Escapada Merecida

Una escapada muy esperada. Un lugar de vacaciones. Perfectos ingredientes para dejarse llevar.

¡Por fin una escapada sólos!

En su cabeza sentía esa exclamación como la sensación de cuando se abre la ventana de una casa cerrada una mañana fresca.

Necesitaba esos días para relajar cuerpo y mente.

Realmente los necesitaba.

Reyes hacía un par de años había puesto un cuatro delante de los dos dígitos de su edad y parecía que la maternidad sumaba años a su edad. Dos hijos en los tiempos que corremos parece una familia numerosa. Y eso que ella provenía de una clásica familia española de los setenta, nacida en la década del boom de la natalidad y educada en colegios religiosos repletos de niñas, a su vez criadas también en otras familias numerosas.

Pero claro, no era igual criar a los niños antes que ahora. No era igual.

Su madre, ama de casa por supuesto, llevó a cuestas la crianza tanto de ella como de sus cuatro hermanos. Y nunca la escuchó quejarse.

Por eso, cuando se paraba a mirarse al espejo pensaba: - ¡Dios mío, qué vieja estoy! Aparento muchos más años de los que tengo de verdad.-

Quizá trabajar fuera de casa y hacerlo dentro le sumaba estragos a su mente, aunque eso era una cosa con la que Andrés, su marido, no estaba de acuerdo. Él siempre tenía piropos para ella y cómo no, una mano con la que pellizcarle el culo cada vez que coincidían en el pasillo de casa.

Bueno, aunque no se viese como cuando era joven, sí que es verdad que seguía manteniendo un culo espectacular. –La que tuvo, retuvo- solía decir medio en broma, medio en serio. Además, no ocultaba que cuando salía a la calle y le daba por ponerse esos leggins negros que tanto le gustaban a Andrés, sentía cómo las miradas de otros hombres se centraban en su trasero. Y eso, la verdad, no le disgustaba.

Reyes era una mujer guapa. Siempre lo había sido. Tenía unos ojos de color miel y un pelo castaño que ahora tenía cortado a “lo garçon”. Que aunque a ella le estaba costando acostumbrarse a verse así, todo el mundo le decía lo joven que se veía con ese look.

-Está claro que la gente me ve con mejores ojos que yo misma- solía pensar.

No era muy alta, pero tampoco bajita; y su cuerpo estaba bien proporcionado. Aparte de lo atractivo de su culo, su cintura marcada hacía que su cuerpo tuviese esa forma de guitarra que tan locos vuelve a los hombres. Y por último, sus tetas eran pequeñas, pero perfectamente formadas y coronadas por dos pezones pequeños y rosados, que no parecía que hubiesen amamantado a sus dos hijos.

Pero esas virtudes de belleza a ella no le bastaban. Veía su mirada cansada y las primeras arrugas comenzaban a vislumbrarse por su rostro como pequeños hilillos blancos sobre una tela negra. Y eso no le gustaba.

A ella le consolaba que Andrés seguía mostrando siempre un gran deseo por ella. Aunque Reyes normalmente no era capaz de seguir la mente “tan cochina” de su marido. Para ella, el sexo era casi algo secundario. En una relación tan asentada como la suya, lo primordial era el amor y el cariño. Aunque no podía negar que lo pasaba genial en la cama, pero de ahí a todo lo que él tenía en mente, había un mundo.

Él, en los momentos de intimidad y mientras follaban, solía contarle fantasías de exhibicionismo, tríos y cochinadas de ésas. Que sí, que en ese momento a ella también la ponían cachonda, pero ya está. Se acababa el polvo y ya ni hablar de ello.

Andrés había sido su novio desde que ella tenía dieciocho años. No es que hubiese sido su primer hombre, pero sí de quien se había enamorado de verdad. Él era lo que se consideraba un galán. Guapo, pero no dentro de los cánones de belleza masculina actual. Vamos, que no era el del anuncio ése de la colonia rodeado de doncellas griegas. Pero sí es verdad que tenía un cierto atractivo muy masculino. Su cuerpo, a pesar de no estar musculado, no estaba muy dejado para su bien entrada la cuarentena. Comparado con otros de su quinta, estaba bastante bien, todo hay que decirlo. Su pelo rubio solía llevarlo cortado al cepillo, por mucho que Reyes le pidiese que se lo dejase largo, que le quedaría bien, pero él siempre se había hecho el remolón con sus deseos. Que si era un coñazo, que si cualquiera se peinaba después de levantarse, etc. El hecho es que el pelo corto no le quedaba mal, pero a ella siempre le habían puesto un poco los tíos tipo vikingos. Así, con sus melenas al viento, barbas pobladas y un poco brutotes.

