Esas excitantes falda
Me pajeo con las faldas de Pilar, la amiga de mi madre
La ropa femenina siempre me ha excitado, me ha gustado desde mi más temprana adolescencia, ver a las mujeres con esos vestidos escotados a media pierna, esos sujetadores que estaban en contacto con la parte femenina que siempre más me ha atraído y sobre todo esa prenda distintiva de la mujer, la que la diferencia de los hombres (salvo algunas excepciones), estoy hablando de las maravillosas faldas, si por mi fuese habría una ley que exigiría que todas las mujeres las usaran, pero en fin, eso es imposible. Y si la falda la lleva una mujer madura de grandes pechos, mejor que mejor, es alucinante.
Cuando voy por la calle paseando me fijo en todas las mujeres que las llevan y no os creáis que por ser más cortas me excitan más las que más me gustan y me ponen a cien son las que llegan por encima de las rodillas que insinúan sin enseñar, cosa que siempre me ha gustado más y ya si son de cuadros o estampadas me vuelven loco, a veces no puedo casi ni andar de la excitación que me producen.
Las faldas además son cómodas no hay que quitárselas para poder follar, basta con levantarlas a la altura de la cintura bajar las bragas y meter la polla bien tiesa por el coño húmedo de la mujer y si esta está a cuatro patas en el suelo a estilo perro ya es sublime, sujetando la falda con las manos para que no se baje o tocándole las tetas por encima del vestido o jersey que lleve puesto, si es sin sujetador debajo mucho mejor.
La primera experiencia que tuve con la ropa interior femenina sucedió en casa de la amiga de mi madre de mi primer relato, yo tenía entonces unos catorce años y ella unos cuarenta, pero me volvía loco, sobre todo por sus tetas que destacaban de su cuerpo y se marcaban en todas sus camisetas, vestidos, batas, etc… Pues bien un día estaba yo en su casa con mis padres, en un momento dado tuve que ir al servicio por una necesidad perentoria, la verdad es que no tenía nada pensado en ese momento, pero cuando entré y vi en la bañera un sujetador no pude reprimirme, lo cogí, me lo acerque a la nariz y lo olí, el pensar que esa prenda había estado y volvería a estar en contacto con la parte de la anatomía que más me atraía de la mujer de mis sueños hizo que mi polla se pusiera como un poste, cogí la copa del sujetador entre mis manos y empecé a restregármela por toda la picha, despacito, intentando que el placer durase el mayor tiempo posible, pero al poco tiempo no pude más y me corrí en la copa del dichoso sujetar, como pude cogí papel higiénico y lo limpié, eso sí, dejé una pequeña marca para pensar que cuando se lo pusiera mi lefa iba a estar en contacto con sus pechos, a lo mejor incluso en contacto con sus pezones, eso hacía que me pusiese cachondo cada vez que lo pensaba lo que daba lugar a nuevas pajas.
En esa época íbamos bastante a casa de la susodicha zorra y siempre entraba en el servicio a ver si se volvía a repetir lo del sujetador, pero nunca más pasó, a lo mejor se dio cuenta y decidió que dejase mi lefa en su sujetador era un desperdicio, que mejor estaba en su coño peludo, porque al final acabé follando con ella como ya conté en el otro relato, y ella me recordó lo del sujetador, diciéndome que a partir de ese momento no me quería ver desperdiciar ni un poquito de mi semen en sus prendas íntimas que para eso estaba ella, para recogerlo todo en sus entrañas.
Yo la verdad es que nunca la hice caso y seguí a lo mío que era oler y gozar con la ropa que luego ella iba a llevar puesta sin saber o sabiendo que estaba llena de esperma mío.
