Ésa no es tuya (tercera parte de Cógelo)
Continuación de "Cógelo" y "Mírame". Jorge y Lidia continúan explorando hasta dónde les puede llevar el nuevo camino emprendido.
“ÉSA NO ES TUYA” (tercera parte de “Cógelo”)
Se despertó con la sensación de haber dormido más horas de lo habitual, de haber descansado profundamente. Poco a poco se fue desperezando, y lo primero que hizo fue comprobar si Jorge estaba junto a ella. Efectivamente, era más tarde de lo normal. Su marido no estaba, y el sol incidía sobre la pared situada frente a la ventana, entrando por una pequeña rendija de la persiana que no acababa de cerrar bien. Los recuerdos de la noche anterior se agolparon de repente en su cabeza: cómo se abandonó al placer, cómo se había comportado de una manera que jamás se hubiera imaginado, cómo tomó la iniciativa y fue poseída por dos hombres, cómo Jorge la observaba mientras David la hacía suya… David. No sabía exactamente qué sentía. Amaba a su marido, pero David le gustaba. ¿Y cómo no le iba a gustar? Alto, guapo, musculoso… Y follaba muy bien… ¿Follar? ¡Qué expresión! Ella nunca la utilizaba, pero lo había hecho la noche anterior, y ¡de qué forma! De pronto se acordó que aun tenía el semen de ambos machos dentro de ella, pues aunque se duchó, evitó lavar su intimidad. Levantó la sábana e introdujo un par de dedos en su vagina, notándola aun empapada, lubricada… Y las sensaciones de la noche anterior volvieron a ella como una oleada de calor que recorrió su cuerpo por completo. Recordó cómo David le ofreció una degustación de la mezcla del esperma de sus dos amantes, y sin pensarlo, acercó sus dedos a sus labios, encontrándose con su lengua asomando entre ellos. El sabor de la humedad era inequívoco: la semilla de Jorge y David aun estaba dentro de ella. Al momento, toda esa oleada de calor se agolpó en su sexo, y no pudo evitar excitarse y llevar sus dedos al clítoris. Comenzó a acariciarse en círculos, abriendo ligeramente sus piernas. Con su mano izquierda tiró de las braguitas hacia abajo hasta dejarlas a la altura de las rodillas, y luego subió su camiseta por encima de los pechos, dejándolos al descubierto para poder juguetear libremente con los pezones, que empezaban a endurecerse por momentos. En su mente se dibujó entonces una escena de la noche anterior: mientras hacía suyo el pene de David, Jorge se masturbaba de pie en el quicio de la puerta del dormitorio, puerta que estaba contemplando en ese mismo instante. Retiró momentáneamente sus dedos, y con ambas manos se quitó primero las braguitas y luego la camiseta, quedando completamente desnuda. Se giró hacia la derecha y abrió el primer cajón de la mesilla de su marido, donde guardaban el consolador, su juguete nocturno, su cómplice. Lo miró divertida, y pensó que efectivamente, tal y como Jorge dijo, la de David era aun mayor. No se entretuvo más, y agarrándola de los testículos se la introdujo con facilidad. Cerró sus piernas y de nuevo comenzó a acariciar su clítoris, esta vez con más presión. Una vez más recordó escenas de la noche anterior, y su excitación fue en aumento. “¡Fóllame!”, llegó incluso a ordenarle a David. ¡Ella, la recatada Lidia! No se lo podía creer, pero era cierto. Su respiración comenzó a agitarse, su pecho parecía ser la superficie del mar a merced del viento. “¡Córrete dentro!” Otras palabras que ella había pronunciado y que le parecían tan extrañas, tan sucias, y además no iban dirigidas a su marido… Pudo escucharse gemir, cada vez más rápido, más intensamente. Sus dedos aceleraron los movimientos, su pelvis se