Esa negra de mi Madre
Casi Incesto...
Casi Incesto
El verano había llegado y el calor que trajo consigo era demasiado alto. Tardes enteras pasábamos con el ventilador prendido, tratando de combatir al calor. En casa vivíamos mi padre, mi madre y yo, aunque ese verano mi padre estaba ausente ya que se había peleado con mía madre Alicia. Ella tenía ese momento 45 años. Piel morena, piernas firmes, un trasero no grande pero parado y muy rico. Su busto es normal, con unos pezones que se pueden apreciar a través de la ropa. Tiene cabello castaño medio ondulado, y mido 1.60. Cierto día el teléfono sonó.
Una amiga de mi madre le pidió como favor que en su ausencia cuidase su casa de verano, a lo que mi madre aceptó con gusto y regocijo. La casa de verano se encontraba al lado de una laguna de aguas claras, rodeada de muchos árboles y naturaleza. Teníamos algunos vecinos y de vez en cuando nos juntábamos para pasar el tiempo. A pesar de haber suficiente espacio en la casa, por las noches dormía junto con mi madre.
Ella todavía me consideraba un niño y por lo pronto no había problemas con mis hormonas, o al menos eso creía... Cuando llegaba la mañana siempre me despertaba con erecciones matutinas que no llegaba a controlar.
Para colmo, mi madre dormía pegada a mí, rozando su trasero con mí pené. Había momentos en que se daba cuenta de mi situación, entonces yo me giraba y sacaba un tema opuesto a lo que mi mente pensaba, para salir del apuro.
Luego de levantarse ella se iba a duchar, dejándome a mí con la visión de su cuerpo desnudo y mojado. Había veces que nos duchábamos juntos, pero ella nunca se quitaba su ropa interior ante mí, por vergüenza.
Cada vez me sentía más atraído hacia mi madre, y el hecho de dormir juntos no disminuía mi deseo. Mis ganas crecían cada día, hasta que decidí dejar de controlarme. Cuando llegaba la noche esperaba a que ella se durmiera y comenzaba a tocar sus hermosas piernas, suaves pero a la vez firmes. Mi madre siempre dormía de espaldas a mí, dejando su lindo culito a mi plena disposición.
Con muchas ganas lo acariciaba y también su entrepierna, pero con cuidado para que no se despertara. Apenas notaba algo extraño, un movimiento o un ruido, me detenía y me hacía el dormido. Siempre que acariciaba su coñito, ella se colocaba boca arriba. Podía apreciar, a pesar de tener las bragas puestas, su vagina húmeda y gordita, además de caliente al tacto. Pero lo que yo más quería era su cola (gustos de niño), así que después de un rato esperaba que se girara nuevamente y muy suavemente le bajaba su bombachita, lo suficiente para dejar su cola libre.
El sólo pensamiento de que no había nada entre ella y yo hacía que mi pene se pusiera por demás de duro. En el momento en que ella quedaba desnuda, yo aprovechaba para acariciaba sus glúteos, y apoyar apenas la punta de mi penecito en ella. Cuando el deseo me atacaba metía mi pene lentamente entre sus cachetes, y lo movía para sentir como me rozaba su piel.
De tanto en tanto tomaba sus glúteos entre mis manos y los juntaba, para que apretaran más mi glande. A medida que hacía esto mis ganas iban en aumento, y cuando mi pene estaba lo suficientemente mojado lo metía un poco más adentro, hasta tocar la entrada de su ano.
Tanta excitación sobrepasaba mis límites, y entre gemidos apagados acababa sin remedio sobre sus nalgas. Por suerte era un chico precavido, siempre tenía preparado un par de servilletas descartables para llevarme cualquier evidencia de mi travesura.
Disfrutaba limpiar a mi madre, disfrutaba limpiar mis rastros de ese trasero que tanto me gustaba y me conducía a comportamientos inmorales.
Esta situación siguió durante todas las vacaciones. Mi madre nunca me dijo nada sobre el tema, aunque yo no estaba muy seguro de que ella sospechase algo siquiera.
PD: Este relato fue escrito por "poco trabajo " yo solo le relate mi historia por el chat y puse unas fotografías ya que encuentro que son mas didácticas para crear la atmósfera.