escape
Necesitaba escapar del estrés de mi trabajo y consentirme con una buena sesión de sexo... Me animé a escapar unos cuántos días y logré relajarme con un maduro hermoso...
(Primera de dos partes)
Tengo 28 años y soy el típico hombre de principios del siglo XXI: con múltiples actividades, sumamente ocupado y un ritmo de trabajo muy acelerado, sometido diariamente a una presión estresante. Con mi ajetreo cotidiano no le doy el tiempo que quisiera al sexo; ese deporte tan delicioso que pocas especies animales practicamos por puro placer. No tengo una pareja estable, todos los días sin excepción me consuelo masturbándome aceleradamente y haciendo honor a mi preferencia hacia los de mi mismo género practico el sexo libre; cuando se da algún encuentro furtivo en una fiesta, un juego de miradas en una librería o cuando tengo tiempo de ir a tomar un trago a un bar o relajarme en un baño de vapor...
Pero esos momentos se iban haciendo cada vez más esporádicos. Mi cuerpo se convirtió en un torbellino de tensión que necesitaba estallar y desconectarse del estrés. Mi lujuria contenida ya no se satisfacía con mi autocomplacencia y también pedía mi tiempo y mi atención.
Con el pretexto de un catarro, un jueves de finales de mayo llamé por la mañana a mi oficina diciendo que no podía presentarme hasta el próximo lunes porque me sentía muy mal (las ventajas de ser jefe... jeje). Como mis asistentes son muy eficientes y comprensivos, les tuve la confianza suficiente para que tomaran por dos días las riendas de la oficina. Yo, lejos de sufrir tirado en mi cama aquejado por una fuerte gripa, empaqué mi equipaje de playa y tomé el primer avión hacia la costa; impulsivamente, sin reservaciones... me esperaba la aventura.
Por fin llegué a mi destino. Oficialmente todavía no empezaba la temporada vacacional, por lo que la afluencia turística no era muy grande. Llegué a un hotel del cual había visto una publicidad maravillosa en una revista que leí en el avión: un edificio majestuoso, con un servicio de spa a todo lujo, una alberca espectacular con ambientación selvática y una playa hermosa de arena blanca y aguas azul turquesa... en resumen: una sucursal del paraíso.
Al llegar a la recepción del hotel y registrarme, con mi deseo de relajamiento total, pedí una habitación en el último piso del hotel. Me dijeron que no había ningún inconveniente; por lo que mi mínimo equipaje, un botones y yo, una vez que todo estuvo en orden nos encaminamos al elevador y subimos hasta el piso 25. Llegamos a mi habitación, inmediatamente abrí las cortinas para ver el mar... una vista maravillosa. El joven que llevaba mi equipaje me daba indicaciones sobre las facilidades del cuarto, mientras yo volteé a verlo y lo devoré con la mirada: un cuate de unos 1.75 mt. de estatura; cabello castaño claro, corto y rizado; piel blanca bronceada, vistiendo una camiseta que marcaba un pecho bien trabajado en el gimnasio y unos pantalones cortos que dejaban ver unas piernas fuertes y velludas. Llevaba unos tenis que al igual que el resto del atuendo eran de un blanco perfecto y hacían un contraste espléndido con el color caramelo de su piel... Alcancé a ver en su gafete su nombre: Víctor.
Yo, mientras le daba su propina le devolví la sonrisa de bienvenida, y él tímidamente me hizo un guiño con su ojo izquierdo. Al cerrar la puerta me desnudé y me recosté en la cama, suspirando feliz por estos cuatro días de desconecte que me esperaban.
Así, desnudo como estaba, me dirigí al balcón. La brisa marina y la cálida humedad del ambiente me hicieron sentir paz y tranquilidad. Eran las 2 de la tarde, y el sol quemaba deliciosamente. Dejé que el aire y los rayos solares me besaran y me acariciaran por un rato. El cabello se me alborotó, los vellos de mi cuerpo se erizaron y mis pies sintieron el calor del piso... estaba tan emocionado de estar así que mi verga se endureció y su cabeza apuntó en dirección al sol. No resistí las ganas de masturbarme ahí mismo...