Eso sí, Andrés siempre estaba dispuesto para el folleteo. Fuese donde fuese. Por él habrían follado en sitios que ella ni por asomo. Sí que es verdad que también le ponía eso de echar un polvo bien echado en lugares donde pudiesen ser sorprendidos, pero su cerebro calculador y conservador no se lo permitían. Pero le gustaba que tras más de veinte años de relación, su marido mostrase tal deseo hacia ella. -Algo tendré ¿no?- pensaba y se sonreía.

Tras mucho tiempo deseándolo, habían coincidido los dos en conseguir un par de días de descanso en sus trabajos y unirlos a un fin de semana. Y cuando lo lograron, rápidamente buscaron en internet ofertas para una escapada.

  • ¿Dónde vamos?

  • Da igual, un sitio que no se nos vaya de precio y que esté bien- respondió Andrés.-

Buscaron y encontraron un vuelo a Tenerife por poco dinero en una de esas compañías en que o te dejan encerrado en el avión dos horas o te cobran por estirar los pies en el asiento. Pero eso buscaban, algo baratito para poder explayarse en el presupuesto de lo demás.

-Y ahora, ¿qué hotel buscamos?- preguntó ella.

-Uno bueno ¿eh? Nada de cutrerías. Que tenga piscina, cama grannnnnde y que pongan buenos cubatas.

-¡Eso, y el Marca también!

-¿Qué quieres? Vamos de vacaciones ¿no? ¿O qué prefieres, que tenga biblioteca y sala de conferencias? Además, si allí lo que más vamos a hacer es folletear a lo loco- dijo mientras se acercaba a ella sonriente y le daba un mordisquito en el cuello.

-Anda, estate quieto y reserva el hotel que tú quieras, que te dejo libertad en eso- respondió mientras se encogía por el escalofrío que siempre le provocaba cualquier contacto suave de algo en su cuello.

Pues eso, le dejó libertad y Andrés reservó el hotel Luxury Garden Tenerife, un cuatro estrellas que por las fotos de booking tenía una pinta fabulosa. Parecía enteramente un hotel de los que salían en las películas americanas de vacaciones en el Caribe. Piscinas rodeadas de palmeras y con un chiringuito en el centro para tomarte un mojito metida en el agua, habitaciones con camas king size y con vistas al mar, bañeras redondas de hidromasaje… ¡un lujazo vamos!

Llegó por fin el día del viaje y tras dejar claras instrucciones a sus hijos de que nada de fiestas en casa, tomaron el avión rumbo a Tenerife. ¡Qué ganas!

Tras bajar del avión sin, gracias a Dios, ningún contratiempo con la compañía, recogieron un pequeño Renault Twingo en la agencia Rent a Car que les vendría de maravillas para recorrerse la isla de arriba abajo. Y ¡rumbo al hotel!

Nada más llegar, cosa que tardaron un poco más de lo pensado al perderse ella un par de veces con el dichoso GPS, se acercaron al mostrador de recepción para hacer el check-in. Allí les recibió un recepcionista de unos treinta y tantos y aspecto nórdico. Alto, ojos azules cielo y un cuerpo que aunque oculto bajo su americana azul marino, indicaba estar bastante fibrado. Además, para colmo, tenía el pelo marrón y largo recogido con una pequeña coleta en la coronilla y una barba, que aunque no muy poblada, sí era bastante tupida. ¡Vaya cómo estaba el tío!

-¡Buenos días y bienvenidos a Luxury Garden!

Su acento, aunque parezca extraño, era totalmente tinerfeño. Nada de tono guiri. Como si fuese de allí de toda la vida.

Andrés, ni corto ni perezoso y mientras entregaba los carnés de identidad de ambos que venían guardados en una riñonera, con guasa le preguntó: -Tú no ere d’aquí ¿no?

El recepcionista sonrió y mostró unos dientes blanquísimos que se asomaban entra la barba. -No, pero sí. La verdad es que realmente soy oriundo de Noruega. Mis padres de hecho son de allí, pero desde que tengo tres años vivo aquí, en Tenerife.

