Esas tímidas niñas III

La noche se hizo muy larga y llevaba camino de ser la mejor noche de mi vida

Esas tímidas niñas III

Subí a mi habitación como en una nube después de haberla visto subir a ella primero.

Ya no la veía como  hacía algo más de media hora, vaya tipo, vaya curvas y vaya forma de subir la escalera balanceando su perfecto trasero. Parecía que desfilara por una pasarela de modelo, de hecho, seguro que lo estaba haciendo para mi solito y mi polla iba tomando forma. Ella me saludo desde arriba con un beso lanzado con su mano, después de pasarla por su rajita.

Caí entonces en que habíamos realizado un estupendo 69 sin que la hubiera visto desnuda, ella había llevado todo el control, salvo ponerla en la posición del 69 y no había pensado en desnudarla, solo en comerle ese divino chochito y de paso, recibir la mejor mamada de mi vida.

Tenía varias sensaciones golpeando el interior de mi cerebro, mientras subía la escalera:

Por una parte, estaba más orgulloso que un gallo de pelea. Había aguantado como un campeón y la chica se había corrido dos veces. No había fingido, en mi barriga tenía la prueba de sus corridas, me había tragado enteras las emanaciones de su flujo viscoso y sabroso, mientras el agujerito de su coñito y su culito, se abrían y cerraban compulsivamente, y su pepitilla palpitaba compulsivamente. No había duda,  se había corrido como toda una mujer.

Por último, estaba lo de mi matrimonio y mi familia. Si me llegan a pillar mi mujer o mi hija no quiero ni imaginar lo que habría pasado con nuestra economía familiar y la situación ante mi hija me hacía sentir un temblor que no había sentido cuando Anita me comía la polla.

Entre en la habitación donde dormía mi mujer plácidamente y me desnudé, el aire acondicionado estaba apagado porque a mi hija le resfriaba y hacía un calor de verano importante, que abajo no habíamos sufrido porque allí el aire acondicionado estaba en marcha mientras estuvimos.

Como tenía por costumbre me acosté desnudo, a pesar de que mi mujer me reñía porque le preocupaba que las niñas necesitaran algo y entraran, y me encontraran en pelotas.

Estaba muy excitado pero no me costó dormirme, supongo que los nervios me habían agotado bastante. Estaba entrando en el sueño profundo, cuando noté que mi polla se humedecía, era muy agradable y pensé que era un sueño húmedo y caliente.

Pero era demasiado real e intenso y al despejarme y abrir los ojos, aunque la habitación estaba a oscuras, la led del reloj despertador y los móviles cargando, me dejaron ver entre penumbras que Anita me estaba chupando la polla con verdadero entusiasmo, con mi mujer durmiendo a mi lado a menos de un metro.

No me atreví a decir nada, solo le levanté la cabeza y tomándola por la barbilla la acerqué para preguntarle qué hacía, pero ella me besó de una forma increíblemente sensual. Su lengua era tan carnosa como su chochito y besaba como nadie mi había besado nunca. Me recordaba aquellos primeros besos de mi pubertad, en los que dar lengua era triunfar sin paliativos.

Acercó sus labios a mi oreja izquierda y me susurró   - No quería dejarte con ganas de terminar lo que hemos empezado

  • ¿Qué dices cielo? Estoy súper bien.

  • Esta no me engaña, mira cómo está. Y cuando estábamos abajo, después de correrte, ya volvía a estar así.

  • Pero estás loca, nos pillarán y no veas que follón.

En ese momento mi mujer se movió diciendo - ¿Qué pasa, qué estás diciendo?

Mi voz grave no se llevaba bien con los susurros. Anita se escondió detrás de mi cabeza y mi almohada.

  • Nada, debía estar hablando en sueños.

Haciendo voz pastosa de estar dormido

  • Pues cállate ya y déjame dormir.

A todo esto, Anita me estaba besando la oreja y, después de un rato me dijo muy bajito, con el tono más provocador, sensual, atractivo, embaucador e irresistible

  • Baja cuando puedas, te espero en el salón. Pondré el aire, hace mucho calor y los dos estamos muy calientes.

Salió tan sigilosamente como entró y yo esperé a oír que Vicky estuviera bien dormida, no se había llegado a despertar del todo y, en todo caso, estaba empalmado y no era una ocasión que pudiera desperdiciar. Igual no se volvía a repetir algo parecido en la vida. Una joven modelo a mi disposición, era algo que no esperaba y no lo dudé.