agitó; abrió las piernas ligeramente, lo suficiente para acceder a los testículos del dildo, agarrándolos e iniciando un movimiento que simulaba una penetración. Y estalló. Un enorme orgasmo llegó a ella a la vez que los gemidos dieron paso a un grito descontrolado que inmediatamente reprimió. Sudaba, se convulsionaba, y su cuerpo pareció dejar de responderla súbitamente y volverse mucho más pesado. Sus caricias se volvieron suaves y lentas, y poco a poco comenzó a extraer el consolador de su sexo. Estaba empapado, y tras sacarlo completamente, lo observó, y en ese momento deseó que fuera realmente el de David; lo acercó a su boca, lo lamió con lascivia y su sabor le resultó familiar…
Jorge levantó su mirada hacia la terraza del apartamento, y asomada a ella pudo ver a Lidia. Volvía de dar un paseo, desayunar y comprar el periódico. No quiso despertar a su mujer después de la agitada noche anterior, y además necesitaba despejarse. Él también estaba confuso: había preparado una cita sexual a su propia mujer, aunque él también participó activamente. Pero ya no era el único hombre que la había poseído, el único macho que la había penetrado. Esa sensación que sentía lo confundía pero lo excitaba al mismo tiempo. Y además, le preocupaba cómo lo iba a asimilar su mujer, que en unas horas había pasado de ser una hembra de un solo macho en toda su vida a practicar un trío en toda regla, usando un lenguaje y con una actitud impensables en ella. La saludó con la mano y se dirigió al portal. En la piscina ya estaban muchas personas aprovechando el magnífico día, con el sol acercándose a lo más alto.
-“Hola cariño, no te quise despertar”- Apenas pudo terminar la frase antes de que Lidia se abalanzara sobre él, abrazándolo con ímpetu y besándolo con cariño.
-“Gracias, mi amor”- Le dijo tras liberar momentáneamente sus labios.
-“¡Vaya, qué buen recibimiento!”-bromeó, buscando de nuevo la boca de su esposa. Sintió que su excitación aumentaba con el roce del vientre de su mujer contra su sexo, algo de lo que se percató Lidia inmediatamente.
-“Parece que nuestro amiguito quiere más guerra, ¿eh?”- bromeó agarrando el pene de Jorge por encima del pantalón.
-“Mmmmmmmm… No me provoques, que no puedo ir así al tenis, menudo espectáculo iba a dar” – comentó medio en serio medio en broma, pero sin soltar aun a su mujer.
Al recordar que efectivamente se acercaba la hora en la que Jorge acudía a la clase, de nuevo se sintió algo violenta. El nombre de David retornó a su cabeza, e inmediatamente aflojó su abrazo y soltó el miembro de su marido…
-“Tienes razón” –apuntó mientras sonreía. –“Te dejaré tranquilo un rato, así que no te canses mucho, por si acaso”- dijo mientras le guiñaba pícaramente el ojo.
-“Mira que hago “pellas” hoy, ¿eh?”- le gritó desde la puerta pues Lidia se había metido en el baño.
-“Ve, anda, luego tendremos tiempo para todo. Mientras bajaré un rato a la piscina” –respondió ella con el mismo tono amortiguado por la cerrada puerta que los separaba.
Ambos habían obviado hablar directamente de lo sucedido la noche anterior, pero con sus mensajes indirectos lo daban por bueno. Probablemente el tema saldría en el momento en el que volvieran a hacer el amor. “Follar” –como siempre decía Jorge. “Nosotros follamos. El amor lo hacemos el resto del tiempo que estamos juntos.” –solía decir no sin razón, según Lidia.
Cuando salió del baño, Jorge ya no estaba. Le había oído gritar algo justo antes de escuchar la puerta cerrarse. “Ahora verá a David” – pensó.- “¿Hablarán de lo de ayer? ¿Volverán a acordar otra cita?”.