Muchas veces cuando se iban de vacaciones nos dejaban a nosotros encargados de que echásemos un vistazo a su casa, pues bien, esas fechas eran ansiadas por mí, lograba que mi familia me encargara de ir a su casa y en cuanto llegaba a ella todo se repetía paso a paso, lo primero que hacía era abrir el cajón de la mesilla de noche donde sabía que tenía su ropa interior, cogía un sujetador, la bragas nunca me interesaron y repetía la operación que había realizado el otro día en el servicio, solo que esta vez lo hacía encima de su cama de matrimonio que me daba más morbo al pensar que en ella la había echado mis buenos polvos, un día el sujetador que cogí era azul, me bajé la cremallera del pantalón y ahí estaba mi polla totalmente erecta y esperando que el ritual continuara, así lo hice me restregué el sujetador por toda la polla, me bajé los pantalones y los calzoncillos e incluso introduje un poco la copa del sostén por el agujero de mi culo, la corrida fue de las que hacen época, quedando todo el semen derramado por la cama de la guarra, como pude arreglé el desaguisado, ya que la sábana había quedado totalmente llena de semen, en fin que no debieron darse cuenta a su regreso o por lo menos no dijeron nada.
Pero yo ese día no había tenido bastante y después del susto de lo de la sábana decidí que debería seguir con el juego ya que mi polla pedía más y yo por supuesto iba a satisfacerla, cogí y me fui al armario que tenían en la misma habitación abrí una puerta y allí ví todas las faldas y vestidos que tanto me excitaban de la puta y que tantas veces había tocado al sobarla cuando estábamos solo, cogí una falda que era roja y que solía ponerse cuando quedábamos, la susodicha falda tenía botones por delante y cuando la tenía puesta me excitaba sobremanera y desabrochándoselos poco a poco hasta dejar el coño al descubierto y poder meterle los dedos bien dentro para que se corriera y gozase como la perra que era.
Pues bien, me desnudé y me puse la falda, con ella puesta me empece a masturbar por encima de la tela y al poco rato de nuevo el esperma caía sobre la falda roja dejando una mancha oscura a la altura de donde había estado el capullo de mi cipote, por ese día di la sesión masturbatoria por terminada, sabiendo que como estaban de vacaciones un mes tendría más ocasiones de volver a la madriguera de la zorra, nunca mejor dicho.
Al día siguiente volví y fui derecho al armario, en esta ocasión cogí un vestido rojo, moteado de topos negros que a la altura de las tetas tenía dos o tres botones que también habían sido desabrochados en más de una ocasión por mis manos temblorosas al pensar que debajo de dichos botones se ocultaban un buen par de tetas las cuales iba a tener dentro de mi boca en el instante siguiente, cuando desabrochaba esos botones, la siguiente operación era sacar las tetas del sujetador que tenía, casi siempre negro y metérmelas en la boca para chuparlas como si fuese un bebé en el momento en que su madre le da el pecho, luego me gustaba repasar bien con la lengua sus pezones que ya tenía como escarpias de lo excitada que estaba, dichos pezones eran oscuros y grandes y me gustaba mordisqueárselos hasta que gemía como una perra.
Pues bien, con el vestido colgado de una percha, en su armario de su habitación me saqué la polla y me la restregué por la parte de la falda, esta vez tuve más cuidado y cuando me iba a correr separé la polla de la tela, con lo cual todo el semen cayó al suelo, cogí la fregona y lo limpié lo mejor que pude. Esta operación se repetía todos los días que iba a su casa aunque generalmente lo hacía con las faldas que tenía y que eran muchísimas porque era una prenda que utilizaba habitualmente, ya que los pantalones no eran nada cómodos para una puta como ella que aprovechaba cualquier ocasión para echarme un buen polvo, los hemos echado en su casa incluso estando su familia presente, nos metíamos por alguna habitación algo apartada, le subía la falda, le bajaba las bragas y empezábamos con la faena, eso sí, se tenía que tapar la boca para que sus gemidos no la delataran.
Bueno, pues esta es mi historia con la ropa femenina, espero que os haya gustado, aparte de con la ropa de esta fulana mi historia continúa con sujetadores de la mujer de un primo, ese día me hice como unas tres pajas, cada vez que iba a servicio tenía que hacerme una, porque su casa era pequeña y tenía la colada en dicho lugar, después de ese día supongo que tendría que ponerla a lavar de nuevo. También con la misma prenda de una tía mía que tenía unos buenos pechos que me ponían a cien cada vez que la veía e incluso con una chaqueta de una compañera de trabajo y que olía a hembra cosa mala.