De puntillas, cogí en la mano las dos piezas del pijama que casi nunca me ponía, salvo que bajara a media noche a tomar algo, pero que mi mujer siempre dejaba plegado bajo mi almohada, y salí en cueros y descalzo de la habitación.

Y así llegué al salón que estaba a oscuras y en penumbra por la luz de la luna llena que entraba por las grandes cristaleras. Desafiante, encendí la luz más tenue y allí estaba la diosa, acostada a lo largo del sofá. Al verme desnudo y con la polla bien dura y erguida, se levantó orgullosa y se bajó sus shorts de una forma tan sensual que la polla me dio un brinco que me preocupó, solo faltaría que ahora me corriera rápido, ya no estaba tan desconcertado como hacía un par horas. Después se fue abriendo los botones de la parte superior de su pijama, y aparecieron los senos más perfectos que hayáis visto. El pezón rosadito y salido, duro, pequeño, pero con un relieve perfecto. Apetecible y tentador.

Sin haber cumplido los 18 ya estaba totalmente formada como mujer, con una delgadez natural sin esfuerzo alguno y tan elegante como sublime. Quince años después, sigue siendo un pedazo de hembra, pero ahora esta delgada gracias a las dietas que la tienen algo desquiciada.

Cerré la puerta del salón y me acerqué hacia ella, antes de que llegará hasta ella y antes de pronunciar yo una palabra me dijo: - Te he mentido.

  • ¿Cómo? ¿En qué?

  • No he subido para dejarte totalmente satisfecho.

  • ¿No, pues?

  • He subido porque (mientras se acercaba tomando mi mano derecha) mira cómo me tienes.

Estaba totalmente empapada, mojada es poco.

La besé intensamente, fui bajando y me comí a besos, lamidas y suaves chupaditas esos pechos perfectos. Me arrodillé y le chupé ese maravilloso coñito rubio hasta dejarla solo húmeda. Estaba riquísimo, el de mi señora no tenía mal sabor, pero ella lo tenía delicioso. No me había comido nunca un chochito de 18, igual todos eran así, el más joven que había probado tenía 22 y hacía mucho de ello, tampoco estuvo nada mal, pero este era un manjar.

Ella me tomó la cabeza y me empezó a besar, chupando los restos de sus fluidos. Bajé la mano y tomé un poquito de los fluidos que no cesaban de manar y se lo llevé a la boca, chupó los dos dedos con verdadera pasión, estaba claro a ella también le gustaba su propio sabor.

Fue ella la que se puso en cuclillas para empezar una nueva mamada de mi polla, y de nuevo la suavidad con la que lo hacía, me permitía no correrme y disfrutar de ello lo más posible.

Al rato, tras algunos brotes preseminales que ella degustó encantada, me cogió por el rabo y me llevó al sofá, haciéndome acostar.

Allí estaba yo, acostado con la cabeza en el respaldo del sofá esperando a ver que hacía la diosa que tenía de pie ante mí.

Anita pusó una rodilla a cada lado de mis caderas y empezó a bajar su rajita sobre mi polla, se frotó la pepitilla con la punta de mi glande, y poco a poco, se la fue metiendo hasta el fondo. La lentitud no era porque costara, estaba tan caliente, suave y mojada que la polla resbalaba hacia dentro como si nada. Iba despacio porque estaba disfrutando, suave y lento como sus mamadas.

Sin sentirme apretada la polla, parecía que la llenaba totalmente, ello sin tener una gran polla. El interior de su chochito era tan carnoso que se adaptaba perfectamente a la polla que fuera creo, y yo notaba sus paredes carnosas, suaves, mojadas y calientes, frotar mi polla totalmente, cuando Anita empezó a bombear, suave pero continuamente.

Como no tenía claro si iba a resistir mucho, empecé a rozarle, con sus propios flujos que llenaban mi pubis, muy suavemente el clítoris que estaba totalmente salido de su capuchón, absolutamente excitado y erguido.

En un par de minutos Anita estaba gimiendo descontrolada, y yo no pude aguantar ni un segundo más. Mostré intención de apartarla para correrme fuera, pero ella apretó fuerte el trasero y empezó a cabalgarme mientras continuaba corriéndose. Y yo empecé a follármela con todas mis fuerzas al compás de sus bombeos, metiéndosela hasta los huevos.