Intentó olvidarse de ello, y terminó de preparar el bolso de baño. Se puso el pareo sobre el bañador, tomó la tumbona, salió del apartamento y de dirigió a su lugar preferido, bajo un sauce y cerca de una de las duchas, donde se fijó en David por primera vez. Otra vez David. Ese nombre la perseguía a cada momento, no podía terminar de despejar su mente del todo, pues a cada momento, palabras, lugares o simplemente recuerdos lo devolvían a su mente. Una vez más, intentó centrarse en lo que estaba haciendo: comenzó con su ritual habitual, dejó el bolso y la tumbona, tomo ésta, la desplegó, se quitó el pareo, tomó el libro que seguía leyendo y se acomodó.
Al cabo de unos minutos notó cómo alguien colocaba su toalla cerca de ella. “Vaya fastidio” –pensó. “¿No tendrá sitio que tiene que ponerse justo aquí?” –se preguntó incómoda. Giró su cabeza hacia la derecha a ver quién osaba incomodarla, y ahí estaba David, empapado, con el torso desnudo, recién salido de la piscina, sonriéndola abiertamente. “Buenos días, Lidia, ¿cómo estás?” –saludó jovial.
-“¿Pero qué haces aquí?” –acertó a preguntar, tan sorprendida como molesta. “¡Jorge se marchó a las pistas hace un rato!” –apuntó algo violentada. –“Parece que te he molestado, Lidia, discúlpame. Si quieres me marcho.”- respondió el monitor.
-“¡No, no es eso!, -replicó ella. –“Es que no esperaba verte ahora por aquí” – contestó mientras notaba que se ruborizaba como una inocente colegial.
-“Aun no tengo el tobillo bien. Voy a descansar unos días, por si acaso” –le explicó David mientras se recreaba en el cuerpo de la mujer que había sido suya hacía pocas horas.
-“¿Pero entonces Jorge…? –se preguntó Lidia en voz alta sin entender qué sucedía.
-“Mi compañero Serge me suplirá hasta que me recupere” – le explicó sonriendo. “Así que tengo también unas pequeñas vacaciones y todo el tiempo del mundo” –comentó mientras se colocaba de lado mirando hacia Lidia.
-“Mira que bien” –respondió volviendo su atención de nuevo hacia el libro, fingiendo ignorar su presencia, aunque en el fondo se encontraba terriblemente nerviosa, incómoda, pero también excitada. Una vez más, esa oleada de calor que no podía controlar la inundó y se centró en su sexo. “Menos mal que me he puesto un salvaslip” –pensó. –“¿Qué querrá? ¿Por qué se habrá puesto a mi lado? ¿Y si Jorge viene y nos ve, quizás no le parezca bien”- su mente bullía en mil preguntas sin respuesta. –“A lo mejor, si me voy y tardo en regresar, se aburre y se marcha” –pensó. “No quiero estar a solas con él, aunque anoche…” –recordó. Y es que cuando Jorge los dejó un momento, ella masturbaba al monitor mientras él le daba a probar una gotita del semen de ambos. No pudo evitar una sonrisa por sentirse más incómoda ahora que ayer. Decidió levantarse con un súbito impulso. –“Voy al baño” – dijo sin mirarlo, y se encaminó hacia allí sabiéndose observada por David, sin poder evitar contonearse más de lo habitual al caminar. Este, efectivamente, observó el culo de la mujer mientras se alejaba, recreándose en su visión sin dejar de sonreír –“Qué bien follas, Lidia” –pronunció para sí mientras la perdía de vista.
Y es que cuando Jorge hubo salido a pasear antes de que Lidia despertara, recibió una llamada de David. Éste le explicó que quería verlo, así que acordaron desayunar juntos en un bar del paseo marítimo. Allí David le contó que Serge lo iba a sustituir unos días debido a su maltrecho tobillo, y tras unos segundos algo violentos, David se lo soltó: “Jorge, espero que lo de ayer no te haga sentirte mal conmigo o hacia mí”. –“No te preocupes, David, fui yo el que te lo pedí. Me preocupa más cómo lo asimile Lidia” –respondió. “Además, todo lo que sucedió anoche me encantó” –apuntó.