Con la mano derecha me pellizcaba los pezones y acariciaba mi pecho, mientras que con mi mano izquierda me jalaba el nabo enloquecidamente, lubricado con el sudor de mi cuerpo, que ya se iba dejando sentir... Así, de pie, continué mi labor hasta terminar con dulces e intensos gemidos, bajando mi mano derecha hasta debajo de mis huevos y jugando ahí con mi dedo índice; mientras sentía la frente empapada, un intenso sabor a sal en el paladar y un orgasmo delicioso mientras mi mano quedaba bañada de mecos. Una vez que concluí, me llevé la mano izquierda a mi boca y saboreé mi propio néctar hasta no dejar rastro.
Sin ningún problema de que alguien me pudiera ver (pues no había nada frente a mí; sólo que el mar y el sol se ruborizaran con mi figura) y tambaleándome un poco por el esfuerzo experimentado, me asomé más allá del balcón y vi hacia el área de la alberca. Se me antojó retozar un rato ahí y darme un buen taco de ojo. Con suerte, aunque hubiera poca gente podría correr con suerte y encontrarme algún mangazo.
Me metí al cuarto, busqué mi traje de baño (tipo biker) y me lo puse junto con mis sandalias y una camisa grande de algodón. Me llevé mis lentes de sol, mi bronceador y una toalla; y así me dirigí a la alberca. Ahí estaría un rato para después ir a comer.
Llegué a la alberca y me di gusto con el desfile que ahí había: poca gente, pero sustanciosa... Unos 6 ó 7 hombres de diferentes edades, estaturas y complexiones, todos muy apetecibles... Mas sin embargo, el que más me llamó la atención era un cincuentón delicioso que estaba disfrutando de la barra del bar que estaba pegado a la alberca: de pelo entrecano, complexión fuerte y un tupido vello oscuro que cubría su anatomía muy sugestivamente...
Las líneas de su cuerpo alto y fuerte eran duras y macizas, y remataban en varios puntos clave: su rostro de facciones rectas, con sus mejillas y su mentón difuminados de un color gris claro en una profunda barba cerrada; y una boca de labios carnosos bien dibujada y coronada con un bigote espeso; un pecho tupido por un bosque negro que se antojaba delicioso y un camino de vellos que bajaba desde el centro de su pecho hasta el ombligo y de ahí se hacían más tupidos y oscuros en su camino hacia el pubis esa auscultación visual se interrumpía en el borde de un ceñido traje de baño tipo tanga, de color blanco. Yo me iba diciendo: "pues si así está el caminito, ¿cómo estará el pueblito?". Mi curiosidad se vio premiada porque debajo del traje de baño se perfilaba un bulto delicioso. Después bajé mi vista a sus muslos, velludos y mojados el agua de la alberca llegaba un poco debajo de sus rodillas (él estaba sentado en un banco de la barra pegado a la alberca) yo me fui acercando al bar pero desde lejos "peiné la zona" él terminó su bebida y se retiró. Yo me quedé una hora más en el relax de las cascadas artificiales y la quietud de la piscina, no encontrando a alguien más atractivo y matador que él.
Regresé a mi habitación para vestirme. Me miré al espejo y me sobresalté mi piel se había tostado maravillosamente. No es que eso me desagradara, pero ¿qué no se suponía que yo estaba en mi casa curándome de un fuerte catarro? ¿Y qué explicaciones iba a dar el lunes regresando a la oficina si mis asistentes me veían llegar con este color de piel? Me lancé a mí mismo una serie de insultos por no haber pensado antes en eso y dejarme llevar por mis impulsos pero como por arte de magia encontré la excusa perfecta: simple y sencillamente "el fin de semana me sentí bien y me fui a nadar" así de simple; y además, en teoría, se suponía que nadie tenía el derecho de exigirme explicaciones... ¿Qué no se supone que soy el jefe? Bueno no se trata de manejar el rango autoritario a conveniencia personal, pero en casos extremos (como este jeje) se vuelve algo imperiosamente necesario. ¡Ni modo! Además, no es una práctica frecuente, así que, como dice la famosa frase publicitaria: "Es un pequeño lujo, pero creo que lo valgo".