Menuda corrida. Creo que nunca había tenido la sensación de eyacular con tanta potencia, salvo, tal vez, una vez  había llegado más allá de los dos metros.

Poco a poco fuimos parando y se acostó con sus duros pecho sobre mi pecho. Y la abracé como si fuera el amor de mi vida.

Nada importaba en ese momento, solo tener en mis brazos a la diosa que se había corrido conmigo como nadie hasta ese momento.

Pasados unos segundos, menos de un minuto, empecé a sentir de nuevo el miedo a ser pillado, sensación que no existía durante la faena. Pero ya acabada, pensaba que si habíamos tenido la suerte de no ser interrumpidos, para que prolongar el riesgo.

  • ¿Qué hacemos? - le pregunte. – Hasta ahora hemos tenido mucha suerte Anita, pero deberíamos aprovechar que no nos han pillado para vestirnos y sentarnos cada uno en un sofá, por si baja alguna de las dos. ¿Te parece bien?

Sin decir nada, sacó mi polla de dentro suyo, no quedaba mucho de lo que era hacía un rato, estaba chiquita y me dio un poco de vergüenza. Se pasó dos dedos por la rajita y sacó un goterón de mi leche y sus flujos, los llevó a su boca y relamió los dedos. Volvió a tomar y me los puso a mí en la boca, los bebí, ya no estaba tan rico, tenía el sabor amargo de mi esperma mezclado con el néctar de sus flujos. Pero no dejé rastro.

  • Habrá que limpiarlo – Dijo.

Y se puso a relamer mi polla enterita, mi pubis, los huevos, la parte interior de mis muslos, me dejó reluciente. Hasta lamió mi ojete del culo, lo que nunca nadie me había hecho, porque hasta allí había llegado su flujo y mi esperma.

El sofá de piel estaba bien engrasado. Tras ponerme el pijama, fui a por un trapo de cocina para limpiarlo y, entrando al salón, vi una mancha viscosa en el suelo, eran los jugos que Anita había derramado cuando estaba mamando mi polla de cuclillas. Menudo charlo el de la tímida niña.

Ya se había vestido, con su escueto pijamita y me miraba como un perrito juguetón.

  • ¿Y ahora qué hacemos?

  • ¿Qué qué hacemos?, habrá que dormir algo ¿o no piensas dormir cielo?

  • Pero es que tendré que tomar algo para no quedarme embarazada ¿No?

  • ¿Cómo? ¿No estás tomando nada?

  • No, no suelo tener relaciones.

  • ¿Qué podemos hacer? – Pregunté absolutamente sorprendido.

  • Tomar la pastilla del día después.

  • La tienes aquí.

  • Que va. Habrá que ir a la farmacia e urgencia.

  • ¿Pero no es la del día después?

  • Dicen que mejor tomarla cuanto antes.

  • ¿Tenemos que salir ahora a las tres de la mañana?

  • Sería lo mejor.

Me puse a pensar y le dije que subiera a vestirse y bajara.

Subí a mi cuarto y con el máximo sigilo, me puse un chandal y me calcé unas deportivas.

  • ¿Qué estás haciendo? – Me preguntó mi mujer.

  • He bajado a tomar un vaso de leche y me he encontrado a Anita llorando en la cocina.

  • ¿Qué le ocurre?

  • Pues parece que tiene una migraña terrible.

  • Pues dale un ibuprofeno o un nolotil o yo qué sé.

  • Ya le he ofrecido, pero me ha dicho que solo toma un tipo de pastillas que siempre lleva encima, y que se las ha olvidado.

  • Ahora bajo.

  • No mujer, yo ya estoy vestido, vamos a buscar una farmacia de guardia y vuelvo.

  • ¿Vais los dos?

  • Parece ser que es una receta de la seguridad social y solo se la dan a ella.

  • Vaya panorama. No tardes que mañana no valdrás para nada.

  • Ok

No le di un beso por miedo a que oliera los flujos de la diosa o el esperma de este tarado. Porque tenía razón la cría, no había pasado mucho rato cuando ya estaba loco por ella.

La noche no había acabado.

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A ver si puntuáis el relato, me dais vuestra opinión y me mandáis un correo si queréis comentar personalmente.

Me gustaría saber si para vosotros vale la pena que siga contando lo que ocurrió.