-“¿Todo?” –repitió el monitor con intención.
“Todo” –respondió Jorge con contundencia.
“Bien, pues quizás podamos repetirlo, si quiere Lidia, por supuesto” –planteó David mirando fijamente a los ojos de su interlocutor. -“Sabes que puedes confiar en mí, soy discreto”
-“Lo sé, pero depende de ella. Se lo propondré” –comentó Jorge, dando por acabado el asunto.
Lidia se entretuvo todo lo posible antes de regresar a su tumbona. Incluso se acercó al Club Social con la excusa de informarse sobre unas clases de gimnasia acuática que se iban a impartir en unos días, todo ello con la intención de que David se aburriera, se marchara, y la evitara mantener esa situación tan incómoda. Y efectivamente, David no estaba, aunque sí su toalla. “Se estará dando un baño” –pensó. – “Es el momento”- Y recogió sus enseres en un santiamén para a continuación encaminarse al apartamento. Por el camino seguía pensando lo absurdo de su comportamiento, considerando que hacía unas horas había intercambiado con ese mismo hombre todo tipo de caricias, abrazos, besos y mucho más. De nuevo sintió la humedad en su sexo, y recordó que ya esa misma mañana se había masturbado, y que ahora le apetecía de nuevo. “¿Pero qué me está pasando?” –se preguntó asustada. “Lo de ayer fue una excepción, no puedo seguir así” –intentó convencerse.
Ya en su apartamento, decidió cambiarse e ir a ver a Jorge, al que todavía le quedaban unos minutos de su clase de tenis. Se quitó el bañador, se cambió el salvaslip, -“madre mía, está empapado” –comprobó abrumada-, se puso una camiseta sin mangas, un pantaloncito corto y se encaminó a las pistas de tenis.
Jorge no conocía a Serge. De hecho, David le había comentado que acababa de llegar de Estados Unidos, donde era monitor de tenis e incluso entrenador personal de algunos jugadores profesionales, y regresaba a España a pasar unos días junto a sus padres, los cuales residían aquí. Según le comentó David, su progenitor era un diplomático norteamericano que en lugar de veranear en su país de origen aprovechaba el sol español y se quedaba casi todo el verano por estos lares. Serge solía visitarlos unos días cada año, y ambos habían entablado amistad a raíz de la participación de los dos en un torneo de tenis que se celebraba en la urbanización todos los finales de agosto. Cuando llegó a la pista habitual, Jorge se encontró con alguien practicando el servicio utilizando la típica cesta llena de pelotas, y se quedó unos segundos contemplando la perfecta ejecución de dicha suerte tenística efectuada por el que suponía que debía ser Serge. La visión era realmente espectacular, pues su nuevo profesor debía medir cerca de dos metros de altura, más fibroso y musculado aun que David, y con una piel de un tono bronce oscuro que brillaba por el efecto del sol sobre el sudor. Cuando Serge se percató de que no se encontraba solo, se detuvo y sonrió agradablemente mostrando una blanca dentadura que contrastaba con su oscura figura; adelantó su mano hacia Jorge mientras pronunciaba un profundo y grave “hola, soy Serge”.
