Esa perra es mía

Eso fue lo que le dijo a Félix su cuñado, y estaba refiriéndose a su mujer

Esa perra es mía.

(Eso fue lo que le dijo su cuñado a Félix refiriéndose a su mujer)

Félix se había convertido en un cornudo consentido como consecuencia de las experiencias que vivió de joven. De alguna manera, se vio influenciado por aquellas vivencias, viéndose arrastrado hasta un punto de lujuria donde llegaría a compartir a su mujer.

Con dieciocho años, mucho antes de conocer a Valeria, su actual mujer, a las puertas de la universidad, muy motivado para iniciar la andadura en la carrera de Medicina, dieron comienzo esas morbosas vivencias. Era un chico formal y aplicado en los estudios, guapito de cara, deportista y educado, bastante ligón con las chicas, hijo de un rico empresario de la construcción y de una abogada. Había salido con varias chicas, rollos que como mucho duraron unos meses, pero nada serio, nada de amor verdadero. Su hermana María le llevaba diez años y salía con Enrique, un pijo de treinta años, un holgazán y caradura que vivía del cuento, un fantasma con aires chulescos que siempre iba muy bien arreglado y repeinado. A sus padres no les gustaba, pero María siempre había sido una chica muy independiente y pasaba de ellos.

Su hermana María era una mujer ligeramente rellenita, de mediana estatura, con el cabello cortito, rubio con mechas, cara regordeta de pronunciados mofletes y nariz afilada, grandes pechos y culo gordo, con la piel bastante rosada. Solía arreglarse con cierta elegancia y maquillarse, aunque nunca había salido con ningún chico, quizás por sus complejos de chica gordita. Sin embargo, el cabrón de Enrique se había fijado en ella, la había engatusado de tal manera que estaba prendadita de él a pesar de que derrochaba en abundancia ese carácter chulesco. Pero al menos salía con un chico guapo y pijo, al menos provocaba la envidia en sus amigas. Félix sabía que el muy cabrón estaba con su hermana por el dinero, porque sus padres estaban forrados, pero bueno, se llevaba bien con su cuñado y le consideraba como el hermano mayor que nunca había tenido.

Félix veía a su hermana María feliz con aquel chico, aunque pudo darse cuenta de que acataba el agrio comportamiento de su novio y le reía todas sus fantasmadas, quizás por temor a perderle. Aparte de chulo, era un bebedor y de vez en cuando tomaba drogas, incluso sabía que a veces involucraba a su hermana en sus vicios. En alguna ocasión la había visto llegar a casa borracha o colocada. Félix había asistido a varias broncas, incluso en alguna ocasión había escuchado cómo la insultaba, pero nunca quiso intervenir. Al final solían arreglar las cosas y todo volvía a su cauce.  Le entraban ganas de aconsejarla para que cortara con él, pero conociéndola, todo hubiese sido en vano.

Félix nunca había practicado sexo y como cualquier joven tenía que conformarse con hacerse pajas viendo películas o revistas. Con las chicas que había estado sólo había tenido besos y ligeros manoseos, entre otras cosas porque era un chico tímido y poco lanzado, bastante romanticón. Sus primeros cuernos le llegaron muy temprano, a esa edad, con dieciocho años. Empezó a salir con Silvia, de la que empezó a enamorarse a medida que iba pasando el tiempo. Pero a los tres meses de relación tuvieron una pequeña bronca y cortaron. Félix guardaba la esperanza de recuperarla, pero su móvil no terminaba de sonar. La echaba de menos, la amaba. Sentía algo serio por ella.

Un sábado, después de dejar a sus amigos, fue a buscarla a la discoteca donde ella solía ir con sus amigas. Estaba dispuesto a pedirle perdón para arreglar las cosas. Pero cuando avanzaba entre el gentío que abarrotaba la pista, esperanzado de poder volver a besarla, sentir sus brazos, la vio al fondo morreándose con un tío. Se quedó estupefacto. Se morreaban apasionadamente, abrazados, manoseándose las espaldas.

Muy decepcionado, salió de la discoteca y se montó al volante de su coche, enrabietado, con muchas ganas de llorar para expulsar el aluvión de celos. No había pasado ni una semana desde que cortaron y ya estaba liada con otro. Estaba en su derecho, porque no estaban juntos, pero esperaba que hubiera estado más enamorada de él.

Les vio salir al cabo de un rato, agarrados de la mano. La vio montarse en un coche y decidió seguirles. Seguro que la llevaba a casa. Tendría la oportunidad de hablar con ella cuando él se fuera. Pero fueron a un descampado a las afueras de la ciudad, a un picadero donde las parejitas solían ir a hacer manitas. Había varios vehículos aparcados junto a los árboles. Félix aparcó en el camino para no llamar la atención y, cobijado en la oscuridad, buscó entre la maleza hasta localizar el coche. Allí les vio follando. Tenían la luz interior encendida y la ventanilla bajada. Félix se acuclilló a cuatro metros del coche. Sólo veía el torso de Silvia, cabalgando y gimiendo encima del tipo. Sus tetitas pequeñas se meneaban alocadas. Emitía gemidos con los ojos entrecerrados.

-          Ahhh… Ahhh… Ahhh…

-          Así… Muévete… Muévete…

Saltaba como una condenada emitiendo gemidos constantes, hasta que empezó a resoplar con los ojos cerrados, dejando de moverse, como si el tipo hubiese eyaculado. Entonces se curvó hacia su amante y Félix dejó de verla. Oyó besuqueos.

-          Joder, me he corrido bien… Qué puto polvo te he echado…

-          ¿Te ha gustado, cariño?

-          Joder, qué bien follas… Dame un cigarro.

En ese momento, Félix volvió al coche y allí derramó sus lágrimas de celos. Luego volvió a casa, frustrado por esa primera relación seria. Pero era joven, había más chicas. Podría olvidarla. Unos días más tarde se la encontró por la calle y charlaron un rato, ella intentó besarle, pero Félix rechazó el beso. La había visto follar con otro y esa imagen nunca se le borraría de la cabeza.

Se concentró en los estudios. Tras su mala experiencia con Silvia, no quería líos con chicas y él no servía para rollos de una noche porque era una persona muy enamoradiza. Algunas intentaron ligar con él, pero todo resultó en vano. Se consolaba haciéndose pajas de vez en cuando. Pero un sábado por la noche, su vida iba a cambiar.

Aquella noche no salió porque se acercaban las fechas de los exámenes trimestrales. Cenó con sus padres y luego se encerró en su habitación para repasar unos apuntes. Les oyó acostarse sobre la medianoche. Estuvo estudiando hasta las tres de la madrugada. Ya se sentía bastante cansado y se levantó para acostarse. Entonces oyó la puerta de la calle y unos susurros. Seguro que eran su hermana y su cuñado que volvían de marcha. Enrique solía acompañarla a casa. Le apetecía tomarse un vaso de leche.

Salió de la habitación y caminó descalzo por el pasillo sin parar de bostezar. Estaba muy acobardado de tanto leer. Aún oía los susurros. Pero se paró de repente cuando les vio enrollados junto a la puerta principal. La lamparita del hall les iluminaba. Permanecían abrazados, su hermana de espaldas contra la pared, morreándose intensamente y manoseándose las espaldas por encima de las ropas. Le dio corte llamar la atención y decidió aguardar a que su cuñado se marchara. Veía las manitas de su hermana deslizarse por la espalda de su novio y oía los chasquidos de saliva. Daban la impresión de que iban para rato, pensó que era mejor regresar a la habitación, pero entonces oyó la voz de su cuñado.

-          Date la vuelta.

-          Ahora no, cariño, están mis padres arriba. ¿Y si baja alguien?

-          Venga, coño, estoy caliente como un puto perro – apremió Enrique.

-          Aquí no, Enrique, de verdad…

-          Venga, hostias…

La sujetó por el brazo y la forzó a colocarse contra la pared. Félix miraba atónito, sorprendido por la tremenda sumisión de su hermana. Veía a su cuñado de espaldas. Era alto y robusto. Vio que empezaba a desabrocharse el cinturón.

-          Súbete la puta falda -. María bajó sus manos y se fue subiendo la falda negra que llevaba hasta que aparecieron sus bragas negras, unas braguitas que apenas abarcaban su voluminoso culo -. Bájate las bragas.

Félix asistía perplejo a la escena. Observó cómo su hermana se bajaba las braguitas, descubriendo su culo de nalgas rosaditas, abombado y blandito, con una raja profunda. Las dejó enrolladas cerca de las rodillas. Su cuñado se tiró de un lado del pantalón y le vio parte de su culo, un culo pequeño y estrecho de nalgas musculosas y doraditas. El morbo levantó el pene de Félix bajo el pijama y empezó a tocarse con los ojos fijos en el culo de su hermana. Nunca la había visto desnuda, sólo en bragas, y menos en aquella posición tan erótica.

-          Qué culo tienes, hija puta – jadeó -. Cómo me gusta follártelo. Ábretelo -. María llevó sus manos hacia atrás y se abrió la raja -. Así… Así… - jadeaba sacudiéndosela.

Desde su posición, no lograba ver los detalles del culo de su hermana, sólo sus manos abriéndose la raja. También observaba a su cuñado de espaldas agitando el brazo derecho. Se pegó a ella y la penetró analmente, con la verga en posición horizontal clavándose en el ano. Pudo oír los dolorosos resoplidos de su hermana, cómo su cuñado se removía para poder penetrarla. Y comenzó a contraer el culo pequeño para follársela, aplastándole las nalgas en cada embestida, lamiéndola por el cuello y metiéndole las manos bajo la camiseta para manosearle los pechos.

No pudo aguantarse, el morbo resultaba impresionante. Se bajó el pantalón del pijama y empezó a masturbarse viendo cómo su cuñado se follaba a su hermana María. El muy cabrón contraía el culo velozmente pinchándole el ano, manoseándola por todos lados y besuqueándola. Pudo ver sus huevitos danzando alocados entre las piernas arqueadas. María resoplaba con desesperación con la frente apoyada en la pared y las manos hacia atrás para mantenerse abierta la raja.

Pero de pronto, miró hacia atrás por encima del hombro y vio a Félix asomado al fondo. Félix continuaba masturbándose a pesar de la mirada de su hermana, aunque ella no podía verle. Ella le hacía gestos con las cejas, como diciéndole que se fuera, pero Félix seguía inmóvil.

-          Muévete, cabrona… Muévete que me corro…

Mirando a su hermano, empezó a menear el culo mientras él la embestía, hasta que Enrique paró con el culo contraído, llenándole el culo de leche. María volvió la mirada hacia la pared. Su novio seguía pegado a ella, besuqueándola, hasta que se apartó colocándose los pantalones.

-          Estaba que reventaba y ese culo que tienes me vuelve loco.

María se subió las bragas a toda prisa y se bajó la falda volviéndose hacia él.

-          Aquí es peligroso, cariño, pueden pillarnos.

-          No pasa nada, mujer, anda, dame un beso.

Félix volvió a su habitación y se recostó en la cama. Tenía todo el slip manchado por haber eyaculado, casi al mismo tiempo en que lo había hecho Enrique. Oyó la puerta y a los cinco minutos su hermana irrumpió bruscamente en la habitación.

-          ¿Qué coño haces, imbécil? ¿Qué estabas mirando?

