Escándalo 4ta parte
Hizo que me sintiese el tipo más feliz del universo...
Regresé a casa caminando, para poder poner en orden mis ideas. Eran ya las 19 y había estado en el departamento de Daniel y su padre desde la mañana, en una experiencia muy satisfactoria. Si bien mis sentimientos hacia mi amante no habían variado, la intervención del progenitor no había sido para nada desagradable. Más aún, ahora que la reveía desde cierta distancia, la presencia de don Bocha era bienvenida.
Y seguramente sería importante para Daniel por cuanto le ayudaría a afianzar el vínculo con su padre.
Mis abuelos no estaban en la casa. Una nota pegada al refrigerador decía cariñosamente: “Fuimos a casa de tía Elvira a jugar rummy, en el microondas hay comida que sólo necesita ser calentada”.
Mi abuela nunca descuidaba la alimentación de su nieto desde que me había mudado con ellos dado que mis padres viven en el interior del país y yo debía cursar en una facultad que solo imparte aulas en la capital.
Decidí que lo primero era una buena ducha y después vería si cenaba alguna cosa mientras ojeaba mi manual de Histología.
Me quité la ropa que introduje en el canasto y abrí la canilla para mezclar el agua para que no resultara ni demasiado caliente ni demasiado fría. Cuando me enjaboné el cuerpo me detuve en la cola para verificar el estado de mi ano, a estas alturas del día casi en su lugar pero levemente escocido por el roce de dos buenas trancas que le habían dado un tratamiento intensivo. Pero no, salvo una leve molestia, se sentía sin novedades de relieve…
Me estaba poniendo una bermuda vieja para tomar mi cena, cuando sonó el timbre del teléfono y era Daniel.
“-Hola, neno. Soy yo –la voz parecía tranquila y normal- ¡Qué día! ¿No? El viejo está feliz. Y yo no me siento mal por nada de lo que sucedió –añadió- ¿Cómo estás tú?
“-Fantástico. A punto de calentar una cazuela de pollo que me dejó la abuela en el micro –respondí aliviado- Y te aseguro que pasé muy bien, cómodo. Me revisé para ver si la cola estaba emulando a la bandera de Japón, pero no, todo en orden…
“-Ja ja ja, qué ocurrencia… -rió con ganas- No hay devolución ni libro de quejas si eso hubiese pasado. Pero me alegra que te estés adaptando a esta nueva situación como yo también trato de hacerlo. Papá quedó fascinado contigo, y la verdad es que me está dando un poco de celos.
“- No seas tonto – repuse como al pasar- Me supongo que esto ha sido cosa de momento y no se convertirá en costumbre… -dejé caer- Porque todavía no tuve oportunidad de comerte el culito, cosa que se me antoja desde que nos conocimos, lo sabes.
“- Seguro que sí, que también yo quiero dártelo, corazón. El viejo me preguntó justamente eso, si eras versátil –contestó divertido- Me parece que le tomó el gusto a la pija y quiere que tú también lo empomes…
“- Trato hecho, entonces –me apresuré para que no se arrepintiese- Me encantará devolverle el favor a ambos en nuestro próximo encuentro.
“- Bueno, voy a lo que originó la llamada. ¿Recuerdas que te hablé de mi tío Carlos, mi padrino? Hoy llamó para invitarnos a pasar el fin de semana en su chacra y se me ocurrió que tal vez quisieras acompañarnos…
Recordé que en algún momento me había mencionado al tío, viudo de la hermana de su padre, que vivía en una chacra por el Abra de Perdomo, en Maldonado. Y dentro del recuerdo que la primera experiencia con otro varón, Daniel la había tenido con este señor un día que la esposa viajó a Porto Alegre con unas amigas del conservatorio de música en el que trabajaba.
“- Ah, tu tío Carlos… -repuse distraídamente- ¿No es el señor con quien tuviste tu primera vez?
“- Hace mil años, sí. Pero nunca pasó a mayores, y ahora ya voy a cumplir cuarenta años y tengo experiencia –dijo creyendo que yo estaba amoscado por los celos-
“-Sí, claro. Pero en esta nueva situación, una visita a casa de tu tío contigo y tu padre, ¿no crees que pueda ser ocasión de revivir fantasmas del pasado? – contesté con un dejo de sorna que aparentemente pasó desapercibido- A lo mejor el padrino también se siente solo demás y quiere que lo contengan.
“- No, no creo. Es fecha de la muerte de la tía y van a ofrecer una misa. Y por supuesto, mi viejo no sabe nada de aquella historia de hace veinticinco años atrás. Quédate tranquilo – repuso- ¿Entonces vienes?
Podríamos llevar una carpa para los dos y acampar en el monte dejando a los veteranos en la comodidad de la casa.