Lidia se aproximaba a la pista en la que su marido solía entrenar, y adivinó su figura a lo lejos intercambiando golpes con el que obviamente debía ser el sustituto de David. Se encaminó a la puerta, la atravesó y se encaramó a la parte más alta de las pequeñas gradas que rodeaban la pista, justo donde se encontraba una pequeña sombrilla que la protegería del sol. Entonces se sentó, levantó sus gafas de sol y saludó con la mano a Jorge, que se lo devolvió para a continuación golpear con dificultad una bola que llegaba con inusitada fuerza desde el otro lado de la pista. Y entonces, Lidia cambió la dirección de su mirada hacia su izquierda y se quedó admirada al poder contemplar la impresionante figura de un hombre sencillamente espectacular. La Lidia de hace 48 horas se habría limitado a admirar el hercúleo cuerpo del nuevo profesor de su marido, pero ahora algo había cambiado. Dentro de ella se había despertado una sexualidad tan intensa que no podía evitar tener pensamientos pecaminosos al ver a semejante ejemplar de macho. Su lucha interna la devolvía por momentos a su ser anterior, pero al instante, las imágenes de las escenas sexuales acontecidas la pasada noche se agolpaban en su mente de forma atropellada. En esa lucha se encontraba, absorta e incluso atormentada, cuando volvió a la realidad al escuchar cómo Jorge la llamaba desde la cancha. “¡Lidia, ven, ya hemos acabado!” –gritó. Su esposa se incorporó de su asiento, y con cuidado superó los grandes escalones para bajar a pie de cancha. Una vez allí, levantó su mirada hacia su marido y quedó verdaderamente impresionada al verlo junto al nuevo monitor. Jorge medía 1,80 cm., no era un hombre bajo ni mucho menos, pero al verlo junto al espectacular negro de casi 2 m. a su lado, parecía un niño. Cuando llegó junto a ellos, le pareció que se trataba de un auténtico coloso, y no sólo por su altura, si no también por sus enormes espaldas, que parecían interminables. Jorge la agarró por la cintura y le dio un cariñoso beso en los labios.
-“Hola, cariño, ¿que haces aquí?” –le preguntó.
-“Me aburría en la piscina y decidí venir a buscarte” –mintió, mientras su mirada se desviaba sin solución hacia la imponente figura que se encontraba a su izquierda.
-“Mira, te presento a Serge, que me va a entrenar mientras David se recupera del tobillo. Serge, esta es mi mujer, Lidia” – dijo, mientras observaba con curiosidad y algo de malicia la impresión que el hombre de bronce producía en su mujer.
-“Encantado” –pronunció con un tono tan grave que parecía inhumano, y se agachó para poder propinar dos besos a una Lidia absolutamente estremecida.
A continuación, se separó de la pareja y se encaminó a un banquillo en donde estaba su equipo de tenis. Jorge guiñó un ojo a su mujer y acompañando sus palabras con un movimiento de cabeza, le preguntó con intención mientras sonreía -“¿Has visto?”.
-“¿Qué quieres decir?” –respondió molesta. Y sin darle opción a que la contestara, se giró con intención de dirigirse a la puerta cuando comprobó que la figura de David se encaminaba hacia ellos.
-“¡Hola, pareja!” –saludó divertido pocos metros antes de llegar.
-“¡David, parece que casi no cojeas ya!” –respondió Jorge jovialmente.
-“No estoy mal, pero aun duele” –contestó ya en su presencia. -“La semana que viene estaré perfectamente. Mientras, ¿qué tal con Serge?” –preguntó a Jorge pero dirigiendo su mirada a Lidia.
-“¡Impresionante, le pega más duro que tú!” – contestó Jorge sonriendo.
-“¡Hola, David! –intervino Serge que se había acercado desde el banquillo, extendiendo la mano en dirección a su interpelado.
-“¿Qué tal con tu alumno? –respondió chocándola con la de Serge.
-“Bien, bien, aunque he comprobado que podemos mejorar algunas cosas” –pronunció como un trueno desde lo alto.
Mientras tanto, Lidia se había quedado petrificada al ver a Serge acercarse al grupo con el torso desnudo, pues cuando David llegó se acababa de quitar el muy sudado polo, luciendo unos pectorales y unos abdominales inhumanos, cuyas formas se acentuaban por los reflejos que su piel sudada producía bajos los rayos de un sol de justicia. Y cuando éste se giró de nuevo para terminar de recoger su equipo, pudo contemplar las espaldas del coloso de bronce, y cómo los infinitos músculos se asomaban en multitud de formas al colocarse un polo limpio por la cabeza. Jorge también se retiró unos metros para buscar su bolsa, dejando a Lidia con David por un instante, momento que éste aprovechó para susurrar al oído de la mujer unas palabras: -“y no lo has visto todo”.