-          Perdona, Mari, iba a la cocina y os pillé así…

Su hermana se acercó y le atizó una bofetada en la cara.

-          Eres un mirón pervertido. No vuelvas a espiarme, ¿te enteras?

-          Lo siento, perdóname.

-          La próxima vez te parto la cara, gilipollas.

A partir de aquella noche, Félix ya no miraba igual a su hermana. Empezó a pajearse rememorando la escena donde Enrique se la follaba por detrás, reproduciendo cada detalle, cada movimiento. Cuando les veía juntos, se excitaba, se los imaginaba follando, se lo imaginaba a él dándole caña. Empezó a cogerle las bragas para masturbarse con ellas y a veces se arriesgaba a espiarla cuando se desnudaba, aunque su hermana era bastante precavida y no pudo ver mucho.

Otro día, tras un almuerzo en familia, Félix se fue con su madre a tomar el sol junto a la piscina que tenían en el patio. Su padre se fue a jugar al pádel y su hermana y Enrique se quedaron dentro de casa. A Félix, tumbado junto a su madre, no se le quitaba la idea de que pudieran estar liados dentro de la casa. Necesitaba correr el riesgo y mirar, llevaba mucho rato empalmado.

-          ¿Te traigo un zumo, mamá?

-          No, no, ahora no.

-          Voy a tomarme un zumo.

Algo nervioso, fue hacia el interior de la casa. La tele estaba puesta, pero ellos no estaban en el salón. Se asomó al largo pasillo y vio un resplandor de luz escapando del cuarto del baño principal. También oyó susurros. Avanzó despacio. Si le descubrían, podría excusarse de que iba a su habitación. Vio la ranura del cuarto de baño. Estaban dentro.

-          Así, puta, muévete el coño… Muévetelo… Así… Así… Mírame, puta…

Se inclinó ligeramente y les vio de perfil. Su hermana estaba completamente desnuda, sentada  y erguida en la taza, con la mano derecha meneándose el coño, un coño muy peludo y carnoso, de gruesos labios blandos. Se lo tapaba con la palma y se lo meneaba en círculos. Con la izquierda se tocaba las tetas, unas tetas gigantescas, muy lacias, de gruesos pezones y pronunciadas aureolas. Miraba sumisamente hacia su novio, que permanecía de pie ante ella, también desnudo, sacudiéndose nerviosamente la verga, una verga gruesa y larga, de tono dorado, con poco vello y huevos pequeños y duros.

Félix se metió la mano dentro para tocarse.

-          Tócate, puta… Así… Así… Ummmm… Ummmm… Ábretelo, ábretelo… - apremió nervioso.

María se abrió el coño, se separó los gruesos labios vaginales mostrando la carnosidad rojiza del interior. Félix se masturbaba impresionado por aquella sumisión. Enrique flexionó las piernas, apuntándola y cascándosela, hasta que escupitajos de leche espesa empezaron a lloverle en el coño, inundando toda la raja abierta.

-          Qué gusto, puta… - le dijo dándose los últimos tirones.

Félix observaba cómo la leche espesa resbalaba por el coño de su hermana y goteaba al interior de la taza. Temeroso de que le descubrieran, retrocedió hasta la cocina, se metió en la despensa y allí terminó de masturbarse. Luego vio pasar a Enrique, con la polla hinchada bajo el bañador elástico que llevaba. Y más tarde a su hermana con su bikini azul marino. Pudo verle una manchita negra en la delantera de las bragas, seguramente de semen.

Aquellas escenas le impedían concentrarse en los estudios. Cada vez que veía a Enrique, se lo imaginaba sometiendo a su hermana María y tenía que ir a masturbarse para apaciguar los nervios. María, por temor a perder a un novio tan guapo, accedía a sus asquerosas exigencias. Intentó espiarles más veces, pero no tuvo grandes oportunidades, bien porque se encerraban o porque eran más precavidos. De todas formas, seguía excitándole la presencia de Enrique, su carisma e imposición, sus maneras de pervertir a su hermana María. Empezó a llevarse mejor con él, Félix se comportaba con él de manera menos despectiva, llegándole a pedir consejos sobre temas personales, como si fuera un hermano mayor. Incluso una vez, para ir profundizando en su confianza, le pidió un preservativo, a sabiendas de que no lo usaría.

-          ¿A quién te vas a tirar, cabroncete? – se burló dándole unas palmaditas en la cara.

-          No sé, Enrique, por si surge…

-          Yo no uso gomas, a tu hermana le gusta follar a pelo, ¿entiendes?

-          Pero es arriesgado.

-          Pues si la dejo preñada qué le vamos a hacer.

Un domingo sus padres se fueron a comer con unos amigos y Félix salió con la bici. Regresó a casa sobre las cuatro de la tarde, cuando más calor hacía. Vio el coche de su cuñado aparcado en la puerta. Entró por el garaje para colgar la bici, cruzó el patio y cuando iba a acceder a la casa, oyó la voz jadeante de su cuñado.

-          Así, muy bien, puta… Sigue así, lo haces muy bien…

Tragó saliva. Dio unos pasos sigilosamente por la cocina. La puerta de acceso al salón estaba entreabierta. Le machacaron los nervios, podían descubrirle. Por otro lado, se había empalmado con sólo imaginarle. Al final, decidió arriesgarse, no era culpa suya que se liaran en el salón a pleno día. Se inclinó ligeramente y les vio. Su hermana le estaba haciendo una mamada.

Enrique, desnudo de cintura para abajo, permanecía reclinado en el centro del sofá, con las piernas separadas, mientras su hermana, a cuatro patas en el suelo, le hacía una mamada. A ella la veía de espaldas, aunque no podía verle el culo porque unas faldas plisadas se lo tapaban, sin embargo tenía las bragas negras bajadas y enrolladas cerca de las rodillas. Llevaba una camiseta negra, pero sus pechos le colgaban hacia abajo y se balanceaban levemente bajo la tela. Subía y bajaba la cabeza despacio. No la veía mamar, pero oía el constante chupeteo. Con los ojos entrecerrados, concentrado en las chupadas que recibía su polla, la tenía sujeta por la nuca para que no bajara el ritmo de la mamada mientras que con la otra mano le revolvía el pelo de la coronilla. Félix no pudo aguantarse. Se bajó la delantera del pantalón ciclista para cascársela.

-          Chupa, puta… No dejes de chupármela… Así, despacio, despacio…

Su hermana no paraba de asentir con la cabeza, comiéndose la polla de su novio. Cuando más concentrado parecía que estaba, Enrique abrió los ojos y vio al fondo a Félix asomado, cascándosela. Félix se acojonó guardándose la polla deprisa, haciéndole un gesto como para decirle de que les había pillado y no sabía qué hacer. Enrique le sonrió obligándola a mamar más deprisa.

-          Chupa como es debido, coño… Jodida puta -. Se irguió en el sofá. María continuaba mamándosela. Extendió los brazos y le tiró de la falda hacia la espalda descubriendo su enorme culo, ofreciéndoselo a su hermano Félix.

Miró hacia Félix. Veía todo el culo de su hermana, meneándose ligeramente al mamar. Llegaba a diferenciar el ano arrugado y blanquecino en el fondo de la raja y toda la chocha peluda entre las piernas, una jugosa raja de labios carnosos. Su cuñado, con los brazos extendidos, le abrió el culo, como para mostrarle el ano. Se mojó la yema de saliva y se lo pasó por encima, después le soltó un severo azote en la nalga. Su hermana contrajo todo el culo, pero no dejó de mamar.

-          Qué culo tienes, cabrona, da gusto follártelo… -. Volvió a reclinarse, permitiendo a su cuñado Félix que siguiera mirando, y volvió a plantarle las manos en la cabeza para obligarla a tragársela entera, sujetándosela como si fuera una pelota de rutby -. Cómetela, hija puta…

Félix oyó a su hermana carraspear, como si le hubiera hundido la verga en la garganta, y la oyó escupir babas, babas que colgaron del trozo de culo que sobresalía de Enrique. Le había dejado la mano señalada en la nalga. Viéndole el coño y el culo moviéndose, oyéndola mamar, se bajó de nuevo la delantera del pantalón para seguir cascándosela. Enrique sonrió al verle. El orificio anal se contraía.

-          Vamos, bonita, súbete…

María se incorporó pasándose el dorso de la mano por la boca. Después, apoyándose en las rodillas de su novio, logró levantarse. Las nalgas le vibraban, ya con la raja cerrada y las bragas bajadas. Entre sus piernas, pudo verle la enorme polla erecta, toda baboseada, con salivazos por el tronco e hilos de babas resbalando por los huevos duros.

-          Sácate las tetas y móntate.

Obediente, María se levantó la camiseta y terminó de quitarse las bragas, inclinándose, volviéndosele a abrir el culo. Félix le vio la espalda carnosa y parte de la curvatura de las tetas sobresaliendo por los costados. Se abrió de piernas y se montó encima de su novio, de cara a él, asentándose sobre la verga, que lentamente, fue hundiéndose en el chocho. Enseguida, Enrique se irguió, aplastándole las tetas con el tórax musculoso, le plantó las manos en el culo y empezó a follarla con fuerza, subiéndole y bajándole el culo de manera alterada. Se puso a gemir como una descosida, con sus pechos blandos saltando sobre el rostro de su novio. Félix veía cómo la verga perforaba el chocho de su hermana, cómo se la hundía hasta pegar los huevos en los labios vaginales, apretando sus yemas en las nalgas. A veces, Enrique se asomaba por encima del hombro de ella para mirar a Félix.

-          ¿Te gusta, puta?

-          Sí… - gemía ella.

Le levantó un poco el culo y empezó a contraerse para follarla, elevando la cadera del sofá para metérsela, haciéndola chillar como una perra, provocándole un violento baile de los pechos, hasta que paró de repente soltando unos jadeos secos. Félix eyaculó sobre el pantalón al ver cómo su hermana reposaba con la verga metida en el coño. Se besaban. Vio aparecer un hilo de leche por la base de la verga, resbalando por la curvatura de los huevos. Aún le tenía las manazas en el culo.

-          Anda, putona, quita y límpiame la puta verga.

Félix aguantó observando cómo su hermana se apeaba del cuerpo de su novio. Pudo verle el chocho por delante, la mancha peluda y triangular, y las tetas con los pezones baboseados. Cogió las bragas y se acuclilló a un lado de él para levantársela y empezar a secarle el tronco y el capullo, pasándole las braguitas por los huevos duros. Enrique miraba hacia Félix mientras ella le limpiaba la polla. Del chocho le caían gotitas de leche hacia el suelo. Después depositó la polla sobre el vientre y se levantó con las bragas en la mano.

-          Voy a ducharme, ¿vale, cariño?

-          Vale.

Félix dio un paso atrás por si le descubría su hermana. Oyó pasos, y al instante apareció en la cocina su cuñado Enrique, con el enorme vergón colgándole hacia abajo, balanceándose con los pasos. Fue directo al grifo para servirse un vaso de agua. Le vio de espaldas, sus músculos, sus tatuajes, su culo estrecho y pequeño.

-          Anda, cabrón, te has puesto las botas viendo follar a tu hermana, ¿eh?

-          Lo siento, Enrique, no sabía qué estabais aquí y yo…

-          No pasa nada, coño. Los tíos jóvenes estáis que mordéis.

-          No le digas nada a mi hermana, ¿vale?