“-Estaría fantástico, sí. ¿Es sólo el fin de semana?– pregunté entusiasmado- Porque el miércoles tengo un parcial y me resulta imposible faltar.
“- Sí, salimos el viernes a la tardecita y volvemos el domingo. Te va a encantar mi padrino, es un tío fantástico. Bien, un beso. Cena y vete rápido a la cama para pensar en mí, que yo haré lo propio. Sacaré mañana tu pasaje. El viejo se va a sentir feliz…
Comencé a preparar mi mochila de camping con dos o tres mudas de ropa, verifiqué que mi iglú tuviese todos sus componentes a punto, me comí mi cazuela en un santiamén y me acosté para descansar de un día tan repleto de sorpresas. Desde la lejanía, entre sueños, oí la llegada de mis abuelos hablando entre ellos a la sordina de lo bien que habían pasado esa noche. “Y yo pasé un día estupendo –pensé- seguro que ni se lo imaginan…”
El viernes a la tardecita el bus salía de la terminal con tres pasajeros eufóricos hacia Maldonado. Daniel sesentó junto a mí del lado del pasillo y en la ventanilla del asiento de atrás don Bocha se puso a roncar ni bien la unidad dejó atrás la zona del aeropuerto. En medio de la oscuridad del interior del ómnibus y disimulada por la chaqueta de jean que colocó sobre sus muslos la mano de Dani me abrió la cremallera para hacer unas cariñosas fiestas a mi polla, que reaccionó de inmediato: el fin de semana se presentaba prometedor. Y quizá lo que yo más quería, es decir sin el pro, metedor…
En la terminal departamental nos esperaba don Carlos, que se fundió en un estrecho abrazo con su cuñado y su sobrino apenas al descender. Fui presentado de inmediato, pudiendo notar la mirada de simpatía que me prodigó. Se trataba de un hombre de edad similar a la del padre de Daniel - unos sesenta y seis o sesenta y siete años - un tanto robusto
y de cabello cano bien cortado. Tomó con decisión mi mano para estrechar y acto seguido el ligero equipaje que puso en la cajuela de su coche, estacionado allí mismo al costado de la ruta. Mis compañeros de viaje hicieron lo propio, sentándose don Bocha en el asiento del acompañante y Daniel y yo en la parte de atrás.
“- ¿Tuvieron buen viaje, Bocha? –preguntó – Por suerte está haciendo un buen tiempo por acá –y mirando por el espejo- Veo que trajiste una carpa y un amigo, Danielito. ¡Qué bueno! Así nos discriminan a los viejos, ya ves cuñado –agregó riendo.
“- Espero no te incomode, padrino – respondió Dani- para aprovechar el tiempo vamos a acampar en el monte al lado del arroyo así le muestro a Ernesto los tesoros de tu campo.
“- Para nada, muchachos. Están en su casa. Y tú, Bocha, ¿vas a acampar con los jóvenes o te acomodarás en el dormitorio de huéspedes?
“- Creo que nosotros los mayores estamos un poco hartos de acampar, por eso prefiero la casa. Cuento con que logres convencer a los muchachos de acompañarnos, aunque por cierto de día pueden ir a merodear al monte y apreciar las bellezas naturales – señaló don Bocha- Como ves, Ernesto, traer una carpa fue un error porque ya vas a ver las comodidades de la casa de mi compadre.
Llegamos casi en seguida y pude compreobar que así era: pasando una tranquera de madera de eucalipto y al fin de una cuadra y media de camino escasamente arbolado, la casa se erigía al fondo recortada su silueta sobre los cerros, que desde atrás, daban nombre al paraje. Era un antiguo casco de estancia que había ido recortando su extensión con el tiempo, permaneciendo en poder de don Carlos sólo unas quince o veinte hectáreas dedicadas a la cría de vacas lecheras en su mayor parte y con una extensión menor al plantío de verduras y hierbas aromáticas que era el negocio más productivo, pues surtía de hojas frescas a los restoranes del Este y de la capital.
Acomodamos nuestros bolsos y mochilas en un enorme dormitorio con una cama matrimonial y una de una plaza, cuya ventana daba a un patio exterior emparrado, con un aljibe de piedra y algunos bancos de lapacho como para descansar o simplemente ver caer el sol tras la sierra.
“-¿Vamos a darnos un chapuzón al arroyo? –me preguntó Daniel ni bien colgué mi escaso vestuario – A esta hora el agua debe estar deliciosa, y conozco un sitio donde hay un pequeño salto que tiene unas piedras chatas como para tomar el sol.
“- Espero que tu tío no lo tome a mal, pero sí, me gustaría darme un remojón en ese arroyo –respondí – Claro que como no traje bañador, si no te importa mucho voy a tomar el sol en cueros…
Dani me miró con picardía y me hizo señas de que no levantase la voz ya que su padre estaba ordenando la ropa en un armario alto, de roble, pero a unos cuantos metros de distancia porque como dije la pieza era enorme.