Por el camino de vuelta, Jorge y Lidia se retrasaron dejando a David y Serge caminar delante de ellos. Lidia estaba visiblemente incómoda, y Jorge, que conocía perfectamente a su mujer, la agarró de la cintura y le propuso tomar una cerveza a solas en el Club Social, a lo que ella aceptó con indisimulado alivio.
-“¡David, Serge; Lidia y yo vamos al Club Social, nos vemos en la tarde! –se despidió Jorge de ambos monitores separándose del camino principal tras salir de las instalaciones deportivas.
-“¡De acuerdo, pareja, hasta luego! –respondió David tras girarse al escuchar a Jorge.
-“¡Bye!, -bramó Serge escuetamente dirigiéndose al matrimonio sonriendo.
-“Adiós” – contestó Lidia tan bajito que apenas se escuchó a sí misma, aun intimidada por la situación y tan confundida o más que en la piscina.
Se sentaron en la terraza y pidieron un par de copas de cerveza, guardando silencio hasta que una bella y esbelta camarera los sirvió.
-“Me gusta esta chica” –apuntó Jorge. “Quizás se quiera unir a nuestro club nocturno” –bromeó mientras le guiñaba un ojo a su mujer.
-“Jorge, no sé qué me está ocurriendo” –intervino Lidia haciendo caso omiso a las palabras de su marido.
-“¿Por qué dices eso?” –respondió preocupado. –“A ver, cuéntame qué pasa por esa cabecita” –contestó cariñosamente mientras extendía su mano para alcanzar la de su esposa.
-“Después de lo de anoche no soy la misma. Disfruté muchísimo, pero no sé qué pensar. Me gustaría que volviéramos a casa, cariño. Cada vez que veo a David me siento incómoda, pero…”
-“¿Cada vez? ¡Pero si lo acabas de ver ahora! –interpeló Jorge.
-“No, lo vi esta mañana en la piscina, y ahora otra vez…” –aclaró Lidia.
-“¡Ahhhh!, por eso viniste a la pista – entendió Jorge. “¿Es que te dijo algo que te molestó? ¿Quieres que hable con él?” –se ofreció.
-“¡No, por favor, no le digas nada! Tampoco me dijo ninguna grosería ni me faltó al respeto, es que después de lo de anoche no sé cómo comportarme” –confesó.
-“Te entiendo, pero anoche a última hora parecías satisfecha y natural con él” –respondió. “Mira, es un buen tío, y lo pasamos muy bien. Si quieres podemos repetirlo, y si no, pues tan amigos. Es discreto y lo entiende, pero no puede desaparecer ni hacer que lo ocurrido se olvide. Intenta tomarlo como una aventura, una experiencia que creo nos gustó a todos. Ya sé que no es lo mismo, pero hagamos como si hubiéramos salido a cenar con un amigo. De ti depende si volvemos a hacerlo o simplemente sucedió una vez y nada más.” –intentó razonar Jorge.
-“Pero es que no es sólo eso lo que me preocupa” –insistió Lidia. Es que desde anoche estoy distinta. Me…me… ¡Me he tenido que cambiar dos veces esta mañana!” –confesó ruborizada.
-“¿Siiiii?” –respondió Jorge con malicia mientras sonreía pícaramente.
-“¡Déjalo, por favor, no es una broma, me siento mal! ¿Es que no lo entiendes? Incluso cuando he visto a Serge…” –se detuvo en seco y agachó su cabeza recostándose hacia atrás soltando la mano de su marido.