-          Tranquilo. Cómo folla la hija puta, y cómo la chupa, ¿eh?

-          Sí – sonrió Félix.

-          Te has pajeado bien, cabrón.

-          Me ha causado morbo.

-          ¿Te gustaría echarle un polvo a tu hermana?

-          No, no, me da morbo ver cómo te la follas. Yo nunca, bueno.

-          ¿Eres virgen?

-          Sí, yo nunca había visto algo así, al natural, me refiero.

-          Qué cabrón. Voy a darme un baño en la piscina.

Qué bochorno había pasado. Le vio alejarse hacia la piscina, desnudo, con su verga balanceándose. Acababa de vivir una experiencia muy fuerte con su cuñado Enrique, acababa de plantar la semilla de su lujuria. Dos días más tarde, salieron a tomar unas cervezas y le llevo de putas, a un club de carretera.

-          ¿Nunca has estado de putas?

-          No, ¿y tú?

-          A veces me doy una vuelta y me tiro alguna.

-          ¿Y si se entera mi hermana?

-          ¡Pfff! Tu hermana es una putona como todas éstas. Anda, machote, ¿quieres probar? Te invito.

-          No, yo no.

-          Anda, no seas tonto – insistió.

-          Gracias, Enrique, de verdad, pero sólo me gusta mirar.

-          Qué cabrón. Te gusta ver a tu hermana como una putona, ¿eh?

-          Sí – reconoció -, me gusta ver cómo te la follas.

-          ¿Quieres subir conmigo y miras?

-          Sí, te acompaño.

Subieron con dos brasileñas y Félix asistió a la escena como mero espectador, sentado en un sillón, cascándosela mientras dos putas brasileñas se la chupaban a su cuñado. Luego se folló a las dos, a una le dio por culo y a otra la folló bestialmente por el coño. Se corrió dos veces viendo cómo se las follaba, cómo le ponía los cuernos a su hermana María con dos prostitutas.

Ya no se trataban de casualidades, Félix buscaba el morbo cada vez que intuía que podía pillar a su cuñado follándose a su hermana. Celebraron una cena con motivo del cumpleaños de su madre. Asistieron algunos familiares y amigos. Tras la comida, sus padres y la pandilla de amigos pasaron al patio para tomar unas copas. Félix se quedó en el salón viendo una película y al poco rato vio pasar a su hermana y a Enrique en dirección al pasillo.

Enseguida se excitó. Se levantó y precavidamente se asomó. Les vio salir de la habitación de sus padres y meterse en el cuarto de baño. Vio que dejaban la puerta abierta, estaba seguro de que Enrique lo hacía intencionadamente para que él pudiera mirar. Se aseguró de que sus padres y los invitados seguían entretenidos. Y avanzó despacio por el pasillo hasta que pudo verles. Se quedó pasmado ante la escena. La perversión de su cuñado carecía de todo límite. Ambos se encontraban de pie ante la taza. La tapa estaba cerrada y encima había un portafotos con un primer plano del rostro de su madre. Félix les veía de espaldas. María se hallaba a su derecha, cascándosela velozmente a juzgar por el agitado movimiento del brazo, apuntando hacia la foto de su propia madre. María llevaba unas mayas ajustada de color negro que definían las amplias curvas de su trasero. Enrique le tenía una mano por la cintura. El muy cabrón, la obligaba a pajearse con una foto de su madre.

-          Vamos, putona, quiero correrme en la cara de tu madre… Vamos, zorra, dame… Dame… Así…

Su hermana se esmeraba en darle fuerte. Félix se bajó la bragueta y se sacó la verga para masturbarse, a pesar de la tremenda inmoralidad que suponía que Enrique se masturbara con una foto de su madre. Su cuñado miró por encima del hombro y le vio asomado y masturbándose, entonces bajó la mano y le tiró hacia debajo de la cinturilla de las mayas, arrastrando las bragas y dejándola con el culo al aire. Empezó a sobárselo, a meterle los dedos bajo el culo para tocarle el chocho, mirando hacia atrás de vez en cuando.

-          Vamos, putona… Quiero correrme en la cara de esa guarra… Ahhh… Ahhh…

Félix ya se había corrido cuando observó cómo escupitajos de leche espesa caían sobre el cristal del portafotos, cubriendo poco a poco el rostro de su madre. La leche empezaba resbalar por el cristal en forma de lagrimones blancos. Su hermana iba disminuyendo la intensidad de los tirones. Enrique le soltó un fuerte cachete en el culo. Félix se retiró en ese momento, antes de que su hermana pudiera descubrirle.

Otro sábado por la noche en el que sus padres se encontraban de viaje, Félix salió con sus amigos, pero la excitación le impedía divertirse y abstraerse, sabiendo que Enrique se hallaba a solas con su hermana en la casa. Una chica monísima, una chica que estaba muy buena, intentó ligar con él, pero la rechazó, estaba deseando irse, sólo le excitaba ver a su cuñado. Puso la excusa de que no se encontraba bien y antes de la una se marchó a casa. El coche de su cuñado seguía aparcado en la puerta. Entró sin hacer ruido y sin encender ninguna luz, pero enseguida un resplandor procedente del pasillo le alertó, así como la voz jadeante de su cuñado.

-          ¡Mueve el culo, puta! – gritaba.

Se empalmó. Se asomó al pasillo y vio la luz de la habitación de sus padres encendida. Estaban dentro. Podía distinguir las sombras. Se quitó los zapatos y avanzó muy despacio con la espalda pegada a la pared.

-          ¡Mueve el culo como la puta de tu madre, cabrona!

Se fue sacando la verga a medida que avanzaba. Al final pudo asomarse. Les vio de perfil y nuevamente volvió a sorprenderse por los vicios de su cuñado. Su hermana se hallaba en el centro de la cama, arrodillada y echada hacia delante, con los codos en el colchón y los pezones de las tetas por fuera del escote, rozando las sábanas, lamiendo con la lengua fuera un retrato de su padre, pasando la lengua por el cristal una y otra vez como una perrita. Llevaba puesto un camisón rosa de su madre y lo tenía levantado hasta la cintura, por lo que la dejaba con el culo en pompa, un culo que procuraba menear en círculos. Su cuñado se hallaba de pie tras ella, encima de la cama, machacándose la verga vertiginosamente, concentrado en cómo meneaba el culo.

-          Así, puta, no dejes de mover el culo como tu madre… Sigue… Sigue…

Miró hacia Félix, pero estaba a punto de correrse y enseguida volvió la mirada hacia el culazo de su novia. María no paraba de menear el culo y de lamer la foto de su propio padre. Se dio unos tirones muy bruscos y enseguida el culo de su hermana recibió una lluvia de leche, pegotes espesos que le caían por las nalgas y en la raja, pegotes que discurrían por el fondo, cubriendo el ano y alcanzando los pelos del coño. Enrique respiró aceleradamente por la boca, apretándose el capullo, aún encañonando a su hermana. Félix observaba asombrado. Vio que cerraba los ojos y soltaba un bufido, como concentrado. María había dejado de menear el culo y de lamer la foto, aunque seguía con los labios pegados al cristal, como esperando. Era una sumisa, estaba dominada por el viciado carisma de su novio. Félix fue testigo de cómo le meaba el culo, un potente chorro que se estrellaba sobre las nalgas, la raja y el chocho, salpicando hacia todos lados, con una mancha amarillenta extendiéndose alrededor de las rodillas de María. Ella aguantó inmóvil la rociada de pis, hasta que Enrique se la sacudió y se apeó de la cama, dejándole todo el culo empapado.

Félix se retiró a su habitación alucinado con la sumisión de su hermana. Un rato más tarde oyó cómo Enrique se marchaba. Se asomó y la vio limpiando la habitación de sus padres, recién duchada, quitando las sábanas y espolvoreando toda la habitación. Tardó dos horas en dejarla lista, mientras en la oscuridad, su hermano se masturbaba.

Félix asistió durante los siguientes meses a numerosas escenas de humillación. Contempló varias veces cómo su hermana le pajeaba, cómo se la mamaba y  vio cómo se la follaba en un par de ocasiones. Pero llegó el final del verano y Félix tuvo que marcharse a Salamanca para estudiar medicina, interno en una residencia para estudiantes. De alguna manera, se le terminaba la diversión, aunque entendió que era lo mejor que le podía pasar, estaba muy viciado y era muy inmoral el hecho de que consintiera a su cuñado aquellas aberraciones. De vez en cuando, se masturbaba recordando aquellas escenas, pero se esforzó al máximo en estudiar, en sacar la carrera año a año. A su hermana no la veía muy feliz, estaba muy influenciada por el fuerte carácter de su novio.

El tiempo fue transcurriendo. Cuando iba a casa en vacaciones o en algún puente, trataba de evitar a su cuñado, no quería caer de nuevo en aquella perversa adicción. Aunque seguía llevándose bien con él, Enrique no volvió a referirse al tema ni le propuso nada, tampoco Félix se esforzó en pillarles en faena. Todo quedaría como un secreto compartido, un secreto inmoral que nunca debía ver la luz.

Cuando Félix estaba en tercero de carrera, su hermana María terminó casándose con Enrique, con el tipo guapo del que se enamoró, con el tipo guapo que gozaba humillándola. Pero era una chica acomplejada y no tuvo valor para imponerse. Enseguida la dejó preñada. Y al poco tiempo volvió a dejarla embarazada. Para cuando Félix terminó la carrera, su hermana María había tenido tres hijos y estaba embarazada del cuarto.  Enrique seguía siendo el mismo sinvergüenza, el mismo mujeriego, el mismo baboso, se iba de putas y de juerga con los amigos cada vez que le daba la gana y nunca sacaba a su hermana de fiesta. Era como su criada, ella tenía que encargarse del cuidado de los niños y de todo porque su marido era un vividor. Era una infeliz. Sus padres trataban de animarla, incluso llegaron a aconsejarle de que se divorciara de un canalla como aquél, pero siempre se negaba.

En el hospital donde hacía la especialidad, Félix conoció a Valeria, cirujana de profesión, tres años mayor que él, y se enamoró perdidamente de ella. Era una chica preciosa y simpática. Todo un bombón. Alta y delgada, de piernas largas, culo estrecho y redondeado, pecho aperados, de tamaño normal, erguidos y duritos, melenita morena tipo paje, ojos verdes y piel doradita. Y encima elegante y sensual, siempre vestida de manera muy llamativa. Le encantaban los tacones y las falditas cortas. Más de uno le silbaba cuando la veía pasar. Félix a veces sentía celos cuando la veía hablar con otros chicos, quizás por temor a un engaño como el de Silvia, pero confiaba en ella, se la veía muy enamorada y con el tiempo contrajeron matrimonio. Por entonces, Félix tenía 30 años y ella treinta y tres. Con sus padres se llevaba estupendamente y también con su hermana María, sin embargo Enrique no le caía muy bien porque lo consideraba un baboso. La madre de Félix le había hablado de lo mujeriego y putero que era y de lo mal que trataba a María.

-          ¿Y cómo tu hermana no lo deja?

Félix trataba de quitarle hierro al asunto.

-          Es un poco bruto, pero en el fondo no es mala persona.

A pesar de todo, Valeria y Enrique se llevaban bien. Él estaba casi todo el día piropeándola, mirándole el culo, seguro que masturbándose a su costa. Félix captaba esas miradas, el jodido baboso miraba a su mujer con ojos sucios. Le venían a la cabeza aquellas escenas de antaño, trataba de colocar a su mujer en esas fantasías y a veces llegaba a excitarse. Pero enseguida se arrepentía.