Me vestí y bajé a comer. Una vez que terminé, me entretuve recorriendo el hotel y salí a la calle a curiosear por las calles cercanas pero no podía dejar de pensar en el hombre de la alberca, en sus tetas peludas; en ese antojable bulto que tapaba su traje de baño, que al meterse al agua para salir de la alberca se mojó casi trasparentándose al momento de salir, y en esos pies enormes, huesudos y de dedos largos que dejaron sus huellas en parte del camino que siguió: unas huellas que me animé a medir con las mías cuando pasé por ahí y fácilmente me rebasaban por dos pulgadas y yo calzo del 10!
Regresé temprano al hotel, pues quería dormir (un lujo sagrado que tenía bastante tiempo de no hacer a mis horas). Volví a ver a Víctor, el guapo botones a la hora de tomar el elevador y me pregunta: "¿Está usted disfrutando su estancia, señor?" Yo le respondí: "¡Mucho!". Ya era hora de descansar, pero de mi mente no se borró la imagen de ese adonis maduro que disfruté esa tarde, pensando si me lo volvería a encontrar.
Al día siguiente desperté ya muy avanzada la mañana. Estaba completamente desnudo, acostado sobre la cama, sin nada encima y me di cuenta que estaba completamente erecto, con mi verga babeante y mi bajo vientre bañado de leche me emocioné porque entre brumas recordé que había soñado con el oso añejo que había visto el día anterior en la alberca seguramente había sido el protagonista de alguno de mis calientes sueños húmedos.
Me espabilé, me animé y bajé al spa a disfrutar alguno de sus múltiples servicios. Entre ellos había un sauna que entre sus peculiaridades incluía el servicio de masaje. Fui ahí y me puse a sudar como hace tiempo no lo hacía: por voluntad propia.
Cuál sería mi sorpresa al volver a ver ahí adentro al hombre de la alberca. Lo único que llevaba encima era una toalla amarrada a la cintura. Se veía sencillamente hermoso, pues su vello abundante, mojado por el vapor, formaba una multitud de dibujos abstractos sobre su cuerpo no le pude quitar la vista de encima. En un momento, me dio la espalda se quitó la toalla y la extendió sobre la banca para acostarse fueron minutos mágicos en los que de espaldas se mostró ante mí completamente desnudo y me dejó ver sus nalgas peludas Como éramos los únicos dentro del sauna nadie hizo el menor comentario me animé a acercarme y hacerle conversación.
Está bueno el sauna, ¿no? Le dije, alabándome en mis adentros por mi "original" forma de acercamiento.
Si, mucho; ya hacía bastante falta me respondió el hombre, al mismo tiempo que me extendía su palma. Mucho gusto, soy Julián.
Igualmente, mucho gusto... mi nombre es Manuel, le respondí el saludo. ¿De vacaciones por acá?
Pues sí aprovecho ahora que es la época en la que tengo menos trabajo me respondió este osito, de quien no podía despegar, a pesar de la bruma del vapor, mi vista de sus caderas redondas, paradas y muy peludas me estaba haciendo fantasías sobre qué tal estaría el recoveco que ocultaría entre la raja que separaba sus nalgas qué secretos guardaría ese culito húmedo.
De ahí saltamos a platicar de qué trataban nuestros trabajos y la necesidad por la que ambos estábamos ahí: la búsqueda de un escape a nuestras labores cotidianas. A la conversación salió el tema de la edad, y supe que este pedazo de macho salvaje tenía 52 años... A mí siempre me ha gustado la gente mayor que yo, y este cuerazo estaba que ni mandado a hacer.
En un momento dado, hice un comentario sobre lo sofocado que estaba, y Julián se incorporó para decirme: Pues mejor quítate la toalla así estarás más cómodo. Lo que vi bambolearse entre sus piernas me hizo abrir los ojos más de lo normal.