-“Te gusta, ¿eh? No me extraña… ¡Es imponente! Pero escúchame, somos mayorcitos. Esto es fácil. Si quieres, mañana mismo nos vamos a casa, pero piensa que estamos en un lugar en el que no nos conoce nadie, y tampoco somos los únicos que tenemos aventurillas . A fin de cuentas, nosotros no andamos con mentiras. Follamos juntos, solos o como nos da la gana sin tener que dar explicaciones. Si quieres que repitamos, David está dispuesto, y si no, pues simplemente ocurrió, nos divertimos y lo recordaremos cuando queramos. Punto. Él no va a contar nada, de eso estoy seguro, y tampoco te preocupes por mí, porque lo que más me importa es que disfrutes; conmigo, con los dos… Cuando se acaben las vacaciones, el asunto se acabó también.”
-“Yo no quiero estropearte las vacaciones. Sé que ayer lo pasaste bien, y ahora sé que no te importa, pero yo no estoy segura de nada. Tú dices que David es discreto, pero… no me fío mucho de él” –dijo disgustada.
-“Pues insisto en que no te preocupes, pero de todas formas haré lo que tú decidas, piénsalo. Ten en cuenta cómo lo pasaste y cómo lo puedes llegar a pasar, lo cual, según me cuentas, parece que no te disgusta…” –insinuó Jorge mientras llamaba de nuevo a la camarera para pedirle otro par de cervezas. –“Decididamente, quiero que esta chica se una a nosotros, no siempre va a haber mayoría de hombres” –bromeó una vez más Jorge, y Lidia no tuvo más remedio que reírse de las ocurrencias de su marido.
Aprovecharon que tenían una de las mejores mesas de la terraza y ya comieron allí. Tomaron café y pidieron un par de gin-tonics para alargar la sobremesa. Lidia estaba más tranquila y relajada, parte por la actitud y las palabras de Jorge, parte por el alcohol que empezaba a hacer su efecto. La conversación que mantuvieron giró en torno a los cursos de gimnasia acuática, y rieron con ganas ante las ocurrencias de Jorge, que se burlaba de Lidia haciendo hincapié en las edades de las mujeres que acudían a dichas sesiones, e ironizando sobre los ejercicios que allí se realizaban. Cuando Jorge se terminó su bebida, inquirió a su mujer si le apetecía tomar otra, a lo que está respondió que prefería “tomar” otra cosa. Inmediatamente, Jorge pidió la cuenta a la camarera y la hizo efectiva mientras miraba burlonamente a su mujer, insinuando con gestos la posibilidad de que la camarera los acompañara al apartamento. Llegaron enormemente excitados y tardaron escasos segundos en desnudarse y tumbarse abrazados en la cama, que ni siquiera deshicieron. Tras numerosos besos y caricias, Jorge dirigió su mano al sexo de su mujer, comprobando satisfecho su humedad. – “¿Estás así desde esta mañana? Habrá que hacer algo contigo” –susurró al oído de Lidia entrecortadamente.
-“¿Tú solo?” –respondió su mujer con voz ronca y queda.
-“Yo y los que tú quieras” –respondió Jorge arrancando gemidos con sus caricias circulares sobre el clítoris de Lidia.
-“Mmmmmmmmmm…” –ronroneó ella mientras su mano buscaba a tientas el pene de su marido. –“Cógelo” –pronunció ella recurriendo a la palabra clave que significaba la participación del dildo que reposaba en el cajón de la mesilla de él.
Jorge se giró, abrió el cajón y tomó el consolador ofreciéndoselo a Lidia, que lo agarró de los testículos, y tras mirarlo con deseo, comenzó a chuparlo con cierta dificultad debido a su tamaño.
-“¿No prefieres el de carne?” –comentó Jorge mientras acercaba su sexo al de su mujer.