“- Eso, yo pienso hacer lo mismo. Trajes de baño, ¿para qué? – rió dándome una palmada cariñosa en la espalda, mientras en un bolsito ponía una toalla y un tubo de lubricante que ambos conocíamos de memoria. Y dirigiéndose al padre: -“Nos vamos a dar una vuelta así le muestro a Ernesto los alrededores mientras ustedes charlan y se ponen al día. No nos extrañen.
“- Vayan pues. Yo voy a tomar un café con Carlitos entonces, pero no demoren mucho que ya sabes que es fanático de los horarios de las comidas. Además, tengan en cuenta que si les toma la noche por ahí es más difícil reconocer el camino de regreso.
“- Sin duda. Por si acaso puse en el bolso una linterna, pero no creo que vaya a desnortearme – arguyó Daniel guiñándome un ojo.
Caminamos bastante atravesando varios alambrados, hasta que llegamos al monte. Un monte típico del paisaje serrano, con árboles espinosos de mediano porte que entretejían sus ramas superiores formando una especie de galería. El rumor del agua corriendo entre las piedras se escuchaba ya cuando de repente mirando en su derredor, me dijo “Acá, acá mismo”. Tendió la toalla sobre el pasto suave y despojándose de toda su ropa, corrió hacia el frente unos metros gritando: “¡El que llega último al agua es el que la pone!”. Ni qué decir que con toda parsimonia me fui quitando la ropa hasta quedar desnudo, con la polla ligeramente morcillona adelantándose al gozo. Caminé lentamente hasta el arroyo para ver cómo salía de allí Daniel, todo mojado, con el agua escurriéndose por el vello de su cuerpo como una suave llovizca de verano. Me miró con una sonrisa encendida y sin dejarme avanzar más, se agachó para comerme la verga pidiendo que moviese duro las caderas para taponarle la boca, cosa que hice sin demora.
Se puso en cuatro patas ahí mismo, sobre la arena, invitándome a tirarme de espaldas para que pudiéramos hacer una buena figura, él mamándome y yo humedeciéndole el culo que ubicó encima de mi boca. Estaba frío por el agua, pero casi en seguida comencé a sentir su calor bajo mi lengua que intentaba abrirse paso en él al tiempo que con desesperación se tragaba mi polla y lamía mis cojones alternadamente, dándome la impresión de que si no paraba iba a correrme de tanto placer. Notándolo, se fue corriendo hacia delante sentándose sobre ella, jugueteando un poquito entre sus cachas mientras escupía su mano para untarme de saliva la cabeza que fue introduciendo poquito a poco entre suspiros. Sin retirarla se dio vuelta para enfrentarme, y comenzó a moverse acompasadamente.
“- ¿Te gusta? – me miraba con una cara que jamás había yo visto, esa mirada como perdida con los labios entreabiertos que denotaba que estaba sintiéndose a gusto – A mí me encanta, y no quiero que la saques ni siquiera para terminar: deja dentro toda la leche que ya te la devolveré…
Su voz como siempre en estos momentos de intimidad era grave y profunda, y aquella mirada perdida en el goce aceleró mi eyaculación, que sin darme tiempo a avisar salió disparada sulo adentro en tres o cuatro trallazos que me provocaron arquear mi columna, incrustándola aun más profundamente.
“-¡Ah! ¡Qué rico! – dije entrecortadamente mientras él con su mano se producía la propia, toda sobre mi vientre, dejándolo cubierto de una abundante y viscosa emisión con perfume a gloria.
Fue retirándose despacito, y colocándose de cuclillas sobre mi cara pude ver a escasos centímetros como en acompasados estertores su ano descargaba mi leche en breves chorritos que se escurrían por mi mentón. Tomé con la lengua el resto que iba cayendo y pude degustar mi propio esperma con un leve regusto amargo debido a algún residuo que hubiese quedado depositado en su recto desde su última deposición. Pero sin temor a equivocarme, confieso que me supo a néctar y me sentí feliz de haberle proporcionado un placer que ya tendría tiempo de aquilatar. Nos tendimos lado a lado, sobre la toalla, para tomar un descanso antes de lavar en el arroyo los indicios de nuestra actividad.
Y como el sol se estaba comenzando a ocultar, nos vestimos casi de apuro para emprender el camino de regreso hacia la casa antes de que la noche cayese a pleno.
Mientras caminábamos en silencio, sentimos ese breve y triste silencio del campo al anochecer, cuando los pájaros cesan sus cantos y otros seres comienzan a despertar.
Casi en el patio de la casa, me detuvo y mirándome a la cara me dijo por primera vez:
“- Por si no te diste cuenta, te quiero…”
Me besó fugazmente los labios y me hizo sentir el tipo más dichoso del universo.