Una vez estaba con él en la cocina tomando una caña y Valeria estaba junto a la piscina jugando con los críos. Lucía un biquini rojo chillón, con un sostén de pequeñas blondas que sólo tapaba la zona del pezón, dejando gran parte de la masa blanda a la vista, y un tanguita de delantera estrecha y con un cordoncito metido por el culito. Enrique la miraba a través de la ventana. Félix le observaba y no pudo reprimir una erección al ver cómo la miraba. Llevaba un bañador negro tipo slip. Estaba más robusto, aunque igual de musculoso, con los mismos tatuajes, aunque había echado algo de barriga. Ya tenía 42 años. Valeria a veces se inclinaba y se le veía el cordoncito rojo en el fondo de la raja y cuando se incorporaba se le cerraba, dando la sensación de que llevaba el culo al aire.

Félix decidió incitarle.

-          Se te va a caer la baba de tanto mirarla.

-          Joder, cuñado, es que tu mujer tiene un polvazo. Mira qué culito tiene. Ummm, no sabes cómo me pone la hija de la gran puta -. Miró hacia Félix con una maliciosa sonrisa en la cara -. ¿No te gustaría ver cómo me la follo? ¿Eh, cabroncete? ¿Te acuerdas cómo te gustaba ver a tu hermana?

-          ¿Te la follarías?

Se metió la mano dentro del bañador para manosearse. Félix se fijaba en los nudillos de las manos tras la tela, enredándose en la verga hinchada.

-          Le rompería el culo a la muy cabrona, contigo delante, para que disfrutaras viendo cómo follamos.

Félix se mordió el labio, muy excitado, con ganas de tocarse, tratando de imaginarla como una sumisa ante su cuñado.

-          ¿Le mearías el culo como a mi hermana?

-          Sí – jadeó sin parar de manosearse por dentro del slip -, mearía a la perra de tu mujer.

No pudo aguantarse, se bajó la delantera del bañador y empezó a cascársela nerviosamente delante de su cuñado. Enrique sonrió sacándose su enorme vergón para tirarse también.

-          Qué mariconazo, cómo te gustaría verme follar con ella, ¿eh?

-          Sí… Sí…

Decía cascándosela, viendo cómo se la meneaba, tratando de imaginarse a su mujer agarrada a aquella verga tan grande.

-          Tírale una foto, me gustaría verle el coño.

-          Sí… Sí…

Félix terminó eyaculando sobre la palma de la mano. Enrique cerró los ojos, dándose muy fuerte, concentrado. Sus huevos duros se movían al son de los tirones, hasta que empezó a salpicar leche en el suelo. Luego paró y se guardó la polla.

-          Joder, cómo me pone la perra de tu mujer. ¿Vas a tirarle la foto para mí? Alguna en la que se le vea el coño.

-          Voy a intentarlo.

Cogió una servilleta y se acuclilló para limpiar las salpicaduras de leche de su cuñado. Se imaginaba a su mujer lamiéndolas. Su cuñado le miraba de pie junto a él, dándole un trago a la cerveza.

-          Imagínate que eres tu mujer, ummm, limpiando mi leche.

Félix se incorporó y tiró la servilleta a la basura. Le hubiese gustado seguir hablando con su cuñado, pero su padre se acercaba a la cocina desde el patio.

Almorzaron todos juntos en el porche. Charlaban animadamente unos con otros. Félix se fijaba en su cuñado. No paraba de mirarla. Se había sentado junto a ella y verles juntos le originaba una permanente erección. A veces su cuñado le lanzaba una mirada de complicidad. Félix era consciente de que jugaba con fuego dándole alas a su cuñado, pero no podía evitarlo, imaginándoselo con su mujer, follándola. Era una excitación descontrolada. Tras la comida, los viejos se fueron a dormir la siesta, María se llevó los niños al parque y Valeria se tumbó a tomar el sol. Enrique se daba un baño y Félix merodeaba ante el ventanal del salón, mirando.

Al poco rato, Valeria se había quedado dormida, tendida de costado en la toalla, con una pierna ligeramente inclinada hacia delante. Félix observó cómo su cuñado salía de la piscina y se dirigía hacia ella. Vio cómo le botaba el paquete, cómo se daba pasadas con la palma a medida que se acercaba. Tendió la tolla a su espalda y se volvió hacia ella, mirándole de cerca el culito de nalgas doraditas y abombaditas. Al tener una pierna hacia delante, se le veía el cordoncito rojo en el fondo de la raja y algunos pelillos del chocho sobresalían por los lados en la zona de la entrepierna.

Girado hacia ella, se bajó la delantera del bañador hasta engancharla bajo los huevos y se la empezó a cascar con la verga a escasos centímetros del culito de su mujer. La monstruosa polla casi rozaba con la punta una de las nalgas. Se estaba arriesgando demasiado, pero Félix no pudo resistirse y se bajó su bañador, para masturbarse a la paz que su cuñado. Enrique se masturbaba con el culito de su mujer y él con la paja de su cuñado.

Vio que empezaba a meneársela cada vez más fuerte, entonces se incorporó hasta arrodillarse, dio un paso lateral dándose muy velozmente, con la verga cerca de la cabeza. Frenó, se contrajo apretándose el capullo para controlar la eyaculación y al instante empezó a derramar porciones de leche sobre el cabello de su mujer, sobre la melenita negra tipo paje. Luego se tapó, se levantó y se dirigió hacia la cocina. Félix salió a su encuentro. Aún llevaba la polla hinchada tras la tela.

-          Joder, tío, ten cuidado…

-          Seguro que te has pajeado viendo cómo me corría encima de tu mujer…

-          Sí, pero Enrique, es muy peligroso, imagina si te pilla…

-          Es que la perra de tu mujer me vuelve loco. Consígueme una foto donde se le vea el coño, ¿de acuerdo?

-          Sí, sí, no te preocupes.

-          Voy a acostarme un rato.

Félix fue caminando despacio hasta la posición de Valeria. Aún dormía con la misma postura. Vio las porciones de semen adheridas al pelo, algunas muy blancas, aunque se estaban volviendo transparentes. Viendo la leche de su cuñado en el pelo de su mujer, se arrodilló tras ella y se hizo otra paja. Todo se volvía desmadrar. De nuevo se veía influenciado por el morbo de su cuñado.

Más tarde, se cruzó con él por el pasillo. Acababa de levantarse. Félix le miró el bulto para ver si seguía empalmado. Sus padres ya se habían levantado y estaban en el patio.

-          ¿Y la perrita de tu mujer?

-          Ha vuelto María y está bañándose con tus hijos.

-          ¿Por qué no me traes sus bragas? Quiero correrme en sus bragas.

-          ¿Cómo te vas a correr en sus bragas? Se va a dar cuenta.

-          Cuando se las ponga, ya se habrán secado. Vamos a la habitación.

Félix le acompañó hasta la habitación. Antes de entrar, se aseguró de que todos estaban en el patio. Vio a su mujer chapoteando con los niños y su madre dentro de la piscina. Accedieron dentro. Valeria tenía sus prendas colgadas de una percha. Quitó el vestido y descolgó sus braguitas blancas.

-          Tráelas… -. Enrique las cogió y las olió profundamente -. Ummmm, cómo le huele el coño.

Las colocó del revés en el borde de la cama, se bajó la delantera del bañador y empezó a machacársela, a veces flexionando las piernas para rozar con el capullo la tela de muselina. Félix también empezó a masturbarse observando cómo se pajeaba con las bragas de su mujer. Enrique se la meneaba muy concentrado, bufando, a veces entrecerrando los ojos cuando rozaba las bragas, hasta que aceleró las sacudidas apuntando hacia la prenda. Félix ya se había corrido cuando vio gotear leche sobre las bragas de su mujer, goterones que empaparon la parte delantera.

-          Joder, hija puta, cómo me pone la condenada – dijo guardándose la verga -. Va a llevar mi leche pegada a su coño.

-          Tendré que secarlas un poco o se dará cuenta.

Félix llevó las bragas de su mujer al baño y le puso el ventilador hasta que el semen fue resecándose, luego volvió a dejarlas en su sitio. Cuando bajó, todos estaban en el patio. El cabrón de Enrique merodeaba por el recinto empalmado, podía verse su enorme verga tras la tela acostada de lado. Llamaba la atención, pero no se cortaba un pelo. Félix vio cómo su mujer reparaba en la erección de su cuñado, pero no hizo ningún comentario al respecto. Ya en casa, su mujer se fue a la cama, rendida, y él se pajeó viéndola en bragas, unas bragas impregnadas con la leche de otro hombre.

El morbo empujó a Félix a fotografiar a su mujer sin que se diera cuenta. Mientras meaba, mientras dormía, mientras se cambiaba de ropa o se duchaba, fotos eróticas para su cuñado. Imprimió una de ellas en grande donde aparecía levantándose de la taza después de mear, con las bragas bajadas y una camisa abierta donde asomaban los pezones de las tetas. El resto de las fotos las guardó en el ordenador.

Esperó hasta el jueves. Su mujer tenía guardia nocturna en el hospital y pasaría toda la noche trabajando. Parecía una buena oportunidad para quedar con su cuñado y enseñarle la foto. Sólo de pensarlo ya se excitaba, a pesar del tremendo riesgo que corría, del escándalo que se podía originar si Valeria les descubría. Le telefoneó por la tarde.

-          ¿Qué pasa, cuñado? – le preguntó Enrique.

-          Te invito a una cerveza esta noche en mi casa, Valeria tiene guardia.

-          ¿Le has tirado alguna foto para mí?

-          Sí, sí, así te la enseño, te llamaba por eso.

-          ¿Se le ve el coño?

-          Sí, y los pechos.

-          Ummmm, vale, luego voy a tu casa, estoy deseando verle el coño a tu mujer.

Aguardó impaciente su llegada. Valeria se despidió de él con un beso. Tenía puesto el pantalón del pijama y una camiseta de tirantes. Su cuñado se presentó cerca de las diez y media de la noche. Directamente, se sentó en el centro del sofá.

-          ¿Quieres una cerveza?

-          Sí, trae una cerveza.

Félix fue a la cocina, cogió un botellín y regresó al salón. Vio que se estaba haciendo una raya de coca en la superficie acristalada de la mesita que había junto al sofá.

-          ¿Quieres un poco?

-          No, no, yo no.

Le entregó el botellín y después esnifó la raya. Félix sabía que se metía coca, aunque controlaba, no solía hacerlo muy a menudo. Se encendió un cigarrillo y le dio unos sorbos a la cerveza.

-          Trae la foto de tu mujer.

-          Espera.

La sacó de la mitad de un libro del mueble bar y se acercó a él entregándosela. Se sentó a su derecha para ver su reacción. Sus ojos se desorbitaban. Se mordía el labio y resoplaba. Empezó a manosearse el paquete, entonces Félix hizo lo mismo.

-          Joder, tío, qué coño tiene la muy puta… Ummmm, qué rico… Y qué tetas, me las comía a mordiscos… ¿No le has tirado una foto del culo?

-          No, pero se la tiraré.

-          Ummm, me gustaría verle el culo.

Félix se bajó la delantera del pijama para masturbarse, excitado por las palabras.

