Escalera al Cielo
Subir los peldaños de la escalera al cielo puede ser difícil, pero tal vez el último escalón este tan cerca, que no podamos verlo.
Subir uno a uno los peldaños de la escalera al cielo es difícil, lento y hasta puede resultar imposible, pero tal vez, el último escalón este tan cerca que no podamos verlo.
Laura era la chica de mis sueños postadolescentes. Alta, bella, siempre vestida a la moda, era el tipo de chica que uno se da vuelta para mirar en la calle. Una cintura de avispa, un culo redondo perfecto que remataba en unas largas y bien torneadas piernas, eran de lo mejor que podía conseguirse.
Salir de novios con Laura, era espectacular, pero tarde me di cuenta que solamente me importaba que me vieran con ella, ya que no me ofrecía otro atractivo que su físico, ni siquiera la parte sexual. Al principio me encontraba obnubilado por poseer a una mujer tan bella, pero en la cama era como amar a una muñeca de porcelana..
Fría y distante, me afanaba en todos los trucos que sabía para tratar de arrancarle aunque sea un suspiro de felicidad. No pude lograrlo. Y no es que fallara yo, lo supe en ese momento y lo reafirmé con la sabiduría que dan los años. La chica era realmente un iceberg caminante. Hacíamos el amor, yo terminaba, por lo general frustrado, y ella se levantaba de la cama como si nada, poniéndose a hablar de algún tema intrascendente.
Duré unos cuantos meses con ella, y para ser justo, no tuve nunca otra queja que esta, ya que fue siempre dulce y hasta cariñosa. La otra razón era que quería poseerla por el culo, y creo que ella lo sabía, ya que se negó sistemáticamente a dejarme conocer ese lugar.
Como todo tiene un fin, me harté de Laura y, ante el desconcierto de todos nuestros amigos, la mandé finamente de paseo. Algunos me preguntaban si estaba loco, que dejaba a una hermosa mujer, y que además se mostraba como la más dulce y fiel del mundo. No era cosa de andar divulgando cosas, casi con mentiras y evasivas, pude explicar mis acciones, si desmerecerla.
Todo normal y natural dentro de un grupo de amigos, unos se pelean, otros se arreglan, la vida sigue. Continuábamos viéndonos, en fiestas, salidas grupales, cumpleaños. Sus amigas me comentaban que todavía estaba "enamorada de mí", y me lo confirmaba el hecho, de que aunque le llovieran propuestas no aceptaba salir con nadie más. Yo ya tenía una noviecita, fuera del grupo, pero que era conocida por este.
Una noche, durante una fiesta de cumpleaños, no se despegaba de mí. Yo estaba sin mi pareja, tratando de divertirme con el grupo, pero ella me seguía por todos lados. Conversamos, bailamos juntos, hasta jugamos a seducirnos un poco. Ya en el ocaso de la fiesta, me pidió que la acercara hasta su casa, cosa que no podía negarme.
Ya en camino, en mi auto, ella me acariciaba la nuca con una mano, cosa que hacía siempre cuando manejaba. Yo la dejaba hacer, indeciso, no sabía a donde quería llegar ella, y si bien me había calentado bastante, recordaba las frustrantes relaciones anteriores y dudaba
-¿Sabes de que me arrepiento siempre de nuestra relación?-Me dijo, mientras seguía rizándome el pelo de la nuca. Negué con la cabeza, la vista bien fija en el camino, ideando las palabras de rechazo que debería decirle, sin lastimarla, decidido a seguir mi ruta.
-Darte lo que tantas veces me pediste, la cola.- Se expresaba en voz baja, avergonzada. La miré, mientras ella bajaba la cabeza, pero mirándome desde abajo, con esos ojazos celestes, buscando mi aceptación.
-Es un poco tarde para eso.- Le contesté, arrepintiéndome de inmediato.
-Mis padres no están, estoy sola en casa.- Su voz se quebraba a medida que hablaba, como si no tuviera aire para terminar la frase.
Tratando de consolarla, un poco desarmado interiormente por su actitud, la abracé con una mano, atrayéndola hacia mí, buscando reconfortarla. Pero esa noche, Laura era una caja de sorpresas. Siguió bajando la cabeza, mientas sus manos buscaban mi pene. Con pocos movimientos, desabrochó mi pantalón y pudo sacar mi ya erguido sexo. Jamás me había hecho sexo oral, y aunque lo hacía con torpeza, el solo hecho de sentir su cálida boquita empapándome de saliva mi miembro, hizo que me costara horrores concentrarme en el camino. Con mi mano sobre su cabeza, le marcaba un ritmo lento y cadencioso, pero tal vez el lo inesperado y caliente del momento, hizo que sintiera mi orgasmo venir rápidamente, y aunque se lo advertí, ella continuó chupando, más rápido, por propia decisión. En el momento justo de estacionar el auto frente a su casa, estallé deliciosamente en su boca, mientras ella tragaba todo mi semen, sin dejar de libar hasta que mi pene comenzó a perder su erección.
Ella se levantó, acomodando mi ropa, mirándome directamente, con los ojos brillantes y una sonrisa descarada, se bajó del auto, dirigiéndose a su casa.
Más que sorprendido, la seguí y una vez dentro, se abalanzó sobre mí, besándome, haciéndome sentir el agrio gusto de mi semen. Estaba desconocida, era como una brasa encendida, mientras yo estaba cada vez más confundido.
Tomando mi mano, me guió hasta su cuarto, y solo al entrar empezó a desabrochar los botones de mi camisa. Recobrándome un poco de la sorpresa, y seguramente tranquilo por mi acabada anterior, la senté sobre la cama y tratando de comprender, le pregunté el porque de su cambio, tan radical.