Una verga preciosa de unos 10 cm. de largo por unos 6 cm. de grosor, sin circuncidar, con unos testículos que colgaban como frutos en el peral. Para mis adentros pensé que si así estaba relajada, cómo estaría en estado de alerta me quité mi toalla y dejé ver mi armamento en estado relajado, circuncidado, de unos 8 cm. de largo por unos 4 cm. de grosor. Así salimos a las regaderas y seguimos platicando.
Nos fuimos a tomar unas botellas de agua y quedamos de juntarnos a platicar esa tarde en el bar del hotel. De la emoción de ver todo eso ni del famoso masaje me acordé.
No me atreví a hacer ninguna insinuación dejé que las señales aparecieran solas, si es que tenían que aparecer pero a lo largo del día no pude sacarme de la cabeza esos espectaculares huevotes, esa salchicha deliciosa y ese culito bien formado Me sorprendió mucho que, a pesar de tratarse de un hombre entrado en años, conservaba muy bien su anatomía.
Esa tarde, un poco después de las 5, nos encontramos en el bar. Yo llegué primero y unos 10 minutos después apareció él, con un atuendo demasiado serio para mi gusto y para el lugar: camisa tipo polo, pantalones formales y zapatos de vestir. Yo iba más playero: camiseta de punto, pantalón cargo y unas sandalias italianas.
Como primer comentario "detector" le dije que con la percha que tenía, bien se podía dar el gusto de usar ropa más juvenil; a lo que él me respondió que sí la tenía, pero que por timidez no se animaba a usarla
¿Timidez ante quién? Pregunté yo ¿Ante tu esposa o quién?
Nombre, ¿cuál esposa? Soy soltero me respondió. Para mí fue la primera señal positiva. No, no estoy casado, pero no quiero verme ridículo junto a la gente como tú, que se ven tan bien con esa ropa, que les queda a la medida
A ver; momento, amigo dije yo, haciendo que la conversación volviera a tomar el rumbo que me interesaba: ¿Nunca has estado casado?
No, nunca te he de confesar algo: a mí me gustan los hombres Abrí los ojos e hice una expresión de exclamación, procurando demostrar sorpresa, aunque en realidad lo que sentía era alegría. ¡Este cromo era gay, como yo!
Yo le respondí, casi en secreto: Pues ahora creo que nos iremos entendiendo mejor
¿Qué quieres decir? me pregunta Julián.
Yo, al mismo tiempo que me quitaba la sandalia derecha y deslizaba discreta y suavemente mi pie sobre su pantorrilla más próxima, le dije en un susurro: Tenemos los mismos gustos, mi querido amigo
No dijimos nada. Solo nos miramos intensamente a los ojos mientras allá abajo la caricia de mi pie continuaba. Y rematando ese momento de destape, le dije: Y mira qué casualidad: tú me gustas mucho
Julián solo se rió y me respondió: ¡Qué vueltas da la vida! Ahora veo que mi imaginación no me traicionaba Hoy en la mañana sentí que me veías muy interesado en el sauna. Creí que eran mis nervios
No, amigo, no eran tus nervios; eran los míos Y los dos soltamos una carcajada.
Un cigarrillo tras otro y un trago tras otro (él con whisky y yo con tequila), platicamos de mil y un experiencias, mil y un detalles, esperando mutuamente que el otro se animara a decir las palabras mágicas de "te invito a mi cuarto", pero esa frase no fue pronunciada. Yo no sé por qué, y contra la costumbre que siempre he tenido de ser extremadamente sincero cuando quiero ligarme a alguien, no me animaba a hablar, y él tampoco. En un momento, dije que tenía que subir a mi cuarto a hablar por teléfono a mi ciudad, y él comentó que tenía que hacer lo mismo. Quedamos de volvernos a ver ahí en el bar en 20 minutos Yo lo que buscaba es que eso fuera un pretexto para propiciar el encuentro
Nos fuimos al elevador y en el largo trayecto hasta el piso 23, que es donde él estaba, nos intercambiamos miradas y jugábamos con el roce de nuestras manos. Al llegar al piso 23, el simplemente salió del elevador y me dice: Nos vemos al rato yo me quedé adentro, rumiando mi estupidez de no detenerlo pero ya nos volveríamos a ver en el bar.