Tras firmar la entrada y recibir la tarjeta de la habitación, ambos se dirigieron al ascensor arrastrando la trolley. Allí, esperando que se abriese la puerta del elevador, coincidieron con un matrimonio de avanzada edad y con total seguridad, ingleses. Esto es, pantalones cortos con las patitas blanquísimas, calcetines blancos con sandalias, gafas y esa mirada de pasmados que tienen todo el día. Eso sí, educadísimos.

-Good Morning!

-Good morning!, respondió Reyes. Y los cuatro se pusieron a mirar hacia arriba a ver por qué planta se encontraba el ascensor.

Mientras duraba la espera, Andrés exclamó: ¡Coño! ¿Has visto la habitación que nos ha dado Oleg? ¡La 969! Mira qué número más bonito.

-¿Por qué sabes que se llama Oleg?

-Ni idea, pero tiene toda la cara de llamarse Oleg. O Sven. O Inke.

-¡Anda ya!

-Por cierto, vaya pibón de tío ¿eh?

-Mmm… ¿sí? No me he fijado- respondió Reyes como con aire distraído.

-¿En serio?- se rió su marido.

Reyes miró a Andrés abriendo mucho los ojos en tono reprochante e inclinando la cabeza disimuladamente como señalando hacia la pareja de turistas. -Por favor Andrés.

-¿Qué pasa? ¿Tú te crees que se van a enterar de algo de lo que hablamos? Mírame anda.

Y Andrés se dirigió al hombre que junto a él se encontraba y sonriéndole muy educadamente y en tono suave le dijo: -Entre tú y yo vamos a jugar al cepillo. Yo pongo el palo y tú pones los pelillos ¿Hace?-. A lo que el hombre respondió asintiendo con la cabeza y sonriendo cortésmente.

-¿Ves? Ni flores.

-Andrés, por Dios- dijo ella mirando fijamente la moqueta del recibidor avergonzada, pero tratando de reprimir la risa.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor y entraron los cuatro. Cuando comenzó a subir y rompiendo el silencio Andrés le comentó a su mujer: -Volviendo a lo de antes. Vaya el guaperas de la recepción ¿no? Y parece simpaticón el tío. Desde luego, con ese cuerpo y esa cara y trabajando donde lo hace, debe ponerse las botas aquí con las turistas.

-No seas básico.

-Básico debe ser el pepinazo que les debe dar a las guiris éste.

-¡Tchsss! Le recriminó Reyes tanto con la exclamación como con la mirada que le echó.

-Lo que yo te diga, a churri por noche- continuó con media sonrisa y mirando fíjamente la puerta del ascensor como si estuviese hipnotizado.

-Basta- susurró ella mordiéndose el labio y mirando al mismo sitio.

-Vamos, que de tanto frotar, tendrá el cipote brillante como el casco de un alemán.

-¡Andrés!

Al llegar a la novena planta, se abrieron las puertas, se despidieron cortésmente de los turistas y se dirigieron a su habitación.

La estancia, como venía en las fotos de la web, tenía unas vistas impresionantes al mirador de Playa Paraíso, pero también se podía divisar toda la zona de piscinas y chiringuitos. La cama era enorme y se situaba frente a una cristalera desde la que se divisaba el mar.

-¡Vaya pasada Andrés! ¿Cuánto ha costado ésto?

-No te preocupes amor mío, para estar contigo no hay límites- y la agarró por la cintura para luego bersarla como a ella le gusta. Haciendo que sus lenguas húmedas se crucen como la espadas de una competición de esgrima.

A Reyes eso le encantaba. Esas frases románticas y esos besos le producían un fuerte cosquilleo en la barriga y hacían que aún tras tanto tiempo, Andrés fuese el hombre de su vida.

Deshicieron las maletas y tras ponerse cómodos, bajaron a recepción para que les indicasen algunos lugares de interés cercanos y dónde comer en condiciones.

Allí volvieron a hablar con el recepcionista, que resultó llamarse Harald, aunque entre risas comentó que la gente de allí lo llamaban Harold, posiblemente por sonarles el nombre del tío ese de las gafas que acababa colgado de un reloj de Nueva York.

