Esa mujer no tiene precio

El maletín de piel de Loewe, 400 euros. La corbata de seda de Chanel, 200 euros. El gin tonic que te estás tomando, 20 euros. Esa mujer... esa mujer no tiene precio.

Esa mujer... no tiene precio

Vaya, vaya... al señor presidente le gusta Virginia. Déjame darte algunos consejos, ella es muy especial.

Cuando la veas entrar, mantén la calma. No seas descarado mirándola. Tampoco es cuestión de mirar justo en dirección opuesta, pero sé cauteloso o se sentirá incómoda. Cuando haya tomado asiento, sola o con amigas, puedes dedicarle miradas más sostenidas desde donde estés, manteniendo las distancias. Observa cómo reacciona.

Espera unos minutos, -no muchos, no sea que se te adelante algún listo-, y acércate con paso decidido pero no apresurado. Quédate a su lado y gírate hacia ella hasta que tropieces con su mirada. No se trata de impresionarla, procura ser natural.

Mírala a los ojos. Tiene unos ojos divinos. Sentirás como te enerva con tan sólo la mirada. Mantenla cuanto puedas, hasta que tu curiosidad anhele explorar con la vista más allá de su rostro. Aprovecha sus largos pestañeos para saltar hasta su escote. Fíjate en sus pechos apretados bajo su traje. Imagínatelos liberados de su ropa interior desbordándose entre tus manos. Saborea en tu lengua sedienta el gusto de sus pezones sonrosados y el tacto ligeramente granulado de sus aureolas.

Vuelve a su mirada y deja que se sienta deseada, admirada... Quizás se humedezca los labios y los muerda distraídamente. Es su forma de decirte que se muere por embadurnar tu mástil con el carmín de sus labios carnosos, intachablemente perfilados.

No te atrevas a ponerle una mano encima, debes esperar la señal. Sabrás que puedes hacerlo cuando deslíe las piernas sobre ese taburete y las cruce de nuevo apuntándote con sus elegantes zapatos altos. Quizás se descuide y veas bajo su minifalda el final de sus medias, coronado por una sugerente liga. Nada es casual. ¡Anda que no sabe!

Ten por seguro que le gustarás.

Procura disimular tu erección, Santiago. Eso lo precipitaría todo, y puede salirte caro. Acércate y salúdala con un halago susurrado, nada de besos, no seas vulgar, que tú sabes... Mientras lo haces, embriagado por su perfume, deja que tu mano se deslice por su sinuosa cintura, y degusta con la vista, ahora más cerca, lo que en poco tiempo electrizará tu piel.

No hace falta que te diga que no te sientes hasta que te ofrezca acompañarla..., y ¡ojo!, nunca, nunca preguntes el precio. Debes saber que aunque sea nuestro trabajo, no nos gusta que nos lo recuerden. Preferimos ese juego de seducción que nos abstrae de lo meramente profesional, y rendimos mucho mejor cuando nos tratan como diosas.

Mira, mira... ahí entra. ¡Toda tuya!

Espir4l,

Junio 2005