Esas cosas del amor, tan singulares

Es algo muy profundo, siéntanlo.

Como fruta cuyo gajo se desprende, mi corazón se desplomó. Terso fulgor a pétalos dorados, me poseyó su encanto femenil. Clon de no sé que flor deslumbrante adornó mi camino, dulcemente. Pueril mujer, de vestidito corto, tu seducción me subyugó. Tú percataste el rubor de mi mirada codiciando tu cariz, sin pudor. Más de una vez los ángeles traviesos pillaron lujuria en mis pensamientos. Lobo feroz -de dóciles rebaños- mofado por candores maliciosos. Esas cosas del amor tan singulares, que la vida nos suele demostrar, no se pueden expresar con tiernos versos ni romanzas magistrales. ¡Qué difícil es hallar la bienandanza en este mundo mezquino y trivial!. Engrosa, el calcio, tus articulaciones y tu argumento pierde convicción; de repente, brilla una luz en la niebla reanimando tu aura cenicienta... ¿Dime, Señor, pues cómo no enamorarse de una chica de precaria sobriedad...? Bien es cierto, no hay edad para amar, siempre y cuando coincidan las prioridades.