Muy amablemente recomendó algunos sitios que visitar. Y también, como contando un secreto y hablando muy bajito les dijo: -Para comer, no dejen de pasarse por la playa del Puertito. Allí hay un pequeño restaurante donde se come muy bien. Y además, ajustadito de precio. Recuerden, restaurante El Puertito de Adeje. Díganles que les ha recomendado Harald.

-Más bien Harold ¿no?- bromeó Reyes y sus miradas se cruzaron durante un par de segundos que a ella le produjeron una taquicardia extraña.

-Bueno venga. Vamos- indicó Andrés, para luego salir del hotel, coger su Twingo y conocerse las playas, pueblos y ermitas cercanas.

Tras todo el día de turismo y comer magníficamente donde les recomendó Harald, decidieron cenar en el restaurante del hotel.

-La verdad- pensaba ella- es mejor aprovechar el día para conocer ésto y por la noche nos quedamos en el hotel.

Andrés tampoco insistió ya que también se encontraba algo cansado, por lo que decidieron tomar una ducha y vestirse para bajar.

Andrés le comentó: -Ve duchándote tú, que yo tengo que bajar al hall para coger internet, que tengo que enviar un par de correos al trabajo.

Eso extrañó a Reyes, ya que para un par de correos podría enviarlos por el móvil ese tan bueno que le regaló por su cumpleaños hace tan sólo tres meses, pero tampoco le dio más importancia al asunto. Ella tenía unas ganas enormes de refrescarse en la ducha. Aunque fuese sóla.

Reyes se puso un vestido de tirantas negro y de algodón que dejaba entrever su bonita figura. -El negro, ahora que aún estoy blanca me sienta mejor- pensó. Aunque cuando se miraba al espejo, girándose para ver si le hacía más barriga o no, su marido llegó por detrás y metiéndole las manos por el escote de la espalda, le desabrochó el sujetador y se lo sacó mientras riéndose decía: -Free the nipples!

-No hombre, que se me marcan los pezones con este tejido.

-Da igual. ¿No has visto que está todas las mujeres con las tetas al aire en la piscina? ¿Se va alguien a escandalizar porque tengas los botoncitos señalados? Además, sabes muy bien que eso me pone morcillón. A ver si voy a tener que renombrarte como Sor Reyes.

-Mira tú qué bien. No se te han escapado las tetas de las guiris ¿eh?

-Mmm… ¡nop! Y de las no tan guiris tampoco. Que había una que parecía de Murcia con dos melones…- dijo mientras con las manos simulaba que cogía dos grandes pelotas en su pecho.

-¡Tetas te voy a dar yo a ti!- exclamó Reyes mientras de broma le pegaba en el hombro a su marido.

-Lo estoy deseando.

Ya sentados en el restaurante, comenzaron la cena pidiendo una botella de vino del lugar. Un Malvasía semidulce que fresquito entraba sin darte cuenta.

La terraza del restaurante se encontraba junto a la zona de piscinas, en un pequeño prado de césped coronado por varias palmeras y un par de plataneras. Casualmente, la luna estaba llena, lo que le daba un toque más romántico aún a la cena.

Charlaron y degustaron una viejita al horno que estaba exquisita y mientras tanto, siguieron bebiendo copas del semidulce helado que fueron haciendo mella en la lucidez de Reyes. La llama de la vela en el centro de la mesa bailaba más de lo que debía. O al menos eso le parecía a ella. Ya no hablaban de los hijos o de los proyectos de reforma en su casa, sino pícaramente la conversación se fue derivando a tonos más calientes.

-Preciosa, dentro de nada viene lo bueno- comentó Andrés muy solemnemente.

-Lo bueno de ¿qué?

-Para lo que hemos venido.

-¡Ah! ¿sí? Pues ni idea- respondió Reyes mirando de reojo y sonriendo a la vez.

De repente, él se levantó de la silla y se puso junto a ella para decirle al oído: -Para follarte como te mereces-.

No sabía si fue el comentario, el calor de su aliento en su cuello o las dos botellas de vino que habían tomado durante la cena, pero el hecho es que de repente sintió cómo se le erizaban los vellos y un chispazo en su coño le avisó de que esa noche Reyes iba a desmelenarse.

Tras acabar los postres, Andrés la cogió de la mano y lentamente la alzó de la silla como si fuese a sacarla a bailar en una fiesta de Sissi la Emperatriz.