Fui a mi cuarto, hice mi llamada y cuando iba a volver a salir, tocan a mi puerta. Veo por el ojillo de la puerta y veo que es Julián, pero con un atuendo diferente ¿De qué se trataba?
Abrí la puerta y me sorprendí: el adonis que tanto disfrutaba ahora lucía una camisa de manta muy delgada en color blanco, con lazos en vez de botones y que dejaba asomar entre sus pliegues el tono oscuro de su pecho; unos pantalones también de manta delgada y lazos, pero color beige; y unas sandalias cafés muy descubiertas y de corte muy sencillo que dejaban ver unos dedos largos. Yo sólo lancé un silbido de exclamación mientras él me decía.
Esta es mi ropa "juvenil" ¿Tú qué opinas? ¿Mejor o peor?
Mucho mejor, Julián le dije palmeándole los hombros. Aunque definitivamente me gustas más sin nada de esto En ese momento mis manos acariciaron su rostro y mi boca buscó la suya Los embriagantes alientos con sabor a whisky, tequila y tabaco se mezclaron mientras la puerta se cerraba, las lenguas se entrelazaban y las prendas comenzaban a caer al piso
Nuestras bocas se enlazaron y yo me complacía sintiendo tan cerca de mí la aspereza de su rostro y la mezcla de todos sus aromas entre su perfume con aroma a vetiver, cigarrillo y sexo Él mientras tanto, recorría cada rincón de mi cara: mis cejas, mi nariz, mis orejas, mis mejillas repasándolos con la punta de su lengua y rozándolos con sus labios; siempre rematando en mi boca.
Empecé a desatar los lazos de su camisa y al despojársela quise sentir con mis manos y mi boca el masaje delicioso del pelambre oscuro y tupido de su pecho mis manos se sentían tan relajadas explorando ese bosque y mordisqueando sus tetillas grandes y rosadas, que inmediatamente se pusieron duras. Julián luchaba por quitarme la camiseta, hasta que lo logró casi rompiéndola al verme despojado casi a la fuerza de mi prenda sentí una corriente de lujuria que me excitó aun más y lo volví a besar en la boca, mientras nuestras manos jugaban con los bordes de los pantalones del contrario en ese momento ya ambos nos habíamos despojado de nuestras sandalias y jugábamos rudamente Apagué todas las luces, dejando solamente iluminado mi balcón.
Ni Julián ni yo llevábamos calzoncillos. Él fue el primero que logró su cometido y me quitó los pantalones, dejándome completamente desnudo. Yo, así como estaba, me puse en cuclillas frente a él, poniendo mi rostro a la altura de su entrepierna. Conforme fui desatando los lazos de sus pantalones iba besando por encima de la tela ese tronco que se iba ensanchando más y más hasta que lo bajé completamente, dejándolo a la altura de sus tobillos. Empecé a meterme sus huevotes en la boca para saborearlos mientras acariciaba suavemente sus ricas nalgas
Y después me puse a darle una mamada de antología, de las que solamente les doy a las vergas que me arrebatan: con la mano moví su prepucio hacia atrás y acabé de descubrir lo poco que faltaba de su cabeza, con la punta de mi lengua iba dando pequeños lametones en el frenillo y el borde del glande para después lamerla a lo largo y ancho; y en un momento, me la metí hasta donde pudo soportar mi garganta Esta verga descomunal ya había subido más de 20 cm. y su ancho ya era insoportablemente delicioso Julián se llevaba las manos a sus sienes mientras de su boca salían jadeos graves. Yo allá abajo me atragantaba golosamente con ese pedazo de carne dura que ya dejaba escapar rastros de ese delicioso néctar transparente previo al orgasmo.
