Esa noche

Una alocada fiesta en la playa no sería la primera opción para Mackenzie. Se siente en el lugar incorrecto hasta que conoce a Arthur y vive una de las mejores noches de su vida.

El fresco aire de verano hacia que su castaño cabello revoloteara. Tenía el rostro asomado por la ventanilla del auto, apreciando cómo la polvosa autopista se iba haciendo cada vez más grande.

Era sábado por la tarde, y el cielo estaba claramente despejado, prometiendo una exposición de deslumbrantes estrellas por la noche.

Mackenzie se quitó un mechón de cabello que le estorbaba de la cara. Volteó hacia el asiento del conductor, donde estaba sentada Kate.

—No tienes idea de cuánta gente va a venir —Le avisó la rubia a Mackenzie, mirándola de reojo—, ¡va a ser increíble!

Ella asintió. Por supuesto que sería una noche fantástica. Kate le había avisado desde hace una semana que planeaba hacer una fiesta en la residencia de sus padres en la playa. Aseguró que invitaría a todos los estudiantes posibles de su universidad.

Claro que la cuestión de invitados no era problema alguno para Kate. Ella era demasiado extrovertida y hacía amigos con mucha facilidad. Era todo lo contrario a Mackenzie.

Siempre había sido así. Desde que se conocieron en la preparatoria, se volvieron inseparables y muy buenas amigas. Mackenzie se refugiaba en la sociable personalidad de Kate cuando se trataba de conocer gente nueva. Quizá esa era la razón por la que se había negado a asistir a la fiesta al principio.

Aún podía escuchar las palabras de Kate intentando convencerla:

—¡Vamos, Mackenzie! —Hacía gestos inimaginables esperando que cambiara de opinión— No seas aguafiestas, además, es mi fiesta, ¡tienes que ir!

—No lo sé —Meneaba ella la cabeza—, sabes que no me gusta estar rodeada de tanta gente.

—Yo puedo hacer que eso cambie —Le guiñó un ojo.

Fue así como las siempre útiles tácticas de Kate lograron hacerla aceptar. La rubia nunca se daba por vencida hasta conseguir lo que quería, y, como en la gran mayoría de las ocasiones, lo logró.

Y ahora estaba ahí, metida en el lindo Mustang blanco de Kate, rumbo a su casa en la playa. Lista para disfrutar de una noche de fiesta con totales desconocidos.

Después de una hora y media de viaje, por fin pudieron divisar la gran casa con porche de madera cerca de la playa.

Era una de esas casas que parecían haber sido sacadas de una de las revistas más prestigiosas de decoración. Definitivamente los padres de Kate tenían buen gusto.

Se apresuraron a bajar las maletas de la cajuela. Kate no podía contener la emoción que tenía dentro.

—¡Y tenemos la casa para nosotras solas hasta que sea de noche! —Exclamó mientras entraba corriendo.

Mackenzie sonrío y cargó su maleta hasta la entrada. Todavía no estaba totalmente convencida si debía estar ahí o no.

*

Mackenzie terminó de delinear su ojo con el lápiz negro y echó un último vistazo al espejo.

Su lindo cabello castaño enmarcaba su rostro angelicalmente. De hecho, todas sus facciones daban la impresión de estar viendo a un cándido ángel. Tenía una mirada tan tierna e inocente, que nadie se atrevería a hacerla sentir mal.

Sin embargo, su cuerpo no concordaba con la imagen dulce de su rostro. Tenía curvas pronunciadas que se notaban más en sus piernas, y, aun así, iban armónicamente con sus brazos y abdomen, que eran delgados.

Más de un chico la había invitado a salir, pero Mackenzie era en exceso tímida y terminaba siempre por usar la excusa de “estar muy ocupada”.

Odiaba admitirlo, pero Kate despertaba en ella ciertos celos. Siempre era su amiga quien se robaba toda la atención de parte de los hombres. Era considerada el alma de la fiesta, y siendo Mackenzie tan introvertida, se sentía como un cero a la izquierda.

—¿Lista? —Se asomó Kate desde el baño.

*

La música sonaba escandalosamente. Había muchísima gente en todas partes. El cielo estaba escarchado por estrellas y lo único que iluminaba el exterior de la casa eran unas elegantes antorchas clavadas en la arena.

El mini bar en la casa estaba repleto de jóvenes que no paraban de beber. Los sillones estaban ocupados por parejas besándose y el piso de arena se estremecía por la gran cantidad de personas bailando.

Mackenzie miraba toda la acción desde su lugar. Estaba sentada en el escalón del porche que daba a la arena con una botella de cerveza en la mano.