De fondo, un dúo formado por un mulato al piano y una chica que parecía algo hippy cantaban una melodía brasileña que a ella nunca le había gustado demasiado, pero que en ese momento, el ambiente, el vino y la noche, la hacían la pieza más sensual de toda la historia de la música.

Bailaron abrazados durante unos minutos en la pequeña pista de baile que había junto a las mesas. Sólos.

Ambos se balanceaban al unísono muy pegados. Reyes puso su cara en el cuello de su marido y esta postura le dejaba a él todo el campo libre para besar y mordisquear una de sus zonas más erógenas. Su cuello.

Andrés no paraba de dar pequeños besos entre los que intercalaba comentarios muy bajitos y suspirando a la vez: -¡Cómo te deseo Reyes! Esta noche va a ser increíble y ambos tenemos que hacerla inolvidable.

Reyes ya sentía su entrepierna muy humedecida. Más si no dejaba de sentir el bulto en el pantalón de Andrés que se rozaba en cada vaivén por su barriga y monte de venus. Ya no podía esperar más .

-Vámonos a la habitación- le suplicó ella al oído.

Andrés se separó de ella como para mirarla mejor a los ojos y con una medio sonrisa ladeada le respondió: -Vamos.

Ya en el ascensor los besos se tornaron salvajes, mordiéndose ambos los labios con vehemencia. Andrés no tenía suficientes manos para ella. Introducía sus dedos en su pelo y la agarraba para sí para poder meter su legua y recorrer toda su boca. Con la otra mano, recorría las cachas de su culo y bajaba hasta llegar a su corva. Con el ímpetu de los besos, él la empujó contra el espejo del ascensor haciéndole sentir el frío cristal en su espalda. Y ya, para ese momento, cualquier estímulo o sensación no hacía más que seguir encendiendo en ella la mecha de su excitación.

Tras un instante de lucha sensual, Andrés le dio la vuelta firmemente y le colocó las manos en el espejo, de manera que su espalda se curvaba para ofrecer su culo en todo su esplendor. Él comenzó a besar y recorrer con la lengua su nuca y hombros mientras dibujaba la silueta de su cintura con sus manos. En ese momento Reyes levantó su vista y se vio en el espejo. Así, con sus manos apoyadas sobre el cristal como su estuviese siendo cacheada, despeinada, con sus pezones endurecidos y señalados en el vestido y con un brillo en los ojos mezcla de embriaguez y calentura.

Al llegar el ascensor a su planta, se abrió la puerta y los dos salieron entrelazados en abrazos y besos húmedos, llegando a trompicones a la puerta de la 969. Tras meter la tarjeta en la ranura, se abrió la puerta y Andrés rápidamente apagó la luz de la estancia. Las cortinas estaban abiertas y por la cristalera entraba una luz azulada de la luna llena que convertía en sombras y claroscuros los objetos de la habitación.

Ya los besos se tornaron más lentos y suaves y las manos de él comenzaron a acariciar en lugar de manosear.

Ambos se encontraban en el centro de la suite, abrazados y dándole ella la espalda a la ventana. Andrés la giró y la puso mirando hacia la cristalera diciéndole: -Cierra los ojos-. Nuevamente comenzó a besar su cuello, para a la vez introducir sus dedos en las tirantas de su vestido y deslizarlas hacia abajo. Su vestido cayó a sus pies y Reyes quedó frente a la cristalera con su tanga negro y sus sandalias de tiras que realzaban unos pies suaves y de piel blanca.

Reyes no podía más. Estaba caliente, muchísimo. Y notaba a su marido con un comportamiento que nunca había tenido. No sabía qué, pero estaba distinto.

En ese momento ella entreabrió los ojos y vio una silueta sentada en un sillón en la penumbra, junto a la ventana. Su corazón dio un vuelco e instintivamente se tapó sus pequeños pechos con las manos. Andrés le susurró al oído: -Tranquila cariño. Esta noche tú eres la protagonista-. Y muy despacio y mientras le clavaba suavemente los dientes en su cuello, cogió sus manos y las fue retirando de sus tetas para colocarlas a lo largo de su cuerpo, dejando nuevamente su cuerpo expuesto tan sólo cubierto por el pequeño trozo de tela de su tanga.