-          Me gustaría ver cómo le meas el culo, como hiciste con mi hermana…

-          Quiero mear a esta puta… Ummmm… Sujétala.

Le entregó a Félix la fotografía para empezar a desabrocharse. Se abrió el pantalón hacia los lados y se bajó la delantera del slip descubriendo su polla erecta y sus huevos pequeños y duros. Se reclinó meneándosela despacio. Félix le sujetaba la fotografía frente a la polla para que se pajeara mirándola. A veces le acercaba la foto y la punta de la verga rozaba el rostro de Valeria.

-          Ummmm, joder, cómo me pone la muy perra… Ojalá y estuviera aquí para pajearme… ¿Por qué no me das, tío? ¿Eh?

-          ¿Yo? – sonrió Félix -. Es una mariconada, ¿no?

-          Venga, hombre, así la miro y me imagino que es ella quien me pajea… Necesito que alguien me toque – dijo soltándose la verga.

-          Bueno.

Con la derecha, continuó sosteniéndole la fotografía de cara y con la derecha le agarró la verga por la mitad del tronco y se la empezó a menear a un ritmo pausado. El cabrón la tenía dura y palpitante. No apartaba la vista de la fotografía. Félix se miró su pene y sin tocarse se estaba corriendo mientras masturbaba a su cuñado.

-          Te has corrido, maricón. A ver si te va a gustar…

-          No, hombre, pero me gustaría ver cómo folláis…

-          Dame más fuerte, tu perrita me pone muy cachondo.

Le tiró fuerte de la polla hasta que empezaron a caerle salpicones a la fotografía, salpicones de leche espesa que resbalaban por el cuerpecito de su mujer. Se la escurrió bien y se la soltó.

-          ¿Por qué no me traes sus braguitas para limpiarme?

Le llevó unas bragas y viendo cómo se limpiaba la polla con ellas, Félix se hizo otra paja.

Su obsesiva lujuria le iba desmadrando cada vez más. Cada vez que Valeria tenía guardia nocturna, llamaba a su cuñado para decirle que tenía una nueva foto, entonces acudía y le hacía una paja ante la fotografía desnuda de su mujer.

Una noche le enseñó una donde aparecía dormida con el culo al aire. Enrique yacía desnudo de cintura para abajo, sentado en el sofá, con la camisa abierta, mirando la foto y meneándosela, con su ligera barriga sobresaliendo por la camisa. Félix también estaba desnudo, sólo con la camisa del pijama. Le entregó una cerveza y se sentó a su lado. Ambos parecían dos maricones, desnudos, sentados uno junto al otro.

-          ¿Quieres que te dé yo?

-          Sí… Ummmm, qué culito…

Empezó a masturbarle.

-          ¿Te gustaría follárselo?

-          Sí…

-          ¿Se lo mearías?

-          Ummm, sí. ¿Te gustaría que le meara el culo a tu mujer?

-          Sería la hostia.

-          Quiero mearme en sus bragas.

-          Pero vamos al baño, ¿vale?

Se levantaron y fueron hacia el baño. Félix fue a la habitación y llevó unas braguitas negras de su mujer, unas brillantes de satén. Se colocó junto al costado derecho de su cuñado, abrió la tapa y le agarró la polla con las braguitas para masturbarle con ellas. Enrique había colocado la fotografía encima de la cisterna, apoyada en la pared, para tenerla de frente. Gemía de gusto. Félix se esmeraba en arroparle bien la polla con las bragas de su mujer. Pronto la verga comenzó a emitir gruesos salpicones de leche contra la fotografía, cubriendo todo el rostro de Valeria. Se la acarició bien con las bragas, limpiándole el capullo, y las colocó delante. Después se la sujetó con la izquierda para mantenérsela en horizontal hasta que empezó a mear sobre la prenda, empapándola poco a poco. Las bragas empezaron a chorrear pis hacia el fondo de la taza. Félix la sujetaba con dos dedos.

-          Uff… Qué gusto mear a tu mujer…

Cuando terminó y se retiró de la taza, aguardó con las bragas en la mano hasta que escurrieran bien. Cuando su cuñado se marchó, las metió en la secadora y a la mañana siguiente Valeria se las puso, se puso unas bragas meadas por Enrique.

Los domingos, sobre todo en verano, solían comer en familia en casa de los padres de Félix, sobre todo por sus sobrinos, que se divertían en la piscina. Era por la siesta, los viejos se habían ido a echar un rato y Valeria y María tomaban el sol tumbadas en unas hamacas, charlando mientras los críos chapoteaban en el agua. Félix estaba sentado tras ellas enredando con el móvil y Enrique llevaba un ratito metido en el cuarto de baño. Cuando salió y se dirigió hacia ellas con un porro entre los dedos, ambas le miraron perplejas. Iba empalmado con la verga como si fuera el cañón de una pistola, tensando la tela del bañador rojo, con los pelillos sobresaliendo por la tira superior.

-          Cariño, podías repararte un poquito, mira cómo vas – le dijo su mujer.

Enrique se miró y Valeria se tapó la boca para contener la risa.

-          ¿Qué quieres que haga? – se preguntó él.

-          Das mucho el cante, cuñado – bromeó Valeria.

-          Se me hincha sola, ¿por qué será? – la desafió.

-          Anda, tápate y no seas guarro – le soltó María.

Le sonó el móvil y Enrique se apartó para hablar. Félix ya estaba excitado por el hecho de que su mujer se hubiera fijado, de que hubiera hablado con él.

-          Es un pajillero – le dijo María a Valeria.

-          ¿En serio?

-          Es un guarro, todo el día dándose.

Félix tuvo que ir a masturbarse ante el grado de excitación en la sangre.

Otro domingo, también después de comer y cuando los viejos dormían la siesta, Valeria y Félix permanecían abrazados viendo una película en el salón. Los niños jugueteaban en el césped y parecían entretenidos. María hacía un ratito que había pasado en dirección a las habitaciones y Enrique había dicho que le apetecía dormirse un rato. Fue el intermedio de la peli y Valeria se incorporó.

-          Vigila los niños, voy por el móvil para llamar a mi madre.

-          Ok – le dijo Félix adormilado

Valeria se dirigió por el pasillo hacia la habitación de su marido, donde solía guardar sus cosas cuando estaba en casa de sus suegros. Pasó por delante del cuarto de sus cuñados y vio la cama desecha, pero vacía. Le resultó raro, pensaba que estaban acostados. Tampoco estaban en el baño. Entonces oyó la voz jadeante de Enrique. Procedía de la habitación de su marido, justo donde ella tenía el bolso.

-          Vamos, puta, más deprisa…

Estaban en su habitación y tenían la puerta entreabierta. Se quedó alucinada por cómo la trataba. Sigilosamente, se acercó y se inclinó para comprobar qué sucedía. Su cuñado, completamente desnudo, yacía boca arriba en la cama, con las piernas separadas, mientras su cuñada, arrodillada a su derecha, ante la cintura, se esforzaba en cascarle la polla vertiginosamente con la mano izquierda. Sus ojos parecieron desorbitarse ante la escena. Se fijó en sus huevos estriados y duros, moviéndose al son de los tirones,  así como en el trozo de raja del culo bajo los testículos. La barriga subía y bajaba aceleradamente fruto de la excitación y le veía cabecear en la almohada con los ojos entrecerrados. Su cuñada se esforzaba en menearle la polla mirándola fijamente, sentada sobre sus talones. Vio que le sobaba los huevos con sus bragas. Las reconoció por los lacitos rosas laterales. Le estaba masturbando con sus bragas y en su cama.

-          Así, puta, sigue… Sigue…

Apenas se le veía la mano ante la potente vibración del brazo. No paraba de frotarle sus braguitas por los huevos y los muslos de las piernas. Se fijó en su polla larga y gruesa. María hizo una pausa ante el cansancio del brazo.

-          ¡No pares, coño!

Y reanudaba la marcha, hasta que observó cómo la polla empezaba a salpicar leche hacia arriba, como si fuera una fuente, con gotitas cayendo sobre la barriga y el vello. Valeria seguía asomada, presa de la perplejidad, cuando su cuñado elevó ligeramente la cabeza y la pilló espiando.

Valeria apartó la cabeza repentinamente, azotada por los nervios, y fue retrocediendo lentamente, sin hacer ruido. La había visto, estaba segura de que la había pillado asomada. Aún tenía puesto su bikini rojo de braguitas tanga, con unos zuecos de color blanco. Le entró el pánico. Casi le temblaban las piernas por el bochorno de que la hubiera pillado. Regresó al salón y se sentó al lado de su marido.

-          Joder, Félix, no sabes lo que me ha pasado.

Félix se incorporó.

-          ¿Qué pasa?

-          Madre mía, qué corte. Tu hermana, joder, estaba en nuestra habitación con Enrique y le estaba masturbando con mis bragas.

-          ¿Qué? -. Félix se puso nervioso, una mezcla de excitación y pánico. Su cuñado había arriesgado demasiado, por otro lado le excitaba que le hubiera pillado.

-          Y me ha visto, Félix, Enrique me ha visto. Yo qué sabía, estaban en nuestra cama y le masturbaba con mis bragas. La estaba obligando, Félix, la insultaba… Joder, qué corte.

-          Tranquila, mujer.

-          Me muero de vergüenza. Ese pervertido la obligaba a masturbarle con mis bragas. Les he visto -. Se oyeron unos pasos y unos carraspeos -. Ahí viene, qué vergüenza, voy a la cocina…

Se levantó repentinamente y salió lanzada hacia la cocina. Félix, excitado, se fijó en su culito, con sus nalgitas sufriendo ligeros vaivenes por efecto de los zuecos. Parecía que llevaba el culito al aire al llevar el cordón en el fondo de la raja. La vio ante la encimera simulando que conectaba la cafetera. Vio aparecer a Enrique, con su bañador tipo slip de color rojo y la verga hinchada señalada tras la tela, con una mancha redonda en medio.

-          ¿Dónde coño está tu mujer?

-          Ha ido a la cocina, ¿qué pasa?

No le hizo caso, enérgicamente se dirigió hacia la cocina. Vio a su mujer volverse hacia él al escucharle entrar, con sus pechos balanceándose ligeramente y con los pelillos del coño escapando por los laterales de la delantera del bikini. A Félix se le hinchó el pene al verle a los dos, frente a frente, medio desnudos.

-          ¿Qué coño estabas mirando, puta? – le recriminó con mala uva.

-          Iba a mi habitación, Enrique, no sabía qué estabais allí…

-          Me cago en tu puta madre, cabrona, nos estabas espiando…

-          De verdad que no, Enrique, lo siento, yo no sabía…

-          ¡Fuera de aquí, cabrona…!

Félix observó cómo la agarraba del brazo y le asestaba un par de azotes en el culo, como si fuera una niña mala. Vio el rostro de su mujer, con la boca abierta y las cejas arqueadas, saliendo precipitadamente de la cocina tras haber recibido un par de azotes. La vio venir hacia él, con los pómulos sonrojados por el bochorno.

-          Cómo se ha puesto, Félix – le susurró -. Tú no sabes cómo se ha puesto, yo no sabía que estaban allí.

-          Venga, tranquila, hablaré con él.

-          Dile que yo no les estaba espiando, yo no sabía… Me ha pegado en el culo, Félix, mira…

Le mostró la nalga con la mano señalada.