Al serenarse, volvió a bajar la cabeza, para explicarme de a poco y confusamente, que había hablado con su hermana mayor, ya casada, sobre nuestro rompimiento, y que ella le había sugerido, al enterarse del tipo de nuestras relaciones íntimas, que sin dudas era el gran fallo que me había llevado distanciarme de ella. Le había aconsejado y explicado como se hacía un oral, que ella debía tomar a veces el control de la situación, poses, buscar situaciones y lugares morbosos, y varias cosas más. Que aprendiera a disfrutar como mujer, al fin. Y me pidió perdón ya que ella creía que solo dejándome poseerla, yo me sentiría feliz.
La conversación fue larga, y los primeros rayos de sol asomaban por la ventana. Era hora de conocer a la nueva Laura, y ver hasta donde podía llegar. La besé con deseo, y ella me respondió con más deseo aún. Me desvistió besando cada parte de mi cuerpo, para dejarme desnudo, tendido sobre la cama, mientras ella se despojaba sensualmente de la suya, bailando un ritmo que solo escucha en su imaginación.
Ver a esta Laura, tan hermosa, y ahora tan sensual, hacía que me costara contenerme, mis hormonas juveniles me pedían a gritos una rápida solución, pero debo reconocer que mantener la cabeza fría un buen rato, me llevó a recorrer un placer desconocido.
Laura se sentó sobre mis piernas, y comenzó a darme pequeños y húmedos besos por el cuello, bajando por mi pecho, mi ombligo, hasta llegar a mi ávido sexo, que la deseaba, para metérselo lo más adentro que pudo. Disfruté largamente de sus caricias bucales, ya que a medida que le indicaba como debía hacerlo, mayor era el placer que recibía.
No quería terminar nuevamente de esa manera, ese cuerpo me ofrecía múltiples variantes de gozo, por lo que con un rápido movimiento, giré hasta dejarla atrapada bajo mi peso. La tomé por sus muñecas, levantando sus brazos juntos por sobre su cabeza, mientras mis rodillas, separaban sus piernas, dejándola con una leve inmovilidad. Mi boca sorbió la suya, mis labios besaron su cuello, mis dientes dejaron pequeñas marcas en sus hombros. Si bien la respuesta de ella no era violenta, su respirar entrecortado y sus leves gemidos, aceleraban mis caricias. Mis dedos, jugueteando en su sexo, le brindaron el primer orgasmo de su vida.
Nunca comprendí muy bien el porque del cambio, eran cosas que ya había intentado, y con las que había fracasado. Ahora, recibiendo su placer, el mío se acrecentaba hasta el infinito.
Acomodé mi cuerpo para poseerla, pero en cuanto notó mis intenciones, me habló con pasión, con los ojos cerrados, la boca entreabierta, Podía sentir su corazón latir con fuerza, acelerado.
-Por la cola.- Dijo simplemente.
Dulcemente la coloqué de espaldas, una almohada levantó sus cadera, para recomenzar a besarla, la nuca, la espalda, el comienzo de sus nalgas. Delicadamente, con ambas manos abrí los perfectos cachetes, y mi lengua lamió su ano.
Laura gemía, y cuando mi dedo medio pugno por entrar, dio un respingo hacia delante. La dejé relajarse un poco, y con mi nuevo avance, pude apenas introducirlo. Le acariciaba la espalda con la otra mano, diciéndole palabras cariñosas, y en los momentos de relax, ella ronroneaba como una gatita, moviendo la cadera con mi dedo incrustado en ella.
Lenta y pausada fue la introducción de un dedo más, y de un tercero. En mi pasión, olvide de lubricarla, haciendo nuestra unión más fiel, pero más dolorosa. Cuando me pereció que todo estaba listo me ubiqué para penetrarla.
No me encontré con grandes dificultades, fui despacio, pero progresando en cada embate. Ella gimió quedadamente de vez en cuando, pero nada más. Cuando llegué al tope, me detuve a observarnos. Su largo cabello castaño le tapaba parcialmente la cara. Podía notar pequeñas lágrimas rodar por su rostro, que indicaban mas dolor que placer.
Al principio mis movimientos eran lentos, gozando de cada centímetro de ese angosto conducto, ideal de mis deseos por tanto tiempo, que me apretaba y palpitaba con vida propia, intensificando más si se pudiera, mi placer.
Asido de su cadera, las manos crispadas sobre su carne, el olor a sexo que inundaba la habitación. Mi pene, feliz ariete y conducto de las más placenteras sensaciones. Paré de golpe mis penetraciones, para salirme por completo y observar su abierto y palpitante ano. Sabía de esta sensación, única e irrepetible. Me sentía dueño y poderoso.
Recomencé de manera violenta. A cada penetración, Laura acompañaba con un leve quejido, cosa que aumentó más y más mi deseo. No se cuanto rato duró, pero de seguro fue un tiempo largo y cada vez mas intenso.
El orgasmo fue la última y más grande de todas esas divinas sensaciones. El máximo placer, en una noche de vastos placeres.
Recuperado a medias, salí de su interior, recostando mi peso sobre los talones. Me fui levantando, y a los pies de la cama, le tendí la mano a Laura, el máximo gesto que mi cansado cuerpo podía regalar. Ella, adolorida, se unió a mi en un largo abrazo, al tiempo que acariciaba su suave cabello.
-Gracias.- Le dije en un susurro al oído.
-Te quiero.- Me contesto con dulzura.
Nos lavamos y compartimos un desayuno tardío. Me marché cerca del mediodía, sabiendo que había conocido el cielo. Nunca volvimos a estar de novios, pero durante mucho tiempo fuimos amantes.
Pero eso, ya es razón para otros relatos.