La silueta se levantó y con pasos lentos fue acercándose a ella. Era alto y por su manera de caminar, muy decidido. Reyes se sentía expuesta como una esclava a la venta en un mercado romano y su corazón latía tan fuerte que parecía que en algún momento iba a salir disparado de su pecho.

Al llegar frente a ella, la escasa luz de la estancia le dejó ver su rostro. Era Harald, de la recepción. Pero ahora su aspecto parecía más salvaje que cuando lo vio por la mañana. Su pelo estaba suelto y rizado y no vestía con la chaqueta azul del uniforme, sino una camiseta fina de algodón que dejaba intuir un cuerpo delgado pero muy musculado.

-¿Harald?

El joven situó su dedo índice derecho el los labios de ella indicándole que no debía hablar, que era una noche sólo para disfrutar. Y tras eso posó sus manos en sus hombros desnudos. Las sentía calientes y firmes. Él fue descendiendo sus manos por sus brazos hasta llegar a las manos de ella, entrelazando ambos sus dedos. Harald comenzó a acercar su cara hasta que Reyes empezó a sentir su respiración en los labios. En ese momento, Andrés la empujó levemente hacia delante hasta que sus bocas se unieron. Primero fueron dos besos en los labios, hasta que sintió la lengua del vikingo que entraba en su boca.

Su marido, le subió sus manos hasta colocárselas en el pecho de Harald, pudiendo comprobar la dureza de unos pectorales firmes y tersos. Mientras sus bocas seguían unidas por sus lenguas en un interminable juego libidinoso.

Reyes se sentía atrapada. Atrapada entre dos hombres que apretaban sus cuerpos contra ella. Sentía ambos miembros rozándose en su cintura en un lento vaivén. Y eso la estaba poniendo a mil.

Harald se separó un instante de ella para quitarse su camiseta y dejar a su vista un formidable torso. En el juego de sombras que la luz de la noche dejaba entrever, podía apreciar un cuerpo pensado para dar placer. Andrés también se quitó la camisa blanca de lino que llevaba y ya estaban los tres con sus cuerpos semidesnudos.

Su marido se sentó en el borde de la cama e indicó al joven que hiciese lo mismo junto a él.

Allí estaban. Los dos sentados mirándola con sus tacones y su tanga como si de una stripper de pole dance se tratara. Reyes se acercó y comenzó a acariciar las piernas de ambos hombres con cada una de sus manos de arriba abajo. Acercándose cada vez más a sus paquetes en cada subida que hacía. Hasta que finalmente pudo acariciar ambos bultos a la vez. Con parsimonia y mirando fíjamente a los ojos de Andrés, comenzó a desabrochar primero el pantalón de su marido para después, y con una mirada de complicidad de él, comenzar a desabrochar los del joven. En ese momento, del pantalón de Harald saltó una polla dura, gruesa y muy humedecida, que ella comenzó a acariciar, pasando su dedo pulgar sobre su capullo en un movimiento circular.

Reyes se vio en ese momento como nunca hubiese imaginado. En una habitación, casi desnuda y acariciando dos pollas duras que no iban a dudar lo más mínimo en penetrarla.

Ella alternaba sus manos en asir y pajear ambos falos muy despacio, mirando a los ojos a los hombres cada vez que alguno de ellos soltaba un gemido de placer. Andrés siempre le había dicho que sus manos eran mágicas para tocar pollas y que el mundo se estaba perdiendo una maravilla. Pues bien, parte de ese mundo estaba disfrutando de lo que era una buena pajeadora.

Tras unos instantes acariciando los miembros de sus hombres, Andrés se incorporó y ayudándola con su mano tiró de ella para que se subiese a la cama. Tumbada entre los machos y ya ellos completamente desnudos, ambos comenzaron a besarla por todas las partes de su cuerpo. Mientras su marido besaba su boca y entrecruzaba sus piernas con las de ella, Harald agarraba sus tetas desde atrás y podía sentir su polla en la base de su espalada, muy cerca de sus glúteos.

En la habitación ya podía percibirse un olor a sexo. Una mezcla entre saliva y los perfumes de los tres.

Reyes se sentía atrapada entre dos cuerpos que ligeramente la aplastaban y la tocaban con frenesí. Como le dijo Andrés, se sentía la protagonista principal de la noche. El centro de atención de dos hombres a los que entregaba su cuerpo ya sin complejos.