-          Joder, Valeria, para qué te has quedado mirando.

-          Quién iba a pensar, Félix…

-          Venga, tranquila, hablaré con él.

-          Yo me voy a casa, dile a tus padres que no me encontraba bien.

-          De acuerdo, yo hablo con él.

Cuando Valeria se marchó, Félix estaba tan excitado de que la tratara como a una puta, que se metió en el cuarto de baño. Se sentó en la taza y empezó a cascársela. Su cuñado irrumpió de repente y le pilló pajeándose.

-          Qué maricón estás hecho, qué gusto tocarle el culo a tu mujer…

-          Me gusta que la trates como a una puta – reconoció sin dejar de machacársela.

-          Esa perra es mía, ¿de acuerdo, maricón?

-          Sí… Sí… - contestó eyaculando.

Félix llegó a casa hora y media después. Su mujer salía de la ducha. La notó muy inquieta, aún con las mejillas sonrosadas. La mano que sujetaba el cigarrillo le temblaba. Se sentó en el borde del sofá.

-          Qué mal lo he pasado, Félix, qué bochorno…

-          No pasa nada, mujer, tranquilízate, he hablado con él y reconoce que se ha pasado. Tranquila, te pedirá disculpas.

-          ¿Qué hacían en nuestra habitación, Félix? Tu hermana le estaba masturbando con mis bragas. He tenido que tirarlas…

-          Si no me extraña, cariño, se lo he dicho y sí, me ha dicho que le pones muy cachondo, que no ha podido contenerse.

-          ¿Qué le pongo muy cachondo?

-          Sí, qué quieres, Valeria, estás muy buena y él ya sabes cómo es.

-          Pero, Félix, ¿y tu hermana?

-          Mi hermana hace lo que él le pide, Valeria. Cuando yo era joven, a veces les pillaba, y no sabes las cosas que la obligaba a hacer.

-          ¿Qué cosas?

-          De todo, Valeria. Mira, el tío es un portento, folla como tú no sabes bien. Yo lo he visto. Una vez me llevó de putas, se tiró a dos a la vez.

-          ¿Y tú qué hacías?

-          Mirar y masturbarme. Una vez me dejó mirar mientras se tiraba a mi hermana.

-          ¿Y tú no decías nada?

-          Qué iba a hacer, Valeria, tenía dieciocho años. Me obligaba a mirar. La pobre de mi hermana se prestaba a sus sucias perversiones.

-          ¿Qué perversiones?

-          Mira, lo que no te imaginas. He visto cómo le meaba el culo.

-          ¿Mearle el culo? – preguntó sorprendida -. ¿Y a tu hermana le gustaba?

-          Está bien dotado y folla como un animal. A las tías les gusta. Está salido, pero siempre le ha gustado mucho follar con putas y a mi hermana la trataba como a una puta.

-          Yo me he sentido como una puta cuando me ha pegado así.

-          Tú pasa de él, cariño. Le pones cachondo, y qué hacemos, ¿le damos una patada en los huevos?

-          Me da mucho corte volver a verle.

-          Que no va a pasar nada, de verdad, él hablará contigo y te pedirá perdón, tú tranquila, mi amor.

Más tarde la vio adormilada sobre la cama, tumbada de costado. Se le notaba la nalga enrojecida por el azote. No pudo resistirse y se pajeó mirándole el culo a su mujer, rememorando cómo la había tratado.

Hablaron del incidente durante toda la semana. Félix trató de hacerle entender que no pasaba nada, que Enrique no era mala gente, sólo que estaba salido, que era un baboso por lo buen follador que era. Le narró alguna de las escenas y ella le reconoció que estaba bueno para ser un hombre maduro, y que estaba bien dotado tras la oportunidad de haberle visto, pero que se sentía incómoda con su presencia.

El sábado siguiente volvieron a verse las caras en la comida familiar con motivo del cumpleaños de unos de los niños. Enrique apenas se dirigió a ella y Valeria evitaba mirarle. Tras la comida, los padres se fueron a la siesta y María se llevó los niños al patio. Valeria se ocupaba de quitar la mesa, cubierta por un pareo, con el bikini debajo. Félix acababa de darse un baño y se dirigía hacia el porche cuando vio que su cuñado se acercaba a su mujer. Iba en bañador, su típico bañador ajustado de color rojo. Se detuvo tras una palmera para poder oír lo que le decía.

Valeria se volvió hacia él y le sonrió temblorosamente, nerviosa por su presencia.

-          ¿Te ayudo?

-          No te preocupes, Enrique.

-          Oye, guapa, te pido disculpas por lo del otro día, pero me pillaste así, en faena, y encima en vuestra habitación.

-          Vale, tranquilo, Enrique.

-          Te vi tomando el sol, me pusiste cachondo, y bueno, le pedí a María que me hiciese una paja.

Vio a su mujer muy ruborizada, muy nerviosa.

-          Tranquilo, Enrique.

-          Te vi allí, mirándome la verga, y bueno…

-          No sabía que estabais allí…

-          Le dije que me masturbara con tus bragas, me habías puesto muy cachondo.

-          No pasa nada, Enrique.

-          ¿En serio?

-          De verdad, Enrique – contestaba intimidada por su carisma.

-          ¿No te importa que me masturbe con tus bragas?

Valeria empalideció ante la pregunta y luego trató de sonreír, aunque sus labios temblaron ligeramente.

-          No pasa nada, Enrique.

-          ¿Dónde tienes las bragas?

-          En… Están… Creo… Están en mi habitación.

-          Puedo cogerlas, ¿verdad? ¿Me las dejas? Para una pajita.

-          Sí… Bueno… Cógelas…

-          Gracias, bonita.

La acarició bajo la barbilla y prosiguió su camino hacia el interior de la casa. Ella le miró anonadada por la proposición, sin valor para contrariarle. Félix fue hasta ella simulando que no había oído nada, con su pene a punto de reventar.

-          ¿Qué te ha dicho? ¿Te ha pedido disculpas?

-          Félix, me ha pedido las bragas para masturbarse.

-          ¿No me jodas? Qué cabrón, ¿y qué le has dicho?

-          Nada, que haga lo que quiera, me he puesto nerviosa, es un pervertido.

-          Bueno, déjalo.

-          ¿No te importa?

-          ¿Y qué hacemos, cariño? ¿Armar un escándalo? ¿Quieres que la gente se entere de todo esto?

-          No.

-          Entonces, déjale. Ya se le pasará. Luego se follará a mi hermana y se quedará tranquilo. Es así de bestia. Pero este tío no se corta un pelo, la puede liar si le decimos algo, irá diciendo por ahí que le estabas espiando o a saber qué se inventa.

-          ¿Qué hacemos, Félix?

-          Voy a hablar con él, ¿vale?

Félix se dirigió hacia el pasillo. Iba muy excitado por haberle pedido las bragas a su mujer, pero algo temeroso por las consecuencias. Estaba metido en su habitación. Empujó la puerta y le vio tumbado boca arriba en la cama, con el bañador bajado, cascándose la verga con las bragas de manera desesperada.

-          Enrique, ten cuidado, tío.

-          Ven, sigue tú, necesito que me toquen…

Félix irrumpió y se acercó a la cama.

-          Es peligroso, Enrique…

-          Vamos, maricón, mastúrbame con las bragas de tu mujer.

Se sentó en el borde, ladeado hacia él, y le agarró la verga rodeándosela con las bragas, reanudando las agitadas sacudidas. Valeria le había seguido y había escuchado la última frase, cómo obligaba a su marido a masturbarle con sus propias bragas. Era un sinvergüenza sin escrúpulos. Fue dando pasos, acercándose sigilosamente.

-          Así, maricón… - jadeaba -, dame con las bragas de tu mujer… Ummm… Ummmm…

Al final se asomó. Vio a su marido de espaldas, sentado ante él, moviéndole la verga agitadamente con las bragas. Tenía el bañador rojo bajado hasta medio muslo y podía verle los huevos rebotando en el colchón. Cabeceaba en la almohada muerto de placer.

-          Así… Así… -. Félix miró por encima del hombro y la vio asomada. Se miraron a los ojos -. No pares, maricón… Sigue…

Tuvo que volverse de nuevo hacia él y esmerarse en sacudírsela bien, hasta que Valeria vio cómo chorreaba leche sobre las bragas. Entonces retrocedió hasta el cuarto de sus suegros y se mantuvo oculta hasta que le vio salir. Le oyó susurros, pero no logró entenderle. Llevaba el bañador subido y manchado, aún se le notaba la verga hinchada bajo la tela. Le vio alejarse, fijándose en su espalda corpulenta con los tatuajes y su culo encogido. Cuando le vio desaparecer, fue hasta la habitación. Vio las bragas tiradas en el suelo y a su marido colocando las sábanas de la cama.

-          Joder, Valeria, mira lo que me ha obligado a hacerle…

-          Pero, cariño, ¿qué ha pasado?

-          Se ha puesto como un animal, dijo que le estabas espiando…

-          Pero yo no, Félix, te lo juro, ellos estaban…

-          Ya lo sé, amor, tranquila, pero es un animal. Ya te he dicho lo que le hacía a mi hermana. A ese le da todo igual.

-          ¿Y qué hacemos, Félix?

-          No sé, cariño.

Valeria se acuclilló y cogió las bragas con dos dedos, elevándolas hasta la altura de los ojos. Estaban empapadas de semen.

-          Mira el muy asqueroso cómo me ha puesto las bragas. Voy a tirarlas, a este paso me va a quedar sin ninguna.

-          Qué cabrón pervertido.

Las escenas se iban a suceder. Ese mismo sábado, Félix y Valeria fueron a casa a cambiarse para regresar de nuevo. Celebrarían el banquete del niño, ya con todos sus amiguillos y los padres. Félix la notaba muy nerviosa por lo que estaba pasando, muy preocupada, y temía que todo derivara en consecuencias graves, que el asunto se le fuera de las manos. Pero el morbo le empujaba a correr más riesgos. Iba muy guapa, con una minifalda  negra de algodón ajustada que definía los contornos de su culito, una blusa blanca, medias negras y zapatos de tacón. Su melenita de paje hacía juego con la falda.

Había bastante gente en el banquete, muchos críos correteando por el recinto, con varios corrillos de padres hablando unos con otros. Enrique se ocupaba de repartir bolsas de chucherías. Su presencia la ponía nerviosa, de hecho, su suegra intuyó que le pasaba algo.

-          Estás muy pálida, hija.

-          No te preocupes, sólo que me duele un poco la cabeza.

Había mucho bullicio por el jaleo de los niños. Valeria se encontraba sirviéndose un vaso de sangría y Félix estaba a su lado cuando vio que Enrique se acercaba hacia ellos. Le guiñó un ojo a Félix a medida que se acercaba y Félix tragó saliva para apaciguar los nervios. Hubiera preferido compartir a su mujer con su consentimiento, pero Valeria no era de esos ideales liberales. Y Enrique era un salvaje que podía joder todo. Se detuvo tras ella y se acercó a su oído.

-          Estás muy guapa, cuñada.

Se sobresaltó, se giró hacia él y la sonrisa le tembló. Le dio un sorbo a la sangría.

-          Enrique. ¿Quieres un vaso de sangría?

De nuevo, se acercó a su oído.

-          Quiero tus bragas.

Miró hacia Félix, con la misma sonrisa temblorosa.

-          Cómo eres, Enrique.