Suspiró pesadamente. Todos se la estaban pasando tan bien, ¿por qué ella no podía hacer lo mismo? Simplemente no se sentía con ánimos.

Observó a los invitados. Quizás Kate le había mentido, porque no había nadie de la universidad que ella pudiera reconocer.

Estaba sumergida en sus propios pensamientos hasta que sintió que alguien la miraba. Enfocó hacia debajo de una de las palapas y se encontró con los ojos de un hombre que jamás en su vida había visto.

Éste la miraba con una sonrisa. Mackenzie no supo cómo reaccionar. Con tan poca iluminación, no podía verlo con claridad.

Y, de pronto, él se acercó a ella. Tenía un caminar tan diferente al de los demás chicos, como si fuera 100% seguro de sí mismo.

Ella se quedó inmóvil. No podía creer que se estuviera dirigiendo hacia ella. A cada paso que daba podía verlo mejor. Y le gustaba lo que veía. El tipo era guapísimo. Seguramente más alto que ella, sonrisa perfecta, ojos claros y cabello rubio oscuro.

—Hola —Le saludó él sentándose a su lado.

—Hola —Respondió Mackenzie.

Sintió que sus mejillas se enrojecían.

—¿Vienes con alguien?

Y es que la voz del tipo era sumamente increíble. Ronca y fuerte a la vez. Mackenzie no supo qué estaba pasando en su interior, pero no podía hablar con normalidad.

—No —Titubeó ella.

Él rio al oírla hablar. Sabía que estaba nerviosa.

—Arthur —Le extendió la mano y le sonrío.

—Mackenzie —Tomó su mano.

Sentía que casi desfallecía cuando tuvo contacto visual con él así de cerca. Su barba de tres días lo hacía irresistible.

—Lindo nombre, Mackenzie —Habló Arthur sin soltar su mano.

Mackenzie miró su mano. El hecho de que él sujetara la suya era impresionante. Y más impresionante era lo que la hacía sentir por dentro.

—¿Quieres tomar algo más? —Le sugirió él cuando vio que ya había terminado su cerveza.

—Seguro —Aceptó ella de buena gana.

Arthur la condujo hacia el interior de la casa y tomaron asiento en el mini bar.

Mackenzie estaba tan absorta en la belleza del hombre que no le importó que ambos estuvieran bebiendo vodka. Él la hacía sentir cómoda y la hacía reír. Pronto, se olvidó que había más gente cerca.

Las horas pasaron volando para ella. Se la estaba pasando tan bien. Cuando menos se dio cuenta, los efectos del alcohol ya estaban haciendo su efecto.

Los dos jóvenes estaban en medio de una sonora carcajada, cuando él la tomó de la cintura y la sentó encima de la barra.

Mackenzie lo miraba sonriente mientras Arthur se acomodaba entre sus piernas. No está haciendo nada malo, pensó ella.

Poco a poco, Arthur llevó sus manos a las caderas de ella y las acarició sobre su ropa con delicadeza. Mackenzie podía oler la deliciosa mezcla que resultaba del aroma del vodka y de su loción masculina.

Sentía que se derretía con cada caricia y perdía la consciencia. Nada le importaba. Se sentía tan bien estar así.

Él besó sus labios. Qué hábil era con su lengua. Mackenzie lo rodeó con sus brazos y le permitió que hiciera con sus labios lo que quisiera.

La piel de ella se volvía más sensible a cada roce. Las cosas a su alrededor daban vueltas de una manera tan gratificante que sólo la impulsaban a seguir besando a aquel hombre tan atractivo.

Arthur se puso de pie y la ayudó a bajar de la barra. Mackenzie no tenía ni idea de lo que tramaba, pero lo siguió con pasos torpes en dirección al baño que estaba al lado de la puerta.

Él cerró la puerta tras de sí y la aseguró. Mackenzie lo miró. Los ojos de Arthur eran demandantes y ella no entendía lo que estaba ocurriendo.

Se acercó a ella con frenesí y comenzó a besar su cuello mientras con sus manos acariciaba sus muslos.

El fresco perfume que Mackenzie estaba usando hacía que Arthur la deseara más. Su suave piel al contacto con sus dedos lo estremecía. Él gemía levemente en su oído cuando bajó los tirantes de su vestido y los deslizaba por sus brazos.

Los pechos de Mackenzie estaban a punto de quedar al desnudo. Ella podía sentir perfectamente cómo sus pezones endurecían mientras la prenda los rozaba.

El miembro de Arthur empezó a hacer presión contra la entrepierna de ella. Como un impulso, Mackenzie bajó su mano hasta éste y lo frotó suavemente. Los gemidos de Arthur la motivaban a seguir y no detenerse jamás.