Harald fue bajando con su lengua por la espalda de ella hasta llegar a su culo, mordisqueando sus cachas mientras con sus manos las masajeaba. Podía sentir sus dedos hundiéndose en su carne y apretando, lo que la calentaba aún más. Mientras, su marido comenzó a chupar sus pezones haciendo pequeñas succiones que le proporcionaban un inmenso placer.

En ese momento, sintió cómo el joven le abría sus muslos y comenzaba a besar , primero el interior de sus piernas y luego, su coño. Al principio con los labios, para luego ir humedeciendo con su lengua arriba y abajo su vagina y centrarse más tarde en hacer círculos y rodear su clítoris. Reyes estaba fuera de sí. Su cuerpo no dejaba de lubricar pidiendo el premio a esos prolegómenos. Ella arqueaba hacia arriba su cintura para sentir la lengua más dentro de sí. Entrando y saliendo. Mojando todo su coño. Con una de sus manos apretaba la cabeza de Harald entre sus piernas. Mientras, con la otra, buscaba desesperadamente y como a ciegas la polla de Andrés, para agarrarla y masajearla fuertemente de arriba a abajo, como queriendo sacar todo su jugo. En ese momento él se levantó y le puso su miembro en sus labios, abriendo ella la boca e introduciéndoselo, para chuparlo y succionarlo con vehemencia.

Ahí estaba Reyes. Comiendo y siendo comida. El ciclo natural del poliamor.

Con la lengua de Harald, ella comenzó a sentir que el orgasmo estaba a punto de llegar, hecho que él notó al comenzar a dar espasmos y abrir los dedos de sus pies, lo que hizo que él apretara aún más la lengua contra su clítoris hasta hacerla correrse, sin poder gritar al tener la polla de su marido entera dentro de su boca. Sus gemidos se escuchaban ahogados y sus convulsiones fueron haciéndose cada vez más lentas hasta que desfalleció sobre las sábanas, comenzando entonces Harald a pasar su lengua suavemente por su raja cada vez más despacio hasta terminar con un beso cariñoso en el interior de su muslo.

Reyes quedó tumbada sobre la cama con los dos cada uno a su lado. Su marido, que quería prolongar más la noche, había sacado la polla de su boca y se había tumbado junto a ella. Tras unos jadeos de éxtasis, ella comenzó nuevamente a acariciar los dos miembros y a los pocos segundos, su cuerpo volvió a pedir guerra. Se incorporó de lado y tras coger su polla con la mano, comenzó a pasar su lengua por el glande de Harald. De arriba abajo. De un lado a otro. Haciendo círculos. Todos los movimientos que hacían que el joven suspirara profundamente mientras acariciaba el pelo de ella. Mientras tanto Andrés colocó su miembro duro y caliente en la raja de su culo y comenzó a subirlo y bajarlo sintiendo cómo se mojaba de los fluidos de su pareja.

Ella parecía estar viviendo una película porno. Chupaba desesperadamente la polla de un joven musculado mientras que con la mano agarraba sus huevos y los movía como si fuesen bolas antiestrés. Y además podía sentir otro falo abriendo camino bajo su espalda. El clímax del placer.

Para ese momento ya todo daba igual. Estaba entregada a un frenesí desconocido que la estaba llevando al cielo. El roce de las tres pieles, el sudor, la saliva, el flujo. Todos eran ingredientes de una receta de lujuria.

Al momento Harald le hizo una señal para que se incorporara. Agarrándola de las caderas la orientó hacia su marido, poniéndolos cara a cara. Reyes quedó sobre sus rodillas frente a frente a Andrés y ambas miradas quedaron fijas la una en la otra. Sintió las manos del joven apoyadas sobre su cintura y vio cómo su marido miraba al joven noruego, para con una mirada serena, asentir levemente con la cabeza. En ese momento, pudo notar el glande de Harald posarse en su coño. Ella abrió sus ojos miel y miró a su pareja fíjamente. Él puso sus manos en su cara y despacio, muy despacio, acercó sus labios para besarla y decirle: -Te quiero-. Al instante notó cómo el miembro duro y caliente la penetraba desde atrás, haciéndola gemir de placer mientras Andrés seguía besándola con pasión.

Al principio los embates eran lentos y firmes, pudiendo notar cómo las paredes de su coño se iban amoldando a la forma de ese falo. Entrando y saliendo. Entrando y saliendo.