-          ¿Qué braguitas llevas?

-          Unas negras.

-          Ummmmm, ¿quieres dármelas?

-          Enrique, por favor, ¿cómo me voy a quitar las bragas?

-          Quiero verte las bragas – apremió volviéndole a susurrar de manera jadeante, en presencia de Félix.

-          Pero, Enrique, como quieres que ahora… - intentó protestar Félix.

-          Quiero verte las braguitas – le interrumpió -, enséñame las bragas, seguro que a tu marido no le importa, ¿verdad, cuñadito?…

-          Pero, Enrique – suplicó ella -, ¿cómo voy a enseñarte ahora las bragas?

-          Vamos al baño.

La sujetó del codo y tiró de ella para que marchara delante. Accedieron a la casa. Valeria marchaba delante de él, meneando su culito por efecto de los tacones, como si fuera una putita. Félix les seguía a corta distancia, mirando constantemente hacia atrás por si alguien les seguía. Llegaron al baño y ella misma encendió la luz. Enrique miró a Félix.

-          Vigila que no venga nadie.

Y se metió en el baño con ella, sin cerrar la puerta, para que pudiera mirar.

-          Enrique, por favor, esto no es buena idea – le rogó ella.

-          Deja que me haga una paja con tus braguitas, sólo una paja, estoy que reviento -. Comenzó a desabrocharse el cinturón. Ella miraba -. Siéntate -. Obedeció, se sentó en la taza, con la tapa cerrada, y juntó las piernas, erguida. Su cuñado se colocó delante. Se abrió el pantalón y se bajó la delantera del slip descubriendo su grandiosa polla erecta y sus huevos pequeños y duros. Enseguida la rodeó con su manaza para empezar a machacársela, a la altura de su rostro -. Súbete la faldita, deja que te vea las bragas…

Acató la orden, elevó un poco el culo de la taza y se subió la falda hasta la cintura, después volvió a sentarse y a juntar las piernas, manteniéndose erguida, viendo cómo se la meneaba cerca de sus ojos, mirando de vez en cuando de reojo hacia su marido. Enrique la observaba electrizado, meneándose la verga ante su rostro. Observaba el encaje de las medias hasta medio muslo y las transparencias de sus braguitas negras de muselina. Se le apreciaba el coño, una manchita triangular de vello. Se daba soltando jadeos con la boca abierta. Gotitas de babilla se repartían por su rostro. Valeria a veces giraba la cabeza hacia su marido.

-          Mírame… Mírame… -. Volvía a mirarle a él elevando la cabeza. Le colocó la manaza bajo la barbilla -. Qué buena estás, hija puta… Cómo me gusta verte las bragas…

A Félix los nervios le impedían concentrarse, aunque estaba empalmado. Vio que se daba tirones muy fuertes. Paró de repente y se bajó la polla sosteniéndosela. Frunció el entrecejo y al instante un grueso chorro de semen le cayó en la delantera de las bragas, cubriendo de blanco la fina muselina. Se dio otro tirón y el segundo chorro le cayó por encima del borde de la braguita, resbalando hacia la tela. Otro tirón y le salpicó las medias y el cuarto le cayó en la manga de la blusa. Félix podía ver cómo relucía la blancura del semen con el negro de las bragas y las medias. Resopló guardándose la verga.

-          Qué paja, cuñadita -. Volvió a acariciarla bajo la barbilla -. Estás tan buena que me tiraría todo el día pajeándome contigo.

Al salir del cuarto de baño, Félix tuvo que apartarse.

-          Qué buena está tu mujer, maricón.

Y continuó su marcha por el pasillo. Cuando Félix se asomó, su mujer estaba ante el lavabo, con la falda levantada hasta la cintura, pasándose una esponja por las bragas y las medias para limpiarse la leche.

-          Es un cerdo, Félix, mira cómo me ha puesto. Se ha corrido encima de mí, me ha obligado a mirarle mientras el muy asqueroso se masturbaba. No sé qué vamos a hacer. Qué asco, por favor, yo ya no sé qué hacer.

-          Venga, tranquila, se le pasará.

-          Mira lo que nos está haciendo, Félix.

-          Tranquila, mi vida.

Y la abrazó ante el lavabo, ya con la erección bastante desfallecida.

Al día siguiente, domingo, volvieron como de costumbre a comer a casa de sus suegros. Valeria se había negado en un principio por temor a reencontrarse con el cerdo de su cuñado, pero Félix la había convencido de que debían aparentar naturalidad, de que enojarle traería peores consecuencias.

-          Es un caradura, cariño, y todo le importa una mierda. Imagina que va por ahí contando que tú le estabas espiando. Es capaz de todo, mi vida, mira, me obligó a masturbarle.

-          Yo no sé si seré capaz de aguantar, Félix, está abusando de nosotros y no hacemos nada.

-          ¿Quieres denunciarle? – le propuso Félix temeroso de una respuesta afirmativa.

-          No, no, eso será peor.

-          Hablaré otra vez con él, no te preocupes.

-          Pobre de tu hermana, cómo ha podido aguantarle.

A Valeria se le notaba seria. Enrique actuaba como si nada pasara. Ese día, Valeria se había puesto un bikini verde botella, más discreto que el rojo, con un sostén que le tapaba bien los pechos y unas bragas que le cubría las nalgas, mucho menos llamativo y mucho menos erótico, todo con el objetivo de no incitar a la bestia.

Almorzaron todos juntos en el porche, después Valeria se fue sola al césped a tomar el sol, mientras que los demás se fueron a echar un rato a la siesta. Félix se había encargado de recoger la mesa y estaba metiendo la loza en el lavavajilla cuando su cuñado hizo acto de presencia. Sólo llevaba puesto el slip rojo y se le notaba la verga medio hinchada. Se dio una pasada con la palma de la mano, mirando hacia el recinto.

-          Qué buena está la hija puta…

-          Está un poco asustada, Enrique.

-          Que va, a esa puta seguro que le gusta ver cómo me masturbo con sus bragas. Voy a saludarla. Vigila que no venga nadie.

Perplejo, Félix observó cómo su cuñado salía al patio en busca de su mujer. Empalmado, Félix se bajó el bañador para masturbarse. Iba a acosarla, a tratarla como a una puta, y eso le desbordaba la excitación.

Valeria le vio llegar y elevó un poco el tórax de la toalla, nerviosa, apoyándose en los codos, mirando a su alrededor, como buscando la presencia de alguien para superar aquel momento tenso. Su cuñado se sentó a su lado, a su derecha y extendió el brazo pasándole la palma por su melenita de paje.

-          ¿Por qué no te has puesto el bikini rojo?

-          ¿Cómo?... Estaba sucio…

-          Estoy cachondo, mira lo dura que me la pones – le dijo indicándole con los ojos la erección bajo la tela.

Valeria le miró la hinchazón.

-          Esto no puede ser, Enrique…

-          Deja que me masturbe mirándote…

-          Pero, Enrique, por lo que más quieras, cómo quieres que te permita una barbaridad como ésa, por favor, Enrique…

Se metió la mano dentro del bañador para manosearse. Valeria pudo ver los pelillos escapando por el hueco y parte de un huevo asomando por el lateral.

-          Necesito hacerme una paja, no puedo aguantarme…

-          Enrique…

-          Date la vuelta, deja que te mire el culo…

-          Pero, Enrique, por favor…

-          Date la vuelta…

Valeria se giró hacia el otro lado, recostándose de costado, con el torso ligeramente elevado al apoyarse sobre el codo, dándole la espalda y ofreciéndole sus encantos traseros. Félix vio su mirada perdida hacia los jardines y vio a su cuñado bajarse la delantera del slip para empezar a cascársela con los ojos puestos en el trasero de su mujer. Se la sacudía a escasos centímetros de ella. Valeria podía oír los tirones, podía percibir su aliento sobre los cabellos.

-          Mírame, cabrona… - jadeaba machacándosela. Valeria giró la cabeza para mirarle por encima del hombro, una mirada sumisa -. Métete las bragas por el culo… -. Acató la orden, echó el brazo hacia atrás y se tiró de las bragas del bikini metiéndoselas en la raja del culo a modo de tanga, descubriendo sus nalgitas doradas -. Ummm… Qué culito tienes, hija puta… Muévelo, muévelo para mí… -. Valeria empezó a contraer las nalgas y a echar el trasero hacia atrás para menearlo -. Así… Así…

Enrique se daba aceleradamente, bufando como un animal. Podía ver los pelillos del coño escapando por los lados de la tela. Félix ya se había corrido en la cocina, pero seguía empalmado. Veía la polla casi rozando el culito de su mujer.

-          Ahhh… Ahhh…

Valeria frunció el ceño, mirándole, tras recibir el primer escupitajo de leche en la nalga superior. Siguió notando cómo le rociaba el culito de pegotes de leche espesa, pegotes que resbalaban hacia la raja donde tenía metida las bragas.

-          Ufff… - suspiró aminorando -. Qué gusto correrme en tu culo, cuñadita. ¿Sabes que me gustaría, cuñadita?

-          Ya está bien, Enrique.

-          Me gustaría mearte el culo.

-          No, Enrique, eso no, ni hablar…

Se levantó precipitadamente, sacándose las braguitas de la raja y limpiándose el culito con la toalla. Enrique se dejó caer boca arriba, con la verga por fuera del bañador.

-          Anda, déjame, te va a gustar.

-          Eres un guarro, Enrique.

Y se dirigió hacia el salón. Al verla venir, Félix fue corriendo hasta el salón y se tumbó en el sofá, simulando que veía la televisión. La vio aparecer con movimientos agitados, nerviosa, liándose una toalla en la cintura. Félix se elevó como si no supiera nada.

-          ¿Qué pasa?

-          Otra vez, Félix, otra vez se ha masturbado, se ha corrido en mi culo, me ha obligado a meterme las bragas por dentro.

-          Joder, maldita sea…

-          ¿Sabes que quería el muy asqueroso? Mearme el culo, como le hizo a tu hermana. No se lo voy a permitir.

-          Jodido cabrón pervertido.

-          Yo me voy a casa, Félix, yo no aguanto ni un minuto más con este cerdo al lado.

-          Voy a hablar con él, esto se tiene que terminar.

-          Ten cuidado, amor – le advirtió ella.

Más tarde, ya en casa, Valeria le preguntó cómo había ido la charla con él. Félix le mintió diciéndole que Enrique había prometido no abusar más de ella, que es que sexualmente la deseaba y no podía controlarse, pero que comprendía el daño que les estaba haciendo. Valeria pareció quedarse más tranquila, aunque le dijo que ella no volvería más a casa de sus padres hasta que todo se normalizara.

A mediados de semana, un miércoles por la mañana, Valeria se encontraba trabajando en el hospital. Acababa de pasar consulta y recorría el pasillo en busca de unas radiografías. Llevaba su batita blanca sin nada debajo, sólo sus medias negras, sus braguitas y el sostén, con tacones, pero era una bata de gruesa tela y no se transparentaba nada. De pronto, apareció su cuñado, ataviado con un pantalón blanco de lino y una camisa negra a medio abrochar. Se quedó estupefacta al verle.

-          ¡Enrique! ¿Qué haces aquí?

-          A recoger unos resultados y de paso iba a saludarte a tu despacho. Mi cuñada es médico aquí, tengo enchufe, ¿no?

-          Sí, claro – sonrió.