Yo creía que la puerta se había cerrado completamente, pero no fue así. Mientras estaba mamándole la verga a Julián, pasó caminando por el pasillo Víctor, el famoso botones que he estado mencionando Él, movido por la curiosidad del movimiento que se veía en la semipenumbra y excitado por los gemidos de mi compañero y los balbuceos míos por tener la boca llena, se asomó y se metió a mi cuarto lo más que pudo, tratando de no ser visto.
Julián, sintiendo que estaba a punto de acabar y queriendo prolongar el momento, me levantó tomándome de los hombros y me tiró a la cama, y se quedó viéndome así, disfrutándome en esa posición de mis 16 cm. de verga dura, de 6 cm., de grueso, lubricada naturalmente y alta, como un astabandera. Él terminó de quitarse sus pantalones y quedó delante de mí completamente desnudo A la penumbra lo vi aún más hermoso, con su silueta difuminada por las luces del balcón. En un momento, se agachó y comenzó a mamármela. Ahora el de los gemidos era yo ¡este cuate sí que sabía cómo hacerlo! Con sus labios carnosos, su lengua glotona y su garganta profunda me hizo ver estrellas el condenado
Yo sostenía mis manos en los barrotes de la cabecera y volteé en dirección a la puerta. Ahí estaba Víctor masturbándose y mojándose los labios en un breve instante nuestras miradas se cruzaron y asustado empezó a acomodarse su verga dentro de su short yo, lo más discretamente posible y con el riesgo de que no me entendiera bien, le dije con la mano y mi cabeza que no se moviera de ahí y que siguiera mirando De las cosas que más me excitan es, tanto ver a alguien más teniendo sexo, como que alguien más me vea a mí tener sexo una mezcla de exhibicionismo y voyeurismo que forma parte de mí. Me las arreglé para que Julián no se diera cuenta de la presencia de este muchacho y lo pude lograr además de que el botones procuró ser lo más discreto posible.
Ahora sí, la puerta se cerró y ahí adentro estábamos los tres: dos actores y un espectador el escenario prodigioso: mi cama.
Cuando Julián sintió que yo ya iba a acabar, me dejó de mamar y me levantó las piernas, dirigiendo su boca a mi agujero. Él, así como estaba, acostado boca abajo, comenzó a darme un beso negro maravilloso yo ya no gemía, gritaba loco de placer. El calor del clima hizo que nuestros cuerpos ya estuvieran empapados, por lo que entre el sudor de mi cuerpo y su saliva, mi orto ya era un mar esperando lo mejor. No sé cómo demonios lo hacía, pero sentía claramente a su lengua entrar, salir, formar ochos era delicioso.
Como pude, extendí mi mano al buró, saqué un condón y se lo pasé a Julián; mientras me abría el culo con mis manos le suplicaba que me poseyera le decía entre jadeos: Soy completamente tuyo Quiero sentirte aquí, dentro de mí, Tómame . Él se lo puso y me dejó ir su tranca de un solo envión. Yo grité sintiendo un dolor que me caló hasta el alma, pero una vez adentro, mi amante se quedó ahí y se inclinó hacia mi rostro para besarme, mientras sus dedos gordos y varoniles me limpiaban las lágrimas que no pude contener al tiempo que me decía con su voz grave al oído: Tranquilo Déjate llevar, mi amor Siéntelo Cómetelo después comenzó a besarme mientras me acariciaba suavemente los pezones.
Así nos quedamos, con mi hoyo relleno de carne y mi lengua jugando un juego de esgrima con la suya. Una vez que me acostumbré y el dolor de mi esfínter se convirtió en placer, empezó un mete y saca acompasado; primero lento y tranquilo, y luego furioso y salvaje en ese momento yo ya gemía enloquecidamente y levantaba mis piernas agitándolas contra sus nalgas cual ramera de cabaret mientras él rugía como león en celo fue un instante maravilloso. Sentir a su tranca entrar, salir y acariciar las paredes de mi orto y a la vez sentir su aliento agitado sobre mi piel, la picazón de su vello corporal rozando mi cuerpo hipersensible y su lengua recorriendo mi cara y mi cuello fue literalmente alcanzar el cielo y tocar la luna No sé cuánto tiempo estuvimos así, cuerpo a cuerpo; si un minuto o una hora yo perdí el sentido del tiempo y me entregué por completo al placer que este macho con sabor añejo me estaba haciendo sentir.