Ella dejó de besar a su marido para centrarse en comerle su polla, que seguía estando bien lubricada. Cada vez Harald empujaba más rápido y casi podía sentir que la cabeza de su pene golpeaba en su más profundo interior. A la vez que hacía que la mamada a Andrés se acompasase a las embestidas del vikingo.

Al momento, Reyes dijo: -Tú, túmbate en la cama-. Obedeció sin chistar el recepcionista, quien se acostó boca arriba, dejando su polla enhiesta apuntando al techo. Ella se colocó sobre él y en cuclillas, comenzó lentamente a bajar sobre su miembro. Ya entraba con mucha facilidad, por lo que ella comenzó a galopar como si fuera la recta final del Grand Slam. El sonido de chapoteo al rozar ambos sexos rompía el silencio de la habitación.

La visión de su mujer, de la madre de sus hijos, cabalgando frenéticamente sobre otro tío el la penumbra de la habitación no despertó en Andrés el más mínimo atisbo de celos. Al contrario, le llevó su libido hasta límites a los que él no pensaba que nunca podría llegar. Y esa excitación llegó al éxtasis cuando oyó de los labios de Reyes decir: -¡Fóllame el culo! ¡Ya!

Andrés se colocó tras ella, y levemente empujó en su espalda para que se colocara a cuatro patas, pero sin sacarse la polla de Harald de su coño. Ella paró un momento y alzó un poco su culo para hacerle a su marido más fácil el trabajo. Él, suavemente introdujo en primer lugar su dedo índice, pudiendo notar la polla de su compañero de cama dentro de las entrañas de Reyes. Lo introdujo y lo sacó un par de veces, haciendo a su mujer emitir pequeños gemidos de placer. Y por último, colocó su miembro en la entrada del culo de ella. Comenzó a introducirlo muy, pero que muy despacio. Al principio, Reyes se quejó un poco de dolor, pero conforme Andrés iba follando poco a poco su esfínter, el dolor fue desapareciendo y dando paso a un placer hasta ahora desconocido para ella. Cuando se encontraba ensartada por los dos falos erectos, los tres comenzaron un vaivén acompasado que parecía habían estado ensayando durante mucho tiempo. Reyes se imaginaba la visión desde fuera, como si se tratase de un vídeo porno de los que alguna vez había visto junto a Andrés, y veía los tres cuerpos fusionados en uno. Intercambiando placer y gemidos. En el claroscuro que la luz de la luna otorgaba a la imagen y que para ella era el cuadro más precioso de todos.

La doble penetración que estaba disfrutando Reyes fue in crescendo en movimientos hasta el punto de que ella comenzó nuevamente a sentir los espasmos del orgasmo. Gimió cada vez más fuerte y eso hacía que los hombres más empujaran con sus caderas, hasta que ella se corrió entre convulsiones y gritos de placer que intentó ahogar apretando su boca contra el pecho de Harald.

En ese instante, el joven sacó su polla y ella, como si entendiese lo que él quería, comenzó a pajear ese nabo brillante y lubricado hasta que un chorro potente y abundante regó sus tetas de arriba a abajo mientras él emitía un sonido gutural de placer.

Al mismo tiempo, Andrés seguía bombeando dentro de su culo hasta que también se derramó dentro de su recto, agarrándola a la vez fuertemente de los hombros como si no desease que ni una sóla gota de su esencia se desperdiciara fuera del cuerpo de su amada.

Tras unos instantes de agotamiento, los tres cuerpos tumbados y extasiados en la cama permanecieron callados e inmóviles mientras la noche seguía alumbrando la estancia.

Andrés acariciaba el pelo de Reyes y Harald miraba al techo, como en trance. Ella, completamente sudorosa y llena de leche jadeaba y se iba relajando poco a poco con la cabeza apoyada en el pecho del joven.

Andrés de acercó al oído de su mujer y le dijo: -Te quiero-. Ella se volvió y le dio un beso de enamorada en la boca.

Tras unos instantes, Harald, si decir nada, se levantó despacio, se puso su ropa y antes de abrir la puerta para salir, se volvió y miró al matrimonio tumbado en la cama. Sonrió y salió en silencio.

Y allí quedaron los dos. Exhaustos. Habiendo compartido la noche de sexo más intensa de sus vidas.

Unidos por el amor y la lujuria.