De pronto, alguien tocó a la puerta. Los golpes venían uno tras otro, como si quien quisiera entrar estuviera desesperado.

—Alguien llama —Avisó Mackenzie con la voz entre cortada. Apenas y podía hablar entre su respiración.

—Déjalos esperar —Convino Arthur sin dejar de besarla.

Con las yemas de los dedos, rozó los pezones de ella. Era increíble lo cuidadoso que era al hacerlo.

Mackenzie sentía que el aire le faltaba. Su entrepierna estaba humedeciéndose con intensidad y no podía hacer nada para evitarlo.

—¡Maldita sea, necesito entrar! —Gritó una persona afuera del baño.

Arthur miró hacia la puerta y después miró a Mackenzie. De sus labios se asomó una sonrisa perversa.

—Tendremos que hacer esto rápido.

Ella no pudo siquiera reaccionar cuando él ya la había levantado en sus brazos y la hizo sentarse sobre el lavamanos.

Sus movimientos fueron rápidos. Arthur puso una de sus manos en sus húmedos pliegues y los acarició delicadamente.

Las piernas de Mackenzie se contrajeron. Se sentía tan bien. Arthur miró su rostro. Era obvio que no podía contener tanto placer.

Ella jadeó cuando él aumentó la velocidad. Sus gemidos subían de tono a medida que él la tocaba. Súbitamente, él tapó su boca con la otra mano y se acercó a su oído:

—No grites, princesa.

Sus palabras hicieron el efecto contrario. Mackenzie necesitaba gritar. Arthur estaba estimulando su clítoris de una forma que nunca había experimentado antes.

Él la miraba fijamente a los ojos. Su mirada tan hábil y decidida la provocaba aún más. Mackenzie encajó las uñas en su brazo a la par que soltaba un grito.

—No grites —Le repitió él, apretando su mano con más fuerza contra su boca—, no querrías que todo el mundo supiera lo que haces en el baño de tu amiga.

Mackenzie cerró los ojos. Estaba tan cerca. Podía sentirlo venir.

—Córrete para mí, linda.

Esa última frase bastó para ella. Su éxtasis fue a otra dimensión. Todo su cuerpo se contrajo con fuerza mientras echaba la cabeza hacia atrás. Su respiración se volvió agitada y fue incapaz de hacer algún sonido.

Poco a poco se tranquilizó y notó que Arthur tenía su miembro en su mano. Lo frotaba mientras la veía correrse.

Mackenzie bajó del lavamanos y se inclinó hacia él. No era totalmente consciente de lo que estaba haciendo, pero la situación era tan excitante que nada le daba vergüenza.

Tomó la entrepierna de Arthur con la boca y se dio a la tarea de lamerlo. Pasó su lengua por la cabeza y bajó. Después, lo introdujo por completo en su boca y tomó un ritmo al meterlo y sacarlo.

Miró hacia arriba. Arthur la observaba excitado.

Los golpes en la puerta continuaron ruidosos.

Mackenzie sintió cómo él la tomaba por el cabello y la hacía lamer su miembro con más rapidez. Ella copió el ritmo tan pronto como le fue posible.

—Eres una zorra —Jadeó Arthur en voz baja—, mírate, lo haces tan rápido.

Ella continuó con su labor mientras con una mano acariciaba sus testículos.

La persona que estaba afuera no dejaba de quejarse y pedir que se le dejara pasar.

—Bebé, me voy a venir —Le avisó Arthur—, te lo tendrás que tomar para salir pronto de aquí.

Mackenzie asintió. Se sentía tan excitada que nada más le importaba.

Y entonces, lo sintió, acompañado de un gemido de él. Lo tragó con algo de dificultad y un poco más le escurrió por las comisuras de los labios.

Él le sonrío satisfecho. Ella correspondió a la sonrisa mientras se relamía los restos de la boca.

Se acomodó el vestido y él se subió el cierre del pantalón y se dispusieron a salir. La persona que quería entrar estaba ahora tirada en el piso por los efectos de  la bebida.

La música continuaba sonando fuerte en todas partes y las personas no parecían querer terminar de bailar.

Arthur y Mackenzie se tiraron en un sofá de la sala. Ella no pudo más con el cansancio y cayó dormida.

*

Un rayo de sol que se colaba por la persiana la hizo despertar. Mackenzie se frotó los ojos con pesadez. La cabeza le dolía horriblemente y ni siquiera podía sentarse.

Los recuerdos fueron agolpándose uno a uno en su mente.

Miró a su lado. Arthur ya no estaba acostado con ella. Él ya se había ido.