Escapada

El principio de una larga estancia en una cabaña perdida de la mano de Dios con mi Amo.

Hacía dos semanas que llevábamos preparando este día—o noche, más bien—. Pero escapar de nuestras respectivas casas había sido complicado, nos habían pillado más veces, aunque no para algo como esto. Esta vez era más grande, más grande y mejor, esa noche celebraríamos juntos nuestro primer aniversario.

El aire arrastraba consigo todas las preocupaciones, ahora sólo éramos él y yo, juntos de camino a la cabaña situada en la ladera sur de la montaña.

[…]

—Entra, voy a llevar las mochilas a la parte de atrás —Me gustaba el tono autoritario que había empezado a usar conmigo nada más entrar al dormitorio. El juego sólo había comenzado y nos esperaba una larga noche por delante. —Dúchate y espérame en el cuarto a los pies de la cama, zorra.

Asentí mientras bajaba la mirada de forma instintiva. Ahora sólo era su zorra.

Me enjaboné con mimo, frotando quizás más de la cuenta algunas zonas pensando en lo que vendría después, seguí enjabonándome hasta que ya no pude —ni quise—alargarlo más.

Salí al cuarto desnuda y descubrí lo que mi Amo me había dejado encima de la cama: un collar de cuero negro, esposas, un lazo que fácilmente serviría de antifaz y un vestido negro demasiado corto, de los que no suelo usar a menos que me lo especifique Él. Terminé de colocarme el vestido—obviamente sin ropa interior— y el collar, pero no supe qué hacer con las esposas y el lazo, por lo que me situé a los pies de la cama como me había ordenado, de rodillas con las piernas abiertas —todo lo que me permitía el vestido— y las manos entrelazadas en la nuca mirando al suelo. Estuve esperando unos diez minutos en esa posición, que en lugar de cansarme hacía que aumentara la excitación del momento. La humedad de entre mis piernas había conseguido extenderse bastante más de lo que cabría esperar. Iba a frotar mis muslos para conseguir algo de fricción cuando le escuché acercarse.

Lo único que podía ver desde mi posición eran sus zapatos y la parte baja de sus pantalones vaqueros.

—Muy bien, zorra. —No contesté, sabía que no debía hablar a menos que me diese permiso. —Mírame con esa cara de guarra que tienes.

Hice lo que me pidió, no sin antes fijarme en cómo se le marcaba la polla en los pantalones. Aunque no era algo inusual, quizás por la escena, quizás por la situación, me sonrojé.

Mi Amo empezó a acariciarme el pelo con delicadeza, delicadeza que fue perdiéndose hasta convertirse en un agarre fuerte, autoritario.

—Cómemela, puta. He esperado demasiado y no tengo ganas de postergarlo más. — Dijo mientras me acercaba la cabeza hasta su ya muy prominente erección.

Sonreí internamente mientras, aún de rodillas, le desabrochaba los vaqueros. Juro que en ese momento mi coño empezó a latir, no llevaba calzoncillos.

Agarré su polla con la mano, deleitándome antes de probarla. Lamí varias veces desde la base hasta la punta, sin prisa, lamiendo y chupando el capullo con ganas, parándome donde más le gustaba mientras la presión que ejercía su mano en mi cabeza me instaba a seguir. Seguí dándole besos por el tronco y el capullo, metiéndola entera en mi boca cuando menos se lo esperaba. Con una mano rodeaba la base de su polla y con la otra le masajeaba los huevos y de vez en cuando pasaba mi lengua por ellos, como sabía que le gustaba.

Pasados unos cinco minutos, decidí que ya era hora de empezar a jugar de verdad, por lo que apreté con más firmeza la base, rodeándola todo lo que podía con los dedos y me metí su miembro hasta que mis labios rozaron su pubis, usando la lengua para trazar círculos alrededor de su polla mientras entraba y salía, poco a poco mi Amo empezó a mover sus caderas, aumentando el ritmo de sus embestidas en mi boca.

—Mírame, puta. —Lo miré e imaginé lo que debía estar viendo, a mí, su zorra, comiéndole la polla con el vestido bajado dejando una buena vista de sus tetas. —Joder, pero qué zorra eres, cómo te gusta comerme la polla. Para ahora mismo y súbete a la cama.

Así lo hice, me subí a la cama, levantándome el vestido dejándole ver mi culito. Quizás le apetecía darme fuerte por atrás.

Se acercó a mí de rodillas en la cama, acariciándome la parte baja de la espalda, pasando sus manos por mis muslos, las ingles y el culo. Sin llegar a rozar mi coño, cuya humedad fluía libremente entre mis piernas. Las separé buscando más contacto, intentando que me tocase. Sin previo aviso hundió dos dedos en mi coño, entrando y saliendo de él con rapidez, arrancándome varios gemidos.

—Pero qué guarra eres, ni te había tocado y ya estabas chorreando, puta. —Decía mientras su mano derecha aumentaba el ritmo y la izquierda me daba un ligero azote.

—Más, más fuerte, Amo, por favor. —Supliqué mientras el ya muy conocido hormigueo mandaba descargas directamente a mi coño.

—No te he dado permiso para que hables, puta. — Me dio un azote fuerte mientras aumentaba el ritmo con sus dedos. —No quiero que te corras aún. Ni se te ocurra correrte sin mi permiso, zorra.

—Amo, por favor. No voy a aguantar mucho más

Y de repente, paró, dejándome al borde del orgasmo.

—Túmbate boca arriba. —Ordenó

Cogió las esposas y me ató las muñecas al cabecero de la cama, sacándome el vestido por abajo.

Se situó encima de mí, acariciándome la cara, bajando a besos por mi cuello hasta el pecho. Pellizcó un pezón entre sus labios, lamiéndolo mientras atendía el otro con su mano izquierda, rodeándolo con los dedos, retorciéndolo y pellizcándolo.

Sentía que podría correrme allí mismo si seguía haciendo eso. Estaba a punto de hacerlo cuando dirigió sus besos hacia el vientre, sin dejar de acariciar mis pechos mientras bajaba y lamía desde mi ombligo hasta el hueso de la cadera.

Estuvo un rato mirándome hasta que sus manos empezaron a acariciar mis muslos, notando la humedad que había salido. Introdujo un dedo en mi coño resbaladizo y me lo dio a probar.

Salado. Lo lamí como había lamido antes la polla de mi Amo, con ganas. Necesitaba correrme ya.

Por fin, acercó su boca hasta mi coño, pero se limitó a besarlo durante unos minutos. Noté que llevaba tiempo intentando tirar de las esposas para agarrarle la cabeza —supuse que eso era lo que no quería—.

Una eternidad más tarde, su lengua empezó a trabajar. Lamió toda mi raja, haciéndome gemir, a veces su nombre, a veces un “Sigue, por favor”. Empezó suave, hasta que sus manos me agarraron las caderas y el culo y empezó a succionar y chupar mi clítoris con fuerza, con ganas.

Me mordí el labio para no gritar, esta vez sí que no podría contener ni retrasar más mi orgasmo, iba a correrme, la visión de mi Amo comiéndome el coño con tantas ganas era jodidamente caliente.

—Córrete, puta.

Y sin hacerle esperar, gimiendo su nombre, me corrí… pero esa sólo fue la primera vez y la noche era larga, además tras haberme comido el coño, su polla estaba más dura que antes….

Pero el resto de la noche es otra historia