De vez en vez volteaba a ver qué hacía mi muchacho fisgón y en su cara, con la poca luz que había, pude ver un rictus de placer que me calentó aun más.
De repente el clímax llegó avasallador el orgasmo fue intenso casi al mismo tiempo nos venimos. Él primero, con una descarga rabiosa que sentí acariciar mis entrañas, aún a pesar del condón y unos gritos destemplados que parecía que mil y un balas atravesaban su fuerte y hermoso cuerpo. Yo, segundos después y sin tocarme, salpiqué su pecho y mi vientre de una descarga de leche abundante y maravillosa, como hace mucho tiempo no tenía. Julián, jadeante y exhausto, dejó caer su cuerpo encima de mí, igualmente agotado, y nuestros cuerpos húmedos y tibios se restregaron uno a otro, dándose placer mutuamente mientras nos abrazábamos y nos volvíamos a besar por enésima vez. Un perfume de sexo entre machos; mezcla de sudor, lociones, desodorantes, tabaco y semen inundó la habitación.
En ese momento alcancé a ver cómo Víctor se ordeñaba, tratando de no tirar su lechita en la alfombra, mientras comenzaba a gemir muy quedito. Yo, para no echarlo de cabeza mientras él acababa, comencé a apretar el rostro de Julián contra el mío mientras acariciaba con la punta de mi lengua y le dedicaba dulces ronroneos al oído. Con la mano que me quedaba libre y una vez que vi que había acabado, le hice señas para que se fuera. Cuando se fue, abriendo y cerrando silenciosamente la puerta, tomé el rostro de Julián con mis dos manos y lo levanté para verlo, con su pelo enmarañado, su bigote salpicado de sudor y una expresión de satisfacción tan elocuente que lo hacía ver aún más hermoso
Nos quedamos así, abrazados y relajados un rato, oyendo a lo lejos las olas del mar. Entre balbuceos le dije: Eres un prodigio No me equivoqué al imaginarte así Superas cualquier fantasía Él por respuesta me calló con su boca y me volvió a acariciar con sus labios y su lengua
Un momento después nos metimos a bañar, con el agua tibia acariciándonos mientras nos enjabonábamos mutuamente. No hablamos, sólo nos sonreíamos y ocasionalmente nos carcajeábamos si uno tocaba una tecla sensible del otro.
Yo salí de la regadera y solamente agarrando mi frasco de loción y mi cajetilla, me dirigí al balcón. Mientras encendía un cigarrillo dejé que la brisa nocturna del trópico fuera mi toalla y secara mi cuerpo. El aire hacía que mi piel, ya al extremo de la sensibilidad, se excitara más, haciendo que mi tronco se volviera a ensanchar me puse la loción y así me quedé, viendo la luna y el mar cada bocanada que daba iba acompañada de una caricia del viento sentí un placer exquisito.
Julián, desde adentro, disfrutaba el espectáculo que le estaba dando (voluntaria o involuntariamente no lo sé, pero en ese momento me sentía el hombre más sensual sobre la tierra). Él salió también desnudo al balcón y me rozó los hombros con sus manos mientras me besaba el cuello, haciéndome suspirar
Tú también eres extraordinario me dijo. Hace tiempo que no conocía a alguien así ni hacía algo parecido Quiero tenerte siempre conmigo
La noche todavía no acaba, mi estimado ahora me toca a mí hacerte mío le respondí mientras dejaba el cigarrillo en el cenicero que me quedaba a mano y me volteaba a besarlo mientras nuestras vergas, nuevamente erectas, jugaban un duelo de espadas, rozándose y excitándonos de nuevo.