-“Mmmmmmmmmm… ¡¡Sí!!” –confesó Lidia retirando por un instante el dildo de su boca, para a continuación gemir aun más fuerte al sentir cómo el pene de Jorge invadía sus entrañas.
Jorge agarró de las caderas a su mujer y comenzó una enérgica penetración, sobre excitado por la respuesta de su mujer, la cual parecía así mismo receptiva a la posibilidad de repetir el trío de la noche anterior. Dirigió su mano al pecho izquierdo de Lidia, y ante su sorpresa ella la retiró situándola sobre el derecho.
-“Ésa no es tuya, es de David” –sentenció Lidia, retirando una vez más el rosado consolador de su boca dirigiéndolo al pezón de su pecho izquierdo, jugueteando con él.
-“Entonces, ¿qué le dejamos al pobre Serge?” –replicó Jorge cuya excitación estaba alcanzando cotas indescriptibles.
-“Esto” –respondió Lidia llevando entonces el dildo a su sexo, abriendo sus piernas para recibir su enésima doble penetración vaginal, arqueando su cuerpo e introduciéndose el pene de silicona con lentitud pero sin pausa, adaptándose para que ambos arietes se acoplaran en su interior. Inmediatamente, el placer se multiplicó gracias al tamaño de ambos intrusos que la llenaban completamente, pero también al escucharse decir todo lo que había pronunciado, y aun más por lo que se estaba imaginando y no había dicho.
-“¿Te gustaría que Serge te follara, verdad?” –inquirió Jorge sin cesar en el mete-saca. –“¿Te imaginas cómo será su polla?” –insistió Jorge entrecortadamente.
-“¡¡¡Siiiii!!!” –gritó Lidia. –“¡¡¡Es enormeeee!!!” –afirmó fuera de sí.
-“¿Cómo lo sabes? ¿Acaso se la has visto?” –preguntó su marido.
-“¡No!, pero David sí y me lo ha insinuado” –respondió Lidia mirando a su esposo con lujuria.
-“¡¡Pues habrá que comprobarlo!!” –continuó Jorge mientras gruñía con fuerza al comprobar cómo su esperma estallaba en el interior de su mujer con un intensísimo orgasmo.
-“¡¡¡Ahoraaaaa!!!” –lo acompañó ella alcanzando el clímax casi simultáneamente, imaginándose rodeada de los tres hombres eyaculando sobre sus pechos al unísono.
Tras la intensa sesión, ambos quedaron dormidos, Lidia apoyada en el pecho de Jorge, y éste rodeando su cuello con su brazo izquierdo, aun desnudos y con los indicios de la batalla a su alrededor: sábanas revueltas, el dildo con restos de flujos y semen, el olor inconfundible a sexo… Llevaban al menos una hora así cuando el teléfono sonó despertándolos súbitamente. Jorge llevó su mano derecha hasta la mesilla y descolgó.
-“¿Sí?” –interpeló al llamante. -“¡Ah, hola David!” –pronunció desvelando la identidad del inoportuno despertador.
Tras unos segundos en los que se suponía un monólogo por parte del monitor, Jorge se despidió: -“De acuerdo, se lo diré y ya te cuento algo. Hasta luego.”- y cortó.
Lidia, que se había agitado al saber que era David quien llamaba, miró fijamente a los ojos de Jorge esperando una explicación que éste tardaba demasiado en darle.
-“Era David” –reveló sin necesidad.
-“¿No me digas?” –ironizó Lidia.
-“Ya, ya… Me dice que si salimos esta noche a cenar, que nos invita. Además hay un buen concierto de rock en la sala del paseo marítimo, por si queremos ir…” –explicó Jorge.
-“La verdad es que me apetece salir esta noche” –confesó. “Y ahora creo que me lo voy a tomar de otra manera” –aceptó.
-“¡¡Perfecto!!” –exclamó su marido. “Hemos quedado a las 10 en la puerta de la urbanización, aun tenemos tiempo. Por cierto, también viene Serge…”