-          Estás muy sexy con la batita blanca.

-          No empieces, Enrique, por favor. Vamos a dejar las cosas como están, ¿vale?

-          Es que me pones tan cachondo – dijo acariciándole la mejilla con las yemas de los dedos.

-          Por favor, Enrique – rogó apartándole la mano, mirando nerviosa hacia los lados.

-          Dame las braguitas.

-          Enrique, estás loco, necesitas ayuda…

-          Dame las putas bragas, quiero olerlas.

-          Joder, Enrique.

Miró hacia los lados para asegurarse de que nadie les veía, se curvó hacia delante y se metió las manos bajo la falda para bajarse las bragas hasta sacárselas por los pies. Se las entregó a su cuñado y éste se taponó la nariz con ellas, oliéndolas con profundidad.

-          Ummmm, qué olor más rico. Necesito pajearme con tus braguitas.

-          Aquí no puede ser, Enrique.

-          Vamos a tu despacho, seguro que allí nadie nos molesta.

No se atrevió a contrariarle, dio media vuelta y se encaminó hacia la zona de las consultas. Félix, que en ese momento conversaba con un paciente, les vio pasar. Enrique la seguía a corta distancia. Fue tras ellos evitando que le descubrieran. Les vio meterse en el despacho y oyó el cerrojillo. Se mantuvo expectante. Del despacho contiguo, salió la enfermera de su mujer.

-          ¿Y mi mujer, Aurora?

-          Está con tu cuñado. Me ha dicho que tome un rato, que tienen que hablar a solas.

-          Vale, gracias.

Fruto de los nervios, a Valeria se le había olvidado cerrar el despacho de su enfermera, un despacho con acceso al suyo. Félix se adentró y entreabrió la puerta. En ese momento, su cuñado se sentaba en el sillón de su esposa, tras la mesa, y comenzaba a desabrocharse el cordón del pantalón. Le vio las bragas en la mano. Su mujer aguardaba de pie ante él.

-          Cómo me pones, cabrona… - se abrió el pantalón y se bajó el slip mostrando su larga y gruesa polla erecta. Enseguida, se la agarró con las bragas para meneársela despacio -. Ábrete la bata… Deja que te vea el coño… -. Félix veía a su mujer de espaldas, cómo lentamente iba desabrochándose los botones hasta abrirse la bata hacia los lados, exhibiendo su coñito y el volumen de sus pechos forrados por el sostén -. Sácate las tetas…

Obedeció, la vio elevar los brazos para bajarse las blondas del sostén. Enrique se la sacudía con ojos desorbitados, soltando jadeos ante el entusiasmo que veían sus ojos. Félix oyó pasos por el pasillo. Temió que le descubrieran y salió fuera, topándose con un compañero de su mujer. Le costó unos minutos deshacerse de él, necesitaba verla con urgencia, pero le mintió diciéndole que había salido fuera del hospital.

Regresó al despacho de la enfermera. Vio a su mujer arrodillada entre las robustas piernas de su cuñado haciéndole una mamada. Subía y bajaba el tórax para chuparle la polla, con la melena caída hacia los lados. No podía ver cómo lo hacía, pero oía el sonido de las chupadas. Enrique permanecía reclinado en el sillón de su mujer, cabeceando y gimiendo con los ojos entrecerrados. Le tenía levantada la bata hasta la cintura y se le veía el culo y la rajita del chocho en la entrepierna, así como el encaje de las medias en los muslos. Félix empezó a refregarse viendo cómo su mujer se la mamaba a su cuñado.

-          Ahhhh… Ahhhh… Sigue… Sigue mamando, putita… Así… Así…

A veces le colocaba la manaza en la coronilla para ayudarla a mamar o se erguía, deslizaba sus manazas por la espalda y le apretujaba las nalgas del culito con fuerza, atizándole unos azotes, abriéndole la raja severamente. Volvía a relajarse, dejándola a ella mamar. Lo hacía subiendo y bajando la cabeza, allí, en su propio despacho.

Félix oyó de nuevo pasos y tuvo que salir al pasillo. Era un grupo de médicos, pero pasaron de largo. Al regresar de nuevo al cuarto de la enfermera, oyó a su mujer soltar gemidos secos y a su cuñado acezar como un perro, gemidos sincronizados, primero ella y luego él. Tuvo que cerrar la puerta para que nadie les oyera y fue a asomarse.

La había sentado en el borde de la mesa con las piernas separadas mientras él, de pie, entre sus muslos, le follaba el coño. A Enrique le veía de espaldas, con los pantalones medio bajados, contrayendo el culo aligeradamente para penetrarla, baboseando sobre su cuello. A ella la veía gemir con la barbilla apoyada en su hombro, con el ceño fruncido y la boca abierta. Veía parte de sus tetas sobresaliendo por los costados de él, como si las tuviera aplastadas contra el tórax. Valeria permanecía abrazada a él para soportar las constantes embestidas y a veces las manitas resbalaban hacia su culo, hundiendo las yemas en sus nalgas, como soportando los pinchazos. A veces Enrique, sin dejar de contraer el culo, trataba de morrearla, pero ella apartaba la cara, sin dejar de gemir. Dio un brusco acelerón y frenó de repente con el culo contraído. Ella le tenía agarrado por el culo, pellizcándole, soltando un jadeo profundo, notando cómo la llenaba. Enrique se relajaba lamiéndola por el cuello mientras ella trataba de recuperar el aliento.

Finalmente, Enrique se apartó dando un paso atrás e inclinándose para subirse los pantalones. Entonces Félix la vio sentada, abierta de piernas, con el coño enrojecido, de donde empezó a manar leche sobre la superficie de la mesa.

-          ¿Te ha gustado, cuñadita?

-          Márchate, por favor – dijo apeándose de la mesa, recogiendo sus bragas del suelo e incorporándose para empezara a abrocharse la bata.

-          No te enfades, mujer, sólo ha sido un polvito.

-          Vete, Enrique.

Félix quiso marcharse antes que él por miedo a que ella le descubriera espiándoles. Le vio salir a los pocos minutos, ajustándose los pantalones de lino. Se fijó en su paquete, aún se le notaba la hinchazón. El muy cabrón acababa de follarse a su mujer. Más tarde, fue a buscarla para ir a comer y la encontró en su despacho, seria, abstraída, mirando por la ventana.

-          ¿Estás bien, mi vida?

Miró hacia él.

-          No estoy bien, Félix, esto de Enrique…

-          No te preocupes más, mujer, ya no volverá a tocarte.

-          Claro, sí, no pasa nada.

Y volvió de nuevo la vista hacia el paisaje, sin contarle a su marido que de nuevo había abusado de ella, que la había obligado a chupársela y que la había follado.

Al día siguiente, Félix tenía guardia nocturna. Se despidió de su mujer con un beso en los labios y se marchó al hospital. Empezó a abordarle la idea de que su cuñado aprovechara su ausencia para irse con su mujer. La había convertido en su putita. Empezó a excitarse con la idea de que estuvieran juntos en su propia casa. Telefoneó a su hermana María y preguntó por él, pero le dijo que había salido. Habló con el jefe de planta y le dijo que le dolía mucho la cabeza. Le dio permiso para irse.

Efectivamente, su cuñado estaba allí. Vio su coche aparcado en la puerta. Qué cabrón. Subió y abrió con mucho sigilo. Nada más entrar, oyó su voz procedente de la habitación de matrimonio.

-          Vamos, coño, que no pasa nada, todas las putas lo hacen.

-          No, Enrique, por favor, eso no, me da mucho asco…

-          No me jodas, coño, venga, sólo un poquito, para ponerme a tono… -. Oyó el chirrido de la cama -. Venga, coño… Sólo un poquito…

-          Me da mucho asco, Enrique…

-          Venga, coño, no seas cabrona.

Se mantuvo expectante, pero cundía el silencio. Estaba muy empalmado. Se quitó los zapatos y fue hacia su lecho de amor. Allí les vio. Ambos estaban completamente desnudos. Su cuñado se encontraba a cuatro patas con las rodillas cerca del borde de la cama, mirando al frente con los ojos entrecerrados, mientras que su mujer se hallaba arrodillada en el suelo, entre sus pies, ordeñándole la verga con la mano derecha, dándole débiles tirones hacia abajo, mientras le olisqueaba el culo peludo deslizando su nariz a lo largo de la raja, acariciándole los muslos de las piernas con la manita izquierda. Pudo ver sus muecas de asco al olfatear, agarrándole la verga como si fuera el mango de un paraguas.

-          Vamos, putita, bésame el puto culo…

Le estampaba tímidos besitos por la raja, por las nalgas, a veces le soltaba alguno en los huevos, envuelta en gestos de asco. Félix no pudo resistirse ante el sometimiento y se sacó el pene para masturbarse. Olisqueando el culo de otro hombre, siendo obligada a besárselo. Le tiraba muy despacito de la verga hacia abajo. Entonces miró hacia la puerta y descubrió a su marido masturbándose. Félix paró mirándola a los ojos, acojonado de lo que pudiera interpretar al haberle pillado masturbándose.

-          Vamos, chúpame, putita… - apremió Enrique.

Valeria apretó los dientes y respiró hondo, y sin dejar de mirar hacia su marido, se lanzó a lamerle el ano a su cuñado, hundiendo toda la cara dentro de la raja, abriéndole la raja de un lado con la mano izquierda para pasarle la lengua una y otra vez por encima del ano, tirándole fuerte de la polla. Enrique gemía de gusto, cabeceando como un loco. A veces paraba y le lamía el ano con la punta, tratando de meterle un trozo dentro del orificio, lamiendo como una perra hasta que la polla comenzó a verter leche sobre las sábanas.

-          Cabrona, qué gusto… Ooooohhhhh….

Le chupó el culo varias veces más pasándole la lengua por encima del ano, apretándole el capullo para escurrirle la polla. Después se la soltó y se levantó, mirando hacia su marido, que observaba estupefacto el repentino comportamiento de su mujer. Enrique se irguió resoplando, quedando arrodillado. Ella le abrazó por detrás, aplastando las tetas contra su espalda, acariciándole los pelos del pecho con sus manitas y besuqueándole por el cuello. Enrique se percató de que Félix les observaba. Ella le lamía por el cuello y las orejas, arrastrando las tetas por su espalda, acariciándole la barriga.

-          Mira tu marido, le gusta mirar…

-          ¿Quieres mearme el culo? Quiero que mi marido vea cómo me meas el culo…

-          Sí, zorra -. Se dieron un leve morreo -. Quiero mearte.

Enrique se apartó y ella entró en la cama caminando a cuatro patas, con sus tetitas colgando y balanceándose. Enrique se colocó detrás, erguido y arrodillado, sosteniendo su enorme verga en posición horizontal para encañonarla. Félix y Valeria se miraban a los ojos. Félix notó su mirada de desprecio, de hecho la erección se le había bajado.

-          Méame… Méame… - le rogaba a su cuñado, sin apartar la vista de su marido.

Le meneaba el culito, hasta que salió el chorro disparado, meándole primero el coño y después todo el culo. Y Félix mirando como la muy perra gozaba. Asistía a la meada impasible, como un cornudo consentido, lo que siempre había sido, desde el principio, desde que Silvia le puso los cuernos, desde que vio cómo su cuñado le meaba el culo a su hermana. Se repetía la historia, pero con su mujer. Fin. Carmelo Negro.

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